Las Verdades Ocultas de la Biblia
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Y todavía, en el inmortal Evangelio Gnóstico de Tomás, señala: E. G. To 62: Yo comunico mis misterios a quienes son dignos de mis misterios.
Es evidente que no todos están preparados para recibir la gnosis (el conocimiento), que no todos pueden comprender los misterios y, lo que es más, que no todos pueden practicarlos ni vivir completamente la ardua doctrina del Cristo1 (de ahí que los misterios no les sean comunicados a los que no están preparados y que, inclusive, lo que les es enseñado por parábolas, esté condicionado a lo que pueden oír y recibir). Mc 4, 33: Con muchas parábolas como éstas les hablaba la palabra, conforme a lo que podían oír. 34: Y sin parábolas no les hablaba; aunque a sus discípulos en particular les declaraba todo.
Así las cosas, es evidente que existe un mensaje externo y un mensaje secreto, una sabiduría oculta que no siempre estarían dispuestos los apóstoles (ni Jesús mismo) a comunicar a las masas. Lo que significa que sólo hemos conocido la superficie del cristianismo, que nos han enseñado a creer en lo fundamental, en lo básico, a profesar una fe basada solamente en la enseñanza pública y externa, pero que jamás nos han enseñado a vivir esos misterios dentro de nosotros mismos. 1 Cor 2, 6: Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. 7: Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, 8: la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria. esa piedra de escándalo y de tropiezo, la piedra cabeza de ángulo que desecharon los que construían (Mt 21, 42; Mc 12, 10; Lc 20 17-18). El Cristo dice: «El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí» (Mt 10, 37-38). 1
El Cristo lo exige todo, exige que estemos dispuestos a renunciar a todo, para luego sí obtenerlo todo. Sin embargo, algunos cristianos light han creído que primero nos lo da todo (que primero nos prospera) y luego de eso le damos un pedacito (quizás algo de lo que nos sobra) a él.
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Pablo deja el asunto sentenciado y claramente da a entender que existe una enseñanza pública y otra oculta, que el cristianismo tiene, en su segmento superior, una doctrina que puede denominarse como mistérica y ocultista; una enseñanza que, inclusive, se habla en un lenguaje determinado, en una forma particular de modo que aparezca como un misterio, que parezca codificada1 y que se hable sólo mediante símbolos –en cuyo caso los textos sagrados contienen más sustancia de la que se percibe en la superficie, y que sólo puede ser entendida entre los que han alcanzado los misterios (o iniciados)–. El mismo Pablo sugiere que, ni siquiera en sus epístolas, ha revelado todo, y que sólo ha revelado una doctrina como para niños; que no ha dado el alimento sólido, sino leche, de modo que ¿qué podemos esperar? ¿Cuáles son esos misterios? Si ni siquiera los discípulos de los apóstoles son considerados dignos de recibir los misterios crísticos. 1 Cor 3, 1: De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. 2: Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales.
En efecto, lo que se puede colegir es que en los evangelios y las epístolas no se ha declarado la totalidad de los misterios y que, incluso allí se encuentran vacíos, verdades no reveladas, secretos que sólo habrían sido transmitidos verbalmente a unos pocos, a los iniciados en el segmento superior del cristianismo, a los dignos de alcanzar los misterios. Otro pasaje del apóstol Pablo (recordemos que la forma de cristianismo que logró imponerse fue la paulina, razón más que suficiente para comprender por qué el Nuevo testamento está compuesto, en su mayoría, por los escritos de Pablo) esta vez del libro de los Hebreos, nos da luz sobre esta situación: He 5, 7: Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. 8: Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; 9: y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; 10: y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec. 11: Acerca de esto tenemos mucho que decir, y difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír. 1 Cómo nos recuerda esto
de la Piedra Filosofal.
a los tratados medievales de Alquimia y de la elaboración y obtención
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12: Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. 13: Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; 14: pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal.
Estos pasajes en sí mismos encierran una enseñanza oculta acerca de la persona de Jesús que difícilmente se aceptaría –y acerca de lo que podemos llegar a ser cada uno de nosotros–, pero que sirve como ejemplo para indicar que no todos los misterios se declararon en los evangelios o en las epístolas (si bien es posible entreverlos y evidenciarlos con un análisis de fondo). En todo caso, lo cierto es que para ese entonces a las masas, a las multitudes no se les daba del alimento sólido, sino leche, algo propio para niños. Precisamente uno de los más grandes misterios es que nosotros también podemos convertirnos en Cristo, y llegar a su altura y estatura. San Pablo apenas si lo deja entrever cuando escribe: Ef 4, 13: hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.
El segmento superior del cristianismo jamás fue enseñado abiertamente a las multitudes, si bien en parábolas o en forma velada quedaba registrado. Y sólo unos pocos continuaron con la tradición mistérica, de modo que a las masas se les daba una enseñanza estilizada, mientras que los misterios crísticos eran reservados para unos pocos, para los iniciados. Pero inclusive a esos pocos no siempre se les revelaba toda la verdad, no siempre se les enseñaban a profundidad las enseñanzas esotéricas. Baste el siguiente pasaje para darnos cuenta de ello. Jn 16, 12: Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.
¿Cuáles eran esos misterios que ni siquiera sus discípulos podían conocer? (al menos antes de la resurrección de su maestro). Y si esto sucedía, inclusive
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dentro del círculo interno, ¿qué podremos decir de nosotros? San Clemente de Alejandría menciona tal división de los misterios, diferenciando los dos aspectos de los que venimos hablando, del círculo superior e inferior del cristianismo, es decir, de la enseñanza pública y la enseñanza secreta. Después de la purificación vienen los Misterios Menores, en los cuales hay algún fundamento de instrucción y de preparación que sirven de preliminar para lo que ha de venir después: los Grandes Misterios, en los cuales nada se deja de enseñar acerca del universo, quedando sólo el contemplar y comprender la naturaleza de las cosas1.
Y agrega todavía: Nosotros estamos obligados a hablar en enigmas, a fin de que, si la tableta viene a caer, por cualquier accidente marítimo o terrestre, en poder de alguno, permanezca ignorante el que lea2.
Esto, en parte, explica la enseñanza hermética que se desarrollaría ulteriormente, principalmente dentro de la Alquimia –incluyendo la búsqueda de la piedra filosofal, entre otros– en que, si bien se habla sobre el misterio, se habla en enigmas y en simbolismo de modo que, finalmente, el lector desprevenido, no instruido en los misterios, queda en la misma oscuridad; a la vez que el iniciado capta el hondo simbolismo y comprende la enseñanza trascendente velada bajo el texto. Basta lo dicho para los que tienen oídos; pues no es necesario descubrir el misterio, sino sólo indicar lo suficiente para que lo perciban aquellos que participan del conocimiento3.
Fulcanelli, en medio del simbolismo que entraña el arte hermético, se acercó, sin embargo, como ningún otro antes a la develación del verbum dimissum (la palabra perdida) y a los altos misterios crísticos, tal como se puede colegir a partir de la inmortal obra El misterio de las catedrales: Así, la catedral se nos presenta fundada en la ciencia alquímica, investigadora de las transformaciones de la sustancia original, de la CLEMENTE DE ALEJANDRIA. Stromata, lib. V, capítulo XI, citado por BESANT, Annie Wood. Cristianismo Esotérico: Los misterios de Jesús de Nazareth. Argentina: Kier, 1982. 1
2
CLEMENTE DE ALEJANDRIA. Stromata, lib. V, capítulo X. Op. cit.
3
CLEMENTE DE ALEJANDRIA. Stromata, lib. VII, capítulo XIV. Op. cit.
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Materia elemental (lat. materea,- raíz mater, madre). Pues la VirgenMadre, despojada de su velo simbólico, no es más que la personificación de la sustancia primitiva que empleó, para realizar sus designios, el Principio creador de todo lo que existe1.
Y acercándose a la naturaleza misma de la piedra filosofal, todavía señala: Hay una piedra de gran virtud –dice a su vez Nicolás Valois2–, y es llamada piedra y no es piedra, y es mineral, vegetal y animal, que se encuentra en todos los lugares y en todos los tiempos, y en todas las personas.» Flamel3 escribe de modo parecido: «Hay una piedra oculta, escondida y enterrada en lo más profundo de una fuente, la cual es vil, abyecta y en modo alguno apreciada; y está cubierta de fiemo y de excrementos; a la cual, aunque no sea más que una, se le dan toda clase de nombres. Porque, dice el sabio Morien, esta piedra que no es piedra está animada, teniendo la virtud de procrear y engendrar. Esta piedra es blanca, pues toma su comienzo, origen y raza de Saturno o de Marte, el Sol y Venus; y si es Marte, Sol y Venus...»4
Clemente de Alejandría escribe acerca de la necesidad de hablar en símbolos para que el conocimiento superior permanezca velado para los que no han sido iniciado en los misterios crísticos y, en este sentido, Fulcanelli parece dar una muy buena lección de ello, con todo que se aproxima al borde mismo de develar el «verbum dimissum» –y es razonable que la enseñanza debiera permanecer oculta pues no había llegado el momento de romper el voto de silencio–. Ha sido siempre la enseñanza hermética una vía directa de liberación; sin embargo, no les conviene a los dueños del mundo que el ser humano se libere, que se emancipe, que se salga de su control. No les conviene a los pontífices de las iglesias que el hombre desestime sus cultos y que no vaya hacia ellos para que ellos le indiquen lo que tiene que hacer, en lo que tiene que creer y como lo tiene que creer. En este sentido es natural que la enseñanza hermética, bien que sea la sección superior del cristianismo o 1
FULCANELLI. El misterio de las catedrales. Barcelona: Plaza & Janes, 1970. P. 86.
GROSPARMY, Nicolas, VALOIS, Nicolas. Obras de N. Grosparmy y Nicolas Valois, mans. cit., pág. 140, citado por FULCANELLI. El misterio de las catedrales. Barcelona: Plaza & Janes, 1970. P. 157. 2
FLAMEL, Nicolas. Original du Désir désiré, o thrésor de Philosophie. París: Hulpeau, 1629. P. 144, citado por FULCANELLI. El misterio de las catedrales. Op. cit. P. 157. 3
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FULCANELLI. El misterio de las catedrales. Op. cit. P. 157-158.
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