VIAJES | PORTUGAL Texto y fotos Ana Schlimovich
Desde Oporto hasta Quinta Nova, en Covas do Douro, un viaje conducido por el curso de un rĂo legendario
Portugal, a orillas del Duero
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Venga mañana que le preparamos unas sardinas asadas”, dice Pedro, sin dejar de zurcir la red, una red color ocre de doscientos metros que todos los días toca el fondo del Atlántico europeo. Estoy en Vila Nova de Gaia, al norte de Portugal y a orillas del Duero. El sol oblicuo colorea la ciudad de Porto, en la orilla de enfrente, con los mismos tonos de la red: la Torre Dos Clérigos, obra barroca construida en 1763 por el arquitecto italiano Nasoni; los techos de tejas de toda la ciudad, que parecen estar a punto de alzar vuelo, como en un libro de Harry Potter; los edificios angostos amontonados sobre la Ribeira, a metros del agua; y el puente Luiz I, un gran arco de hierro que une Oporto y Gaia, diseñado por el belga Teófilo Seyrig, socio de Gustave Eiffel. Si no tuviera que volver a Lisboa, por nada del mundo me perdería esas sardinas asadas. Cuatro días antes, el aroma del angel’s share, como le llaman a la parte del vino de Oporto que se evapora durante su añejamiento en toneles, me recibía en esa misma orilla, en la terraza de las cavas Taylor, una de las bodegas más antiguas de la región. Su historia comenzó en 1692, con la llegada a Portugal del comerciante inglés Job Bearsley, cuyos descendientes se adentraron en la zona del Duero. Fueron los primeros en exportar vinos a Inglaterra sin intermediarios y en comprar tierras río arriba, donde el clima mediterráneo, muy caluroso en verano y frío en invierno, con poca lluvia, obliga a las viñas a echar raíces de hasta veinte metros de profundidad para buscar agua. “De ese suelo pobre y permeable nace una uva pequeña, con poca agua y mucho azúcar, intensa como nuestros vinos”, explicaba Ana Morgado, relacionista pública de la empresa, mientras saboreábamos las diferencias entre un Taylor’s Chip Dry, un Late Bottled Vintage y un Tawby 20 Year Old.
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Inspiración portuense
“Dos cosas son obligatorias en Oporto”, dijo Libânia Loureiro, nativa de la Invicta, como llaman a esta ciudad que nadie logró conquistar: comer una francesinha y visitar la Livraria Lello. El recepcionista del Hotel Eurostar das Artes, ubicado a metros de la calle Miguel Bombarda, repleta de diseñadores, galerías y artistas portugueses, recomendó la francesinha del bar de la esquina y que la pidiera con huevo, papas fritas y una cerveza Super Bock. En minutos, llegó un sándwich de pan de molde relleno con carne, chorizo y jamón, cubierto con queso gratinado y salsa de tomate, cerveza y picante. Suculento y ecléctico como la ciudad, que tiene mansiones de estilo Beaux Arts en la Avenida Dos Aliados, y recuerda un poco a París. Además hay cafés como el bellísimo Magestic, puro Art Nouveau; está la Iglesia do Carmo, con su interior de oro traído de Brasil y su lateral de azulejos pintados que compiten mano a mano con los de la Estación São Bento. Los restaurantes tradicionales, como Galiza o Pata Negra, son famosos por sus francesinhas y en otros como DOP, de Rui Paula, ubicado en pleno centro histórico, sirven trufas de alheira, un embutido hecho con carne de caza. Allí la carta de vinos es un libro de 45 páginas. En La Casa da Música, monumental obra del holandés Rem Koolhaas, cuyo auditorio es el único con luz natural del mundo, puede escucharse desde Beethoven hasta fados y DJ’s. Y la librería Lello, con su estilo neogótico portuense, vitrales en el techo y unas escaleras rojas que, junto con las capas negras que aún usan los estudiantes de Oporto, sirvieron de inspiración para J. K. Rowling, la autora de Harry Potter.
Green Douro
El tren acompaña el curso del Duero, serpentea el valle repleto de viñas escalonadas hasta la región donde nació el navegante Fernando de Magallanes, en el corazón norte del país. Entre olivos, tilos, pinos, naranjos y el canto de los jilgueros, varias mesas de amigos y parejas prolongan el almuerzo en los jardines de la Quinta Nova Luxury Winery House, un caserón de 1756 con once habitaciones, una capilla de Nossa Senhora do Carmo y una piscina al borde de los viñedos donde uno querría quedarse a vivir. Todo es verde. Y todo es hecho por los alrededores, los panes, los quesos, las aceitunas, los embutidos. El vino, excelso, es de la casa y pasar dos noches allí es un plan divino. La vuelta a Oporto es por agua, el mismo recorrido que navegaban los antiguos barcos viñeteros, rabelos, pero a bordo de Ruby, un barco de lujo de 44 pies que forma parte de la flota Feel Douro. Ana Moura canta un fado al volumen justo, acompañada por una copa de moscatel del Duero, en cuya desembocadura, un pescador llamado Pedro zurce una red color ocre y me invitará a comer sardinas asadas. 48 CONTRASEÑAS
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