El Último Extranjero/ Parte IV: Expiación

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El Último Extranjero Juan Núñez

Titulo Original: El último extranjero: Parte IV: Expiación Primera edición digital internacional: noviembre 2021 D.R.C. 2021 Juan Núñez Fotografía de portada Parte IV: Ami Vitale Fotografía de imagen interior: David McEachan Diseño de portada: Juan Núñez Comentarios sobre la edición y el contenido de este libro a: leitpad@gmail.com Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita del autor del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía, el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares de la misma mediante alquiler o préstamo públicos.


XIII El ultimo rinoceronte blanco del norte macho del mundo, murió este lunes tras meses de enfermedad —sonaba en el televisor, ubicado en la sala de Antonio—. Sudán, como se llamaba el ejemplar, tenía 45 años y vivía en la reserva Ol Pejeta en Kenia. Fue sacrificado el lunes después de que sus complicaciones, relacionadas con la edad empeoraran considerablemente. Su muerte deja solo dos rinocerontes hembras de su subespecie en el mundo: su hija y su nieta. Perdóname, amigo —susurró Antonio, sosteniendo fuertemente el control remoto, intentando no desbordar en lágrimas. De pronto, mientras intentaba reintegrar la expresión en su rostro, Dolores entró, de manera frenética y extasiada, al interior del departamento, azotando la puerta en la pared a su lado. —¡Toño! —gritó ella, sosteniendo su ojo izquierdo, cubierto de sangre—. ¡Toño! ¡Se llevaron a Bruno! Antonio se incorporó de inmediato y agarró de los hombros a Dolores, que ya estaba a punto de romperse en llanto. —¿Cómo? ¿Quién se lo llevó? ¿Qué pasa? —¡Fue él, Toño! ¡Fue él! ¡Ramiro! ¡Algo así me dijo el tipo! —Lola, ¿qué tipo? ¿De qué hablas? ¿Él te hizo esto en el ojo? Dolores aguardó un momento pata tranquilizarse. Respiró profundamente al mismo tiempo que se dirigía al baño, dejando a Antonio atónito en la sala—: Cuando entramos a uno de los andadores, un tipo alto y grande se llevó a Bruno —se detuvo un momento mientras aplicaba agua oxigenada en la herida que tenía en una ceja, la cual provocó el mar de sangre sobre su ojo—. Antes de que pudiera seguirlos, un tipo, amigo suyo, no sé, me empujó y los dos caímos. Lo contuve por un momento… y logré sacarle algo de información a punta de


madrazos. Quise mantenerlo ahí, esperando que pasara algún policía, pero me golpeó y huyó el muy hijo de puta —finalizó Dolores, aplicando un curita sobre la ceja. —¿En dónde lo tienen? —Me dijo que se reúnen en la calle Ejército Republicano, atrás de El Convento de la Cruz. —Tenemos que ir por él. —¡¿No sería mejor si llamamos a la policía?! —¡Lola, no confió en ellos! ¡Tú sabes cómo trabajan! ¡Ni uno se detuvo a ayudarte cuando todo eso sucedió! Ahora nos dirán que deben pasar algunas horas antes de confirmar su secuestro. ¡No pienso quedarme aquí esperando! No pienso dejar que Bruno sufra… —No puedes ir solo. Ve cómo estás… Iré contigo. —No podremos los dos con ellos… necesitamos ayuda. —Te recuerdo que tenemos un viejo amigo que lidiaba con estas situaciones. —¿Hablas de Aldo? Pero, no sabemos si sique haciéndolo: no sabemos si aún puede. —Aun así, no podemos ir solos. —Tiene muchísimo tiempo que no lo veo. No sé si siga viviendo donde mismo. No sé si aun querrá ayudarnos —Déjame hablar con él —finalizó Dolores, al mismo tiempo que comenzaba a marcar un número en el teléfono. “¿Es necesario?, se preguntó Antonio. “¿Es realmente necesario que pida ayuda? ¿Necesito de ayuda? ¿Por eso el coronel me mandó de regreso? Todo porqué, ¿no estoy bien? ¿No está bien como actúo y lo que quiero hacer? ¿Por trabajar solo? Me gusta trabajar solo. Me gusta ser el de la acción. Me gusta ser el que resuelve todas las cosas que pareciera no tener solución… lo de Bruno todavía tiene solución. Lo de Bruno puedo resolverlo yo”. En ese mismo momento, en el que los pensamientos de Antonio divagaban y se convertían en una idea concreta,


Dolores seguía al teléfono buscando ayuda de sus amigos, pero si no es por el cerrón de la puerta principal del departamento, ella jamás se hubiera dado cuenta de que Antonio ya no se encontraba ahí. A decir verdad, aunque todo el mundo lo notara viejo y abatido, y a pesar de que el mismo se sentía de muchas formas de una manera similar, algo innegable es que su velocidad no había cambiado. Se movía con la gracia de un chico de diecisiete o veinte años en buena forma. Bajó por las escaleras hasta que llegó a la puerta principal y rápidamente comenzó su camino hacia el templo de La Cruz. Dolores, por supuesto, al momento de salir del edificio no pudo encontrar alguna forma de seguirle el paso. Ni siquiera logró verlo al desplazarse por las calles.

XIV Antonio llegó por fin a la calle que Dolores había mencionado, sin embargo, había olvidado el detalle de no saber realmente en que casa es donde Ramiro y sus amigos se reunían. “Piensa”, se dijo. “¿En qué tipo de casa sería posible verlos?” Miró a su alrededor, intentando esconderse detrás de un árbol clavado en medio de la banqueta. En lo alto vio la cima del templo. Detrás de él, vio también la calle y muchos restaurantes y casas. A su izquierda se abría una calle nueva que terminaba con un Oxxo en el fondo. A su derecha había un puesto de hotdogs y frente a él, la calle extendiéndose infinitamente hasta perderse en el nacimiento de Los Arcos queretanos. Vio de nuevo las casas, esperanzado de encontrar algo o alguien en una ventana, pero parecía no obtener pistas. Agudizó el oído, tratando de captar la voz de Ramiro o la de sus amigos. Vio hacia el suelo, intentando descubrir algún


rastro, pero nada aparecía. A decir verdad, la calle estaba en extremo sola. A lo mucho se podían ver algunas personas entrando a la Unidad Deportiva del municipio, la cual estaba rodeada por una muralla de piedra de unos cinco metros de alto. —Piensa —dijo, ahora en voz baja, dando algunos pasos, bastante lento hacia la entrada de la Unidad—. ¿Dónde podrían estar? Casi de forma azarosa y como respuesta a sus plegarías, notó como es que uno de los tipos que lo había sostenido afuera de la entrevista de trabajo, ahora estaba adentrándose a la Unidad. Entonces lo siguió, muy silencioso, medio cubriendo su cara con el cuello del polo que llevaba puesto. Luego, se metió también a la Unidad en donde a pesar del paso de los años, se encontraba igual a como lo recordaba. Apenas uno atravesaba la muralla de piedra se topaba con una explanada. A la derecha estaban unos bebederos viejos ya en desuso, a la izquierda un edificio de un solo piso, para uso de oficina y del mismo tamaño de la explanada y hasta el frente, justo por donde pasaba el sujeto que Antonio iba siguiendo, se podía ver un campo de fútbol en un estado más o menos decente. De pronto, el sujeto giro hacia la derecha y se metió a una especie de callejón que conectaba con un par de canchas de basquetbol, justo detrás del primer edificio de oficinas y en una de sus esquinas estaba construido un dispensador de agua, hecho de concreto. —No sé cómo no lo pensé antes —susurró Antonio—. Aquí siempre se han reunido las mierdas como ellos. Justo antes de llegar a las canchas, Antonio se detuvo para ver qué es lo que su víctima haría, y sucedió exactamente lo que él esperaba. El sujeto se acercó a un árbol grande, recargado sobre la muralla, en donde Ramiro estaba sentado junto a otros cuatro tipos: entre ellos, el más alto de todos, que llamaba la atención y Antonio supuso que él era el tipo


que se había llevado a Bruno. A un costado, un sujeto enclenque y chaparro. Al lado dos tipos más: justo los que habían sostenido a Antonio para ser golpeado. En medio de todos ellos, estaba Bruno, con las piernas cerradas, sentado en el suelo, con los brazos atados y recostados en su regazo. Además de tener un trapo a manera de mordaza en la boca. —Tengo un pendiente también con esos hijos de puta —dijo Antonio, quedando en cuclillas y al lado del dispensador de agua para la piscina de la Unidad—. Cinco objetivos. Bien ubicados. No podre con todos al mismo tiempo, así que habrá que separarlos. Al momento en el que Antonio dijo eso, el sujeto enclenque se giró y le dijo a Ramiro: —¿Escuchaste eso? —¿Escuchar qué? —contestó Ramiro, bastante molesto. —¿Crees que vengan por el morro? —dijo el tipo más alto. —No creo… el novio del morro sabe que no puede con todos al mismo tiempo. —Ramiro, te juro que escucho algo. —¡Pues ve a ver entonces, no estés chingando! En ese momento se escucharon algunos quejidos de Bruno, pero fue detenido por un golpe que Ramiro le conectó directo en el estómago. Al mismo tiempo, el tipo enclenque se acercó mucho a donde estaba Antonio y antes de que se pudiera dar cuenta, él ya lo tenía sujeto del cuello y por la espalda, cubriéndole la boca con la mano. El tipo hizo unos pequeños quejidos, pero Antonio le susurró en el odio: —No quiero hacerte daño, niño. Pero si te mueves, aunque sea un poco, puedo romperte el cuello sin querer. Y no nos gustan los accidentes, ¿verdad? El tipo enclenque ascendió con la cabeza, dejando de mover sus manos.


—Así me gusta… —finalizó Antonio, provocando que el chiquillo se desmayara. —¡Eh! ¡Mierda! —gritó Ramiro—. ¡¿Por qué tardas tanto?! ¡¿Qué encontraste?! Pero Ramiro no obtuvo respuesta alguna, así que le ordenó a otro de sus amigos a que fuera revisar. Caminó a paso lento, pero cuando entró a la misma zona, se desmayó cuando Antonio le conectó un golpe cerca de la nuca. —¡¿Si vino solo el hijo de puta?! —exclamó Ramiro, diciéndole al tipo enorme a su lado. —¿Quieres que vaya a revisar? —No creo que sea buena idea. Deja que ellos vayan —finalizó Ramiro, ordenando con su vista a su otro amigo ahí sentado del otro lado. El otro tipo se acercó también a la zona, y lo primero que vio, fue a sus dos amigos, apilados en el mismo lugar e inconscientes. —¡Ramiro! —gritó entonces el tipo, lleno de terror—. ¡Ramiro ven! ¡Algo pasa! En ese momento, Antonio apareció detrás de un bloque de concreto que funcionaba como un contenedor para las conexiones eléctricas de la misma piscina, la cual era abastecida por el depósito. —¿Quieres otra paliza, anciano pendejo? —dijo el tipo, con el tono suficiente para denotar valor, aunque por dentro estaba cagándose de miedo—. ¡¿Eh, lo quieres pendejo?! Antonio no le respondió al chico, y solo se acercó a él con una velocidad tan sorprendente, que el chico contaría después que lo que vivió y sintió pasó demasiado rápido. Contaría también después, que la paliza que Antonio le proporcionó, había sido una de las más grandes palizas en su vida. Terminó el encuentro con un diente roto, dolor en las costillas, raspones en los codos y rodillas y con un fuerte dolor de cabeza que lo dejó inconsciente.


—¡¿Qué chingados pasa?! —gritó Ramiro, pero no obtuvo respuesta de parte de nadie. —¡Está aquí, Ramiro! ¡El maldito anciano está aquí! Ramiro entonces le pidió a su amigo enorme que también fuera a revisar que es lo que estaba pasando, cuando de pronto, detrás del contenedor de agua. Antonio emergió como si hubiera salido desde las mismísimas sombras, como si apenas se estuviera integrando en ese espacio físico. Al mismo tiempo, sobaba sus nudillos ensangrentados y se limpiaba el sudor de la frente. Ramiro se quedó sorprendido al verlo y también se sentía estúpido por no haberse ido del lugar cuando tenía oportunidad. —¡¿No fue suficiente la putiza que te dimos?! —gritó Ramiro, desde su asiento—. ¡¿Eh?! ¡Anciano! ¡¿Viniste por tu novio?! Antonio no respondió, sino que caminó lentamente hasta el árbol en donde estaban los demás. —Dale una chinga… —añadió Ramiro, ordenándole a su amigo que se lanzara a pelear. Antonio entonces distinguió el rostro del tipo alto, y se dio cuenta de que no era más que un chiquillo, como los otros que había aniquilado. No pasaba de los diecisiete años, pero su altura y su cuerpo lo hacían ver de mucho mayor edad si lo reconocías de lejos. Aunque ya no era momento para arrepentirse. Antonio iba a completar el trabajo y también rescataría a Bruno a como dé lugar, aunque eso significara romper algunos huesos de un montón de adolescentes idiotas. —No te quiero lastimar, niño —dijo Antonio, sin dejar de caminar directamente hacia el tipo grande, que era el último que se interponía entre Ramiro y la victoria. Entonces el muchacho se abalanzó sobre el metro setenta de altura de Antonio, con el poder de sus casi dos metros de altura, pero, aun así, fue en vano. Antonio lo batió en solo dos movimientos, sin dejar de caminar. Uno fue para detener el golpe, y el segundo movimiento fue una combinación entre el


torso, piernas y brazos, para por fin desplomar al muchacho enorme y además dejarle un dolor agonizante por la zona del omoplato y la espalda baja. Ramiro entonces sintió el verdadero terror. Veía a Antonio caminando con la suficiente confianza como para temer por su vida. Sin embargo, Bruno podía comparar fácilmente a Antonio con lo que sabía de Batman por el comic que había empezado a leer. Con cierta imponencia, y con ciertos aires de ser invencible, Antonio quedó por fin de frente a Ramiro, el cual tomó por el cuello de su camisa, haciendo que se levantara un poco del suelo.

XV —No quieres hacer esto, anciano —dijo Ramiro, liberándose de Antonio y después parándose a un lado de Bruno y jalando sus cabellos—. ¡No puedes hacer esto! —¡Chingada madre! —respondió Antonio—. ¡¿Cuál es el maldito problema?! ¡¿Por qué le haces esto a Bruno?! ¡¿Qué te hizo?! —¡No puede haber jotos en esta ciudad! ¡No los debe haber! ¡Y a Bruno le encantan ser gay! ¡Para eso hay gente como yo, que aun razona, que conoce la verdad sobre el mundo! ¡Y esa verdad es que el hombre esté hecho para estar con la mujer! ¡No es tan difícil anciano! ¡Vamos, tu debes de saberlo, tu debes de saber cómo son las cosas! —finalizó Ramiro, al mismo tiempo que jalaba con más fuerza los cabellos y desde la parte trasera de su pantalón sacaba una pistola pequeña y negra. —¡Espera! —gritó Antonio, levantando las manos al frente, deteniéndose en seco—. ¡No tiene que ser así! —¡Debo eliminarlos! —gritó Ramiro, disparando al suelo, muy cerca de los pies de Antonio. Luego apuntando directamente a la cabeza de Bruno.


—¡No! Cuando Ramiro estuvo a punto de disparar, fue interrumpido por un golpe que recibió en el estómago, muy cerca de su pene. A pesar de tener las manos amarradas, Bruno pudo darle el golpe usando su codo. Ramiro cayó al instante, y Antonio aprovechó la oportunidad. Aunque el arma se deslizó muy cerca de ellos, a los tres les importó poco cuando un mar de sangre se empezó a formar en el suelo. Antonio se había colocado sobre el abdomen de Ramiro, y sin importarle que apenas fuera un chiquillo de diecisiete años, como sus otros amigos, descargó su furia sobre la piel de su víctima. Primero un golpe directo a un ojo. Luego uno en el mentón. Después uno en el pecho. Seguido de la barbilla, luego la frente. Incluso pasó por las orejas. Intercalaba golpes con su brazo izquierdo y luego con el derecho. Se fue hacia las piernas y las golpeó hasta que escuchó algún hueso tronar, luego volvió a la parte de arriba: sus nudillos se manchaban con la sangre, se embarraban de la piel, se llenaban de mugre y de haber continuado, Antonio pudo haber matado a Ramiro ahí mismo, sin embargo, fue detenido cuando el hombre sintió como los brazos de Bruno le rodeaban el cuello y lo jalaban hacia atrás, provocando que los dos se desplomaran a unos metros de la masacre. —¡Bruno! ¡Carajo! ¡Déjame! Bruno intentaba responder, pero la mordaza en la boca se lo impedía. Aun así, se lograba entender, con cierta facilidad, que Bruno gritaba: “¡No!” “¡No lo haga!” Así pues, Antonio Ignorando a Bruno, se regresó a donde estaba Ramiro y continuó golpeándolo, repitiendo la coreografía de violencia que había hecho hace unos segundos, pero de nueva cuenta, y de la misma forma, Bruno intentó detenerlo en vano. Antonio estaba ardiendo en rabia, tanto que le era difícil detenerse, de no haber sido porque sintió el terror que estaba causando sobre el chiquillo. Bruno ahora


desbordaba en lágrimas e intentaba cubrirse con el temor de que Antonio le hiciera algo. “¿Miedo?”, pensó Antonio. “¿Tiene miedo de mí?”, se dijo, mientras reconocía la mirada de dolor de Sudán en los ojos del pequeño Bruno. Miró a su alrededor, observó como Ramiro se intentaba incorporar, peros sus piernas rotas no lo dejaban. Observó los cuerpos de los otros adolescentes, también rendidos en el cemento. Finalmente vio sus nudillos envueltos en colores negros y rojos y entonces, por fin se quedó quieto. Cerró los ojos. Respiró profundamente y se puso en cuclillas, acercándose a Bruno para quitarle la mordaza. —Señor Toño… —susurró Bruno—. Deténgase por favor. En ese instante, Antonio se abalanzó sobre Bruno, rodeándolo con los brazos, liberando su llanto y abrazándolo como un padre—: Perdóname —dijo, con la voz cortada—. Perdóname Bruno —añadió, luego de abrazar con más fuerza al pequeño—. ¡Perdóname! En ese momento, mientras los dos seguían abrazados, se escuchó la detonación de la pistola. Ramiro había disparado.

XVI El impacto dejó un silencio abrumador en toda la Unidad Deportiva. Los ojos llorosos de Antonio y Bruno se quedaron petrificados, bien abiertos, intentando descifrar que es lo que acababa de pasar. Antonio vio cómo es que la bala había llegado hasta el suelo, dejando una estela de humo saliendo desde un pequeño orificio en el suelo de concreto. —Bruno… ¿Nos dio? —No lo sé, señor Toño… Los dos dejaron de abrazarse y Antonio buscó frenéticamente en todo su cuerpo si es que él había sido


atravesado por la bala, pero se encontraba bien. Temeroso, dirigió su mirada al rostro de Bruno, quien lo veía con la suficiente preocupación para detener el corazón de cualquier. Lo miró desde arriba y fue bajando poco a poco, con la esperanza de que Ramiro no le hubiera clavado el proyectil. Observó el cuello, luego los hombros, los brazos, el pecho, la cintura y entonces, justo en medio del muslo, vio una pequeña mancha de sangre que se estaba formando. Rápidamente, Antonio se quitó la camisa y aplicó un torniquete sobre la herida de Bruno. Justo después estaba a punto de volver a golpear a Ramiro, pero éste ya se encontraba inconsciente, desfallecido en el suelo. —¡Bruno! —gritó Antonio—. ¡Todo estará bien! En ese momento, de forma súbita, apareció Dolores. A lo lejos se escuchaban las sirenas de policía que se acercaban al lugar. —¡Rápido! ¡Llama a una ambulancia! Dolores marcó en su teléfono, lo más rápido que pudo, al mismo tiempo que Antonio se levantaba para recoger al pequeño Bruno y acercarlo lo más posible a la salida de la Unidad. —¡¿Que carajo paso?! —¡Tenemos que llevar a Bruno al hospital! Así pues, sin mucho tanteo, Antonio y Dolores subieron a un taxi y llevaron al pequeño Bruno hasta el hospital general del estado. En el camino, Antonio seguía aplicando presión en la herida. Dolores por su parte trataba de tranquilizar al niño. Y pareciera que por primera vez el tráfico estaba jugando a favor de todos ellos, pues avanzaron con relativa facilidad entre el tumulto de autos en las calles estrechas queretanas. “No te vayas, Bruno” “Sudán me lo pidió” “Yo debí cuidarte” “Yo debí protegerte y no lo hice” “¡Bruno, por favor!” “¡Sudan, ayúdalo!” “¡Bruno!”


XVII Quizá entiéndase, que después de muchos años, cualquier ser humano tiene la capacidad para reconocer el momento en el que, infortunadamente y de forma súbita, decidió tomar el mejor camino en su vida. Hospital General Del Estado, Querétaro. Año 2032. Un par de días después del rescate de Bruno. Ok. Bien —se escuchaba en el televisor del cuarto de Bruno, en el hospital—. Mueres siendo un héroe, o vives lo suficiente para convertirte en un villano. Oigan. Quien quiera que sea Batman no querría hacer esto toda su vida. No podría. Batman necesita a alguien que tome la batuta… En ese momento, la concentración de Bruno, en la película, se disipó cuando vio entrar por la puerta a Antonio: —¡Señor Toño! —gritó el niño, haciendo un movimiento que le causó una punzada en su herida por la bala. —¡Hey! ¡Tranquilo! —respondió Antonio, tomando una silla y sentándose cerca de la cama del chiquillo, dejando su mochila militar a un lado de sus piernas—. A decir verdad, yo también debería estar aquí. Me cuesta moverme un poco—. Añadió, mostrando el vendaje que tenía por el apuñalamiento. —Estamos jodidos, señor Toño. Ahora cada que comamos comida china se nos van a salir por los agujeros.


Los dos rieron fuertemente, se miraron un rato y luego Antonio siguió hablando: —Justo de eso quería hablar contigo. —Me lo imaginé. No me dejaran ir con usted, ¿verdad? —Se puede. Pero tardaremos mucho en logarlo. Hay mucho que resolver respecto a tu situación y lo mío con Ramiro. —¿El murió, Señor Toño? ¿Lo mató? —No. No lo maté, pero si quedó bastante herido. Hasta donde sé, no podrá caminar bien después de lo que le hice. —Se lo merece el hijo de puta. —No, Bruno. No estuvo bien lo que hice. —Pero si no lo hacia él me iba a matar. Eso debe decirle a la gente que no le deja que viva con usted. ¡Usted es mi héroe! Antonio entonces se rompió por un momento, casi a punto de llorar, pero de inmediato se incorporó y se limpió los ojos: —Hay Bruno… —Y entonces, ¿qué va a pasar? —De momento, apenas te recuperes, irás a un orfanato del estado. Se que no es lo mejor, pero… Bruno interrumpió a Antonio y dijo—: ¡No se preocupe! ¡Me agrada la idea! —añadió, al mismo tiempo que señalaba la televisión—. Quizás algún día sea como él. ¿No lo cree? Batman también es un huérfano. Y hay por ahí muchos niños como yo que necesitan ayuda. —Eso me parece bien. Que ayudes a los que lo necesiten, pero por favor no andes por las calles disfrazado de murciélago y golpeando criminales. Sera más fácil que termines en el loquero por eso, y no podrás ayudar a nadie con una camisa de fuerza. Bruno rio un poco—: Entiendo. Se quedaron en silencio y Bruno decidió continuar: —¿Es el adiós entonces, Señor Toño?


—Quizás sea solo un hasta luego. No sé cuándo podrá visitarte aquí otra vez. O en el orfanato. Pero en definitiva no hay que despedirnos. Nos volveremos a encontrar. —Espero que no muera antes, Señor Toño. Por favor. Encárguese de no morir. Viva hasta los cien años para que pueda encontrarlo de nuevo. —Te lo prometo, Bruno. Viviré mucho tiempo para poder encontrarnos. —Y ya no golpee más adolescentes. Antonio rio—: Entendido. Después de eso, Antonio se puso de pie y le dio un abrazo a Bruno que duro bastante tiempo. Luego él sacó de la mochila que llevaba consigo, el comic que Bruno había encontrado en el departamento. —No lo pierdas. Bruno. Es una gran edición ésta. —No lo haré señor Toño. ¡Hasta pronto! ¡Cuídese esa herida! —Hasta pronto, Bruno. Después de eso, Antonio solo se dio la vuelta y salió del cuarto. Se siguió sin parar hasta la salida del hospital, en donde Dolores ya lo estaba esperando en un viejo Tsuru morado del 2001. —¿Cómo les fue? —pregunto Dolores, encendiendo el motor. —Espero poder volver a verlo… —Lo lamento, Toño. Pero hay que resolver muchas cosas antes de que te quieras encargar de un niño. Además, creo que nunca se olvidara de ti. —Ni yo de él. —Vámonos entonces —finalizó Dolores, pisando el acelerador, llegando a una avenida llamada Zaragoza, en donde una hilera de postes de luz la dividía por la mitad, y a razón del cielo despejado y el sol radiante, daban la impresión de que toda esa hilera de postes se viese de color negro con un fondo blanco intenso. Y abajo, el único carro que avanzaba era el de Dolores y Antonio, dejándose ver solo como una


silueta negra en medio de la nada. Dejándolo a Antonio sin entender mucho de lo que acababa de pasar, pensando como serían los días siguientes, sintiéndose ajeno a todo, sintiéndose todavía como el último extranjero en su tierra.


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