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Mercado Super Rayo en Bogotá
Fotos: cortesía Alejandro Villate
Por Hernando Vargas Caicedo
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En pleno auge de las cáscaras en concreto, los ingenieros colombianos supieron apropiar los avances en ingeniería estructural de su época y, sobre todo, innovar gracias a la experimentación técnica y de materiales. Esta obra, construida en 1955, da cuenta de la evolución tanto de los retos como de las soluciones arquitectónicas para cubrir grandes superficies.
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ara los académicos de las estructuras, los logros de un constructor exitoso están marcados por tres limitaciones: las propiedades de los materiales disponibles, las técnicas constructivas –que deben resultar prácticas y económicas–; y la creatividad para aplicar su talento, es decir, su conocimiento, experiencia e intuición. La bóveda de concreto aligerada con bloques cerámicos que Guillermo González Zuleta diseñó en 1954 para cubrir el Mercado Super Rayo, hoy Carulla Calle 63, se destaca por resolver esos tres factores y por su experimentación técnica. Este texto reúne y actualiza, por primera vez en un único artículo, los documentos que fueron publicados tras la construcción de este proyecto bogotano, con el fin de ubicar la obra y sus antecedentes, examinar sus características y advertir sobre las lecciones aprendidas.
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La historia
Reinventando las cúpulas Después del paradigmático Panteón de Agripa, membrana casetonada de hormigón sin refuerzos; la cúpula de Hagia Sophia, aligerada con ladrillos especiales de Rodas; o el domo de Brunelleschi en Florencia, de ladrillos y refuerzos metálicos, la historia de la arquitectura presenta varios ejemplos de atrevidas cúpulas, muchas de ellas adelantadas a las técnicas existentes en su época. Tal es el caso del diseño de Boullée, en 1785, para el monumento a Newton, con su gran esfera de 400 pies de alto, inspirada en los grabados de Piranesi y Mylne. Asimismo, los antiguos baños romanos, como los de Caracalla y Diocleciano, con sus grandes abovedados y sus ventanas termales, sirvieron de inspiración en el neoclasicismo. Más adelante, durante la Revolución Industrial, se presentaron dificultades constructivas: los domos –cada vez más grandes– pasaron de formarse sobre entramados de madera a utilizar el metal para resolver problemas de peso y empujes. Y en los siglos XIX y XX –gracias a un conjunto de avances científicos, materiales y mecánicos en ingeniería estructural–, se fijaron límites a los diseños con respecto a los códigos, las prácticas comunes y las formulaciones matemáticas disponibles.
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Evolución en cubiertas para mercados Mercados en la Edad Media, como las Lonjas, se cubrían con arcos de piedra apuntados aunque eran más comunes los grandes entramados de madera, como los empleados en los Países Bajos. Los primeros domos de vidrio y hierro, por su parte, tuvieron lugar en París en conjuntos de edificios y circulaciones de cubiertas acristaladas, como La Halle aux Blés (1809) y Les Halles Centrales (1853). Posteriormente, los edificios metálicos industrializados permitieron disponer de edificios de mercado por catálogo, como los importados a ciudades brasileñas y, en el caso colombiano, como el del mercado de Las Cruces, construido en Bogotá en 1924 por la Casa Ulen. Con la invención del concreto armado a mediados del siglo XIX se apuntaron nuevas posibilidades técnicas y formales para los abovedados. Prueba de ello son los grandes arcos parabólicos en los que se apoya la bóveda de 67 m de diámetro del gran salón del Centenario en Breslau (1913) –ciudad de nacimiento de Leopoldo Rother–. Esta gran cúpula pesaba dos tercios de la de San Pedro, con una luz 1,5 veces mayor que la romana.
En la historia de las membranas en concreto también se destacan los trabajos de Dischinger y Finsterwalder. Franz Dischinger (1887-1953), de la firma alemana Dyckerhoff & Widmann, es considerado el padre de las cáscaras en concreto por su sistema ZeissDywidag (1923), con el cual inició una serie de prototipos, pruebas experimentales y desarrollos analíticos de la teoría de membranas. Para el planetario de Jena (1926), la cúpula Zeiss-Dywidag que cubría 25 m con 6 cm de espesor, estaba armada mediante entramado de barras de acero y conformada por concreto proyectado o gunitado usando formaleta móvil interior. Posteriormente, su pupilo Ulrich Finsterwalder (1897-1988) realizó trabajos de bóvedas cilíndricas en los mercados de Fráncfort (1927), Budapest (1930) y Colonia (1937). Como obra mayúscula de esta etapa sobrevive el gran mercado de Leipzig (1929), donde Dischinger diseñó domos nervados y rebajados que cubrían un área de 238 x 76 m con una membrana de 10 cm de espesor. Allí se hicieron ensayos sobre maqueta en lámina a escala de 1:60.
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Este periodo de entusiasmo con el hormigón en cáscaras tiene entre sus hitos experimentaciones como los mercados de Reims (1928) –con su bóveda cilíndrica–, de Basilea y de Algeciras (1933). Este último, trabajo de Torroja, emplea membranas delgadas en cúpula laminar sin apoyos externos de 47,8 m de diámetro y 9 cm de espesor en zona central sobre ocho pilares periféricos.
Referentes de cáscaras en Colombia En el país, las cubiertas en concreto comienzan con la galería de Armenia –de la década de los 30 y diseñada por constructores italianos–, y con las visionarias propuestas de Leopoldo Rother para varios edificios universitarios y nacionales. Así, pequeñas piscinas de cubiertas abovedadas, la imprenta y el estadio de la Ciudad Universitaria son antecedentes de su pionero uso en Colombia. En esta línea, las bóvedas cilíndricas que diseñara en la Sección de Edificios Nacionales para el clásico mercado de Girardot, con el equipo de José Antonio Parra y Guillermo González Zuleta, resultan emblemáticas para la ingeniería nacional. Sus 198 membranas –de 7 m de largo, 2,5 m de ancho y 5 cm de espesor– demostraron la corrección de la propuesta de un gran paraguas apoyado sobre esbeltas columnas en V para un clima tropical y el valor de experimentar localmente. A principios de los 50, Bruno Violi, pupilo de Eric Honneger, autor de cubiertas abovedadas en Suiza, fue uno de los propulsores de las membranas, como lo demuestran sus obras para los apergolados del mercado de Fusagasugá y las cubiertas curvadas en casas y talleres, como el de Volkswagen, cuya estructura diseñara González Zuleta. En el proyecto del Teatro de La Comedia, sobre la Calle 63 en Bogotá (1953), el arquitecto Jorge Gaitán Cortés desarrolló un diseño para un espacio predial reducido acudiendo a tres niveles para público, bajo una cubierta abovedada general. En esta obra, González Zuleta diseñó una mem-
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brana de cubierta basada en doble curvatura y conformada por ladrillos cerámicos, especialmente fabricados por la Ladrillera San Cristóbal, propiedad de la familia Gaitán. Estos originales ladrillos, prensados y cocidos, tenían forma cuadrada con un cilindro en su centro, el cual permitía pasar por las cuatro caras externas un
sistema cruzado de armaduras de acero de refuerzo en dos direcciones, formando así una cerámica armada, sistema estructural muy delgado y liviano que en forma de arco funciona eficazmente para salvar el vano intermedio. El ladrillo sombrero es visible desde el interior del teatro y contribuye a la acústica del recinto.
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Super Rayo, gran cúpula sobre planta cuadrada El mercado en la esquina de la Carrera Séptima con Calle 63, de los arquitectos Francisco Pizano y Roberto Rodríguez, fue la primera edificación construida específicamente para un supermercado en Bogotá. Francisco Pizano había desarrollado anteriormente proyectos con cáscaras, como el Centro Cívico de Venadillo (1948) y varias casas de la época, combinando concreto y rasillas como unidades cerámicas que aportaban acabado inferior y resistencia mecánica a los abovedados. Roberto Rodríguez construyó su propia casa con este tipo de entrepisos y cubiertas. Ya existían en la capital otras edificaciones exclusivas para mercados, como las de Carulla, pero correspondían a tipos arquitectónicos y estructurales tradicionales. Super Rayo fue el primero en Bogotá
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y tuvo a inversionistas bolivianos como promotores. Por su bóveda de doble curvatura, fue considerada localmente una de las estructuras laminares más grandes, complejas e innovadoras en ese contexto. Aunque la primera opción para encargar el desarrollo del proyecto fue la firma Cuéllar Serrano Gómez, esta no se interesó en el proyecto por su pequeña escala. Debido a su experiencia en membranas, voladizos y en las últimas técnicas del concreto, se eligió entonces al ingeniero Guillermo González Zuleta como diseñador estructural del proyecto. La firma Pizano, Pradilla y Caro se encargó de la construcción.
Detalles de la estructura La zonificación del edificio –en cuatro partes– era apropiada para un mercado: en la primera parte se encontraban los cuartos fríos para alimentos, las zonas de lavado,
corte y empaque, y el área de descargue; en la segunda, el supermercado, que funcionaba por medio de autoservicio a través de circulación para entrada y salida del público a través de las cajas de pago; en la tercera, el almacén de miscelánea; y en la cuarta, el restaurante con acceso desde el interior. Para conseguir la claridad de la zonificación del programa y alcanzar la diafanidad en su espacio interior, se enfrentó el reto técnico de la cubierta. Las bóvedas en concreto de doble curvatura salvando luz de 22,5 m descansan en cuatro columnas de sección plegada, inclinadas, situadas en las esquinas. Este sistema está atirantado horizontalmente mediante cuadrilátero de vigas en concreto, resistiendo el peso de la cáscara de 5 cm de espesor. Con pobres condiciones del subsuelo, esto concentraba las cargas en esos puntos y favorecía el uso de un pilotaje económico.
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Bajo la bóveda, en concreto abuzardado, se aprecia la huella de los aligeramientos en ladrillo hueco que González Zuleta dispuso en la cáscara, una de sus exploraciones en la construcción de membranas como las que levantara para el Mercado del Centro Urbano Antonio Nariño, el Teatro Cádiz, el paddock de Hipotecho o los talleres de Volkswagen –obras singulares de la primera mitad de los 50, cuando se adelantaba a lo que Dieste propondría posteriormente en sus estructuras cerámicas–. Además de la importancia de la bóveda, los arquitectos resolvieron detalles con temáticas de la modernidad, como los calados prefabricados en concreto, ubicados en la parte superior de las vitrinas inclinadas –intactos hasta hoy–. En la actualidad, luego de las remodelaciones hechas en las décadas de los 70 y 80 y de las adecuaciones que la cadena propietaria hizo cuando adquirió la superficie en 2001, la estructura abovedada del espacio central se conserva. Sin embargo, de las claraboyas que la perforaban hoy cuelgan luminarias que proveen luz artificial a la estructura; también fueron retirados volúmenes del segundo piso y varios elementos escultóricos que han dado como resultado la apariencia actual del edificio, libre de elementos formales y volumétricos ajenos al diseño original del mercado. Tras el Super Rayo, otras obras continuarían su estela innovadora. Esguerra y Parma diseñarían la elegante bóveda de la sala de lectura de la Biblioteca Luis Ángel Arango en 1958, con envigados reticulares y óculos de iluminación en vano de 25 m. Candela –que proyectaría en sus mercados de Coyoacán, Azcapotzalco y Anahuac–, hizo lo propio en la plaza de mercado Santa Elena (1961) en Cali con una cubierta en cáscaras delgadas. En 1969, Parma diseñaría la cúpula del Planetario de Bogotá para construirse como cáscara en concreto reforzado con el método de lagunita y entramado reticular de refuerzo, de la técnica Zeiss-Dywidag, para luz de 25 m.
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Finalmente, con el creciente costo de encofrados y trabajo, en todo el mundo se vería desde principios de 1960 un decaimiento en las cáscaras en concreto hasta su virtual desaparición.
Hernando Vargas Caicedo Profesor titular en los departamentos de Arquitectura e Ingeniería Civil Ambiental, en la Universidad de los Andes.
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