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Ciudad hermosa

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El velatorio

El velatorio

Ciudad

hermosa

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María Méndez Méndez

I Exordio

Y te engendré en mi vientre, ciudad hermosa, ataviada del azogue y del mercurio, recostada en las faldas del Abuga mientras el Cojitambo te resguarda.

Yo desperté a la vida una mañana y te vi madurar poquito a poco, aún mantiene mi memoria aquel silencio de las noches que Azogues contagiaba.

Sin embargo, en la madrugada se escuchaban voces tristes, lastimeras, que cantaban el pasar de los rosarios de la aurora reclamándole al Señor sus bendiciones.

El olor al capulí, manzana y pulque las angostas callejuelas que yo he andado, los danzantes de enero y fin de año y el disfrute de los sábados feriados.

Es seguro que yo nací en tu adolescencia cuando apenas disfrutabas tiernos años, las tertulias en el parque me recuerdan las retretas de las tardes de verano.

Todo era amical y comarcano, el saludo cariñoso no faltaba, el aroma al chocolate me embriagaba y al venerado de los Burgos le adoraban.

En tu suelo había caolín, la piedra rala y era inquieto el Burgay, rey de la Playa, en invierno convidaba su abundancia y engreído en estaciones de verano.

Mi lugar de reflexión, paz a la pena, mirador natural para mi tierra, graderío al hermoso San Francisco, un encanto de primor, jardín y huerto.

Chola hermosa, ataviada de sigsales, joya fina con tus míticos parajes, pretenciosa, envanecida peleusiana, cantas, ríes, danzarina del capizhca.

II Intermedio

Ahora luces más moderna y coqueta, con silueta extravagante de escalera añadiste un tercer piso a tu textura, cada una más bonita y pintoresca.

Son tus hijos valentía y pensamiento labradores de ideas y de tus campos, voz rebelde ante lo injusto, si te lesan mi condueña del sombrero y del cemento.

Con razón hoy, ya ostentas membresía, te circunda y te irradia otra estrella, patrimonio en lo urbano y cultural, tu regazo es mi terruño celestial.

III Epílogo

Yo te ruego que recojas mis despojos en el día que mi Señor me alerte el viaje, bajo el tálamo azul de tu paisaje, cuando llegue hacia ti, con mis abrojos.

Acatando a la muerte presentida en la noche apocalíptica del traspaso despidiéndome de ti, que te amo tanto, bajo mármol que procura soledades.

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