E Z E Q U I E L
L O P E Z
BUSCANDO A OTTO UNA HISTORIA REAL DE LEALTAD Y UNA BUSQUEDA CONMOVEDORA.
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BUSCANDO A OTTO UNA HISTORIA REAL DE LEALTAD Y UNA BUSQUEDA CONMOVEDORA. ISBN: 9 78987 3366789 Fotos: Valeria Douglas + Tomás Lopez + Ezequiel Lopez Textos: EzequielLopez Diseño: Libros de viaje Editado en enero de 2015 Impreso en Argentina Hecho el deposito que marca la ley 11.723 Contactos ezequiel@librosdeviaje.com.ar www.librosdeviaje.com.ar www.facebook.com/librosdeviaje
Otto con su pelota de tenis, un juguete infaltable.
La foto que recorrió las redes sociales, ícono de nuestra búsqueda.
Dedicado a todo el pueblo de Suipacha, a los pobladores de Chivilcoy, Mercedes, Olivera y Luján y a todas las personas que se sumaron a esta búsqueda en manera anónima o tomando contacto con nosotros de las formas más fantásticas. Estamos eternamente agradecidos por la ayuda recibida. A Valeria y a Tomás por no aflojar nunca y ser los impulsores de esta historia. A Otto por estar con nosotros.
EZEQUIEL LOPEZ
VALERIA DOUGLAS
TOMAS LOPEZ
Otto Golden Retriever Color dorado intenso Macho 6 a単os
Otto a los 30 dĂas de vida.
Valeria junto a Otto, tejiendo en la entrada de una caba帽a patag贸nica.
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OTTO
Prólogo por Valeria Douglas
Cuando viajábamos hacia la Patagonia aquel 20 de diciembre, a sólo 100 kilómetros de nuestra casa, descubrimos que nuestro perro Otto no estaba en la camioneta. En un abrir y cerrar de ojos, la historia cambió abruptamente. Estábamos solos, pero terminamos rodeados de nuevos amigos y descubrimos que con la voluntad de todo un pueblo se pueden hacer cosas impresionantes. A medida que la historia avanza, se descubren sensaciones, sentimientos y enseñanzas. Aprendimos a no creernos capaces de todo, a no sentirnos solos, a pedir ayuda con el corazón en las manos y por supuesto, a recibirla. Una historia de amor, solidaridad, amistad y lealtad. Nosotros buscábamos a Otto con la misma intensidad que él nos buscaba a nosotros y descubrimos de esta manera, que a la palabra imposible le sobran las dos primeras letras.
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Comienza la historia A las 3 de la mañana del sábado 20 de diciembre de 2014 suena el despertador del celular y me despierto desorientado, sin tener claro en dónde estoy o que debo hacer. Demoro unos minutos en salir de la cama, despabilarme y recordar que el alboroto anuncia el inicio de nuestro viaje hacia la Patagonia. ¡Qué raro, siempre me cuesta dormir la noche anterior y me despierto a la hora prevista sin necesidad del despertador, pero esta vez no sólo hicieron falta unos cuantos segundos de ruido, sino que además tardé un buen rato en conectarme con el momento! Valeria sigue en la cama. Siempre nos despertamos juntos pero ahora duerme profundamente. La despierto con unos cuantos besos y me pide quedarse unos minutos más. Nunca antes en un viaje ha remoloneado de esta forma. Aprovecho para meterme en la ducha y terminar de despertarme. El agua fresca de la madrugada hace bien y pienso que es la
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primera vez que me despabilo de esta forma. Debería ponerlo en la lista de las cosas pendientes antes de salir. Otto está echado junto a la puerta. El siempre se asegura de que lo llevemos de viaje interrumpiendo el paso hacia la camioneta. ¡No hay forma de olvidarlo! Tenemos una camioneta Ford Ranger doble cabina. La caja de atrás es equivalente a 4 baúles de un auto y está cubierta por una cúpula de lona muy fuerte confeccionada especialmente para nuestros viajes. El equipaje va dentro de la caja y sobre éste, va un piso de madera hecho a medida que deja libre todo el espacio de la cúpula para que viaje Otto, como si fuera un gran canil con ventanas al exterior. El lugar es amplio. La puerta de atrás es retráctil, se enrosca como una cortina en la parte superior de la estructura. Tiene un doble sistema de cierre de seguridad con un primer enganche en la estructura de hierro de la cúpula y cuerdas que se fijan a la carrocería de la camioneta. Además cuenta con argollas para dos candados en cada uno de los extremos. Fue preparada especialmente para que sea la casa de Otto durante nuestros viajes. Cuando nos detenemos por la noche en algún hotel de ruta, funciona también como su cucha y le encanta dormir allí.
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Una parada en Villa Ventana para relajarnos.
Nuestra camioneta de viaje en la estepa patag贸nica.
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Sabe viajar de esta forma y lo hace desde que nació. Va muy cómodo y tranquilo, tiene espacio suficiente para estirarse, aire fresco y en los tramos largos de ruta suele dormir unas siestas interminables. Está bien entrenado y nunca se aleja de nosotros. Lleva su collar del cual cuelga una chapita con su nombre y nuestros números de teléfono, una campana que funciona como la de las yeguas madrinas, para saber en donde se encuentra a través de su sonido y una linterna que sirve para verlo de noche cuando la luz ilumina cada uno de sus pasos. Además, por seguridad, siempre va atado con su correa a la barra antivuelco de la camioneta. Son las 7 de la tarde del viernes 19 de diciembre. Hace mucho calor. Con gran esfuerzo, colocamos el kayak sobre el portaequipajes y Tomás lo sujeta a la primera barra. Cuando armo los sunchos que lo sostienen por detrás me doy cuenta de que nos falta una de las cuerdas. ¿Cómo puede ser que se haya perdido si nunca las sacamos de la camioneta? La tarea sigue adelante y pronto nos damos cuenta de que hemos orientado mal el kayak. Debemos girarlo sobre el techo como si fuera la hélice de un helicóptero, tarea muy complicada por el poco espacio que hay el garaje de nuestra casa. Sus 4 metros de largo
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obligan a trabajar duro para reorientarlo. El calor sofoca y los remos quedan desacomodados. ¿Habremos olvidado cómo se lleva un bote sobre el techo de nuestra camioneta? ¡Cuando volvemos del río nos alcanza con unos pocos minutos para acomodarlo y salir a la ruta, pero ahora nada encaja en su sitio! Los sunchos que sujetan a las motos Harley Davidson cuando vienen en barco hacia Argentina, que tan generosamente me regaló nuestro amigo Guille, parecen rebelarse. Con la unión de dos tramos improviso una larga tira que tampoco llega a las cornamusas traseras. Tomás protesta desde lo alto. Sus cuerdas no encajan en la posición que habitualmente usamos. Algo no funciona. Me trepo al techo de la camioneta, analizamos juntos la situación y entendemos que está mal orientado. Debemos girarlo nuevamente. La maniobra vuelve a presentar las mismas dificultades anteriores, haciendo equilibrio sobre el techo y chocando contra todo lo que hay alrededor de nosotros. Finalmente y luego de más de 1 hora de trabajo, logramos dominarlo y queda bien atado. No se moverá y será un faro durante los próximos 4 días de viaje. Nunca fue tan complicado cargar el kayak, ni siquiera la primera vez cuando tuvimos que determinar cuál era la mejor posición para llevarlo.
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A las 9 de la noche estamos muy atrasados. Hemos perdido mucho tiempo con el kayak y debemos recuperarlo para irnos a dormir cuanto antes. Valeria se ocupa de preparar la cena y el almuerzo de mañana, tarea que siempre me corresponde, mientras Tomás y yo intentamos acomodar el equipaje. Los bultos están desordenados y nosotros también. Miles de kilómetros y más de 30 años de viajes a la Patagonia nos han dado mucha experiencia en esta tarea, pero esta vez parece que somos unos novatos. Tenemos una lista que enumera todo lo que debemos llevar y que mejora año tras año, pero por algún extraño motivo no logramos cerrarla. Cosas pendientes por aquí, otras sueltas por allá, una especie de pequeña anarquía nos rodea. Empezamos a descartar cosas que creemos innecesarias. Desarmamos un gran bolso y reordenamos sus elementos sueltos por toda la camioneta. Sacamos, ponemos, reacomodamos y de a poco vamos dándole forma. La primera de las cuatro tablas del piso de Otto se coloca en su sitio. Parece que lo vamos logrando. Perseverando, todo el equipaje diseminado por el suelo va encontrando su lugar y más allá de las 10 de la noche podemos cerrar definitivamente las puertas de la camioneta. Nos vamos a dormir agotados.
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A la ruta
-Vamos Otto…, arriba- le digo. El portón de la caja de la camioneta está bajo y la cúpula abierta. Su lugar está listo para que se acomode. Durmió toda la noche junto a la puerta de nuestra casa y sigue echado en el mismo lugar a pesar de vernos completar los preparativos de último momento. Cuando le insisto, me mira dudando de qué hacer. Otto vive este momento previo a cada viaje con tanta ansiedad como nosotros. Pero nunca duda en cuanto llega el momento de subirse a la camioneta. Esta vez salta sobre el portón, sube a su piso de madera debajo de la cúpula, gira y me mira. Le doy un beso en la trompa, le digo que nos vamos a la Patagonia y me vuelvo a buscar las últimas cosas. Pero Otto se baja detrás de mí. ¡Qué raro! Jamás se baja de la camioneta cuando salimos de viaje y menos a las tres y media de la mañana sabiendo que en unos instantes arrancamos. En realidad, siempre
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se sube antes de tiempo los días previos y tenemos que convencerlo de que todavía no es el momento y que duerma dentro de la casa. Pero esta vez se baja y se echa junto a la puerta al lado de la camioneta mirando todo lo que hacemos. Completamos los preparativos, cargamos el termo con agua para el mate y el café. Chequeamos que las galletas estén a mano, celulares, cargadores, las lanas de viaje para tejer en el camino, nuestro duende sentado junto a la palanca de cambios, la brújula, los mapas… Todo está en orden. Preferimos usar los tradicionales mapas de papel que todavía se venden en las estaciones de servicio, porque son el alma de un viaje. En ellos se tiene una idea clara del lugar hacia dónde vamos y sus alrededores, permitiendo planificar con anticipación los pasos a seguir. El GPS te lleva como autómata hacia el punto indicado, sin poner en juego la opción de desviarse, pasarse de largo, perderse, dudar por un momento del camino a tomar o preguntar a las personas locales por una calle o un sitio específico y conseguir además información muy valiosa de cada lugar. Por otro lado, la comodidad del GPS disminuye la capacidad de recordar y memorizar caminos, rotondas, salidas, lugares de la ruta que funcionan como pequeños faros y que nos orientan otorgándole a nuestro paso
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Otto a los 8 meses mirando a las truchas del rĂo Limay.
A Otto le encanta revolcarse en el pasto alto del campo.
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un espacio familiar y reconocible. Esto fue de enorme ayuda mientras buscábamos a Otto, identificando como carteles, cada sitio de la ruta 5. Lo busco a Tomás que se durmió hace un rato y lo llevo alzado hasta la camioneta. Pienso que ya es demasiado pesado para esto, tiene 13 años, pero nos gusta tanto a él como a mí llevarlo de esta forma. Lo hacemos desde que era muy chiquito y le encanta comenzar el viaje durmiendo. Lo hizo cuando viajábamos en el Volkswagen Gol, también cuando teníamos la motorhome y ahora lo sigue haciendo en nuestra camioneta. Ir durmiendo en el auto cuando uno es chiquito debe ser una de las cosas más lindas que hay en la vida. Me acuerdo que nosotros dormíamos en la luneta del Peugeot 404 o en la del enorme Dodge Coronado de Valeria. Pero eran otros tiempos y no se usaban los cinturones de seguridad. Esta vez lo ato, le acomodo su almohada y cierro la puerta. ¡Todo está listo para arrancar! -Vamos Otto, arriba- le digo, pero me mira y no atina a subirse. -¡Dale Otto que nos vamos de viaje!- insisto. Se levanta y se arrima a la camioneta. Vuelve a mirarme, como preguntando si quiero que se suba. -¡Dale…, arriba!-
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De un salto trepa a la camioneta y se acomoda en su lugar sin dejar de mirarme. Cierro el portón, aseguro la puerta de la cúpula y me voy hacia adelante. Valeria apaga las luces y cierra la casa. El calor de la noche anterior fue apaciguado por una tormenta anunciada que ya está encima de nosotros. El viento que sacude a todo Buenos Aires despeina la copa del Pecán que tenemos en la puerta y descubrimos que también ha volteado al pichón del zorzal que había anidado encima de nosotros y que cuidábamos cada vez que alguien entraba a la casa para no asustar a los padres. Está muerto y nos entristece porque el nido está muy bien aferrado al árbol y había soportado varias tormentas anteriores. Su madre ya se ha ido. Lo enterramos en el cantero de la calle, sacamos la camioneta y entonces estamos listos para salir de viaje. La salida hacia la Panamericana es rápida; hay muy poca gente en la calle. Enseguida alcanzamos la salida hacia el Camino del Buen Ayre y nos detenemos en la estación de servicio porque debemos atar a Otto. Es una medida de seguridad, porque él no se baja de la camioneta y menos en movimiento, pero para asegurarnos, va sujeto con un largo de correa que le permite moverse libremente debajo de la cúpula pero sin poder asomarse por la puerta. Ahora
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sí, se acuesta contra la cabina y arrancamos. Es noche cerrada y las nubes cubren todo el cielo con gigantescos pompones de lluvia que se revelan con cada estallido de los relámpagos. La tormenta está instalada hacia el suroeste y nos dirigimos directamente hacia ella. En el Acceso Oeste sentimos ya los primeros kilómetros de ruta. La camioneta se asienta y se va poniendo dócil para manejarla. Después de ponerla a punto, tenía muchas ganas pisar el acelerador y sentir su comportamiento en un tramo largo de ruta y ésta será una buena oportunidad para probarla. Poco a poco nos vamos acomodando en nuestros asientos, al ritmo acompasado del camino, a los sonidos del viento, a las luces de los autos, a la oscuridad del momento. Me encanta manejar, sobre todo cuando las condiciones son extremas. ¿Será por eso que nos gusta tanto la Patagonia? Allí todo es extremo. Las colosales montañas, los enormes y profundos lagos, los ríos caudalosos que saltan sobre las rocas, el clima, el viento, la estepa. Uno se curte, se va acomodando a los elementos y poco a poco va formando parte de ellos. Una intromisión al comienzo para ir mimetizándose con el correr de los días hasta ser absorbido definitivamente por los hechizos del lugar.
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Pasamos por Luján tantas veces que no logro entender porqué me confundí de camino y tengo que dar una vuelta completa a la rotonda para encarar el puente. No hay forma de equivocarse pero estamos en una calesita que nos devuelve al puente angosto por el cual sólo pasan dos vehículos livianos al mismo tiempo. Esta vez estamos solos y enfrentamos las lomas de burro una tras otra a baja velocidad. Pronto estaremos en el campo y podremos disfrutar del dulce aroma del pasto húmedo de la madrugada. También podremos desayunar un buen café con leche con medialunas en uno de los boliches de la ruta, cuando nos hayamos alejando más de 200 kilómetros de Buenos Aires. Ese es el punto de inflexión. Hasta allí la modorra acompaña, la camioneta todavía es indócil, los movimientos algo torpes y no terminamos de acomodarnos en el espacio que nos toca. Necesitamos esa primera parada para estirar las piernas, llenar los pulmones de aire fresco y despertarnos. Hasta Otto se relaja luego de esta prematura detención con la excusa de completar los pocos litros de gasoil que consumió la camioneta. Mientras tanto, en la ruta frente a nosotros, se va desarrollando una verdadera tormenta. Detrás está amaneciendo y el sol intenta pintar de naranja las nubes sin mucho éxito. Por delante sigue totalmente
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Tomรกs y Otto sobre las rocas de la Cordillera de los Andes.
La tormenta en todo su esplendor.
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oscuro y salen a escena una y otra vez con fugaces apariciones los rayos. La función está por comenzar. Somos unos espectadores privilegiados. El telón se abre y un luminoso relámpago muestra toda la escenografía. Hay nubes por todas partes que se levantan hasta el infinito. Las primeras gotas comienzan a caer sobre el parabrisas pero sin empañarlo todavía. La velocidad las expulsa rápidamente para mantener despejada la vista. Un rayo se desprende de la base de una nube que flota a la deriva y se fragmenta en cientos de brazos que caen al suelo como el estallido de un cometa en pleno vuelo. La luminosidad enciende nuevamente el cielo tan sólo un instante, que sirve para dibujar en blanco y negro los fantasmas que nos rodean. Pequeños montes de eucaliptus, los galpones en los campos y las siluetas de animales se dejan ver fugazmente a la distancia. Las luces de la camioneta perforan la noche en dirección a la tormenta. La conmoción es colosal, inmensa, mágica, más grande de lo que uno puede abarcar. El ritmo se acelera. Salen a escena miles de rayos, luces, relámpagos, gotitas de agua que se iluminan como luciérnagas frente a los faros. El espectáculo va al encuentro de su climax. La ausencia de sonido es notable. Sólo se escucha el aire rozando contra la camioneta. Los truenos estarán sonando en otro lado. Las gotas
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ganan intensidad, golpean contra el vidrio, se expanden y piden ser despejadas con el limpiaparabrisas. La tormenta pone todo en juego y ahora lanza rayos y centellas por todas partes. Todos los actores salen a escena. Un estallido de luces y sonidos se apodera del momento, comienza a llover intensamente y una calma fabulosa se instala en el ambiente. Dejamos atrás la rotonda de Mercedes y nos internamos en una línea que nos lleva por el campo. Cada curva actúa como un suave balanceo que nos seduce como a un bebé en su hamaca. Valeria se duerme y las canciones de rock nacional que siempre nos acompañan comienzan a sonar por los parlantes. Viajamos por la ruta 5 en dirección a Suipacha. Superamos la estancia Los Moros, uno de nuestros puntos de referencia en el camino por sus características puertas de hierro. En la soledad del camino, miro hacia atrás por el espejo en busca de Otto. Es una costumbre que tengo para estar en contacto con nuestro perro. La noche sigue oscura aunque ya está amaneciendo. Son algo más de las 5 de la mañana. Las luces de un auto que pasa de frente ilumina un nuevo vistazo. No lo veo. ¿Dónde andará? Suele echarse en un costado. Repaso todo el ángulo que me otorga el espejo, me muevo en el
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asiento y trato de observar todo lo que puedo dentro de la cúpula. Los vidrios que nos separan están algo empañados y llenos de agua. La visibilidad es muy mala. Otro auto ilumina y tampoco veo nada. Comienzo a preocuparme e intento detenerme sobre la banquina, pero veo allá adelante las luces de alguna estación de servicio. ¿Estaremos ya en Suipacha? Acelero en busca de aquel sitio sin dejar de mirar hacia atrás y hacia adelante. No lo veo. Los minutos parecen eternos. Alcanzamos la estación de servicio y entro un poco rápido. La camioneta se sacude en unos pozos, pero nada para preocuparse. Esquivo a los camiones que descansan y freno bruscamente. Ya no llueve. Me bajo a las apuradas, corro hacia la parte de atrás de la camioneta y no lo veo. Su correa está atada, el collar sobre el suelo y las puertas cerradas. Me desespero. ¡Se cayó de la camioneta!, pienso Abro la cúpula y levanto una de las maderas del suelo con la esperanza de encontrarlo entre el equipaje. ¿Pero qué estoy haciendo? Corro hacia adelante, me meto en la cabina alocado y gritando que Otto se cayó de la camioneta. Pongo primera y acelero mientras Valeria y Tomás se despiertan sobresaltados. -¿Qué pasó, qué pasó?- preguntan desesperados.
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Otto atento a lo que harรกn Valeria y Tomรกs en la Patagonia.
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-¡Otto se cayó de la camioneta! ¡No está, no está!les digo muy angustiado. El caos es total. La desesperación, los gritos y el llanto se apoderan de nosotros mientras avanzamos por la ruta 5 con medio cuerpo afuera en busca de algo que no sabemos bien que es.
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El caos del comienzo El shock emocional impactó como un rayo de la tormenta que nos venía azotando. Estamos aturdidos, desolados, solos, desamparados. La adrenalina inunda nuestros cuerpos, pero esta vez dispara una angustia terrible que nunca antes habíamos experimentado. Nos desenvolvemos como autómatas, sin comprender ni mental ni emocionalmente la noticia. Acción y reacción, eso es todo. Entramos en un estado salvaje en donde el objetivo de encontrar a Otto se transforma en una obsesión, descartando cualquier otra cosa que se nos presenta. Actuamos por impulso con la mente desconectada de la realidad y en forma desordenada. De repente la tormenta se apaga y da paso a un momento de calma. Viajamos despacio por la ruta 5 en dirección a Buenos Aires. La angustia y la desesperación se apoderan de nosotros. Buscamos a un
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Golden Retriever macho de 6 años de color dorado, pero enseguida nos damos cuenta de que una caída a 100 kilómetros por hora nos va a devolver un cuerpo destrozado. Esa idea aterroriza muestras mentes pero se diluye rápidamente de nuestras cabezas. No aceptamos que sea de esa manera. Por alguna extraña razón seguimos buscando al mismo Golden Retriever que conocemos y en ningún momento visualizamos la imagen de un perro accidentado. Es la primera reacción que tenemos en esta situación límite para protegernos del dolor que estamos viviendo. Pasan los kilómetros sin ningún rastro. Miramos a uno y otro lado del camino tratando de descubrir el momento en que sucedió. Buscamos un instante en el tiempo en donde algo se desacomodó y cambió el curso de la historia. Andamos por el mismo camino que habíamos transitado pero en otro momento y en otro lugar. Las cosas han cambiado. Falta algo. Llegamos a la rotonda de Mercedes sin novedades y seguimos avanzando. En medio del caos trato de recordar la última vez que lo vi allí sentado, mirando hacia atrás, como tantas veces ha viajado. Me es imposible determinar el momento exacto, las condiciones de la camioneta, la luz del momento, si estaba lloviendo o sólo estaba nublado. Valeria in-
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La tormenta sobre nosotros se abre por un instante.
Otto y TomĂĄs caminando por las vĂas de La Trochita.
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tenta ayudarme con todo tipo de preguntas que pudieran poner en marcha mi memoria, pero en mi cabeza sólo está la imagen de Otto mirando hacia atrás procurando el aire fresco que se cuela por la puerta. ¡A los perros les encanta apuntar su hocico hacia el viento! Llegamos al peaje de Olivera. Nos bajamos completamente atolondrados a preguntar si lo vieron. Es el único lugar en donde nos detuvimos a cero por unos segundos mientras pagábamos y esperábamos el ticket. Quizás se bajó en este lugar y alguno de los chicos del peaje pudo verlo. Tiene que haberse metido entre las cabinas y alguien debería haber avisado. Son las seis y media de la mañana y el turno de la noche ha cambiado. Nadie sabe nada. Los nuevos operarios no fueron informados. El jefe del peaje tampoco tiene novedades. Dejamos nuestros datos escritos en un papel y volvemos sobre nuestros pasos en dirección a Suipacha. El tiempo corre a toda velocidad pero la camioneta va despacio cerca de la banquina. Empieza a haber más transito y los camiones a su paso despiden bocanadas de aire que impactan violentamente sobre nosotros. Las reacciones son dispares. Valeria llora desconsoladamente, yo siento angustia y enojo, manejo en forma automática y Tomás, verborrágico,
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no para de tirar ideas del lugar en donde puede estar. Es normal lo que sucede debido al mal trago que estamos pasando. Incluso podríamos llegar a negarlo. Y nosotros estamos bastante alterados. Aunque seguimos buscando su cuerpo al costado de la ruta esperamos que Otto aparezca caminando hacia algún lado. De pronto Valeria comienza a hacer preguntas. -¿Cuándo te diste cuenta que no estaba? -Llegando a Suipacha. -¿Paraste en algún lado? -En el peaje y en la estación de servicio. -¿Hiciste alguna maniobra brusca? -No. -¿Agarraste algún pozo? -No. -¿Hubo algún trueno? -No. -¿Algún ruido fuerte, algo que pudiera asustarlo? -No. -¿Algún auto te hizo señas? -No. Suelo ser muy positivo en la vida, pero esta vez no tenía alternativa para responder a sus preguntas. Otto viaja de esta forma desde que nació, no le teme a las tormentas, conoce los ruidos de la camioneta,
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sintió muchas veces la velocidad, aguanta muy bien los tramos largos, duerme, se relaja, no está nervioso y no hubo motivos para que se asuste. Nos invade una sensación de incredulidad. Esto no puede estar pasando. Es un misterio. ¿Cómo puede desaparecer un perro sin dejar rastros? La esperanza de encontrarlo vuelve a aflorar sobre nosotros y seguimos buscando. Perdemos la cabeza. Todavía hay tiempo de llegar hasta Junín de los Andes a tan sólo 1500 kilómetros de distancia. Quizás, hasta tengamos tiempo de desayunar los 4 juntos, el café con leche y medialunas en alguna estación de servicio y seguir viaje. Una ola de optimismo, negación de la realidad y la idea de que va a aparecer tan misteriosamente como se esfumó se apodera de nosotros. Así llegamos nuevamente a la estación de servicio de Suipacha con las manos vacías. Se nos viene el mundo abajo. Estamos desordenados, cada uno inmerso en distintas emociones. No sabemos qué hacer o hacia dónde ir. Ya recorrimos la ruta y no lo encontramos. A medida que pasa el tiempo la situación es cada vez más desesperante. Estamos descontrolados. ¡Si no está en la ruta tiene que haberse bajado en algún lado! ¿Cómo saberlo? Intentamos averiguar qué fue
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lo que pasó y perdemos el tiempo discutiendo. La inacción se apodera de nosotros. No sirve de nada estar parados. -Volvamos a la ruta- dice Valeria. -Pero ya la recorrimos- le contesto. -Hagámosla otra vez- insiste. -¿Y a dónde vamos?- le pregunto. -No sé, a alguna parte, pero salgamos de acá. Con la responsabilidad de conducir hacia algún lado y decepcionado por no haberlo encontrado todavía, pongo primera y muevo la camioneta. Tomás me ordena que le haga caso a su madre y como estamos al final del camino, la única dirección posible es otra vez hacia el peaje. Esta vez nos movemos rápido. En la rotonda de Mercedes aminoramos la marcha y damos varias vueltas en círculo. No hay nada, ni un árbol, ni siquiera una planta. De todas formas la observamos empecinados por encontrarlo. Nada! Llegamos al peaje y otra vez nos detenemos. Bajamos en el mismo lugar en donde ya preguntamos. Esto no tiene sentido. Volvemos a mirar pero no encontramos rastros. La última vez que lo vimos fue al inicio del Camino del Buen Ayre. Es preciso ir hasta allí y hacer todo el recorrido nuevamente revisando cada rincón de campo. La sola idea de volver a recorrer 80 ki-
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Otto a los 8 meses en una playa de Las Grutas.
La familia completa en la estaci贸n de tren de Ingeniero Jacobacci.
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lómetros hacia atrás es un delirio. La frustración es tan grande que se transforma en impotencia. Alguien debe mantener la cordura y ordenarnos. En medio del caos y el llanto, Valeria tiene un momento de lucidez e impone que vayamos. Tomás está excitado y yo bastante perturbado. La autopista que llega hasta Luján nos deja pocas chances de examinar el otro lado de la ruta. Llegamos al sector de lomos de burro. Tomás pide que entremos por cada calle. Si se bajó por acá podría estar caminando en cualquier lado. Es una zona de quintas bien poblada y las calles de tierra están algo anegadas. Transitando por el barro vamos hasta el fondo en dirección a un perro que está a 500 metros de distancia. Nos encontramos con un peluche blanco completamente diferente a Otto. Un nuevo fracaso. Buscamos por otra calle y tampoco lo encontramos. Lo que hacemos no tiene sentido, es una locura. Podríamos pasar la vida recorriendo estas calles sin ni siquiera saber si estamos en el lugar correcto. El área a revisar es inmensa y buscamos al azar en cualquier parte. Dejamos atrás Luján para internarnos en la Autopista del Oeste. A medida que avanzamos hacia Buenos Aires, las dimensiones se agrandan y desalientan. Poco antes de llegar al Camino del Buen
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Ayre, vemos a un perro destrozado contra el guardrail del carril contrario por donde pasamos esta madrugada. Retomamos por un laberinto de subidas, bajadas, puentes y tramos en construcción que nos hacen perder mucho tiempo y nos ponen los pelos de punta. Llegamos al lugar y estacionamos sobre el pasto, pero de la mano de enfrente. Del lado del perro no hay banquinas y es imposible detenerse. Tres carriles nos separan y no hay modo de cruzar al otro lado. Bajamos e intentamos reconocerlo a la distancia. El cuerpo está en malas condiciones, muy sucio y volcado. Tiene una bolsa negra contra el lomo y no se ve la cola, un rasgo distintivo de los Golden Retriever. Su cuello es blanco y el hocico oscuro. Podría estar tenido por la sangre. El espectáculo es espantoso y desprende un vaho que llega hasta donde estamos. Armamos una rápida reunión en la cual cada uno da su veredicto. -Para mí no es, tiene el cuello blanco. -¡Ese no es Otto! -Parece atropellado hace varios días. A mí me queda rondando la duda. Si al menos pudiéramos cruzar hasta allí para descartarlo. Pero eso no es posible sin poner en riesgo nuestra propia vida. Seguimos hasta el punto de partida y el Camino del Buen Ayre no revela rastro alguno. Estamos es-
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tancados. Volvemos a Luján y Tomás quiere preguntar en todas las veterinarias. Cada idea que surge es complicada, o al menos en ese momento no tenemos la capacidad de procesarla. El caos en el que nos movemos nos hace perder mucho tiempo. Llegamos a la rotonda de Luján y recorremos ese barrio. La gente nos mira sorprendida. Andamos unas pocas cuadras y paramos en una esquina a mirar hacia los lados. Nada. Ninguna señal. Otra vez estamos confundidos. ¿Hacia a dónde vamos? Sigamos adelante, siempre adelante. Llegamos a Mercedes mirando en todas partes. Lo pasamos y seguimos adelante como autómatas detrás de una ilusión que se desvanece. Cuando vemos la estación de servicio Oil de Suipacha sentimos que se terminan nuestras posibilidades. Recorremos el kilómetro que falta con el último aliento de esperanza y llegamos al final del camino. El día está en su apogeo. Las nubes dejan pasar algunos rayos de sol y vuelven a cerrarse. Es sábado por la mañana y Suipacha está en movimiento. Faltan pocos días para la navidad y todo el pueblo aprovecha para hacer las últimas compras, visitar amigos, abrir los negocios y disfrutar de un día templado en medio del campo. Nadie conoce a Otto y
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Un eterno cachorro. AquĂ a los 40 dĂas de vida.
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menos aún dónde podría estar en este momento. Una camioneta negra con un kayak naranja sobre el techo, pasa desapercibida en la estación de servicio de la ruta, mientras muchos viajeros se detienen a repostar y descansar unos minutos antes de seguir su viaje. Nadie imagina que pronto esa camioneta será el tema de conversación de todo un pueblo. -¿Qué hacemos?- preguntamos. Vacíos de ideas nos quedamos paralizados sin saber qué más hacer. Parece que hemos agotado todos los recursos. ¿Tan pronto se pierde la esperanza? Ir y volver una y otra vez es tedioso, nos ofusca, nos enoja. Los ánimos están por el piso. ¿Cómo vamos a encontrar a un perro que se mueve en un radio de 100 kilómetros? Podría estar en cualquier parte. ¿Por qué se bajó? ¿Cómo no ajustamos un punto más el collar? ¿Por qué no miré antes por el espejo? Comienza a aflorar la culpa, otra de las etapas por las que pasa el ser humano en una situación límite. Estamos completamente desorientados. En algún momento rumbeamos hacia Chivilcoy. Aunque Otto ya no estaba en este tramo nos alejamos del punto en donde lo perdimos sin saber porqué. Llegamos a una YPF y llenamos el tanque. Por primera vez estacionamos la camioneta lejos de la zona en donde está la gente y nos sentamos en el cordón de una
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pequeña vereda. No hay nadie a nuestro alrededor. Valeria sigue llorando angustiada y nos unimos los tres en un abrazo. Una camioneta Duster se detiene junto a nosotros y baja una señora. Charla con los ocupantes, se distiende, va hasta la tienda y vuelve. Nuestras dos camionetas son las únicas estacionadas en ese sector alejado de la estación. Nadie anda cerca. Parece que estuviéramos en diferentes dimensiones, como si no nos percatáramos de la presencia del otro. De pronto nos pregunta qué sucede. Le explicamos como podemos y lamenta el episodio. Nos cuenta que es patagónica, que acaba de sortear dos accidentes graves, comenta que ese día la gente está manejando como loca, nos pide los teléfonos por sí acaso y se retira sin dejar rastro. ¿Qué está ocurriendo? Aturdidos y cada vez más desbordados, volvemos a la ruta. Ya no sabemos que hicimos, por dónde pasamos o cuantas veces nos detuvimos en Suipacha. Valeria tiene un gran dolor de cabeza, Tomás se quedó dormido del cansancio y mi cara denota toda la frustración del momento. Transitamos lentamente con las balizas encendidas, silbando y llamándolo cómo él sabe. Ooottoooo!!! Ooottoooo!!! En algún lugar me agarra un cansancio tan grande que se me
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Pura ternura a los dos meses de vida.
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cierran los ojos. Busco la primera entrada a un campo y quito la camioneta de la ruta. En cuanto se detiene me despierto como si nada hubiera pasado. -¿Estás bien, podés manejar?- pregunta Valeria. -Sí- contesto –me apagué de repente, pero ya estoy bien. Ni siquiera atiné a apagar el motor. Seguimos andando. Nos sigue de cerca una camioneta del peaje pero no nos sobrepasa. Nosotros seguimos buscando, llamándolo, mirando por todos lados. A intervalos regulares espantamos a los caranchos que se arriman al asfalto en busca de carroña. Son enormes y están en parejas de dos ejemplares, una buena señal ya que cuando encuentran un animal grande se juntan de a varios para devorarlo. En las lagunas que se forman en las cunetas, nadan bandadas de patos negros embuchados de alimento. En una de ellas sentimos un chapuzón que desvía nuestra vista, pero es una falsa alarma. Un pato triguero caza alevinos como si estuviera en un zoológico. Ni siquiera logra hundirse por la poca profundidad del agua. Los Golden Retriever son perros a los que les gusta mucho chapotear y no sería de extrañar encontrarlo en estos lugares. Llegamos al peaje junto con la camioneta blanca. Preguntamos a sus ocupantes si vieron a Otto pero
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no tienen noticias. Están volviendo de uno de los accidentes. Dejamos nuestros datos escritos en media hoja arrancada de un cuaderno rayado y volvemos a Suipacha. Tomás se dedica a ordenar la colección de papelitos por peaje y horario. Pueden servir más adelante para saber por dónde y a qué hora pasamos. A las 4 de la tarde nos detenemos junto a una alcantarilla en la entrada de un campo. No hemos probado bocado desde anoche, pero tampoco logramos consumir más que algunos trozos de tomate. Conjeturamos sobre lo que podría haber pasado. Es evidente que no se cayó en la ruta porque ya deberíamos haberlo encontrado. No somos expertos en caídas, pero trazamos distintas trayectorias posibles cada vez que pasa un auto. Si está lastimado, podría estar echado en algún campo y pasar desapercibido entre los pastos. Colmados de dudas sin ninguna certeza y completamente desorientados llegamos a la estación de servicio de Suipacha. Hemos andado 800 kilómetros a tan sólo 100 de Buenos Aires.
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Aparece la ayuda Son las 4 de la tarde y no tenemos ni siquiera una pista. No sabemos qué pasó, si se cayó, si se bajó, si está caminando. ¡Nada! La única certeza es que Otto no está. Su correa y su collar siguen en el mismo lugar, atados a la barra antivuelco de la camioneta. La frustración es total. Han pasado 10 horas desde que perdimos a Otto y estamos tan solos como un náufrago en una isla desierta; desesperanzados, cansados, aturdidos, paralizados, vacíos. El desorden y el caos que hay en nuestras cabezas, en nuestras acciones y dentro de la camioneta, es total. La desesperación nos invade y nos hizo vagar por la ruta 5 sin rumbo y sin control durante todo el día. El shock inicial anuló la mente y no nos deja pensar con claridad. Lo hacemos de una manera errática, frágil, sin tener en cuenta lo que cada uno dice. Estamos hundidos en una especie de fango que nos absorbe cada vez más. No logramos salir de este estado continuo de confusión
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y desesperación que nos envuelve y nos atrapa. Perdimos mucho tiempo. ¡Demasiado! Diez horas son una eternidad en la búsqueda de un perro que se está moviendo. Al menos esa puede ser una posibilidad. Otto puede estar en cualquier parte en este momento. ¿Qué capacidad tiene un perro para moverse? ¿Cuál es su autonomía? ¿Hacia dónde está yendo? Las primeras horas está hidratado y bien alimentado y seguramente puede caminar muchos kilómetros. Otto está muy entrenado. Camina con nosotros todas las mañanas de 3 a 5 kilómetros durante una hora de paseo. Podría haberse alejado 20, 30, 50 kilómetros del punto en donde se cayó. ¿Se cayó o se bajo? ¿Cuál es ese punto? Hay 100 kilómetros de distancia desde que lo vimos por última vez y Suipacha. Todo es tan confuso y son tantas cosas las que podrían haber pasado, que no sabemos por dónde empezar. Al mismo tiempo se nos han agotado todas las opciones. No sabemos cómo seguir. Empezamos a pensar en todo lo que no hicimos y que pudiera haber cambiado el curso de las cosas. Quizás, si hubiéramos hablado con alguien, si hubiéramos preguntado, ya lo habríamos encontrado…, pero la vergüenza, la culpa por perderlo, el miedo de hablar con un desconocido, hizo que no se lo contáramos a nadie. Ni siquiera preguntamos en la esta-
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Pescando con mosca en el rĂo Limay. Otto siempre muy atento.
Una parada en el camino para descansar.
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ción de servicio de Suipacha. Dimos por hecho que allí no estaba y descartamos esa posibilidad. No queríamos perder tiempo deteniéndonos en el camino, pero perdimos una gran oportunidad de hallarlo. Nos sentíamos con la capacidad de encontrar a Otto por nuestros propios medios, sin la ayuda de nadie. Nos sentíamos superhéroes, pero no lo somos. Quizás si hubiéramos ido antes hasta el Camino del Buen Ayre, ahora Otto no estaría vagando por una ciudad tan grande donde es imposible encontrarlo. Quizás si lo hubiéramos atado con un arnés o si hubiéramos puesto alguna tabla en la puerta no se habría caído. ¡Quizás, quizás, quizás! Son todas conjeturas que no conducen a nada. Sentimos culpa, resignación. Seguimos perdiendo el tiempo recriminándonos todo lo que no hicimos. Los nervios juegan en contra y los ánimos se exacerban. Comenzamos a pensar que va a ser imposible encontrarlo, que nunca más va a estar con nosotros, que es inútil lo que estamos haciendo. Comenzamos a darnos cuenta de todos los errores que cometimos. Estamos en el momento más crítico del viaje. Nos derrumbamos. Tocamos fondo, pero eso era necesario. Estamos en donde comenzamos, la estación de servicio de Suipacha, estacionados junto a los ca-
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miones sin saber qué hacer. De pronto suena el teléfono. Son mis padres pero no atendemos. Siempre llaman por la mañana cuando salimos de viaje pero esta vez lo hicieron bastante más tarde. ¡Qué raro! Tenemos que avisarles. Nos vamos 500 metros más adelante y nos detenemos junto a un monte de eucaliptus. Apagamos el motor de la camioneta. La ruta está en silencio. No pasa ningún auto. Nos bajamos, nos abrazamos los tres juntos muy fuerte y estallamos en un llanto contenido durante muchas horas. Comienza a bajar toda la angustia que tenemos. Es preciso hacer un llamado, avisar a los padres, hacer algo distinto. Debemos romper la rutina que nos mantiene aferrados. Junto coraje, trato de acomodar la voz y llamo. Atiende mi madre. Le digo que estamos bien, que no pasó nada grave pero que perdimos a Otto en algún lugar del camino. Volvemos a estallar todos en un llanto que no me deja hablar, pero al mismo tiempo sigo vociferando cosas incomprensibles. Mi madre se angustia, comunica la noticia, pregunta qué vamos a hacer. Le digo que no lo sé. Es el turno de Valeria de llamar a sus padres. Atienden, alcanza a decir unas palabras y se corta. Estalla en llanto. Tomás no para de llorar dentro de la camioneta. No sabemos cómo consolarlo. Tomo el teléfono y reitero el llamado. Me atienden, informo la
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noticia y vuelvo a derrumbarme en un llanto. ¿Inundaremos la ruta? Los padres quedan avisados pero necesitamos más apoyo. Llamamos a nuestros amigos. Lucas es el primero en recibir la noticia como un balde de agua fría. En cuanto atiende, Valeria le dice que perdimos a Otto. A pesar del gran amor que le tiene, evita emocionarse, se arma de fuerza y valentía y hace todo lo posible por calmarnos. Encendemos el altavoz y le explicamos vagamente la situación en la que estamos. Nos tranquiliza escuchar sus palabras y saber que se pone a nuestra disposición. Le contamos que no sabemos si continuar el viaje, volver a casa o seguir buscando. Sin dudarlo elige esta última alternativa y comienza a cambiar la historia. ¡Necesitamos más! Los llamados funcionan como una válvula de escape, descomprimen la angustia y permiten compartirla. Nos tranquiliza saber que hay alguien del otro lado, que no estamos solos, que podemos pedir ayuda. Apartan el miedo y nos devuelven la confianza. Llamamos a Lupe. Ella conoce el campo, los animales, la naturaleza. Sabe mantenerse serena, tiene la capacidad de pensar claramente y aportar soluciones. Está en altavoz. Atiende y le contamos sin rodeos que perdimos a Otto.
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Otto al volante de nuestra motorhome.
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-¿En dónde están?- pregunta con calma. -En Suipacha- contestamos. -¡Voy para allá! -Pero estamos muy lejos- le decimos. ¡Tenemos que aprender a dejar que nos ayuden! ¡A decir que sí en lugar de decir que no! La distancia es insignificante para Lupe acostumbrada a manejar miles de kilómetros por las rutas argentinas. Malgastamos las primeras horas desde que perdimos a Otto por no pedir ayuda de inmediato, por no hablar con la gente, por no avisar lo que nos había pasado y ese es el momento más crítico de una búsqueda, en donde se concentran las mayores posibilidades de encontrarlo. A medida que pasa el tiempo, se desvanecen las pistas, cambian las personas, se hacen más confusas las imágenes, se pierden muchos datos y disminuyen drásticamente las chances de dar con él. Pero Lupe no se rinde. Con unas pocas preguntas se hace una idea clara de la situación y nos indica con gran seguridad que no debemos movernos del lugar, que sigamos buscando, que debemos ir a cada boliche que frecuenta la gente sobre la ruta a informar lo sucedido, preguntar si lo vieron y dejar nuestros datos. Si Otto está sin identificación es preciso que todo el mundo se entere. Sino quien lo encuentre, no tendrá forma de devolverlo.
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Se hace silencio. Es la primera vez en el día que aparece una idea clara y concreta. Nos parece inalcanzable visitar tantos lugares pero hay que intentarlo. -¡Tienen que quedarse ahí, hacer que Otto sienta su energía, su olor. Si está vivo los va a seguir buscando. No paren!- se escucha por el altavoz del teléfono y continúa –Mientras tanto, yo lo voy a publicar en las redes sociales. ¿En dónde encuentro una foto de Otto? Una inyección de adrenalina se dispara en todo el cuerpo. Es una nueva forma de buscarlo y no sólo andar por los caminos sin rumbo. Si está caminando alguien puede haberlo visto. Nos ponemos en marcha hacia el primer lugar sobre la ruta. Unos kilómetros más adelante vemos un gran cartel que anuncia “FERMIER QUESOS”. Nos detenemos. Manoteo el libro “Papá pesqué”, el primer título escrito por nosotros que tiene la foto de Otto en la contratapa. Entro en la cabaña y me recibe una mujer muy amablemente y con mucha calma. Me invita a probar unos quesos pero yo voy al grano. Le explico que estamos buscando un perro Golden Retriever y le muestro la foto. Está de espaldas y con medio cuerpo sumergido en el agua del río Limay, pero es lo único que tenemos para identificarlo. También le aseguro que más adelante le vamos a comprar unos quesos por-
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Mirando tele junto con Tomรกs, un cachorro de 3 meses.
El primer pedido de ayuda, las hojas con nuestros datos.
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que en ese momento no tengo mucha hambre. Saca una birome para anotar mi nombre y algún teléfono de contacto. Me dice que se llama Marta, me da sus datos para estar comunicados y me indica que lo va a informar a los campos aledaños. También pregunta si pedimos que nos muestren las cámaras del peaje. Quizás es posible saber a través de ellas si Otto se bajó allí o si todavía estaba en la camioneta. ¡Buena idea! Además propone publicarlo en Facebook pero necesita una foto para mostrarlo. Le dejo el libro y le escribo una dedicatoria agradeciéndole su ayuda. ¡Seguramente ese libro hoy estará muy bien guardado! Vuelvo a la camioneta y advertimos que necesitamos dejar nuestros datos. Valeria toma el cuaderno que usa para sus Lanas de viaje y comienza a escribir nuestros nombres, números de teléfono y los datos de Otto. En la parte superior le agrega un “Necesitamos ayuda por favor” y debajo cierra con un “Gracias”. Es tan importante ser claros en informar lo que buscamos como agradecer por la ayuda que nos puedan dar, y que la gente sepa lo desesperados que estamos. Tenemos que asegurarnos que todos guarden nuestros papelitos y estén atentos a cualquier indicio que pudiera indicar dónde encontrarlo. Con los pocos recursos que tenemos, Valeria
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se las ingenia para fabricar una decena de papeles con nuestros datos. Su letra no es tan clara, alterada por los nervios, el apuro y el movimiento de la camioneta. Pero servirán. Son pocos los boliches a la vera de la ruta. Detrás de una curva aparece una parrilla. Todavía quedan unos muchachos de campo haciendo sobremesa. El parrillero se levanta y se arrima al mostrador de despacho. Saludo a los comensales que están a la sombra de un árbol y me arrimo al asador. Queda poco para comer pero mi interés pasa por otro lado. Lamento decepcionar al parrillero, lo saludo y le cuento mi problema e intrigado, comienza a escucharme. Los muchachos se interesan por la historia y desean ponerse al tanto. Nadie lo ha visto por aquí. ¿Habrá pasado? Hago correr la noticia y dejo nuestros datos. Quedan informados y me dicen que estarán atentos. Seguimos adelante. La siguiente posta es la YPF próxima a Mercedes. Esta vez baja Valeria a hablar con el playero. Yo me siento muy cansado. Me bajo a estirar las piernas junto a la camioneta que está algo alejada de la playa de carga. Desde allí vemos que conversa, le explica, nos señala y gesticula la forma en que creemos que se ha caído. El muchacho despacha el auto con el que estaba trabajando, toma el papel con nuestros datos, lo lee y avisa que
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Fermier, el primer “boliche� al costado de la ruta.
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lo entregará al jefe de estación para comunicarlo. En cada lugar donde paramos tratamos de imaginar si ese puede ser un sitio por donde hubiera pasado Otto. No tenemos referencias, buscamos huellas, datos, algún indicio que pudiera develar parte del misterio. Por momentos sentimos que sólo se ha esfumado. No está en la ruta, no nos hemos detenido más que en el peaje, no pasó por ningún lado, nadie lo ha visto. El portón de la camioneta no tiene marcas. No hay rayones ni rasguños de sus uñas forcejeando para evitar una caída. La puerta sigue cerrada y el collar muy bien atado. Simplemente no está, ha desaparecido. Es desesperante no saber nada. Superamos la entrada a Mercedes y la ruta se convierte en autopista. A partir de allí ya no hay más gente a la vera del camino para preguntarle hasta llegar al peaje. Acelero para alcanzarlo lo más rápido posible. Antes de cruzar las casillas de cobro estacionamos y me bajo en busca de algún supervisor. Un señor se acerca a pie en dirección a la oficina. Me presento y le explico el problema preguntando nuevamente si alguna de las personas que trabaja aquí comentó algo. La respuesta es negativa. Por otro lado, ya cambiaron los turnos al menos un par de veces. Le consulto por las cámaras tratando de convencerlo de lo importante que sería para noso-
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tros ver en el video si Otto estaba en la camioneta. Achicaría a la mitad el espacio en el que nos movemos y daría una primera pista cierta de su paradero. Pero la respuesta es contundente. Se necesita elevar una carta por escrito a la policía para que lo autorice. Además, por un tema burocrático, debería hacerse un día hábil. ¿Será que la gente no se encuentra en problemas los fines de semana? ¡Imposible esperar hasta el lunes, Otto ya estaría en cualquier parte! De todas formas le dejo nuestros datos y seguimos avanzando. La inversión en tickets de peaje es fabulosa. Tomás los ordena por tamaño, hora, día y lugar. Es una pequeña tarea que lo distrae. Llegamos a Luján y la población comienza a concentrase. En esta zona los puestos están más seguidos y agrupados. Elegimos al azar uno que vende fiambres con varias personas comprando. Parece convocar una buena concurrencia y eso es importante para alcanzar a más personas. Un camionero y su pareja prueban los productos. Seleccionan la picada con tranquilidad, ajenos a mi apuro. Armado de paciencia pienso que esta demora en cada puesto nos va a impedir cubrirlos a todos, pero a la vez me parece importante ir a los sitios más frecuentados. Finalmente llega mi turno y repito mi discurso.
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Las flores del camino se cierran para pasar la noche.
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La respuesta vuelve a ser la misma pero esta vez me advierte que “a ese perro lo podrían haber robado”. Es la primera vez que me dicen algo así durante el día y me invade la necesidad de alejarme de allí de inmediato. No hay una buena energía. Nos acercamos a otro puesto, un carrito que está frente a un par de restaurantes. Es un sitio tentador para un perro. Aquí está la posibilidad de obtener comida y agua fresca mientras sigue buscando. Me atiende una chica muy bonita a la cual le explico el problema. Se lamenta de no haberlo visto, le encantan los animales y me cuenta que hace algún tiempo, lograron devolver un perro perdido en el peaje gracias a la comunicación de boca en boca. Me alienta a seguir buscando y renueva la energía erosionada en el puesto anterior. Los teléfonos recuperan la señal y entran varios mensajes. Virginia no puede creer lo que está pasando. Logra comunicarse y Valeria vuelve a contarlo. Escucho con atención todo lo que dice intentando descubrir algún indicio que aclare este misterio. Ivan, otro amigo que sabe sobre el viaje nos contacta por Whatsapp. Quiere saber cómo vamos en la ruta. La respuesta lo sorprende y demora unos minutos en procesarla. Su cabeza no para de pensar en cómo
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podría ayudarnos. Sin consultarnos, busca en nuestro blog una foto de Otto y la publica en su Facebook etiquetándonos. Esto hace que la noticia comience a expandirse por las redes sociales. Poco a poco, amigos y desconocidos se van poniendo al tanto. Llegamos a casa de noche. Estamos rendidos y agotados. Nos reciben nuestros padres y se acercan los amigos. Es completamente necesario contar con ellos y valoramos lo que hemos construido en todos estos años. Los ánimos están por el suelo. Los abrazos y los besos ayudan a pasar el mal momento. Preparamos algo para la cena con pocas ganas de probar bocado. Otto no está. Será la primera noche que no duerma con nosotros. Mientras tanto, tratamos de armar una estrategia. En medio del desorden procuramos pensar en qué debemos publicar en Facebook. Soy publicista y necesito más que nunca mi creatividad para poder redactar algo. Selecciono 3 fotos diferentes de Otto y una de la camioneta. Me parece importante que la gente vea a Otto, pero también que sepa de nosotros, que puedan identificarnos. Escribo la mayor cantidad de datos posibles tratando a la vez de ser breve, para que toda la información quede a la vista. Los días siguientes esa publicación será compartida más de 6300 veces.
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La primera publicaci贸n en Facebook. Una onda expansiva entre los contactos.
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Segundo día de búsqueda Ayer alguien nos dijo que sigamos buscando, que el momento para pensar sería al día siguiente una vez que estemos descansados. Dormimos poco y en forma esporádica. Valeria se despierta a las 5 de la mañana. No puede conciliar el sueño y baja a revisar los mensajes y teléfonos. Han pasado sólo algunas horas desde que comenzamos a expandir la noticia y ya tenemos una gran cantidad de mensajes de aliento. Durante la noche se ha compartido más de 100 veces, multiplicándose con un alcance exponencial a todos los amigos de quienes han colaborado. Nos damos cuenta de la importancia que esto supone y comenzamos a informar a todos nuestros contactos. Busco en mis grupos de Whatsapp a los amigos del colegio. Somos más de quince que seguimos relacionados desde hace 27 años. ¡Sorprendente! Habla a las claras de la amistad incondicional que nos tenemos y que todos esos mensajes de amor y
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cariño que nos mandamos a diario no son en vano. En cuanto reciben el mensaje comienzan a pedir detalles y difundirlo. La confianza que nos tenemos como hermanos también les permite hacer algunas bromas y ponerle una sonrisa a este momento. El humor es tan importante para todos que logra levantarnos el ánimo Mis amigos me distraen, me llevan a otro plano, me sacan del ostracismo en el que estamos metidos. La seriedad se desvanece y da paso a la sonrisa. Lo comparto con Valeria y nos distendemos estirando nuestros cuerpos, respirando profundamente bocanadas de aire fresco y sintiendo cosquillas en el estómago. El viaje a la Patagonia quedó completamente olvidado. La incertidumbre de ayer, que en un momento hizo que evaluáramos la posibilidad de seguir avanzando, se diluye en un llamado. Nuestros amigos de la Hostería Chimehuín en Junín de los Andes, histórico refugio de pescadores de los años 50 en donde teníamos reservada la primera noche, nos guardan el lugar para otro día. Es domingo muy temprano. Recién está amaneciendo y comienzan los llamados. Ni siquiera tuvimos tiempo de preparar el mate. Mirta tuvo una gran idea por la noche y quiere avisarnos. Es de Pergamino y
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Nuestro “Duende de viaje” nos ayudó a buscarlo. Siempre viene con nosotros.
El campo que tanto nos gusta fue el lugar de la bĂşsqueda.
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en el interior conocen muy bien el valor que tienen las radios. Son fundamentales para estar comunicados, difundir las noticias y mandar mensajes. A esta hora en el campo ya están tomando mate acompañados por la radio que los pone al tanto de las últimas novedades. Me subo a Internet y busco un listado de emisoras de Luján, Mercedes y Suipacha. Con cada pueblo que nos internamos más y más en el campo, la cantidad decrece pero su alcance será más amplio. Un eslabón fundamental en las próximas jornadas. Primero busco sus emails, pero la comunicación inmediata es por mensaje. Entonces escribo un texto, elijo la mejor foto de Otto, abro el Facebook y lo envío a todos lados. Ayer aprendimos a no discriminar, a tomar todas las opciones sin juzgarlas, a dejar que las cosas pasen, a no tener vergüenza de pedir ayuda. ¿Quién podría protestar por recibir un mensaje? La inacción de ayer por la tarde se ve opacada por los hechos. Habíamos llegado a un punto en donde se nos habían acabado los recursos. ¿Qué más podemos hacer además de andar por los caminos? ¡Mucho! Siempre hay algo más, es infinito. Cada paso que damos nos conduce hacia algún lado. Sabíamos que no debíamos bajar los brazos pero escaseaban las ideas. Siempre hay más. Siempre aparece algo
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que no pensamos, que no tuvimos en cuenta, una manera distinta de hacer las cosas. ¡Eso es! Hay que pasar del otro lado, hacerle caso al instinto, dejar que afloren los sentidos. Es difícil entender que la voluntad puede mover tanta energía pero es así. No debemos cuestionarlo, sólo seguir avanzando. Valeria se concentra en las redes sociales. Hace una búsqueda de todos los lugares relacionados con mascotas extraviadas y envía el mismo mensaje. La repetición hace que se identifiquen, que se relacionen entre si cada uno de los contactos. A diferencia de ayer, ahora somos coherentes, estamos ordenados. Cuánta razón tenían cuando nos dijeron que pensemos luego de un buen descanso. Comenzamos a entender y hacerle caso a las sugerencias de Tomás. Entendemos sus mensajes expresados con la pureza de sus 13 años. Descubrimos las metáforas y dejamos de escuchar linealmente. ¡Es apasionante! Su pedido de rastrear por todas las veterinarias apuntaba hacia otro lado. Por supuesto que es utópico visitarlas una a una, pero en un par de horas, mientras seguimos circulando, podemos hacer muchos llamados. Ellos son los que reciben animales heridos o extraviados y es fundamental que estén avisados. Rumbeamos otra vez para la ruta. La camioneta
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La tristeza de Otto lleno de barro. El nunca dej贸 de buscarnos.
Vagando por el campo en busca de su familia.
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sigue cargada con todas las cosas del viaje. No hemos cambiado nada. Es importante no modificar las cosas. Instintivamente me visto con las mismas pilchas que usé ayer, el pantalón de campo, la camisa de viaje y la infaltable boina que me acompaña a todos lados. Hace frío pero me la banco. Valeria prueba otra alternativa. Prefiere usar algo que la conecte con cada uno de sus amigos. Elige con cuidado cada prenda para no repetir. Tomás sigue mis pasos y pone a mano sus zapatos de trekking que serán muy necesarios para moverse por el campo. Lo primero que hacemos es asegurarnos que aquel perro atropellado en la Autopista del Oeste quede descartado. Llegamos al peaje y pedimos que se acerque una camioneta de asistencia. “¡No se puede!”, contestan, pero no nos conformamos. Enciendo las balizas y le pido que consulte con algún supervisor, que es muy importante. De mala gana hace un llamado manteniendo su convicción sobre el problema que se le presenta. Pongo la camioneta a un lado y me bajo. No pienso claudicar. Una chica parece hacer otro llamado. Sigo atento al resultado junto a la cabina del peaje. Con gran satisfacción escucho que me dicen que me arrime al lugar y que estacione. Alguien irá para evaluar si se puede hacer algo. Nos movemos de prisa y estacionamos sobre el
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pasto. Nos bajamos y volvemos a mirar con el sol del mediodía. Hemos traído larga vistas pero no sirven de mucho. Entonces armamos la cámara de fotos sobre el trípode. Zoomeamos todo lo posible y hacemos varias fotos. Tomás enciende la computadora y nos conectamos. Abrimos cada archivo, lo ampliamos al máximo y enseguida queda claro que no es nuestro perro. ¡Qué alegría por nosotros, pero sufrimos por el perro! En eso llega la camioneta de la autopista. Los muchachos se bajan y charlamos. -Ese perro está allí desde hace más de una semana. No es el tuyo- dicen con toda seguridad. Seguimos viaje hacia Luján. Tomás y yo miramos a ambos lados mientras Valeria trabaja con las redes sociales y los mensajes que llegan en forma permanente. Los celulares están que arden y las baterías se agotan a un ritmo alarmante. Sólo tenemos un cable que no llega a cubrir la demanda. En algunos tramos se pierde la señal y debemos recurrir al teléfono de Tomás, el viejo Nokia con tapita que funciona sobre la red 2G. A pesar de no estar conectado a las redes sociales, permite hacer llamados. Revisamos todo Luján y llegamos al peaje de Olivera. Es un punto importante del viaje, el único lugar en donde nos detuvimos y volvemos a preguntar. Confirman que no es posible ver las cámaras sin una
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autorización de la policía. Debemos esperar hasta mañana. Sigamos adelante. A la distancia se acerca la YPF. Nos detenemos en la banquina para mirar. Vemos salir una moto de la cual se cae una billetera. Está abierta sobre la ruta pero no puedo alcanzarla porque circulan muchos autos. Un semirremolque pasa a toda velocidad pero nada se pierde. Ahora vienen de mi lado. ¿Puede ser que haya tanto tránsito un domingo? Al final la ruta se despeja y corro a levantarla. ¡Es nuestro día de suerte! Si podemos hallar a la persona, sumaremos a alguien más a la búsqueda de Otto. Se la entrego a Valeria para que la revise mientras seguimos adelante. En su interior hay muchos documentos y más de mil pesos en efectivo que nosotros no necesitamos. Sólo debemos hallar a Nestor, tal es el nombre de su propietario. Encontramos la tarjeta de un taller de motocicletas y llamamos. Nos atiende una persona que dice conocerlo y se ofrece para buscarla. Le decimos que estamos en la ruta y que preferimos entregársela en persona. Siendo así, nos manda a su lugar de trabajo, la clínica de Mercedes, frente al ACA. Para ser ordenados, seguimos hasta Suipacha pero no hay rastros de Otto. Volvemos en velocidad para Mercedes y nos arrimamos a la clínica. Es do-
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mingo y poca gente anda por la calle. Estacionamos junto a un guardia que juguetea con una manguera contra un gran tanque de oxígeno líquido. La temperatura en su interior a -170 grados bajo cero, condensa el vapor de agua del aire sobre los caños y se forma hielo seco. Dos veces por día debe limpiar los tubos para mantener un flujo de aire constante dentro de la clínica. Le comentamos acerca de la billetera y enseguida reconoce a su jefe. Lo llama por teléfono y le pide que se acerque. Unos minutos más tarde aparece Nestor, el jefe de seguridad de la clínica. Volvía de pescar con su hijo y un bolsillo abierto le jugó una mala pasada. Su aspecto dominguero lo aleja de su profesión, pero sus músculos y su contextura física lo avalan. Le entregamos la billetera con todas sus pertenencias. Agradece el gesto emocionado y con un fuerte abrazo a cada uno de nosotros nos dice: -Muy poca gente hace esto. Ojalá hubiera muchos más como ustedes. -Hacemos lo que corresponde- le decimos. ¡Pero si hay cientos de personas haciendo lo mismo! Nosotros tenemos cada vez más gente detrás nuestro buscando a Otto. ¿Acaso este gesto es diferente al de nosotros? Pregunta qué puede hacer y le pedimos simplemente si nos ayuda con la búsqueda.
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Flores secas de cardo a la vera de un camino interno.
¿Por dónde se habrá ido Otto?
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Es posible que le estemos encomendando una tarea infinitamente más compleja que la nuestra de encontrar una billetera, pero en este momento no necesitamos otra cosa. Solamente toda la ayuda posible y tenemos bien claro que lo que estamos pidiendo es tan grande como lo que cada uno pueda abarcar. Lo sucedido con Nestor contrasta enormemente con varias sugerencias de ofrecer una recompensa. La búsqueda de Otto no depende de eso. La reacción habitual frente a estas cosas es ofrecer dinero, como si se pudiera comprar la aparición de un perro. Nos negamos a manejar la energía de esta manera. No nos interesa tener a nadie corriendo detrás de un premio. No es el momento de pensar en retribuciones, eso surgirá espontáneamente cuando lo encontremos. Suena el teléfono. Es un número desconocido. Valeria atiende y se entrecorta la llamada. Detengo la camioneta y escuchamos. Un señor mayor avisa que encontró un perro similar en Temperley. Dice que es parecido y cuando le dice “Otto”, el perro lo mira. Es un llamado extraño, la única posibilidad es que alguien lo haya levantado. Pedimos a mis padres si pueden acercarse a ver el caso. También llamamos a Martín, un amigo que vive por la zona para que le saque una fotografía y la mande. Hay que esperar.
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En la salida de Mercedes un auto nos rebasa y hace señas para que nos detengamos. Se bajan Sebastián y su padre y nos dicen que saben sobre Otto. Un escalofrío nos recorre todo el cuerpo. Enseguida se corrigen. Están al tanto por el Facebook y quieren saber si hay noticias y cómo pueden ayudar. Además nos ofrecen una quinta que está vacía para pernoctar. Todos sus amigos están avisados y también lo compartieron con todos sus contactos. En cuanto Sebastián nos cuenta que en dos días sale con su motorhome hacia Brasil para proyectar cine ambulante, recordamos que estuvimos intercambiando mensajes con ellos. Seguirán atentos y avisando a más gente. La noticia se sigue expandiendo de boca en boca. Llega el llamado desde Temperley. Martín y mis padres han llegado al mismo tiempo. No es Otto. Vuelvo a preguntar para asegurarme y me contestan que es un dálmata de color marrón oscuro. Mala suerte. De todas formas era poco probable que lo hubiéramos hallado en esos pagos. Seguimos otra vez hacia Suipacha, a 40 kilómetros por hora sobre el barro del costado, deteniéndonos en cada sitio en donde pudiera haberse caído. Revisamos todos los lugares, cada monte de árboles, cada arroyo, las cunetas repletas de agua, las salidas hacia la colectora.
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Todo. No dejamos lugar sin revisar. En la estación de servicio de Suipacha nos vuelven a preguntar. No tenemos noticias para darles. Comienza a caer la noche y ese dulce aroma del rocío se levanta en el ambiente. Tantas veces disfrutamos de este olor que ahora nos anuncia la partida, que nos cuesta relacionarlo con el momento que estamos viviendo. El campo está sereno y la luna en cuarto creciente asoma entre los árboles como queriendo saber qué pasa. ¿Has visto a Otto? preguntamos. No responde. El silencio se hace más presente y se escuchan los mugidos de las vacas. Las últimas bandadas de patos surcan el cielo en busca de un lugar donde dormir. La luz del sol se va apagando y empieza a pintar el horizonte. En el campo como en las montañas de nuestra querida Patagonia, se toma el tiempo para ocultarse sonrojándose cada vez que ve a la luna. Parados junto a la ruta las formas desaparecen en las sombras de la noche. La vista se acostumbra hasta un punto en el cual todo es igual. El campo se mimetiza y se duerme. Nosotros tenemos que partir. No hay posibilidades de dar con Otto en la oscuridad de la noche. Una noche más en la que dormiremos tan solos como una estrella en el espacio infinito.
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La primera pista Llegamos a casa muy tarde ese domingo por la noche. La ciudad está desierta. Los feriados de la próxima navidad la vaciaron de gente hacia lugares más apropiados para estacionar un trineo cargado de regalos. A pesar de mi capacidad de manejar miles de kilómetros en un día, viajamos varias veces de Buenos Aires a Bariloche sin detenernos, esta vez casi no llego. El cansancio y la tensión de todo el día pusieron a prueba mi capacidad conductiva hasta el límite y logré estacionar la camioneta en nuestra casa con el último aliento. Estamos extenuados de otro día recorriendo la ruta, enviando mensajes, hablando con gente, subiendo y bajando de la camioneta en medio del campo, preguntando, sintiendo angustia y buscando sin resultados. Ni siquiera tenemos algo que pueda darnos una pista de lo que sucedió. Menos aún de dónde podría estar Otto en este momento.
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El campo es un lugar que nos gusta mucho. Ansiamos salir a la ruta para recorrer muchos kilómetros de sembradíos, ver los animales, sentir el viento que impregna el aire del aroma a eucaliptus, detenernos en aquellas estaciones de servicio de la ruta que frecuenta la gente de campo, los camiones y la maquinaria agrícola. Son postas en donde uno puede conversar con otros viajeros y sentir el ritmo más pausado de la gente del interior. Son lugares de viaje en sí mismos, tienen un encanto especial y cuanto más alejadas estén de un sitio habitado mejor será la sensación a nuestro arribo. Son los oasis del camino. Todo es rico, un sándwich de crudo y queso, una ensalada de frutas o el café con leche para despertarse. Y eso nos recuerda que no llegamos a tomarlo ayer cuando viajábamos. Casi no hemos probado bocado en estos últimos dos días, salvo las pocas galletas que llevábamos para el viaje. Pero no nos rendimos ni nos dejamos vencer por el sueño. Abrimos otra vez los Facebooks y volvemos a publicar. Siguen llegando mensajes de aliento y gente que se suma a la búsqueda, no importa la hora, el lugar o el momento. Nos hacen preguntas para saber mejor cómo buscar. Nos piden fotos y datos precisos. La noticia ha llegado a Alemania y España en donde viven varios primos de Valeria y
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Sentado al borde de la pileta.
A los Golden Retriever les encanta el agua.
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grandes amigos míos. Allá también están buscando a su manera, con 5 horas de diferencia, rastreando por las redes sociales y contactando a todos sus amigos de Argentina. Desde Estados Unidos, Eduardo se pone al tanto de las últimas novedades mientras recorre las rutas del hemisferio norte sobre su semirremolque. No nos conocemos personalmente pero es un fiel seguidor de las aventuras de nuestros libros de viaje. Siempre está en contacto, de buen humor, contándonos cosas y siguiendo nuestras andanzas. Nos alienta sin cesar y es otro que ha movido a todos sus contactos. Si a Otto se le ocurre ir para allá seguro será el primero en encontrarlo. En nuestro Facebook de Lanas de viaje, las chicas han dejado a un lado todos los pedidos de tejidos para buscar a Otto. La mayoría son fotógrafas de bebés con una sensibilidad especial hacia los animales y nos transmiten una gran tranquilidad. Se contactan desde México, Perú, Chile, Colombia y por supuesto Argentina. Mucha gente está moviendo energía y eso es muy bueno. De pronto entra una llamada en mi celular. Son más de las 11 de la noche cuando veo la característica 02324 de Suipacha y se me aceleran las pulsaciones. Atiendo y del otro lado habla Pedro, un paisano de un campo de la zona.
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-¿Hola, ustedes andan buscando un Golden? -Sí, tenés alguna noticia para darnos. -Sí, lo vi en el arroyo de la estancia “Araspusi”. Es el mismo que está en la foto. Andaba por ahí tomando agua, no debe estar muy lejos. -¿Estaba caminando, lo viste en buen estado, andaba con otros animales? -No estaba solo. Lo vi al mediodía, cuando volvía de cazar en el campo. -Perfecto. Decime por favor otra vez el nombre de la estancia. -“Araspusi”, como suena. Mientras Pedro me habla, tipeo en Google el nombre de la estancia pero no sale nada. Debo estar escribiéndolo mal o quizás tiene otro nombre. -Gracias. ¿Cómo es tu nombre? -Pedro mi amigo, de acá del campo atrás de los Vasaro. -Gracias por el dato. Si sabés algo por favor llamanos. -Si claro, todos acá lo estamos buscando. Vuelvo a mirar el cuaderno en donde escribí el nombre y trato de descifrarlo. “Araspusi, Araspusi”. ¡Ya sé, debe ser un haras; “Haras Pusi”! Tipeo el nuevo nombre de todas las formas posibles pero el buscador no arroja ningún resultado. Al contrario,
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Los cachorros se cansan muy rรกpido y suelen dormir muchas horas.
¡Qué divertido! ¿Se podía jugar con esto?
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al escribir la palabra “haras”, aparecen cientos de campos de crianza de caballos pero ninguno con ese nombre. -Llamemos a Marta- dice Valeria. En un segundo la tenemos al teléfono y le contamos. -¡Qué alegría, que buena noticia! Es la estancia Los Moros, la que está sobre la ruta con esas puertas de hierro gigantes- nos informa. -Sí, ya sé a cual te referís y conozco también el arroyo. ¿Crees que pueda haber alguien ahí si vamos ahora? -No, ahora no te va a atender nadie. Son muy estrictos. Vení mañana bien temprano. Yo voy a tratar de ubicar a alguien para averiguar si saben algo. Te aviso si tengo novedades. -Gracias, nos hablamos. Cuando comenzamos a escribir nuestro libro “La Trochita”, la historia de un tren a vapor que recorre la Patagonia desde Ingeniero Jacobacci hasta Esquel, Antonio Adaime o “Tono” como le gusta que lo llamen, fue nuestro anfitrión en uno de los pueblos. El primer lugar que visitamos fue su hotel y al enterarse de nuestro proyecto se puso a disposición. Mientras su mujer preparaba el almuerzo, nos llevó por todas partes, nos presentó a maquinistas, mecánicos, guardas, ayudantes y gestionó que abrieran los talleres para que podamos hacer todas las fotos
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necesarias. Cuando nos despedimos algunos días más tarde nos dijo: “No olviden que en cada pueblo que visiten, habrá un “Tono” que será su anfitrión y los estará esperando”. Marta Vasaro fue la primera persona en recibirnos en su cabaña Fermier en donde vende quesos, en un estado de angustia y desesperación. Con este llamado, comenzaba a ser nuestra anfitriona en Suipacha y a armar la red de contención que podría hallar a Otto. Casi al mismo tiempo llegan otros dos mensajes. Alguien nos pasa un celular de una persona de Luján que encontró a un Golden Retriever y está dentro de la zona en la que estamos buscando. Llamamos pero no atiende nadie. Cuando dispara el contestador, dejamos grabados nuestros datos y el motivo del llamado. El otro mensaje es de Merlo. Nos fijamos en un mapa la ubicación exacta y comprobamos que se abre en abanico desde el primer peaje de la Autopista del Oeste. Si se bajó allí, es posible que se encuente deambulando por esas calles. Llamamos y atiende una señora. Nos dice que su hijo encontró un perro parecido y que se lo dio a un amigo. No tiene el teléfono de este chico pero se ofrece a buscarlo al día siguiente al mediodía. Quedamos en contacto y cerca de la una de la mañana intentamos dormir algo.
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A las 5 de la mañana comienza a aclarar y nos despertamos. La ansiedad por dirigirnos hasta el arroyo de la estancia nos devora. Juntamos todo lo necesario para seguir conectados en la ruta y salimos sin perder ni un instante. Es lunes y la gente se va despertando para ir a sus trabajos. Es el tercer día de búsqueda pero el primero en donde podremos contactar a muchas personas que estarán trabajando. Habrá negocios abiertos, más gente circulando y actividad por todos lados, sobretodo en el campo. Tendremos más oportunidades de que alguien vea a Otto, pero también será más peligroso si anda cerca de la ruta. Estaremos muy atentos y trataremos de recorrer todo lo que podamos. Transitamos por la Autopista del Oeste a una velocidad de 120 kilómetros por hora. La ruta con dos carriles por mano nos permite viajar relajados e intentar diagramar el día de búsqueda. Delante de nosotros un semirremolque se abre para pasar a otro auto. Imprevistamente hace una maniobra muy brusca hacia la derecha tratando de sacarlo de la ruta. La vista al frente queda despejada para ver un panorama aterrador. Un camión con remolque cargado de maderas que circula por la mano contraria, choca violentamente contra el guardrail y sale despedido hacia arriba. Su figura se agiganta a medida que nos
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acercamos. El tremendo impacto se produce a menos de 50 metros de nosotros. Valeria se agarra de la manija del techo y observa lo que hago. Yo tomo el volante e instintivamente muevo la camioneta hacia el carril de al lado. Tomás se despierta sobresaltado por la maniobra. El brutal golpe vuelca a la mole sobre el guardrail en una trayectoria de colisión hacia nosotros. Se produce un intervalo de silencio antes de la catástrofe. La magnitud de la escena es perturbadora. No hay forma de evitarlo y saberlo no cambiará las cosas. Todo lo que había por hacer está hecho. No hay más asfalto hacia el costado. Tampoco hay tiempo. Ni siquiera un pensamiento. Sólo una pequeña inclinación de nuestros cuerpos para intentar moderar el cimbronazo. En el exterior y a escasos metros de nosotros una columna de alumbrado se interpone en la línea de vuelo del camión y lo detiene tan sólo un instante. La cabina estalla en mil pedazos, los vidrios, el espejo y gran cantidad de restos de chapa destrozada golpean con brutalidad contra la camioneta, como si se tratara de una montaña enfadada arrojando piedras sobre nosotros. Se escucha el sonido sordo de una ráfaga de ametralladora e instintivamente corremos la cara. Varios impactos rompen el parabrisas y rayan la chapa, pero ninguno de nosotros sufre daño.
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Quedamos detenidos en diagonal sobre la banquina. La primera reacción, además de los gritos, es bajarse a ayudar. Lo que vemos detrás es pavoroso. El camión destrozado y separado en varias partes, está volcado de este lado del camino, sobre el lugar por donde acabamos de pasar, inmerso en una explosión de materiales esparcidos por todas partes. Su acoplado está incrustado en un ómnibus de larga distancia. Varios autos, combis y camionetas aplastados y despedazados se ven en todas direcciones. Debe haber por lo menos una decena de vehículos incrustados. En medio del desconcierto y la desorganización grito que subamos a la camioneta. Le informo al camionero que viajaba delante de nosotros que vamos a pedir ayuda al peaje. No sabemos nada de primeros auxilios y meternos en medio del accidente sería complicar más las cosas. Es necesario que venga gente idónea cuanto antes. Estamos solos en la autopista. Fuimos los últimos en pasar antes del accidente. Acelero en busca de apoyo sin chequear el estado de la camioneta. Cualquier pedazo de escombro podría haberse incrustado en alguna parte o lo que es peor, en algún neumático. No hay tiempo para pensar en eso. Vemos el mojón del kilómetro 45
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Imรกgenes de la magnitud del accidente.
Una vista de los vehĂculos involucrados.
Cardos florecidos al costado del camino.
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y tomamos nota. Aparece un cartel con un número telefónico de ocho dígitos que no logramos memorizar por la velocidad a la que vamos. ¡Sería bueno estandarizar un mismo número de emergencias en todas las rutas argentinas! La primera salida sobre un puente nos proyecta hacia una cabina de peaje. La alcanzamos y comunicamos la trágica notica. La chica llama de inmediato a emergencias y nos devuelve a la realidad preguntando si debíamos salir en ese puente. Le decimos que no y nos abre gentilmente la barrera. Algo pasó que volvió a cambiar el curso de las cosas. Como hace tres días, cuando Otto se cayó de la camioneta para interrumpir el viaje, esta vez volvimos a nacer.
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De vuelta al camino Movilizados por los acontecimientos seguimos adelante. Ya nadie duerme y con el correr de los kilómetros nos vamos serenando. Me demanda un buen rato lograr que las piernas dejen de temblar y los comentarios sobre el accidente distienden y ayudan a comprender un poco más aquel momento. La camioneta está en buenas condiciones y no ha sufrido daño. Necesitamos concentrarnos nuevamente en la búsqueda de Otto y la entrada al campo después de haber atravesado Luján, nos pone otra vez en sintonía. Nuestro objetivo es el arroyo de la estancia Los Moros. Vamos rápido pero seguimos mirando a uno y otro lado del camino, por si aparece. Todo vale. Aprendimos a no descartar nada aunque parezca innecesario o creamos que no va a dar resultado. El detalle menos pensado es el que puede abrir el juego y aportar pistas o hacernos pensar en una dirección
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diferente que hasta ahora no hemos explorado. Todavía es muy temprano y hay poca gente en la ruta. Los campos recién están despertando y el sol está un poco perezoso para dejar el horizonte. Estira todo lo que puede la sombra de los árboles, que a su vez mantienen la humedad del rocío para que una gran eclosión de insectos vuele por el aire fresco de la mañana. El agua de los charcos atrae alguaciles, mosquitos, libélulas, polillas y saltamontes que depositan sus huevos para regocijo de los sapos que cantan sin cesar agradeciendo. Las garzas blancas se disputan el lugar con varios patos de plumaje negro perfecto, dando lugar a un contraste de colores extremos fabuloso. La mirada atenta sobre el campo nos permite disfrutar de este espectáculo maravilloso, que habitualmente vemos pasar a nuestro lado cuando viajamos, sin poder enfocarnos demasiado en ello. Un par de lechuzas desveladas nos observan pasar sobre unos postes de alambrado. Acostumbradas al tránsito de este horario, se deben preguntar por la presencia de nosotros observando atentamente su territorio celosamente custodiado. Poco antes de las siete de la mañana, llegamos al arroyo. Ignoramos su nombre pero tenemos muy presente sus rasgos por haber pasado tantas veces. Estacionamos en la entrada de la estancia y dividi-
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mos nuestras tareas acordando previamente las precauciones a tener en cuenta por la cercanía del camino. Si Otto apareciera, tenemos que evitar por todos los medios que cruce la cinta asfáltica. Del mismo modo, nuestro entusiasmo no debería hacernos perder la cabeza. Apenas nos bajamos de la camioneta, comenzamos una serie de llamados y silbidos a los que está acostumbrado Otto. Tomás, el más aventurero se lanza entre medio de los pastos altos hacia el arroyo. Valeria toma posición en la parte más alta de este sitio para mirar a la distancia por si pudiera estar vagando por los campos. El espacio es tan amplio que nuestros llamados parecen perderse en el aire. Yo me arrimo hasta una enorme puerta de hierro en donde encuentro un portero eléctrico. Presiono el botón un par de veces pero nadie atiende. El lugar se encuentra solitario. A pesar de las 18 horas que nos separan del momento en que Pedro vio supuestamente a Otto y sin tener la certeza absoluta de que el dato sea correcto, nos resulta muy agradable estar allí y sentir el movimiento de los árboles meciéndose con la suave brisa de la mañana. Estamos más cerca y debe andar por algún lado. Llega un auto y estaciona. Es un peón de la estancia que podría ayudarnos. Le contamos y se ofrece para buscar dentro campo. Esperaba encontrarse
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Antiguos carros dentro de un campo.
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con alguien en la puerta, pero la ausencia del encargado le impone dirigirse hacia otra entrada. Casi al mismo tiempo llega una F100 con otras dos personas. No han estado el fin de semana por la estancia. Repetimos el relato y llaman al encargado para que se arrime pidiéndole que esté atento a un perro extraviado. El muchacho llega con una motocicleta. No han visto nada pero comenta que suelen aparecer perros sueltos todo el tiempo. Dejamos nuestros datos y quedamos en contacto. Tomás vuelve empapado. Las gotas de rocío que retienen los pastos lo han salpicado hasta las rodillas. Poco importa ya que tenemos un bolso repleto de ropa para cambiarlo y su felicidad por volver enchastrado nos conmueve también a nosotros. Volvemos a estar solos y echamos una última mirada. Tratamos de averiguar el rumbo que podría haber tomado aquel perro que vagaba ayer por el arroyo. Se nos vienen a la mente los cuatro puntos cardinales pero una cosa es cierta, si es Otto está volviendo para el pago. Partimos rumbo a Suipacha. Le pido a Tomás que encienda la computadora para hacer un afiche. Necesitamos tener un papel con la foto de Otto y nuestros datos para poder entregar a la gente. Mientras avanzamos le doy indicaciones precisas que van
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dando forma al diseño. El se convierte en mis ojos y mis manos, es una extensión de mi creatividad. Aunque los tiempos apremian, cuidamos cada detalle de la pieza. Elegimos el tipo de letra que nos gusta, el tamaño adecuado y la misma foto que hemos publicado en todos lados. Revisamos varias veces el texto y entre todos corregimos y ajustamos. Generamos una versión en pdf que necesitamos mandar a Buenos Aires para que impriman en color, pero no tenemos conexión desde la máquina. Conectamos entonces un celular y la copiamos para pasarla por Whatsapp más adelante, en cuanto estemos en el pueblo. En Suipacha buscamos una fotocopiadora. Nos guían hasta Foto Goñi a dos cuadras de la plaza. Nos recibe Elida en medio de un tumulto de gente, que debe resolver en tan sólo un par de días, el trabajo de toda una semana. El pueblo muestra gran actividad por todas partes. Nos distiende el movimiento del campo, tal es así en los pueblos que tienen una relación directa con la tierra. Camionetas, bombachas de gaucho, boinas y peones circulan por sus calles. Algunos descansan a la sombra de los árboles en los bancos de la plaza principal mientras otros van de aquí para allá resolviendo sus tareas. Pedimos a Elida una computadora del locutorio.
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Una golondrina nos observa desde el techo de un galp贸n.
El afiche dise単ado para entregar a la gente.
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Foto Goñi hace de todo y seguramente podrá resolver también nuestras necesidades. El mismo archivo que sale por Whatsapp hacia Buenos Aires, es enviado desde el teléfono a un Hotmail que lo recibe al instante y lo abre en la pantalla. La tecnología de un simple aparato nos está dando una gran mano. Imprimimos un original y le pedimos a Quique, el marido de Elida, algunas fotocopias. La única opción es blanco y negro y Quique se toma el tiempo para ajustar el balance y lograr la mejor calidad en la foto. Nos despedimos con 50 fotocopias en la mano que serán entregadas a otras tantas personas. En la ruta entra un mensaje. Es Diko, así llamamos a Diego desde que estábamos en el colegio y le ha quedado este apodo como su nombre de pila. Nos dice que ha replicado el pedido de búsqueda en la intranet de Aeropuertos Argentina 2000. Ahora sí que está todo el mundo enterado. La noticia alcanza cada vez a más personas, nuestros teléfonos están en todos lados, las radios comienzan a difundirlo a cada rato. Lo que el sábado parecía imposible cuando sólo nosotros sabíamos lo que había pasado, hoy es un hecho. En un par de días hemos logrado construir entre todos, una red de contactos por Facebook, Twitter, radios, diarios, medios gráficos,
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afiches impresos que comienzan a estar pegados a la vista del pueblo, el boca a boca que es de gran importancia, la difusión en los campos, la búsqueda a pie, en camioneta o a caballo, los mensajes de Whatsapp, las llamadas de teléfono y la voluntad de la gente. Hemos logrado movilizar a varios pueblos, principalmente a Suipacha, pero también hay gente atenta y ayudando en Mercedes, Chivilcoy, Luján y todos los campos aledaños. Nosotros sólo somos tres locos subidos a una camioneta negra con un kayak naranja sobre nuestras cabezas, andando por la ruta 5 preguntando en todas partes, mientras miles de personas desconocidas también buscan a Otto. Jajaja, estamos en desventaja. Ustedes son tan importantes que sentimos vergüenza de nuestra efímera popularidad, la cual tiene sólo el valor de toda la gente que nos acompaña. Otra vez suena el Whatsapp. Esta vez es mi primo Alejandro que se pone a disposición. -¿Qué puedo hacer? -Compartirlo en el Facebook- le avisamos. -Ok, pasame el radio en donde se perdió así armo un mapa y los subo. -Entre Lujan y Suipacha. Ruta 5. -¿Sobre la ruta? ¿Dónde se perdió? ¿Cómo? ¡Son más de 60 kilómetros!
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El mapa que especifica la zona de bĂşsqueda y datos de contacto.
Durmiendo a la sombra de unas plantas.
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Me parece que será mejor llamarlo y explicarle. Con nuestras nuevas fotocopias visitamos a todos los campos desde Suipacha a Mercedes. Abrimos tranqueras, hacemos palmas, pedimos permiso y tomamos contacto con mucha gente que ya está avisada. ¡Este lugar es fantástico, nos están ganando de mano! Las copias sirven para que se hagan una idea más clara del perro que estamos buscando. De esta forma llegamos a Mercedes. Es lunes y podemos acercarnos hasta la policía para solicitar que nos muestren las cámaras del peaje. En la comisaría nos reciben dos muchachos que están tomando mate mientras reparan un auto. Son muy amables y mientras le contamos, nos dicen que esas cámaras son privadas. La empresa concesionaria es quién tiene las grabaciones, la policía sólo puede solicitarlas frente a un delito, el cual no es el caso. También nos ofrecen un espacio en la cartelera para pegar un afiche. Con estas novedades nos dirigimos enseguida hasta el peaje. Tenemos resuelto el 50% de este contratiempo y ahora nos enfocamos en conseguir el otro 50%. Necesitamos hallar a una persona en sintonía con nosotros. Alguien que tenga la voluntad de echar un vistazo a la cabina #7 a las 5:07 hs. del sábado 20 de diciembre. ¡Sólo eso! Quizás nuestra
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causa tan insignificante resulte un gran problema para una empresa tan grande. Pero Otto bien vale el intento. Estacionamos en el mismo lugar de siempre. ¿Será que lo adoptamos como cábala? ¿No deberíamos estacionar en otro lado? Obviamos las supersticiones pero por las dudas esta vez se baja Valeria a hablar con los muchachos. -Te lo voy a decir rápido porque me voy a poner a llorar. Necesito tu ayuda- le dice. Es la primera vez que el muchacho de turno se encuentra con nosotros, pero está al tanto del tema. También es la tercera vez que preguntamos por las cámaras del peaje y por lo general este intento es el que da buenos resultados. Por algo dicen que “la tercera es la vencida”. -¿Contame que necesitás?- pregunta el muchacho. -Necesito ver las cámaras del peaje para saber si nuestro perro Otto estaba con nosotros cuando pasamos. -No hay problema, necesito saber cuando pasaron. -Tengo el ticket del peaje en la camioneta. -Perfecto, vamos a buscarlo. Gracias al trabajo de Tomás para ordenarlos, el papelito está a mano. Se lo entregamos y se va a hacer un llamado a Buenos Aires en donde están las grabaciones. Mientras esperamos, desde la cabina a
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Valeria mimando a Otto.
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nuestro lado nos preguntan si encontramos a Otto, y reconocemos al chico que tantas veces nos abrió la barrera. Todos están preocupados. El muchacho de atención al cliente tarda menos de un minuto en salir y avisar que allí estaba, con media cabeza asomando por la puerta trasera de la cúpula. ¡Este dato nos llena de alegría! Es la primera vez que tenemos noticias reales y ciertas de Otto. Estaba con nosotros en este peaje, lo que achica una búsqueda de 100 kilómetros a poco menos de 30. También nos damos cuenta de que aquí ya se le había salido el collar, porque de otro modo, no podría haber asomado la cabeza. ¿Qué pudo haber pasado? ¿Cómo se le salió el collar si iba tan ajustado como siempre? Nos volvemos hacia la caja de la camioneta para corroborar que así sea. Todo sigue en su lugar y ajustado. Cuando lo encontremos, será una de las cosas a chequear. Debemos comunicar la noticia y le pasamos las claves del Facebook a mi hermana Mercedes para que escriba por nosotros. Además se ofrece a monitorear y contestar los mensajes, avisando si hubiera algún dato relevante. Se arma una base de operaciones en Buenos Aires para manejar las redes sociales. El dato del peaje achicó enormemente la zona de
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búsqueda. Estamos persiguiendo a un perro que se mueve en un radio de 30 kilómetros y según el dato que tenemos de Pedro, va camino a su querencia. Viajamos hacia Suipacha parando en todas, como esos micros “lecheros” que se detienen a lo largo del camino en todos los pueblos y estaciones a levantar gente. Tranqueras, boliches, arboledas, arroyos, todo es revisado minuciosamente y preguntando si lo vieron cuando encontramos a alguien. Cada vez que bajamos, silbamos y llamamos a Otto como él sabe. Vamos muy despacio por la banquina observando cualquier movimiento entre los pastos. Si estuviera herido, podría estar echado o acostado a la sombra de algún árbol. Buscamos en los montes pero también en los arbustos. En cada cuneta, cada alcantarilla, cada puente sobre un arroyo, nos detenemos y miramos dentro de los caños, en la sombra que proyecta su estructura y medimos la profundidad del agua. A los Golden Retriever les encanta mojarse y buscamos también huellas de su paso en las zonas de barro. Seguimos adelante. El tractor que corta el césped al costado de la ruta se acerca hacia nosotros. Es fácil alcanzarlo, su velocidad es moderada. Arrastra un surco ancho que suaviza las espigas florecidas estimuladas por las lluvias y el calor del verano. Su
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paso va dejando líneas de pasto seco sobre un jardín verde bien mullido que invita a desperezarse. ¡Cómo le gustaría a Otto revolcarse aquí! Le hacemos señas para que se detenga y le contamos. Enseguida nos dice que Otto nos está buscando. No lo ha visto por la zona pero nos asegura que, como anda todo el día por la ruta, si lo ve, lo levanta y nos llama. Más adelante, la hostería Aruma sobre la ruta 5, nos recibe con mucho amor. Mabel sale al encuentro de unas personas que conoce desde hace algunos días por la difusión de la noticia, pero todavía no hemos tenido el gusto de vernos personalmente. Nosotros no la conocemos todavía, pero ya nos sentimos como amigos. El jardín es un paraíso en donde podemos descansar por unos minutos nuestras almas agitadas. Mabel nos contiene tanto como lo han hecho todos durante estos días. Es un buen aprendizaje. No hace falta conocerse, solamente dejarse llevar y que las cosas pasen. Aquí entramos porque la hostería se interpuso en el camino y nos estaban esperando. Charlamos lo suficiente como para reponer energías y seguir adelante. Es mediodía y empezamos a sentir algo de hambre. Aunque no tenemos muchas ganas de almorzar y la ansiedad por seguir buscando nos devora,
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hoy estamos mรกs optimistas y podemos comer algo. Nos arrimamos a una parrilla y pedimos unos choris. Hace bien sentarse un rato a descansar el cuerpo fuera de la camioneta, pero nuestras mentes estรกn en otro lado.
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Cerca pero muy lejos El día está radiante y el sol esparce sus rayos en el aire calentando como nunca todo el campo. Las plantas le agradecen al cielo estirando sus espigas, sus flores y sus hojas hacia arriba. Muestran todo su esplendor y sacan a relucir su mejor semblante. Se respira un aire fresco y cargado de energía. Los árboles sueltan todo su oxígeno y los pájaros lo saben. Revolotean en bandadas cantando y cazando insectos que pululan atraídos por el encanto del aire perfumado. La comida está disponible en abundancia, como esta gran explosión de la naturaleza. El clima nos acompaña. El verano es moderado y las lluvias de este año que sueltan agua a intervalos regulares todas las semanas, abrieron una ventana de buen tiempo. Pensamos por un momento las dificultades que tendríamos si estuviera lloviendo y sobre todo lo que estaría pasando Otto para moverse por el campo anegado. A pesar de ser un
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perro al que le gusta el agua, no le sería nada fácil atravesar charcos llenos de lodo. Sus patas estarían embarradas reduciendo su capacidad para moverse y todo su cuerpo mojado y sucio. Si así fuera, deberíamos buscar a un perro de color marrón oscuro. Pero esperamos que esté en buenas condiciones a pesar de los tres días que lleva a campo. De no mediar contratiempo, su pelaje debería seguir siendo dorado. Lamentamos que no tenga su collar con la campanita que lo delata a la distancia, sería mucho más sencillo encontrarlo. ¿Dónde habrá dormido? ¿Se habrá detenido a descansar en algún lado? ¿Habrá comido? Por suerte hay mucha agua en los campos para saciar su sed y seguir caminando. Nos debe estar buscando tanto como nosotros a él. Si al menos lográramos arrimarnos, sería un buen regalo adelantado de navidad. Que sencillo que parece a veces. Estamos pidiendo algo inmaterial, quizás hasta muy fácil de obtener, solamente una pequeña acción del destino que nos permita tomar contacto con él. El resto lo podemos resolver nosotros. Para eso hay que mover la energía y quedarnos en el lugar. Esparcir nuestro olor y sintonizar nuestras mentes para que se conecten y piensen alineadas. Parece algo alocado pero no lo es. Los animales sienten y perciben mucho más agudo que
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nosotros. Tenemos que aprender a sentir las cosas con más sensibilidad, a seguir nuestros instintos, a notar en el aire las señales que se nos presentan. Si tuviéramos la capacidad de cerrar los ojos y concentrarnos de manera profunda, podríamos tomar contacto con Otto. Lo animales lo hacen todo el tiempo. Las hormigas mueven sus hormigueros a un sitio más elevado exactamente un día antes de la tormenta. Los pumas nos observan pero no se dejan ver. El caballo más arisco se arrima bien manso a un niño sin maldad. Son infinitas las expresiones de este tipo. Entramos a un campo que tiene un gran cartel de arándanos en la ruta. El camino de tierra nos conduce hasta una casa. En cuanto nos bajamos, vemos acercarse un auto a toda velocidad. El polvo se disipa y baja un muchacho. Le contamos pero tampoco ha visto nada y enseguida se ofrece a darnos una mano si lo encuentra. Le dejamos un afiche y nos vamos muy agradecidos. A pocos metros de allí nos detenemos en un gran salón de eventos. En su interior un viejo Ford de los años 20 nos espera estacionado. Es lo único que hay en este gran ambiente. A la izquierda vemos unas oficinas. Pedimos permiso y entramos. Les contamos, dejamos un afiche y salimos sin novedades. Por un camino de tierra vemos salir una camioneta
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En la pileta junto a un salvavidas.
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embarrada. Le hacemos señas para que se detenga y cruzamos la ruta. Lo ponemos al tanto, se queda con un afiche y nos indica que pasemos la tranquera y preguntemos al cuidador de su campo. Nos arrimamos hasta una casa y le contamos. El muchacho nos dice que anoche chumbaron los perros. Sabía acerca de Otto y estuvieron muy atentos, pero no lograron ver nada. “La oscuridad te ciega la distancia”, nos comenta. A pesar de haberlos atado, los ladridos podrían haberlo alejado. La búsqueda está en su apogeo. Estas cosas nos alientan. Comienza a haber más pistas. Reiteramos el llamado de aquel perro de Lujan pero no nos contestan y volvemos a dejar un mensaje. Lo mismo pasa con en que vieron en Merlo. Aunque no los descartamos, los datos que tenemos de Suipacha son más alentadores. Nos informan de una zona de quintas en donde hay un criadero de Labradores. También vive por allí una señora que recupera perros abandonados, una tarea muy noble por cierto. ¡Cuánta gente generosa nos vamos cruzando! Nos internamos en sus calles y preguntamos. Nos indican cómo llegar con un mapa trazado en el suelo con un palo. Debemos memorizarlo ya que el polvo es efímero y volátil. Llegamos al lugar y avisamos con aplausos. ¡Qué linda es esta forma de anunciarse! Se escuchan
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los ladridos de una decena de Labradores. Sale el criador y nos escucha atentamente. Sensible como es una persona que ama a sus perros, toma nota del asunto y se queda con un afiche. Una cuadra más adelante vive la señora que los recupera de la calle. Hacemos palmas y le contamos pero nos dice que ya no tiene espacio para nuevos animales. Volvemos a explicarnos y le entregamos un afiche. A la vuelta de la esquina nos cruzamos con Marta y Juan. Es su día libre y han salido a recorrer los campos con su camioneta. Aunque está muy embarrado se han metido por todos lados y lo anunciaron sin cesar. Ahora están visitando toda la zona de quintas. ¡Cuánto ánimo nos da esta gente! Volvemos a recorrer la ruta una vez más. Ya perdimos la cuenta de cuántas veces lo hemos hecho, pero seguramente nos queda algún lugar por visitar. Pasamos la balanza y por primera vez vemos que hay gente en el puesto que hace asado. Son cuatro muchachos que están de sobremesa junto a una casilla que funciona como espacio de guarda de todos los elementos de trabajo. La parrilla aún humeante, conserva el calor de los últimos trozos de carne. Las cotorras se debaten en lo alto de los grandes eucaliptus, disputando los mejores lugares de sus nidos. Me bajo, los saludo amablemente y les cuento el
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Un hornero atento a nuestro paso.
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motivo de mi visita, mostrando el afiche para acompañar el relato. Me escuchan con atención y uno de ellos me lo pide. Observa la imagen y cree haberlo visto. Consulta con sus amigos mientras busco en el teléfono una foto a color que pudiera orientarlos. En cuanto se las muestro, los cuatro hombres afirman haberlo visto. La exclamación es tan contundente y concuerda con la opinión de todos, que no caben dudas al respecto. Estuvo comiendo allí el sábado al mediodía. Le dieron algo de carne y se entretuvo un rato, pero no lograron retenerlo y siguió camino en dirección al arroyo de la estancia Los Moros, un itinerario que concuerda con la señal de los perros que torearon en el campo y con la vista de aquel animal anunciada por Pedro. Esta siendo inteligente, procurándose agua y alimento para seguir avanzando. ¡Es una excelente noticia! Son las primeras personas que tomaron contacto real con Otto confirmando su caída en la estación de servicio. Me pregunto cómo podría haber ocurrido, si cuando me detuve fue porque no lo veía en la caja de la camioneta. Tampoco lo vi cerca, aunque demoré unos segundos en bajar y comprobar que ya no estaba. Incluso levante una de las tapas del piso suponiendo que podría estar entre el equipaje, algo imposible ya que no había suficiente espacio y tampoco hay inters-
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ticios por donde colarse. ¿Podremos aclarar estas preguntas más tarde? Comunicamos a Marta las novedades y pedimos a Mercedes que ponga un post en el Facebook. Es preciso dar a conocer la noticia a toda la gente de Suipacha, de que Otto se bajó allí y que anda por los campos en dirección a Buenos Aires. Es inminente la posibilidad de encontrarlo y eso nos llena de esperanza, pero también sobrevuela la incertidumbre de no poder dar con él. Para darnos ánimo, entra una llamada. Es fantástico cómo se van dando las cosas. Necesitamos reunir todas las fuerzas posibles en este momento tan especial y el número telefónico delata que es de larga distancia. Son nuestros amigos Zapp, una familia que está viajando por todos los continentes en un Graham Paige de 1928. Vinieron a visitar a los amigos para fin de año mientras le hacen un ajuste general a su auto en alguna parte de Africa. Están llenos de energía y son siempre muy optimistas. Saben de las noticias de Otto y nos cuentan que llegaron unos japoneses a filmar su historia. Quieren sumarse a la búsqueda junto con estos muchachos y sus cámaras para darle mayor trascendencia al asunto. Cuantos más seamos más posibilidades tendremos de encontrarlo. Encantados aceptamos la propuesta
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Un último vistazo antes de que se apaguen las luces de otro día de búsqueda.
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y quedamos en contacto para el día siguiente. Se hace tarde en el campo. Estacionamos a un costado del camino para pensar un rato. Los sucesos de esta tarde anularon los llamados de Luján y de Merlo. De todas formas tampoco habíamos logrado conseguir una respuesta. Ojalá esos perros pronto encuentren a sus dueños. Estamos evaluando la posibilidad de quedarnos a dormir en la ruta. Lo hemos hecho tantas veces en los viajes, que ya estamos acostumbrados. En realidad siempre nos detenemos en las estaciones de servicio camioneras. Aprendimos con los años, que allí se duerme seguro con el constante ir y venir de los camiones. Los choferes siempre están atentos a los autos que descansan y es hermoso escuchar el sonido de sus motores. Están dispuestos a la charla y no faltaron las ocasiones en que compartimos una cena. La dificultad que se nos presenta es la noche. La oscuridad que se va depositando sobre el campo reduce cada vez más el alcance de la vista. Si nos quedamos aquí, deberíamos hacer guardias, pero sin luces de largo alcance es muy poco lo que podemos hacer. Incluso ante un sonido, contaríamos tan sólo con nuestros llamados y no podemos internarnos en el campo sin riesgo de molestar a las familias. A pesar de nuestras ganas de quedarnos, sabemos que
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Otto durmiendo en su sill贸n preferido.
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la idea no prosperaría y seremos más útiles descansados y operando esta noche desde nuestra casa en Buenos Aires. Ponemos rumbo al hogar deteniéndonos en cada tranquera para colocar un afiche. Algunas se dejan tratar fácilmente pero otras se ponen difíciles. Con los pocos recursos que contamos, nos las ingeniamos para sujetar los papeles a los postes, candados y herrajes. Intentamos que queden bien a la vista y firmes para que el viento no las levante y las haga volar como plumas en el aire. El rocío va mojando nuestras ropas y zapatos, levantando a su vez el perfume dorado de los pastos. Los grillos nos cantan canciones preciosas y los sapos nos alientan con el croar que retumba desde los charcos. Las luciérnagas se agrupan para iluminarnos y vuelven a dispersarse una vez que colocamos cada afiche. Los mosquitos se apiadan de nosotros y evitan picarnos volando hacia otro lado. Lentamente, todo se va apagando. Nuestros cuerpos cansados sufren la impotencia de no poder encontrarlo. ¡Estábamos tan cerca! La noche impone una pausa que vuelve a alejarnos. Los ánimos decaen. ¿Qué más nos queda por hacer? Mañana será como empezar todo de nuevo. ¡Qué difícil será dormir esta noche!
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El círculo se va cerrando Me despierto angustiado. Es una noche realmente mala. Cada vez que me duermo vuelvo a despertar y seguramente a Valeria y a Tomás les debe estar pasando lo mismo, sólo que a intervalos diferentes, quizás por eso no nos cruzamos. El único consuelo es que Otto no debe estar atravesando por lo mismo, pero es justamente eso lo que aterroriza mis pensamientos. Saber que está vagando solo por el campo, asustado, amedrentado por sonidos que no conoce, olores que no conducen a nada, tropezándose en las imperfecciones de la tierra, sufriendo frío, calor o el cansancio de seguir adelante en busca de nosotros. Me vence el agotamiento pero mi mente vuelve a despertarme una y otra vez con los mismos pensamientos. A las 6 de la mañana, Valeria está sentada sobre la cama a mi lado. Me despierta suavemente pero decidida a seguir buscando. Es la persona más hermosa del mundo. Una especie de angel que nos cui-
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da a los tres varones de la casa, incluido a Otto. Es la que más ha empujado todos estos días y el sostén de la familia. No ha parado ni un minuto y vaya a saber incluso si ha logrado dormir un rato. Cada vez que me despierto está trabajando y lo sigue haciendo cuando me vence el sueño. Es chiquita pero su fortaleza y convicción superan cualquier tamaño. Nunca dejará de buscar y conseguirá siempre que se abra una puerta más hasta encontrarlo. Jamás se resignó a perder a Otto y ahora tiene una energía que nos moviliza a todos. Hoy tenemos otros 50 afiches a color. Esto ayudará a identificar mejor a Otto. Siempre se puede dar un paso más, siempre hay que seguir adelante. Calentamos agua para un termo de mate y también preparamos el café y algunas galletas para el viaje. Trataremos de desayunar en la ruta mientras nos acercamos a Suipacha. Esto nos dará fuerzas y por primera vez haremos una cosa diferente. En realidad no es más que lo que hacemos habitualmente cuando salimos de viaje y eso nos reconforta y nos relaja. Sentimos que volvemos a ser nosotros. Hemos circulado más de 1400 kilómetros en estos días. El dato no es relevante si no fuera porque el tramo que recorremos a diario es tan sólo de 30000 metros. Aunque
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estamos acostumbrados a viajar largas distancias, la cifra impresiona. Tenemos datos certeros que volvemos a repasar para ordenarnos. Otto se cayó en la estación de servicio de Suipacha. Ese sábado caminó hasta la parrilla junto a la balanza de la ruta, seguramente siguiendo nuestros pasos mientras veía alejarse la camioneta. Allí le dieron de comer y repuso energías para seguir adelante. Por la noche deambuló por los campos pero no logró acercarse espantado por otros perros. El domingo al mediodía, Pedro lo vio tomando agua en el arroyo de la estancia Los Moros. Pero nadie más lo ha visto desde entonces. Han pasado dos días sin nuevos datos. Esto supone un serio inconveniente. A pesar de haber propagado la noticia por todas partes, se ha perdido el rastro. No sabemos si sigue por la zona o cuál puede haber sido la dirección que ha tomado, aunque es seguro que va rumbo a Buenos Aires. La falta de información no es buena. Nos movemos por un lugar en el que quizás ya no esté. El silencio es alarmante y nos damos cuenta de que pasamos por alto algo obvio: es necesario que quien lo vea intente inmovilizarlo para evitar que se siga desplazando. ¡Hay que avisar en todos lados! Hablamos con Mercedes para que lo publique en Facebook, mandamos mensajes
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a las radios y hablamos con Marta para avise a sus contactos. También se lo informamos a cada persona que nos cruzamos. Nos detenemos en la YPF y solicitamos permiso para pegar un afiche color a la vista. Un perro se me acerca a pedir una caricia y me pongo a conversar. Le muestro una foto de Otto y le pregunto si lo ha visto. Me mira comprendiendo, pero no puede hablar. Le doy una galleta de recompensa y le pido que si lo ve, lo haga quedarse en el lugar. Parece comprenderme. Aunque todavía es muy temprano, a medida que avanzamos, vamos dejando varios afiches a color en el camino hasta llegar a Suipacha. En la ruta volvemos a cruzarnos con el tractor que corta el césped. Ha avanzado bastante cambiando la fisonomía del paisaje. Ahora las banquinas están más despejadas y será más sencillo ver a Otto si camina por allí. Los dos nos detenemos y el muchacho hace señas para decirnos algo. Nos encontramos y nos saludamos. Nos cuenta que estuvo pensando toda la noche con los datos que le dimos y asegura que tiene que andar por Suipacha. Es un hombre de campo, sensible y conocedor de la conducta de los animales. Nos incita a seguir buscando por la zona, muy confiando en que pronto aparecerá. El seguirá atento mientras
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Descanso.
Relajado.
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cubre la ruta hasta Mercedes. Hacemos una posta en la estación de servicio de Suipacha. Gisela, una de las chicas de la playa que nos sigue desde el primer día, completa la carga de combustible y coloca un nuevo afiche a la vista. Con su charla nos da ánimo para seguir buscando. También nos encontramos con Peter, el jefe de la tienda que nos contacto el día anterior y se ofreció para ayudarnos. Es un muchacho joven y viajero y acaba de viajar en bicicleta hasta Ushuaia. Estas hazañas nos conmueven y demuestran el valor de las personas que con una meta en la mano, buscan conquistar el mundo que los rodea. Estacionamos la camioneta junto a los camiones que siempre nos protegen y abrimos nuestra agenda. Tenemos un gran listado de teléfonos de veterinarias y los tres comenzamos a llamar, desde Luján hasta Suipacha. Tomás fue el precursor de esta idea y ahora es el más activo en los llamados. Ve cumplida una de sus tantas propuestas. Tiene una mente sana para opinar sobre el tema, en contraste con los prejuicios que a veces tenemos los adultos, que en algunas ocasiones, vemos más los imposibles que nuestras propias capacidades. -¡Uh, que pena, no, no hemos recibido ningún Golden, pero dame tus datos que los agendo y te llamo
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si sé algo!- se repite una y otra vez en los teléfonos. Otro perro se acerca hasta el jardín en donde estoy sentado. Estaba echado junto a la tienda observando y atravesó toda la estación para arrimarse. Me mira fijo a los ojos como queriendo decir algo. Le muestro la foto de Otto y le cambia la expresión. Tiene un secreto guardado, pero no puede expresarlo con palabras. No es necesario, nos entendemos con los gestos. Le entrego una galleta que suavemente toma de mi mano y le pido que entretenga a Otto si se acerca. Alguien aquí sabrá atraparlo. Estamos trabados. Necesitamos novedades. Sin un dato certero, nos movemos a tientas sin ir a ningún lado. Pasan las horas y estamos estancados. Se nos agotan las copias y entramos al pueblo. En el camino encontramos una veterinaria. No sabemos si la hemos contactado pero es un buen lugar para dejar un afiche. Los estamos entregando en los lugares de mayor circulación de gente para mantenerlos comunicados. Es importante no bajar los brazos. Entramos con Tomás y comento sobre Otto. Una señora que está comprando alimento me pide ver la foto. Reconoce a un perro igual y bastante maltrecho que andaba a dos cuadras de allí. Nos indica las calles y nos apura para que salgamos a toda prisa. Valeria no está en la camioneta. La calle doble
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mano tiene bastante tránsito. La vemos enfrente conversando con una persona. Le gritamos que han visto a Otto a un par de cuadras y todos corremos hacia la camioneta. Una maniobra arriesgada cruzando entre los autos. ¡Debemos tener más cuidado! Circulamos por el pueblo hasta la intersección de las calles indicadas. No vemos nada. Silbamos y llamamos a Otto en cada calle andando a muy baja velocidad. Consultamos con vecinos y dejamos nuestros datos. Alguno cree haberlo visto y alimenta nuestras expectativas. Podría estar muy cerca. Frenamos junto a las vías del ferrocarril y buscamos entre las plantas siempre con los mismos llamados. Tomamos otra calle y nos movemos. El perro hace lo mismo y nos desencontramos. Escuchamos una voz de altoparlante típica de barrio que anuncia a los comercios de la zona. Buscamos el auto y lo paramos. Es un viejo Renault 6 color turquesa destartalado pero que sigue funcionando. ¡Qué buenos resultaron ser estos vehículos! El señor no ha visto nada pero se ofrece a buscar mientras hace el recorrido. ¡Cuánta gente buena hay en Suipacha! Nadie se ha negado a darnos ayuda y todos están colaborando. Llegamos a Foto Goñi y pedimos nuevas fotocopias. Los que están en el lugar preguntan por Otto. Ya nos conocen las caras. Les contamos que estamos per-
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siguiendo a uno que anda suelto por el pueblo y todo el mundo saldrá a buscarlo. En tiempo real, publicamos en el Facebook lo que va sucediendo. De pronto ingresa una llamada. La característica 02324 anuncia a alguien de Suipacha. Valeria atiende y se le ilumina la cara. Vieron a un Golden en un supermercado chino pero no lograron atraparlo. Fueron a buscar una correa y salieron a rastrearlo. ¡Estamos cada vez más cerca! Hay sólo tres o cuatro lugares de este tipo en el pueblo. Vamos hasta el más cercano y preguntamos. El muchacho de la caja no comprende lo que le digo y me manda a la carnicería. La gente se interesa y mira el afiche. El carnicero me ofrece dejar uno pegado en la pared ya que allí circula mucha gente. A la vuelta encontramos un club de barrio. Hay un par de muchachos acodados en la barra disfrutando un sándwich de jamón y queso. ¡Cuánto más sabrosos son en estos bufet que en cualquier otro lado! Me recuerdan a mis tiempos de la infancia, cuando vagábamos en bicicleta con mis amigos por el barrio y llegábamos exhaustos y muertos de hambre a pedir algo de comida. Los afiches en la vidriera que anuncian el baile del 24, nos motivan a entrar y preguntar. Por allí no ha pasado y de inmediato colocan uno de los nuestros bien cerca de la puerta.
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Cualquier lugar es bueno para descansar.
Una buena siesta antes de la cena.
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En cada esquina la gente nos alienta. Levantan sus pulgares, nos piden referencias, solicitan afiches con los datos, nos muestran las correas y nos dicen que salieron a buscarlo con sus propios perros. Llegamos a la plaza principal en donde conjugan los edificios más importantes del pueblo. Estacionamos frente a la iglesia y pienso en el lugar de congregación que supone ese sitio a escasos días de la navidad. Mucha gente la visita a diario y se reunirán muchas personas para la misa de cada día. El edificio es imponente no tanto por su ostentación de materiales como por su proyección hacia el cielo. Una doble puerta de madera noble está abierta e invita a acercarse. Las escalinatas de piedra que preceden la entrada son fáciles de escalar y me depositan en un hall austero y despojado. Solamente hay dos puertas y una cartelera. El ingreso a la capilla es por ambos lados de una pared que la separa y aísla del exterior. Las puertas de vaivén invitan a desplazarse al interior que está en penumbras y solitario. El silencio convive con una luz cenital que baña suavemente las paredes inmaculadamente blancas. Una serie de bancos de madera se proyectan en perspectiva hacia el altar. Un Cristo siempre bello en detalles está allí, sereno y quieto. El gran volumen de la bóveda genera una atmósfera propia.
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Busco entre las sombras pero no encuentro a nadie. Ni siquiera alguien rezando. No me animo a romper el silencio de este lugar sagrado y vuelvo al hall de entrada. Golpeo en cada puerta con el fin de dar con alguien pero tampoco obtengo respuesta. Coloco entonces un afiche en la cartelera y vuelo a ingresar al templo intentando dar con alguna persona. Las condiciones no han cambiado. Me llama la atención el techo de madera con listones desplegados como suele hacerse en el suelo. La energía del lugar es poderosa, seguramente impulsada por los fieles que desparraman su fe y sus propias convicciones. Yo no soy creyente pero me veo animado a decir unas palabras. -¡Dame las coordenadas o arrimame a donde esta!- digo en silencio y a lo gaucho. Antes de partir, hago la señal de la cruz, un gesto tan reconocido pero que jamás he practicado desde que tomé la comunión a los 6 años para satisfacer a alguna abuela. Desde entonces me debo más a la naturaleza y a la energía de las cosas que a las filosofías que siguen los hombres. Vuelvo a la calle y nos dividimos para abarcar todos los lugares. Tomás y yo nos dirigimos a la Municipalidad y Valeria se acerca a los bomberos. Ingre-
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samos a un edificio señorial de grandes dimensiones con un pasillo que nos lleva hasta la mesa de entrada. Mientras esperamos nuestro turno, aparece una persona con jerarquía y sabiendo lo que pasa. Nos ofrece colocar un afiche en la puerta misma del recinto para que se vea también los días de asueto. Ya tiene una cinta en la mano y nos ayuda en la tarea. En los bomberos Valeria obtiene la misma respuesta. Son gente noble y admiramos su tarea. Ellos sí que están siempre en servicio y se brindan cada día por el bienestar de su gente. Trepamos a la camioneta y nos lanzamos detrás del rastro que tenemos. Un perro anda suelto y debemos encontrarlo. Suena otra vez el teléfono pero esta vez es un mensaje. Valeria lanza un grito desesperado y se pone a llorar. Las pulsaciones se aceleran y un golpe de adrenalina asesta nuestros cuerpos. Veo su cara de angustia. Me detengo contra el cordón de la vereda y pregunto desesperado que ocurre. -¡Falleció Zaratiegui, el mismo día que perdimos a Otto!- alcanza a decir. -¿Pero qué mierda está pasando?- grito pegándole al volante. -¡Qué termine todo esto de una vez! Estamos devastados.
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Necesitamos respuestas Nils Zaratiegui fue una de esas personas que saben ganarse muy rápidamente el corazón de la gente. Fue el primero en recibirnos en su casa de El Maitén, el pueblo que es el centro neurálgico de La Trochita, en Chubut, cuando comenzábamos a escribir nuestro libro sobre el tema hace algunos años atrás. No sólo nos abrió su casa y a todos sus amigos, también nos entregó su amistad a los setenta y tantos años. Nils fue uno de los maquinistas más emblemáticos que tuvo el tren y un incansable narrador de historias de vida en torno a esta fantástica maquinaria. El pueblo entero se rendía a sus pies frente a sus lúcidos relatos cargados de detalles y a sus vastos conocimientos. Inspirador del capítulo “Dicen los Pobladores”, que reúne infinidad de anécdotas de toda la gente que fuimos contactando a lo largo del ramal y por supuesto, de las suyas propias. Lo disfrutamos al máximo durante estos pocos años de sincera
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amistad, visitándolo cada vez que nos acercábamos a la Patagonia y divirtiéndonos con sus audacias en el campo de tejo de la estación, riéndonos cada vez que protestaba cuando creía que el resultado era injusto para alguno de los jugadores. Nos sentimos parte de su familia a la cual queremos tanto como a él, un gran maquinista de La Trochita, pero sobretodo una persona entrañable que estará siempre en un lugar privilegiado. Intentamos en vano comunicarnos con Mabel, su esposa, o alguno de los hijos para acercarles unas palabras. Mandamos algunos mensajes para que estén al tanto de nosotros y más tarde volveremos a llamar. Ahora sí es necesario más que nunca encontrar a Otto. La sucesión de hechos extraños ocurridos estos días debe terminar. Hemos movilizado a todo un pueblo que se sumó a una familia en una búsqueda sin tregua. Se lo debemos a toda esta gente que cree que es posible encontrarlo y que hace que no bajemos los brazos. Ponemos en marcha la camioneta con la convicción de no dejar pasar un día más con las manos vacías. Si fue posible cambiar el destino en otros momentos, ahora es tiempo de hacerlo de nuevo. Más aún porque mañana es navidad
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Nils Zaratiegui y Ezequiel Lopez en El MaitĂŠn.
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y estaremos todos muy ocupados. Vuelve a sonar el teléfono. Una vez más es la característica de Suipacha. Valeria atiende y escucha la vos de un hombre que le dice lo siguiente: -¡Otto está en el campo de mi consuegro, lo acaba de encontrar! -¿De verdad, estás seguro?- responde Valeria con la cara iluminada. -Sí, tengo dos Gold…está en la cab…mila, enfren…Juri. La llamada se entrecorta pero Valeria alcanza a pedirle si le puede enviar los datos por mensaje y perdemos el contacto. Los celulares no funcionan, ni siquiera dentro del ejido urbano. Los corazones laten fuerte. Las emociones de los últimos minutos nos llevan por la vida como una gran montaña rusa. Impactan en el alma poniendo a prueba nuestra resistencia. Por algún motivo que en este momento no tenemos ganas de descifrar, estamos pasando por una gran prueba de fuego. Una apertura en el tiempo y el espacio por donde pasamos a toda velocidad sin detenernos. Los segundos son eternos. El sonido del mensaje impacta de pronto en la cabina de la camioneta y un celular lo levanta. A tres teclas de distancia, las palabras detallan: “El señor que lo encontró es Luis Villa-
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ba, celu 011356…, trabaja en Cabaña Camila, hablá con él así te guía para llegar a encontrarlo. Saludos Daniel Barragán”. Un segundo mensaje nos desea: “Mucha suerte, también tengo un Golden y espero lo encuentren pronto. Saludos”. Lo que Valeria acaba de leer nos deja perplejos. Lo único que llega a contestar es “Gracias le dejé mensaje en contest allá vamos”, y salimos en busca de la ruta que tantas veces recorrimos. Nos separan exactamente 7,4 kilómetros de asfalto y luego otros 2200 metros de tierra en buen estado. Avanzamos tratando de calmar nuestras emociones. El llamado fue contundente pero no podemos dar por hecho que el perro encontrado sea Otto, ya que Luis no lo conoce y sólo sabemos que atrapó a un Golden Retriever. Aunque sería casi imposible que hubiera dos perros de la misma raza, vagando por el mismo lugar, en el mismo momento, ahora sí nos damos el lujo después de tanto tiempo, de permitirnos usar la palabra “IMPOSIBLE”. ¡Esperemos estar en lo cierto! Los galpones de la cabaña se ven desde la ruta. Son dos largas estructuras típicas de los criaderos de pollos. Valeria se logra comunicar con Luis por teléfono y anota las indicaciones para llegar al campo. Alcanzamos el kilómetro #120 y vemos la bifurcación hacia el camino de tierra. Estaciono en la banquina
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Otto pensando al borde de la pileta.
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y miro hacia ambos lados para asegurarme de poder cruzar la ruta sin riesgos. En cambio, al camino de tierra le tengo poco respeto. Acelero lo que me permite la seguridad de la camioneta y llegamos a una tranquera de hierro. Tomás se baja para abrirla. Vuelve a cerrarla y avanzamos lentamente dentro del campo al encuentro de Luis, Fernanda y sus tres hijos Brian, Yenny y Caterine que hacen señas desde su casa. Los rodean una decena de pekineses que observo con atención pero ninguno de ellos se parece a Otto. Fernanda nos indica un lugar y caminamos por el campo en dirección a un pequeño techo que protege una gran pila de leña. Luis va al frente unos pasos adelante. Por más que nos esforzamos no vemos nada, ni siquiera un perro atado. Tampoco hay ladridos ni movimiento. Si está allí debe estar agazapado. El techo oscurece aún más las sombras en contraste con el sol del mediodía. Luis llega hasta allí y desata unas cuerdas. Algo se mueve sin dejarse ver todavía. Por detrás de esta familia aparece un perro caminando despacio y muy desanimado. -¡Es Otto!- grito y me abalanzo en busca de un abrazo. -¿Estás seguro?- pregunta Valeria mientras corre hacia él.
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-¡Sí, segurísimo, es Otto!- digo al tiempo que lo alcanzo, sienta sus patas traseras y me tiro al piso para abrazarlo! Tomás y Valeria hacen lo mismo y Otto, con la mirada perdida en el horizonte, comienza a soltar un gemido muy suave y agudo que nunca antes habíamos escuchado. Será difícil explicar lo que pensamos, sencillamente se desvanecieron todos los malos recuerdos. Luis y toda su familia están exultantes. Pocas veces vi a unas personas tan contentas por haber hecho algo tan simple como esto. Les doy las gracias infinitas a todos y vuelvo a darle besos a Otto y así seguimos durante varios minutos, agradeciendo a la familia, mimándolo a Otto y abrazándonos entre todos. La emoción y la felicidad que sentimos en este momento, supera cualquier sentimiento que hayamos experimentado con anterioridad. Es una mezcla de amor, distención, angustia contenida durante tantos días, paz, tranquilidad y un eterno agradecimiento que nos invade. Al cabo de 4 días de búsqueda sin darnos por vencidos ni un instante, y cuando parecía que se volvía a derrumbar nuestra fortaleza y la de todo un pueblo, logramos cambiar el destino nuevamente.
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Otto y Valeria en un mĂŠdano en la playa.
Atento a lo que sucede en la pileta.
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El sol nos abraza con sus rayos calientes derramados sobre el campo. Otto está exhausto. No sabemos cuánto ha caminado pero su mirada perdida, su respiración entrecortada y su desánimo son notables. Camina en silencio hacia la camioneta con la cabeza y la cola baja, pero no es una nuestra de sumisión, se lo nota muy cansado. Tomás lo ayuda a subir al asiento trasero y allí se desmorona. Las fuerzas que lo mantuvieron en movimiento todos estos días, ahora lo abandonan de repente. En estas situaciones, los animales entran en un estado salvaje que les permite abstraerse de cualquier otra cosa y concentrarse en su meta. Su cuerpo y su mente funcionan como una máquina perfecta, que avanza sin detenerse, sedado por la adrenalina que lo protege del dolor físico que provocan el tiempo y las heridas. Otto por suerte está en buen estado, pero tiene las patas traseras muy lastimadas. Nuestras palabras de agradecimiento, abrazos, besos y muestras de alegría para toda esta familia, no alcanzan ni siquiera para expresar todo lo que le debemos a cientos de personas anónimas y no tanto. Luis, Fernanda, Brian, Yenny, Caterine y Daniel, son los nombres de todo un pueblo que se unió para ayudarnos. Tan sólo una palabra es lo que pe-
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dimos cuando llegamos. ¡Ayuda! Nunca habíamos pedido algo tan grande e importante. Algo que no existe hasta que uno lo pide y que es necesario crear en ese instante. Algo que libera una energía de una magnitud que jamás habíamos manejado. Tuvimos mucho miedo, pero no tanto como Otto. Pusimos en juego nuestro futuro y logramos retenerlo. Cuando uno desea algo tan significativo con tanta decisión debe tener mucho cuidado, porque puede hacerse realidad.
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Tomรกs, Juan, Marta, Valeria, Ezequiel y Otto luego de encontrarlo.
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La grandeza de un pueblo Así como el pedido de ayuda para encontrar a Otto se expandió por los distintos medios, ahora la noticia de su aparición se propaga a una velocidad fabulosa. La gente comienza a enterarse casi al mismo tiempo que nosotros y lo hace público por las redes sociales y las radios. Se comparten mensajes de alegría y se envía tranquilidad a todas las personas que lo estaban rastreando. ¡La búsqueda ha terminado! Comienza un momento de euforia, desatada por la tensión de todos estos días. Los teléfonos se inundan de mensajes desconocidos que nos felicitan y saludan. En pocos minutos nos damos cuenta de la cantidad de personas anónimas que estuvieron junto a nosotros detrás de una causa que al principio parecía un imposible. Se comprometieron, dejaron
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de hacer sus tareas para sumarse, utilizaron todos los medios que estaban a su alcance y nunca dijeron que no. Poco a poco nos enseñaron a no tener vergüenza, a pedir, a hacer palmas en los campos, a hablar con desconocidos. El pueblo de Suipacha mostró la grandeza de su gente para encontrar a un perro que tan solo quería volver a su casa. Espontáneamente nos convocan a la plaza. Todos quieren conocer a Otto y tener un momento de charla con nosotros. A medida que nos acercamos, también nos detenemos en los distintos lugares que nos brindaron ayuda; la cabaña de quesos de Marta, la parrillita junto a la balanza, la estación de servicio y también interrumpimos el almuerzo en Foto Goñi. En la plaza nos reciben muchas personas y también se detienen varios autos cuando ven nuestra camioneta. Nos saludan y nos felicitan pero todas las miradas y los mimos son para Otto. El no se mueve de donde está, el asiento trasero de la camioneta. Está agotado pero le hacen muy bien las caricias. María Griselda nos pide un momento para ir hasta su casa. Está a una cuadra de distancia y no tarda en volver con una caja llena de frasquitos. Nos pide permiso para hacer aromaterapia. Nosotros estamos tan agotados que nos parece una idea fantástica, pero el ofrecimiento es para Otto. Tendremos que
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La entrada a Suipacha. Ya encontramos a Otto, es momento de una foto.
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quedarnos con las ganas hasta la próxima vez que nos veamos. Se humedece las manos con una fragancia de lavanda que inunda el aire con un dulce perfume y las acerca a la cabeza de Otto. La terapia le sienta muy bien y se va relajando poco a poco, mientras recibe un tratamiento fantástico que lo hará dormir todo el viaje. Desde San Martín de los Andes llama Javier, un ingeniero agrónomo amigo que recorrió cientos de veces esta zona y que también escribió su propio libro de pesca con mosca. Pero esta vez no se contacta para invitarme a pescar. Me cuenta que habló con todos sus conocidos y que una de las empresas más grande de Suipacha ha mandado un mail interno informando de la búsqueda de Otto. Su presidente quiere saber los nombres de las personas que lo han visto para contactarlos personalmente y ponerse al tanto del asunto para organizar una salida general con todos sus empleados. No deja de sorprendernos la disposición de las personas de este pueblo tan maravilloso. Es hora de despedirnos. Tenemos muy pocas ganas de irnos de aquí, un lugar en el que vivimos 4 días muy intensos. Estaremos eternamente agradecidos con Suipacha por la ayuda recibida y los nue-
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vos amigos que encontramos. En la entrada, tomamos las únicas fotos de este viaje. Solemos volver con varios cientos e imágenes pero ahora llevamos los paisajes impresos en nuestras mentes. Recorremos con nostalgia la ruta 5 que tantas veces hemos transitado en estos días y que nos emociona cada vez que salimos de viaje, porque es la arteria que nos saca de Buenos Aires y nos proyecta hacia nuestra querida Patagonia. En poco más de una hora llegamos a San Isidro y vamos directamente a la casa de Tomás, nuestro veterinario quien ya está avisado. Otto no tiene más fuerzas para bajar de la camioneta. Lo alzo y lo acuesto en la vereda a la sombra de un árbol. Reconoce el lugar porque es uno de los itinerarios de nuestras caminatas. Lo revisa durante varios minutos para asegurarse de no pasar nada por alto. Nos indica algunos comentarios sobre sus patas lastimadas y nos enseña cómo debemos curarlo. Le da un antibiótico y anotamos los remedios que serán necesarios estos días. Finalmente llegamos a casa. Hemos andado 1855 kilómetros. Cae la noche y el cielo se tiñe de colores para festejar con nosotros. Bajamos a Otto y lo acostamos en el suelo. Está extenuado y se duerme al instante. Lo miramos y no podemos creer que esté
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Su juego favorito. De esta forma tambiĂŠn limpia sus dientes.
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de nuevo con nosotros. Traemos los colchones y los colocamos a su lado. Esta noche por fin dormiremos todos juntos otra vez. FIN
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Testimonios de la gente Durante estos 4 días tan intensos, los mensajes de la gente fueron la fuerza necesaria para seguir adelante. Cada palabra actuó como una rugido de aliento que nos inspiró a realizar cosas impresionantes y nos hizo sentir muy acompañados en la soledad inmensa de la ruta. A todos ellos va nuestro reconocimiento a través de los siguientes testimonios que reflejan el espíritu de todo este pueblo. NOTA: La transcripción de los mensajes es exacta, respetando la forma de escribir de cada persona, MAYUSCULAS y minúsculas y acaso alguna falta de ortografía de aquellos que quizás no han tenido la posibilidad de pulirlas en la escuela. Tan válidos unos como otros. Gracias.
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Entre todos nos moveremos para que aparezca este travieso lanudo! Mis mejores vibras para que aparezca!! Dios mio!! que desesperación!!!! Insistan en las radios......vamos....fuerza....!!!!!!! Que tristeza por favor! Entre todos hacemos fuerzas para que aparezca Otto y colaboramos compartiendo la foto! Paciencia y mucha suerte!! Desde Bahía Blanca apoyando la búsqueda. Va a aparecer pronto esta belleza!! Hay mi vida ya comparto! Éxitos en su búsqueda y pronto lo encuentren, saludos desde México. Ya te publique el articulo en Mercedes y Suipacha, suerte. Compartido! Fmsol.
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Comparto! !! Y a estar atentos en la zona!!! Suerte!!! Fuerza!!!!! Vamos a seguir compartiendo y haciendo fuerzas. VA A APARECER! No bajen los brazos! Chicos, que decir, se siente la tristeza y se comparte, pero seguro va a aparecer, nosotros el miercoles vamos a pasar por la ruta 5 en ese tramo y al volver tambien, asique estaremos mas que atentos. Ojalá lo tengan que venir a buscar a Junin o a Quilmes porque lo encontremos en algún lado!!!!!!!! SEGUIMOS COMPARTIENDO DESDE GRAL RODRIGUEZ!! VAMOS QUE VA A APARECER!!! Para ustedes y Otto buenos vientos. Que los lleven al reencuentro. Fuerza!!!! Pronto encontraran a Otto !!!! Los acompaño pensándolos mucho! Ésto TERMINA BIEN!!
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Una imagen de la gente compartida en nuestro muro de Facebook.
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Le pase los datos a una amiga que esta en Mercedes, no descarten pueblos vecinos. y vean de dejar los datos en las tranqueras de los campos cercanos a donde se perdio. Fuerza, espero lo encuentren pronto. Sigan y sigan !! Suerte y vuelvo a compartir ! Vamos Otto!! Mucha fuerza. Va a aparecer chicos! ! VAMOSSSSSSSSSSS; que ya apareceeee !!!!! AvisĂŠ a mis amigos de la zona que den una mano!!! DIFUNDAN!!! Vamos chicos! la energia de todosno puede fallar! Ojala prontito aparezca!!!Todo el exito posible y sigan buscando el los debe estar extraĂąando muchisimo. Vamooooossss q ya lo van a encontrar !!!!!!!!!!!!!!!! Ottoooooooooooo!!!!!
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Amigos lo encontrarán pronto ellos tienen su santo y les ayuda a buscar el camino hacía el reencuentro con sus amos, tenga fe y confíen en el amor perruno, un abrazo desde Chile. Vamos otto.....la flia. Te espera No pierdan las esperanzas!!!!!!!!! Fuerza!!!!! Vamos a seguir compartiendo y haciendo fuerzas. VA A APARECER! No bajen los brazos! Fuerza !!!! en Suipacha somos pocos habitantes, todos nos conocemos. Hable con varias personas que conocen la historia de OTTO. Va a aparecer !!! . Hoy te llamé, vivo en Suipacha. Converse con varias personas propietarios de campos. Si ven algo, se pondrán en contacto conmigo. Cualquier dato les avisaré. Tengamos fé, aparecera pronto !! Insistan en las radios......vamos....fuerza....!!!!!!! NO decaigan TIENE QUE APARECERRRRR !!!!! Suipacha busca a otto vamos a tener suerteeee!!! fueza !!!
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Su merecido descanso.
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OTTO
Vamos suipachenses debe estar asustado pero seguro alguien puede hacer que entré a algún galpón Sigan y sigan !! Suerte y vuelvo a compartir ! Vamos! ya falta menos! Estamos casi a un paso del reencuentro, enviaré energía a Otto para que espere en la Plaza a sus papis, a pensar positivo todos por favor. Vamos Otto!! Todos te buscamos ! Estamos esperando la noticia!!!! Vamos gente de Suipacha!! Vamosssss, que hoy tiene que ser el diaaaaaa !!!!! Ya estoy saliendo a rastrearlo ! Vamos chicos! El los está esperando...no aflojen! Lo encontraron? Aparecio! Que alegria!!!
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OTTO
Bravoooooo chicossss!!!! Una felicidad totalllll !!!! ME ALEGRASTE EL DIA! Felicidades ... que maravillosa noticia !!!! Juntos se puede !!! Qué alegría! Qué buena noticia saber que existe gente buena por los campos y pueblos del interior! Que alegría. Ustedes como ‘el , nunca dejaron de buscarse. Es enorme el amor que uno crea con estos bichos. Felicidades Q alegría! !!!!! Los veia en el centro d suip buscando datos y dejando fotos!!!! Q ejemplo d amor a esa mascota. .q obviamente es un integrante d la familia...todos nos movilizamos por uds y por otto! Y el resultado fue el mejor! La unión hace la Fuerza! !!feliz navidad! !! La noticia que esperábamos todos se hizo realidad, Otto dejo de jugar a las escondidas y ya esta con los chicos de LIBROS DE VIAJE.
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OTTO
Cuanto me alegro que encontraron a Otto,pero lo que mas feliz me hace que lo hayan buscado hasta el cansancio, que no lo abandonaron!!!Feliz Navidad!!! Suipacha es un pueblo generoso un biajero que pasava por rut 5 desde bs as perdio desde su camioneta este bello perro el pueblo entero lo busco lo encotro y se lo entrego a sus dueテアos ciudda ejemplo. No tengo el gusto de conocerlos, pero si les digo que sufri y me alegre con esta historia!!!!!!!!!! Felicitaciones, no bajaron los brazos y aca esta el resultado. FIESTAS EN FAMILIA!!!! AHHHHHHHHHHHHHH QUE ALEGRIA DESDE MENDOZA ESTテ。AMOS COMPARTIENDO TAMBIENNN.................. FELIICIIIDADES!!!!!!!!!!!!!!!! FELIZ NAVIDAD!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Gracias por no rendirse y encontrarlo!! y compartirlo!! Feliz Navidad! a Otto tb!! Me acabo de enterar que aparecio y me emocione muchisimo! me alegro tanto, tenia q dar resultado tanto amor!
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Diversi贸n en la pileta con su amiga Ananda.
Otto con Valeria. Nunca baj贸 los brazos para econtrarlo.
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OTTO
Buenisimoooo...cuanto me Alegro...x Otto y x Uds...y x Todos los que los apreciamos y los Queremos...ahora si...ya solo será una Linda anécdota Navidenia...jajajajaja...les mando un Gran Abrazooo... desde...USA...y que Dios los Bendiga y nos Bendiga a Todos...les deseo una Feliz Navidad y un Feliz y Próspero Anio Nuevo...un 2015 a Full...y x supuesto con Otto...que es irremplazable...!!!...un Gran Abrazooo...Queridos Amigos...!!! No se imaginan la alegría, movilicé a mis amigos de Mercedes, esta sí es una excelente noticia!!! Otto, ya está con su familia!!! Buenaaaaa....!!!! Qué felicidad! Pensaba todo el tiempo en uds. Me pegó duro lo de Otto porque también tenemos perro y el amor que se siente por ellos es infinito. Todo el tiempo evocándolo, pensando y deseando el reencuentro y comentando en casa lo de uds. A reponerse ahora en la tan amada Patagonia! Brindaré por Otto esta Navidad. Que anecdota de viaje!! para toda la vida... saludos para los 4,,, y buenas rutas!!
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OTTO
Es lo que transmiten ustedes...en esta experiencia fueron sembrando semillitas en la busqueda de Otto que ahora mas tranquilos veran florecer, personas... vivencias, cuando se pasan por estas situaciones limites la vuelta es diferente y la vida se ve de otra manera...que suerte que ahora asomaran las flores! FELICES FIESTAS !!! SE MERECEN LO MEJOR POR TANTO AMOR A OTTO. CARIテ前S DESDE SUIPACHA. Impresionante la historia: aflorando en los lectores, la sensaciテウn de ser parte de la misma !!!! Otto te amamos aテコn sin conocerte ; sos miembro de una FAMILIA EXTRAORDINARIA !!!!! Tengo a mi amiga Clara que vive en Roma fascinada leyendo lo que escriben. Participe en forma anonima en esta aventura de Otto, quiero decirles que me senti y me siento emocionado y orgulloso de ustedes, desde el primer momento y aun hasta hoy no puedo dejar de sentir una rara sensacion de angustia y alegria. Aunque ya todos sabemos el final feliz de esta historia, es atrapante y angustiante leer cada parrafo y ver con que
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OTTO
pasion, amor y desesperacion buscaron a Otto hasta casi en riesgo de su propia vida, eso es impagable ustedes son maravillosos chicos, son diria como angeles. Otto no podria tener mejores padres. Otto se recupera rĂĄpidamente porque quiere salir de vuaje en familia. Yo cambiaria el nombre Libros de Viaje por Otto travels Reencontradooo!! gracias todos por compartir!!!! Otto ya esta camino a casa con su familia. Gracias por permitirme mimarlo un rato. Buen viaje Otto!!! espero que cuando veas florcitas de lavanda te acuerdes un poquito de mi OTTO OTTO es tu nombre, ya se me quedo gravado, no lo puedo olbidar. sabiendo , que al cruzar, de paceo por aca,te perdieron tĂşs papas, descuidado y sin querer, que al enterarce de tu ausecia, decidieron volber, por los caminos pasados en la cual muy tristes quedaron, buscando tu rumbo a alta velocidad, en la que no te pudieron encontrar. || la esperanza se entresmesclava, pero una bandera instalada en rut5 inbitava entre a quesos, fermier, los espera una mujer, vella de alma y corazĂłn, que con mucha razon y conociendo su ciudad , le podria regalar la palabra
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esperanza, Marta Vasaro, con templanza levanto la primer bandera, diciendole comunicare a la ciudad entera ||| para poderlo encontra , a la radio de mi amigo yamare comunicando muy temprano, power 102,7 empeso mientra la red social le gano de mano en la cual la ciudad entera por la red compartia, la tristeza de tu caida de la ranyer en esta tirra donde quedastes perdido, y quisa muy dolido y enojado con tus dueĂąos. sin saber el gran empeĂąo que los mismos ponian , para encontrarte y pedirte perdon |y hoy lo digo con razon, sos famoso en este pueblo, un ruralista, te freno tĂş caminata equivocada, tus patas gastadas, deja marcada la hitoria, OTTO suipacha te homenajea, para pedirte solo un favor vulves cuando , quieras pero de otra maneras distinta benite de paseo que, el pueblo entero te epera te lo digo a mi manera, no te olbide de nosotro que te vamos a esperar para desirte frente a frente siempre te tenemos presente, sos parte de la amistad
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ยกGracias a todos!
INDICE Prólogo Valeria..............................11 Comienza la historia ..............................13 A la ruta ..............................21 El caos del comienzo ..............................37 Aparece la ayuda ..............................57 Segundo día de búsqueda ..............................79 La primera pista ..............................97 De vuelta al camino ..............................115 Cerca pero muy lejos ..............................135 El círculo se va cerrando ..............................149 Necesitamos respuestas ..............................165 La grandeza de un pueblo ..............................179 Testimonios de la gente ..............................187
ยกNunca te rindas!
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