El Último Extranjero Juan Núñez
T i t u l o O r i g i n a l : E l ú l t i m o ext ra n j e ro : P a r te I I : Reconocimiento Primera edición digital internacional: noviembre 2021 D.R.C. 2021 Juan Núñez Fotografía de portada Parte II: Ami Vitale Fotografía de imagen interior: David McEachan Diseño de portada: Juan Núñez Comentarios sobre la edición y el contenido de este libro a: leitpad@gmail.com Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita del autor del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía, el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares de la misma mediante alquiler o préstamo públicos.
V —No tenía idea —dijo Dolores, acomodando su largo abrigo peludo—. ¿Por qué no me avisaste que volvías? —Supongo que debí hacerlo —respondió Antonio, acomodando su chamarra y colocando sus manos dentro de sus bolsillos, contrayendo un poco los hombros—. Después de todo, somos novios. —Toño… —¿Qué pasa? Dolores dirigió la mirada hacia abajo. Hizo una leve mueca con su boca y siguió: —No esperabas que después de tantos años, todavía, tú y yo… —¿De qué hablas? Lo prometimos antes de que me fuera. Nos prometimos todo. —Lo sé… sé que nos prometimos muchas cosas antes de irte. Y de verdad lo intenté, pero honestamente no creí que volverías. —¿Hay alguien más? ¿De quién te enamoraste? —¡¿Alguien más?! Toño, apenas y tengo tiempo de resolver mis asuntos como para dedicarle tiempo a alguien más — Antonio se quedó quieto, con la mirada clavada en los ojos de ella, esperando otra respuesta—. No hay nadie más. No al menos en los últimos cinco años… ¿Podemos ir a otro lugar? Para ponernos al tanto. —Allá con Alex podemos ir —dijo Antonio, señalando hacia Doña Rosenda. —No, preferiría algo un poco más tranquilo. Antonio asintió y comenzaron a caminar cuesta abajo, dejando el templo de La Cruz a sus espaldas. A medida que avanzaban y por momentos, las calles del centro histórico queretano dejaban ver todo su esplendor. La noche se sentía
húmeda, como si en cualquier momento empezara a llover, y eso hacía que ciertas ventiscas se escabulleran por las calles, andadores y jardines. Pero, aun así, y a pesar de que a Antonio le desbordaban unas ganas enormes de saber que estaba pasando realmente, o de terminar de comprender todo, no dijo ni una palabra. Lo mismo con Dolores. Anduvieron por toda la Avenida Reforma, se metieron por algunos andadores y llegaron hasta la Avenida 5 de mayo, la cual estaba llena de bares y cafés, pero llegando a una calle llamada Rio de la Loza, el ambiente alcohólico desaparecía para llenarse de silencio al costado de un café llamado Hub Cultural Neblinas. —Aquí está bien —señaló ella, adentrándose rápidamente al lugar y pidiendo una mesa en la terraza. La chica que estaba de hostess los encaminó rápidamente. Fueron hasta la parte trasera del lugar y después de subir por unas estrechas escaleras de piedra, pintadas de verde, por fin llegaron. Antonio pidió de inmediato dos cafés luego de que tomaron sus asientos. Desde ese lugar se podía ver gran parte del centro histórico, con sus luces y con la prominente lluvia que se avecinaba a lo lejos. —No sé ni por dónde empezar —dijo Antonio—. Admito que se siente extraño. Como si apenas nos estuviéramos conociendo. —Me siento de la misma manera —respondió María—, pero bueno, puedes empezar contándome que hiciste en estos diez años… —No mucho, he de decir. La mayoría del tiempo la viví entre balas; recargando el arma y durmiendo en el suelo. —Eso no suena nada divertido. —No lo fue, tanto, pero en verdad me gustaba. Viajé muchísimo con mi unidad. Estuvimos mucho tiempo con las comunidades de Oaxaca, Tabasco y Quintana Roo. Después de eso fuimos a África. Desde Sudáfrica, Nigeria, hasta Kenia. —¿Y qué es lo que hacían realmente?
—Nuestras misiones siempre eran de protección. A veces protegíamos políticos, otras veces comunidades, también tribus. Alguno que otro diplomático. El ultimo que protegí fue a Sudán, el ultimo rinoceronte blanco del mundo. —Vi algo de eso en Facebook. Al parecer lo protegieron bastante bien. Vi muchas fotos de ti y de cómo reconocían el valor que pusiste a la hora de protegerlo. —Creo que hasta cierto punto me lo tomé personal. No me imagino como se debe sentir ser el último de tu especie. A veces me siento así. Como si no perteneciera a ningún lugar. Y más ahora, justo aquí. Contigo. —No digas eso. —¿Por qué? —Yo no soy un lugar al que puedas ir. —Al menos era gran parte de lo que me daba fuerza cuando estaba en el campo de batalla. Pensar en ti era lo único que me mantenía en pie. Tú y la esperanza de volverte a ver algún día. —¿Y por qué no volviste antes? En ese momento, una mesera apareció en el lugar con los dos cafés; era un par de tazas de porcelana de color blanco que en su cima el vapor humeaba hasta desaparecer en el cielo. —No sé cómo responder a eso —respondió Antonio, poniéndole una cucharada de azúcar a su café y revolviéndolo con la pequeña cuchara de metal—. Ganas de verte sí tenía, pero creo que era más mi miedo de volver y vivir justo esto que está pasando. —¿Qué? —Que ya no me amas. O que ya no tenemos una relación. —Al estar aquí no pretendo consolarte, Toño, pero debes saber que sí te esperé por mucho tiempo. Pero cuando dejaste de escribir, o de enviarme fotos de donde estabas, comencé a pensar que habías encontrado a alguien más. El duelo no fue
fácil, pero logré salir de ahí. Incluso te envié más mensajes, pero no recibí respuesta. Supuse que tu habías dejado de amarme. O peor aún, que habías muerto. —Lo lamento. No supe cómo responder después. Te sentía tan lejana que de alguna forma sentía que te estaba molestando. —Me hubiera gustado recibir alguna respuesta. Creo que lo merezco. Así que dime la verdad. ¿Hay alguien más en tu vida? —Nadie más. Te lo juro... ¿Qué hay de ti? —Actualmente no, pero sí mantuve una relación de dos años con alguien… si te sirve de consuelo, nunca lo amé. Creo que lo hice solo para olvidarte. —Entonces… si ahora estamos aquí. Yo soltero, tú soltera… creo que… —No, Toño. No funciona así. No para mí. No quiero sonar grosera, ni mucho menos quiero que pienses que he dejado de amarte, pero no quiero una relación ahora. Tengo la cabeza en muchas otras cosas. —Supongo entonces que no volveré a casa contigo. Dolores se detuvo, reflexionó mientras la lluvia comenzaba a caer y entonces dijo: —Solo por hoy —lo miró a los ojos, al mismo tiempo inspeccionando cada detalle de su rostro—. No pienses que dormiremos en la misma cama, por supuesto. Antonio asintió y partieron del café, sincronizándose casi fortuitamente con la llegada de la lluvia.
VI El trayecto al departamento de Dolores fue rápido. Una vez que estuvieron en la calle, ella ya estaba pidiendo un servicio de automóvil desde el celular. Desde el inicio, Antonio reconoció muchas cosas a su alrededor. Desde el camino por las calles llenas de tráfico del centro, hasta los locales de ropa que estaban en la calle. Realmente el departamento no estaba lejos de donde estaban con anterioridad, pero el mismo flujo lento del centro los detuvo un poco. Al llegar a la Avenida Juárez, Antonio divisó la entrada al departamento, que era una puerta de metal, vieja y corroída, deslavada y con un tono verde muy oscuro. Después de subir unas escaleras de madera, igual de viejas que el edificio y la puerta, por fin llegaron al departamento. En lo alto del marco de la entrada se podía ver el número 5, hecho de fierro y con un color grisáceo. Una vez adentro, Antonio no dejó de ver las paredes y los detalles que quizás, cuando vivió ahí, no notaba con tanto entusiasmo. A pesar de estar ahí con Dolores, en el mismo lugar que compartieron por un tiempo, él no dejaba de sentirse como una sombra, o una silueta, en medio del fondo blanco de las paredes. —Veo que cambiaste la pintura —dijo Antonio, al momento en el que Dolores encendió la luz—. ¿No te parece que se puede marcar más la mugre? El color blanco nunca ha sido una opción para los interiores. —Justo por eso lo cambié —respondió ella, caminando hacia la cocina—. No es como que haya mucha gente aquí que pueda manchar las paredes. Además, se ve lindo. ¿Quieres un poco de café? —Por favor —contestó él, al mismo tiempo que pasaba su mirada especuladora por todo el lugar, remarcando su silueta negra—. También quitaste los viejos cuadros. Y el sillón es
diferente. Pareciera que es otro lugar. No es nada parecido a como lo recuerdo. —Eso es parte de los cambios —señaló ella, acercándose a la mesa, con dos tazas humeantes en su mano—. La idea es deshacerse de todo lo anterior para dar paso a lo nuevo. Antonio se quedó callado. Luego se acercó a la mesa. Sostuvo su taza de café y le dio un sorbo pequeño. Luego una de las ventanas, que daba salida a un pequeño balcón, llamó su atención también: —¿Dejaste los sillones afuera? —No. Los remplacé por dos sillas de metal. Esos sillones se volvieron viejos. Y con las lluvias se ponían peor. Comenzaron a apestar a humedad. —¿Y si nos tomamos el café ahí afuera? Dolores asintió. Tomó su taza también y caminó hacia el sitio. Al abrir la ventana un leve rechinido perturbó el silencio. —Cambiaste absolutamente todo —señaló Antonio, sentándose en una de las sillas—, menos esos viejos marcos de metal. ¿Por qué? —Una parte también de los cambios es la de saber escoger tus batallas. Y la batalla contra esas madres oxidadas no era una batalla que me diera tiempo de lidiar. Dolores entonces se sentó también. Los dos dejaron sus tazas en una mesa pequeña y circular, ubicada justo en medio de los dos. Ahí también estaba un cenicero grande y de cristal. Al verlo, ambos encendieron un cigarrillo. —A decir verdad —comenzó a decir Antonio, al momento de ver el bullicio de la calle debajo de ellos—, extrañaba estas vistas. —¿Ya pensaste donde te quedarás? —La verdad es que no lo he pensado mucho. No tengo realmente a donde ir. Podría vivir en las calles, nunca me ha molestado el centro por las noches. ¿Recuerdas ese lugar donde suelen dormir los inmigrantes? Podría ir ahí.
—Si eso fue un chiste, fue de muy mal gusto. —Lo lamento —añadió Antonio, al momento de ver como un adolescente golpeaba a un niño, muy cerca de un callejón —. No pretendía ofenderlos. —Y eso suena sarcástico. En ese momento los dos les dieron una bocanada larga y profunda a sus cigarrillos. —¿Qué me recomiendas? —En el piso de abajo están rentando algunos cuartos. Quizás puedan ser una opción momentánea. Puedo mandarle un mensaje al dueño del edificio y mañana lo ves. —No estaría mal. A partir de ese momento los dos se quedaron callados. Se dedicaron a fumar y a tomar sus cafés y una vez que terminaron, el frio de la lluvia los hizo entrar rápidamente de nuevo. —¿En dónde puedo dormir? Dolores caminó hacia el comedor y movió unas sillas. Cuatro en total. —Bromeas, ¿no? Parece más cómodo el sillón. —No te dejaré dormir en el sillón. No esta como para que se maltrate. Además de que solo será esta noche. Imagina que es el 2022, y vas llegando de una fiesta. Hace diez años pareciera que no te importaba dormir incluso en el suelo, o en las calles, como dijiste —Antonio no replicó, pero meditaba las palabras que acababa de recibir y sin darse cuenta, Dolores apareció de nuevo con un par de cobijas y una almohada—. Es todo lo que puedo ofrecerte. —Sé es que complicada esta situación. Así que te lo agradezco. —Descansa. Ya le mandé mensaje al dueño hace rato. Mañana te verá temprano. A eso de las once.
—Gracias —respondió Antonio, expandiendo una de las cobijas sobre la fila de sillas, dejándolas como si se trataran de una cama muy estrecha y larga. —Todo mejorará pronto… Buenas noches. —Eso espero… —sentenció él, recostándose sobre su nueva cama y expandiendo la otra cobija para cubrirse con ella. —Buenas noches…
VII Antonio despertó un poco inquieto. Quizás fue por la inesperada comodidad de aquellas sillas, o bien por el viento que entraba por la ventana, o bien porque no sabía realmente qué hora era. Medio se limpió los ojos y deslizó las manos por la cara, para darse cuenta que cerca de la mesa estaba un pedazo de papel con algo escrito que decía; Intenté despertarte, pero fue imposible. Me fui a trabajar, pero regreso a las cuatro de la tarde. Le dije al dueño del edificio que lo verías a las 11 de la mañana, así que espero que veas esto a tiempo. Él vive en el número uno del primer piso. Se llama Domingo, le dices que vas de mi parte. Si quieres comer algo tómalo sin problema de la cocina. Espero verte al rato. Pero obviamente no en mi casa. Antonio sonrió por un breve momento y después revisó su celular. Estaba a pocos minutos de que dieran las once. Se puso de pie rápidamente. Colocó su camisa y salió del departamento. Bajó y tocó a la puerta del dueño del edificio. Al abrirse lo recibió un hombre viejo con notables canas por todo su rostro. Lo siguiente fue en realidad y de forma sorpresiva, bastante rápido. Antonio comenzaría a rentar el departamento número tres, en el primer piso del edifico. Después de que le entregaron sus llaves, Antonio y Domingo fueron al departamento a que le mostrara el lugar.
Una vez que estuvieron adentro, realmente fue rápido también el reconocimiento. Esto porque todos los departamentos en el edificio eran sino es que similares, idénticos. Antonio le contó a Domingo cuando vivió un breve tiempo en ese mismo lugar, pero que sin dudas ninguno de los dos logró reconocerse. Después de todo, diez años no pasan en vano. —Disculpa, Antonio —dijo Domingo—, sé que no es de mi incumbencia saber de dónde ganas dinero, pero si necesito tener la certeza de que podrás pagarme cada mes. —No sé preocupe, Domingo. Recibo una pensión cada mes El dinero no será problema. —Bueno, si estás interesado en un dinero extra, hoy por la tarde estarán haciendo algunas entrevistas en la Plaza Esfera. Podrías amueblar un poco mejor el departamento, si te aceptan. Es algo modesto; se trata de ser el vigilante de la plaza. Ya sabes, subir y bajar agujas y soportar alguno que otro imbécil que salga ebrio del lugar. —Lo pensaré. Domingo. Gracias. —Hoy por la tarde, no lo olvides. Luego de esa breve charla, Domingo se retiró, dejando a Antonio solo, en un sillón viejo y café que ya estaba ahí. —Señor —dijo un niño, de repente y muy cerca de la cocina. Antonio pegó un pequeño brinco hacia atrás por el susto que el niño le había provocado: —¡¿Quién eres?! —gritó él—. ¡¿Qué haces aquí?! El niño asomó la mitad de su cuerpo por la puerta de la cocina. Se le podía ver bastante nervioso, con la cara llena de mugre y con rastros de sangre. Llevaba una camisa de franela, de color rojo, desgastada y con unos pantalones de mezclilla que le quedaban cortos y apretados. En lugar de zapatos, sus pies descalzos denotaban la tierra y mugre de la ciudad: —Por favor, no me haga daño… me iré de aquí rápido. —¿Cuánto tiempo llevas aquí, niño? ¿Y tus padres?
—Desde ayer, señor. Me perseguían. La puerta estaba abierta y encontré este lugar vacío. Yo, yo no tengo papás, señor. Bueno, si tuve, pero me abandonaron. Antonio estaba meditando sobre su siguiente pregunta, cuando se dio cuenta que el niño tenía una mancha de sangre muy cerca del abdomen: —¿Qué te pasó? —Antes de que me persiguieran intentaron apuñalarme, señor. Pero solo me dio un rozón. Curará pronto. —¿En dónde vives, niño? —Aquí mismo, señor, en el centro. Realmente no tengo un lugar. A veces duermo con los inmigrantes en el Jardín Guerrero y otras veces con los que se duermen por la Plaza Constitución. —¿Cómo te llamas, niño? —preguntó Antonio, al mismo tiempo que caminaba hacia la cocina, tomando un vaso de vidrio y llenándolo de agua del grifo. —Bruno, señor. Bruno Hernández. —Bueno, Yo me llamo Antonio. Antonio Alys —se detuvo para después ponerse en cuclillas y darle el vaso con agua al niño. —Señor, es agua de grifo. No es muy buena para la salud. —Es para tu rostro, Bruno. Límpiate. Una de las formas de mejorar nuestra vida es empezando por la limpieza. Una vez que estés limpio te puedes sentir un poco mejor. ¿Cuántos años tienes, Bruno? —Once, señor Antonio. —Supongo que debes de tener algo de hambre. Si me esperas aquí, iré por algo de comer. Y de una vez, ¿sabes qué?, date un baño completo. Límpiate esa herida con un poco de agua oxigenada también. Ahí en el botiquín del baño hay una botella pequeña, de color café. ¿Está bien? —S… sí, señor. Gracias. —Tranquilo —dijo Antonio, sonriendo amablemente—. Ya vuelvo.
VIII Al poco rato, Antonio apareció de nuevo en el departamento, pero ahora llevaba consigo un par de paquetes repletos de comida china. —Algo que tú no sabes —dijo Antonio, al momento de abrir la puerta—, es que la mejor comida china de Querétaro siempre ha sido esa que está en Madero. Pensé que al volver a la ciudad ya no existiría —dejó la comida en la mesa, pero no encontró rastro alguno del chiquillo—. ¿Bruno? ¿Estás por aquí? —¡Por acá, señor Antonio! —gritó Bruno—. ¡En el cuarto! Antonio caminó hacia el cuarto de donde provenía la voz y ahí vio al pequeño Daniel, con la misma ropa puesta, pero con su cuerpo limpio y el cabello húmedo. El niño estaba sentado sobre la cama y con un comic en su regazo, el cual leía muy atento. —¿De dónde sacaste eso? —Estaba aquí en el ropero —dijo el niño, señalando al mueble enfrente de él. —Tal vez se le olvidó a alguien. ¿De qué es? En la cubierta del comic, el cual los dos veían con bastante curiosidad, se podía leer en letras amarillas por título, The Dark Night Returns, situada encima de un fondo de color azul y la silueta de Batman en ella. —No sé de qué sea —dijo el niño—, pero me gustan esos dibujos. —Tal vez, con la suficiente practica puedas dibujar así, ¿en la escuela no te…? —No, señor Antonio. Nunca he ido a la escuela. —¡A la chingada la escuela! —gritó Antonio, de pronto, causando cierta sorpresa en Bruno—. ¡O sea, sí, la escuela es
importante! Pero no pensemos en eso ahora, mejor pensemos en cómo es que volverás con tu familia. —Yo no tengo familia, señor Antonio. —Llámame sólo Toño. Antonio se escucha muy formal, ¿no te parece? —Bueno, señor Toño… Yo no tengo realmente una familia. Mis padres y yo vivíamos en la colonia Carillo, desde que recuerdo, y mis papás me entregaron a un señor que bueno… bueno, él. No vaya a pensar que soy gay, a mí no me gustan los hombres, pero es que ese señor siempre me tocaba y me pedía cosas. —Si no quieres contar esa parte, no importa. ¿Puedes contarme más sobre tus padres? —Es que… después de que me fui con ese señor, me le escapé unos meses después. Regresé a la casa a ver si mis papás seguían por ahí, pero me dijeron que se los habían llevado a hacer trabajos en otro lado. Entonces me quedé a vivir, así como le digo, en todos lados, pero, hay un muchacho. Es mayor que yo, se llama Ramiro. Y Ramiro dijo que me iba a matar cuando tuviera la oportunidad. Dice que los jotos como yo no debemos vivir. Sería casi una fortuna decir que Antonio se sorprendió, pero la realidad es que, desde hace mucho tiempo, casos como el de Bruno han abundado en México, y Antonio era consciente de eso: —Vamos a comer —dijo finalmente el hombre—. Con la barriga llena podemos pensar mejor en una solución — finalizó, al mismo tiempo que destapaba los dos paquetes de comida. En la charola había abundante arroz, una gran porción de espagueti y muchos trozos de pollo agridulce revuelto con verduras. —¡Buen provecho, señor Toño!