Titulo: Leitpad No 1 Primera edición digital internacional: septiembre 2021 D. R. C. 2021 Juan Núñez D. R. C. 2021 Miguel Peña D. R. C. 2021 Samanta Galán Villa D. R. C. 2021 Abel Alejandro Monsalve Veliz D. R. C. 2021 Oscar Ramírez Cortazar Fotografía en portada: Fergus Suter, entre 1880 y 1889 Diseño de portada: Juan Núñez Comentarios sobre la edición y el contenido de esta revista a: leitpad@gmail.com Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita del tutor del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía, el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares de la misma mediante alquiler o préstamo públicos. La siguiente es una copia digital distribuida por Leitpad. Así mismo, los autores que aquí aparecen tienen los derechos de autoría de sus obras.
Suter Por Juan Núñez
A razón de que este es el primer numero de la revista Leitpad, y de que soy uno de sus fundadores, siento la necesidad de contarte algunas cosas. Si bien, nada de lo que leerás aquí afectará el contenido de la revista, sí funciona como una pauta para que entiendas de que va todo esto. No es una mentira que a gran parte de los estudiantes de humanidades les gusta el papel: el papel para fotografía, por ejemplo; el de dibujo, el de libros viejos, y por supuesto el siempre cuestionable bond de setenta y cinco gramos. Tampoco es una mentira que a muchos estudiantes de humanidades también les gusta lo que tenga que ver con todo lo editorial. Ya sea que lo consuman o lo crean. Ya sea que lo critiquen o lo alaben. O ya sea que simplemente les guste, sin más.
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¿Qué pasa entonces cuando juntas los gustos editoriales con el gusto por el papel? Muchas veces termina en la creación de una revista, periódico, tríptico, fanzine o editorial de la misma facultad a la que pertenecen. Hoy mismo, al momento en el que escribo esto, hay tantas propuestas editoriales en el centro queretano que uno puede ir a sentarse y leerlos durante horas. Y también hay tantas que incluso se salen de los moldes: ya no pertenecen a las facultades, sino que son del mismo pueblo. En el año 2011, cuando comencé a estudiar español en la facultad de Lenguas y Letras, entre esa atención hacia el mundo editorial, y entre los muchos textos que los maestros nos pedían conseguir para las clases, mis compañeros y yo íbamos a las librerías de usados, porque teníamos de todo en nuestras vidas, salvo dinero para ediciones nuevas. Y en todas esas idas al centro por esos libros, en mis manos cayó un ejemplar de la revista Diógenes, editada en 1951. Sin portada ni contraportada, con un lomo destruido y con las hojas desgastadas por el tiempo y un marco color marrón. Sin importar su contenido, claramente de derecha, desde su prólogo, el formato en el que estaba hecho era algo que nunca antes había visto. Tenía la forma de un libro, estaba maquetado como un libro y por supuesto su contenido era meramente político.
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A diferencia de todas las revistar literarias que conocía en ese entonces, en donde el papel era brillante, con muchos colores en todos lados y con hojas dedicadas exclusivamente a la publicidad. De repente salía una foto de la cafetería del barrio, pero a un lado estaba una propaganda de coca cola. Y espero que no se mal entienda, no digo que esos formatos estaban (o están) mal, sino que en mi precoz camino literario yo noté una clara diferencia entre los dos tipos de publicaciones… diferencia que hasta estos días aun no logro sacar de mi cabeza. Así pues, al día siguiente en la escuela fui con el hype a tope. Me acerqué a dos de mis compañeros. Les conté lo que había encontrado y que quería hacer algo similar. Decidimos entonces fundar nuestra revista, pero las cosas no funcionaron como yo esperaba. Si bien habíamos conseguido algunos patrocinadores para el primer número, también cotizamos las impresiones, juntamos escritores de toda la facultad y también pensábamos en hacer una gala de lanzamiento, pero justo en esos días estaban pasando muchas cosas en mi vida, de las cuales no voy a escribir aquí, ya habrá tiempo de que sepan que fue lo que pasó. De lo que si voy a escribir, es que después de que me sentí profundamente abatido por las circunstancias de la vida misma, nunca logramos sacar el primer número. 5
De eso pasamos hasta el 2015, en donde hice un segundo intento por revivir la revista, pero lo mismo pasó. Simplemente sentía que las cosas no me salían de ninguna manera, o no contaba con los conocimientos necesarios para emprender algo con mis propios métodos. En esta ocasión junté primero a los escritores, luego diseñé la imagen de la revista y por último me di a la tarea de vender espacios publicitarios, sin embargo, de éstos últimos nunca obtuve una respuesta. Ni la cafetería con menos gente del estado quería aparecer en PAD (porque así se llamaba la revista; PAD a secas) Después de eso desistí. No quise volver a imaginar lo que la revista podría ser. En cambio, ya en el 2016, con el auge de las redes sociales, continué mi propio camino autopublicando muchas de mis novelas. Tanto en Amazon como con imprentas de mi ciudad. Y para no hacerte el cuento largo, después de todos estos años y después de mucho aprendizaje, al final no quise dejar morir este proyecto. Si bien ahora Leitpad no pertenece a ninguna facultad de universidad, de ahí viene y de ahí quiere partir. De ahí quiere gestar todas las publicaciones que vengan. Porque al final todos los escritores hemos comenzado sin tener siquiera una idea clara de que es lo que queríamos transmitir. Incluso me atrevería a decir que muchos aun no lo saben.
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Una de las consecuencias mas fuertes de todo este aprendizaje es el nombre de Suter, el cual será el nombre de todos nuestros prólogos a partir de este momento. ¿Por qué? Como una referencia a Fergus Suter, quien es considerado el primer futbolista profesional de la historia, Además de que su apellido tiene origen en Escocia y significa Zapatero. Viéndolo entonces del lado romántico, queremos ser como Suter. Queremos ser esos zapateros que funcionen como una especie de calzado que pueda ocasionar que un escritor, o escritora, se sienta con ánimos de seguir corriendo. Al igual que Fergus Suter en los inicios del futbol, nadie tenía idea de lo que estaba pasando. La F.A. Cup estaba llenándose de equipos formados por obreros de las fábricas y la competencia estaba tomando formatos interesantes. Entonces, si de alguna forma he podido combinar con éxito la competencia del deporte con la escritura creativa, ustedes los lectores serán los que me lo hagan saber. El formato entonces, después de esta breve historia, parte como una clara referencia a lo que Diógenes hacia en los cincuentas, combinado con las facilidades que nos da el papel digital y con lo que el deporte y la sana competencia pueden hacer para cambiar la historia.
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Dentro de este número, por supuesto, están tres escritores y una escritora. Sumamente llenos de talento y con ganas de seguir escribiendo mucho. Leitpad oficialmente ha dejado de estar en las imágenes idealizadas en mi cabeza, para funcionar como el calzado de escritores y escritoras alrededor del mundo que busquen una oportunidad, y espero, con el corazón en la mano y la esperanza en el cielo, que así sea. Me gustaría que podamos leernos de nuevo. Pero ahora, los dejo con los verdaderos protagonistas de este Leitpad.
Juan Núñez, 21 de septiembre de 2021
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La noche del niño Por Samanta Galán Villa
Diosito, te digo así porque mi mamá cuando quiere pedir algo urgente, se lleva las manos al pecho y dice Diosito, ayúdanos, no nos desampares. Y esto, Diosito, es muy urgente. Mejor que nadie sabes que yo no soy mucho de buscarte. Que tú por tu lado y yo por el mío. Así que te ha de sorprender verme aquí, hincado a un lado de la cama de Rodrigo. Tú sabes que mi hermano siempre fue muy travieso y que a mí no me gusta cuando llora y pide que juguemos a los carritos, que no tiene ningún amigo que le haga segunda. Ahorita que lo pienso, me da tristeza decirle que yo no pedí tener un hermano tan enfadoso y llorón y que se calle. Pero no creas, mi madre, que en todo está, va hasta la sala, me pega en la cabeza y dice no seas grosero, Pascual. Juega con Rodrigo o te parto la cabeza a coscorrones. 9
Sí, Diosito, me llamo Pascual como mi padre. Mi papá es menos platicador que mi mamá. Yo soy como él y mi mamá como Rodri. También me parezco a mi papá en que los dos tenemos el cabello muy oscuro y Rodrigo más bermejo. Cuando llega mi papá del campo, va mi mamá a decirle Pascual, mira lo que hizo tu hijo. Tu hijo no quiere hacer la tarea, tu hijo no quiere ir al mandado, tu hijo no juega con mi Rodri. Ella siempre dice que es su Rodri y que no hay quien se meta con él o lo puede pagar muy caro. Por eso cuando me da los coscorrones me pongo a jugar, pero ya de mala gana. Azotando el carro en el suelo o lo aviento al otro lado del sillón para que vaya por él. Rodri es chiquitito, casi no le cuesta trabajo meterse debajo de la cama o esconderse en los roperos cuando quiebra algo. Y como mi papá siempre me ha dicho que debo dar la cara ante la adversidad, no me escondo cuando mi mamá me echa la culpa de haber roto un vaso o un plato que se le cayó a Rodrigo. Rodrigo manos de trapo, manos de caca, le digo a veces. Y él se pone a llorar porque de todo llora, no le puede dar el aire porque ya hace un escándalo. Diosito, tú sabes cómo me he aguantado para no darte un puñetazo cuando se esconde detrás de mí porque oyó ladrar a un perro o lo que sea. En ese sentido yo soy más maduro que él. Y en otros sentidos también.
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Por ejemplo, en la escuela me dijeron que los Reyes Magos son los papás y cuando se lo conté a Rodrigo, él puso cara de chicle masticado y dijo no seas mentiroso. Dices eso para que ya no pida mi pista de carreras y tú tengas más juguetes. A los Reyes Magos no les gustan los niños mentirosos y por eso te vas a ir al infierno. Ay, Diosito, cómo me gustaría decirle que me perdone por ser tan malo con él y ventajoso. Que es mentira que los reyes son los papás y que es mentira lo que le dije hace rato, que aguantando la respiración en la tina del baño, uno se hace pez. En la misa nos han dicho que tú lo puedes todo, Diosito querido. Que para ti no hay imposibles. Que una vez se murió uno de tus amigos y tú, llorando, lo reviviste. Por eso te pido que me ayudes con Rodri, que en la tina quería sacar la cabeza del agua y yo lo empujé para que aguantara un rato más. Luego no se movió y como pude lo traje a la cama. Ya mi mamá me preguntó que dónde estaba Rodri y le respondí que se había quedado dormido y que habíamos cenado galletas y leche. Le pongo la mano en la nariz y no sale aire, Diosito Santo. Pero tú, que no sabes de imposibles, podrás despertarlo mañana antes de ir a la escuela. Ya le puse una cobija encima y calcetines porque se le enfriaban los pies. Nunca olvidaré este favor. Voy a pagártelo portándome bien, no diciendo mentiras y jugando con los carritos todas las tardes.
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El año del maki Por Oscar Ramírez Cortazar
2014 fue el año del maki. En 2014 yo casi vivía para comer makis, una clase de sushi. El ambiente que emanaba del restaurante Yoshida era mi pasión y los ingredientes usados por los cocineros a la vista del comensal, mi ilusión. Rara vez había ido a ese local de comida japonesa y luego adquirí la rutina de comer ahí de manera regular; guardaba un poco de mi mesada para degustar algo de su extenso menú, probé las variopintas comidas japonesas y me hice fan de los makis de nombres curiosos. Encontré en aquel menú en hoja enmicada comidas de nombres pronunciables: yakimeshi, kushiague, yakisoba, tempura; y además usaba un montón de salsa de soya. Probé makis de todos los tipos y elaboré tipos inimaginables al mezclar los makis con salsa de soya y chiles jalapeños.
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Pequeños vapores blancos de olor a verdura, arroz, aceite, flotaban en el restaurante y combinados en un todo, se esparcían por los rincones del mediano lugar en el que yo permanecía por muchos minutos. El mobiliario, el techo, las ventanas, los baños, casi todo estaba impregnado de su olor. Un olor parecido al restaurante Las Tres Ranas que perteneció a Leonardo da Vinci y Sandro Botticelli. Esta historia tuvo lugar en el año 2014 d.C. Al principio yo pedía un maki y estaba rodeado de muchos comensales. Sucedió que, por una razón u otra, una vez comí acompañado de un colega, pero prefería comer solo. Para empezar, en aquella época yo estaba convencido de que los makis eran un alimento para degustarlo en solitario. Aunque ahora tengo la menor idea de que no era así; a aquel lugar acudían estudiantes de la facultad de medicina y ocasionalmente parejitas. Con los makis a veces tomaba una Pepsi. También llegué a pedir aderezo. Una porción de aderezo encima del maki. Ambos en buenas cantidades. Ponía el plato sobre la barra metálica que fungía como mesa y comía rápidamente, tomándome mi tiempo mientras miraba de reojo a los clientes. Los días del maki se sucedían a intervalos, de lunes a viernes, y al terminar volvía a iniciarse, a partir del nuevo lunes, un nuevo ciclo de los días del maki.
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Mientras comía, a menudo me daba la sensación de que los cocineros del local recordaban mi cara. Me sucedía especialmente en esas tardes. Todos, como fragmentos de memoria que son, permanecen haciendo su trabajo. Afuera caía la resolana. Primavera, verano, otoño... Y yo continuaba yendo al Yoshida. Como si fuera una costumbre o algún ritual. De la misma manera que un mecanismo de reloj, yo iba comiendo makis, siempre en silencio. Tengo retazos del tiempo vivido en los que sostengo unos palillos de madera. Y me planto frente a la zona donde preparan los alimentos, con los palillos en la mano, sin moverme de ahí hasta que vociferaran mi nombre, señal de que podía recoger mi pedido. No podía quitarle el ojo de encima al personal que laboraba en Yoshida. Porque de repente me parecía que los makis se iban a acabar y los kilos de arroz en las vaporeras se desvanecerían. Y de la misma manera que la selva renace, poco a poco, así también el local fue remodelado mientras yo, conteniendo el aliento, esperaba a que preparan mi maki. Maki nevado Maki Titanic Maki Tampico Maki Filadelfia Maki vegetariano Maki California Maki mexicano 14
Y luego estaban los makis empanizados arrojados en un recipiente grande con aceite hirviendo. Los makis nacían desde la vaporera de arroz, pero protagonizaron el declive de 2014 como la caída de una cascada. Los recuerdo con cariño. Los makis de 2014. Cuando promediaban las tres de la tarde ya sabía que caminaría unas pocas cuadras para llegar al Yoshida. El sol de justicia de la primavera, el verano y el otoño formaba una resolana encima de mí. Pero me había protegido del sol dentro del local, durante el año 2014. ¿Qué habrá sido del personal que laboraba en Yoshida? A veces pienso en ello. Por lo general, eran trabajadores temporales. Pero quiero que me entiendan. En aquella época, yo no quería tener muchas amistades. Justamente por eso también iba comiendo makis cuatro días a la semana. Y observando aquellas enormes vaporeras donde se hervía arroz de la marca Mitsuki. Maki buñuelo. Una variedad que va capeada y con queso fundido por dentro. Los japoneses se habrían quedado sorprendidos y contentos si supieran que lo que exportaban en 2014 era júbilo.
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Cuento no apto: Un... dos... tres... Por Abel Alejandro Monsalve Veliz
Sus ojos contemplaban un nuevo espectáculo de belleza humana difuminada entre música y movimiento, atento a la talentosa joven, que con la tiara sobre su cabeza se deslizaba entre aquellas telas que la acercaban al techo del recinto, quizás se esforzaba por vivir en carne propia su arte, o simplemente su naturaleza la guiaba. Tomando el último sorbo de su bebida se desabrochó uno de los botones de la camisa dejando un poco expuesto el pecho, las personas se apiñaban cada vez más para admirar el espectáculo y el calor se estaba volviendo insoportable, poco a poco se abrió paso entre la multitud, una garganta seca clamaba por algún líquido y la barra en esos casos era un paraíso, saludó al barman y pidió un Sazerac tal como a él la gustaba, modificando la receta
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con una onza y media del líquido que hizo a Van Gogh perder la oreja, quizás con un toque de absenta reavivaría la bondad que no requería esa noche. Hace horas que sabía de la existencia y los movimientos de la diosa nocturna, gentil y grácil. Charlaba con toda persona sobria y medianamente interesante, con aquella sonrisa que paraba el tiempo y aceleraba el corazón, él sin verla o sin oírla sentía las ansias del evento principal, pero mientras se limitó a charlar con el barman y un joven de rasgos asiáticos que estaba a su lado. —Gustavo, ¿eres tú? —escuchó a su espalda con voz cálida que conocía bien. Por un instante su mente tuvo un desequilibrio de pánico antes de aclararse y decidió limitarse al sutil arte de la improvisación, tomó su bebida y con energía y brazos extendidos se dio la vuelta, con una sonrisa en cara. —Por fin confirmo que solo con tu voz puedo reconocerte, ¿Qué tal señorita? Ella tan bella como siempre a pesar de los años, conservaba esa aura de juventud y vivacidad que la caracterizaba, solo que ahora aderezada con copos de nieve gris brillante en su cabello, en su tez se dibujó una amplia sonrisa e inmediatamente se lanzó hacia él con un fuerte abrazo, y al final dándole un beso en la mejilla.
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—Hace mucho que no nos veíamos ¿qué haces aquí?, tenías abandonada la ciudad, señorito. —Antes de responderte, linda. ¿Gustas algo? Va por mi cuenta. —No, tranquilo. Por esta noche bebí mi cuota diaria —respondió ella, soltando una pequeña risa de triunfo —. Sabes cómo me pongo. Ante la respuesta, rio junto a ella, pagó su trago añadiendo la propina, estrechó la mano del joven con el que hablaba y juntos se dirigieron al lugar más tranquilo del edificio. —Pues para responder a tu pregunta, Zelandi, vine por un compromiso que tengo —Respondió, pensando en la diosa nocturna a la que tenía que ensalzar aquella noche. —¿Por qué siempre eres tan misterioso?, ni que fueras a robar un banco. Cuéntame, ¿sí? Él por su parte, tomó un largo trago para poder pensar unos segundos: —No te puedo contar mucho linda, solo busco conocer a la representación del destino, pero tranquila, todo se revelará a su debido tiempo — Zelandi no entendía nada. Aquello parecía la clásica treta de un loco espiritista, algo no muy acorde a su amigo desde que lo conocía—. En fin, cuéntame un poco de ti señorita, en tu caso ¿Qué te trae a este centro cultural? —añadió Gustavo, sin darle tiempo a preguntar nada más.
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Por un momento temió por su encuentro con la Diosa al ver la cara de desconcierto de Zelandi, pero, de improvisto un ruido seco y tenue se captó en su oído y solo en el suyo, y ella, cambió automáticamente su expresión facial. Él sonrió ampliamente y señaló el espectáculo de danza aérea que aún se desarrollaba en el centro del lugar. —Hace mucho que no nos veíamos —dijo Zelandi—, seguro que nunca te enteraste de que años atrás me volví profesora de este bello arte y deporte, cuando planearon el evento me pidieron hacer una presentación con mis estudiantes. Un... Dos… tres…, se escuchó en el ambiente, ahora frío y lóbrego. —¿En serio? Justo antes que llegaras estaba medio tonto viéndolo, te felicito por hacer realidad algo tan hermoso —comentó Gustavo, conteniendo el escalofrío que sentía recorriendo su cuerpo. Las mejillas de ella se enrojecieron al escuchar esto, aunque también su cabello antes plateado, poco a poco se tornaba rojizo, y él por su parte sentía a euforia y la ansiedad de su predestinado encuentro. —¿Estás bien, Gustavo? Te noto muy animado… —Sí, linda… es solo la emoción de volverte a ver, aunque si me disculpas un momento, la bebida me obliga a ir al baño.
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Ella asintió con la cabeza, y él la dejo ahí rejuveneciéndose, quizás para quizás no volver. Paso a paso su realidad se iba transformando, sus sentidos eran apuñalados por fragmentos de distintas percepciones, el sonido de un piano, el olor del mar, el frío en su piel, un sabor a vinagre en la boca, colores más vivos en sus ojos, y por extraño que pareciera, la serenidad ante estos cambios era poco común. Caminaba sin rumbo, pero con un objetivo que poco a poco se desquebrajaba. Por un momento pensó en Zelandi, pero ella no podía ser, tendría que seguir buscando, y al ya tener una grieta en su pensamiento, un latido del corazón y la mente lo transportó al gris absoluto, suspendido en la nada, con miles de puntos de luz blanca rodeándolo y un punto negro titilante que se acercaba a su pecho, quemándolo. Un… dos… tres… se volvió a escuchar en la lejanía. Lluvia roja y copos de nieve blanca inundaban el páramo gris, aunque carecía completamente de visión para admirarlo, pero con suficiente ensueño para distinguirlo, dolor punzante torturaba todo su ser, juntándose con el calor de su pecho que extendiéndose por su cuerpo le calcinaba la piel. Evaporaba la sangre y agrietaba el hueso, pero, aun así, su mente era incapaz de darle el grato descanso del desmayo.
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—Hola, Gustavo. Ya puedes volver. Al abrir sus ojos se encontraba en una cocina, confuso y desorientado, pero con una mano tranquilizadora en su hombro. —¡Zelandi! ¡¿Qué paso?! ¡¿En dónde…?! —preguntó, confundido, hasta percatarse de quien era su acompañante. —Ella no soy yo, Gustavo, y estás en mi casa, ¿qué te parece si me acompañas a poner la mesa? Ella tenía una cabeza más pequeña, de cabello plateado. Con labios y ojos azules, y piel mezclada entre tonalidades claras y obscuras: sostuvo un plato del mesón, con alimentos que Gustavo desconocía por completo. Al mismo tiempo le dio otro igual haciendo un ademán para que la siguiera. Fue guiado por pasillos triangulares, donde se tenía que caminar con sumo cuidado pues las ventanas eran el suelo y el suelo las ventanas, en las paredes pendían cuadros con innumerables figuras geométricas sin orden o lógica alguna y la sala comedor era media luna con una amplia mesa central en forma de sol. Se sentaron frente a frente, cada uno con su respectivo plato de contenido dudoso. —¿Eres tú? –pregunto él. —Soy yo, pero para ti no sé. ¿A quién buscas? — respondió ella. Cuatro… cinco… seis…, retumbo el suelo y el alma.
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—A una diosa, al nocturno destino. ¿Al fin te encontré? —dijo, sin poder contener las lágrimas. La media luna se transformó en sol y éste en luna, y el llanto cayó al suelo condensándose en hielo que luego tomó forma de montañas, mientras un leve tumulto emergía del segundo piso sobre sus cabezas y un aroma a flores imprecaba el lugar. —Sí, pero ya sabrás lo que tienes que hacer, ¿cierto? — dijo la Diosa. Solo pudo responder un simple “sí” ante esas palabras, para acto seguido tener a su lado a aquella deidad tan extraña ofreciéndole una daga de Jade con la que por fin cumpliría su cometido, aunque la angustia y el temor invadieron sus sentidos solo con tener entre sus manos aquella pequeña liberación, Los profundos ojos azules que lo estudiaban no dejaban ninguna apertura para la cobardía. Se levantó y ella le dio dejo su corazón en aquella mesa, quedando de espaldas y sentándose, pues no era de su agrado ver los acontecimientos. —Absurdo propósito y noble a la vez —dijo la Diosa, cerrando sus ojos—. No olvides darle un significado a tu búsqueda. Puedes iniciar ahora. Controlando su temor, sostuvo con fuerza el puñal dando a relucir el filo, acarició el cabello de plata y abrió la delicada piel en el cuello de la diosa nocturna, emanando de ella la sangre verde a juego con el filo que la liberaba.
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Al fin su camino terminó, el hada verde había sido liberada y él con la joya en sus manos miraba embelesado la gran agilidad de la joven en la tela, siempre con su sonrisa perdida.
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Zahuotli parte I Por Miguel Peña
De la nada se vio desnudo, avanzando por un camino en una zona desconocida, un lugar colmado de vegetación muy variada y de colores distintos a los propios y naturales de cada cosa. Había tomate, frijol, calabazas, chile, maíz y demás cereales; frutas y verduras también. Observó cristalinos arroyos y en algunas partes lagunas resplandecientes. Mientras caminaba sentía las hierbas y piedras bajo los pies, pero no le lastimaban, percibía que sus sentidos se agudizaban, vista, oído, olfato, tacto. Además de una sensación apenas perceptible pero cuasi eléctrica recorriéndole de pies a cabeza.
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En su exploración, observó un cerro cercano y comenzó a subirlo, caminó y caminó notando que había bastante agua por doquier y que fluía hacia todas direcciones sin que importase el cauce o la gravedad, por tanto, el lugar no se tornaba pantanoso, había un constante flujo que parecía sonar en una canción armónica con el resto de las cosas. Cada paso lo acercaba más al final de la empinada cuesta y cuando por fin llegó a la cima, notó que en el tiempo que había pasado ahí, no alcanzaba su vista para contemplar el cielo, el cual en este sitio era rojizo como el tezontle y clavada en él, una luna, enorme, muy blanca y brillante como ninguna que haya visto antes y a un lado bajo ella un árbol colosal de tallo grueso, semejante al de los ahuehuetes elevándose cientos de metros por encima del resto. De él, cubiertas de flores, voluminosas ramas se extendían hacia las nubes y se perdían entre ellas, vástagos que aparentaban moverse con el viento a pesar del increíble tamaño. No pudo más con la impresión y las sensaciones que experimentaba en su cuerpo, que dando un paso atrás cayó al piso con la boca abierta. Dio un respiro profundo y cerró los ojos pues no concebía como verdadero el paisaje que se le había mostrado. Así permaneció unos minutos, con esas sensaciones típicas que se experimentan cuando uno cae en cuenta de estar dormido y de que nada de lo que pasa es real.
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Después de un rato se incorporó para dar otro vistazo al panorama que, frente a él, se extendía hasta el horizonte. Había algo en la calma, en la paz y en todo lo que se le permitía advertir a través de sus mejoradas percepciones. No tenía semejanza con las cosas terrenales que había experimentado hasta el momento, aquel era un lugar majestuoso, extenso e inimaginable; era un paraíso. Admiró la escena por un breve tiempo hasta que un ruido intermitente resonó en todo el lugar como agitándolo, súbitamente una fuerza muy intensa le levantó y arrastró hacia atrás a una gran velocidad. En menos de un segundo la luz y el paisaje se convirtieron en una gran oscuridad: Lo que Luis escuchó fue la alarma del reloj despertador y sin abrir los ojos la apagó enderezándose en el lecho, se recorrió a la cabecera y trató de recordar el sueño, pero fue en vano. De entre la negrura en su mente sólo emanaban algunas imágenes y colores que fluían de álveos con formas caprichosas. Hacía unos quince días que ya no podía recordar sus sueños y no era algo común en él, pues por lo general recordaba al menos una parte de ellos o los olvidaba ya hasta pasada la mitad del día. Aquella era una mañana tranquila en esa zona de la ciudad, Luis se quitó las cobijas de encima y sentose en la cama aún adormilado, sosteniéndose del borde del colchón con ambas manos.
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Al bajar los pies una sensación fría y húmeda le recorrió la planta de éstos, algo extrañado y temeroso prendió rápidamente el foco y se calzó las sandalias; tallándose los ojos para adaptarlos a la luz, pudo notar que era agua, lo supo por la diferencia del color de las juntas entre las baldosas del piso, no era mucha, pero sí había un pequeño charco bajo la cama, sobresaliendo un poco, por un lado. Volteó a la ventana pensando que pudo haber llovido, pero, aunque así hubiese sido, estaba cerrada y notábase seca. Comenzó a razonar. Dormido pudo haber tirado el vaso o la jarra que siempre llevaba en la noche a su habitación, pero no era el caso puesto que ambos estaban sobre el bureau aunque casi vacíos, eso le pareció aún más extraño ya que la noche anterior sirvió tres cuartos del recipiente y no recordaba tampoco haber despertado para beber. Revisó el cuarto, las paredes, la orilla de la ventana, pero no, en ningún otro lado había agua. El techo, sí, el techo. Pensó. Pero aun más improbable, pues si hubiese sido una gotera, la vería o al menos debió sentirla, su colchón estaría mojado. No fue así. Se estremeció al no encontrar respuesta a lo sucedido y volviendo en sí vio el reloj, las 7:17 marcaba, apuradamente corrió a bañarse y a vestir el uniforme del colegio para después ir a desayunar.
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Hemos llegado al final de este número y te agradecemos mucho el tiempo que dedicaste al leer esta revista. Recuerda que puedes seguirnos en Instagram y Facebook. En ambas redes sociales nos encuentras como @leitpad Con tu apoyo podemos seguir publicando. Con tu apoyo todos podemos seguir leyendo. 28