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esconde la identidad de otra mujer. Y, en cuanto a que no tiene el apellido del esposo –¿cuál era el apellido de Jesús?–, bien hacen en inferir los eruditos en que se trata de una mujer soltera. Pero, en cuanto a que se hace llamar Magdalena, se hace llamar la torre del pescado (el apoyo y refugio de Jesús, si se quiere), lo que indica que es la esposa de alguien1. Y en cuanto se hace llamar Magdalena, indica que también se oculta su verdadera identidad. No porque se quiera ocultar un supuesto papel de prostituta que, a propósito, no se esgrime nunca de la textura bíblica y cuyo presunto nexo no es más que ridículo. Por el contrario, ¿cuál es la otra mujer que resulta notable en la labor de Jesús? La respuesta es sencilla: María de Betania2. El vínculo ya había sido hecho por la misma secta católica, y el propio Jesús dice: Mt 26, 13: Dondequiera que se predique este evangelio […], también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella
Lo curioso es que donde quiera que se predica el evangelio no se la nombra y, por el contrario, se la oculta. En todo caso, el obispo Jacobo de Vorágine en su Leyenda Dorada indica en forma expresa que María Magdalena, de linaje noble, era hermana de Lázaro y Marta3; es decir, María de Betania y María Magdalena son una y la misma persona (la princesa del castillo de Magdalo), y con esto queda el asunto sentenciado. Ella y Jesús, al contraer matrimonio4, se convertían en reyes –puesto que Jesús, al parecer, también descendía de sangre real–. Es decir, el Rey al lado de su Reina –y no como nos han hecho creer: un analfabeto al lado de una pecadora–. 5.5.2.
El pasaje de Lázaro
María Magdalena encabeza la lista de las muchas mujeres que servían con sus recursos a Jesús (Lc 8, 1-3), lo que indica que gozaba de un buen estatus Además es interesante el hecho de que las demás mujeres y las otras Marías necesitan de un elemento descriptor, un título de parentesco para identificarlas, mientras que la Magdalena no, dando por sentado que ya se sabe quién es, su importancia, su absoluta notoriedad entre los evangelistas y el público a que van dirigidos los evangelios. 1
Es curioso que ambas sirven con sus bienes a Jesús, y ambas parecen próximas a él, pero que en ningún momento aparecen juntas en un mismo episodio, siendo que está la una o está la otra. Pero, si es que María de Betania es la misma que se hacía llamar Magdalena, realmente no podríamos encontrarlas a ambas en un mismo episodio pues serían la misma. 2
VORAGINE, Jacobus de. The golden legend: Readings on the Saints. New Jersey: Princeton University Press, 2012. P. 375. 3
Más específicamente un matrimonio real (no morganático), realizado entre miembros de la realeza. Si Jesús no contraía matrimonio real, no podía aspirar al trono. 4
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económico y hasta social (lo que virtualmente anula el hipotético que se dedicase a algún oficio innoble o forzoso para subsistir), pero no es sino hasta cuando tenemos noticias de María de Betania que se percibe el perfecto nivel económico y social del que gozaba ella y sus hermanos, a tal punto que se daban el lujo de contar con un cementerio particular1. Pero no es precisamente por esta razón que sea importante el pasaje de Lázaro, sino por otras circunstancias inmersas en el pasaje relacionadas con María. Jn 11, 17: Vino, pues, Jesús, y halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el sepulcro. […] 19: y muchos de los judíos habían venido a Marta y a María, para consolarlas por su hermano. 20: Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió a encontrarle; pero María se quedó en casa.
¿Por qué María se quedó en la casa? Resulta extraño que la mujer que en Lc 10, 38-42 deja, inclusive, que Marta sirva sola y atienda la visita por oír las enseñanzas de Jesús sentándose a sus pies –posiblemente recostada en sus piernas o, cuando menos, tan próxima que cualquiera de sus discípulos, por más cercanos que estén, dejan un espacio para que ella se siente a sus pies– ahora, cuando llega el que puede resucitar a su hermano, ella no salga de la casa sólo hasta cuando Jesús se lo ordena. Jn 11, 28: Habiendo dicho esto, fue y llamó a María su hermana, diciéndole en secreto: El Maestro está aquí y te llama. 29: Ella, cuando lo oyó, se levantó de prisa y vino a él.
Nótese que María ha de estar sumamente impaciente –y es evidente que ella sabía que Jesús venía y que su hermana había salido a recibirle2–, y es muy natural que ella hubiera querido salir también con su hermana y que estuviera Se puede objetar que no era un cementerio particular, sino que se trataba sólo de una tumba. Pero el hecho es que, difícilmente, se habría enterrado al hermano en la casa de Betania, para luego dar sepultura a los demás miembros de la familia en un cementerio foráneo. 1
Marta y María sabrían que Jesús vendría porque, precisamente, habían mandado a darle aviso de que Lázaro estaba enfermo (Jn 11, 3) y esperaban que viniera para curarle. Si esto hacen cuando está enfermo, se espera que hagan más cuando él muere. Y, al menos, Jesús debió de enviar alguna razón al mensajero, cuando ellas lo envían para darle el mensaje a Jesús de la enfermedad de Lázaro. También habrían sabido que Jesús vendría, y que ya había llegado porque su presencia, usualmente era noticia por los lugares por los que pasaba y, además, los criados de Marta y María –hemos visto que son de familia acomodada– les habrían avisado tan pronto éste llegara. De hecho, en Jn 11, 20 vemos que Marta escuchó que Jesús venía, y salió a encontrarle, pero que María se quedó en casa. Con esto, es claro que María también sabía que Jesús había llegado. 2
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ansiosa por salir corriendo a recibirle y para llorar a sus pies; sin embargo, no lo hace hasta que Jesús la manda a llamar ¿por qué? ¿Cuál es el motivo por el que, aun cuando habrá querido salir corriendo no lo hace? ¿Cuál es la autoridad que Jesús ejerce sobre ella? Baigent, Leigh y Lincoln, en el Enigma sagrado, acotan: Sería bastante plausible que María estuviese sentada en la casa cuando Jesús llega a Betania. De conformidad con la costumbre judía, estaría «sentada en shiveh», es decir, sentada de luto. Pero, ¿por qué no sale corriendo a recibir a Jesús como hace Marta? Hay una explicación obvia. Según los principios de la ley judaica de la época, a una mujer «sentada en shiveh» le estaba estrictamente prohibido salir de la casa salvo por orden expresa de su esposo. En este incidente el comportamiento de Jesús y de María de Betania se ajusta exactamente al comportamiento tradicional de una pareja de esposos judíos1.
Pero todavía hay más, en el pasaje de Lc 10, 40 Marta, preocupada con muchos quehaceres, le dice a Jesús: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude. Nuevamente podemos observar que Jesús, efectivamente tiene algún tipo de autoridad sobre María, misma que no le sería posible a menos que ella fuera su esposa2. 5.5.3.
La unción
En la unción (Mt 26, 6-13; Mc 14, 3-9; ¿Lc 7, 37-47?; Jn 12, 1-8) hay varios aspectos simbólicos que llaman profundamente la atención pues, no se trata sólo de que la lleva a cabo María de Betania –esposa de Jesús, y misma que se hacía llamar la Magdalena– sino porque en dicha escena María aparece con el BAIGENT, Michael, LEIGH, Richard and LINCOLN, Henry. El enigma sagrado. Buenos Aires: Ediciones Martínez Roca, c1989. 1
Estar casado era, en efecto, el estado normal y natural para un judío. Los sacerdotes y rabís debían ser casados, y la Biblia no tiene problema en identificar a una mujer como esposa de alguien. Bajo esta figura algunos dicen que si Jesús hubiera estado casado con María Magdalena se nos habría dicho, pues no consiste ningún tipo de tabú o pecado. Sin embargo, hemos de notar, curiosamente, que los que esto dicen, fueron los primeros en convertir el matrimonio de Jesús con María Magdalena en una especie de tabú, en algo que es preciso esconder y rechazar. Puede que, en parte, esta sea una de las razones por la que en los evangelios no se dice abiertamente. Pero también puede que, en parte, sea porque los esposos mismos así lo quisieron. María prefiere hacerse llamar Magdalena –la torre del pescado– y Jesús se nombra a sí mismo como el esposo –si bien no dice de quién–. Hay una suerte de encubrimiento que avala, hay una especie de silencio que, con todo, deja pistas inequívocas. 2
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cabello suelto –al menos lo descubre–, le besa los pies y, en palabras de Jesús, lo prepara para su sepultura (Mt 26, 12)1. Cristo, o mejor, Christós, es un término griego que significa Ungido y equivale, en hebreo, a Mesías. En efecto, sabemos que Jesús fue ungido, o El ungido, porque dicho rito se efectuó en la aldea de Betania, por María. Si María no le hubiera ungido, él no habría podido convertirse en Cristo pues, de otro modo, no podría decirse que era el Ungido. De modo pues que el simbolismo de fondo es realmente trascendente; es María la que verdaderamente cristianiza a Jesús, la que lo unge, la que lo convierte en Cristo; pero más allá de todo esto, se trata de una mujer que unge a un hombre, es decir, en un aspecto amplio, es la mujer la que puede, verdaderamente, cristianizar a un hombre. En aspectos simbólicos podemos afirmar que la unción con los aceites obra en la pareja, en el hombre y en la mujer, divinizándolos2. El hombre no puede divinizarse sin el concurso de la mujer y, esta, a su vez, no puede tampoco lograrlo sin el concurso del hombre3. La unción no era una costumbre judía en un sentido general, sino que era algo que se reservaba al sumo sacerdote judío (Lv 21, 10) –mismo al que le estaba prohibido ser célibe y, bien al contrario, debía tomar mujer (Lv 21, 7; 13; Ez 44, 21)–. Jesús, como sumo sacerdote, según el orden de Melquisedec,4 parece no abstraerse a esta condición, y es ungido justo antes de ser aclamado como Mesías y como rey. La mujer, ungiendo al hombre, lo prepara como rey y sacerdote; la mujer, preparándolo para la sepultura mediante la unción, para la resurrección lo prepara. Y, si tal es la importancia que reviste este acto, se puede inferir que la mujer que oficia la unción no es inferior respecto a la ocasión. En el caso de la unción del sumo sacerdote se esperaría que la persona que lo unge ha de ser un sacerdote de la más elevada categoría. En el caso de Jesús, que es reputado también como sumo sacerdote para siempre, se esperaría que la mujer que lo unge sea una sacerdotisa de la más elevada jerarquía para Pero sí ella lo prepara para la sepultura, ¿por qué en la sepultura quien se aparece es María Magdalena? Esto establece, nuevamente, un nexo entre estas dos mujeres. O mejor, refuerza el hecho de que, virtualmente, María de Betania habría sido la misma mujer que se hacía llamar Magdalena. 1
Sólo la mujer puede convertir al hombre en un Cristo, mediante el acto de la unción, entre besos y con el cabello descubierto. 2
1 Cor 11, 11: Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón; 12: porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer. 3
Este Melquisedec no habría sido célibe, toda vez que era sacerdote y era rey. En Gn 14, 18 lo vemos oficiando lo que ha de ser conocido posteriormente como eucaristía, o última cena. 4
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siempre. Y es verdad, ni Jesús es sacerdote según la norma oficial, y tampoco es de esperarse que María lo sea; lo cual avala que es un rito de iniciación, la representación de algo que nos reserva un significado de fondo; significado que, según muchos autores tiene su correlación con un rito sexual de iniciación conocido como hieros gamos1 o matrimonio sagrado. Jn 12, 3: Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume.
En la tradición judía la mujer casada debía, y debe todavía, cubrirse el cabello2; el hecho de no hacerlo era una licencia que podría acarrearle, inclusive, la cesación del matrimonio. Joachim Jeremias3, con respecto a esto, acota: La mujer que salía sin llevar la cabeza cubierta, es decir, sin el tocado que velaba el rostro, ofendía hasta tal punto las buenas costumbres que su marido tenía el derecho, incluso el deber, de despedirla, sin estar obligado a pagarle la suma estipulada, en caso de divorcio, en el contrato matrimonial.
El que una mujer descubriera sus cabellos en público indicaba que quería atraer a un hombre, de hecho, se le asociaba –y se asocia aún entre los judíos ortodoxos y los musulmanes de Medio Oriente– más explícitamente a lo erótico y a la búsqueda sexual. Implica licencia sexual. Aquí es posible entender el enojo de los apóstoles de Jesús pues, aun cuando se tratase de su propio esposo, al descubrir sus cabellos en público y limpiar con ellos los pies La construcción etimológica griega de hierós (sagrado) y gamos (unión) equivale a Unión Sagrada, y se interpreta como bodas o matrimonio sagrado mediante el cual se pretende llegar a la gnosis y a la experimentación de Dios. Se considera que su origen es celta y, si bien era practicado en la Mesopotamia, e incluso, entre algunas escuelas de ritos mistéricos algunos años después de la muerte de Jesús, fue condenado, reputado como herejía y erradicado como parte de la labor evangelizadora de la naciente iglesia católica. En la actualidad es practicado dentro de ciertas órdenes esotéricas, dentro de los matrimonios gnósticos, dentro del sufismo, dentro de algunas líneas del budismo e, inclusive, es muy usual dentro de la filosofía tántrica, tanto oriental como occidental y, aunque en escasa proporción, entre algunas comunidades indígenas. 1
Si bien está permitido que lo lleve suelto en casa donde sólo la vean su esposo e hijos, se ve como obra piadosa si la mujer cubre su cabello incluso en la casa. 2
JEREMIAS, Joachim. Jerusalén en tiempos de Jesús. Trad. J. Luis Ballines. 2 ed. Madrid: Ediciones Cristiandad, 1980. p. 371. 3
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de Jesús, implica una clara insinuación a nivel sexual. En este punto María se nos muestra como una mujer que está fuera de la tradición, o mejor, fuera de la ley judía1; sin embargo, pareciera no interesarle la condena que ha de recibir, se percibe una total indiferencia a la censura que ello le ha de acarrear. En un aspecto amplio se puede decir que transgrede la ley. En un aspecto amplio se puede decir que, si transgrede la ley, se convierte en una mujer que ha pecado. Sin embargo, el reproche sólo es circunstancial. En Jn 12, 4-5 vemos que, realmente, el único que la reprocha es Judas Iscariote; de modo que no sucede un reproche masivo. Y no sucede en forma masiva sencillamente porque ella, en su calidad de esposa, es la única que tendría la potestad para ungirle. Y Judas reprocha no que se descubra su cabello, sino el precio del perfume, con lo que implícitamente se avala que María estaba en la potestad de descubrir su cabello delante de Jesús (cosa que, aunque inusual y provocadora, no sería reprochable ni condenable a menos que ella fuera su esposa). No cabe duda que el erotismo y deseo sexual de María no es algo que obedezca al impulso de una pasión animal, sino que se presenta como una búsqueda sexual trascendente, es un erotismo amoroso donde reinan los besos y los exquisitos aromas. Y Jesús no se muestra menos que cómplice en el sentido de que, no sólo lo permite, sino que la defiende2. Y con esto da a entender que sólo ellos han sido capaces de captar el hondo significado de ello. Si María de Betania hubiera estado casada, al descubrir sus cabellos en público para enjugar los pies de Jesús, podría haberse interpretado inclusive como una forma de adulterio; pero si Jesús fuera su esposo, no habría sido La verdad es que juntos parecen actuar como extranjeros y, por tanto, sus acciones no siempre se acomodan a las tradiciones judías –mismas que les acarrean el señalamiento de pecadores o de transgresores de la ley–. ¿Acaso ambos habrían recibido algún tipo de educación adicional a la judía? En efecto, sabemos que Jesús fue llevado a Egipto durante su infancia, es decir, en el periodo más vital por cuanto es justamente allí donde la personalidad del individuo se encuentra en plena formación. Por tanto, hemos de reconocer que su personalidad ha debido de haber estado influenciada por el pensamiento egipcio, por la cultura egipcia. Otro tanto podría esgrimirse de María, que también se muestra aislada en ocasiones de la tradición judía. ¿Podrían, acaso, los dos haber bebido del pensamiento y cultura egipcios? ¿Podrían, acaso, haberse conocido en Egipto? Lo cierto es que Jesús y María son el único hombre y mujer en el relato bíblico que no se acoplan a la tradición judía, y esto de por sí ya es bien interesante, si bien no menos extraño. Es decir, parecen compartir un pensamiento similar, un actuar similar. Jesús viola el Sabbath por amor, y María descubre su cabello, unge y limpia los pies de Jesús por amor. Ambos parecen querer transmitirnos que el amor es la fórmula fundamental, más allá de la ley y los convencionalismos. 1
Otro esposo, en una posición semejante a la de Judas, habría reaccionado en forma airada o habría buscado un pretexto para manifestar su descontento. Sin embargo, Jesús la ama, la defiende, y sólo ellos entienden el significado trascendente de tal unción. 2
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más que una forma provocadora y erótica de transmitirnos un mensaje de fondo1, además de, como señala Jesús, ungirle y prepararle para su sepultura (lo que no deja de ser una postulación simbólica). En todo caso, vemos que no es esto lo que se le endilga a María (en cierto modo habría sido la única con licencia para ungir a Jesús), sino el coste del nardo (lo que implícitamente la avala como la esposa de Jesús). Y esta excusa parece más bien gratuita porque, como hemos visto, la familia de Betania tenía bastante holgura económica, de modo que podría comprar otro perfume y venderlo por trescientos denarios para darlo a los pobres, o donar ese dinero directamente. Evidentemente esta unción debió de ser vista como una provocación erótico-amorosa. María lo unge porque le ama, y consideramos que, desde un aspecto meramente físico, es en ese contexto que debe entenderse2, lo que acusa, insinúa un vínculo afectivo especial entre Jesús y María, máxime que fueran esposos. Y no sería la primera vez que la unción adquiere este tinte, toda vez que Jesús advierte que para su sepultura lo ha hecho; es decir, comprende el hondo significado, y lo avala. En los antiguos ritos, la esposa confería la condición de rey ungiendo a su esposo mediante el matrimonio sagrado (resultando la unción externa sólo un símbolo, un mero formalismo para indicar la unción no pública, la unción privada en que el rey muere para su posterior resurrección). La escena de la unción, inclusive, sería un émulo de la unción que la hermana-esposa hace sobre el rey, muy similar a la del pasaje del Cantar de los cantares. Can 1, 11: Mientras estaba el rey recostado en su asiento, mi nardo difundió su fragancia. 12: Mi amado es una bolsita de mirra que descansa entre mis pechos.
(V. a. Mc 14, 3; Jn 12, 3) (Versión de la editorial Herder, 1964) ¿Es posible que María quisiera emular a la esposa del Cantar de los cantares? Ciertamente la unción se efectúa cuando, estando Jesús sentado, ella porta un La escena de la unción tiene un simbolismo mucho mayor, mucho más trascendente, mucho más refinado. El cabello suelto simboliza al sexo y a la sexualidad. El lavatorio de los pies significa el lavado de las manchas, de los pecados. Sólo mediante la unión sexual sin mancha es posible reducir a polvareda cósmica a todos y cada uno de nuestros pecados, de nuestros delitos, de nuestras transgresiones, de nuestros errores psicológicos. 1
En un aspecto simbólico podemos esperar todavía más. Si vemos en la exhibición de los cabellos un símbolo erótico-sexual, es posible advertir que la unción, la cristianización, se realiza mediante dicho símbolo –pues María enjuga con ellos a Jesús–. En otras palabras, el hecho de convertirse en Cristo se logra mediante un rito erótico-sexual en que es necesaria la mujer, en que es ella la iniciadora. 2
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vaso de alabastro (Mt 26, 7) con nardo y difunde su fragancia. En el Cantar de los cantares, la esposa morena –de donde ha partido la leyenda de las vírgenes negras– sale desesperada en busca de su amado. María Magdalena, al igual que en el Cantar de los Cantares, también sale desesperada, tan pronto le unge, a buscar a su señor en el huerto. El Cantar de los cantares es ciertamente una obra de profundo erotismo en que el esposo y la esposa se comparten los más selectos intercambios amorosos. Y, en el caso de María, ungiendo a Jesús, y luego buscándolo en el huerto, se convierten, sin discusión alguna, en la réplica exacta de la pareja del Cantar de los Cantares. E. G. Fe 95: El que ha recibido la unción está en posesión del Todo: de la resurrección, de la luz, de la cruz, y del Espíritu Santo. El Padre le otorgó todo esto en la cámara nupcial1.
El Evangelio Gnóstico de Felipe avala lo que hemos venido insinuando con respecto a la unción. Pero lo que es más, asegura que la unción es superior al bautismo (Cf. E. G. Fe 95) y, en este sentido, María Magdalena deviene superior a Juan Bautista. Éste lo sumerge en el agua, pero ella lo unge. 5.5.4.
Crucifixión, muerte, sepultura y resurrección
No podría haber faltado –siendo ella quien lo acompaña desde el principio de su ministerio, quien lo ayuda con sus bienes, y de quien Jesús expulsa todos los espíritus inmundos, dejándola libre de toda adherencia impura; siendo ella la que lo unge y lo besa entre deliciosos aromas– la presencia de María Magdalena en los momentos más difíciles de Jesús. Es ella, en esos momentos, la figura de la más noble y torturada esposa que está junto a la cruz (Jn 19, 25), viendo morir a su señor. Mt 27, 55: Estaban allí muchas mujeres mirando de lejos, las cuales habían seguido a Jesús desde Galilea, sirviéndole, 56: entre las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo. 57: Cuando llegó la noche, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también había sido discípulo de Jesús. 58: Éste fue a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato mandó que se le diese el cuerpo. 59: Y tomando José el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia, 60: y lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en la peña; y después de hacer rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, se fue. 1
SANTOS OTERO, Aurelio de. Los evangelios apócrifos. Op cit. P. 404, 405.
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61: Y estaban allí María Magdalena, y la otra María, sentadas delante del sepulcro.
(V. a. Mc 15, 40-47; Lc 23, 49; 55-26; Jn 19, 25) Ella no sólo está en el momento de su crucifixión y muerte, sino que continúa allí en los instantes en que Jesús es sepultado e, inclusive, se infiere que le vela durante algún tiempo pues permanecen sentadas delante del sepulcro. Pero nótese que al comienzo había muchas mujeres (Mt 27, 55) –y María Magdalena está ahí–; luego, al nombrarse a las más notables1, el círculo se reduce –y María Magdalena está ahí–. Posiblemente, cuando el cuerpo va de camino al sepulcro, la mayoría de mujeres emprende camino para sus casas, de modo que sólo quedarán sus seres queridos más allegados; en efecto vemos que permanecen dos mujeres sentadas delante del sepulcro –y María Magdalena está ahí–. Por último, ella irá de camino al sepulcro para preparar el cuerpo con especias aromáticas y, finalmente, Jesús aparecerá sólo a una persona2 –y María Magdalena está ahí–. ¿Qué tiene esta mujer que le profesa un afecto preferente a Jesús? ¿Qué tiene esta mujer a quien Jesús le profesa una predilección única? Pues le aparece de primero por encima de seres queridos como su madre o sus hermanos; lo cual insinúa que siente un afecto especial por María Magdalena superior al que puede sentir por su madre, por algún otro ser querido o por alguno de sus discípulos (a los que aparece, pero en segundo término). Mc 16, 9: Habiendo, pues, resucitado Jesús por la mañana, el primer día de la semana, apareció primeramente a María Magdalena, de quien había echado siete demonios. 10: Yendo ella, lo hizo saber a los que habían estado con él, que estaban tristes y llorando.
Para entender un poco mejor propongamos un símil. En este sentido vamos a suponer que a usted lo declaran clínicamente muerto, y que todos los suyos así lo creen. Sin embargo, usted no está muerto realmente –de esto hemos sido testigos frecuentemente–, y vuelve a la vida. Y supongamos que tiene la posibilidad de comunicarle a una persona lo que le ha acontecido. ¿Cuál sería la primera persona a la que le comunicaría esta noticia? Nosotros creemos entender que esa persona sería a la que más amara. María, la madre de Jesús, y María, la tía de Jesús son también nombradas en este séquito en Jn 19, 25. 1
En Mt 28, 9 aparentemente Jesús aparece a las dos Marías al tiempo, si bien encontramos en Mc 16, 9 que apareció de primero a María Magdalena. En todo caso, si apareció a las dos al tiempo, esto agranda el protagonismo de María Magdalena pues es ella, según el pasaje de Juan, a quien se dirige. La otra María resulta, de algún modo, ignorada. 2
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Jn 20, 1: El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro.
(V. a. Mt 28, 1; Mc 16, 1-2; Lc 24, 1) Pareciera que María Magdalena no sólo es la última en velar el sepulcro, sino también la primera en ir a visitarlo –y la primera en descubrir la tumba vacía de Jesús–, el primer día de la semana, llevando especies aromáticas para ungirle –¿Para terminar la unción?– (Mc 16, 1; Lc 24, 1). Si bien es posible que hubiera ido acompañada (Mt 28, 1; Mc 16, 1; Lc 24, 1; 10); el papel de las otras mujeres es el de dolientes acompañantes y no hay inconsistencia en decir que fueron varias mujeres, o en afirmar que fue María, toda vez que es ella quien aparece encabezando el listado de mujeres y a quien parece haberle afectado profundamente la muerte de Jesús más que a nadie. Jn 20, 11: Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; 12: y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. 13: Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. 14. Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús. 15: Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. 16: Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro). 17: Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.
Cualquiera que no hubiera tenido formado un sistema previo de creencias diría que la que está llorando junto al sepulcro no es más que la viuda desconsolada de Jesús. Y, nuevamente, María Magdalena, caminando al huerto, preguntando por su Señor, se convierte en un émulo significativo de la mujer del Cantar de los cantares que busca desesperadamente a su amado, luego de haberle ungido1. Es además muy parecido al rito egipcio en que la torturada Isis busca a su esposo Osiris que ha sido muerto y cuyo cuerpo ha sido desmembrado. Finalmente Osiris resucita gracias a su esposa, misma que logra tener un hijo de éste luego de reunir todas las partes de su cuerpo 1
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Can 6, 1: ¿A dónde se ha ido tu amado, oh la más hermosa de todas las mujeres? ¿A dónde se apartó tu amado, Y lo buscaremos contigo? 2: Mi amado descendió a su huerto, a las eras de las especias, Para apacentar en los huertos, y para recoger los lirios.
Expresiones como “se han llevado a mi Señor” o “si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré” dicen bastante acerca de la cercanía entre los dos. Si bien es cierto que a Jesús le llaman Señor, y que su significado se asocia a maestro, patrono o esposo (Gn 18, 12; 1 Pe 3, 5-6) –inclusive, majestad–, diferente es el caso de María que, desconsolada, llorando por la pérdida de Jesús, no parece decir que se han llevado a su majestad o a su patrono. Gn 18, 11: Y Abraham y Sara eran viejos, de edad avanzada; y a Sara le había cesado ya la costumbre de las mujeres. 12: Se rió, pues, Sara entre sí, diciendo: ¿Después que he envejecido tendré deleite, siendo también mi señor ya viejo?
Las mismas palabas que utiliza Sara –mi señor– con respecto a su esposo Abraham, son utilizadas por María Magdalena para dirigirse a Jesús. Es cierto que estas palabras se utilizan en un contexto amplio y diverso, pero también es de toda verdad que eran usadas por las mujeres para dirigirse a su esposo. Y, en el caso de María Magdalena, ella parece asumir en este instante dicho papel con tanta vehemencia que, inclusive, parece muchísimo más desconsolada que la misma María, madre de Jesús; muchísimo más pendiente que cualquier otro familiar. No están ni siquiera sus seres queridos ni sus discípulos llorando a su maestro. Pero ella está ahí, preguntando por su Señor –yendo, nuevamente, en contra de la tradición–, entre sollozos, con un sentimiento y afecto evidentes1. Y hay más. Ella, al decir “si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré”, aparece con potestad sobre el cuerpo de Jesús –cosa que sólo le sería posible si fuera su familiar cercano–. Ella está dispuesta a llevarle a otro sitio donde pueda llorarlo y donde no corra peligro de que nadie lo remueva. (excepto el falo). Y esto resulta bastante interesante pues simboliza la unión sexual sin pasión sexual, o mejor, sin el desalojo de las aguas. Es notorio el hecho que ella, en su desespero, con el corazón traspasado de dolor, olvida en estos momentos la prohibición de una mujer judía para dirigirse a un extraño. Para ella, en ese momento no existe nada más importante, nada que lo ocupe todo, que el deseo de saber dónde está el cuerpo de Jesús. Su nueva violación de la tradición no la hace culpable, por el contrario, podemos decir incluso que ella ha hecho más de lo que se esperaría de una mujer judía con respecto a la pérdida de un ser querido. 1
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