La Revolución de Abril 1965

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Jesús de la Rosa

La Revolución de Abril 1965

Santo Domingo 2020



Liminar

A mis compañeros de la primera promoción de la Academia Militar Batalla de Las Carreras caídos en uno u otro bando.

La contienda bélica de abril de 1965 que vivió el pueblo dominicano y que fue denominada como Revolución Constitucionalista tuvo razones de ser en una serie de sucesos, entre los que sobresale el golpe de Estado de septiembre de 1963 que derrocó el Gobierno Constitucional que presidió el profesor Juan Bosch. El derrocamiento del gobierno del profesor Juan Bosch constituye uno de los actos más desafortunados de nuestra historia reciente. El levantamiento militar del 24 de abril de 1965 para reponer al depuesto presidente Bosch dio lugar a la ocurrencia del acontecimiento histórico más trascendental del país después la Independencia y la Restauración de la República: la Revolución Constitucionalista. De la Revolución Constitucionalista mucho se ha escrito, siendo numerosas y variadas las interpretaciones que desde el inicio de este magno acontecimiento se han hecho, tanto en el ámbito nacional como internacional. Las distintas percepciones e interpretaciones sobre esta epopeya dominicana se intensifican hoy al cumplirse cuarenta y seis años de su ocurrencia. La proliferación de estudios y de enfoques sobre la Revolución de Abril del 65 se explica por el gran significado que envuelve dicha epopeya, y porque escribir sobre ella es la más eficiente manera de evitar su olvido. La Guerra de Abril debe ser recordada siempre por lo profundo y copioso de sus enseñanzas históricas. Nuestra Universidad Autónoma de Santo Domingo no debe permitir que con relación a esta gesta histórica

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se cobije el olvido, entre otras razones, porque su carácter pluralista y libertario, unido a su condición de patrimonio del pueblo dominicano, lo debe esencialmente al Movimiento Renovador impulsado por académicos de la Universidad Primada. Enhorabuena el comandante militar constitucionalista y académico Jesús de la Rosa nos presenta su libro La Revolución de Abril 1965. Es esta una obra plasmada con decisivos episodios acontecidos en la Revolución de Abril de 1965, episodios narrados por sobresalientes protagonistas, escritos en función de las experiencias vividas por actores y testigos presenciales de este magno acontecimiento histórico. Estamos convencidos de que La Revolución de Abril 1965, de Jesús de la Rosa, enriquecerá la fuente bibliográfica de esta temática debido a la inclusión en la misma de episodios de primera mano.. Esta obra, por su contenido y por la metodología aplicada por su autor consistente en exponer e interpretar los hechos de testigos presenciales, adquiere un valor y una pertinencia verdaderamente significativa. La misma contribuirá a enriquecer el debate y a servir de referencia y de base de sustentación bibliográfica para los estudiosos de nuestra historia contemporánea. A los cuarenta y seis años de la epopeya de abril, los interesados en temas históricos y, de manera especial, los que lucharon al lado de los militares constitucionalistas por el respeto a los derechos del pueblo dominicano expresados en la Constitución de 1963 y por la soberanía nacional, estamos muy agradecidos del catedrático universitario y militar constitucionalista Jesús de la Rosa por la presente publicación. Porfirio García Fernández

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La Revolución de Abril en la memoria de un combatiente

Mientras se active como un trueno a través de nuevas publicaciones, el doctor Alois Alzheimer no podrá borrar de la memoria histórica dominicana la gesta gloriosa de abril del 1965, cuyos ensayos publicados sobre aquella epopeya (y digo ensayos, no ficción, ni poesía, ni sórdidas especulaciones), que a partir del día 28 de ese mismo mes se convirtió en Guerra Patria, se acercan a treinta. Y a medida que las memorias y nuevas lecturas sobre este trascendental evento se intensifiquen, provocadas por la impetuosidad de una cronología precipitada por los constantes renuevos tecnológicos, de seguro que aumentarán, cedaceando las adulteraciones que han tratado de colarse para convertir en héroes a oportunistas y villanos. Porque después de todo, ¿qué es la historia, sino memoria social? Los mismos procesos requeridos para memorizar nos remiten a una codificación de los registros almacenados que se recuperan para evocar, retener, desenterrar e inmortalizar eventos, y que el viejo vocablo alemán gedanc,1 prácticamente en desuso, los recupera desde Heidegger para definir ese cavilar y repensar, que se convierte en memoria. Heidegger, en ¿Qué significa pensar?,2 recobra el vocablo y lo convierte en metáfora de la memorización, preguntándose: ¿Lo pensado: dónde está y dónde queda?, (porque lo pensado) necesita del recuerdo, a lo pensado y su pensamiento, al ‘gedanc’, (ya que a éste) pertenece la gratitud, (la) ‘dank’.3

1.  Pensar, recordar, retener, agradecer. 2.  Heidegger, Martin: ¿Qué significa pensar? Editora Nova, segunda Edición. Buenos aires. 1964. 3.  Heidegger, Martin, Op. Cit. p. 134.

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Ese gedanc, ese vocablo alemán casi en desuso, implica para Heidegger: Lo que el alma (agradecida) recuerda lo que tiene y es, (ya que) recordando así, y por lo tanto en calidad de recuerdo, el alma se piensa a sí misma como propiedad de Aquello a que pertenece.4 La memoria como sustancia viva del pasado Por eso, lo valioso de memorizar y evocar aquel abril inmaculado, no reside en los rastreos colaterales sobre el evento, o basados en arqueos practicados por terceros. Lo significativo, lo verdaderamente valioso de retener dentro del corpus social aquel abril, reside en el sacudimiento memorial de los que aún con la pólvora, el escozor del arrojo y el miedo royéndoles la piel, se han atrevido a relatar las incidencias, los motivos y el empuje de sus participaciones en una lucha por la que no iban a cobrar una sola moneda de plata, ni recibir las muchas veces insulsas condecoraciones que se otorgan a los héroes, pero sí la satisfacción de haber aportado un aliento que, impulsado aparentemente por la emoción, constituyó una admirable simbiosis con la razón, creando una fenomenología del gozo, una revelación en donde el ser humano se desprende de su propio sentido común y se lanza a la búsqueda de su identidad en el imaginario anhelado. Es decir, los que recuperan abril como lo hace Jesús de la Rosa en su ensayo, lo que conciben es una memorización reconquistada desde el tuétano del alma, desde esa masmédula inventada por el poeta posmoderno argentino Oliverio Girondo, para expresar más allá de una fonética sensual, la profundidad de un lamento que se vincula a la metafísica, a la abstracción de un dolor en sinfín. Fidelio Despradel, Fafa Taveras, Juan Pérez Terrero, Claudio Caamaño, José Antonio Núñez Fernández, Chino Ferreras y, desde luego, Jesús de la Rosa, forman parte de los testigos in situ, de esos héroes que protagonizaron con sus acciones la estructuración del único evento bélico que ha enfrentado —como rivales— a soldados norteamericanos —con sus pertrechos de destrucción— a nacionales de un país latinoamericano. Y es desde esa memoria gloriosa, tormentosa, casi frustratoria —porque desde

4.  Op. Cit. p. 135.

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el saboreo del triunfo el imperio lo volvió coraje, estruendo y dolor—, que cada ensayo escrito por un combatiente debe, no sólo aplaudirse de pie como se homenajea a los héroes, sino cantado y amplificado con el tambor multi-sonoro de la historia. Desde la memoria: aproximaciones entre el ensayo crítico y la novela de tesis Jesús de la Rosa, a quien conocí durante el desarrollo de la gesta de abril, lanza ahora su segundo texto sobre aquella gloriosa efemérides y lo hace desde una trinchera desprovista del ácido rencor que algunos recodos de la memoria devuelven al combatiente de abril, cuando reviven en su remembranza las escenas de ansiedad, acorralamiento, heroísmo y muerte, que durante casi cinco meses se vivieron en aquella cantera del honor y la vergüenza. A menudo, y cuando los bombardeos de los interventores y sus aliados del país lo permitían, Jesús de la Rosa, Miguel Alfonseca, Silvano Lora y otros combatientes, nos reuníamos en la casa de Antonio Lockward Artiles, en la calle El Conde, y desde esa tertulia analizábamos el discurrir de la contienda. Recuerdo que una de las tesis de De la Rosa era la de resistir hasta morir y nos exponía relatos de heroísmos extremos, como el de los judíos en el ghetto de Varsovia, así como el suicidio colectivo hebreo en la meseta de Masada, durante la primera guerra Judea-romana. A Jesús lo escuchábamos con deleite, tal como él nos escuchaba declamar poemas y exponer narraciones sobre lo que acontecía en aquellos cincuenta y dos viejos bloques de ciudad acorralada. Ahora, ¡qué fácil es visualizar ese abril de 1965 desde esta plataforma global súper comunicada! Pero allí, con el mar a nuestras espaldas al sur, con un río Ozama infectado de marines al este, con la parte oeste recostada de la avenida Pasteur en manos de fastidiosos soldados brasileños y paraguayos, los cuales se divertían disparando día y noche hacia nuestra zona, y miles de rangers yanquis con modernos armamentos y pesados tanques, vigilándonos como ganado desde la zona norte, el miedo a la muerte era un pedazo de pan a la hora del hambre. De la Rosa, proveniente de las filas de la Marina de Guerra dominicana, estuvo entre los miembros de esa rama de las fuerzas armadas que siguió al coronel Ramón Montes Arache y sus hombres-rana, encendiendo con sus hazañas una luz de valor y confianza en estudiantes, obreros y gente común, que con las irritaciones provocadas por el golpe de estado a

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Bosch casi cicatrizadas, se encontraban ajenos a los vaivenes de la política y sus trampas, exceptuando, desde luego, a los militantes de los partidos de izquierda, que ya habían ofrecido mártires valiosos como Manolo Tavárez Justo, quien se inmoló junto a los mejores cuadros del 1J4 a finales del 1963, así como muchos miembros destacados del MPD, que desarrollaron estrategias guerrilleras para recuperar la constitucionalidad y que, tan pronto el Doctor José Francisco Peña Gómez anunció por radio al país el contragolpe al Triunvirato, se lanzaron a luchar junto a militares y al pueblo. Con un estilo donde mezcla la narración literaria con el ensayo, Jesús De la Rosa desmenuza la historia de un antes y después de abril, yéndose, en ese antes, a explorar —a modo de introducción— la Era de Trujillo, y desde el capítulo primero al cinco: • Las elecciones de diciembre de 1962 • El trágico drama de Palma Sola • El Coup d’Etat a Bosch • Las reacciones sobre aquella desventura • Los fracasos en el intento de reponer el gobierno constitucional • Lo que fue el Triunvirato • La conspiración militar contra el gobierno de facto Advirtiéndole al lector que su ensayo: No es una historia de la Revolución de Abril de 1965 (sino) un ensayo de interpretación histórica (así como) no pretende tener un carácter exhaustivo, (ya que) se basa no sólo en documentación que se cita en cada caso, sino también en experiencias personales. Asimismo, De la Rosa argumenta que el texto no pretende tampoco: Ser partidista sobre la Guerra de Abril del 1965, por lo que no ha sido escrito con la intención de convencer ni variar la opinión política de nadie sobre hechos que ocurrieron hace cinco décadas, (asegurando que es un ensayo) que incorpora y se beneficia de los trabajos de investigación que en los últimos años hemos podido realizar en archivos y bibliotecas.

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Pero este tipo de explicación sobre ensayos cuyos textos investigan, analizan o pretenden aclarar registros históricos conflictivos, siempre tropezarán con las voces divergentes, porque la verdad —que De la Rosa asienta como su verdad— chocará siempre de frente con los inconformes, con aquellos que reciben con ojeriza la reconstrucción intelectual de la historia y la remiten a una noción de sospecha. Los ejemplos sobre estas divergencias, no sólo se encuentran en las memorias escritas por vencedores y vencidos en las guerras mundiales recientes, en los salvajes y desiguales enfrentamientos de la Guerra Civil Española, en las embestidas del capitalismo francés y norteamericano a Vietnam, en los asaltos imperiales a Irak y Afganistán, sino también entre la ocupación y desocupación de las Malvinas, en las guerrillas colombianas, peruanas y uruguayas, y en las revoluciones acaecidas en Centroamérica, Asia y África. La importancia de La Guerra de Abril 1965, de Jesús de la Rosa, reside en que su narración sobre los acontecimientos por él vividos adquiere un carácter de confesión ontológica, porque una parte esencial del texto registra algo que De la Rosa no pudo evitar, aún por encima de su dedicatoria a los mártires de ambos bandos: reafirmar su fe, su inquebrantable fe en que, al final de los días, aquella explosión de indignación ya distanciada por cincuenta años, sabrá cobrar la verdad, esa verdad que de una forma u otra saldrá a flote por encima de los que han tratado de minimizarla. Y esa dualidad que inunda a los historiadores desde Heródoto y que desobedece la imparcialidad del texto con anécdotas y metáforas, no constituye un pecado en De la Rosa, porque desde su rol de combatiente fue un testigo de aquella epopeya. Así pasa con los narradores como Ana María Matute, que sólo contaba con diez años cuando estalló la Guerra Civil Española, en 1936, y que sin ser combatiente, sí almacenó una memoria del horror de la contienda. En su trilogía Los Mercaderes, la Matute procesa desde el fondo de su memoria —veintiún años después de finalizado el conflicto—, su recorrido como niña y adolescente por los horrores que produjo aquella guerra, pero reconstruyendo los acontecimientos desde la perspectiva de la esperanza. La trilogía Los mercaderes, de Ana María Matute, como toda obra que exorciza el pasado para cotejarlo con el presente y aún con la libertad del narrador para alterar tanto el tiempo como la propia historicidad, se abre como una memoria persistente, como una evocación recidiva de los cuerpos que la estructuran:

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Primera memoria, publicada en 1960; Los soldados lloran de noche, en 1964; y La trampa, en 1969. Pero aún como ficción histórica, a la trilogía de Ana María Matute es preciso registrarla como un testimonio evocador de la Guerra Civil Española, al igual que los cientos de novelas, poemas, dramas y ensayos que se han publicado sobre aquella confrontación. Y la razón es bien simple: en la memoria de la novelista española aquel conflicto supervive en su narrativa como una sustancia vital, como un demonio que agita su mente, conduciéndola hacia la catarsis de las palabras, un fenómeno muy parecido a la narración que hace Jesús de la Rosa en La Revolución de Abril 1965, cuando en el Capítulo 12 describe la toma de la Fortaleza Ozama, el 30 de abril. Violentando apenas la delgada línea que separa la ficción del hecho histórico, De la Rosa narra las incidencias que envolvieron la toma del recinto policial que asestó el golpe de gracia a las pretensiones del CEFA5 de aplastar la revuelta y provocó la ira y la confirmación del desembarco en el país de 42 mil infantes de marina, del país más poderoso del mundo. En ese capítulo, De la Rosa escribe: —Una multitud avanzaba por la calle Las Damas entre gritos de triunfo detrás de varias unidades blindadas y una compañía de soldados del Ejército, al mando del mayor Juan Lora Fernández. En la calzada (…) un joven teniente instruía a varios soldados sobre el uso del mortero 60. (…) El alto mando constitucionalista había dispuesto el asalto del último bastión golpista situado en la ribera oeste del río Ozama: la Fortaleza Ozama. Alrededor de las 10 de la mañana del 30 de abril de 1965, el mayor Juan Lora (…) ordenó (…) que se abriera fuego contra una de las puertas de entrada de la Fortaleza Ozama (…) Un tanque AMX de fabricación francesa lo hizo. Un joven que se encontraba muy cerca de ese blindado comenzó a dar gritos de dolor: las orugas del tanque le habían aplastado los pies. El poeta y actor de teatro Miguel Alfonseca (…) oía balas de ametralladoras silbar sobre

5.  Centro de Entrenamiento de las Fuerzas Armadas.

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su cabeza, lo que hizo que se arrojara detrás de una tapia de un jardín cercano. Un batallón de los muy odiados policías cascos blancos se encontraban dentro del fortín, aislados y sin contacto con el exterior. (…) El comandante de las tropas policiales, coronel Manuel Valentín Despradel Brache y su segundo al mando, Robinson Brea Garó6 (…) no tenían ningún plan de defensa concertado con los demás cuarteles policiales (…) los cuales ya habían caído en manos de los constitucionalistas. Y en la descripción de la defensa del Puente Duarte, De la Rosa hace acopio de una memoria que exuda pasión, amor y vergüenza, como un brote espontáneo de memorización: —A las 9:30 a.m. del 27 de abril de 1965, las tropas de San Isidro iniciaron su acometida. Por horas no cesaron de atacar; ataques insistentemente reiterados con toda clase de medios: cañones, morteros, metrallas, bombas disparadas desde barcos y aviones. Los barrios de Borojol y Mejoramiento Social componían la primera línea del frente de defensa. Los proyectiles de artillería caían por todos lados y las llamas ascendían a los tejados de algunas viviendas de las dos populosas barriadas, habitadas por familias pobres de la capital. Todos los ataques fueron vigorosamente rechazados por militares constitucionalistas y por combatientes civiles agregados a las columnas de defensa de los rebeldes. No se podía comparar el genio y la valentía de los oficiales y civiles constitucionalistas con la de los militares de San Isidro, que a fin de cuentas, no eran más que un bandado de ineptos. De nuevo el Ejército Constitucionalista controlaba gran parte de la ciudad de Santo Domingo. La Revolución de Abril como material histórico Aunque la Revolución de Abril llega a cincuentenario, los hombres y mujeres que allí enfrentaron al demonio de la traición y la desvergüenza 6.  De la Rosa, sobre lo acontecido dentro de la Fortaleza Ozama, se auxilia de la ponencia de Brea Garó en el Seminario sobre la Revolución de Abril del 1965, con los auspicios de la Secretaría de Estado de las Fuerzas Armadas y recopilados en el libro Guerra de Abril, en el 2002.

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ya abordan —los más jóvenes de aquella resistencia heroica— los setenta y tres años de edad y estas dos generaciones y pico nacidas después de esa gloriosa efemérides, no pueden, ¡bajo ningún concepto!, dejar morir esa memoria. Los israelitas tienen su monumento a los justos para alimentar el doloroso recuerdo del holocausto; los adoloridos españoles de la guerra civil y sus descendientes, cuentan con docenas de sitios en la Internet para retener, como en un envoltorio de dignidad, la sangre derramada por un millón de hombres y mujeres que murieron en defensa de sus ideales. Asimismo los rusos, para que nadie ose esfumar de la historia sus veinte millones de muertos en la Segunda Guerra Mundial; y los japoneses sus mártires de Hiroshima y Nagasaki; y los vietnamitas y los norteamericanos sus sacrificios humanos en aquella desgraciada guerra; y así también los pueblos diseminados por el mundo que han erigido baluartes para evocar la heroicidad de sus hijos en la memoria del tiempo. Por eso, cada poema, cada novela, cada drama, cada relato y cada ensayo, como este que nos presenta Jesús de la Rosa para mantener encendida la llama heroica de aquel abril inmaculado, debe ser recibido como una memoria vinculada al mismo corazón de la Patria. Efraim Castillo Presentación del libro La Revolución de Abril 1965, en la Librería Cuesta de Santo Domingo en diciembre de 2011

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Prólogo

Hace unos meses leí en el periódico Hoy, en su sección cultural de los sábados, unos artículos escritos por Jesús de la Rosa, autor del presente libro, donde narraba algunos detalles interesantísimos sobre la historia cotidiana en que se desenvolvía el grupo de patriotas civiles y militares que enfrentó con coraje de leyenda la grosera segunda intervención militar norteamericana a nuestra patria. En aquella ocasión, después de leer el trabajo aludido, llamé a Jesús, no solo para felicitarle, sino además para exhortarle a que continuara escribiendo sobre ese tema, por varias razones: primero: porque la historia íntima de los entretejidos conspirativos que hicieron posible el derrocamiento del régimen golpista de Donald Reid Cabral no eran muy conocidos, y además, porque muy pocos de sus protagonistas, actores o testigos, han escrito sobre tan importante aspecto. A todo lo anterior cabe agregar que si bien algunos autores extranjeros que han abordado el tópico, lo han hecho bajo la obtención de informaciones de segunda mano y muchos de tales estudios no permiten conocer esos detalles ni los acontecimientos vividos por nuestro pueblo en su real magnitud. En tal virtud hay que felicitarse por el hecho de que Jesús de la Rosa, siendo casi un muchacho, participó con gallardía y temple patriótico en aquel magno acontecimiento histórico que fue la Revolución de Abril de 1965, y sobre todo porque se haya decidido a hablar para contarnos, no solo lo que conoció, sino, además, sus propias experiencias. La felicitación es extensiva por la franqueza y sinceridad con que este libro narra esos hechos. La Revolución de Abril 1965, de Jesús de la Rosa, es al mismo tiempo un ensayo documental y un recuento memorial de gran importancia.

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Sin embargo, debo decir que cuando terminé la lectura de este trabajo quedé insatisfecho. Tal y como me ocurre frecuentemente con las narrativas de Gabriel García Márquez y José Saramago, me quedé deseando más. Y como sospecho que el autor tiene en el tintero muchas cosas aún no escritas y que tiene que decirnos, culmino estas breves palabras expresándole que conmigo el autor de este libro ha contraído una deuda, pero también con sus lectores. Franklin J. Franco

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Nota del autor

Esta obra es una reconstrucción realizada con el mayor cuidado posible, basada en entrevistas, archivos, periódicos, reseñas, autobiografías y cartas; todo ello cotejado y verificado a fin de evitar las inexactitudes, las que a veces resultan inevitables. Las motivaciones y pensamientos que se atribuyen a las personas se han tomado sin extrapolaciones de los testigos sobrevivientes y de los escritores coetáneos. Hemos procurado no matizar, ni mucho menos inventar nada. Todas las fuentes se indican exactamente en las correspondientes notas. A pesar de ello, en este libro faltan más citas, más referencias, más datos estadísticos y más informaciones gráficas que pudieron darle un valor documental; pero, este ensayo sobre la Guerra de Abril de 1965 no fue escrito para doctos; más que razonable, esta obra resulta emotiva; aspira, más que a convencer, a decir escuetamente la verdad, mi verdad, aunque esta no satisfaga a los combatientes y simpatizantes de la causa constitucionalista, ni a sus adversarios. Este libro no es una historia de la Revolución de Abril de 1965. Es un ensayo de interpretación histórica. Ensayo porque no pretende tener un carácter exhaustivo y porque se basa no sólo en documentación que se cita en cada caso, sino también en experiencias personales. Es de interpretación porque no creemos que haya llegado el momento en que se pueda escribir o hablar sobre la Epopeya de Abril con objetividad absoluta, con desprendimiento, sin emoción personal. El autor no pretende ser imparcial. Ha participado en muchos de los acontecimientos que narra, por lo que puede dejar de tener sobre ellos, emociones y opiniones que influyen en su interpretación de los hechos. No obstante, los hechos de que informa son hechos incuestionables, y los hechos, como se le atribuye a Lenin, son tozudos. Pero, ¿otro libro sobre la Revolución de Abril de 1965? Volver a contar una vez más lo que ya ha sido contado. ¿Para qué? ¿A quién puede

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interesarle? El acontecimiento de abril es uno de los mejores documentados de la historia dominicana del siglo XX y del que se conserva, en archivos nacionales y extranjeros, una abrumadora cantidad de testimonios absolutamente contemporáneos acerca del mismo. La Revolución de Abril de 1965 ha sido objeto a lo largo de cuarenta y seis años, tiempo transcurrido desde su conclusión hasta hoy, de una asombrosa desfiguración fabuladora. Todas las musas se han fijado en ella. La pintura, la música, la poesía, el teatro y la novela —sobre todo la novela— la han tomado como pretexto antes de que la historia la tomara como argumento. Cuando los historiadores se fijaron en Abril del 65, a principios de los años setenta, la realidad ya estaba tan recubierta de detritus que muy pocos de ellos se percataron de la necesidad de un previo, penoso e ineludible desescombro. Así, algunos de los narradores de lo sucedido en aquel Abril de 1965 se aplicaron a la tarea de tratar de infundir exactitud a lo que ya era prefabricación adulterada, auto apología o burda manipulación. El propósito de imparcialidad y objetividad —innegable en algunos— y sobre todo en los más conocidos, se frustró. Es que partir por la mitad dos dislates opuestos, o combinar con escrupulosa conciencia dos o tres versiones legendarias para deducir de ellas un mínima común denominador que equivaldría a la versión histórica, no es, en lo absoluto, un procedimiento científicamente aconsejable. Aquí y en el exterior se han escritos historias de Abril con lujo de detalles en las descripciones pero ignorancia total respecto al estrato de realidad efectivamente detectado. ¿Cómo y por qué han ocurrido tantas desfiguraciones fabuladoras de la Guerra de Abril de 1965? Se trata de un cuestionamiento de respuesta difícil; pero, las desnaturalizaciones están ahí, tan intactas como la verdadera historia de Abril. Almirantes y Generales participantes en la Gesta de Abril de 1965, a fuerza de no admitir sus errores y sus excesos, fueron decantando o, con su pasividad, ayudando a decantar unos esquemas históricos muy elementales que más tarde o más temprano habrían de volverse contra ellos. Es tiempo de remediar esa situación. Las fuentes documentales de los hechos de Abril de 1965 están ahí al alcance de todos; y, afortunadamente, todavía viven muchos de los participantes y testigos de esa Gesta. Tenemos el deber moral de describir los hechos de Abril de manera objetiva y apegada a la verdad. Y sobre todo el de evitar, a toda costa, que se les asigne a extranjeros la tarea de formación y depuración de nuestra propia imagen histórica. Es ese el reto que afrontamos a escribir un nuevo libro sobre la Guerra Civil y Patria de 1965.

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Un amigo me sugirió que escribiera mis Memorias. Confieso que pensé en hacerlo pero al final abandoné la idea. No había conspirado ni traicionado a los míos, no estaba marcado por la abyección de ningún crimen, no había mentido para labrar la fama, tampoco tenía heridas de la guerra de abril. Un tipo así como yo no le interesa a nadie, me dije. De modo que tiré por la borda los documentos que sobre mi vida había recolectado desde el día de mi nacimiento hasta finales de agosto de 1982. Fui un oficial de marina que se mantuvo al margen de todas las tropelías y los abusos que se cometían en tiempos de Trujillo, y en tiempos liberales en el poder. En ese contexto, ¿qué sentido tenía ocuparme de mí mismo, de alguien que sólo se esforzó por cumplir con su deber? Un día me asaltó la idea de que, además de cumplir con mi deber como soldado y como maestro, debía cumplir con otro, el de conciencia, el que surge de lo más hondo. Sin más enigma y complicaciones decidí escribir un nuevo libro sobre la Revolución de Abril de 1965 sin abundar en datos innecesarios; volviendo atrás para rehacer, aumentar e insistir en hechos de los que fuimos testigos de primera fila. Admitimos que hay repeticiones de lo narrado en mi libro La Revolución de Abril de 1965. Siete días de guerra civil (Santo Domingo, Editora Nacional, 2005) y en artículos dispersos en colecciones de periódicos y revistas. No obstante, ese volver sobre mis pasos para escribir sobre lo mismo, no estorba el transcurrir de nuevas ideas, ni afea nuestra postura sobre hechos sucedidos hace más de cuatro décadas. La pasión con la que luchamos por la causa constitucionalista han hecho difícil la búsqueda de la objetividad, sobre todo en lo tocante a los roles de cada uno de los protagonistas. Sin embargo, gracias a las labores de investigación que han llevado a cabo historiadores dominicanos, lo ocurrido durante la Guerra de Abril de 1965, como las atrocidades que se cometieron, y los aspectos de la represión que la siguió, están hoy fuera de toda duda razonable. También, bien se sabe el tratamiento que se le dio a la mayoría de los asuntos militares, incluida las disensiones entre los generales de San Isidro y sus mandos yanquis, esto último, gracias a que, desde hace unos años, se han abierto en Washington archivos que hasta entonces habían sido considerados secretos. Las generaciones más jóvenes no pueden imaginar cómo era el diario vivir de miles de personas decididas a jugarse el todo por el todo en unas cuantas cuadras de la ciudad de Santo Domingo. Las pasiones y los odios de aquella época están muy lejos del entorno de seguridad, de relativo

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bienestar, y de derechos ciudadanos en el que vivimos hoy. Por ello, muchos de los hechos de Abril de 1965 se siguen interpretando al arrimo de las opiniones personales, como sucede en torno al debate de que si pudo o no evitarse el golpe de Estado militar al Gobierno Constitucional del Presidente Juan Bosch. Es que resulta muy difícil de imaginar cómo se hubiera podido alcanzar algún tipo de compromiso serio entre un gobierno liberal, unas fuerzas armadas mandadas por Generales y Almirantes de muy limitada formación geopolítica, una derecha recalcitrante, y una izquierda radicalizada. Pensamos que a más de cuatro décadas después del estallido de la Revolución de Abril de 1965 ha transcurrido tiempo suficiente para superar las pasiones y los rencores que suscitó; y que ha llegado la hora de emprender un análisis riguroso y objetivo de sus orígenes, trayecto, y consecuencias. Con este fin, nos dispusimos a publicar este nuevo libro sobre la Revolución de Abril de 1965, donde se ampliarán y aclararán juicios externados por nosotros en publicaciones anteriores. La temporalidad recordada, esa relación no inmediata entre los hechos del pasado y la referencia escrita, aspira a darle a este libro un valor de testimonio. Por ello, los acontecimientos se presentan en versiones de los dos bandos en conflicto, aludidos con los nombres que se dieron a sí mismos: Militares Constitucionalistas y Militares de San Isidro. Advertimos a nuestros lectores que el libro que tienen en sus manos no es un libro partidista sobre la Guerra de Abril de 1965, por lo que no ha sido escrito con la intención de convencer ni variar la opinión política de nadie sobre hechos que ocurrieron hace ya más de cuatro décadas. Este libro sobre la Revolución de Abril de 1965 es una obra totalmente nueva que incorpora y que se beneficia de los trabajos de investigación que en los últimos años hemos podido realizar en archivos y bibliotecas. Sea como fuere, yo no hubiese podido terminar esta obra sin la ayuda generosa de amigos y colegas. Una vez más debo de dejar constancia de mi profunda gratitud a mis ex compañeros de armas, incluyendo los que combatieron en el bando contrario al nuestro, quienes desinteresadamente pusieron a mi disposición su tiempo, su conocimiento y su experiencia vivida en aquellos días aciagos de Abril del 65. A todos ellos, los citados y los anónimos, mi externo agradecimiento. He tenido la suerte de contar con el apoyo de personas entusiastas como Víctor Leonardo Rodríguez que me animó a escribir este libro. Por sus consejos oportunos le estoy inmensamente agradecido. La mayor de las deudas de gratitud que he

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contraído la tengo con Orlando Inoa, director de la Editora Letra Gráfica y amigo nuestro. Este libro que tenéis en vuestras manos no se habría publicado jamás de no haber sido por su entusiasmo y su colaboración personal para dar cima a un proyecto que, al final, resultó ser mucho más complejo de lo que ninguno de los dos había pensado. La Era de Trujillo: A manera de introducción Únicamente aquellos que todavía no saben que la tierra es muy grande y sólo unos pocos, únicamente ellos no abrirán el corazón a la mirada triste de los niños sin pan y los perros sin dueños. Franklin Mieses Burgos La tiranía de Rafael Leónidas Trujillo Molina fue la más duradera de los regímenes que gobernaron la República Dominicana desde su fundación. Bajo su oprobioso régimen, el pueblo dominicano vivió años de terror, forjados por el ejercicio ilícito del poder, la omnipresencia de la represión, el asesinato, y el miedo. ¿Quién era este hombre que se mantuvo en el poder por más de treinta años al frente de una férrea dictadura? ¿Cómo llegó a acumular tanto poder y tanta riqueza? Rafael Leónidas Trujillo Molina nació el 24 de octubre de 1891 en el poblado de San Cristóbal. Tercer hijo del matrimonio formado entre José Trujillo Valdez y Altagracia Julia Molina Chevalier. Es poco lo que se sabe de la niñez y adolescencia de Trujillo. Sólo ha llegado a saberse parte de la verdad relacionada con el su entronque genealógico. Lo publicado por sus panegiristas acerca de la vida del tirano no merece mayor crédito. José Trujillo Monagas, abuelo paterno de Rafael Leónidas Trujillo, estuvo en estos lares prestándole servicios a la Corona Española como oficial de policía durante los cuatro años de anexión de la República Dominicana a España. En 1865, el ascendiente del sátrapa regresó a

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Cuba donde llegó a ocupar el cargo de Jefe de la Policía de La Habana, en momentos en que los patriotas cubanos luchaban para liberarse del yugo español. El capitán Trujillo Monagas procreó aquí un hijo, nacido en 1865, con una joven mulata de nombre Silveria Valdez. En su obra Trujillo. Monarca sin corona, editada en el 2008 por la Editora Corripio, el historiador Euclides Gutiérrez Félix califica a José Trujillo Monagas como un hombre probo y culto atribuyéndole el haber cursado estudios de Derecho Civil y de Derecho Canónico en la Universidad de La Habana, y el haberse graduado en ambas disciplinas con calificaciones sobresalientes. Al finalizar la guerra de independencia cubano-española, el capitán José Trujillo Monagas se la agenció para permanecer en La Habana. Allí ejerció la profesión de abogado notario hasta el día de su muerte. Por el lado materno, el abuelo de Trujillo es un dominicano: Pedro Molina, y la abuela una rayana (hijas de haitianos) de nombre Luisa Erciná Chevalier. El matrimonio Pedro Molina y Erciná Chevalier procreó en 1865 a Altagracia Julia Molina Chevalier, la madre de Trujillo. A los 16 años el joven Trujillo consiguió su primer trabajo como telegrafista en el Telégrafo Nacional. Casó a los diecinueve años con Aminta Ledesma con quien procreó dos hijas llamadas Flor de Oro y Julia Génova, esta última murió antes de cumplir su primer año de edad. Después de abandonar su cargo de telegrafista, Trujillo laboró como guarda campestre en los ingenios San Luis y Boca Chica.7 El 29 de noviembre de 1916, H. S. Knapp, Capitán de Navío de la Armada Norteamericana, dio a conocer su célebre proclama anunciando que a partir de ese momento la República Dominicana quedaba ocupada por las fuerzas militares bajo su mando y sometida al Gobierno Militar y al ejercicio de la Ley Militar, aplicable a la ocupación. También, anunciaba que las leyes dominicanas continuaban vigentes, «siempre que no estuvieran en conflicto con los fines de la ocupación o con los reglamentos necesarios al efecto». Una de las primeras medidas del gobierno de la ocupación fue desarmar la población civil, pacificar el país, desbandar

7  Datos biográficos del generalísimo Rafael Leónidas Trujillo pueden encontrarse en las obras: La Era de Trujillo de Jesús de Galíndez, editada por vez primera en el año 1956 en Santiago de Chile por Editorial del Pacífico; La Dictadura de Trujillo de Lauro Capdevila, editada en Santo Domingo en el año 2000 por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos; y Biografía de Trujillo de Fernando Infante, editada en Santo Domingo en el año 2009 por la editora Letra Gráfica.

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los grupos armados y organizar una Guardia Nacional, cuerpo de policía comandada por oficiales de la Infantería de Marina estadounidense. La ocupación del país le brindó a Trujillo la oportunidad de escapar del círculo de su vida gris. En efecto, el 11 de enero de 1919, Rafael Leónidas Trujillo Molina prestó juramento como segundo teniente de la Guardia Nacional. Dentro de ese cuerpo policial, mostró sus dotes de agente represivo y, a decir de sus instructores yanquis, fue uno de los mejores oficiales en servicio. En 1921 la Guardia Nacional pasó a denominarse Policía Nacional la única fuerza nacional armada «encargada del mantenimiento del orden público, y de vigilar por la seguridad de las instituciones del gobierno de la República Dominicana, de ejercer las funciones de policía general del Estado y de velar por la ejecución de las leyes».8 El 15 de agosto de 1921 el teniente Trujillo ingresó como alumno en la Escuela de Oficiales de Haina, completando sus entrenamientos en diciembre del mismo año. El 19 de enero de 1923, mediante Orden Ejecutiva del Gobierno de la Intervención, fue ascendido al rango de capitán, pasando a ocupar la comandancia de la Sexta Compañía de la Policía Nacional destacada en San Francisco de Macorís. En febrero de 1923, fue ascendido a mayor, comandante del Departamento Norte. A principios de 1922 el Departamento de Estado de los Estados Unidos le hizo saber a los líderes políticos dominicanos que el presidente de ese país estaba deseoso de ponerle fin a la intervención. En mayo de ese mismo año, un abogado dominicano, Francisco J. Peynado, se trasladó a Washington en busca de un acuerdo con Charles Evans, Secretario de Estado de los Estados Unidos, para que las tropas yanquis abandonaran el territorio dominicano. Dicho pacto, llamado Plan Hughes Peynado, contemplaba la instalación de un gobierno provisional cuyo presidente sería electo por los líderes de los principales partidos políticos, y por el Arzobispo de Santo Domingo. Dicho gobierno, prepararía una legislación apropiada para la celebración en muy corto tiempo de elecciones libres

8  Para mayores detalles acerca de la Intervención Militar Norteamericana de 1916, léase las obras Los Responsables del Fracaso de la Tercera República de Víctor M. Medina Benet, Impreso en Santo Domingo en 1974; Historia del Pueblo Dominicano de Franklin Franco Pichardo, editado en Santo Domingo por la Sociedad Editorial Dominicana; y Manual de Historia Dominicana de Frank Moya Pons, editado en Santo Domingo en el año 1975 y subsecuentemente reeditado.

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y pulcras; modificaría la Constitución de la República para dar cabida a las reformas necesarias; y negociaría con el Gobierno de la Intervención aquellos actos legales que hubiesen creado derechos a favor de terceros. También, reconocería, como deudas del Estado dominicano, los empréstitos contratados por los interventores y la validez de la tarifas aduaneras establecidas por la Convención de 1907, la que quedaría en vigencia hasta tanto la República Dominicana terminara de pagar su deuda externa. Personas destacadas de la sociedad dominicana se mostraron radicalmente opuestas al Plan Hughes Peynado. Demandaban que las tropas interventoras yanquis abandonaran de inmediato el territorio del país, que «pura y simplemente» se largaran. Pero los líderes de los principales partidos políticos, Horacio Vásquez, Federico Velázquez y Elías Brache, aceptaron dicho Pacto, luego de haberse trasladado a la capital de los Estados Unidos a discutirlo con Jacinto J. Peynado y el Secretario de Estado del gobierno de esa poderosa nación. Después de que dicho acuerdo fue firmado entre las partes, se escogió, en la forma preestablecida, al comerciante Juan Bautista Vicini Burgos como Presidente Provisional, quien tomó posesión de su cargo el día 21 de octubre de 1922.9 En atención al Plan Hughes Peynado de 1922, la Guardia Nacional quedó convertida en Policía Nacional del nuevo Gobierno. El 6 de marzo de 1924, Trujillo fue ascendido Mayor y destinado al Departamento Norte. De ese puesto pasó, el 6 de diciembre de 1924, a teniente coronel, Jefe de Estado Mayor de la Policía Nacional. El 15 de marzo de 1924, después de una intensa campaña que mantuvo al país en tensión durante meses, se celebraron elecciones para elegir el presidente y al vicepresidente de la República, y a los miembros del Congreso Nacional, resultando ganadores de las mismas por una abrumadora mayoría de votos los candidatos de la Alianza Nacional Progresista: Horacio Vásquez, presidente, y Federico Velázquez, vicepresidente, quienes derrotaron la candidatura de Francisco J. Peynado que apoyaban los antiguos seguidores del ex presidente de la República Juan Isidro Jimenes y otros grupos reunidos en una llamada Coalición Patriótica. 9  Léase la obra La Comisión Nacionalista en Washington 1920-21 de Fabio Fiallo, y los comentarios de Manuel Arturo Peña Batlle sobre la Intervención Norteamericana de 1916 que aparecen en la obra Manuel Arturo Peña Batlle previo a la dictadura publicada en Santo Domingo, en el año 1991 por la Fundación Peña Batlle.

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Nunca antes se habían celebrado en el país unas elecciones generales tan ordenadas y pulcras como las de marzo de 1924. El general Horacio Vásquez tomó posesión de su cargo el 12 de julio de 1924. Inmediatamente después, las tropas interventoras levantaron sus campamentos y se prepararon para partir. La bandera de las barras y las estrellas que, desde el 29 de noviembre de 1916, ondeaba en los edificios públicos, en los recintos militares, y en los mástiles de los barcos de nuestra incipiente flota mercante, fue arriada y, en su lugar, volvió a flamear nuestra enseña tricolor. El 18 de septiembre de 1924 el último contingente de las fuerzas yanquis de ocupación abandonó el territorio nacional. Tocaba a su fin la intervención militar norteamericana de 1916. El gobierno de Horacio Vásquez heredó del gobierno de la intervención una administración pública eficiente y notables progresos en los servicios de educación y de salud. Durante la misma, se construyó la carretera Duarte, que unía la ciudad de Santo Domingo en el sur con la de Monte Cristi en el norte; y las Sánchez y Mella que enlazaban la Capital con la frontera con Haití y la región oriental respectivamente. Al final de la intervención podía afirmarse que la República Dominicana era un país bien comunicado y relativamente próspero. Pero, desde principios de la administración del presidente Horacio Vásquez la situación económica comenzó a agravarse debido a una reducción considerable de los ingresos del Estado causada por la caída de los precios de los principales productos de exportación del país en los mercados internacionales. El 22 de junio de 1925 el presidente Horacio Vásquez designó al teniente coronel Rafael Leónidas Trujillo Molina coronel comandante de la Policía Nacional. El 13 de agosto de 1927 Trujillo fue ascendido de nuevo a general de brigadas y nombrado comandante en jefe de la Policía Nacional. Ese mismo año, divorciado a Aminta Ledesma, Trujillo se casó con la señorita Bienvenida Ricardo, prestante dama de la sociedad montecristeña. El 15 de mayo de 1928, mediante Ley No. 928, la Policía Nacional quedó convertida en Ejército Nacional, quedando bajo el mando del general de Brigadas Rafael Leónidas Trujillo. Fue el Ejército la fuente original de su poder y de la incipiente fortuna de Trujillo. El sátrapa organizó los porcentajes de las compras de equipos y alimentos de ese cuerpo: 10% para él como beneficio de todo lo que se adquiría. Estando en las filas castrenses, Trujillo compró tierras a buen precio; también, ocupó parte de su tiempo en la cría de ganado. Dícese que antes de

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que Trujillo se adueñase del poder en 1930, ya era un hombre rico con una fortuna estimada en más de un millón de dólares. En principio el gobierno del general Horacio Vásquez se mostraba estable y capaz de mantener el orden sin violentar las libertades públicas y los derechos ciudadanos. Los inconvenientes vinieron después. Aparecieron a raíz de la controversia surgida en cuanto a la duración del periodo constitucional iniciado el 12 de julio de 1924. Los seguidores de Horacio Vásquez alegaban que en el momento en que este prestó juramento como Presidente de la República estaba vigente la Constitución de 1906, que establecía un periodo constitucional de seis años, por lo que el presidente Horacio Vásquez debía permanecer en el poder hasta 1930. Los opositores al gobierno horacista afirmaban que cuando este se juramentó como Presidente Constitucional de la República lo hizo con la mano derecha puesta sobre la Constitución de 1924, que establecía un período constitucional de cuatro años. El presidente Horacio Vásquez aceptó la tesis de la supervivencia del plazo de seis años establecido en la Constitución de 1906, por lo que optó por permanecer en el poder hasta 1930. Inmediatamente después de que esa prolongación fue impuesta, comenzó el movimiento para postular a Horacio Vásquez en las elecciones programadas para mayo de 1930. Todo esto trajo como consecuencia la renuncia de Federico Velázquez de la vicepresidencia, cargo que pasó a ocupar José Dolores Alfonseca, alto dirigente del oficialista Partido Nacional. A partir de ahí, el gobierno del general Horacio Vásquez fue perdiendo popularidad. Debido al sorpresivo hundimiento de la economía capitalista en una de la crisis más grave de toda su historia, los problemas económicos del país se agudizaron. El crack de 1929 se produjo en octubre y sus efectos negativos se hicieron sentir aquí casi de inmediato. No sólo los países exportadores de materia prima vieron paralizado su comercio, también las naciones fabricantes de productos terminados destinados al mercado norteamericano. Así como de repente, el gobierno de Horacio Vásquez hubo de enfrentar una crisis política ocasionada por sus errores y desaciertos; y una de naturaleza económica, reflejo de un serio trance del capitalismo mundial. En medio de todo esto, el presidente Vásquez enfermó, teniendo que ser trasladado urgentemente a Baltimore, Estados Unidos, con el propósito de extirparle un riñón. A pesar de todos esos inconvenientes, el oficialista Partido Nacional del presidente Horacio Vásquez parecía tener buenas perspectivas de triunfo en las elecciones generales programadas para mayo de 1930.

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En febrero de 1930 estalló en la ciudad de Santiago de los Caballeros un movimiento cívico militar para derrocar al gobierno de Horacio Vásquez encabezado por Rafael Estrella Ureña y el general Desiderio Arias. Una vez tomada la Fortaleza San Luis de esa ciudad sin encontrar resistencia de parte de la guarnición, los conjurados iniciaron su marcha rumbo a la ciudad de Santo Domingo. En momentos en que los rebeldes arribaban triunfante a la Capital, el presidente Horacio Vásquez buscó asilo en la Delegación Norteamericana acreditada en Santo Domingo. El otrora aclamado líder se había trastocado en un anciano desengañado por la actitud de Trujillo quien, en vez de defender la legalidad representada en el caudillo mocano, se permaneció quieto observando el desarrollo de los acontecimientos y manejando los hilos de la trama. Los panegiristas de Trujillo siempre han negado la participación de este en la conjura que dio al traste con el Gobierno Constitucional de Horacio Vásquez. Afirman que Trujillo permaneció neutral en la Fortaleza Ozama para evitar inútiles derramamientos de sangre. Pero, voces más autorizadas que ésas sostienen que Trujillo fue en realidad el cerebro de esa conspiración y que traicionó a un presidente que había depositado en él toda su confianza. Dizque para no romper el orden constitucional, el presidente Horacio Vásquez aceptó, o los diplomáticos norteamericanos se lo impusieron, negociar con los insurrectos encabezados por Rafael Estrella Ureña y compartes. De esas negociaciones surgió que el presidente Horacio Vásquez nombrara a Estrella Ureña secretario de Estado de Interior y Policía, que era a quien le correspondía ejercer la presidencia en falta del Presidente y Vicepresidente. El 2 de marzo de 1930, después de nombrado Estrella Ureña, Horacio Vásquez y José Dolores Alfonseca presentaron sus renuncias al Congreso de la República. Al día siguiente, Rafael Estrella Ureña se juramentó como Presidente «Constitucional» (permítaseme el encomillado) de la República. Días después, Horacio Vásquez y José Dolores Alfonseca tomaron el camino del exilio. Así concluía una época y comenzaba otra: La Era de Trujillo.10 Si damos como cierta la versión de que Trujillo fue el cerebro de la conjura que dio al traste con el gobierno de Horacio Vásquez, habríamos de convenir que la llamada Era de Trujillo comenzó meses antes de que el

10  Sobre la transición véase el libro de Luis F. Mejía, De Lilís a Truijillo. Caracas, Editorial Élite, 1944.

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sátrapa se juramentara por primera vez como Presidente Constitucional de la República, el 16 de agosto de 1930, y terminó alrededor de la 10 de la noche del 30 de mayo de 1961, en un solitario y oscuro tramo de la carretera de Santo Domingo San Cristóbal.11 El 17 de marzo de 1930 el general Rafael Leónidas Trujillo Molina fue proclamado candidato a la presidencia de República por una Confederación de Partidos liderados por los cabecillas de la revuelta del 23 de febrero. El 16 de mayo de ese mismo año, Trujillo fue elegido Presidente en unas muy cuestionadas elecciones. Y, el 16 de agosto de 1930, prestó juramento como Presidente Constitucional de la República. Cuando el general Rafael Leónidas Trujillo ascendió al poder en 1930 la población dominicana estaba desarmada. No había ningún sector social que pudiera tomar el poder por la fuerza. Tampoco existían guerrillas capaces de enfrentarse a unos cuantos pelotones del Ejército Nacional. Habían quedado atrás los tiempos en que El guapo del pueblo que luego se convertía en el cacique de la región, desconocía la autoridad cualquier día. Provocaba un desorden, que no había suficientes policías para sofocar, de ahí se alzaba en armas con una partida de secuaces de más o menos sus mismas condiciones. La máxima aspiración era apoderarse del gobierno de las comunas para ejercer la autoridad a su antojo, o tomar un puerto, para adueñarse de los fondos de las Aduanas y así racionar con más seguridad a la tropa. Trujillo estaba poseído de una desenfrenada ambición de poder y de dinero. Para él, lo uno y lo otro lo eran todo: el comienzo y el fin de todo. Para imponer su dominio, recurrió al terror, a la violencia y al asesinato. Amparado en su poder, Trujillo incursionó en todo tipo de transacciones comerciales: negocios de lavandería; industrias de sal; factorías de arroz; ganaderías; compañías de seguros; fábricas de cigarrillos; compañías de exportaciones de frutos; financieras; medios de comunicación; ingenios azucareros; y hasta a negocios que tenían que ver con la prostitución. A todo ello, cabía agregársele las comisiones que Trujillo exigía por la

11 Léase El 23 de Febrero de 1930 de Bernardo Vega, Editada en Santo Domingo por la Fundación Cultural Dominicana, 1989.

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concesión de contratos de obras públicas y el descuento de un 10% que se les hacía a los empleados públicos de su sueldo destinado al Partido Dominicano. Al final de su primera administración de gobierno (19301934) Trujillo poseía una considerable fortuna. En el momento en que lo ajusticiaron, el sátrapa controlaba cerca del 80% de la producción industrial de la nación y sus empresas empleaban cerca del 45% de la mano de obra activa. Para entonces la fortuna de Trujillo era estimada en más de mil millones de dólares. De él se decía que era uno de los hombres más ricos de Latinoamérica. Trujillo tomaba especial cuidado en cubrir el rostro de su satrapía con un velo constitucional. Las leyes fundamentales que auspició siempre adoptaron unas estructuras y unas formas de democracia representativa. Durante la Era de Trujillo se celebraban elecciones periódicas; el gobierno estaba aparentemente dividido en los tres poderes clásicos. Se proclamaba a los cuatro vientos una minuciosa declaración de los derechos humanos. A pesar de todas esas y otras fanfarrias por el estilo, Trujillo no hacía más que pervertir las instituciones democráticas del país hasta convertirlas en meros instrumentos de su voluntad. Dada la naturaleza del régimen de Trujillo, resultaría incompleto su estudio si no incluimos en él datos acerca de su personalidad. ¿Cómo un hombre de su escasa formación intelectual pudo ascender al poder y manejar a su antojo durante más de 30 años un país tan levantisco como la República Dominicana? ¿Cómo pudo atraer a su lado gentes tan respetables como los hermanos Pedro y Max Henríquez Ureña, Julio Ortega Frier, Manuel Arturo Peña Batlle y a otros? El calificativo de tirano encaja perfectamente en manera de ser y de gobernar de Trujillo. Prefería forzar la colaboración de sus antiguos adversarios, humillándolos y haciéndoles ver que no era posible ganarse el pan de cada día sin probar su adhesión activa a su nefasto régimen. El peor de los daños que el sátrapa de San Cristóbal pudo inferirle a este desdichado país fue el moral, la cuasi destrucción de su espíritu de lucha y de muchas de sus disposiciones al sacrificio. Por fortuna, Trujillo no tuvo sustituto político inmediato, ni siquiera un relevo a corto plazo. Fue un personaje irreemplazable. Con él desaparecieron sus maldades. Es justo reconocer el progreso material que experimentó el país durante la era de Trujillo. Bajo su régimen se llevó a cabo un abarcador plan de obras públicas y de construcciones jamás realizado hasta entonces. El tirano emprendió con la energía que lo caracterizaba un ambicioso programa de construcción de carreteras, puentes, canales de riego, lo

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que contribuyó a un considerable aumento de la riqueza nacional. Los servicios de salud y de educación fueron mejorados. Las ciudades principales fueron dotadas de luz eléctrica, acueductos, centros sanitarios, lo que impulsó la emigración de campesinos hacia las urbes. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, Trujillo aprovechó los grandes excedentes causado por la subida de los precios de nuestros productos agrícolas en los mercados internacionales para iniciar un proceso de industrialización del país y poner en práctica una política económica de sustitución de exportaciones. Así comenzaron la industria del aceite, cemento, licores, papel, embutidos, leche procesada, clavos, botellas, vidrio, pintura, cordeles y otras. La industria azucarera fue la que alcanzó mayor desarrollo en tiempos de Trujillo. En 1949, el sátrapa construyó su primer ingenio, llamado Catarey, en una finca de su propiedad situada en las cercanías de Villa Altagracia. Pero, este resultó pequeño para lo que Trujillo ambicionaba. El tirano quería más. Un año después, construyó el Central Río Haina, el más grande del país y uno de los más grandes del mundo. En los años siguientes, utilizando recursos propios y del Estado dominicano, Trujillo compró casi todo los ingenios extranjeros que operaban en el país. Con la excepción de los ingenios propiedad de la familia Vicini y los del Central Romana de la South Puerto Rico Sugar Company, todas las industrias azucareras del país pasaron a manos de Trujillo. Cuando Trujillo llegó al poder en 1930, en virtud de la Convención Dominico Americana de 1924, el Estado dominicano estaba impedido de suscribir nuevos empréstitos y de elevar los aranceles aduaneros sin consentimiento del gobierno de los Estados Unidos. También, el gobierno de la República estaba obligado a distribuir las rentas aduaneras de manera tal que el 50% del monto de las mismas fuera empleado en el pago de la deuda externa. En febrero de 1940 Trujillo cuestionó seriamente la Convención Dominico Americana de 1924 en cuanto a la existencia y prerrogativas de la Receptoría General de Adunas y demandó su renegociación en términos como estos: El momento en que el sistema de política intervencionista que dio lugar al establecimiento de la Receptorías General de Aduanas fue aceptado por el pueblo dominicano, sólo puede describirse como uno de aquellos de profunda perturbación nacional que vivimos en el pasado, circunstancia por la cual, al

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amparo de la política de buena vecindad, no solamente nosotros sino también los Estados Unidos de América, debemos interesarnos en modificar, sustancialmente y definitivamente, el instrumento de política internacional que ha servido para implantar tal sistema del país. Trujillo pretendía una renegociación de la Convención de 1924 a cambio de su adhesión a la estrategia panamericana. Y lo consiguió. En efecto, el 24 de septiembre de 1940, Trujillo firmó en Washington un nuevo acuerdo que contemplaba: la eliminación de la Receptoría General de Aduanas; el depósito de la totalidad de los fondos del Estado dominicano como garantía efectiva del pago de la deuda externa; el nombramiento conjunto de un representante de los tenedores de bonos de la deuda exterior, encargado de recibir los reembolsos mensuales; y la libre fijación de los derechos de aduana de parte del Gobierno Dominicano. A partir de ahí, los Estados Unidos renunciaron a intervenir directamente en el manejo de las finanzas dominicanas, a tiempo en que la dictadura trujillista pudo trazar su política comercial y aumentar sus ingresos. De su lado, Washington se reservó para sí mismo las garantías necesarias mediante una cláusula en el nuevo convenio que consignaba que el representante de los tenedores de bonos podía en cualquier momento bloquear la totalidad de los activos públicos si no se respetan los vencimientos. No obstante, la Convención Domínico Americana de 1940 constituyó un triunfo político para la dictadura ya que implicaba una mayor confianza de parte de los norteamericanos en la capacidad de Trujillo de servir a los intereses del imperialismo yanqui. El 17 de julio de 1947 en un imponente acto celebrado en el Palacio Nacional, Trujillo hizo entrega al señor Olivier P. Newman, representantes de los Tenedores de Bonos Dominicanos, un cheque expedido por el Tesorero Nacional ascendente a la suma de 9 millones, 271 mil, 855 dólares por concepto de pago de la deuda externa del país, quedando desde ese momento liberadas las finanzas dominicanas de injerencias extranjeras. Libre de toda traba, la economía dominicana y la fortuna de Trujillo continuaron su ritmo ascensional.12

12 Léase De Hartmont a Trujillo de César A. Herrera, Reeditada en Santo Domingo por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 2009.

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En los inicios de los años cuarenta, Trujillo se convierte en uno de los principales accionistas de varias compañías norteamericanas aposentadas en la República Dominicana a cambio de concesiones y ventajas a favor de ellas. En efecto, en 1941, La Pan American Airways recibe la concesión del aeropuerto; en 1943, La United Fruit Co. se asienta en Monte Cristi y luego en Azua a través de la Grenada Corporation. La liquidación de la deuda externa y la conversión del peso dominicano en moneda de curso legal, elevaron el afán de Trujillo por controlar toda la economía del país. En 1949, el tirano adquirió el National City Bank y lo convirtió en el Banco de Reservas y la Compañía Eléctrica, llamada hoy Corporación Dominicana de Electricidad. El 29 de agosto 1945, su gobierno fundó el Banco Agrícola e Hipotecario. Para salvaguardar los intereses de las compañías norteamericanas instaladas en el país, los mandatarios estadounidenses se hacían de la vista gorda ante los desmanes y abusos cometidos por Trujillo.13 Al presidente norteamericano Dwight D. Eisenhower se le atribuye el haber expresado: «Trujillo is a son of a bitch but he is our son of a bitch».14 La década de los años cuarenta fue una época de bonanza. Los crímenes y los abusos cometidos por el sátrapa pasaron a un segundo plano ante el progreso material del país y el bienestar económico en que se vivía entonces. El Eximbank, instrumento financiero de la política financiera de los Estados Unidos, le prestó 3 millones de dólares al gobierno de Trujillo con el objetivo de colocar al país en condiciones de exportar azúcar y carnes. En seis años, entre 1941 y 1947, el precio del azúcar en los mercados internacionales se multiplicó por 5.4; el café por 3.6; el cacao por 3.7; y el tabaco por 5.1 Esos cuatro rublos representaban más del 90% del valor total de las exportaciones dominicanas. Al mismo tiempo, el valor de las exportaciones se redujo considerablemente como consecuencia de la entrada de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Todo esto trajo como consecuencias un excedente comercial de 166.5 millones de dólares. Trujillo aprovechó ese periodo de prosperidad y de abundancia para modernizar su aparato de Estado y para dotar con armamentos sofisticados a las fuerzas armadas que heredó de la 13  Léase las obras de Bernardo Vega publicadas en Santo Domingo bajo el título general Los Estados Unidos y Trujillo por la Fundación Cultural Dominicana en los años de 1986 y 1999. 14  Trujillo es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta.

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intervención. La Aviación Militar en tiempos de Trujillo llegó a ser una de las más poderosas de Centroamérica y el Caribe, lo mismo que el Ejército de tierra y la Marina de Guerra. En 1955 el régimen de Trujillo cumplió veinticinco años y por tal motivo el sátrapa ordenó la celebración de una llamada Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre. Para la ocasión, se construyó un amplio complejo de edificaciones compuesto por diez imponentes edificios; decenas de pabellones, una gigantesca fuente; dos grandes piscinas para la escenificación de espectáculos acuáticos y un teatro de agua y luz estimado por los panegiristas de la tiranía como único en su género. Miles de obreros trabajaron 24 horas diarias para dejar terminadas esas y otras obras, cuyos costos sobrepasaron los 30 millones de dólares. La Feria se inauguró el 20 de diciembre de 1955. El discurso de orden estuvo a cargo del generalísimo doctor Rafael Leónidas Trujillo Molina, elevado a la categoría de «Padre de la Patria Nueva» título este que meses antes le fuera concedido por el Congreso Nacional. Dícese que el discurso de Trujillo en la inauguración de la Feria fue uno de los más importantes de su dilatada carrera política. Trujillo había invitado a la celebración de los veinticinco años de su Era a casi todos los presidentes latinoamericanos, pero, sólo uno estuvo presente en la inauguración de la Feria de la Paz y la Confraternidad del Mundo Libre, el entonces presidente del Brasil Juscelino Kubitschek. La repercusión internacional que Trujillo prendía lograr con la celebración de su Feria estuvo lejos de alcanzarla, muy a pesar de que los más de 700 millones de dólares derrochados. Las consecuencias negativas de ese despilfarro no se hicieron esperar: tres meses después, Trujillo se vio forzado a diligenciar un préstamo con el Bank of Nova Scotia por la suma de 18 millones de dólares poniendo como garantía la reserva de oro de Banco Central cuyo monto ascendía a sólo 16 millones de dólares. También, se vio forzado a emitir dinero sin respaldo. El país se vio envuelto en una grave crisis económica. A ello, se le sumó las dificultades que experimentó el régimen como consecuencia de los errores y los crímenes cometidos y ordenados por Trujillo. El 12 de marzo de 1956 el escritor español Jesús de Galíndez, autor de una obra crítica sobre la Era de Trujillo, fue secuestrado en New York por agentes de Trujillo y trasladado al país y posteriormente asesinado.15

15 Léase Galíndez de Manuel Vázquez Montalbán, publicada en Santo Domingo por la Editora Taller, 1990.

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La derrota militar del ejército del dictador Fulgencio Batista por el movimiento guerrillero 26 de julio que comandaba Fidel Castro Ruz, y el ascenso al poder de este en Cuba, encendieron las esperanzas de los exiliados políticos de la tiranía y determinó la organización con ayuda de los gobiernos de Cuba y Venezuela de una expedición armada con el propósito de liberar el pueblo dominicano de la tiranía trujillista, integrada por jóvenes dominicanos y de otros países. Al atardecer 14 de junio de 1959, un avión con las siglas de la Aviación Militar Dominicano piloteado por Julio César Rodríguez, de nacionalidad venezolana, aterrizó en el aeropuerto militar de Constanza con 56 expedicionarios a bordo quienes lograron internarse en las montañas sin sufrir baja alguna. Cinco días después, desembarcaron por la bahía de Maimón y por Estero Hondo 144 expedicionarios a bordo de las lanchas Tinina y Carmen Elsa. Para vencerlos, Trujillo empleó todo el poderío de su ejército, además de la aviación, una veintena de unidades navales, y a los miembros de una llamada Legión Extranjera, la que no era más que una pandilla de mercenarios contratados para la ocasión. Pocos expedicionarios murieron en combate. Los más fueron fusilados después de haber sido capturados y padecido torturas horrendas por órdenes expresas del general Ramfis Trujillo, hijo del tirano, rufián de instintos sanguinarios. De la fuerza expedicionaria sobrevivieron Poncio Pou Saleta, Mayobanex Vargas, Medrano Germán, el comandante Delio Gómez Ochoa y el adolescente Pablo Mirabal, los dos últimos de nacionalidad cubana. A pesar del fracaso militar de los expedicionarios del 14 de junio, el ejemplo y el martirio de estos hombres se constituyeron en estímulos de extraordinario para la juventud dominicana y para los militares jóvenes que los enfrentaron: Dos meses después de vencidos los expedicionarios, en la misma Base Aérea de San Isidro fue desvelada una conspiración dirigida por el capitán Miguel Cabreja que tenía como propósito liquidar el poderío aéreo de la tiranía. Todos los integrantes del grupo, 50 en total, fueron arrestados y asesinados luego.16 La victoria de Fidel Castro en Cuba impulsó a una parte importante de la juventud dominicana a organizar una resistencia interna contra la tiranía trujillista. Los contactos formales para crear un movimiento 16 Léase Constanza, Maimón y Estero Hondo de Anselmo Brache Batista, publicada en Santo Domingo por Editora Taller, 1993; Primavera 1959 de Juan Deláncer, publicada en Santo Domingo por Editora Amigos del Hogar, 1979; y Trujillo y los Héroes de Junio, de Miguel Guerrero, publicada en Santo Domingo por Editora Corripio,1996.

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político para derrocar a Trujillo se llevaron a cabo en los primeros días de enero en una finca propiedad de Carlos Bogaert situada en la provincia de Valverde cerca del municipio de Mao. Allí se eligió una dirección provisional del movimiento encabezado por el doctor Manuel Aurelio Tavárez Justo, jurista de prestigio, oriundo del municipio de Montecristi, casado con la abogada Minerva Mirabal, quien también formaba parte de la conspiración. El movimiento fue bautizado por sus gestores con el nombre de Movimiento Revolucionario 14 de Junio en homenaje a la fecha de arribo al país de los expedicionarios de Constanza Maimón y Estero Hondo. También, adoptaron la plataforma política de esa gloriosa Gesta. En días, la conspiración se extendió por toda la geografía dominicana. Cientos de jóvenes de todos los extractos sociales formaron parte de la misma. Pero, fue descubierta en enero de 1960 por los servicios de inteligencia de Trujillo. El régimen reaccionó elevando la represión y el terror a niveles inimaginables. Cientos de miembros de ese movimiento fueron torturados, asesinados o les impusieron largas condenas de prisión. Las cárceles del país se llenaron de presos políticos de todas las clases sociales, algunos de ellos hijos de fieles servidores de la tiranía o de altos funcionarios del régimen. El país vivió un auténtico estado de terror. El 25 de enero de 1960, dos semanas después de desvelado el complot de los del 14 de junio, la Iglesia Católica, pilar del régimen desde la firma del Concordato en 1954, reclamó la vigencia de los derechos humanos mediante la lectura de una Carta Pastoral que fue leída en todos los templos del país ante los fieles reunidos en la misa dominical. En uno de los párrafo de la Carta se leía: «cada ser humano, aún antes de su nacimiento, ostenta un cúmulo de derechos anteriores y superiores a los de cualquier Estado». Ese histórico documento de la Iglesia Católica tenía la firma de todos los obispos, incluyendo la del monseñor Ricardo Pittini, tendido entonces como uno de los sostenedores y alabarderos de Trujillo. A esa primera Carta Pastoral le siguió otra hecha pública el 6 de marzo de 1960, en la que la Iglesia Católica demandaba la libertad de los presos políticos y el cese de las persecuciones y de los asesinatos. Así fue como los altos dignatarios de la Iglesia Católica rompieron sus vínculos de fidelidad con Trujillo.17 17 Léase Movimiento 14 de Junio de Tony Raful, publicada en Santo Domingo por la Editora Alfa y Omega, 2007; Complot Develado de Rafael Valera Benítez, Editada en Santo Domingo, Editora Taller, 1984.

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Las medidas de intimidación y represalias continuaron. Trujillo no vacilaba en quitarle la vida a cualquiera que se le interpusiera en su camino. El 25 de noviembre de 1960, fueron asesinadas las tres hermanas Mirabal, cuyos esposos guardaban prisión por participar en el Movimiento conspirativo 14 de Junio. La muerte de Minerva, Patria y María Teresa Mirabal colmó los ánimos de la gente decente contra Trujillo y enrareció aún mas la atmósfera de animadversión contra su régimen despótico.18 El 24 de junio de 1960, día del Ejército Venezolano y aniversario de la Batalla de Carabobo, Trujillo materializó un macabro plan con el propósito de asesinar a Rómulo Betancourt, presidente de la hermana República de Venezuela, mediante la detonación de una bomba accionada a control remoto. En esa acción, resultaron con heridas y quemaduras graves el presidente Betancourt y su Ministro de Defensa, general Josué López Henríquez; en tanto que muerto el coronel Ramón Armas Pérez, jefe de la Casa Militar. Ese atentado contra la vida del presidente Betancourt provocó una reacción unánime de repudio en todo el Hemisferio. Inmediatamente, el Consejo de la Organización de Estados Americanos (OEA) se reunió en Washington y consideró como un acto repudiable el atentado contra la vida del presidente venezolano. Y, al efecto, nombró una Comisión investigadora. A principios del mes de agosto de 1960, dicha Comisión presentó su informe, en el que se señala la participación de Trujillo en el atentado contra la vida del presidente Rómulo Betancourt. En dicho pliego se afirma que: «Los implicados en el atentado y complot de referencia recibieron apoyo moral y ayuda material de altos funcionarios del gobierno de la República Dominicana». La VI Reunión de Consulta de ministros de los países miembros de la OEA, inaugurada en San José de Costa Rica el 16 de agosto de 1960, aprueba unánimemente el Informe de la Comisión investigadora. El 21 de agosto, durante su sesión final, los cancilleres americanos votaron a unanimidad la ruptura de relaciones diplomáticas de todos los Estados miembros de la OEA con la República Dominicana y la interrupción parcial de las relaciones económicas aplicada de inmediato a las entregas de armas y materiales de guerra. Meses antes del atentado contra la vida del presidente Rómulo Betancourt, Trujillo había desistido de una operación

18 Léase Minerva Mirabal: Historia de una Heroína, publicada en Santo Domingo por la Editora UASD, 1982.

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de comando dirigida a sabotear los campos petrolíferos del Lago de Maracaibo que habría de ser ejecutada por Comandos de Hombres Ranas de la Marina de Guerra, integrados entonces por mercenarios italianos y alemanes y por un solo dominicano: el entonces capitán de fragata Manuel Ramón Montes Arache.19 Después del fallido atentado contra la vida del presidente Rómulo Betancourt, Trujillo quedó convertido en un personaje indeseable ante la comunidad internacional. Sus antiguos socios norteamericanos comenzaron a entender que había llegado el momento de salir de él. Existen testimonios y documentos con fecha posterior a la del atentado contra la vida del presidente Rómulo Betancourt que demuestran la participación de diplomáticos norteamericanos acreditados en Santo Domingo en la coordinación de planes para derrocar a Trujillo. La tiranía se desmoronaba. Los días de Trujillo estaban contados. El tirano continuaba actuando en el país con un desprecio despiadado contra todos sus opositores, que ya eran muchos. El generalísimo Rafael Leónidas Trujillo Molina fue ajusticiado pasada las 10 de la noche del martes 30 de mayo de 1961 en la avenida George Washington mientras se dirigía a su hacienda Fundación, situada en el municipio de San Cristóbal a treinta kilómetros al oeste de la ciudad de Santo Domingo, llamada entonces Ciudad Trujillo. Siete hombres acometieron la proeza de eliminar físicamente al sátrapa: Antonio de la Maza, Antonio Imbert Barrera, Amado García Guerrero, Salvador Estrella Sadhalá, Pedro Livio Cedeño, Huáscar Tejada Pimentel y Roberto Pastoriza Neret.20

19 Léase La ira del tirano de Miguel Guerrero, publicado en Santo Domingo por su autor, 1995. 20 Léase Trujillo el tiranicidio de 1961 de Juan Daniel Balcácer, publicada en Santo Domingo por la editora Taurus, 2007; Malfiní de José Miguel Soto Jiménez, publicada en Santo Domingo por la Fundación V República, 2010.

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1

Las primeras elecciones libres El ajusticiamiento de Trujillo despertó las energías sociales y las ansias de libertad del pueblo dominicano. Días después de que el cadáver del sátrapa fuera depositado en una cripta de la iglesia de San Cristóbal, surgieron de la sombra miles de víctimas de la tiranía. Centenares de exiliados retornaron al país proclamando a los cuatro vientos su condición de tales. Cientos de personas desempeñaban el papel de líderes comunitarios. La nación vivía momentos de angustias y de esperanza. Las manifestaciones políticas, unidas a las grandes movilizaciones de masas, se convirtieron en medios efectivos de lucha a favor de la desaparición de los remanentes de la tiranía y de la democratización del país. El presidente Joaquín Balaguer y el general Rafael Leónidas Trujillo hijo, Jefe de Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armada, hablaban al unísono de un supuesto proceso de apertura democrática que no era más que un intento de parte de ellos dos de consolidar un régimen trujillista sin Trujillo. A despecho del presidente Balaguer y del general Trujillo hijo, el pueblo dominicano se movilizaba a través de agrupaciones políticas y de grupos de ciudadanos organizados: el Movimiento Popular Dominicano (MPD), partido de extrema izquierda que operaba abiertamente desde finales de 1959; el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), liderado por el profesor Juan Bosch; Vanguardia Revolucionaria del Pueblo (VRD), pequeño partido de derecha encabezado por Horacio Julio Ornes; el Movimiento Revolucionario 14 de Junio, organización política de izquierda dirigida por Manuel Aurelio Tavares Justo; y, entre otras, la organización de masa más grande entre las creadas en esos días, la Unión Cívica Nacional (UCN), liderada entonces por el doctor Viriato Fiallo

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Billini, un médico y ciudadano ejemplar que, sin salir del país, nunca se subordinó a la tiranía trujillista.21 El presidente Balaguer continuaba desempeñando el triste papel de títere al cual estaba muy acostumbrado; mientras que Rafael Leónidas Trujillo hijo pretendía erigirse en un continuador del poder de su padre, reprimiendo y asesinando opositores con mucho más frecuencia que antes. El presidente John F. Kennedy, que seguía muy de cerca la crisis dominicana, le preocupaba la conducta que asumiría su gobierno en caso de que aquí se registraran grandes malestares. Al respecto, contemplaba tres posibilidades en orden descendente de preferencia: primera, un régimen democrático; segunda, una prolongación de la era de Trujillo; y tercera, un régimen castrista. El mandatario estadounidense aspiraba a la primera, sin poder renunciar a la segunda, hasta no estar seguro de evitar la tercera. Más claro aún: el presidente de los Estados Unidos lo deseaba todo, menos una República Dominicana bajo un régimen castrista.22 Balaguer se esforzaba en hacerles creer a los líderes políticos del continente que deseaba democratizar el país, a fin de lograr que la Organización de Estados Americanos (OEA) levantara las sanciones económicas y diplomáticas que fueron adoptadas por ese organismo el año anterior en la VI Reunión de Cancilleres, efectuada en San José de Costa Rica, a raíz del atentado a la vida del presidente Rómulo Betancourt ordenada por Trujillo. Un esfuerzo importante en esa dirección lo realizó el presidente Balaguer invitando a una Subcomisión de la OEA a visitar el país y asistiendo, en octubre de 1961, a la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), donde pronunció un discurso anunciando al mundo el fin de la era de Trujillo y el comienzo de un régimen democrático encabezado por él, con unas fuerzas armadas bajo el mando del mismísimo hijo del tirano ajusticiado: Mayor General Rafael Leónidas Trujillo Martínez.23 21  Franco, Franklin, Historia del Pueblo Dominicano. Santo Domingo, Sociedad Editorial Dominicana, pág. 577 y ss. 22  Schlesinger, Jr. Arthur, Thousand Days. Boston, 1965, obra citada por Franklin Franco en la pág. 595 de su libro Historia del Pueblo Dominicano. 23  El discurso del presidente Joaquín Balaguer pronunciado en la sede de las Naciones Unidas, en la ciudad de New York, en la Sesión Plenaria celebrada por esa organización el 2 de octubre de 1961 es reproducido íntegramente por Aliro Paulino en las págs. 459 y ss. de su libro Balaguer. Hombre del destino publicado en Santo Domingo por Ediciones Mundo Diplomático, 1986.

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El 12 de septiembre de 1961 arribó al país la subcomisión de la OEA siendo recibida por miles de opositores apostadas desde primeras horas de la mañana en la en la cabeza oriental del puente Duarte. Efectivos de la Policía Nacional abrieron fuego contra la multitud. Varios personas murieron en la refriega, entre ellas, el profesor Víctor Estrella Liz, y una veintena más resultaron heridas, algunos de ellas de gravedad. Las masas populares se habían adueñado de las calles de Santo Domingo. Era evidente que la República Dominicana se tornaba ingobernable si Ramfis Trujillo y Balaguer permanecían en el país. Ello originó un cambio en la política norteamericana con respecto a la República Dominicana que contemplaba la salida del país de los generales Ramfís Trujillo, Héctor Bienvenido Trujillo, José Arismendy Trujillo, y de todos los demás miembros de la familia Trujillo. También, la conformación de un gobierno de transición hacia la democracia. El presidente Kennedy ordenó, a modo de presión, que una flota de guerra, visible desde tierra, circunnavegara la isla a tres millas náuticas de las costas. Convencido de que el gobierno de los Estados Unidos le había retirado su apoyo y que, consecuentemente, las sanciones políticas y económicas que pesaban sobre el país no iban a ser retiradas, el 18 de noviembre de 1961, el general Trujillo hijo abandonó el país con destino a las Antillas francesas, poco después de dirigir el asesinato de todos los implicados directamente en el ajusticiamiento de Trujillo. Al otro día, un grupo de oficiales pilotos de la Aviación Militar Dominicana encabezado por los generales Pedro Rodríguez Echavarría y Andrés Rodríguez Méndez se rebelaron contra los Trujillo recibiendo de inmediato el apoyo de todos las organizaciones políticas del país y del gobierno de los Estados Unidos. Pasada las veinticuatro horas de ocurrido el hecho, no quedaba un solo Trujillo en el país. Pero, la agitación política no se detuvo. Ahora era la cabeza del presidente Balaguer la que se pedía. A principios de diciembre, el gobernante trujillista hubo de enfrentar una huelga general que duró doce largos días y que al fin lo obligaron a ceder ante la oposición y permitir que la Unión Cívica Nacional tuviera participación en su gobierno. También, se vio obligado a consentir que la Constitución de la República se modificara para darle paso a la creación de un Consejo de Estado de siete miembros para gobernar el país un año, ejerciendo los poderes ejecutivos y legislativos hasta que se redactara una nueva Constitución y se celebraran elecciones libres. Además de Balaguer, integraban el Consejo de Estado, un representante de la Iglesia Católica, el Monseñor Eliseo Pérez Sánchez, los dos sobrevivientes del atentado contra

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Trujillo, los señores Antonio Imbert Barrera y Luis Amiama Tió, y tres miembros de la Unión Cívica Nacional, los doctores Rafael F. Bonnelly, Nicolás Pichardo, y Eduardo Read Barreras. El 16 de enero de 1962 el presidente Balaguer y el general Pedro Rodríguez Echavarría materializaron un golpe de Estado contra el Consejo para sustituirlo por una Junta Cívico Militar presidida por el hacendado Huberto Bogaert y por dos militares de su entorno. La reacción popular contra esa intentona no se hizo esperar. Un grupo de oficiales jóvenes liderado por el coronel Rafael Fernández Domínguez apresaron al general Echavarría y pusieron en libertad a los miembros del Consejo de Estado que se hallaban detenidos en la Base Aérea de San Isidro. El Consejo de Estado fue de nuevo instalado en el poder, esa vez presidido por el doctor Rafael F. Bonnelly. De su parte, Joaquín Balaguer buscó refugio en la Embajada del Vaticano. Con la salida de Joaquín Balaguer, la familia Trujillo, y los remanentes del Trujillato, el país iniciaba un ciclo de libertad y de grandes esperanzas para todos.24 El Consejo de Estado, presidido por Rafael F. Bonnelly cumplió con su compromiso de organizar elecciones libres y de preparar el clima político para la instalación de un nuevo gobierno constitucional. En efecto, el 20 de diciembre de 1962, fueron celebradas en la República Dominicana las primeras elecciones libres en los últimos treinta y ocho años. Cinco candidatos se disputaron la Primera Magistratura del Estadio: Juan Bosch, candidato a la Presidencia de la República por el Partido Revolucionario Dominicano (PRD); Viriato Alberto Fiallo, por el Partido Unión Cívica Nacional (UCN); Alfonso Moreno Martínez, por el Partido Revolucionario Social Cristiano (PRSC); Virgilio Mainardi Reyna, por el Partido Nacionalista Dominicano (PNRD); y Juan Isidro Jimenes Grullón, por el Partido Alianza Social Demócrata, (ASD). Los partidos Nacionalista Revolucionario, (PNR); la Agrupación Política 14 de Junio, (1J4); el Movimiento Popular Dominicano, (MPD); y el Partido Socialista Popular, (PSP) se abstuvieron de participar en esas elecciones. Los comicios del 20 de diciembre se celebraron en completo orden. Desde muy temprano en la mañana, los colegios electorales se vieron repletos de ciudadanos que hacían filas para ejercer su derecho al voto.

24  Ediciones de los periódicos Listín Diario, El Caribe, y La Nación correspondientes a los días 16, 17 y 18 de enero de 1962.

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Los resultados empezaron a conocerse después de las seis de la tarde, hora en que se cerró la votación. En la ciudad de Santo Domingo, el triunfo del PRD se conoció rápidamente, dada la avalancha de votos a favor de la candidatura del Partido Blanco. En la región del Cibao, la lucha entre el candidato del PRD y el de la UCN fue mucho más reñida. Tanto en el Sur como en el Este del país, el candidato del PRD Juan Bosch, logró una considerable ventaja sobre su rival más cercano, Viriato Alberto Fiallo, de la UCN. En las elecciones de diciembre de 1962, el PRD triunfó en 22 de las 27 provincias. El candidato a la Presidencia de la República por el PRD, Juan Bosch, no solamente resultó el ganador de esos comicios; también, su partido obtuvo la mayoría de las bancadas, tanto en la Cámara de Senadores como en la de los Diputados. El 28 de diciembre de 1962, semanas antes de expirar el mandato del Consejo de Estado, en un lejano paraje de la Región Sur del país denominado Palma Sola, ocurrió una tragedia que consternó a todo el país: tropas del Ejército Nacional comandada por el general Miguel Rodríguez Reyes dieron muerte en un confuso incidente a centenares de campesinos devotos del Santo Liborio, entre ellos los hermanos Rodríguez Ventura, conocidos como los Mellizos de Palma Sola. En esa refriega perdió la vida, en circunstancias no aclaradas, el general Rodríguez Reyes. En el próximo capítulo nos extenderemos más en relación con dicho infortunio. El 22 de enero de 1963 la Junta Central electoral declaró oficialmente electos a los candidatos del PRD a la Presidencia y Vicepresidencia de la República respectivamente, Juan Bosch y Armando González Tamayo. El 27 de febrero de ese mismo año, ambos prestaron juramento ante la Asamblea Nacional. La toma de posesión de éstos se llevó a cabo con una solemnidad deslumbrante. Para la ocasión, se dieron cita en la Capital dominicana los más renombrados y líderes políticos del continente, entre los que cabe mencionarse a Rómulo Betancourt, presidente de la República de Venezuela; Ramón Villeda Morales, presidente de la República de Honduras; Francisco Orlich, presidente de la República de Costa Rica; Lyndon B. Johnson, vice presidente de los Estados Unidos; Alexander Bustamante, Primer Ministro de Jamaica; y Luis Muñoz Marín, Gobernador del Estado Asociado de Puerto Rico. Alegando que no fueron invitados, los miembros del gobierno saliente se abstuvieron de asistir a la ceremonia, lo que llamó la atención a los asistentes y provocó comentarios adversos de parte de la prensa internacional. El discurso de

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juramentación del presidente Juan Bosch fue una hermosa alocución cónsona con su condición de escritor de renombre continental. En el último párrafo de su alocución dijo: «no deseamos el poder para gobernar con amigos contra enemigos, sino de gobernar con dominicanos para el bien de los dominicanos. No espere nadie el uso del odio mientras estemos gobernando. Nosotros estamos aquí con la decisión de trabajar, no de odiar; dispuestos a crear no a destruir y amparar no a perseguir. Mientras nosotros gobernemos en la República Dominicana no perecerá la libertad».25

25  Ediciones de los periódicos Listín Diario, El Caribe y La Nación correspondientes a los días 19, 20 y 21 de diciembre de 1962.

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Índice

Liminar Porfirio García Fernández ............................................................... 3 La Revolución de Abril en la memoria de un combatiente Efraim Castillo ............................................................................... 5 Prólogo Franklin J. Franco ........................................................................... 13 Nota del autor Jesús de la Rosa ............................................................................... 15 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.

Las primeras elecciones libres..................................................... 36 Los sucesos de Palma Sola.......................................................... 42 El golpe de Estado de septiembre............................................... 49 Reacciones frente al golpe de Estado.......................................... 62 Fracasa intento de reponer al presidente Juan Bosch................... 67 El gobierno del Triunvirato........................................................ 69 Militares conspiran contra el gobierno de facto del Triunvirato.............................................................. 73 8. Derrocamiento del gobierno de facto del Triunvirato................. 81 9. Los Generales de San Isidro........................................................ 87 10. La rebelión de los cadetes........................................................... 92 11. La batalla del Puente Duarte...................................................... 98 12. La toma de la Fortaleza Ozama................................................ 103 13. Ejército y comandos constitucionalistas.................................... 108 14. Héroes y heroínas de Abril....................................................... 117 15. La Segunda Intervención Militar Norteamericana del siglo XX........................................ 143

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16. La Intervención Militar y la Organización de Estados Americanos............................................................. 155 17. De las negociaciones................................................................. 159 18. El asalto al Palacio Nacional..................................................... 162 19. Fin del conflicto....................................................................... 166 20. El gobierno provisional de Héctor García Godoy..................... 175 Epílogo ......................................................................................... 195 Anexo I ....................................................................................... Anexo II ...................................................................................... Anexo III .................................................................................... Anexo IV .................................................................................... Anexo V ...................................................................................... Anexo VI .................................................................................... Anexo VII ................................................................................... Anexo VIII .................................................................................. Anexo IX .................................................................................... Anexo X ......................................................................................

197 199 202 204 206 217 221 223 230 236

Bibliografía...................................................................................... 244 Índice onomástico........................................................................... 247

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Fotografía de Orlando Inoa

JESÚS DE LA ROSA nació en la ciudad de Santo Domingo el 19 de enero de 1936. Cursó estudios navales en la Academia Naval de la Marina de Guerra y militares en la Academia Militar Batalla de Las Carreras. Es licenciado en Pedagogía y Estadística, con una maestría en Educación Superior, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Actualmente es profesor de esta universidad de la cual fue su Vicerrector Docente entre los años 1987 y 1990. En 1983 fue distinguido con el Premio Nacional de Didáctica «Manuel de Jesús Peña y Reynoso» por su obra Estadística Psicopedagógica; en el 2005 fue Premio Nacional de Historia «José Gabriel García», modalidad testimonio, por su obra La Revolución de Abril de 1965, Siete Días de Guerra Civil. Jesús de la Rosa participó en la Guerra de Abril de 1965 como Comandante de tropas del Ejército Constitucionalista. En la actualidad, ostenta el rango de Capitán de Navío® de la Marina de Guerra. Su larga carrera de servidor público incluye la posición de Secretario de Estado de Deportes; Asesor Educativo del Poder Ejecutivo; Asesor Educativo del Congreso de la República; Miembro del Consejo Nacional de Educación Superior, Ciencia y Tecnología, entre otros desempeños.




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