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familiares queridos de Arjuna del Baghavad Gita1, contra los que debe pelear ayudado por Krishna (el Cristo Indostán); es decir, son nuestros propios parientes nacidos, tanto ellos como nosotros, de la simiente, nuestros errores psicológicos. En sentido hermético podemos asegurar, con respecto a Lucifer, que sus hijos son oscuros, aunque su padre es luminoso. Él es nuestro entrenador psicológico, el encargado de nuestro crecimiento interior mediante la experiencia vívida. Los dos opuestos no son más que partes de una misma cosa y, a su manera, ambos desempeñan una labor dentro del Plan. 4.5.1.
La serpiente
La serpiente realmente le dio al ser humano la posibilidad de estar a la altura de los dioses; paradójicamente es la serpiente quien aparece condenada y percibida como algo maligno. Es como si se hubiera entendido totalmente al contrario; la figura que privó al hombre de la sabiduría y de la inmortalidad es venerada como Dios, y la figura que abrió los ojos del hombre y le hizo conocedor de la sabiduría universal es repudiada y tildada como demonio. Evidentemente, si el hombre alcanza la sabiduría universal del bien y del mal y consigue la inmortalidad, ya no tiene nada que envidiar a los dioses, y aquellos devienen innecesarios. Si el hombre se convierte en un dios ya no necesita de Dios. No en vano las interpretaciones teológicas a las que hemos accedido con respecto a estos pasajes del Génesis provinieron de sacerdotes, de líderes religiosos. Éstos siempre sugieren, insinúan que el hombre necesita de Dios –lo cual no es más que una forma de crear una especie de dependencia–, que el hombre necesita de templos, iglesias, sinagogas, pontífices, intermediarios, ritos, sacramentos, etc. Pero es claro que todo eso es innecesario, que el hombre lo que necesita es el conocimiento (gnosis), la auto-iluminación. La serpiente es, entonces, un amigo del hombre, y no su enemigo. La serpiente conocía lo que sólo los dioses conocían –pero que habían ocultado–; la serpiente conocía lo que le estaba vedado al hombre; la serpiente conocía lo que las otras criaturas ignoraban, y así claramente lo evidencia el libro del Génesis. Gn 2, 16: Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; 17: mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás. Llama la atención que esos parientes sean los hijos del rey Dhritarashtra, hermano del Padre de Arjuna. 1
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Nótese que Dios le dice al hombre solamente una verdad a medias. Le dice que la ingesta del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal le causará la muerte, pero no le dice jamás que la ingesta de dicho fruto lo hará conocedor de la sabiduría universal, de la sapiencia del bien y del mal. Es un dios que oculta la verdad completa, que calla y, en cierto modo, hasta un Dios que engaña. Gn 3:1 Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?
Es extraño que la serpiente supiera acerca de la prohibición que Dios había hecho al hombre. Y es todavía más extraño por cuanto la prohibición fue hecha antes de que fueran creados los animales, al menos en forma física (Cf. Gn 2, 16-19). No trataremos aquí el modo mediante el cual habría tenido la serpiente este tipo de información, pero lo que sí parece claro es que el hombre no fue quien le participó de información tan sensible. Gn 3, 2: Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; 3: pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. 4: Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; 5: sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. 1
Si bien es verdad que, en el caso en que la serpiente se muestra conocedora de la prohibición que Dios hace al hombre con respecto de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, puede aducirse que habría sido informada por el hombre o por la mujer, no lo mismo puede decirse de esto último. La serpiente, en este punto, se nos muestra como la portadora de un El árbol de la ciencia del bien y del mal permite conocer el bien y el mal. Sin embargo, a excepción del sexo, no hay ningún otro fruto que, en si mismo nos permita conocer el bien y el mal. Mediante el sexo se puede generar vida, pero también se puede generar muerte; el sexo puede ser dignificante, pero también mediante él se puede degenerar en la forma más abyecta. Los homicidios, las masacres, las torturas, los odios, las iras, las vanidades, las codicias y, en síntesis, los crímenes más bajos y execrables, la maldad más exquisita que el hombre pueda conocer, acceder y practicar, no pudo, sin embargo, haberse dado en el Edén. No es algo que, al punto de practicarlo, les haga descubrir que están desnudos. Adán no asesinó ni torturó a Eva, no entraron en riña ni en discordia; es decir, ninguna maldad cometió el uno contra el otro. Sin embargo, una vez que acometieron su acto –que de hecho les resultó gratificante a los sentidos y ninguno de los dos se opone– se descubrieron desnudos y, en este sentido, es claro, explícito, el relato del Génesis. 1
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conocimiento superior, como la portadora del fuego iluminador, como la depositaria de un conocimiento al que sólo los dioses han tenido acceso. ¿Quién es esta serpiente que parece tener el conocimiento sólo accesible a Dios mismo? No parece ser un animal corriente, y hasta podremos dudar de que lo sea. Lo que Dios le ha ocultado al hombre, ella lo sabe. Ni el hombre ni la mujer saben de las consecuencias que traería comer del árbol de la ciencia del bien y del mal (o las saben, pero en forma parcial); sin embargo, la serpiente sí lo sabe. ¿De dónde obtuvo ella este tipo de conocimiento superior? La serpiente se nos parece, en este punto, a una especie de Prometeo encadenado (tildada de maligna y atada con grilletes a la piedra del vituperio) que ayuda al hombre (Hércules) a conseguir las manzanas doradas (a comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal) que conceden la inmortalidad (en este caso la sapiencia superior). El y ella (Prometeo y la serpiente) tienen la sabiduría, el conocimiento. Prometeo le da a Hércules la información precisa de cómo lograr conseguir las manzanas doradas del Jardín de las Hespérides, y la serpiente le proporciona información clasificada acerca del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal del Jardín del Edén. Prometeo, en la mitología griega, es condenado por llevarle el fuego a los hombres (la iluminación); y la serpiente, en la tradición occidental, es condenada por llevarles el conocimiento a los hombres (la sabiduría, la iluminación (por cuanto se abrieron los ojos, lo que implica que hubo luz, iluminación). Prometeo fue condenado a ser encadenado a una piedra, y la serpiente condenada a arrastrarse por la tierra (en ambos casos, el castigo es la sujeción a algo duro, árido, áspero). Pero todavía hay más similitudes. Prometeo en griego significa previsión. Y si notamos, en los pasajes del Génesis, dicha cualidad es perfectamente aplicable a la serpiente quien prevé lo que acontecerá si el hombre come del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. Ahora bien, no se puede desconocer que tanto Prometeo como la serpiente logran un gran bien y un gran mal –que no es intención ni de Prometeo ni de la serpiente, sino que se presenta más bien como represalia de los dioses–. Prometeo logra robarles el fuego a los dioses y llevárselo a la humanidad para que logre calentarse e iluminarse pero, como represalia Zeus crea a una mujer (Pandora) que abre un ánfora donde se encuentran todas las plagas, dolor, pobreza, etc., y Prometeo, a su vez, es encadenado a una piedra donde un águila se le come el hígado todos los días. La serpiente logra abrir los ojos de Adán y Eva –lo que puede interpretarse como que logró despertarles y sacarles del engaño (Cf. Gn 3, 5; 3, 7)– pero, como represalia, Dios expulsa a Adán y a Eva del paraíso (cabe señalar que en el texto bíblico pareciera atribuirse la culpa principal a la mujer, en lo que
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viene a ser una especie de Pandora abriendo el ánfora que desencadena todos los males). Por su parte, la serpiente es condenada a arrastrarse por la tierra, comiendo polvo todos los días de su vida. No se puede negar que, las similitudes son, cuando menos, notables. Ahora bien, al margen de todo ello, parece que la decisión que toma Eva, y posteriormente Adán, es la mejor, la más apropiada. Si el hombre y la mujer hubieran rechazado el consejo de la serpiente no hubieran logrado ser semejantes a los dioses en lo que respecta a la sapiencia del bien y del mal, sus ojos no hubieran sido abiertos y habrían vivido, puede que felices, pero en la ignorancia, engañados; serían como hijos subnormales, sin la sapiencia del bien y del mal. Por otro lado, no fue la serpiente la que sedujo a Eva; fue Dios el que ya los había seducido o, cuando menos, el que contribuyó en gran medida con la inquietud de Adán y Eva respecto de ese fruto prohibido; fue Dios el que comenzó todo, el que, en cierto modo, los desafió y, a menos de que esto fuera parte de su plan –así lo creemos–, su papel es ridículo y hasta la serpiente se muestra más inteligente y previsiva que el mismo Dios. En ese sentido, la serpiente ni siquiera es necesaria pues Dios ha hecho todo el trabajo el mismo y resulta claro que con prohibición o sin prohibición, con serpiente o sin serpiente, con Dios o sin Dios, Adán y Eva habrían comido de ese fruto tarde o temprano, no importa que el fruto hubiera estado en el centro o en la periferia. 4.5.2.
La desobediencia ¿pecado o virtud?
Promover a la desobediencia no siempre es nocivo. Lo obediencia y la desobediencia en sí mismas no son ni un pecado ni una virtud, sino que dependen de las circunstancias en que alguna de ellas aparezca. Un cuchillo en sí mismo no es bueno ni es malo, depende del uso que se haga de él. En el bien hay mucha maldad, y en la maldad hay mucha virtud. Es imposible que exista un bien perfecto o una maldad perfecta. La desobediencia no es buena ni mala, sino algo que puede llegar a ser bueno o malo. La obediencia no es buena ni mala, sino algo que puede llegar a ser bueno o malo. No sería bueno, por ejemplo, obedecer a alguien que nos ordena matar a uno de nuestros semejantes. En este orden de ideas es perfectamente posible comprender que, inclusive, los más excelsos códigos de ética y los más bellos postulados no tienen sentido. Una vez que se conoce el bien y el mal se debe ir más allá del bien y del mal. No podría ser bueno el padre al que vienen a violarle a sus hijos, limitándose él a decirle a los violadores: sigan hermanos, que Dios los bendiga. No podría ser malo el que le insinúa la idea de fuga al secuestrado, aun cuando eso implique desobedecer la orden de fugarse. En este sentido el
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tentador no debe ser concebido siempre en una forma negativa. Indiscutiblemente promover, inducir, promocionar ideas de insurrección, de liberación, por ejemplo, a una raza que permanece en estado de esclavitud, puede interpretarse como un tipo de tentación que no conviene a los intereses del esclavizador por cuanto los esclavos le pueden resultar de vital utilidad y hasta de entretenimiento. Sin embargo, a la postre, es beneficiosa para los seres humanos que, luego de la insurrección, se ven libres de su antiguo opresor, con capacidad de determinación y albedrío propios. Es decir, el rol de un tentador es siempre nocivo sólo para alguno de los dos bandos, de modo que el concepto de bien y mal deviene, inclusive, como circunstancial. La obediencia eterna no es una virtud, obedecer todo lo que se nos manda no es una virtud, sino el principio de la estupidez. La obediencia es el principio del fin del libre albedrio pues, aun cuando por voluntad propia se hubiera decidido obedecer, no se querrá obedecer todo. La obediencia marca la imposibilidad de formarse un destino propio, en forma autónoma. Es verdad que los hijos deben obedecer mientras estén en casa de los padres, pero ¿qué sucedería si esos padres le mandan prenderle candela al perro del vecino? ¿Qué sucedería si esos padres le impidieran ir a la escuela y adquirir conocimiento, saber quién es él, de donde viene y cuál es su destino? En ese sentido, Adán y Eva, privados de la posibilidad del conocimiento, están, en cierta forma, privados de su libertad, de su libertad de conocer. Ahora bien, si esos hijos se rehúsan al deseo de su padre de mantenerlos ignorantes y aceptan la dinámica de ir a la escuela (con todos los logros y dificultades que implica en sí misma) hacen un gran bien; sin embargo, si esos hijos, una vez que han pasado por la escuela y han aprendido la lección, deciden quedarse allí y repetir eternamente lo mismo ¿cómo podrían ser llamados? ¿No deberían volver a su casa y disfrutar de lo que legítimamente les corresponde? 4.5.3.
El Cristo Lucifer
Lucifer es el símbolo del más alto sacrificio pues, así como Prometeo se sacrifica por los hombres, del mismo modo la serpiente-Lucifer se sacrifica por Adán y Eva. Inclusive, es posible que ella no ignorara la maldición y el castigo que recibiría por ayudarlos, por abrirles los ojos y, al menos en lo que respecta al conocimiento del bien y del mal, hacerlos iguales a los dioses. La serpiente en muchas culturas, principalmente en Oriente1, es adorada como el animal más sabio. En la medicina, erguida sobre la vara, representa el símbolo del Caduceo de Mercurio, símbolo de vitalidad y de salud –un En la india, los dioses y diosas serpientes eran conocidos como nagas, y resulta curioso que la palabra en hebreo para serpiente sea najash. 1
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paralelo indiscutible a este símbolo lo encontramos en la serpiente ardiente y erguida sobre la vara que Dios le manda construir a Moisés (Nm 21, 8) para sanar a la gente–. Entre los mayas Quetzalcóatl es el dios-serpiente engullido por un águila, y no ha faltado la cultura o el pueblo que vea en la serpiente un principio creador y vivificador. El propio Jesús en Mt 10, 16 enseña: «sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas». En este sentido, la serpiente es nuestro propio Lucifer, el portador de la luz y el principio de la sabiduría. En efecto, Lucifer proviene etimológicamente del latín lux, que significa luz, y del latín ferro, o ferre, que significa llevar, portar, transportar. Lucifer, en estricto sentido, significa portador de luz, y halla su equivalente en el Prometeo griego, conocido por robar el fuego a los dioses para llevárselo a la humanidad y llamado también, en gran parte por este motivo, como el portador del fuego, es decir, el portador de la luz. Hemos visto ya el enorme paralelo que existe entre la serpiente del Edén y Prometeo, pero ahora se suma el hecho de que Lucifer puede ser también uno de los nombres de Prometeo –aun cuando, de acuerdo a la etimología, se muestre como nombre propio– y, asociado con el origen del mal, se muestra como una figura similar a la serpiente del Edén, asociada también como el origen del mal. Pero ¿es posible que la historia hubiera sido cambiada? En la actualidad Lucifer es generalmente asociado como uno de los nombres de Satanás, o del diablo –con lo que se convierte en eso mismo–, y la serpiente es tomada también como una personificación de Satanás, o del diablo. Sin embargo, en el comienzo no fue así. Como hemos visto, Lucifer y Prometeo son portadores de la luz. En el caso específico de Prometeo, el que le roba el fuego a los dioses para llevárselo a los hombres. Lucifer es el equivalente de Eósforo, o Fósforo –también conocido como Hespero, es decir, Venus, el lucero vespertino, aunque también fue asociado con el sol Sirio–. Hespero simboliza el lucero del atardecer y Eósforo, o Fósforo, simboliza el lucero del amanecer; sin embargo, sabemos que son lo mismo y que, inclusive, en la literatura son tratados en forma indistinta y, en algunos pasajes inclusive se afirma: Hespero es Fósforo. Fósforo-Hespero es el que nos trae el fuego, la luz del amanecer –y que es traducido al latín como Lucifer– representa al lucero que se ve de primero al amanecer y que pareciera arrastrar al sol, llevarlo, portarlo, transportarlo. Fósforo-Hespero es Venus, y es el mismo Lucifer, el portador de la luz, el mismo Prometeo, y la misma serpiente sabia del Edén. En muchos escritos se asocia a la serpiente con Lucifer y, en efecto, se señala que fue Lucifer quien sedujo a Eva. Lo cierto es que ni la serpiente del Edén –antes de ser castigada–, se arrastraba por la tierra, ni Lucifer –antes de ser castigado– se había precipitado al abismo, ni Prometeo –antes de ser castigado– había
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sido encadenado a una piedra. Los tres son benefactores de los hombres, los tres les llevan el conocimiento, el fuego, la luz a los hombres, y los tres, al parecer, son castigados y arrojados y postrados a la tierra, por ayudarlos. En el caso de Lucifer encontramos, en el texto bíblico, los siguientes relatos: Is 14, 12: ¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. 13: Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; 14: sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.
Lucero es realmente una traducción del latín Lucifer, de modo que la traducción correcta debió de ser: oh Lucifer, hijo de la mañana –en efecto, así aparece en la versión inglesa King James, o Biblia del rey Jacobo–. Lucifer, al parecer, quiere que nosotros nos convirtamos en dioses, pero ¿es realmente malo eliminar nuestra naturaleza de pecado y convertirnos en seres perfectos? ¿Es decir, convertirnos en seres perfectos, en seres semejantes a dioses? Y él mismo da ejemplo de ello. El delito de Lucifer es querer ser como Dios y luego, llevarle ese conocimiento a los hombres, un conocimiento superior que transforma la naturaleza imperfecta de los hombres en naturaleza divina. Sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal, expresa Lucifer a Eva, de modo que es innegable que el papel de Lucifer es el de llevarnos hacia Dios, no como seres ignorantes, sino como seres despiertos, como seres divinos. Pareciera ser este Lucifer una especie de entrenador que nos impele hacia la meta, hasta el punto de convertirnos en ángeles y presentarnos como dioses en la reunión de los dioses. Pero, o bien, parece que esto a Dios no le agrada y quiere ser el único –muestra rampante de un pensamiento dictatorial y opresor–, o bien, Lucifer desempeña un papel dentro del plan de Dios, resultando ser su más cercano colaborador. Asociado con el fuego, inclusive en los relatos bíblicos (Cf. Ez 28, 11-19), el papel de Lucifer es convertirnos en seres semejantes a los dioses. Esa semejanza se logra en dos vías: alcanzando el conocimiento del bien y del mal, y logrando la inmortalidad. Cuando se come del árbol de la ciencia del bien y del mal se conoce la otra parte del conocimiento. Adán y Eva antes sólo conocían el bien, pero ahora conocen adicionalmente el mal, y haber conocido el mal, en este caso, implica haber practicado el mal o, cuando menos, haber cometido la transgresión que se les había advertido que no cometieran. Para entender un poco mejor esto, propongamos un ejemplo: Un niño que hasta ahora no tiene mayor conocimiento de la existencia no sabe
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que el fuego quema. El hecho que ese niño no meta sus manos al fuego es bueno porque no se quemará; inclusive advertirle que el día que meta sus manos al fuego experimentará el dolor es bueno; sin embargo, a la vez todo esto es contraproducente pues no le permitirá a ese niño conocer la naturaleza del fuego, no le permitirá conocer el bien y el mal, no le permitirá una experiencia vívida; será un súbdito obediente, pero no será un sabio, no tendrá la sapiencia que sólo la experimentación de todas las fenomenologías de la existencia puede brindarle. En este sentido, si alguien le indica a ese niño que meta sus manos en el fuego, aunque lo podríamos identificar como alguien maligno, realmente lo que hace es abrirle los ojos, convertirlo en un ciudadano consciente. Pero en este punto nos encontramos con algo interesante: el que advierte que no meta las manos en el fuego porque el día que lo haga se quemará y experimentará el dolor, debe haber él mismo haberlas metido en el pasado, de otra forma no tendría la experiencia, el conocimiento y la autoridad para decirlo, para saberlo. Y esto mismo aplica para el Dios que hace la advertencia a Adán y a Eva que, inclusive, sabe que el paso siguiente para ser semejante a los dioses es comer del árbol de la vida; lo que claramente nos muestra que conoce los mapas del camino, la ruta concreta, específica. Pero la serpiente también conoce los mapas del camino, y les lleva el fuego a los hombres. La serpiente-Lucifer es el primer iniciador, el primer gurú, el primer maestro, el primer liberador, el primer salvador. La serpiente es Luzbel, que quiere decir luz bella. La serpiente es venerada como el animal más sabio –y Jesús les aconseja a sus discípulos ser prudentes como serpientes (Mt 10, 16)–. La serpiente es Prometeo que, una vez que logra llevar el fuego a los hombres e iluminarlos, es maldecido por Zeus (Deus, Dios) y encadenado a una roca hasta que Hércules logra liberarle. No es un secreto que Hércules, en la tradición alquímica, viene a representar al Cristo íntimo. En este sentido, el Cristo viene a ser el liberador de Prometeo con lo que, de paso, se convierte en el nuevo héroe, en el nuevo portador del fuego, en el nuevo lucero de la mañana. Lucifer, como portador del fuego –así lo reconoce también San Jerónimo en su traducción de la Vulgata en el pasaje de Is 14, 12–, era un epíteto del planeta Venus por cuanto es posible ver muy brillante a este astro sobre el horizonte al momento del amanecer, arrastrando tras de sí el fuego del sol. Todavía en el siglo VII d. C. esta relación se mantiene y nada evoca la presencia de un ente maligno, tal como se colige de un texto de Isidoro de Sevilla referido a los nombres de la semana, y en el que se lee: ... Sextum (diem) a Veneris stella, quae Luciferum appellaverunt, quae inter omnes stellas plurimum lucis habet. Esto es: El sexto (día) a par-
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tir de la estrella de Venus, que llamaron Lucifer, que entre todas las estrellas tiene el máximo de luz1.
Parece que en algunas comunidades cristianas primitivas Lucifer no era tampoco ningún símbolo de maldad y, muy al contrario, se le emplea como un epíteto para referirse a Cristo, que era considerado el portador de la luz. Muestra de ello es el pasaje del poeta cristiano Prudencio en el que exclama: tu, cura dei, facies quoque Christi, addubitas ne te tuus umquam deserat auctor? ne trepidate, homines; uitae dator et dator escae est. quaerite luciferum caelesti dogmate pastum, qui spem multiplicans alat inuitiabilis aeui.2
Es decir: Tu, preocupación de Dios, también rostro de Cristo, ¿dudas acaso de que te abandone alguna vez tu creador? No tembléis, hombres; el dador de la vida es también el dador de su alimento. Buscad a Lucifer, el alimento del dogma celeste, para que multiplicando vuestra esperanza la alimente de vida incorruptible.
La situación es clara: Cristo, como portador de la luz, es el mismo Lucifer. Entre los cristianos primitivos Cristo no podía ser comprendido sino a través de Lucifer. En efecto, para ellos Cristo era percibido como la serpiente del Génesis toda vez que, al igual que ella, volvía por segunda vez al mundo a traer el conocimiento y el fuego de la emancipación; toda vez que, al igual que ella, volvía a estar erguida (en la cruz), consiguiendo libertarse de las leyes del universo y convertirse en Dios. La serpiente es la sombra luminosa del Cristo (y es él mismo). Lucifer es la sombra luminosa de Cristo (y es él mismo). Cristo es el nuevo héroe solar, el nuevo portador del fuego, el nuevo Lucero de la mañana, y así parece decirlo él mismo a manos del escritor del Apocalipsis cuando expresa: Ap 22, 16: Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. 17: Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana. 1
SEVILLA, Isidoro de. Origines, 5. [Recurso en línea].
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PRUDENCIO. Psychomachia, 622 - 626.
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(V. a. 2 Pe 1, 19; Ap 2, 26-28). Es evidente que la estrella resplandeciente de la mañana es Venus, el portador del fuego, el mismo Lucifer, es decir, Eósforo, el portador de la luz que puede y debe ser traducido al latín como Lucifer. Jesús, en este sentido, puede ser asimilado como el Cristo-Lucifer, símbolo del que se levantó desde las profundidades a donde había sido abatido, y se elevó a lo más alto de los cielos, consiguiendo, por fin, ser igual a los dioses y, convirtiéndose, por lo tanto, en un Dios. Jesús, en este sentido, puede ser asimilado como el CristoLucifer que nos muestra el camino para ser como los dioses, y él mismo señala dioses sois (Jn 10, 35). Él es el que es izado como la serpiente de Moisés sobre la vara, él es la serpiente erguida, la serpiente ardiente que logra convertirse en Dios y nos enseña el camino para lograrlo, siendo como él, convirtiéndonos en serpientes erguidas, en serpientes ardientes izadas sobre la vara. Jesús, el nuevo Cristo, logra liberar a Lucifer de su ardua labor y él se convierte en el nuevo portador del fuego, en el nuevo iluminador del mundo; él es el nuevo Hércules que libera a Prometeo-Lucifer, y que logra apoderarse de las manzanas del jardín de las Hespérides que conceden la inmortalidad. Jesús es el nuevo Cristo-Lucifer que consigue la inmortalidad, el nuevo iluminador del mundo. Ahora es posible comprender por qué Jesús llama la atención sobre el hecho de que somos dioses. Él logró convertirse en Dios y, su tarea es que nosotros seamos como él y que «todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Ef 4, 13), lo que en otras palabras significa: hasta que todos nos convirtamos en Christós. Él es Cristo-Lucifer1 y su tarea es, en principio, ser él semejante a los dioses, y luego darnos el conocimiento que nos permita también a nosotros ser semejantes a los dioses, esto es: ser como los dioses. Lo que quiere Lucifer es que nosotros con convirtamos también en Lucifer, es decir: que dejemos de ser la sombra vacua que somos y que nos convirtamos en luceros resplandecientes de la mañana; que nos convirtamos en serpientes erguidas, y que dejemos de ser la serpiente que se arrastra por la tierra, símbolo de la maldad y de la caída edénica. A Jesús, como hombre dios, en la India le llamarían najash, es decir, el dios-serpiente, la serpiente de fuego erguida e izada sobre la vara (Cf. Nm 21, 8). Lucifer es el portador de la luz, y más que eso, el contenedor de la luz. Es preciso contener el fuego. El fuego nace el agua, es preciso contener el agua, La antigua serpiente erguida que, en su aspecto positivo, es una reflexión del Logos (Verbo) y, en su aspecto negativo, un símbolo del adversario. 1
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no derramarla. Si botamos el agua-fuego no podremos ser portadores de ese fuego, no podremos ser Lucifer, no podremos convertirnos en la luz del mundo. Si el hombre no hubiera comido del fruto prohibido se hubiera mantenido en estado de pureza y de inocencia y se habría elevado al reino angélico, pero sin la sapiencia del bien y del mal; habría sido para Jehová como los dedos con respecto al cerebro, pero sin ningún mérito ni iluminación interior. Y quizás de nada habría servido porque tarde o temprano vendría la caída angélica por cuanto es un hombre ingenuo que no ha experimentado ni comprobado, que no ha metido sus manos en el fuego para verificar por sí mismo y adquirir la sapiencia, la experiencia que queda grabada con carbones encendidos en el fondo mismo de la conciencia. En ese sentido, el consejo que la serpiente le brinda a Adán y a Eva es perfectamente bueno, válido, y todavía más, hasta podemos afirmar que la orientación que la serpiente-Lucifer les da a Adán y a Eva es, en efecto, el comienzo de una religión verdadera, una religión en la que el ser humano propende por ser semejante a Dios. Por contraposición, lo que Dios les dice es el principio de la esclavitud, es la sujeción del ser humano a la voluntad de un tercero y el principio de la ignorancia. Por fortuna, en este punto aparece Lucifer portando el fuego, iluminando la mente de los hombres y abriéndoles los ojos. La serpiente-Lucifer es el primer salvador del mundo, la serpienteLucifer salva a los hombres de la esclavitud, de la ignorancia y de la estupidez eterna. Esa no fue la caída original, sino el despertar original. Existe un tipo de transgresión, pero esa transgresión despierta del sueño hipnótico y los hace conocedores del bien y del mal, no para que se queden en el mal, sino para que se hagan como dioses, más allá del bien y del mal, para que conozcan lo malo de lo bueno y lo bueno de lo malo. La serpiente, a todas luces, no es nada maligno, y nada indica que lo sea si hasta el mismo Dios, cuando ha terminado de hacer su creación –incluida la serpiente–, vio que era bueno (Gn 1, 24-25). De modo que la actuación de la serpiente no es sospechosa, cómo sí lo puede ser el comportamiento de Dios. Una lectura desprevenida del relato del Génesis nos permite inferir una conducta muy extraña por parte suya; es como si él intentara mantener a Adán y a Eva en un estado de sumisión perpetua, en un estado de ignorancia permanente. Es verdad que les proveyó de ciertos conocimientos, pero es como si quisiera que ellos tuvieran un conocimiento restringido, negándoles la posibilidad de tener un conocimiento universal, una sabiduría completa, impidiéndoles llegar a ser algún día como los dioses. Sin embargo, podemos inferir que la actuación de la serpiente, en este punto de la narración, los salvó de esa ignorancia, les abrió los ojos y les hizo ver la luz. La serpiente es el
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