Regularidad.

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E Z E Q U I E L

L O P E Z

Regularidad LA PASION DE UNA CARRERA DE REGULARIDAD VIVIDA DESDE ADENTRO.

2掳 edici贸n

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Regularidad

Todos los derechos reservados

LA PASION DE UNA CARRERA DE REGULARIDAD VIVIDA DESDE ADENTRO.

2° Edición ampliada Diseño: Libros de viaje Fuente: Club de Autos Antiguos de Mar del Plata www.caamdp.org.ar ISBN: 978-987-3759-00-0 Editado en julio de 2014 Impreso en Argentina Hecho el deposito que marca la ley 11.723 Contactos ezequiel@librosdeviaje.com.ar www.librosdeviaje.com.ar www.facebook.com/librosdeviaje


Todo lo que paso es real...


Dedicado a: Gustavo Miguens destacado conductor, Valeria por ser parte de un sue帽o, Tomas el heredero, Carlitos por preparanos el auto, Club Fiat 800 por el aguante, Club de Automoviles Antiguos de Mar del Plata por la confianza depositada en esta tripulaci贸n, y a nuestro mecanico Roberto por la pasi贸n.

Ezequiel Lopez



Características Cilindrada: 797cm3

Cilindros: 4 en línea

Compresión: 8,6 a 1 Potencia: 40 hp a 5200 rpm Carburador: Weber 30 ICF2 o Holley 30 ICF2 (licencia Weber) Suspensión: independiente en las 4 ruedas con brazos oscilantes Caja de cambios: 4 velocidades y marcha atrás Frenos: hidráulicos a tambor con zapatas autocentrantes Rodado: 13” medida 145x330 Llantas: 4” Peso: 695 kg. Velocidad máxima: 140 km/h.



REGULARIDAD

Prólogo

Una carrera de regularidad es la idea romántica de luchar por algo inmaterial. Se corren para competir contra el tiempo pero sin intentar ganarle, en todo caso para igualarlo a la centésima de segundo. Están concebidas para disfrutar de autos de más de treinta años de antigüedad, plagados de inconvenientes mecánicos, difíciles de manejar, imprecisos en sus relojes, austeros en comodidades, de andar lento y que requieren de un cuidado supremo; pero que ronronean el sonido de sus poderosos motores debajo del capot, pasean su elegancia en detalles sofisticados, exhiben líneas puras de diseño, despliegan su personalidad y todo su carácter, manifiestan la mano exquisita de su diseñador y difunden los aromas maduros de los materiales nobles de sus interiores. Cada prueba implica un desafío personal, un trabajo en equipo, una precisa estrategia, cálculos matemáticos y mentales. Se lucha contra uno mismo, contra los elementos mecánicos, el clima, la resistencia, la obsesión de superarse; contra el paso del tiempo en todo sentido.

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Todo esto se hace porque sí, para jugar, como cuando éramos niños y no había un motivo específico para cada una de nuestras acciones; simplemente porque es divertido. Las carreras de regularidad carecen de un rédito económico, no se entregan grandes trofeos, difícilmente aparezca la foto del ganador en los diarios, los festejos se diluyen al cabo de la entrega de premios y se publican sólo unas pocas estadísticas de los ganadores de cada edición en los clubes de autos antiguos. En la ruta se corre sólo, sin tribunas ni espectadores, pero con el sonido de las bocinas de los autos particulares. Salvo unos pocos curiosos que se acercan al parque cerrado y ocasionalmente los familiares o amigos, la compañía se concentra en las tripulaciones y autoridades de la carrera. Pero a cambio, cada vez que saques el auto y viajes hasta el centro del pueblo en donde hace base el rally, una multitud se acercará a mirarlo. En este mundo tan sofisticado, donde lo material parece querer destacarse frente a las cosas importantes, hacer algo por el simple hecho de alimentar la pasión, sin más pretensiones que la de sonreír a carcajadas y superarse a uno mismo gracias a la participación de los demás, es lo que le da el verdadero valor a la vida.

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Evoluci贸n del logo Fiat a lo largo del tiempo.



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El Fiat 800spider

-¿Qué tenés que hacer esta noche? -Nada, ¿por? -¿Me acompañás a ver un 800 Spider? -¡Sí! ¿A dónde? -¡A la vuelta de casa!…

El Fiat 800 Spider fue diseñado por Alfredo Vignale, un famoso diseñador italiano de los años 60 que, sobre un chasis de Fiat 600, incorpora una nueva carrocería con aire deportivo. Comenzó a fabricarse en el año 1963 en Italia con tres versiones de calle; una coupé 2+2, una berlina “4 posti” y una modelo spider. En Argentina, la empresa se radicó en 1919, dedicada en un principio a la fabricación de tractores para el agro y grandes motores diesel para ferrocarriles. A partir del año 1959, incorpora las líneas de montaje para la producción en serie de autos medianos y chicos para abastecer al mercado local. El modelo 600 más conocido como “fitito” por su tamaño reducido y su baja cilindrada, se popularizó rápidamente

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y fue un éxito en ventas. Esto entusiasmó a la Fiat para una apuesta más ambiciosa y al cabo de seis años, comienza la producción del 770 que en poco tiempo, se convertiría en el 800 con el aumento de la potencia de su planta motriz y cambios estéticos en el interior y exterior del vehículo, que le daban un aire de mayor categoría. Se incorporaron las luces de cortesía en los marcos de las puertas, grandes círculos rojos que se encienden en forma automática con su apertura y destellan con la oscuridad de la noche. El asiento posterior se hizo rebatible y se introdujo un nuevo tablero de madera netamente deportivo, con cuatro relojes de aguja que lo acercan al diseño de los grandes autos de la época. Este es uno de los detalles que lo convierten en un clásico. En el centro y muy bien ubicados a la vista del conductor, están el velocímetro del lado derecho con 140 km/h de velocidad máxima y su odómetro mecánico por kilómetro, junto al RPM del lado izquierdo, un reloj poco habitual para la época pero de gran utilidad para el manejo deportivo, la estética del auto y fundamental en su posterior uso en carreras de regularidad. En el extremo derecho se ubica el reloj testigo de la carga de nafta, con una aguja blanca muy precisa que recorre en forma horizontal la cantidad

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de combustible remanente en el tanque. En el límite opuesto, el reloj que indica la temperatura del auto completa el tablero con una lectura similar y sencilla. Cada uno de estos instrumentos está rodeado por un aro cromado que sobresale de la madera. La gráfica es clara y visible, impresa en color blanco neutro sobre un fondo negro mate bien oscuro, que permite leerlos incluso a plena luz del día con la capota baja de la versión spider. La parte superior del tablero de cuero negro, desarrolla una suave elipse hacia el volante que oscurece la incidencia de la luz sobre los vidrios del instrumental y se pierde en perspectiva hacia el ángulo de la puerta derecha. Los cromados se lucen también en las manijas de apertura, levanta vidrios, el cenicero, virolas de las luces testigos y teclas que completan el tablero, de a tres unidades a cada lado del panel. El volante es otro elemento de distinción del auto. Su diseño estético y la elegancia de los materiales de la época, le dan al conductor, argumentos para sentir el placer de manejar un clásico. Un aro fino de aluminio desarrolla una importante circunferencia en torno a la columna de dirección. El anillo forrado en baquelita negra brillante, es extremadamente liso en todo su recorrido y un dentado suave en la parte posterior permite un cómodo agarre de los dedos.

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Según el año de fabricación del auto, dos o tres rayos planos en forma de “V” lo unen en el centro a una gran bola cromada que ostenta un imponente logo de la marca en color dorado. El volante no sólo permite sentir en las manos la sensibilidad del auto que se transmite a través de estos elementos, sino que es una tentación observar de vez en cuando la marca del vehículo que se está conduciendo. En el exterior se destacan detalle estéticos que le aportan gran personalidad y carácter al auto. La insignia de Vignale acentúa el aspecto deportivo en los laterales detrás de las puertas y bien cerca del piso. Está compuesta por dos piezas cromadas y laqueadas; el escudo con la inicial del diseñador que remata en una corona con alas, y una bandera en donde se destaca el cuadriculado en blanco y negro de las carreras. El motor en la parte trasera del vehículo, al igual que en el 600, benefició al diseñador que se tomó el atrevimiento de dibujar una cara graciosa en la trompa plana del auto. Enmarcada entre los faros que sobresalen del capot, colocó la marca en volumen rojo custodiada por dos bigotes cromados a cada lado, sumado a un paragolpes que sobresale hacia adelante y libera la barra de seguridad hacia el centro para formar una pícara sonrisa. También fue gene-

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roso con los que quedaban atrás. Recordemos que estamos en la década del 60, en donde una velocidad máxima de 140 km/h se destacaba para un auto accesible a la mayoría de los compradores. En este caso, colocó una insignia laureada de Fiat con fondo rojo, recordando aquellos viejos diseños de los años 20 junto al modelo del auto, 800 coupé / 800 spider, y se aseguró un tamaño visible incluso a varios metros de distancia una vez superado un auto en velocidad. En el aspecto mecánico, los cambios estuvieron orientados a mejorar el rendimiento deportivo. Un motor de mayor potencia, el cambio de las relaciones de caja, un carburador de mayor diámetro, el múltiple de escape con dos salidas y los neumáticos de 13 pulgadas con bandas blancas, sin dudas eran adicionales muy valorados por los propietarios de un Fiat 800.

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La Visita

Con la caída del sol, llegó el momento de ir a ver el tan ansiado Fiat 800 spider, un auto del que se fabricaron solamente 1201 unidades y el único convertible producido en serie en Argentina. Este en particular era modelo 1967, de modo que la cifra descendía a tan sólo 425 automóviles salidos de la planta ese año, el más prolífico por cierto y una cantidad irrisoria, sólo comparable a la producción anual que tienen los grandes deportivos. La visita no era un hecho aislado, acumulaba la ansiedad y el deseo de toda una vida detrás de ese auto. Gustavo sabía muy bien lo que era un clásico, amparado en muchos años de restauración de un Peugeot 403 regalado por su padre, que descansa inmaculado en un garaje de Mar del Plata. Conoce también aquello de encontrarse con otro 403 destartalado y desguazarlo para guardar el despiece como repuestos debajo de su cama. Pero el Fiat 800 spider era algo especial para mi amigo. Era el auto que siempre le gustó y había lo-

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grado escabullirse por distintos motivos. La noche anterior, una noticia inapropiada llegó a sus oídos mientras cenábamos y se sumaba a una serie de infortunios que lo tenían a mal traer ese año. Cuando volvió a su casa le costó dormirse y optó por hacer algo que tenía olvidado desde hacía algún tiempo. Encendió su computadora y tipió “Fiat 800 spider”. Acostumbraba buscarlos, aunque no era fácil encontrar uno a la venta y cuando descubría alguno no paraba de hablar del auto que se iba a comprar. Esta vez el primero que apareció y el único, estaba a la vuelta de su casa. ¿Una señal? La tentación fue enorme. Agendó el teléfono, llamo a primera hora de la mañana y acordó reunirse con el propietario por la tarde para ver el auto. A media mañana recibí el llamado. Era la primera vez que lo escuchaba decir seriamente que lo compraría. Quedamos en encontrarnos en su casa y no hubo más palabras hasta la noche. Mientras caminábamos los eternos 100 metros que nos separaban del auto, Gustavo me brindó más información. Era un spider de color rojo, el más tradicional de esta serie y el más buscado por Gustavo, además de ser mi color favorito. Estaba restaurado a nuevo de modo que no había que hacerle ningún trabajo adicional y listo para salir a manejarlo. El pre-

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cio era excelente, por debajo de los valores que se manejan para autos similares. Se guardó para el final un pequeño detalle; el dueño era un hombre muy simpático pero además el presidente del Club Fiat 800 de Argentina. Llegamos a un portón negro casi de noche. Caía una fina garúa que mojaba si uno se descuidaba de protegerse bajo algún techo. Un farol de la calle iluminaba el lugar de nuestro encuentro como si fuéramos a salir a escena. Las condiciones no eran las mejores para ver un auto. Poca luz, un día lluvioso, próximos a la hora de cenar en donde todos estaríamos con hambre y dentro de un garaje que, con una luz artificial no muy potente, dificultaría un examen exhaustivo de la máquina. De todas formas tocamos el timbre del portero eléctrico. Alguien atendió y nos presentamos. -Un momento por favor, ya bajo- se escuchó. No sé si demoró bastante pero nuestra ansiedad detenía las agujas del reloj. Nos quedamos al reparo de un alero que balconeaba desde un edificio. Tuvimos tiempo de echar un vistazo a nuestro alrededor. Estábamos frente a una construcción de departamentos baja, de color blanco, que no superaba los tres pisos. El portón era grande y anticipaba un estacionamiento nutrido, pero no encontramos nin-

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guna rendija por donde espiar y tratar de calmar en parte nuestra ansiedad. De pronto sentimos el ruido de la puerta pequeña que permite el acceso a la gente sin tener que manipular el portón de entrada de los autos. Salió una persona que nos saludó amablemente y siguió su camino. Evidentemente no era Carlitos, como lo llamó Gustavo desde un principio y con quién sólo tuvo contacto vía telefónica. De modo que no conocíamos a quién sería el anfitrión para mostrarnos el auto. Quedamos a solas nuevamente. Las gotas que desprendían las ramas de los árboles impactaban rítmicamente contra las chapas de un techo con una monotonía desesperante. Todo estaba en silencio. La oscuridad de la tarde que se desvanecía al ritmo de la fina garúa. A lo lejos vimos acercarse las luces de un auto que circulaba en nuestra dirección. Cuando alcanzó nuestra posición se detuvo junto a nosotros con intenciones de estacionar en el garaje que nos daba refugio. No quedaba otra opción que hacernos a un lado y tratar de mojarnos lo menos posible. Sin piedad, el viento sacudió en ese preciso instante el árbol de la vereda y una descarga de gotitas se desplomó encima de nosotros. Algunas dieron en el blanco mientras que las otras fueron a estrellarse contra el suelo. Volvemos a sentir ruidos en la entrada que aca-

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paran nuestra atención. La ansiedad va en aumento mientras un manojo de llaves se las rebusca con la cerradura para intentar librar a la puerta de su encierro. La primera opción no funciona y rebusca otra vez. Se escucha claramente el tintinar metálico con cada uno de los intentos hasta que finalmente una de ellas parece ser la correcta. Nos acercamos instintivamente a la puerta mientras se escucha el hermoso sonido de la cerradura que va cediendo sus pestillos con cada vuelta de llave. Finalmente la barrera se abre y un señor de mediana estatura nos saluda con una sonrisa. -¿Gustavo?- pregunta. -¡Sí!- respondemos al unísono. Gustavo estrecha su mano y me presenta. -Ezequiel, un amigo que también es fanático de los 800 spider. Y eso fue lo último que dijimos. Carlitos no sólo es el dueño del auto y el presidente del club sino que habla hasta por los codos. Es muy gracioso y le encanta conversar. El día anterior lo entretuvo a Gustavo un buen rato en el teléfono, como si fueran amigos de toda la vida y tuvieran infinidad de cosas por contarse. Entramos y Carlitos cierra la puerta con un fuerte golpe. Frente a nosotros se

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abre un gran espacio abierto rodeado por los departamentos que balconean hacia el interior. No superan los tres pisos, de modo que en los días soleados es posible ver claramente el cielo y sentir el calor del sol. En el centro hay un gran jardín, con plantas de diferentes alturas, un césped muy bien cuidado y algunos asientos para disfrutar del aire fresco. La construcción que rodea este espacio, atenúa el sonido de la calle y sólo escuchamos el lento paso de nuestras zapatillas pisando algunos charcos. El lugar nos atrapa y nos llena de curiosidad. Hay tanto para ver entre la penumbra que por un momento olvidamos que veníamos a ver un Fiat 800 spider. Atravesamos un gran estacionamiento en donde se guardan cómodamente todos los autos de los departamentos, con una capacidad de más de veinte unidades. Muchos espacios están al aire libre y sólo algunos privilegiados tienen cocheras techadas. Miramos impacientes a un lado y a otro para tratar de ver prematuramente el auto que venimos a buscar, pero todo lo que se interpone ante nosotros son autos modernos que nada tienen que ver con un clásico. Con un destello de luz alcanzamos a ver una carrocería roja, pero a medida que nos acercamos, nos damos cuenta de que es otro auto. Carlitos sigue ensimismado en su conversación, contándonos algo

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que escuchamos aunque le prestamos poca atención sumergidos en nuestros pensamientos e imaginado cómo será el auto de nuestros sueños. Cada uno imagina un color rojo, el brillo de la pintura, cada uno de los detalles, la textura del cuero de la capota o un destello del cromado de los paragolpes. Ya casi llegamos al fondo del estacionamiento cuando esquivamos una columna y delante nuestro vemos la forma de un auto debajo de una funda de color gris. Carlitos se detiene por un instante a contemplarlo. Enciende una luz tenue, se acerca y comienza a desatar los nudos de las sogas de cada extremo. Sólo se ven las cubiertas oscuras apoyadas en el suelo. Se siente correr la adrenalina por todo el cuerpo. La ansiedad nos devora. Vamos hacia la parte delantera del auto y entre los tres tomamos la funda y lo descubrimos. Frente a nosotros aparece un estupendo Fiat 800 spider color rojo, con su capota negra inmaculada y los cromados que brillan contra la limitada luz que despide el foquito moribundo. No nos animamos a tocarlo. Nuestra sonrisa nos delata. Damos un par de vueltas a su alrededor antes de poder expresar algo. Carlitos con una sonrisa en su rostro, abre la puerta, se sienta en el asiento del conductor, coloca la llave en el tambor y enciende el motor que ense-

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guida suena con el característico rumor que desarrollan los autos más pequeños de la marca. Poco a poco va quitando el cebador para dejarlo funcionando parejito a mil revoluciones. Luego enciende las luces delanteras que rebotan en la pared ganando luminosidad en el ambiente. El auto suena de maravillas. Lo miramos por todos lados, más que nada para calmar nuestra curiosidad, porque su estado de restauración y conservación es indiscutible. De repente llega un momento muy esperado, su invitación a subir al auto, a acelerarlo, a vivirlo por dentro. Para sentarse es necesario agacharse hasta llegar a pocos centímetros del suelo. El habitáculo es pequeño pero bastante cómodo. Nos lleva unos segundos adaptarnos a los asientos de cuero negro y mirar a nuestro alrededor para saber por dónde empezar. El tablero, la capota y su sistema de anclaje, la textura de las partes de cuero, todo llama nuestra atención. Tocamos todas las perillas como niños, nos aferramos al volante, apoyamos la mano en la palanca de cambios e imaginamos que ya estamos de viaje. Bajamos y abrimos el baúl, que en este caso es el capot. La novedad hace que pasemos por alto el poco espacio que hay para guardar cosas, algo que sufriremos más adelante cuando haya que acomodarse para el viaje.

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Al cabo de más de una hora de conversación, apagamos el motor, cerramos las puertas y volvemos a taparlo con mucho cuidado. Nos quedamos otra vez bajo la insignificante luz de ese foquito y Gustavo pregunta de repente: -¿Me lo aguantás hasta mañana? -Sí claro, no hay problema- responde Carlitos. Se dan la mano y el trato queda cerrado. Nos despedimos, salimos del lugar y nos encontramos otra vez bajo la lluvia, pero ahora no nos importa mojarnos. Caminamos lentamente disfrutando de las gotas que caen del cielo. El único tema de conversación extrañamente no es el auto sino cómo diablos hará Gustavo para pagarlo. Tuvo un año en donde el arreglo de su casa y desperfectos de su propio auto lo dejaron financieramente bajo de recursos. Lo primero que me pregunta es que me parece y mi respuesta también deja al auto en un segundo plano. -Gustavo, las cosas hay que hacerlas. Si dejás escapar las oportunidades, es posible que no se vuelvan a presentar- le contesto. Y seguimos caminando bajo la lluvia sumidos en nuestros pensamientos esa cuadra eterna que nos separa de su casa.

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Es nuestro

Mi casa no tiene timbre. Una campana anuncia con mucho barullo la presencia de quienes se presentan a su puerta. Esta vez sonaba atolondrada, como queriéndose escabullir de alguien que la estaba zarandeando compulsivamente. Al abrir la puerta mi perro Golden Retriever se abalanza endemoniado para ver lo que sucede y sólo se relaja cuando confirma la presencia de Gustavo. Me acerco y lo veo, inmaculado, ahí en la entrada. Un escalofrío me corre por la espalda. -¡¿Te lo compraste?!- atino a decir. -Claro, no ves que está parado en la puerta- responde. Habían pasado tres semanas desde aquel encuentro con Carlitos y Gustavo había encontrado la manera de cumplir su sueño. Yo estaba paralizado. Miraba el auto sin salir de mi asombro. La alegría era inmensa. Su cara delataba la felicidad de años de ansiedad por manejar un 800 spider. Hicimos sonar otra

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vez la campana para que salieran Valeria y Tomás, mi mujer y mi hijo a encontrase con la novedad. -¡¿Te lo compraste?!- dice Valeria. -Claro, no ves que está parado en la puerta- responde Gustavo. De un salto nos trepamos todos al auto. La capota replegada, el fresco de la tarde que se desvanece en el cielo y el sonido del motor que se amplifica en cada cambio de marcha, dan cuenta de que esto es una realidad. Dentro del habitáculo la curiosidad se adueña de todos los detalles. Cada palanquita, cada lucecita, cada manija, todo es puesto a consideración de los ocupantes que probamos cuanto elemento esté al alcance. La falta de techo nos da una visión de 360 grados y provoca una sensación de libertad única. La visión cenital con el coche en movimiento genera un efecto de alucinación en la medida en que los árboles van quedando atrás. Una camioneta que se despega ampliamente del piso nos recuerda la humildad de nuestro auto que se acerca al suelo. Como en todo deportivo, uno va sentado bien pegado al asfalto y se puede oír los neumáticos rodando o asomarse a ver pasar los detalles de la calle. La textura del cuero de los asientos se siente suave y resistente para soportar los años de uso que delatan sus arrugas. Un minucioso sondeo por el

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interior del auto descarta cualquier imperfección. El antiguo motor ´67 suena afinado y murmura ese sonido particular de los Fiat 800. Las luces iluminan el camino hacia “Lo De Nacho”, un barcito en el que jugamos de local, para festejar algo más que un sueño. La vereda es ancha y la calle angosta de modo que cuando uno llega temprano, tiene la posibilidad de estacionar el auto sobre un gran sector de pasto. La premura de nuestro arribo certifica un lugar privilegiado junto a las mesas. Dejamos el auto por un momento y elegimos un buen lugar para cenar. Como su nombre lo indica, la especialidad de la casa son los nachos con queso que no tardan en llegar con unas cervezas bien heladas y gaseosa para Tomás, el más pequeño del grupo. El golpe de las copas sella el gran momento. La gente comienza a llegar y a mirar. El spider, por modesto que sea, atrae y distrae el hambre de aquellos que se acercan. De incógnito escuchamos las voces que intercambian preguntas, comentarios, admiraciones, descubrimientos. Llaman la atención las insignias, el volante, su estado original y su reducido tamaño. Están los entendidos, los nostálgicos, aquellos que engrosan esa lista de los 1201 propietarios y algún distraído que intenta reconocer la marca del auto. En este contexto madura mi viejo anhelo de

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correr una carrera de regularidad. Tenemos el auto, nos desbordan las ganas, formamos un buen equipo y parece ser una buena oportunidad para lanzarnos a la aventura. La inscripción para el 31° Rally de Mar del Plata cierra el próximo jueves y sin dudarlo le propongo a Gustavo ir a correrlo. -Imposible, acabo de comprarlo y no tengo un mango- me responde. -Despreocupate yo te presto el dinero. -Pero no conocemos el auto. -Salgamos a andarlo en la semana. -¿Cuándo? ¡No hay tiempo! -El fin de semana. -¡Pero si la carrera es la semana próxima! -Lo probaremos de noche entonces. -¡Pero no tenemos ni idea de cómo se corre regularidad! -Lo averiguamos. -Ni siquiera tenemos un cronómetro… Sus argumentos eran válidos pero de todas formas no me dejaron satisfecho. Por alguna razón intuía que este rally había que correrlo. Era el sueño de toda una vida. Había sostenido la ilusión de correr regularidad desde que era muy chico y ahora tenía el amigo, el auto, la carrera y los recursos para hacerlo.

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Mar del Plata es la ciudad natal de Gustavo. Conoce a muchos amigos de su padre que son socios del Club de Automóviles Antiguos de Mar del Plata. Siempre nos dijimos que alguna vez correríamos esta carrera. Teníamos asegurado el alojamiento y de alguna forma éramos locales. Me pareció prudente no insistir más ese día. Era necesario dejar descansar la idea.

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La inscripción

La campana de mi casa vuelve a sonar con insistencia. Es viernes por la noche y el lanzamiento de un auto el día anterior me había dejado muy cansado. La organización estuvo en mis manos y había pasado por alto la fecha de inscripción al rally. Mi perro sale disparado nuevamente hasta la puerta para encontrarse con Gustavo. Ahora era mi amigo quien estaba endemoniado. Sin titubeos anuncia: -¡Vengo a comer! Ayer estuve con el Chaira Chiesa y Pipoto y me pusieron contra la pared. Nos aguantan hasta el lunes para inscribir el auto. ¡Se volvió loco!, pensé. De todas formas, poco importaba su estado frente a la inminente inscripción a nuestra primera carrera de regularidad. Sin perder un minuto nos sentamos a la mesa, servimos algo de tomar y escuchamos más detalles. Gustavo nos cuenta que el primero es un gran amigo de su padre y el segundo, además de compartir su amistad con la familia, es socio del Club de Au-

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tos Antiguos de Mar del Plata y uno de los organizadores de la carrera. Tanto uno como el otro son también fanáticos de los autos clásicos con varios modelos en su haber. Al enterarse de la compra del Fiat 800 spider, no dudaron un instante en presionar a Gustavo para que corriera el rally y una vez que supieron que ya contaba con navegante, insistieron hasta convencerlo. Esa noche, después de cenar y junto con el postre, nos metemos en una compu y completamos la inscripción a la carrera. Nos queda la incertidumbre de esperar hasta el lunes para confirmar nuestra participación, pero las cartas ya están echadas. Acordamos el primer ensayo para la mañana siguiente y nos vamos a dormir tratando de bajar la emoción de estar a un paso de una gran competencia. El sábado amanece con sol y mucho calor. Estamos en el mes de diciembre y faltan tan sólo 7 días para el evento. El lunes sabremos si estamos dentro, el miércoles es día feriado y el viernes debemos salir por la mañana a desandar los 400 kilómetros que nos separan de Mar del Plata con un auto que seguramente no supere los 80 o 90 kilómetros por hora. Esto indica que tenemos muy poco tiempo para los preparativos y ponemos rápidamente manos a la obra. Necesitamos probar el auto para conocer

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todos sus detalles, sus mañas, su forma de andar, cómo se comporta en ruta, cuál es su aceleración, cómo frena, encontrar nuestra comodidad dentro del habitáculo y sobretodo, corregir medir todos los relojes para poder hacer los cálculos relacionados con la toma de tiempos durante la competencia. Buscamos un cuaderno, lápiz, goma, chequeamos los cronómetros de los celulares, que por el momento es lo único que se parece a una ampolleta, y trepamos al auto con toda la emoción y muchas ganas de probarlo y conocerlo a la perfección. Tomamos una calle asfaltada que nos lleva hacia una carretera y fijamos el rumbo. Por el camino, vemos como la gente gira para mirar el auto, algo que estábamos acostumbrados a hacer desde la calle cuando pasaba un clásico, pero ahora somos nosotros quienes viajamos en esta fabulosa aventura. Otro Fiat más con menos años de edad toca bocina y se arrima a saludarnos, y los elogios se repiten a medida que avanzamos. Mientras tanto nosotros disfrutamos del auto. La capota desplegada permite que ingrese el aire fresco a la sombra de los árboles y también nos expone a los rayos del sol que calientan sin piedad nuestras cabezas. Se imponen un par de gorros pero dejamos los lentes oscuros a un lado para poder tener una mejor visión del tablero y los interiores del vehí-

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culo. Cada detalle de los relojes pone de manifiesto la calidad del diseño de los años 60, cuando se trabajaba meticulosamente sobre cada elemento para darle identidad y autonomía dentro del conjunto. Las líneas de la carrocería se prolongan en el interior del habitáculo para dar cuenta de la sencillez con que el lápiz de los ingenieros sobre el tablero de dibujo, se manifestaba para darle una silueta estilizada y personalidad a la máquina que estaban creando. Cuando nos detenemos en un semáforo, no puedo evitar la tentación de arrimarme al cuero de los asientos para sentir ese aroma de los materiales nobles que mejoran con los años como una bebida espirituosa. La luz se pone en verde y la aceleración del auto hace sentir el ronroneo del motor, sonido que repercute también en la carrocería y la velocidad del aire que aumenta conforme vamos ganando velocidad. Cómo aún no conocemos la velocidad final del auto, la prueba pautada será pisar el acelerador en una carretera para conseguir los primeros datos del comportamiento de nuestro 800 spider y de paso sentir el manejo a alta velocidad. Bajamos el puente que nos conecta con la cinta asfáltica y un auto nos supera a toda velocidad. El viento comienza a colarse dentro del habitáculo y se arremolina por encima de nosotros. La aguja del velocímetro trepa hasta los

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80 km/h y allí se mantiene mirando de reojo la marca de los 100. El motor hace rugir los 40 hp de sus 797 cm3 en toda la carrocería. Se escuchan las revoluciones al máximo con su característico sonido sordo que escapa desde la cola. Es tiempo de repasar los relojes; temperatura en orden, la presión de aceite al máximo, el nivel de nafta un poco bajo aunque alcanzará hasta el próximo repostaje. Cuando chequeamos las revoluciones, vemos que la aguja descansa sobre el pestillo en cero. Es nuestra primera baja. Tomamos nota de estos datos y hacemos algunas cuentas. Si viajamos a un promedio de 70 km/h para no exigir el motor, tardaremos al menos seis horas en desandar los 400 kilómetros que nos separan de Mar del Plata, sin contar el tiempo que nos tome salir de Buenos Aires y entrar en la ciudad balnearia. También advertimos las exiguas dimensiones del habitáculo con las que tendremos que lidiar para lograr acomodarnos durante el viaje. El siguiente puente da por finalizada la prueba y volvemos a casa para organizar la jornada de entrenamiento. Vivimos en la zona norte del Gran Buenos Aires, más precisamente en el bajo de San Isidro, lo que nos da la posibilidad de encontrarnos con algunos autos clásicos que en las calles menos transitadas, salen a probar los cronómetros. Intentaremos

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replicar estos ensayos con nuestros escasos conocimientos, un manual de regularidad de cien páginas que comenzamos a estudiar hace menos de 24 horas, el cronómetro de un teléfono celular, una cinta métrica y aerosol para hacer algunas marcas de distancia en la calzada. Conocemos una calle que desarrolla más de 300 metros lineales junto al río y hacia allá nos dirigimos. El calor calienta el asfalto y cuando levantamos la vista, vemos como el aire caliente distorsiona la imagen que se ve al final del camino. Estacionamos a la sombra de un gran sauce y estudiamos el terreno. Elegimos una distancia de 100 metros para facilitar los cálculos de este primer ensayo marcando postas a los 25, 50 y 75 metros que servirán de referencia mientras circulamos. El trabajo es tedioso. La cinta métrica que tenemos sólo se extiende 3 metros a partir de un poste de luz que tomamos como kilómetro cero. Hacemos una marca con aerosol en el suelo y la replicamos del lado del conductor. Avanzamos los primeros 25 metros y repetimos el proceso hasta llegar a la centena. Colocamos algunas piedras al costado del camino para tener una mejor lectura de cada una de las marcaciones y al levantar la vista tenemos un panorama completo del escenario. Estamos listos para nuestro primer entrenamiento de regularidad.

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Trepamos al auto y comenzamos los preparativos. Gustavo se sienta en la conducción y yo manejaré los relojes, puestos que mantendremos durante toda la carrera. La prueba más sencilla de regularidad es cumplir con una distancia establecida, en el tiempo fijado en la hoja de ruta, con una exactitud a la centésima de segundo. Recordamos que uno de los ejemplos de nuestro manual especifica un tiempo de 12”00/100 para los 100 metros y decidimos probar suerte con esta referencia. Encendemos el motor. Un golpe de acelerador alcanza para subir las revoluciones y también las pulsaciones. Nos arrimamos frente de las marcas de nuestro kilómetro 0 y nos detenemos en el cajón de largada. Hacemos un último chequeo general, revisamos los relojes, ponemos en régimen de vueltas el motor, preparamos el cronómetro y comienzo el conteo. -3, 2, 1, TOP!- y el Fiat 800 spider sale lanzado hacia adelante en busca de su marca. Los siguientes 12 segundos son un verdadero caos. Dentro del habitáculo pasa de todo. Se desprende la bandeja del tablero que da por el piso con cuaderno, lápices, manuales, apuntes, el metro, el aerosol, una botella de agua, el paquete de galletitas abierto que se desparrama por todas partes, un manojo de llaves y alguna que otra cosa que guardába-

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mos celosamente. Hablamos los dos al mismo tiempo sin consensuar ninguna idea. Nos preguntamos cómo vamos, pedimos referencias, intercambiamos opiniones y superponemos las tareas. Tratamos de divisar las marcas en la calle y recoger lo que se cae. Los segundos corren alocados, 3, 4, 5… En algún momento vemos pasar una de las postas intermedias marcadas con piedras pero no distingo cuál es, todas son iguales y no tuvimos la precaución de colocar alguna marca o cartel que indicara la distancia recorrida. De modo que manejamos casi a ciegas. Busco complicidad en el odómetro pero su lectura es cada 1000 metros y no me sirve. De todas formas hubiera sido muy difícil posicionarnos con semejante vértigo. Vuelvo la vista al camino para tratar de identificar algo con qué orientarnos. Miro el crono que sigue su conteo; 7, 8, 9… y los números se pierden en la pantalla. Me asomo fuera del auto en un intento desesperado por encontrar la marca de los 100 metros y sigo el conteo en voz alta… 10, 11, 12… mientras devoramos unos cuantos metros más. -¿Viste la marca?- pregunta Gustavo. -No, ¿y vos?- pregunto mientras canto los últimos segundos, 13, 14, 15... y nos damos cuenta que la hemos dejado atrás en algún momento de nuestra loca carrera.

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El auto se detiene mucho más allá de los 100 metros estipulados y el corazón agitado da paso a una risa desenfrenada. Esto es más difícil de lo que pensábamos aunque ya resulta muy divertido. El primer intento deja en claro que así no vamos a ningún lado. Si queremos correr regularidad necesitamos organizarnos. Mientras llevamos el auto al punto de partida ponemos en orden nuestras ideas de cómo trabajar dentro del habitáculo. En principio, extendemos el tiempo a 20”00/100 para poder dividir los cuatro tramos intermedias en bloques de 5” y además para acelerar más despacio. Sí, parece raro pero necesitamos que la aceleración sea más suave, menos impulsiva, para poder controlar mejor la velocidad del auto y tener chances de corregir en función del tiempo que llevemos respecto a cada una de las marcas. También acordamos un lenguaje específico de carrera para establecer términos que nos permitan entendernos mientras estamos corriendo. La palabra “TOP”, dará la señal de inicio y fin del taqueo de los relojes y por supuesto el comienzo del tramo cronometrado y su finalización al cabo de los 100 metros. Los segundos serán cantados en voz alta de cinco en cinco: 5, 10, 15 y luego en la unidad 6, 7, 8… para facilitar el conteo hasta el taqueo final. Gustavo atenderá las marcas trazadas del lado del conduc-

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tor mientras que yo me concentrarme en los tiempos espiando de vez en cuando aquellas que están de mi lado. Por último y basados en la experiencia que acabamos de tener, evitaremos hablar durante el tramo para concentrarnos en las tareas que cada uno debe llevar a cabo. Ajustamos la bandeja portaobjetos, acomodamos el desorden que quedó dentro del habitáculo y nos arrimamos otra vez a la línea de largada o nuestro kilómetro cero. Hacemos un último chequeo a los relojes y estamos listos para iniciar un nuevo intento. El procedimiento es similar al anterior: el auto detenido frente al cajón de largada, el motor alto en revoluciones, una mirada que indica que está todo listo y comienza el conteo: 3, 2, 1, TOP!... y el spider sale disparado hacia adelante. Los primeros 4 segundos me dan tiempo de observar el camino y medir la primera marca de los 25 metros que se acerca muy a prisa. Vuelvo la vista al reloj y canto los primeros 5 segundos en voz alta como acordamos. Hasta aquí ni una palabra lo que nos permite sentir claramente el motor del auto y el aire que se arremolina sobre nuestras cabezas. Gustavo se asoma en busca de la siguiente marca y luego le echa una rápida mirada a los relojes para corroborar que todo está en orden. Seguimos las pautas impuestas al pie de la letra y

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alcanzamos los 10 segundos prematuramente antes de sobrepasar los 50 metros de carrera. -Venimos un poco atrasados- declara Gustavo. -Sí, pero hay tiempo de corregir- agrego. -Ok, sigamos a ver qué pasa. Los siguientes segundos ratifican que estamos en lo cierto y el conteo de los 15 segundos nos pone en alerta para corregir el error con tan sólo 25 metros finales de carrera. A partir de aquí iré cantando el tiempo en voz alta, concentrando la vista en el cronómetro y restándome posibilidades de mirar hacia adelante para poder colaborar con alguna indicación de último momento. Acomodo el celular tratando de evitar cualquier contacto con la pantalla que pudiera estropear el tiempo. Los nervios se manifiestan más voraces a medida que se acerca el final del tramo. ¿Cómo será en carrera entonces, me pregunto, si aquí sólo estamos practicando? El primer segundo pasa volando y el reloj cambia de 15 a 16 en un instante. De repente parece que todo se acelerara al igual que el auto que incrementa su velocidad en un intento por recuperarse en los últimos metros antes de cruzar la meta. Canto el número 17 e instintivamente elevo la vista para ver qué sucede mientras se anticipa el segundo 18. Ya sin mirar los relojes, sigo atento a la marca de los 100 metros que dará por

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finalizado el tramo. Mentalmente calculo el tiempo que demora cada segundo para seguir en voz alta el conteo 19, 20, 21, 22 hasta que alcanzamos la línea que atraviesa el asfalto y, asomando medio cuerpo por la ventanilla, taqueo cuando las ruedas delanteras pisan la pintura blanca. Registramos un tiempo de 22”37/100, muy lejos del que pautamos en la improvisada hoja de ruta, pero la prueba resultó ser mucho más ordenada que en el primer intento. Estacionamos a la sombra de nuestro sauce y nos tomamos un momento para analizar la situación. Repasamos el manual de regularidad para poner en claro cómo son los tramos cronometrados ya que intuimos que, como estaremos en carrera, los vehículos se encontrarán en movimiento. Esto quiere decir que debemos hacer un intento entrando a la zona cronometrada en velocidad y no con partida detenida como lo hicimos en las pruebas anteriores. Por suerte contamos con mucho espacio antes de la línea de largada y desde la sombra del sauce hay aproximadamente 15 metros para hacer circular el auto. El siguiente tema a analizar es la llegada a la meta. En el intento anterior alcanzamos el último parcial de 25 metros algo retrasados, contando con menos tiempo, quizás 1 o 2 segundos menos, para recorrer

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una distancia prevista para hacerse en 5 segundos. El Fiat 800 tiene un motor de baja cilindrada y poca potencia. Esto significa poca reacción en caso de tener que acelerar repentinamente, lo que ocurrió en el último instante de nuestra prueba cuando el crono devoraba los segundos sin piedad hasta alcanzar la marca de los 20. Si nos quedamos cortos frente a la meta de taqueo, nos enfrentamos a una situación de debilidad para resolver el problema. Conviene entonces llegar un poco pasados a cada una de las marcas y dosificar el freno en función del conteo parcial que llevemos en ese momento, tomando como referencia que en las carreras de regularidad, la marcha puede tender a cero mientras que no se detenga el vehículo. Con estos ajustes, nos preparamos para hacer el tercer intento. Esta vez, largaremos en movimiento sumando la dificultad de taquear justo cuando entramos a la zona cronometrada. La falta de una ampolleta o cronómetro profesional, que cuenta con botones diseñados para manejarse sosteniendo el reloj con una sola mano, complica el asunto. En el celular, el botón se presiona tocando la pantalla y la falta de sensibilidad hace que sea necesario corroborar que efectivamente está corriendo el tiempo. Para asegurarnos el correcto taqueo, hacemos un par de pa-

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sadas de prueba que van ablandando los dedos, al menos por ahora hasta que consigamos los elementos adecuados para este tipo de actividad. Una vez ajustados todos los detalles, estamos listos para intentarlo de nuevo. El motor levanta las revoluciones, el crono preparado en cero, la línea de largada a la vista y el Fiat 800 spider acelera hacia la largada. Asomado por la ventanilla, calculo la distancia para anticipar el taqueo: 3, 2, 1, TOP!... aviso a Gustavo y salimos en busca de los 20 segundos exactos. La entrada al tramo en movimiento permite trabajar mejor sobre el auto. La velocidad es constante y no hay necesidad de utilizar la palanca de cambios. Vamos un poco rápido pero esta es la manera en que decidimos hacer esta prueba. Esta vez las revoluciones van altas para contar con una buena reacción en caso de necesitar ir todavía más a prisa. Superamos la marca de los 25 metros a tiempo para cantar los primeros 5 segundos de carrera. Es imposible saber si estamos adelantados o atrasados pero pronto se nos vienen encima los 50 metros. Miro el reloj para estar atento a cantar en voz alta el top de los 10 segundos que llega poco después de superar la marca. Ahora sí está claro que venimos algo adelantados como teníamos previsto, dejando abierta la posibilidad de frenar con el último aliento antes de

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cruzar la meta. Aquí será muy importante la mano del piloto para saber dosificar el freno con la velocidad del auto, asomado en busca de la marca en el suelo a medida que el tiempo se vaya agotando. Con el top de los 15 segundos se mantiene la dispersión en metros y a partir de aquí todo es pericia conductiva. Llega en voz alta el 16, 17, 18 y siento que la velocidad se modera quitándole presión al acelerador. Cada uno viaja asomado por su lado con los ojos puestos en la línea de meta. Estamos casi encima cuando canto el 19 junto con una frenada un poco brusca. Mi dedo ya está listo para taquear sobre el botón virtual del celular. Menciono el segundo número 20, pisamos la línea blanca y presiono fuerte sobre el aparato para asegurar el conteo. TOP y el tiempo se detiene. Unos metros más adelante el auto también deja de moverse y ambos nos miramos intrigados. Creemos que esta vez lo hicimos correctamente. Nos sentimos mucho más cómodos con esta prueba y parece que encontramos rápidamente una buena forma de trabajo. Sin demorar más la espera, miro el cronómetro detenido para contabilizar una marca de 20”07/100. La expresión en mi cara lo dice todo y cuando le muestro el tiempo a Gustavo, los

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dos festejamos alborotadamente el prematuro éxito de nuestra empresa. ¡Estupenda marca con una dispersión que bien podría darse por la precisión en el taqueo! Entusiasmados y habiéndonos sacado la presión de encima por hacer “el tiempo”, nos dedicamos a ensayar otras opciones, distintas formas de manejo, posiciones dentro del habitáculo, probamos alternativas de navegación y vamos perfeccionando un sistema que nos permite conformar un lenguaje y establecer las tareas de piloto y navegante para afrontar una carrera de regularidad.

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Dimensiones del Fiat 800 spider Portaequipajes bajo el tablero de instrumentos. Dos ceniceros, uno en el tablero para los asientos delanteros y otro sobre el túnel para los asientos traseros. Encendedor. Espejo retrovisor externo. Peso en orden de marcha: 695 kg. Carga útil: 4 personas más 40 kg. de equipaje. Peso total cargado: 1015 kg. Velocidad máxima a plena carga: 120 km/h Pendiente máxima superable a plena carga: 31%



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La previa

El “Club Fiat 800 spider” reúne a un grupo de fanáticos de estas máquinas, especialmente aquellos que tienen la versión descapotable, varios propietarios de la versión cupé con techo, algunos fanáticos dueños de otros clásicos de la marca y amigos que comparten la pasión por este tipo de autos. Se reúnen periódicamente, como en todo club con la excusa de una buena comida, para mostrar sus autos, intercambiar piezas y repuestos o conversar sobre los clásicos, especialmente los de la marca. Por supuesto hay mayoría de 800 spider de todos los colores, estados de conservación y perlitas con distintas curiosidades que cada dueño le suele agregarle al auto. Pero también aparecen los graciosos “fititos”, hermano menor y los más abundantes después de los 800, los 1500 cupé y berlinas, algunos 1100 muy bien presentados y alguna que otra sorpresa. El domingo posterior a nuestro entrenamiento, estamos invitados a un asado en el Club. Gustavo se hace presente con su flamante 800 y comenta

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nuestra intensión de correr el Rally de Mar del Plata llamando la atención de todos los presentes. Enseguida se reúnen en torno al auto y comienzan a hacerle cientos de preguntas, le dan consejos sobre regularidad y aportan detalles que habría que tener en cuenta para asegurar un buen desempeño. Todos se acercan, opinan y comparten sus conocimientos e ideas. -A ver, abrí el capot para escuchar el motor- pide uno de ellos. -Dale marcha- dice otro. -Suena lindo, ¿eh?- comentan algunos. -¡Y claro, cómo no va a sonar lindo si es el auto que restauró Carlitos! -¿En serio? ¿Y se quedó a gamba? -No, anda con un fitito modificado que tiene un motor de no sé cuantos caballos. Mientras esperan a que se cocine el asado, los fanáticos revisan cada elemento mecánico, escuchan el motor, sienten su sonido regulando y ponen atención para captar cualquier anomalía que pudiera delatar alguna pieza funcionando fuera de régimen. De a uno van metiendo mano, siempre con permiso de su dueño y el aval del restaurador, celosos ambos de que le toquen el auto. Pero esta gente sabe lo que hace y durante todo el día van revisando cada

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centímetro de este 800 que los representará en una carrera histórica del calendario. Y el orgullo de todos aspira a ganarle a los imponentes clásicos europeos, a pilotos de primera línea con vasta experiencia en este tipo de competencias y a dejar bien alto el símbolo de una marca que empezó allá por el siglo XIX. Repasan los niveles de agua, aceite y filtros. Meten mano a las bujías, las sacan de a una, las soplan, observan que la luz sea correcta, las limpian hasta quedar brillantes como el cromado de los paragolpes. Aseguran cada uno de los cables y examinan las conexiones de las mangueras. Ajustan tornillos, abrazaderas, soportes, tapas, tuercas. Prueban la dirección una y otra vez y echan una minuciosa mirada a los neumáticos, incluso el de repuesto sin dejar de chequear que funcione el crique y todos los elementos para poder cambiar una rueda. También inspeccionan cada detalle estético de la carrocería. Repasan la pintura con una gamuza seca y limpia, soplan el polvo que se pudiera haber acumulado sobre el auto y a contraluz, con la cara pegada a la chapa y la vista concentrada en un punto fijo levemente adelante, van avanzando sobre las formas que le dan cuerpo al auto, eliminando cualquier imperfección que consideren ajena a un 800 spider.

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La exigencia impuesta por la pasión para que el auto esté impecable para la prueba da cuenta del cuidado que esta gente tiene por sus clásicos. Nuestro Fiat ya tiene más de cuarenta años y necesita de todo el cuidado que se le pueda brindar. Por la tarde un pequeño grupo se dedica a revisar un punto débil del auto, la caja de cambios. Varios expertos en “manchones”, palabra que dará mucho que hablar en los próximos días, exigen al máximo cada una de las marchas con el auto detenido y también en movimiento. Esta pieza ubicada debajo del chasis y relacionada con la caja de cambios, suele trabarse o romperse, dejando inutilizada alguna de las marchas. Hay muchas opiniones al respecto, varias coinciden en utilizar los manchones de competición. Pero nuestro auto tiene la pieza original la cual pasa a integrar la lista de tareas a realizar al día siguiente en el taller mecánico. El lunes visitamos bien temprano el taller de Roberto, un especialista en Fiat 800 y restaurador de varios autos del Club. La idea es trabajar en los arreglos que necesita el nuestro y hacer un repaso preventivo. Carlitos es uno de los más vehementes en meter mano junto a otros apasionados que no se preocupan por las horas que avanzan en los relojes

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ni el hambre paliado con el ir y venir de los mates. Todos están comprometidos en no dejar ningún detalle librado al azar. Cambian la tripa del velocímetro y logran poner en funcionamiento el reloj de las revoluciones, que a pesar de los esfuerzos funcionará en forma intermitente durante toda la carrera. También se meten en la fosa para revisar los manchones. Esta pieza es famosa por enemistarse con la caja de cambios. Consiste en un cilindro de metal con un segmento de goma en su interior situado al final del palier y previo a la masa trasera, que cumple la función de transmitirle a las ruedas de tracción, la marcha que se pretende en la palanca de cambios. Por algún motivo de diseño, este pequeño elemento tiende a moverse de su posición, lo que origina dificultades para operar las marchas e incluso trabas en su mecanismo. En nuestro caso no toman riesgos. Desarman todo el conjunto, limpian cada una de las partes, verifican el estado de cada pieza y prueban el mecanismo una y otra vez. Arman todo con un meticuloso orden digno de un taller que se toma en serio el trabajo sobre un clásico. Mandan a Gustavo a probar el funcionamiento desde el habitáculo. Le piden que ponga alternadamente 1°, 2°, 3°, 4° y marcha atrás varias veces y en distinto orden. Vuelven a meter las

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herramientas entre los fierros para hacer pequeños ajustes de una precisión tal que parece un trabajo de relojería. Recién cuando se sienten totalmente satisfechos encaran el siguiente arreglo, también debajo del auto metidos como topos dentro de la fosa. Es el turno del tren delantero; barreta en mano, vigilan que la dirección del vehículo se encuentre en perfectas condiciones. En esta instancia, el auto salta, lo sacuden, prueban la dirección y atienden cada detalle de anclajes, frenos y grasa para lubricar las zonas de fricciones. Aunque son las nueve de la noche, la pasión invita a seguir adelante. Nadie se mueve de su lugar de trabajo. Todos están haciendo lo que les gusta. Alguien pide pizzas y gaseosas para volver de inmediato a los destornilladores y las llaves combinadas. Gustavo no puede creer lo que le hacen al auto. A pesar de su estado inmaculado, todo es puesto a prueba y revisado al detalle. A esa misma hora llega un mail desde el Club de Autos Antiguos de Mar del Plata. Son buenas noticias, pero todavía debemos dar crédito a nuestras aspiraciones para correr nuestra primera carrera de regularidad. Nos plantean cierta incertidumbre acerca del auto, que debe estar 100% original, ya que todavía no pertenecemos a ningún club que nos avale, nunca corrimos regularidad, ningún piloto nos ha

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recomendado, salvo el pedido a la distancia de Pipoto para incluirnos en la lista de participantes y para colmo, nuestra inscripción llegó fuera de término. Desean más información. Debemos enviar fotos que acrediten el estado general y la originalidad del auto, hacer una descripción detallada y hacerles llegar la documentación propia de la carrera. Si todo está en regla, al día siguiente nos darán la entrada oficial a cuatro días del comienzo de la prueba. El martes bien temprano, aprovechamos el sol de la mañana para hacer las fotos del auto. El obturador de la cámara fotográfica trabaja a destajo para captar las mejores imágenes generales y algunos detalles importantes que muestren que el Fiat 800 spider está enterito y completamente original, sin agregados de ningún tipo, para garantizar nuestra participación en el rally. Sin perder tiempo, enviamos el mail con esta información y nos vamos a trabajar. Las horas parecen demorarse con el transcurso del día. Intercambiamos llamados en algún momento para chequear las novedades pero todavía no hay respuesta. La ansiedad nos devora; más aún porque no tenemos otra cosa que hacer más que esperar. Tratamos de concentrarnos en nuestras tareas y dejamos correr el tiempo asumiendo que no debería mediar inconveniente

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para ingresar a la carrera. Finalmente, por la tarde llega un mail del Club de Autos Antiguos de Mar del Plata que devela la incógnita. La incertidumbre se regocija un instante más mientras se abre el correo. Gustavo es quien lo recibe y me llama por teléfono: -¡Estamos adentro!- me dice. -¡Buenísimo!- respondo y pienso ¡qué alivio!, es lo único que quería escuchar. Vuelvo a la realidad tan pronto como cortamos la llamada y soy consciente de que tenemos tan sólo un par de días para organizar todo. Necesitamos cronómetros, planificación, alojamiento, entrenar, leer las 100 hojas del manual de regularidad y el viernes libre para viajar los 400 kilómetros. Seguramente nuestros competidores ya tienen todo listo, varias carreras de ventaja y autos que conocen a la perfección. Además hemos leído que en este tipo de competencias, muchas tripulaciones son expertas en lidiar con relojes, presóstatos y tiempos y los números de los eventos anteriores demuestran que corremos contra profesionales de esta especialidad. En cuanto puedo me libero de mis obligaciones laborales y por la tarde recorro varios negocios de venta de relojes, pero ninguno ofrece las famosas ampolletas, esos cronómetros de mano específicos

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para la actividad deportiva. Averiguo cuáles son las marcas que los comercializan y pregunto por los lugares específicos de venta. Me pasan el dato de un conocido shopping en donde hay varias casas que se especializan en esto y hacia allá me dirijo. En el primer local no tienen este tipo de relojes y me mandan a ver a un colega en el piso superior. Busco una escalera que me lleve hacia arriba pero la que encuentro es mecánica y descendente. En estos lugares siempre es difícil trasladarse de un piso a otro e incluso salir hacia el exterior puede ser una tarea complicada. Encuentro un plano que me indica la posición de una escalera ascendente y corro hacia ella. También chequeo la posición del negocio recomendado que por suerte está a unos pasos de mi posición. Entro y pregunto por ampolletas pero las que ofrecen están fuera de mi alcance. Me indican un tercer lugar especializado en aquellas que estoy buscando y me dirijo hacia allí. En la vidriera veo distintas opciones que podrían ser adecuadas para nuestras necesidades y también para nuestro presupuesto. Como dispongo de poco tiempo, consulto las mejores opciones con el vendedor, repaso los manuales, me aseguro que marquen a la centésima de segundo y adquiero los dos cronos que mejor siento en mis manos. Ya se

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hizo de noche cuando me cruzo con Gustavo para enterarme de algunos desperfectos que todavía tenemos en el auto. Las luces de giro no funcionan y el reloj de las revoluciones, revisado el día anterior, volvió a dar problemas. A no desesperarse, también hay buenas noticias: tenemos lugar donde alojarnos. El miércoles es feriado. Amanece caluroso y faltan dos días para la carrera. Tenemos mucho trabajo. Luego de almorzar ponemos manos a la obra. El primer paso es conseguir un GPS que usaremos durante el viaje para medir la dispersión del odómetro y el velocímetro. Ambos instrumentos son fundamentales para correr regularidad ya que no se permite en este tipo de carreras el uso del GPS, computadoras o relojes adicionales al instrumental original del auto, a excepción de los cronómetros de mano para medir los tiempos. Para entender este punto, es importante saber que el objetivo de la competencia es completarla en el tiempo más cercano posible al preestablecido en la hoja de ruta. Para ello, los competidores deberán seguir una serie de indicaciones, respetar las normas de tránsito y pasar por cada uno de los controles, a la “hora ideal” señalada por los organizadores. Toda la carrera se desarrolla por caminos abiertos y dentro del tránsito normal, lo que implica

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una dificultad adicional a tener en cuenta. Las etapas se dividen en tramos de enlace y pruebas de velocidad controlada llamadas “primes”. Los primeros se utilizan para unir aquellos sectores cronometrados, cruzar poblaciones, acceder a lugares de descanso o neutralizaciones y para la salida o llegada a la meta. Los segundos, son los tramos en donde se toman los tiempos que deben cumplirse durante la competencia y donde se sitúan los controles horarios y controles de sellos; en general caminos con escaso tránsito. Los primes, el alma de la carrera, pueden ser de velocidad controlada (viajar una distancia establecida a una velocidad constante) o por tiempo (recorrer un trayecto en un tiempo determinado). Para dificultar más las cosas, los organizadores pueden superponer o enganchar una o más pruebas llamadas PC (prueba de clasificación) en la hoja de ruta y en ese caso será necesario tomar dos, tres y hasta cuatro tiempos a la vez, además de tener un control absoluto de la velocidad del auto. Los vehículos que participan deben superar los treinta años de antigüedad y ser clásicos, es decir, autos cuyo diseño, características deportivas, de exclusividad, cantidad de unidades producidas o cualquier otro detalle que se destaque, los diferen-

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cie de un auto común de calle. Deben estar en su estado original, sin cambios o agregados de ningún tipo. He visto en persona como quedaba fuera de la prueba un MG modelo 66, por haber cambiado los paragolpes de chapa originales por unos de plástico implementados unos años más tarde en los mismos vehículos de la marca. Por la tarde volvemos a nuestra pista de pruebas junto al río. Las marcas permanecen intactas y hacemos una primera pasada a muy baja velocidad para reconocer el trayecto. Durante el día hemos jugueteado con los cronómetros y nos sentimos muy a gusto para intentar taquear a la centésima de segundo. Pautamos el mismo tiempo de 20 segundos para los 100 metros y detenemos el auto a poca distancia de la primera marca. Miramos hacia adelante una vez más para tomar contacto con la pista. Repasamos la forma de comunicarnos y cómo desarrollaremos esta pasada. El motor se acelera. El reloj de las revoluciones arranca repentinamente y lo tomamos como una buena señal. -¿Listo?- pregunta Gustavo. -Listo- respondo y nos ponemos en marcha. Me asomo por la ventanilla del auto con el cronómetro en mano. Las prácticas que tuve durante el día

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me permitieron memorizar la secuencia en que debo presionar los botones para dar comienzo al conteo, detener un tiempo parcial mientras sigue corriendo el cronómetro, en caso de tener un prime enganchado con otro, y cerrar el tiempo final en la línea de meta. Esto no quita que esté nervioso en mi primera pasada real de taqueo, pero la confianza puesta en la prueba me brinda seguridad para hacerlo. El ingreso al prime se acerca y comienza el conteo: 3, 2, 1, “TOP”, y vuelvo a meterme dentro el auto para chequear haber dado rienda suelta al cronómetro. Mantenemos la velocidad estable en busca de los 5 segundos que completen el primero de los cuatro parciales. Lo canto en voz alta y seguimos. Vamos muy bien, casi parejos con las señales dejadas en el camino. Observo los números que se desvanecen en su carrera alocada contra el reloj. Las centésimas son imposibles de ver para el ojo humano, pero las décimas se apuran para hacerlo llegar al 8, 9, 10 segundos un poquito pasados de la mitad del trayecto. Es increíble como en estas prácticas, el cuerpo y la mente se acostumbran a medir las cosas segundo a segundo y todas nuestras acciones están regidas por esa mínima expresión del tiempo. Seguimos avanzando un instante más y prematuramente dejamos de acelerar. Controlo las pulsaciones de mi

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crono y aún no hemos alcanzado los 15 segundos. Sorprendido me asomo para verificar la marca y escucho desde el otro lado: -Cortamos el cable del acelerador… Un escalofrío recorre todo mi cuerpo. Vuelvo a meterme dentro del habitáculo mientras el auto se detiene por completo irónicamente a un paso de los 100 metros. Nos bajamos a chequear el desperfecto mientras el motor ronronea en punto muerto y efectivamente perdimos el pedal del acelerador. -¿Qué mala suerte? -¡Y eso que veníamos haciendo un buen tiempo! -Tenemos que solucionarlo cuanto antes. -Sí, pero como hacemos para llevarlo. Me voy a buscar la camioneta y lo remolcamos. -No, esperá… Parece que Gustavo tiene una idea para llevar el auto hasta mi casa. El spider cuenta con un acelerador de mano pero también quedó inutilizado. -¿Y si probamos con el cebador? Tal vez podamos llevarlo en primera bien despacio. El plan da resultado y avanzamos a paso de hombre. Son diez cuadras eternas en donde debemos bajarnos algunas veces para ayudarlo a trepar las subidas de algunas calles que normalmente las supera sin mediar inconveniente. Finalmente llegamos.

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La sorpresa es grande ya que todavía queda mucho tiempo para practicar. Contamos a Valeria y a Tomás lo sucedido y guardamos el auto hasta el día siguiente. Hoy ya no hay más nada que podamos hacer. El jueves arrancamos bien temprano con el sol espiando entre los árboles. Es día laborable y estamos a pocas horas del comienzo del rally. No podemos perder ni un minuto. Necesitamos soluciones cuanto antes. Remolcamos el auto hasta el taller y le explicamos a Roberto lo sucedido: el cable del acelerador cortado, el reloj de las revoluciones que va y viene, las luces de giro que no encienden… Mientras abren el capot y acomodan el auto dejando a un lado todo lo que estaban haciendo, nos mandan a comprar algunos repuestos. Hacemos lo que nos piden y volamos a nuestros trabajos. También mandamos a un cadete a buscar la cédula verde del auto, pero la han cambiado de registro y vuelve con las manos vacías. Las horas corren y poco a poco el día quiere escaparse. Antes de que oscurezca nos encontramos todos en el taller mecánico. Roberto nos da algunas explicaciones e indica que el auto está reparado. En el baúl nos dejó un cable extra de acelerador y nos explica cómo cambiarlo en caso de ser necesario.

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Tuvieron que trabajar en el instrumental y la parte eléctrica del tablero para lograr que las luces de giro guiñen como corresponde. El reloj de las revoluciones vuelve a dar que hablar porque complicó bastante el día. Nos dicen que no encontraban la falla y que hubo que desarmar y cambiar algunos cables por precaución para dejarlo funcionando. Lo ponemos en marcha y chequeamos que todo ande a la perfección. -¿Cuánto debemos? -Nada, andá y traé la copa de regalo. Salimos a toda prisa para completar el entrenamiento que dejamos trunco el día anterior. Faltan pocas horas para el día de la carrera. Nuestra ansiedad y emoción desbordante se sienten dentro del habitáculo. Casi a oscuras llegamos a mi casa en busca de los cronómetros. Valeria y Tomás se suman a la aventura, pero cuando queremos ponerlo nuevamente en marcha, el auto no arranca. -¿Qué pasa? -No sé, no arranca. -¡Pero qué mala suerte! -¡Todos a empujar! Por suerte el Fiat 800 es un vehículo liviano y ayudado por la pendiente en pocos metros ganamos velocidad. El cambio puesto en segunda, un juego

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de pedales para soltar el embrague y enseguida acelerar y arranca. Parece que tenemos algún problema con el arranque o el contacto de la llave. Esta vez está en marcha, pero esto no nos puede pasar en la carrera. Sería un desastre. Abrimos el capot y tratamos de encontrar la falla. Tocamos por todas partes, abrimos y cerramos tapitas, desenchufamos los cables, conectamos y desconectamos cada una de las piezas pero la falla se sigue manifestando. Cada vez que apagamos el auto, es necesario empujarlo para volver a arrancarlo. Se nos acaban las partes a revisar y las ideas de qué puede estar pasando. Este motor es muy simple y cuenta con pocos elementos. ¿Qué podemos hacer? ¡Se nos viene la noche!

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El viaje

Es viernes, el día de la carrera. La hora pautada de salida es a las 8 de la mañana, sin embargo, todavía no hemos podido encontrar la falla ni tampoco tenemos cédula verde. A pesar de esto, el optimismo se mantiene alto. Durante la noche anterior acomodamos varias cosas dentro del auto para estar lo más preparados posible; un puñado de herramientas, los cronómetros, cuaderno, cartuchera, calculadora, anteojos, el GPS y mi boina cuadriculada. Con cierta incertidumbre pero con ánimo de poner en claro de una vez los desperfectos del auto, ubicamos los bolsos en el asiento trasero junto a las camperas, ya que no hay más espacio en el pequeño baúl delantero. Intentamos en vano encenderlo con la llave y no queda más opción que sacarlo del garaje a los empujones. En la calle, le damos el empujoncito que necesita para arrancarlo y con Valeria siguiéndonos como vehículo de apoyo, nos vamos hasta el taller de Roberto. -Contame como es la falla- pregunta intrigado.

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-No arranca. Giro la llave y se queda mudo- responde Gustavo. -¿Y cómo lo arrancaron para llegar hasta acá? -Lo empujamos. -A ver, abrime el motor. Lo primero que mira son los cables de las bujías. Nosotros ya lo habíamos hecho el día anterior sin resultado, pero la mano de un mecánico a veces consigue solucionarlo. El motor es pequeño y más allá de su baja cilindrada, no tiene gran cantidad de piezas para chequear. Si hasta parece que sobrara espacio. Poco a poco se va congregando gente alrededor del auto. Varios amigos curiosos dan su opinión mientras todos están algo preocupados por nuestra demora y algunos hasta temen que podamos llegar tarde a la carrera. Pero esa no es una opción para nosotros. Roberto se arrima a la mesa de trabajo y manotea distintas herramientas. Mete mano entre los fierros calientes, se inclina hacia la derecha, hace lo mismo hacia la izquierda, toca aquí y allá y trabaja con todas sus herramientas, a veces hasta con ambas manos. De pronto mira algo que le llama la atención y se para frente al auto. Piensa un instante. Los minutos pasan y alimentan la incertidumbre. A las siete de la tarde es la reunión de pilotos y si no llegamos a tiempo, además de perder la documentación de la

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competencia para el vehículo, no tendremos la charla técnica sobre la carrera; algo imprescindible para nosotros que necesitamos reunir la mayor información posible. -¿Ayer tocamos la batería? - nos vuelve a la realidad Roberto. -Sí- atina a responder Gustavo. -A ver, abrime adelante. La falta de espacio dentro del motor para alojar la batería hizo que los diseñadores se decidieran por colocarla al frente del auto, en el baúl y junto con la rueda de auxilio y el crique. Roberto avanza hacia adelante con una llave inglesa entre las manos y todos nos apartamos de su camino. Mira desde lejos, se va hasta la mesa de herramientas, busca una llave doble y vuelve inclinándose sobre el guardabarros derecho para meterle mano a los bornes. Trabaja agazapado, como queriendo ocultar la solución que tiene entre manos. El movimiento de sus brazos lo muestra atareado pero ninguno de nosotros tiene posibilidad de ver lo que está haciendo. Un instante más y se endereza con una expresión de confianza y satisfacción en su rostro. -Ya está pibe, estaban flojos los bornes- nos dice con total seguridad. -Y cómo sabés si todavía no encendieron el auto-

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se atreve a preguntar uno de los recién llegados. -¡Me vas a discutir a mí que conozco el auto como si fuera mi hijo!- gruñe el mecánico. -¡Qué no se agarren ahora!- imploro por lo bajo. Estos muchachos son grandes amigos y se la juegan en cada arreglo que hacen a sus autos. Todos saben más que ninguno y la sana competencia entre ellos se transforma en general en duelos a viva voz. -Dale, que esperás Gustavo, ponelo en marcha a ver si arranca- desafía otro. Sin demorar ni un minuto más, nos subimos al auto, colocamos la llave y le damos arranque. El motor responde y se pone a trabajar; ¡qué lindo es volver a escucharlo! -Dale pibe, apurate que no llegás- nos despide Roberto. Salimos a toda velocidad a nuestro próximo destino; conseguir la cédula verde del auto. Entramos al centro de San Isidro bastantes demorados y a la hora en que comienza a circular mayor tránsito. Por suerte el 800 spider en chiquito y encontramos un hueco en la esquina a pocos pasos del registro automotor. Gustavo se baja y me quedo cuidando el clásico y todas nuestras pertenencias. Por la vereda se acercan unas personas a mirarlo. Les llama la atención el auto y nos ponemos a conversar. Pasa

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otro en bicicleta y saluda con un amistoso “aguante el fitito”. Espero que sean augurios de buena suerte. Al rato regresa Gustavo con las manos vacías pero con buenas noticias. Podemos circular durante los próximos 15 días con los papeles de la transferencia. ¡Nos vamos a la ruta! La salida de Buenos Aires es un verdadero caos. El retraso que llevamos nos obliga a cruzar la ciudad a la hora de mayor tránsito. El congestionamiento de autos es de tal magnitud que avanzamos desesperadamente a paso de hombre. Aunque tengo tiempo de sobra ni siquiera me animo a hacer los cálculos de cuánto podríamos demorar y si podremos llegar a tiempo a Mar del Plata. Además a principios de diciembre se respiran aires navideños que agregan más barullo en todos lados. El calor de la mañana ya supera los 30°C. La capota desplegada y los asientos de cuero negro completan el tremendo panorama. Atascados en el tránsito nos relajamos mientras conversamos con los ocasionales automovilistas que nos toca en suerte. Desde un Fiat Punto de color blanco, una pareja con los años suficientes para acreditar lo conversado, nos elogia el auto. No es para menos, ellos fueron propietarios de un Fiat 800 spider hace tiempo y conservan muy

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buenos recuerdos. Esta escena se repite en casi todos los semáforos. Desde el oeste aparecen nubes negras salvadoras. Si al menos pudiéramos viajar con el cielo encapotado, imploramos y cuando entramos a la ruta nuestros rezos son escuchados. El sol se pierde entre las nubes y el aire se torna un poco más templado. Es tiempo de acomodarse y ponerse a trabajar. Un camión que viaja en sentido contrario hace sonar su atronadora bocina hacia nosotros. El Fiat 800 spider es modesto, pero es un clásico respetado por todo el mundo. Viajamos a unos veloces 75 km/h que nos permiten disfrutar del paisaje como nunca lo hemos hecho antes en estos viajes. Cuando alcanzamos la ruta abierta, es tiempo de tomar algunos datos. Necesitamos saber la dispersión que tiene el velocímetro respecto de la velocidad real del auto. En el cuaderno, dibujo una tabla comparativa desde los 50 hasta los 80 hm/h para cotejar los datos con el GPS. Cuando estamos listos, Gustavo disminuye la velocidad hasta alcanzar los 50 km/h reales que indica el aparatito destacado en el vidrio. Tomamos la marca desde su punto de vista ya que tiene el reloj de frente y por otro lado, es un dato que estará siguiendo él durante la competencia. Esta primera muestra entrega una

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dispersión de 3 kilómetros hacia arriba en la velocidad del auto respecto de la real. Lo que no tuvimos en cuenta es la lentitud con la que circulamos y el resto de los vehículos que vienen detrás de nosotros nos pasan como si estuviéramos parados. Apuramos el paso hacia la siguiente medición a 55 km/h y conseguimos una dispersión similar a la anterior. De esta manera avanzamos a intervalos de cinco en cinco, para ir confeccionando una tabla hasta alcanzar los veloces 85 km/h, la máxima velocidad a la que llega el auto. Tomamos esta última marca y disminuimos a una velocidad crucero razonable para nuestro clásico mientras cotejamos los datos y terminamos de hacer los cálculos respectivos. Confrontado contra el GPS, tenemos una desviación de 3 a 8 kilómetros por arriba de la velocidad real, es decir, cuando la aguja del reloj alcanza la marca de los 60 km/h en realidad viajamos a 67 km/h. Esto nos da un promedio de más del 10% de propagación y habrá que hacer muchas cuentas si enfrentamos pruebas de velocidad impuesta, aquellas que exigen circular a una velocidad determinada que por supuesto nunca es exacta. A continuación nos concentramos en el odómetro. El nuestro da la vuelta cada 1000 metros así que esperamos el cambio de numeración y lo cotejamos

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nuevamente contra el GPS. Evitamos los mojones porque nunca están puestos a la distancia exacta de un kilómetro. Sirven sólo de referencia ya que quien los colocó, puede haberse encontrado con una entrada, un cartel o el terreno maltrecho y decidió hacerlo unos metros más adelante. En esta prueba tenemos suficiente tiempo para descansar y conversar porque haremos la medición sobre un total de 20 kilómetros con parciales unitarios. Los primeros 5 km. son exactos y la dispersión aparece recién a los 10 km., con una diferencia de tan sólo 100 metros. Este error se mantiene en el siguiente parcial de los 15 km. e incluso permanece hasta los 20 km. que, junto con la proximidad de Atalaya, una histórica confitería de la Autovía 2, dan por finalizada la muestra. Son las 12 del mediodía y las demoras de la mañana no nos dieron tiempo de desayunar más que un pequeño paquete de galletitas. Estamos muertos de hambre. Es temprano para almorzar y tarde para desayunar pero el lugar se impone con un buen café con leche, sus famosas medialunas y un merecido descanso. Nos sentamos en una mesa junto a la ventana y vemos pasar un Aston Martin DB6 gris plata inmaculado, un MG B, un Mercedes 280 CE y un Jaguar E Type de color verde oscuro, uno atrás del otro, que seguramente van para la carrera. Nos que-

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damos sorprendidos frente a semejantes máquinas. El único consuelo que tenemos es que se trata de una carrera de regularidad, lo que implica precisión con los cronómetros, algo que nos quedó pendiente de practicar con todos los problemas del arranque. No importa, todavía quedan 280 kilómetros para llegar a Mar del Plata. Entrenaremos en la ruta. Como lo bueno dura poco, volvemos al camino sobre nuestro modesto 800 spider. Las nubes que habíamos logrado dejar atrás nos han alcanzado y comienzan a disparar pequeñas gotitas aisladas que intentar acertar en el habitáculo. Nos resistimos a levantar la capota mientras sea posible. La velocidad del auto, aunque un poco lenta, disipa la embestida pero el arranque de esta segunda etapa del viaje fue algo complicada. Como alguien anticipara en aquella reunión del Club del Fiat 800, el manchón empieza a dar problemas y se traban algunas marchas. Igual alcanzamos la máxima de 75 km/h. justo frente a un cartel que indica “Con lluvia 80” al cual irónicamente no podemos hacerle caso. Presenciamos el sobrepaso cómodo de un Fiat Siena que arrastra un MG TB Midget 1939 con algunas modificaciones de carrera reveladas en sus guardabarros cortados. Es uno de los autos que más me gustan y a éste en par-

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ticular, lo sigo desde hace tiempo en las fotos de las distintas carreras. Su presencia indica que será uno de los vehículos a vencer; si es que podemos. El frío se hace presente y debemos recurrir a nuestros abrigos. Finalmente, cuando logramos poner todo en orden y estamos listos para volver al trabajo, el tiempo se pone más inclemente, el chaparrón se convierte en tormenta y obliga a detenernos para plegar la capota, una maniobra nada sencilla mientras arrecia de la lluvia en la banquina y en medio del apuro por evitar una mojadura. De vuelta en la carretera y al cabo de unos pocos kilómetros el limpiaparabrisas izquierdo se detiene repentinamente. No importa, nada nos hará claudicar. Navego prematuramente hasta Lezama en busca de un techo protector que encontramos en una estación de servicio. Allí nos detenemos a intentar solucionar el desperfecto y no tardan en acercarse varias personas a colaborar. Por más que intentamos distintas soluciones las tuercas se niegan a sostener la horquilla en su lugar y el tiempo apremia. Como podemos, improvisamos entre todos una solución provisoria y volvemos a la ruta forzando el auto para arrancarlo en segunda. El manchón ya no deja poner la primera marcha. Viajamos rumbo a Dolores. La lluvia cesa, el tiem-

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po mejora y con el correr de los kilómetros volvemos a dejar la tormenta atrás. Llegamos a la mitad del recorrido a las 2 de la tarde y nos detenemos a cargar nafta, comprar unos sándwiches, un par de gaseosas y aprovechamos la neutralización para volver a desplegar la capota. Enseguida nos ponemos en marcha. La primera y la segunda ya no funcionan y tenemos que arrancar en tercera. Quedan sólo 4 horas para que inicie la reunión de pilotos y salimos a enfrentar los próximos 200 kilómetros como algunas dificultades pero con tiempo para planificar las soluciones. ¡Llegaremos! Como un rayo, nos deja atrás un Porsche 911 Targa que lo único que tiene en común con nosotros es el color rojo de su carrocería y que seguramente también va para la carrera. El tramo que va de Dolores hasta Las Armas es largo y más monótono. La velocidad de crucero no ayuda demasiado y tampoco tenemos señal en los celulares para llamar a Mar del Plata e intentar conseguir un mecánico que trabaje sobre el manchón. Desarrollamos entonces una serie de entrenamientos con tramos cronometrados y primes enganchados para tratar de ganar experiencia. En algunos casos tomamos los mojones como referencia para practicar el taqueo de los cronos y la conversación dentro del auto. Diagramamos tres primes enganchados

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uno dentro del otro para utilizar ambas ampolletas y el celular, previendo que pudieran poner esa dificultad en la carrera y así vemos pasar los kilómetros que devoran nuestra ansiedad por llegar a nuestra meta. A las 6 de la tarde divisamos la rotonda de Mar del Plata. Llegamos, pero ahora empieza nuestro calvario. La única marcha que nos queda en funcionamiento es la tercera y con cada detención en una bocacalle o un semáforo, nos vemos obligados a forzar la caja de cambios. Tomamos los celulares y llamamos a varios amigos en busca de algún mecánico por la zona. Si lo encontramos disponible un viernes por la tarde será un milagro. Enseguida alguien nos pasa un dato y el primer taller que visitamos se especializa sólo en electricidad. Su recomendación nos pone en marcha hacia un segundo taller que está completo y no toma un solo auto más. Seguimos avanzando a ciegas y a pocas cuadras de allí damos con un tercero que dice “Mecánica integral”. Me bajo del auto, me presento y le comento nuestro problema, que estamos a pocos minutos de comenzar una carrera y necesitamos llegar en media hora a una reunión de pilotos. El muchacho inmerso en un mameluco que supo ser azul y que ahora ostenta una buena cantidad de grasa oscura, piensa un rato alimentando mis esperanzas. Analiza la situación, se pasa la mano por

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la cara, levanta la vista hacia una claraboya que deja entrar los últimos rayos de sol de la tarde dentro del taller y nos manda a un cuarto lugar. -Decile que vas de mi parte - sugiere mientras señala el nombre del taller. Recorremos las diez cuadras que nos separan de ambos lugares en tercera enfrentando semáforos, bocacalles y cunetas tratando de mantener la velocidad como sea posible. Evitamos los bocinazos cada vez que nos cruzamos frente a otro auto gracias a la sorpresa que causa nuestro clásico. Al cabo de unos minutos de llegamos a un taller que está cerrado, pero de repente una puerta chiquita se abre a un costado. Mientras sale una persona y la puerta vuelve a entornarse, me bajo apurado para tratar de llegar hasta allí antes de que cierre. Una persona con cara de pocos amigos me atiende, pregunta qué necesito y antes de que pueda contestarle me hace pasar. Gustavo que se queda expectante al cuidado del auto. El interior del taller esta en penumbras y atestado de autos, algunos demorados hace meses debajo de una explícita capa de polvo. La poca luz del final de la tarde dibuja los contornos del desorden que se hace presente a medida que el ojo se va acomodando a las sombras. Un rayo de sol demorado, delata

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las partículas que flotan en el aire saturado de aroma a grasa y combustible. El silencio que reina en el lugar poco ayuda a mis intenciones de pedirle a aquel mecánico si está dispuesto a tomar un último trabajo ese día del final de la primavera. El hombre toma la iniciativa y sin demostrar ninguna curiosidad por mi visita, me informa que está muy atareado. Alcanzo a comentar que vengo recomendado y logro atrapar su atención por un instante para comentarle el problema. Mira para arriba y piensa. ¿Por qué será que todos buscan en el cielo la respuesta a nuestras necesidades? Sin mediar palabra, se arrima a la mesa de trabajo, se limpia las manos con un poco de estopa, revuelve entre las herramientas en busca de algo que parece no encontrar y finalmente se vuelve con un teléfono en la mano. Lo enciende, marca un número telefónico para hacer una llamada y vuelve a mirar hacia el techo como si buscara algo en las alturas. Se demora un momento en donde el silencio es más intenso y las miradas perdidas de cada uno de nosotros evitan el contacto. -Hola Rodrigo- dice de repente con su vozarrón, sobresaltando mi alma que sale de su letargo. -¿Te llegó el Fiat Uno que te mandé?... -¡Pero cómo, si te dije que lo atendieras vos!... -¿Sos salame?...

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-¡No te mando más autos!... -Escuchame, tengo acá un amigo que corre mañana el rally… -Sí, el del Club… -Necesita ajustar los manchones. ¡Te lo mando para allá, haceme la gauchada!... -Sí, sí, atendémelo bien ¿eh? y no lo vas a despachar para otro lado... -Va con un 800 spider rojo… -Sí, está impecable, ¡fijate que lindo que está!… -Dale, chau, cuidate. Me indica la dirección y apura mi salida con un “¡dale que no llegamos!” Es curioso como cada persona que se involucra con nosotros se suma al equipo para alentarnos. Salgo a la calle y apuro el paso hasta el auto. Le doy la buena noticia a Gustavo y salimos a toda prisa hacia el quinto taller mecánico. ¿Será ésta la vencida? En pocos minutos llegamos. Una persona con cara seria nos recibe con una medialuna y un mate en la mano. No me atrevo a molestarlo pero me bajo y pregunto por Rodrigo. -Soy yo- me indica y mira el auto. -¡Es verdad que está lindo, eh! Se toma su tiempo para terminar la medialuna y le da un sorbo al mate que devuelve a su ayudante.

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Sin mediar palabra se acerca al auto, lo levanta con el crique, acomoda una plancha de madera, se mete debajo con un par de herramientas y comienza a trabajar. Me intriga ver lo que hace e intento espiarlo, pero no alcanzo a ver más que las piernas del mecánico que asoman por un costado. En un par de minutos se incorpora e indica que probemos la palanca. El auto sigue levantado sobre el crique y Gustavo se sube con mucho cuidado. Mete algunos cambios y se siente conforme. Rodrigo vuelve a sumergirse debajo, ajusta algunos detalles y pide que vayamos a probarlo. -¿Cuánto debemos?- preguntamos. -¡Primero a probarlo!- insiste Rodrigo. Hacemos lo que indica el mecánico dando una vuelta rápida a la manzana apurados por el tiempo y volvemos. -¿Ya lo probaron?- pregunta. -Sí, funciona bárbaro. -Bueno, vayan que por un rato no va a volver a molestarlos. Agradecemos la gentileza y con el auto reparado volamos a la reunión de pilotos. Es la hora señalada para dar inicio a la carrera.

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Cinturones de seguridad. A - anclaje en el costado para cintur贸n a bandolera. El agujero est谩 recubierto por un tornillo de cabeza plana cromado. B - anclajes en el piso para cintur贸n abdominal. C - anclajes en el piso para cinturones abdominales y a bandolera.



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Reunión de pilotos

La vieja casona de Mar del Plata se va poblando lentamente con las tripulaciones del rally. Gustavo aquí juega de local y la expectativa es enorme. Somos parte de la competencia después de muchos años de esperarla. El reencuentro con amigos, la ilusión de mostrar el auto y la ansiedad por saber más sobre la carrera nos mantiene inquietos. Conseguimos un lugar privilegiado frente a la puerta en donde ya se ven diseminados varios autos de época, desde los clásicos Ford A Phaeton a un moderno Auto Unión de 1966. Los nervios se mezclan con la ansiedad de disfrutar cada minuto de esta gran experiencia. Por ser el fin de la tarde del viernes, hay mucha gente en la calle, pero se diferencian claramente quienes están paseando sorprendidos por la gran cantidad de autos antiguos y aquellos que son partícipes de la carrera. A medida que nos acercamos comienzan a oírse las voces que nos acompañarán este fin de semana hablando de fierros, tiempos, primes, hojas de ruta y pilotaje. Nos miramos, nos damos la mano,

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tomamos valor y entramos. Ya en la recepción Gustavo empieza a saludar. -Luís Lemoine, Ezequiel Lopez- nos presenta y presiento que tendré que moverme solo de acá en adelante. Nos saludamos, me entregan un sobre con la documentación del vehículo y en una distracción lo pierdo a Gustavo que se va detrás de una copa. Ingreso al salón en donde yo también me hago de un trago y no resisto la tentación de mirar dentro del envoltorio. Saco un par de calcos con publicidades, las credenciales para la carrera, cintas para colgarlas del cuello, varios precintos color negro, patentes con la inscripción del rally y un número gigante del tamaño de la puerta del auto. Lo retiro del sobre para ver que nos tocó en suerte y descubro el 37. -¡Hermoso número para correr!- pienso. Siempre me gustaron los impares y me pregunto porqué estamos en medio del pelotón de 52 competidores. La lista de participantes lo aclara enseguida, el orden es por año de fabricación de cada auto. -¡Este me preparó el Peugeot!- escucho entre el murmullo de la gente. -Mini Lopez, Ezequiel Lopez- vuelve a presentarme Gustavo y desaparece en la multitud que va poblando el ambiente.

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La alegría no cabe dentro de nosotros. Participamos de una reunión de pilotos a pocas horas de largar nuestra primera carrera de regularidad, nos movemos entre corredores con vasta experiencia, nos entreveramos con preparadores, restauradores, coleccionistas y fanáticos de los fierros. No queremos perdernos ningún detalle. Deambulamos por el lugar con los ojos y los oídos bien abiertos. Poco a poco me integro a la reunión, participo en conversaciones y respondo a las preguntas de aquellos que intuyen que soy novato. Por supuesto todo gira en torno a los autos y la carrera. De repente escucho el llamado de alguien. Parece que la boina con estampado escocés que usé durante todo el viaje ha llamado la atención. -Stewart, vení acercate- disparan desde una mesa. Busco de dónde viene el llamado y veo a un hombre que me hace señas. Es el único que también cubre su cabeza con un gorro, pero en este caso de color negro y con una leyenda de las “1000 Millas” en el frente. -Vení, sentate- me invita amablemente. -¿Con qué auto corrés?- pregunta. Me sorprende gratamente el tiempo de verbo. Estar en la reunión de pilotos es sinónimo de estar ya en la carrera.

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-Con un Fiat 800 spider- respondo. -¡Ah, el que está en la puerta! ¡Qué lindo que está! -Gracias. ¿Y vos con cuál corrés? -Un MG TB Midget del ´39. -¡Rojo! -Sí. Creo que los pasamos en la ruta cuando veníamos hoy hacia Mar del Plata. -Claro que sí, los vi arrastrando el auto. A la velocidad que viajamos tenemos mucho tiempo para observar atentamente. Siempre me gustó ese auto y lo sigo desde hace años. -¿En serio? Bueno, después acercate que te lo muestro. Me llamo Sebastián, un gusto. -Me llamo Ezequiel, un gusto igualmente. Esta vez las presentaciones quedaron en mis manos. Me levanto y sigo recorriendo el lugar, esta vez detrás de las bandejas que salen de la cocina. El viaje fue largo y el almuerzo escaso. Gustavo me hace señas desde lejos para que me acerque. -¡Mi amigo Pipoto, Ezequiel Lopez!- me presenta. -Un gusto. ¿Así que gracias a vos nosotros estamos acá?- pregunto. -Sí, cuando me enteré le dije a Gustavo que no podía perderse la carrera. Con semejante auto y tantos amigos insistí y aquí estamos todos- responde y se pierden entre la multitud.

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Desde el fondo de la sala alguien pide silencio e intento saber de qué se trata. El murmullo poco a poco se desvanece y Luis Lemoine, vicepresidente del Club de Autos Antiguos de Mar del Plata, toma la palabra con un megáfono que se resiste a elevar la voz de quién le hable. Su exposición es breve, unas simples frases institucionales para dar paso a quién realmente tiene algo importante para contarnos. Nos agradece a todos la presencia, hace la presentación de la carrera y les desea suerte a todas las tripulaciones. En nuestro caso tratamos de hacernos eco lo más posible y de atraerla hacia nosotros para que nos acompañe. A continuación presenta a Willy Crippa, un personaje entrañable con un notable parecido al querido Alberto Olmedo. Su figura pequeña y su rostro gracioso no revelan por ahora al riguroso fiscalizador de la carrera, conocedor de todos los datos que hacen al armado de los primes y la toma de tiempos y estricto observador de las reglas al momento de completar la hoja de ruta. Willy es el encargado de revelar algunos detalles propios de la competencia. Toma el megáfono y sin éxito intenta subirle el volumen. Nosotros entre tanto, nos hemos adelantado hacia los primeros lugares para tratar de conseguir la mayor cantidad de información posible. Sabemos de la

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importancia de sus palabras y esperamos con ansias la hoja de ruta para estudiarla en profundidad antes de irnos a dormir. Luego de una pausa y a través del afónico megáfono, comienza a develar algunos datos de la carrera entregándolos uno a uno para que todos podamos memorizarlos. -A partir de las 8 de la mañana pueden ir acercándose al Parque Cerrado que estará frente a la Fonte D´Oro. -Allí estacionarán los autos para tomar un rico desayuno en la confitería y de paso pueden despertarse- y las risas interrumpen brevemente su exposición. Willy hace silencio y nos mira por encima de sus anteojos como queriendo adivinar quienes de nosotros irán tras unas copas extra esta noche y quienes marcharán a descansar. Tras su seriedad, hay un hombre que se divierte a costa de todos nosotros, algo que comprobaremos más adelante. Y sigue… -La salida es libre a partir de las 9.30 hs. Viajaremos por la Autovía 2 hasta Las Armas y luego por la Ruta 74 hasta la llegada a Pinamar. Eso de “viajaremos” quiere decir que tendremos compañía durante la carrera. Además de afrontar las dificultades de la hoja de ruta estaremos supervisados por los fiscales de la competencia. Esto podría indicar también que habrá primes enganchados o

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distintas mediciones con presóstatos (esas gomitas negras que cruzan la ruta para medir el paso de los autos), las pruebas más difíciles de afrontar en este tipo de carreras. -El arribo está pautado entre las 12.30 y las 13.30 hs. con una tolerancia de 15 minutos que incluye penalización. Fuera de ese tiempo, el auto quedará desclasificado- palabra que no queremos ni escuchar. -El tramo total a recorrer será de 200 kilómetros y consta de doce primes cronometrados a la centésima de segundo, con referencias visuales a lo largo de todo el camino y con velocidad impuesta entre 50 y 80 km/h para cada equipo. -Por último, la hoja de ruta será entregada mañana con el desayuno. Se despide deseándonos más suerte y apaga el megáfono que de todas formas tenía muy pocas ganas de trabajar. Esta última frase es un duro golpe a nuestras expectativas de tener alguna chance más de estudiar las alternativas de la carrera. Nos enfrentamos a una prueba complicada para ser nuestra primera carrera de regularidad. Sin presóstatos en el camino, habrá que buscar las referencias a la distancia y en veloci-

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dad, y taquearlas a la perfección circulando al menos a 50 km/h. Seguramente tendremos varios PCS sobre la Ruta 74, que es de una sola mano y con un tiempo limitado para estudiar el desarrollo de la competencia. Con más dudas que certezas, me acerco a Willy y me presento. Le comento que somos nuevos en esto de correr regularidad, que voy a navegar un Fiat 800 spider e intento conseguir al menos algunos consejos. -La carrera es fácil y hay muy buenos pilotos que seguramente van a terminar en cero. Lo que yo te recomiendo es que elijan una velocidad en donde se sientan cómodos para manejar y taquear los cronómetros y que sean muy prolijos para leer la hoja de ruta- indica. Le agradezco sus palabras y me quedo pensando que no va a ser nada fácil. Estamos metidos en un gran embrollo, pero con un entusiasmo que nos desborda. Me queda sonando aquello que mencionó Willy Crippa de que varios corredores van a “terminar en cero”, lo que significa que harán un tiempo perfecto. Nosotros aspiramos a hacer la mejor carrera posible sin prestar demasiada atención a los demás. Trataremos de trabajar bien con los cronómetros, calcular los tiempos y sumarlos a los enlaces para llegar antes del cierre a Pinamar. No podremos

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estudiar la hoja de ruta con anticipación ni tampoco sabemos los kilómetros de cada prime, en definitiva, no tenemos información concreta de la prueba y nos vamos a dormir con más incertidumbres que respuestas. Pero vinimos a divertirnos y eso es lo primero que saldemos a buscar mañana.

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El parque cerrado

Nos despertamos a las 7 de la mañana. ¡Es el día de la carrera! Dormimos poco porque nos acostamos tarde, sí, reconozco que somos de aquellos que salimos a tomar unas copas después de la reunión. Además la ansiedad y los nervios nos despertaban de a ratos a pesar del cansancio del viaje. Nos vestimos, tomamos una ducha rápida y sacamos el auto de la cochera. Está amaneciendo y una brisa fresca acerca el murmullo y el aroma salado del mar. Todavía está fresco pero el mal tiempo anunciado se ha dispersado. Brilla el sol. Repasamos toda la carrocería con un trapo húmedo y colocamos todas las gráficas. Desplegamos la capota y hacemos un chequeo de cada uno de los elementos que necesitamos para la prueba. Cronómetros listos, cuaderno, lápices, goma, sacapuntas, todo en la cartuchera, anteojos, boina, abrigos, las credenciales… y la lista sigue hasta completarse. Nos despedimos y partimos con gran entusiasmo hacia la Fonte D´Oro, la confitería en donde está pau-

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tado el desayuno y el parque cerrado de los autos. A pocas cuadras de allí empezamos a cruzarnos con los autos que van hacia el mismo lado. En la esquina de Alem y Formosa nos topamos con una valla. Un policía nos hace seña e ingresamos al parque cerrado. La sensación es indescriptible y la emoción nos desborda. Estacionamos el auto junto a otros clásicos de la talla de Jaguar, Aston Martin, Triumph, Alfa Romeo, Porsche, Mercedes-Benz, MG, Ford y Chevrolet de los años 30. Encontramos lugar para estacionar en la puerta de la confitería. Bajamos y vamos directo en busca de la hoja de ruta. Es un libro chiquito, anillado, con el dibujo de un auto antiguo en la tapa, los datos de la carrera: “31° Rally de Mar del Plata, 10, 11 y 12 de diciembre de 2010” y el logo del Club de Autos Antiguos de Mar del Plata. En su interior están las claves de la competencia. Guardo el secreto por un momento hasta sentarnos en una mesa para compartirlo con Gustavo. Cada paso es conmovedor y lo disfrutamos en toda su intensidad. La mesa que elegimos está en la rambla de la confitería a centímetros de la vereda. Son las 8.30 de la mañana y por el lugar circula más gente de lo habitual. Nos saludamos con varias tripulaciones que conocimos la noche anterior y con los amigos de siempre. Compartimos la mesa con Cristina, Uchi y

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Laura, madre, tía y amiga respectivamente de mi piloto. Despachamos el pedido de café con leche con medialunas y nos ponemos a estudiar. Las primeras páginas están destinadas al reglamento que casi lo sabemos de memoria de tanto leerlo en los días previos. Le siguen las características de la prueba y las penalizaciones, 1 punto en contra por cada segundo de diferencia con el tiempo oficial. Hay un apartado explicando la Gymkhana, una prueba de habilidad conductiva programada para el domingo y el detalle de cada una de las categorías: Vintage, desde 1919 hasta 1930. Post Vintage, desde 1931 hasta 1945. Históricos Post Guerra, desde 1946 hasta 1960. Contemporáneos I desde, 1961 hasta 1970, en la que estamos nosotros. Contemporáneos II desde, 1971 hasta 1980. Por último hay información acerca del concurso de elegancia y detalles de la premiación, datos que en este momento no son de mucha utilidad para nuestras aspiraciones. Al dar vuelta la página y previo al desarrollo de las hojas de ruta propiamente dichas, está detallado el listado de autoridades y fiscalizadores, como para recordarnos que estaremos supervisados en todo momento. Esto lejos de ser intimidante para las tripulaciones, es parte del folclo-

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re de la carrera. Todos somos amateurs y corremos para divertirnos, superarnos, tratar de vencer las dificultades técnicas de los autos y vender al tiempo. La presencia de las autoridades recorriendo la ruta de la competencia, hace más emocionante el trabajo y nos brinda la tranquilidad necesaria frente a cualquier desperfecto que pudieran tener los autos. Al girar la hoja nos encontramos con el ansiado tesoro. Los detalles de la carrera, el corazón de la prueba, la hoja de ruta y nuestra primera oportunidad para estudiarla. El primer paso es entender de qué de trata. Cada página se compone de tres columnas. Del lado derecho está detallada en metros, la distancia aproximada que se va recorriendo, indicada con números que, cuando entremos en carrera, se convertirán en datos alfanuméricos; 16.xxx,xx. Al centro están las referencias a tener en cuenta a lo largo del camino. A primera vista parece una gran cantidad de texto, que más adelante se irá complicando con el agregado de más indicaciones, comienzos y finalizaciones de primes y nervios por tratar de hacer el mejor tiempo. Del lado izquierdo hay una columna vacía para anotar los tiempos. Adelanto un par de hojas y me encuentro con casilleros grises junto a cada una de las referencias. En la parte superior del casillero, se indica “INICIO DEL PC1” junto a un de-

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talle de tiempo, 00´00”00/100. Inmediatamente debajo otra leyenda dice “FIN PC 1” y deja libre el lugar para completar con los datos del tiempo logrado …´…”…/100. Así hasta completar los 12 primes de la hoja de ruta que a su término agrega una planilla en donde debemos pasar todos los tiempos taqueados para presentar a las autoridades de la prueba a nuestra llegada a Pinamar. La diagramación parece ser clara pero yo no tengo la menor idea de cómo debo proceder durante la carrera. Me apuro hacia la calle en busca de algún corredor que pueda ayudarme a entender cómo debo anotar y cuál sería la mejor forma de tomar los tiempos. Me encuentro con la tripulación de un Autounión del 66 impecable. Les pregunto si tienen claro cómo se realiza la toma de tiempos y me dan algunos consejos. También descubro que tenemos seis primes sobre la Autovía 2 y los restantes sobre la ruta 74. Es evidente que el comienzo será más relajado, para agregar dificultad al ir promediando la carrera, cuando los nervios y los tiempos apremian, las tripulaciones están más cansadas pudiendo perder concentración y los autos exigidos al límite. Un dato muy importante a tener en cuenta. Lo marco en la hoja de ruta para poder analizarlo en el largo tramo de enlace que tenemos para llegar a la ruta abier-

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ta y dar comienzo a la carrera. Por suerte evitaron diagramar PCS superpuestos o enganchados, algoi que facilita en parte nuestra tarea. Todos empiezan y terminan en un enlace. Luego de repasar todas las referencias, nos queda algo de tiempo para relajarnos y disfrutar, aunque sin perder la concentración en la carrera. Terminamos el desayuno, salimos a recorrer el parque cerrado para ver los autos, conversar con las tripulaciones y tratar de obtener algún dato extra que sea relevante para plantear una buena estrategia. El Aston Martin DB 2 está rodeado de gente y no es para menos, su capot está abierto y exhibe un tremendo motor de 4000 cc. digno de su talla. Me acerco y veo un motor impecablemente cuidado en el cual se puede meter la mano casi sin ensuciarse. A mi lado escucho que preguntan: -¿Ustedes son los del 800 spider? -Así es- respondo -Felicitaciones, está impecable. -Gracias. ¿Ustedes con que auto corren?- pregunto. -Con el Porsche Targa rojo- y enseguida interviene Gustavo que nunca pierde su buen humor. -¡¿Viste como te dejé pasar en la ruta?! -Levanté el pie del acelerador- dice.

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Datos de identificación Los datos identificatorios de la unidad están contenidos en la chapa indicada por la flecha A, colocada en la pared del compartimiento motor. El tipo y número de motor van grabados en el block según indica la flecha B. El tipo y número de chasis van grabados en la pared del compartimiento motor



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Etapa de regularidad

Poco a poco el parque cerrado empieza a mostrar movimiento y se hacen oír los motores. Un Graham Paige Doble Phaeton de 1929 resuena cerca de un par de Ford A Roadster. Los Vintage son los primeros en ponerse en marcha. Sus motores cansados proponen velocidades menos extremas que los clásicos más modernos y deben salir a la ruta cuanto antes. Un Buick Coupé Convertible color crema del 36, despliega sus 75 años de historia a baja velocidad para perderse más adelante como el primer auto en iniciar la prueba. Lo siguen un Plymouth Coupé Convertible, un Chevrolet Fleetmaster del 46, el Ford A coupé del 30 marrón oscuro de los Minis, quienes lo terminaron de preparar a las 4 de la mañana y un enorme Chrysler New Yorker negro 57 con las típicas alas de la época. Los dos MG TB Midgets encienden sus motores y acaparan la atención del público que se agolpa junto a ellos. Con sus habitáculos para dos personas y sus parabrisas replegados, exhiben sólo los típicos

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vidrios ovalados e individuales de carrera y se muestran intimidantes. En sus ruedas se entreveran una serie de rayos cromados en línea con las branquias del capot, ajustado por un par de cinturones de cuero negro. Junto a nosotros, el Alfa 2000 GTV rojo comienza a prepararse. Piloto y copiloto ya están en sus puestos y con el motor en marcha. Detrás de ellos hace lo propio un pequeño BMW 700 De Carlo color celeste y blanco precedido por los dos Auto Unión 1000 con ese llamativo logo de los cuatro círculos cruzados. Llega la hora de partir. Compramos dos botellas de agua, saludamos y nos preparamos. Subimos al auto y lo ponemos en marcha. El motor suena como si fuera nuevo. El día está espléndido. El reloj de las revoluciones se despierta y la boina va a parar a la cabeza. Abro la hoja de ruta en la página correspondiente y Gustavo me pide referencias. Se las canto en voz alta, confirma que sabe el camino y con la capota baja, partimos a las 9.25 hs. estirando los brazos saludando a quienes nos despiden. El enlace nos lleva en línea recta hasta el cruce con la Av. Peralta Ramos. Desde allí una bajada nos deposita cerca del mar para bordear la costa hasta el casino. El mítico edificio de piedra proyecta su sombra sobre nosotros e interrumpe brevemente la vista

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de las playas. Transitamos junto al Triumph de Sandy que saluda animado y en medio de un Peugeot 403 y un Peugeot 404 Le Mans muy bien presentados. La gente saluda nuestro paso y varios autos se ponen a la par para observar y preguntar de qué de trata. Bordeamos el gran Océano Atlántico hasta cumplimentar los primeros 10 kilómetros de enlace. Durante todo este trayecto, repaso la hoja de ruta y marco con resaltador amarillo las distintas dificultades que presenta la carrera, los primes y alguna otra indicación que pudiera ser relevante durante la competencia. Tomamos la rotonda de Av. Constitución y damos vuelta a la primera hoja. La primera marca advierte controlar el odómetro, que en nuestro caso está en 72.048 y algunas cuadras. Como el de nuestro auto mide por kilómetro, optamos por dar vueltas a la manzana hasta completarlo a 72.049 exacto frente a una segunda Fonte D´Oro. Aprovecho el tiempo para hacer algunas cuentas y anotar junto a las referencias, cuál debería ser nuestra lectura del odómetro a su paso. Esto nos permitirá hacer un doble control de cada uno de los PCS, tanto desde la hoja de ruta como desde el instrumental del auto. Ya estamos en tramo neto de enlace y en una avenida que nos permite ir probando en velocidad. Restan sólo 8 kilómetros para alcanzar el primer

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tramo cronometrado. Dejamos atrás la rotonda de Constitución para encarar la Autovía 2. Una segunda rotonda será el último obstáculo en el camino antes de quedar al alcance del primer PC cronometrado. La emoción nos invade, la ansiedad nos desborda nuevamente. La carrera tiene una modalidad de velocidad autoimpuesta, esto quiere decir que debemos elegir una velocidad de crucero constante en el primer prime, anotar el tiempo registrado y luego replicarla con exactitud en las siguientes once pruebas. Acordamos clavar la aguja de nuestro velocímetro en 60 km/h ya que tenemos una línea gruesa en ese sitio de la gráfica del reloj y está expuesta a una buena lectura desde los dos puestos de trabajo. Esto nos da una pequeña ventaja en velocidad real ya que sabemos que el 800 viajará a 67 km/h. Vuelvo a hacer las cuentas sumando todos los primes y tramos de enlace para cotejarlos con la distancia total de la carrera y saber si nuestra estrategia es la correcta para llegar a tiempo al control de sellos en Pinamar. Casi al filo de la entrada al PC1 resuelvo el acertijo; sin mediar ningún retraso deberíamos presentar la planilla de tiempos a las 13.10 hs., lo que nos da una ventana de 20 minutos para resolver cualquier inconveniente.

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Vuelvo a concentrarme en la ruta en busca del mojón número 392. Según la hoja de ruta, dentro del próximo kilómetro debería aparecer la primera referencia, un “cartel verde de tres líneas que dice “Cobo 8, etc…”. Verifico que el cronómetro esté en cero, hago un par de pruebas de taqueo y detención para asegurarme de mi buen desempeño y doy aviso a Gustavo para que fije la velocidad del auto. Superamos los 500 metros y seguimos buscando la referencia. El odómetro cambia a 72.061, nuestra marca impuesta. Avanzamos otros 200 metros de incertidumbre y nada. A lo lejos veo una mancha que poco a poco va creciendo. A medida que nos acercamos se van disipando las dudas; es nuestra primera referencia. Acá vamos… -¡Allá está!- le indico a Gustavo. -Si la veo- responde. -¿Vas bien?- pregunto. -¡Sí, perfecto! -Buenísimo. Mantené la velocidad… -Ahí vamos… 3, 2, 1, TOP!- taqueo en voz alta y empiezan a correr los segundos del primer PC cronometrado. Aquello que esperamos durante tanto tiempo se hace realidad. Por un momento lo único que se escucha es el rozamiento de las ruedas contra el asfalto. ¡Estamos en carrera! Todo se siente

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de una manera diferente. La sensación de estar de viaje por la ruta se disuelve. La concentración nos aísla del entorno y convierte al camino en una pista. Se percibe el latido del corazón, las pulsaciones elevadas, se manifiestan grandes emociones, fluye la adrenalina. Hasta nuestra vestimenta está elegida para la ocasión. La boina, el gorro y los anteojos nos protegen del sol que pronto nos calentará desde el cielo. Elegimos un buen pantalón y una linda remera, el abrigo que mejor nos queda para sentirnos cómodos dentro y fuera del habitáculo cuando nos mezclemos con el resto de los participantes. Vuelvo a la realidad, examino el reloj y certifico que el tiempo está corriendo, como nosotros. Me aseguro de alejar los dedos de los botones para evitar cualquier contratiempo. Vuelvo la vista al instrumental y la aguja está clavada en los 60 km/h. ¡Vamos bien! -Cantame la distancia- pide Gustavo. -El PC es de 4 kilómetros. El odómetro debería marcar 065 al terminar. Este dato es parcial ya que la hoja de ruta indica la distancia a recorrer sólo en kilómetros, pero el prime total se compone de esos 4 kilómetros más algunos metros adicionales, que podrían llegar a ser hasta 999, por lo que nunca sabemos la distancia exacta hasta que lo terminamos.

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-Perfecto. ¿Cuál es la próxima referencia?- pide Gustavo. -El mojón 387. -Habrá que prestar atención porque es chiquito. -Sí, pero está de nuestro lado del camino. -Ok. -A partir del 388 podemos controlar también con el odómetro. Los kilómetros van bajando hacia Buenos Aires. -Dale. Fijate si viene alguien atrás. -Sí, un Ford Focus negro, pero ya se abrió y nos va a pasar por la izquierda. También viene el Mercedes 350 de los Miccio pero parece que viaja a nuestra misma velocidad porque no se acerca. -Mirá, allá adelante está el Isetta- descubre Gustavo. -Viene re despacito- agrega. -A esa velocidad no va a llegar más. Miro hacia atrás para indicarle si viene alguien antes de abrirnos para pasarlos. Debemos mantener la velocidad constante en 60 km/h y por la mano rápida nos pasan casi al doble de lo que viajamos. -Podés abrirte, no viene nadie- le digo y continúo... -Mantené tranquilo la velocidad. -¡Vamos bien! -Dale, dale- lo aliento

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-Pip, pip- hace sonar la bocina Gustavo. -Pip, pip- nos responde el Isetta, que lamentablemente unos kilómetros más adelante será el primero en abandonar. Verifico otra vez el crono que sigue contando. La aguja del velocímetro va clavada en su lugar. Gustavo maneja a la perfección, las revoluciones funcionan correctamente y el manchón no volvió a darnos problema. La Autovía 2 se presenta fácil para entrar en ritmo, la doble mano facilita el sobrepaso de autos más lentos y las banquinas asfaltadas aseguran todavía más espacio. -Ahí está el 388- advierte Gustavo. -Ok. 1 kilómetro más y cerramos el PC. -Mantenelo que ya estamos. Son los 1000 metros más largos que transitamos. Toda la expectativa está puesta en el odómetro que poco antes había hecho el cambio a 064. Esperamos la marca de los 72.065 manteniendo también la atención en la ruta, porque podría aparecer el mojón en cualquier momento y uno nunca sabe dónde están colocados. Gustavo se concentra en el manejo del auto mientras yo miro más allá de la banquina. Vuelvo la vista al cronómetro y me preparo. Es el momento más crítico. Nunca antes me tocó taquear a esta velocidad y debo elegir una forma con la cual me

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sienta cómodo y a la vez logre la mayor efectividad posible. Desabrocho el cinturón de seguridad por un momento para buscar una posición que me permita ver la referencia y cerrar el tiempo sin complicarme. Coloco el dedo índice sobre el botón de STOP tratándolo con la mayor suavidad posible. Un error aquí nos haría perder el tiempo y es una alternativa que no contemplamos. A lo lejos veo una mancha blanca en la banquina. El mojón es pequeño pero se acerca rápidamente. Ya no caben dudas, es la señal indicada. Me preparo e instintivamente saco el brazo para señalarlo. Esto me permite medir la distancia y seguirlo con la vista en los últimos metros. -Allá está- indico. –Mantenelo firme. -Dale que no doy más- responde Gustavo. -¡Mirá que el próximo es más largo!- le hago saber. Demanda un gran esfuerzo mantener la regularidad en el acelerador rebelde de un auto de 43 años que carece de una precisión constante. Estos vehículos, además de escasa tecnología tienen unos fierros toscos que, sumados a sus años de uso, producen un sinfín de irregularidades. -Ahí vamos- le canto. -3, 2, 1, TOP!- y damos por concluido el primer PC.

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Leo los datos que entrega el reloj y los anoto en lápiz en la hoja de ruta: 3´40”35/100. Vuelvo la vista al reloj y verifico lo apuntado. Hago en voz alta un tercer control y recién entonces paso el cronómetro a cero. Estas medidas pueden parecer exageradas, pero hay mucho sol y poca visibilidad en la pequeña pantalla del crono que entrega el tiempo y no queremos dejar nada librado al azar. La anotación en lápiz es para poder remendar cualquier error en un instante. Nuestro Fiat 800 spider gana velocidad, en parte para relajar el pie derecho de Gustavo y en parte porque planteamos como estrategia ir lo más rápido posible en los enlaces para ganar tiempo y tratar de llegar holgados a la llegada, de por sí bastante apretada. -¿Qué viene ahora?- pregunta Gustavo. -Cartel blanco y verde con la leyenda “Cobo fin zona urbana”. -¿Distancia? -4 Kilómetros. -¿Odómetro? -72.069. -Tenemos también el pueblito de Cobo como referencia. -¡Así es!- contesto y nos relajamos por los próximos 4 kilómetros. El sol empieza a pegar fuerte y demanda un sorbo

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de agua que todavía se mantiene fresca. Aprovechamos la pausa para mirar el resto del instrumental; presión de aceite en orden, carga de combustible por arriba de medio tanque, temperatura adecuada. Todo está listo para encarar el PC2. Aprovechando que todavía queda algo de tiempo, vuelvo a consultar la hoja de ruta. La referencia de entrada es el cartel de Cobo y la salida el mojón 378. La distancia en metros comienza en 20xxx,xx y la salida en 25xxx,xx, 5 kilómetros aproximadamente. Eso quiere decir que el cartel debería estar en torno al mojón 383. Duplicaremos la búsqueda sabiendo estas dos variables. Entramos en los 1000 metros preliminares al TOP. El odómetro cambia a unos 250 metros de haber superado el mojón. Anotamos ese dato para tener en cuenta. Con el primer PC ganamos algo de experiencia y detectamos el cartel con bastante anticipación. Lo señalo con el brazo derecho estirado para poder seguirlo. A medida que avanzamos, mi cuerpo va girando junto a la referencia y empieza el conteo en voz alta. -3, 2, 1, TOP!”- cuando lo tenemos a la par del auto. Sigo la inercia del movimiento y veo como dejamos atrás el cartel. La versión descapotable del Fiat 800 nos entrega una visual de 360 grados. Vuelvo al reloj

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para chequear si efectivamente están corriendo los segundos. Los autos particulares nos pasan como si estuviéramos parados. Incluso los camiones gozan de gran comodidad en el sobrepaso y alientan nuestra tarea con estruendosos bocinazos. Detrás de nosotros, se acerca muy lentamente uno de los Datsun 280 ZX. Parece que han impuesto una velocidad de 70 km/h. y de tener un velocímetro preciso, sólo nos diferencian 3 km/h en la velocidad real. El tramo carece de dificultad salvo ser constantes. Mi navegación se centra en no perder de vista algún obstáculo que pueda presentarse en la ruta y controlar a los autos que vienen detrás. El Datsun nos da alcance y comienza el sobrepaso. A toda velocidad vemos que se aproxima un Audi negro que seguramente crece rápido en los espejos de todos. Sin estar al tanto de la competencia hace seña de luces. Ninguno de los dos podemos modificar la velocidad sin riesgo de perder el tiempo del parcial. Los navegantes entonces nos ponemos a trabajar. -Mandate hacia la banquina- le pido a Gustavo. Le hago entender a nuestro amigo del Datsun la intención de la maniobra para que le dé indicaciones a su piloto. Ambos autos a la par nos vamos haciendo a un lado para dejar espacio al sobrepaso. Pero los muchachos del Audi comprenden ensegui-

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da y bajan la velocidad, echan un vistazo y saludan con el pulgar en alto en señal de buena suerte. Viajamos juntos por un instante y vuelven a acelerar para dejarnos atrás en unos pocos segundos. Luego de varios minutos de circular casi a la par, ambos autos quedan otra vez en fila india y poco a poco el Datsun toma distancia. Con todo esto se diluyó el prime y faltan pocos metros para finalizarlo. El odómetro ya marca 72.074 desde hace rato. El mojón 378 es menos visible que el anterior pero no presenta dificultades para taquearlo. -3, 2, 1, TOP!- y registramos un tiempo de 4´21”69/100, al cabo del triple control del crono y vuelta a acelerar. -¿Cuánto tenemos de enlace?- pregunta Gustavo. -5 kilómetros. -¡Qué bueno, voy a descansar! -Mejor, porque se viene un PC de 11 kilómetros. -Uh! ¿El próximo? -No, falta uno más todavía. -¿Cuál es la próxima referencia? -Cartel verde de 3 líneas “Vivoratá 6, etc…” -¿Cuántos kilómetros tiene este prime? -4, el odómetro arranca en 079 y termina con un cartel redondo de “Máxima 80”. Alcanzamos justamente los 80 km/h. cuando el

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Mercedes-Benz blanco de Pipoto nos deja atrás a toda velocidad. Parece que viene apurado el hombre. Nosotros seguimos al paso nomás, respirando el aire de campo. Y como lo bueno dura poco, el PC3 no tarda en llegar y el cartel verde ya está a la vista. Aplico mi técnica de señalar y cuando lo tengo a tiro inicio el conteo en voz alta. -3, 2, 1, TOP!- dando comienzo a esta nueva etapa. La técnica da sus resultados y a pesar de la poca experiencia ya llevamos tres tramos cronometrados, aunque no tenemos ninguna referencia de si lo estamos haciendo bien o mal. Esta prueba no representa ninguna dificultad y el camino se presenta casi sin autos. Viajamos solos y ni siquiera vemos algún referente de la carrera. ¿Estaremos corriendo todavía? Parece como si todo se hubiera esfumado. Al cabo de poco más de 4 kilómetros, el cartel de “Máxima 80” se presenta ante nosotros y lo taqueamos a los 4´06”38/100. Un PC muy fácil. ¿Será una estrategia de los organizadores para relajarnos y meter algo de dificultad en la carrera? Recién empezamos y queda mucho por manejar todavía y la segunda parte de la carrera sobre la ruta 74 será más compleja que ésta. Por lo pronto tenemos un enlace bien largo y se lo informo a Gustavo. -Tenemos 9 kilómetros de descanso.

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-¡Qué bueno, vamos a disfrutarlo! -Sí, pero siento algo raro… -El PC anterior fue muy fácil y se viene un especial de 11 kilómetros. -¿Cuál es tu opinión?- pregunta Gustavo. -Creo que debemos mantener la concentración… -Tenemos un enlace muy largo previo a una prueba muy larga… -Si nos relajamos podríamos taquear mal o entrar desfasados al prime y eso podría hacernos perder el tiempo. -Tenés razón- responde. -Y en esta ruta es muy difícil dar la vuelta para volver a entrar, los retornos están muy espaciados. -¡Uh, es cierto!- agrega Gustavo que se pone cómodo en su asiento. -Perderíamos mucho tiempo. Como teníamos previsto, a los pocos kilómetros aparece el pueblo Vivoratá, que obliga a bajar la velocidad y pasar con cuidado. Hay varias entradas de autos, distracciones por todos lados y algunas personas apostadas en la banquina para ver el paso de los autos. Chequeo el tiempo total de carrera y los kilómetros que nos faltan hasta la meta para corroborar que estos minutos que perdemos en el cruce del pueblo a baja velocidad, no nos compliquen en la

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llegada. Hasta ahora venimos bien. Aprovechamos la extensión del enlace para destapar las botellas de agua y abrir un delicioso paquete de galletitas que saboreamos mientras avanzamos. Hay tiempo incluso para prestar atención al campo y los maravillosos paisajes de la pampa Argentina. Cruzamos algunos arroyos que bañan pasturas repletas de vacas. También se ven algunos tractores dedicados de lleno a las labores de arado. Es el tiempo de la siembra, los pájaros lo saben muy bien y persiguen el rastro de las enormes máquinas que dan vuelta la tierra. Una bandada de gaviotas revolotea a la caza de los insectos que pululan desorientados entre el polvo arremolinado. Las más haraganas se quedan en el suelo escarbando o recolectando semillas. No caben dudas que están bien alimentadas. Sus plumas blancas envuelven un abultado cuerpo que les permitirá enfrentar con comodidad el caluroso verano. Echamos un vistazo al odómetro para saber en dónde nos encontramos. La lectura 72.091 advierte la proximidad de la siguiente referencia; “Cartel de SOS junto al mojón 359”. Sin embargo a nuestro lado pasa el kilómetro 362 y advertimos que todavía faltan 3 kilómetros para entrar al PC cronometrado. Antes de abrir el PC4, llevamos acumulada una dispersión

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en contra de 1000 metros en los cálculos del odómetro, producto de los metros que no son revelados en la hoja de ruta. Apunto este detalle para hacer la corrección durante el prime que será el más largo de la carrera con 11 kilómetros cronometrados. Al cabo de un largo respiro, empieza otra vez la acción. Alcanzamos el mojón 360 y paso la indicación a Gustavo. -Clavalo a 60, estamos a 1 kilómetro del PC4. -¿Este es el largo? -Sí, el más largo de la carrera. -¿Cuánto tiene? -11 kilómetros. -Uf!, vamos a tener que estar muy atentos, acá se nos puede ir el tiempo. -Ok, entramos y lo vamos controlando. Allá está la antena, ¿la ves? -No, ¿dónde? -Allá, cerca de esos árboles. -¡No la veo! Lamentablemente mi amigo y piloto sufre de miopía y la antena de la columna de SOS es muy volátil a la vista en la distancia. -Allá- insisto… No importa yo te indico. -Dale. -Ahí viene, ¿preparado?

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-Sí. -3, 2, 1, TOP!- y el cronómetro comienza a devorar el tiempo de la cuarta prueba cronometrada. A nuestros constantes 60 km/h. este tramo será una eternidad. Es importante mantener la concentración y desestimar la monotonía que impone el ritmo del auto. Para eso, nos imponemos varias tareas que de alguna manera van matizando el viaje. Echamos un vistazo al instrumental para asegurarnos que todo esté en orden. A su vez repaso lo que sucede alrededor de nosotros. Detrás aunque a lo lejos, ingresa al PC el Peugeot 404 Le Mans de color blanco piloteado por Carlos Lopez. Por delante no se ven dificultades. Trato de desplegar un mapa enemistándome con el viento, para saber cuales son los posibles obstáculos con los que nos encontraremos en el camino. Un par de puentes que cruzan los arroyos impiden transitar por la banquina en caso de encontrarnos con otro auto que también venga tomando el tiempo. También hay algunos cruces de caminos zonales que no deberían representar inconvenientes y los retomes del lado izquierdo que son ajenos a nosotros, ya que a esta velocidad circulamos por la mano derecha. Todos estos trabajos suceden mientras los primeros 3 minutos se esfuman y sumamos otros tantos kilómetros a la carrera. Controlo el cro-

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nómetro y Gustavo hace lo propio con el odómetro que canta. -72.096. ¿A cuánto estamos? -Hicimos 3 kilómetros, quedan 8. -¿Cuánto debería marcar el odómetro? -104 según mis cálculos. -¿Y el kilometraje en ruta? -Mojón 349, junto al poste de S.O.S. Además es nuestra referencia. -Pip, Pip! -Pip, Pip! -¡Mirá vos, nos pasa un Rastrojero! -Vuelven de pescar los muchachos, fijate las cañas. -Sí, salen de madrugada. Siempre se ven los botes cerca de la costa. -Vuelven para el asado y una merecida siesta. -Brrruuuuummm!!! -Brrruuuuummm!!! -Brrruuuuummm!!! -¡Nos pasan como si estuviésemos parados! -Van rápido. Atrás viene el Toyota Célica… -Mantenelo así que no viene nadie. -Ahí está el 354. Quedan 5 kilómetros. -Bien, ya pasamos la mitad del prime. -Se acerca…, mantenelo firme que nos pasa rápido. -Pip, Pip!

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-Pip, Pip! -¡Deben ir a 80 por lo menos! -Sí, van rápido. -¿Y el 404? -Sigue detrás de nosotros y se acerca muy despacio. -Deben estar a 70 km/h. Nosotros viajamos a 67 km/h. reales. -Vamos a llegar casi juntos al cierre del PC. -Sí, es probable. Estemos atentos porque quizás tengamos que abrirnos hacia la banquina. -Kilómetro 352, faltan 3. -Ok, el reloj sigue contado. ¿Cómo venís? -Cansado, este PC es muy largo. -Aguantá que ya lo cerramos. -Brrruuuuummm!!! -Brrruuuuummm!!! -¡Dale, corran que ya los alcanzamos! -Guarda con ese que se mete. -Pip, Pip! -Pip! -Chau. -¡Uh, mirá lo que viene!- dice Gustavo. Miró hacia atrás y veo a un semiremolque que viaja casi pegado a nuestro auto. Por un momento prestamos atención a una camioneta que salía de un

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campo y la mole logró colarse entre nosotros y el Peugeot 404. Me doy vuelta para tratar de explicarle que estamos corriendo y el chofer me saluda. También hace señas graciosas para que nos apuremos. ¿Sabrá que estamos en carrera o viene presionado por nuestros amigos del Peugeot 404? -Brrruuuuummm!!!- pasa un auto y enseguida el camión se abre para pasarnos. -Uuuoooommm!, uuuoooommm!- hace sonar su estruendosa bocina y nos deja atrás con toda facilidad. -Pip, Pip!- saludamos con modestia. -Kilómetro 350. Preparate, queda 1 kilómetro exacto. -El odómetro está en 103 hace un rato. -En un par de primes volvemos a ajustarlo. -Sí, buscá la antena que yo no la veo. -Despreocupate! Pasan otros 500 metros y a la distancia se ve una aguja que sobresale entre los árboles. -Allá está, cerca de aquel monte de árboles. -¡No la veo! -¿Pero ves los árboles? -¡Bueno, no importa mantenelo firme! -Dale. -Ahí viene, ¿preparado? -Sí.

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Me acomodo en el asiento. Apunto con el índice extendido y calculo mentalmente el tiempo restante. Cada una de las referencias guardan distinta distancia de la ruta por lo que suma una dificultad adicional al taqueo. Nos acercamos acerca a 67 km/h. y… -3, 2, 1, TOP!- canto y presiono el botón que detiene el tiempo en el crono. Salimos de la monotonía impuesta por el prime y el alivio llega al pie derecho de Gustavo que acelera con muchas ganas. Registramos un tiempo de 9´45”11/100 que queda plasmado en hoja de ruta. La extensión de este PC, muy difícil por cierto, dificulta mucho más la toma exacta del tiempo a la centésima de segundo, ya que cualquier mínima variación de la velocidad a lo largo de los 11 kilómetros, se traduce en varios segundos de diferencia con el tiempo estipulado. Al llegar a Pinamar, habrá que contemplar algunos minutos extra para pasar todos los datos a la hoja de control de la carrera. Hacerlo con el auto en marcha y en medio de los cálculos de cada PC es peligroso y puede generar errores, tanto de anotación como de lectura posterior por la ilegibilidad de la letra. Los 14 kilómetros de enlace que tenemos por delante sirven para relajarnos y recuperar tiempo. Ponemos a viajar al auto a su velocidad máxima de 80 km/h. y saciamos el hambre y la sed de nues-

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tros cuerpos. El agua ya empieza a calentarse y no aguantara fresca por mucho tiempo. El sol ya está alto en el cielo, eleva la temperatura y broncea las partes expuestas del cuerpo. Tratamos de ocultarnos lo más posible de sus rayos debajo de los gorros y en mi caso, vistiendo también un abrigo. A mitad de camino llegamos al pueblo Coronel Vidal. Disminuimos la velocidad advertidos sobre la presencia de la Policía Caminera. Hay varios autos detenidos en el control y entre ellos vemos al Toyota Célica y al Peugeot 404 que nos habían pasado unos pocos kilómetros antes. Difícilmente se trate de un exceso de velocidad. Quizás sea por curiosidad o porque al ser de los más modernos del parque, desestimaron su participación en la carrera. Les deseamos suerte al pasar con un bocinazo y volvemos a pisar el acelerador. En los próximos 8 kilómetros nos dedicaremos a ganar tiempo para llegar cómodos a la meta. El mojón 335 es la señal para prepararnos para el PC5, anteúltimo en la Autovía 2 de doble mano. Esto quiere decir que debemos ir acomodando la cabeza para el ingreso a la ruta 74 y planificar la estrategia de cómo encarar la segunda mitad de la carrera. En los últimos 500 metros, nos acomodamos dentro del auto luego de un merecido descanso, fijamos la velocidad de crucero en los 60 km/h. y probamos el

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cronómetro. Todo está listo para volver a contar. A pesar de no tener pruebas enganchadas, el ritmo es bastante intenso. Hay mucho para pensar y también mucho por hacer si aspiramos a lograr una buena participación en la competencia. El mojón 334 es nuestra señal de largada y se acerca bastante rápido. Cuando lo tengo cerca, veo que está inclinado hacia adelante. Extiendo el brazo y comienzo el conteo. -3, 2, 1, TOP!- canto. El quinto PC es de 7 kilómetros y algo más. Será el más relajado, sin interrupciones, con campo a nuestro lado, alejados ya de la gran ciudad balnearia, sin poblados y sin curvas en las inmediaciones. Tampoco tenemos perseguidores inmediatos de qué preocuparnos y en este tramo también circulan menos autos. Revisamos los relojes cada tanto y hasta conversamos de algunos temas intrascendentes. Ganamos experiencia, no sólo en carrera sino también en el manejo del auto. Ya sabemos sentirlo, conocemos su andar, cómo suena el motor, el ruido que produce el viento a la velocidad impuesta. Podemos percibir cada cambio en nuestro cuerpo. Es un momento para disfrutar y también una buena estrategia de los responsables de la competencia. Luego de un enlace largo de descanso, implementaron un PC sin dificultades. Esto podría hacer que nos relajáramos

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perdiendo la concentración en la carrera y con ello valiosos segundos en los cronos. Hablamos al respecto y lo tenemos en cuenta. El cierre es un cartel de curva y contracurva que no tarda en llegar. -3, 2, 1, TOP! Marcamos un tiempo de 6´23”30/100 y un nuevo tramo largo de enlace nos separa de la última prueba clasificatoria de esta etapa. Dejamos atrás el puente peatonal de General Pirán, bien indicado en la hoja de ruta y vamos en busca de un cartel verde que indica “Canal 5”. Queremos llegar al PC6 y completar la mitad de la prueba lo más rápido posible, para entrar con el mayor margen de tiempo al tramo más severo sobre la ruta 74. El Fiat 800 spider rojo vuela sobre el asfalto. Pulverizamos los 12 kilómetros de enlace y pronto alcanzamos a divisar el cartel verde que da comienzo al conteo. -3, 2, 1, TOP!- y a mantenerlo a 60 km/h. durante los últimos 6 kilómetros sobre la Autovía 2. Un apacible paseo por el campo antes del pueblito Las Armas, en donde una rotonda nos depositará en el tramo más difícil de la competencia. Por ahora hay que concentrarse en el PC6 que entrega otros 6000 metros cronometrados. Es un buen momento para hacer la segunda corrección del odómetro el cual quedó bastante retrasado. Gustavo se ocupa de

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controlar el curso de la carrera para darme tiempo a resolver el asunto. Hay que ponerse a hacer cuentas, algunas sumas y restas que darán por resultado la actualización de los kilómetros respecto a los que llevamos recorridos hasta el momento. Logro completar la tarea a 2 kilómetros del cierre del PC y por consiguiente, la mitad de la prueba. La columna de S.O.S. junto al mojón 309 aparece a lo lejos. Vuelvo a tomar la posta de los cronómetros y me preparo para taquear. -Allá está, mantené la velocidad- le digo a Gustavo. -Decime vos porque no la veo. -Venís bien deben faltar unos 500 metros. -Perfecto. -Ahí viene… -3, 2, 1, TOP! Y completamos la mitad de la carrera marcando un tiempo de 6´08”96/100.

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Spider dos puertas con carrocerĂ­a autoportante. Capota de tela rebatible impermeabilizada. Puertas de apertura a contraviento. Ventanillas en las puertas con dos cristales, uno fijo y otro descendente con comando a manivela. Ambas puertas equipadas con luz roja de apertura. Tapa de baĂşl adelante con apertura por comando bajo el tablero. Asientos anteriores individuales, de posiciĂłn regulable y rebatibles. Asiento posterior fijo y rebatible.



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La ruta 74

La emoción invade nuestros cuerpos. Las siguientes referencias indican un puente peatonal a 9 kilómetros y enseguida la rotonda para entrar en la ruta 74. El Chevrolet 400 celeste metalizado de Renato Redi, director de la prueba, nos pasa a toda velocidad. En realidad, somos nosotros los que vamos despacio. Más vale portarse bien porque tenemos a los fiscalizadores rondando. Hasta ahora, seguimos al pie de la letra todo lo que nos indicaron en la hoja de ruta y aquello que escuchamos en la reunión de pilotos, lo que supone estar haciendo un buen trabajo, aunque no tenemos ninguna referencia que nos indique si los tiempos son buenos. A pocos metros de allí, un cartel verde que antecede la rotonda de Las Armas nos devuelve a la realidad y anuncia la ciudad de Madariaga a 65 kilómetros de donde estamos. Doblamos hacia la ruta 74 y lo primero que nos encontramos es al fotógrafo sentado en la banquina que nos toma por sorpresa. Su cámara apunta el teleobjetivo hacia nosotros que

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atinamos a acomodarnos como podemos dentro del auto para salir lo mejor posible en la foto. Se oyen varios disparos y el obturador deja entrar a nuestro Fiat 800 spider en la inmortalidad de la cámara fotográfica, que almacena las imágenes en la retina de su memoria. En la mano contraria y sobre un camino zonal, están los autos de los comisarios del rally que fiscalizan el paso de los vehículos junto a un camión del Automóvil Club Argentino, atento a cualquier desperfecto de uno de los nuestros. Nosotros mientras tanto, seguimos jugando. Tenemos 8 kilómetros por delante para prepararnos y pensar la estrategia para esta segunda etapa. Delante de nosotros aparecen las primeras dificultades. Un semiremolque muy largo circula en nuestra misma dirección. Nos debatimos entre dejarlo atrás acelerando y exigiendo al máximo el auto con un sobrepaso, o disminuir la velocidad para que se aleje a riesgo de atrasar la hora de llegada. Como tenemos varios kilómetros por delante, intentamos acercarnos y medir a qué velocidad viaja la mole para luego tomar una decisión. Aceleramos pero el camión mantiene la distancia. Exigimos el auto al máximo y lo llevamos a unos veloces 85 km/h, pero lentamente parece alejarse. Es una buena señal porque en cuanto entremos al próximo PC, nuestra velocidad cruce-

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ro descenderá a 67 km/h. y ampliaremos la distancia sin que nos moleste. Este escollo demuestra que las condiciones de carrera cambiaron drásticamente. En esta ruta doble mano no hay opción para equivocarse. Cualquier error se paga caro y las tripulaciones comienzan a sentir el cansancio. Un mal cálculo en el sobrepaso de otro vehículo o peor aún, viajar detrás de un camión a menor velocidad de la impuesta sin poder superarlo, implicará la perdida de muchos segundos y por consecuencia ceder incontables puestos en la general. La atención ahora estará no sólo en los relojes y el cronómetro, sino que también debemos estar atentos a quienes viajan de frente e incluso a los que van en nuestro mismo sentido. Las distracciones dentro y fuera de los primes no son una alternativa. El sol en el cenit, el calor, el cansancio de las horas arriba del auto, la incomodidad, el ruido del viento que ruge furioso y perturba nuestros oídos, la dificultad para estirar las piernas, la sed, el agua caliente de las botellas, el apetito y la concentración en todas las tareas que impone cada prueba, van desgastando a las tripulaciones. Es el momento de aprovechar los desaciertos en que puedan incurrir nuestros compañeros de ruta, para tratar de ganar eficacia en nuestra tarea. Fangio decía que la carrera

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se termina cuando se cruza la meta, en este caso, la presentación de la planilla de tiempos en la entrada a La Herradura, el club de campo en donde nos espera el almuerzo. Será una tarea titánica para todos los autos. -¡Bueno, largamos!- dice Gustavo. -Dale. -¿Próxima referencia? -Manga para ganado cartel azul estancia “San Norberto”. -¡Ah bueno! Empezó fácil la 74. -Acá tenemos una dificultad- digo. -¿Qué pasa si la manga para ganado está a distinta distancia que el cartel azul de la estancia? -Tenemos que decidirnos por uno u otro. -Exacto. ¿Cómo interpretás entonces la referencia? -A ver, leemela de nuevo- pide Gustavo. -“Manga para ganado cartel azul estancia “San Norberto”. -Yo tomaría la manga como referencia, el cartel azul debe ser para orientarnos. -Estoy de acuerdo. -Tené en cuenta otra cosa. En esta ruta es riesgoso trabajar con los mojones porque muchos faltan. -El odómetro debería estar en 72.161. -¡Estamos en 72.161!- alerta Gustavo.

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-¡Nos dormimos! ¡Ponelo a 60 km/h. que yo busco la referencia! -Sí, ya estamos a 60 km/h. -Ahí viene… -3, 2, 1, TOP!- taqueo. -¡Uh, qué justo que entramos! -¿Taqueaste bien? -Yo creo que sí, sigamos. A esto nos referíamos unos pocos kilómetros atrás cuando hablábamos de las distracciones y cómo aumenta la dificultad de la carrera. Los últimos primes relajados, enlaces sin obstáculos, el cambio de rutas, la presencia de los comisarios deportivos; nada queda librado al azar. El Club de Autos Antiguos de Mar del Plata tiene mucha experiencia en organizar carreras de regularidad y aunque parezca sencilla en una primera lectura de la hoja de ruta, el análisis debe ser más minucioso. Nuestra inexperiencia casi nos juega una mala pasada. Con esta nueva etapa, el terreno cambia sus condiciones, tanto en los paisajes como en la carretera. Las grandes extensiones de campo verde van perdiendo intensidad a medida que avanzamos en busca del mar. Comienza a verse algo de arena y algunas lomadas suaves. Ya no habrá pueblos hasta la ciudad de General Madariaga, aunque sí veremos

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un par de escuelas rurales y alguna pulpería a la vera del camino. Sobre la cinta asfáltica la situación también cambia. Del asfalto impecable de la Autovía 2, pasamos a un pavimento con muchos años de uso y muy poco mantenimiento. Los pozos, las marcas en el suelo, las roturas que abarcan varios metros de largo y el hundimiento de la calzada en la huella de los camiones, hacen más difícil la conducción a una velocidad constante. Cada obstáculo que no se puede esquivar, repercute en el volante y en los pedales y trasciende en un tiempo más impreciso. Los grandes camiones que pasan de frente, desplazan una columna de aire comprimido que nos golpea como una bola de viento en medio de la soledad en la que estamos. El auto se balancea para todos lados, la boina y el gorro tienden a volarse, el volante se descontrola y las agujas de los relojes se mueven de sus posiciones. Detrás, queda una estela de pasto, tierra y partículas que vuelan dentro del habitáculo por varios segundos ensuciando la vista hasta que volvemos a entrar al aire limpio. Todo esto sumado a que las pequeñas lomadas le quitan un mínimo de velocidad o aceleran el auto en las bajadas haciendo todavía más difícil mantenerlo estable. Con todo esto tenemos que lidiar de pronto, sin previo aviso y controlando los relojes como lo hemos hecho hasta

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ahora. Al cabo de 5 kilómetros estamos cerca del cierre del PC. La referencia indica “poste cruce de cable aéreo”. -¿Qué significa “poste cruce de cable aéreo”?pregunto en voz alta. -¿Será un cruce de cables de alta tensión? -No creo, falta 1 kilómetro, se deberían advertir las columnas. -Es verdad y no recuerdo que pase una línea de esas por acá. -Fijate que al costado del camino no hay tendido eléctrico. -Tal vez son un par de cables que llevan electricidad a un campo. -Quizás. Entonces la referencia es más difícil de lo que pensamos. -En ese caso deberíamos encontrarnos con un poste solitario y un cable que cruce de lado a lado. -Perfecto. -Si hubiera varios, aclararía como lo hizo en el “cartel azul de la estancia San Norberto”. -Entonces debe ser así. -Fijate allá, antes de la curva… -Se ve un poste. -Sí pero no hay ningún cable. -Por las dudas tené el cronómetro preparado.

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-Sí, está listo… Pasan unos segundos y el auto se acerca a velocidad constante. El poste sigue sin develar el misterio. Tampoco muestra señales de tener alguna madera horizontal o aisladores de porcelana que pudieran sostener un cable eléctrico. Y no hay a la vista otros cables para poder comparar el espesor y estimar cómo se vería a la distancia. El poste nos mantiene en vilo por un instante más. -El odómetro ya está en 72.167, no hay dudas de que ese es el poste. -¡Pero la referencia es clara y habla del cruce de un cable aéreo que no se ve! -Esperemos a que se acerque un poco más… -Dale, de todos modos todavía no pasamos ningún cable. -Es cierto. -Fijate, ahí está, es un solo cable y bastante delgado, por eso no se ve hasta estar casi encima. -Ahí vamos, 3, 2, 1, TOP! El reloj se detiene marcando 4´29”32/100. Sin la certeza de haber taqueado un buen tiempo, seguimos adelante. Pero no podemos distraernos. A 2 kilómetros aparece un cartel amarillo de “Curva a la izquierda” y otro de “Máxima 100”, y un tercero de “Cruce de caminos”, todos referenciados en la

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hoja de ruta. Nosotros buscamos uno que indique “Curva a la derecha”. Para eso fijamos la vista en la cinta asfáltica e incluso más allá en el campo en donde se ven un par de camiones circulando hacia nosotros. De esta forma lograremos localizar la curva mucho antes de que aparezca el cartel y podemos anticiparnos. El primer semiremolque nos da alcance y se saca de encima el aire que se interpone en su camino. El 800 spider siente escalofríos frente al tamaño de la mole y el agite del aire que revolea a su alrededor. El segundo camión hace lo propio y nos deja tambaleando a más de 60 km/h. Se siente como si estuviéramos inmersos en una tormenta. Es necesario estabilizar la velocidad antes de entrar al PC8. Para complicar aún más las cosas, a toda velocidad se aproxima un auto detrás de nosotros que va agrandándose en los espejos. Hace señas de luces indicando que va a pasarnos justo cuando tenemos a la vista nuestra referencia. De frente circula otro camión y se nos viene la curva encima. Ajenos a todo esto, nos concentramos en nuestra carrera. Preparo el cronómetro, extiendo mi mano derecha hacia el cartel amarillo y cuento. -3, 2, 1, TOP!- y canto justo en el momento en que somos superados al filo por aquel auto, sobre una curva cerrada y con el camión que pasa de frente

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descargando una tormenta de aire, pasto y tierra sobre nosotros. Los anteojos no evitan que un sinnúmero de partículas se meta en nuestros ojos. Por unos instantes viajamos casi a ciegas tratando de acomodarnos a la ruta y el viaje. Otra vez entramos a un PC con la incertidumbre de haber taqueado en la referencia ya que fuimos molestados por todo el tráfico que nos tocó en suerte. Cuando el aire se serena y los ruidos de la carretera se aplacan, escuchamos el mugido de las vacas que festejan alegremente nuestra suerte adversa. Una vez estabilizados, repasamos el instrumental; temperatura del agua, presión de aceite, cantidad de nafta en el tanque, con especial atención en los relojes de las revoluciones y velocímetro que viaja con la aguja clavada en los 60 km/h. Nadie viene por detrás pero de frente vemos un Peugeot 403. El vehículo es blanco y se aproxima a toda velocidad. Cuando nos rebasa vemos que tiene el número 26 en la puerta. Nos preguntamos qué hace a contramano. ¿Nos habremos salteado algo en la hoja de ruta? Enseguida la repaso pero nada indica que tengamos que volver o circular en otra dirección. La siguiente referencia es de finalización del PC en el “principio de tranquera blanca Samboy después de loma”. Vuelvo a leer la

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referencia y le indico a Gustavo. -¡La hicieron difícil ¿eh?! -Leeme de nuevo la referencia. -Principio de tranquera blanca “Samboy” después de loma. -Es una estancia. Lo primero es encontrar un cartel que diga Samboy. -¿Y cómo sabés que es una estancia? -No lo sé, supongo… por lo de la tranquera. -También puede ser la entrada a una chacra, un puesto o hasta un almacen de campo. -Busquemos una casa o un galpón entonces. -¿Y si es la entrada a un campo agrícola? -Mmmm… Busquemos un camino que comience en la ruta. Tienen que estar marcadas las huellas hacia la tranquera. -Salvo que sea una tranquera que no se use. -Ahí estamos jodidos. -Adelante hay una lomada. Capaz podemos ver algo desde arriba. Todavía falta bastante. -Leeme de nuevo la referencia. -Principio de tranquera blanca “Samboy” después de loma. -Después de la loma, o sea, subimos una loma y debería aparecer la tranquera. -Perfecto. Ahora tenemos una dificultad adicional.

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Vas a tener que acelerar para mantener la velocidad constante. -Sí, ya lo había pensado. Y encima va a ser muy sutil la diferencia porque no es una pendiente muy pronunciada. -Ok, entonces una vez que estemos sobre la loma deberíamos tener a la vista la tranquera. -Sí, seguramente estará muy adentro. Fijate que el alambrado está por lo menos a 100 metros de distancia. -Estamos solos. No viene nadie ni por delante ni por detrás. -Perfecto. -Vos ocupate de los relojes y de mantener el auto a velocidad constante que yo me ocupo de buscar la tranquera. -Ok. Cuando la loma comienza a elevar el camino hacia el cielo, desabrocho el cinturón de seguridad y me paro en el punto más alto del auto, como lo hacían los antiguos marineros cuando subían al palo mayor en busca de tierra; para tratar de divisar algún indicio que indique la ubicación exacta de la tranquera. El pasto está bajo y no hay árboles cerca. A unos 400 metros de distancia y al borde de un espejismo empecinado en evitar que lo alcancemos, se ve

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una mancha en la banquina. Parece ser una entrada pero no se ve ninguna tranquera. Lo pongo al tanto a Gustavo. -A unos 400 metros parece haber una entrada. -Ok, yo voy bien. -Sí, sí, allá está la tranquera. -Dame una referencia. -250 metros, no hay nada en particular que la destaque. -Concentrate en taquearla entonces, que yo me ocupo del auto. -Dale… -150 metros… -100 metros… -50 metros… -Ahí viene, 3, 2, 1, TOP! Marcamos 9´36”46/100, el segundo tiempo más largo de la carrera y ya no volveremos a tener primes tan largos. Los cuatro que quedan son de una distancia moderada. Vuelvo a acomodarme en mi puesto de navegante y abrocho el cinturón justo en el momento en que se escucha un ruido bastante feo debajo del auto ¡RRRUUUUUUUUUUMMMMM!, como si rasparan los rulemanes de las 4 ruedas. Se siente incluso en la carrocería que tiembla como si tuviera un poco de frío. Me asomo y Gustavo hace

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lo mismo desde su lado sólo para comprobar que el asfalto por donde circulamos está completamente arañado. Surcos desiguales y anárquicos como si un arado del campo que nos rodea, hubiera desestimado que el camino está allí. Al poco tiempo el traqueteo desaparece y podemos concentrarnos otra vez en la carrera, aunque el camino sigue bastante desmejorado. Se acerca el PC9, el más corto a cronometrar de toda la competencia con un desarrollo de unos 2000 metros. Llevamos 137 kilómetros recorridos desde que salimos del parque cerrado y más de 2 horas arriba del auto. Las referencias son simples e iguales para la entrada y salida del prime “cartel amarillo curva derecha”, sólo que en el segundo aclara que es poco visible. No podemos tomar muchas precauciones más que estar bien atentos ya que haremos el PC muy rápido y debemos encontrar la referencia. ¿Estará escondida detrás de algo, será que el pasto está alto? Nos preparamos para taquear la primera referencia que ya está a la vista. -3, 2, 1, TOP!- taqueo justo en el momento en que el odómetro cambia a 72.188, algo que no teníamos previsto y nos brinda una ayuda adicional para medir la distancia al cartel de cierre. La recta que transitamos es tan efímera como el tiempo que nos de-

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manda alcanzar la siguiente curva a la derecha. Ni siquiera tenemos tiempo para analizar en donde podría estar escondido el cartel “poco visible”. Por otro lado, el cartel está antes de la curva y es necesario que los dos estemos bien atentos para encontrarlo. Unos metros más adelante aparece entre unos yuyos bien desarrollados. No es difícil de ver pero no es perceptible a la distancia y las tripulaciones lo encontramos de repente encima de nosotros. Quien no esté preparado para taquearlo podría pasarlo de largo. -3, 2, 1, TOP!- y el PC9 ya es historia. Registramos un tiempo de 2´35”39/100, el más corto hasta el momento. Una enorme distancia de 10 kilómetros nos separa del siguiente desafío, trayecto que vamos a utilizar para algunas tareas importantes. El primer paso es recalcular la hora estimada de arribo al parque cerrado de Pinamar, para determinar si podemos hacer una “parada de emergencia”. Los resultados dan una ventana de 3 minutos para bajar la velocidad, estacionar en la banquina, hacer lo que tenemos que hacer y poner el auto a correr otra vez hasta alcanzar la velocidad de crucero que llevamos impuesta en los enlaces. Esto nos da un tiempo neto detenidos de menos de 2 minutos. Le hago saber a Gustavo los resultados y estamos

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de acuerdo. Pongo el cronómetro a 0 y anuncio que estoy listo. Nos aseguramos de que no haya ningún vehículo detrás ya que la frenada será bastante brusca. Vemos una frondosa arboleda al frente como un buen lugar de detención y ahora es el turno de Gustavo para hacer el conteo para taquear a la centésima de segundo. Seguimos transitando más y más hasta acercarnos a nuestra referencia y comienza la cuenta regresiva. -3, 2, 1, TOP!, se oye y se disparan los segundos que irónicamente parecen apurase más que antes. La desaceleración brusca detiene a nuestro spider en la banquina. Soltamos los cinturones de seguridad y salimos eyectados del auto, echando un vistazo al camino para comprobar que este despejado. Corremos a toda prisa hacia la arboleda en busca de alivio, pero no es un precisamente un poco de sombra lo que buscamos, aunque no vendría nada mal. Hace más de 4 horas que dejamos nuestra casa, hace mucho calor y nos hemos hidratado bastante. Necesitamos aliviarnos antes de llegar y un monte de eucaliptos son el santo remedio. De paso sirven para estirar un rato las piernas y relajar todo el cuerpo. El silencio es interrumpido sólo por el paso del viento entre sus hojas que desprenden ese aroma característico algo mentolado. En el piso, el crujir de las ho-

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jas secas devela nuestros pasos. El conteo mental, como si jugáramos a las escondidas, nos indica que debemos volver al auto. Apuramos el paso y arrancamos a toda velocidad. Alcanzamos los 80 km/h. y taqueo el fin de nuestra detención poco antes de los 3 minutos. Misión cumplida. Volvemos a la carrera para enfrentar los tres últimos primes. Un “cartel amarillo Camino lateral izquierdo” abre el PC10. Estamos un poco cansados pero aquella detención nos ayudó a recuperar algo de energía. -3, 2, 1, TOP!- canto en voz alta y estamos otra vez en carrera. -Adentro. ¿Cuánto tiene este prime? -Unos 4 kilómetros. -¿Viene alguien atrás? -No, está despejado. -¿Odómetro? -72.205 para cerrar. -Bien. Relojes ok. ¿Cuál es la referencia? -Principio de tranquera blanca Don Remigio?! -¡Dan batalla hasta el final los organizadores! -Así parece. -¿Cómo la interpretás? -Es difícil. “Principio de tranquera blanca”… -¿Será una estancia? -Busquemos casas, arboleda, etc.

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-El camino o la huella desde la ruta. -Sí, claro. -¿Y cómo interpretás “Principio de tranquera blanca”? ¿Dónde vas a taquear? -Supongo que en el primer poste de la tranquera. -En realidad a esta velocidad es tan arbitrario que si taqueas en la tranquera misma, de todos modos haremos el tiempo. -Jajaja, sí, tenés razón. Vuelvo a desprender el cinturón y a tomar mi puesto de vigía. Esta vez la cosa esta más difícil. El alambrado se aleja mucho de la ruta y la vegetación está muy alta. Además se ven arboledas intermitentes por varios kilómetros y la tranquera podría estar escondida en cualquier lado. De frente vemos que viene alocado el MG TB Midget rojo que pasa como una tromba. -¿A dónde va este? -¡No sé! La hoja de ruta no dice nada. Sigo en busca de la referencia cuando Gustavo me avisa. -¡Ahí viene también el 404! -¿Qué raro, qué está pasando! -Fijate si hacen algo o si siguen de largo. -Siguen de largo, pero pasaron a toda velocidad, no están en carrera.

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-El MG rojo iba en tandem con el otro MG J2 verde pero ahora pasó sólo. -Uh mirá, allá viene el Auto Unión. -¡Qué raro! ¿Volverán para repetir el prime? -No lo sé pero concentrémonos en la carrera porque el odómetro está en 72.205. -Sí, falta poco. Vuelvo la vista al campo y lo único que se ve son plantas altas y pastos crecidos. El alambrado no muestra signos de interrumpirse ni tampoco hay señales de algún camino que se interne hacia el campo. La banquina en este tramo está bastante descuidada y la falta del paso de la máquina seguramente oculta las huellas de la entrada. Sigo atento y vigilando pero nada indica la presencia de una tranquera blanca. Sin embargo el odómetro revela que ya deberíamos estar encima de la marca. Trato de estirarme lo más posible para encontrar alguna referencia pero sigo sin ver nada. Concentro la vista unos 100 metros más adelante, una distancia que considero prudente para tener tiempo de taquear. Sostengo el crono con la mano derecha y me aferro al marco del parabrisas con la izquierda. La postura es peligrosa pese a la baja velocidad a la que circulamos, pero la dificultad de la carrera amerita ese riesgo. Las ventajas de viajar en un descapotable. Intento evitar taquear

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antes de tiempo pero la carretera está en tan malas condiciones que el auto se mueve constantemente y nunca va derecho. De pronto una tranquera blanca aparece sin previo aviso y casi encima de nosotros. Busco desesperadamente el cartel “Don Remigio” que asegure ser la referencia que estamos esperando. Taquear en una tranquera equivocada sería un golpe fatal para la carrera. Sin pensar demasiado, tomo la audaz decisión de cambiar el pulgar de posición para marcar un parcial en el crono y dejar correr el tiempo por si estamos equivocados. Todo esto sucede en centésimas de segundos, a 60 km/h. y en tan solo unos cientos de metros. La tranquera está a mucha distancia y muy adentro entre las plantas. Habrá que hacer lo mejor que se pueda. Me arrojo dentro del auto, extiendo la mano hacia afuera y taqueo sin tener la posibilidad de contar. -TOP!- canto y tomo el tiempo tratando de acertarle al primer poste. -Registramos 4´20”80/100. -Es una lotería- dice Gustavo. -Sí, me quedan muchas dudas de si lo habremos hecho bien. -¿Querés repetirlo? -No tenemos mucho tiempo y no sé si se puede. -Mirá, allá está el MG J2.

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-Claro, ahora entiendo. Todos vuelven porque pasaron de largo la referencia. -¡Uf, ésta fue muy difícil! Frenamos junto al MG verde para comprobar nuestras especulaciones. El otro MG rojo se pasó y nunca registró la referencia. Por eso varios competidores volvían para repetir el prime. Nosotros venimos muy justos con el horario de llegada y decidimos seguir adelante a pesar de las dudas sobre el tiempo registrado. Sabemos que si veníamos haciendo un buen trabajo, acá podríamos perder muchos puntos, pero sentimos que hemos hecho un prime prolijo a pesar de las dificultades. Nos despedimos de nuestro compañero y seguimos. Preparo el pago del peaje y aceleramos durante 20 kilómetros hasta dejar atrás la ciudad de General Madariaga. Una serie de rotondas, carteles y vías de tren incluidas, son las referencias para devolvernos ya al tramo final hacia la ciudad balnearia de Pinamar otra vez por una autopista. Comienza a respirarse el aire de mar y con ello se percibe el final de la carrera. Estamos ansiosos por reunirnos con las demás tripulaciones para comentar las experiencias vividas. Además, el hambre ya empieza a dar batalla en el estómago y el calor, todavía alejados de la costa, nos tiene a maltraer. Comenzamos a desandar los

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dos últimos primes. Debemos recuperar la concentración y empezar a estudiarlos -El PC11 inicia con un “CARTEL ROJO “CLARO”. -Supongo que es un aviso de la marca de teléfonos. -Entiendo que sí porque sería raro que indicarán que el cartel es de color rojo claro sin ninguna otra especificación. -¡Claro! jajaja. ¿Y si es un cartel de Coca Cola viejo y desteñido? -Son capaces de cualquier cosa. -Sería muy gracioso que pongan de referencia un viejo cartel desteñido pero sin decir de qué publicidad se trata. -Con los antecedentes de las estancias no me extrañaría. -Puede ser, este tramo de la ruta es muy fácil y quizás buscaron hacer un PC más complicado. Finalmente un gran cartel de color rojo intenso anuncia con enormes letras blancas la publicidad de “CLARO”. -3, 2, 1, TOP!- y se disparan los segundos en el cronómetro. Este prime tiene 3 kilómetros en línea recta y carece de dificultades. Superamos los pozos de la ruta 74 y el asfalto está en perfectas condiciones. Se dis-

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fruta viajar por estos pagos. Los médanos aparecen en el horizonte y las cortaderas exhiben sus plumeros de verano. Viajamos más tranquilos por las condiciones del camino y la experiencia ganada en lo que llevamos de carrera. Nos vamos acostumbrando al ritmo de viaje, a las tareas dentro del auto, incluso a anticipar los obstáculos que pudieran presentarse y sentimos que tenemos más control sobre la prueba. El cartel de “Máxima 80” que marca el fin del PC11 se acerca y ya se ve a la distancia. Nos preparamos para taquearlo y registramos un tiempo de 2´52”82/100. Ya estamos cerca. Quedan 2 kilómetros de enlace para iniciar el último prime de la carrera y el auto se portó de maravillas. Luego de los problemas mecánicos, las dificultades para entrenar, el viaje complicado, el raid por los talleres mecánicos y los nervios de nuestra primera carrera de regularidad, estamos muy cerca de terminar y presentar la planilla de tiempos. Nos encanta participar pero también esperamos con ansias el merecido descanso y el almuerzo entre amigos. Una señal de ferrocarril se ve claramente a la distancia. Es la última referencia antes de entrar de lleno a la última prueba. -Mantené la velocidad que yo me fijo si viene el tren.

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-Dale. Espero que las vías estén en buen estado porque no pienso bajar la velocidad. -Nadie, podés pasar tranquilo. -Trrrrrrrrrrrrr!, Trrrrrrrrrrrrr! -Ya estamos. -¿Cómo cierra la carrera? -El PC12 abre con un “Cartel amarillo de curva a la derecha junto al mojón 12”. -Son 6 kilómetros y cierra con un “Cartel azul de parada de ómnibus”. -Seguramente haya un refugio allí. -Sí, ahí vamos -3, 2, 1, TOP! -Entramos. -Ultimos 6 kilómetros. Iujuuuuu!!!! -¡Qué lindo que es esto! -Vamos que llegamos. No debemos descuidarnos, pero con la experiencia de casi 200 kilómetros, podemos viajar confiados y divertirnos un rato. Detrás de nosotros viene el Peugeot 404 Le Mans algo atrasado porque repitió un prime y varios autos particulares. Sabemos que viaja a una velocidad impuesta un poco más elevada que la nuestra pero la ruta es ancha y de doble mano, no tendrá dificultad para pasarnos. Faltan un par de kilómetros para cerrar el prime y se acercan

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muy despacio. Le aviso a Gustavo que ajusta su espejo para no perderse la definición. Los demás autos tendrán que esperar. El 404 se abre y lentamente se pone a la par. La mínima diferencia de velocidad nos permite intercambiar unas palabras y felicitarnos. Los pilotos concentrados en los relojes mantienen el acelerador bajo presión constante. Los navegantes ya tenemos a la vista el “Cartel azul de la parada de ómnibus” y nos preparamos para clavar el tiempo. El Peugeot saca una leve ventaja y taqueamos casi a la par. El crono marca 5´53”47/100. Hemos completado las 12 etapas de regularidad. ¡Fue muy divertido!

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Llegada a Pinamar

La experiencia fue emocionante. Disfrutamos de cada una de las pruebas y nos divertimos a lo grande. Esto de jugar a correr con los autos es fantástico. Parecemos nenes con chiches nuevos. Hasta aquellos que corren hace cuarenta años están en su salsa. Nuestro Fiat 800 spider se portó de maravillas. Ni un ruidito, ni una queja, los manchones no se trabaron, los relojes funcionaron a la perfección. Lo acariciamos en el tablero calentado por el sol del mediodía y nos relajamos por primera vez en el día. En la rotonda de entrada a Pinamar encontramos al Peugeot 404 con el capot abierto. Nos detenemos a preguntar qué les sucede preocupados de que pudieran tener un desperfecto. Nos tranquilizan informando que es una inspección de rutina. Seguimos nuestro camino porque el reloj anuncia las 13 hs. y todavía debemos cargar nafta. Media hora nos separa del TOP para presentar los tiempos y la carrera aún no se termina. Superamos la primera rotonda, circulamos 500 metros entre el aroma dulce de los pinos

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y giramos en la siguiente en busca de la estación de servicio. El placer de estirar las piernas se mezcla con algunos curiosos que se acercan a mirar el auto. Una pareja de polacos quiere saber de qué se trata y les explicamos. Hablan un castellano muy claro y nos cuentan que recorren el país desde hace varios meses. El tanque se completa, pagamos y partimos. Poca gente circula por las calles. Es un mediodía de principios de diciembre y todavía la temporada está adormecida. De repente vemos que varios autos giran en la rotonda. Otros van y vienen en distintas direcciones por la misma calle por la que circulamos nosotros. Parece una carrera de Los Autos Locos. Es como si nadie tuviera claro el camino. Frenamos junto al MG y consultamos. -¿Por dónde…? -No sé, estoy perdido. -La hoja de ruta dice: “en retome girar a la izquierda”. -Me parece que es por aquel lado. -Allá está el Mini Lopez. Sigámoslo que él conoce el lugar. -¡Dale, vamos! El flamante Ford A roadster marrón oscuro se interna por una calle de arena que se dirige hacia la playa. La mezcla de arena y tosca en una combina-

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ción letal para la fila india de autos que levanta una polvareda sofocante. Muchos son descapotables y la tierra se deposita sobre las brillantes carrocerías que lustrábamos por la mañana, en el interior del habitáculo y sobre las tripulaciones. A medida que avanzamos, el camino se interna cada vez más en la ciudad generando mayor incertidumbre y el tiempo se sigue acortando. -¿Será por acá?- pregunto. -No sé- dice Gustavo. -Pero el Mini debe conocer el camino a La Herradura. -Me parece que no lo sabe… -Debemos tomar una decisión. Paramos a preguntar a las pocas personas que andan por la calle pero nadie conoce el lugar. Es evidente que estamos lejos y que debemos encontrar rápidamente una pista que nos guíe hacia la meta. El tiempo corre más rápido que cuando taqueábamos los cronos apurado por los nervios. Vuelvo sobre la hoja de ruta en busca de algún dato extra que nos permita saber qué es “La Herradura” pero en ningún lado aclara si es un club de campo, un barrio privado, un salón, un restaurante, una confitería, una estancia... La última referencia dice que hay que presentar la planilla de tiempos en la “barrera de ingre-

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so”. Esto significa que se trata de un lugar privado con gente de seguridad en el ingreso. Estamos buscando entonces un barrio privado, un club de campo o una estancia. Los dos primeros podrían estar cerca de la costa y en los alrededores de Pinamar por su desarrollo en cantidad de hectáreas. Si llegara a ser una estancia, cosa bastante probable por el nombre del lugar, entonces estaríamos en apuros porque seguramente está emplazada a una mayor distancia de donde estamos. Chequeo entonces la columna de los kilómetros, a pesar de no poder contar con ese dato, para volver hacia atrás y calcular a qué distancia se encuentra La Herradura de la entrada a Pinamar y descubro que está a tan sólo 5 kilómetros. ¡Hay que volver hacia atrás cuanto antes! Los autos se van dispersando y cada uno toma el camino que mejor le parece. Desarmamos la fila india y retomamos hacia una calle de asfalto. Volvemos sobre nuestros pasos, sumando más competidores perdidos a la caravana y tratando se reunir más información. Quedan sólo 15 minutos para el cierre de la etapa y el reloj sigue corriendo hacia abajo. No hay tiempo que perder. Sigo analizando la hoja de ruta que revela otro dato. A 800 metros de la rotonda de entrada a Pinamar debemos “Girar a la derecha por camino de tierra”. Lo que sigue en las referencias es

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alarmante; luego de encontrar el rumbo nos quedan otros 5 kilómetros por caminos de este tipo hasta la barrera de ingreso a La Herradura en donde se presentan las planillas de tiempo. Además nos falta completarla, porque hasta ahora utilizamos las páginas de los PCS para las anotaciones parciales, para luego traspasar los datos con prolijidad. Pero primero es necesario recuperar el rumbo. En la estación de servicio en donde cargamos nafta nos indican que hay que volver hacia la entrada y girar por una calle de tierra que se encuentra aproximadamente a unos 300 metros de allí. Es la única oportunidad que tenemos. El reloj nos esperará tan sólo otros 9 minutos. Al cabo de eso será el final. La penalización echará por el piso todo el trabajo realizado. No lo podemos permitir. Ahora la prueba se torna en una carrera de velocidad y astucia para dar con el camino indicado. Gustavo acelera y varios autos dependen de nuestra pericia. Tomamos la rotonda y circulamos hacia la ruta 11. Ninguna calle se abre hacia la derecha. Unos metros más adelante aparece el retome en medio del boulevard. ¡Esa debe ser nuestra referencia perdida! Sin embargo ningún cartel anuncia “La Herradura”. De todos modos y librado a la suerte, tomamos el camino de tierra a la derecha. Ya estamos jugados. Transitamos varias cuadras y

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aparece la ansiada referencia que confirma nuestro rumbo. Ya no importa el polvo ni los pozos. Tratamos de avanzar lo más a prisa posible. El tiempo devora los minutos como si fuera un elefante hambriento. Somos muchas tripulaciones las que viajamos contra reloj. Un gran banco de arena nos obliga a montar el auto sobre la barranca al costado del camino. No es momento para quedarnos encajados en arena blanda. Viajamos a los saltos y se hace imposible en estas condiciones, trasladar los tiempos a la planilla con una letra legible. Habrá que hacerlo cuando nos detengamos en la llegada con los segundos contados. Un cruce de caminos es el último obstáculo y ya tenemos a la vista una barrera con el control de la carrera y la entrada a La Herradura. Ningún árbol se apiada de nosotros. Completamos la planilla de tiempos al rayo del sol y la entregamos a las 13.28 hs., 2 minutos antes del cierre de la competencia.

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Antigua publicidad del Fiat 800.



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Un merecido descanso

Cruzar la meta fue casi más difícil que hacer toda la carrera. Fue muy acertado trabajar los enlaces a la mayor velocidad posible y ganar tiempo para afrontar cualquier eventualidad. Es posible que esto nos haya salvado la carrera. Más relajados, llevamos el auto al parque cerrado en donde empieza una nueva competencia, la del almuerzo. Este club de campo se alza en medio de las dunas de Pinamar, rodeado de frondosas cortaderas con sus plumeros blancos en todo su esplendor para recibir el verano. Inmerso en un bosque de pinos que hacen castañear sus piñas con la brisa, su aroma a caramelo se esparce por el aire y envuelve los rincones de una magnífica construcción que corona una extensa loma de fina arena blanca. El amplio deck de madera se extiende hacia el infinito sobre las visuales del campo de polo y ofrece un generoso salón vidriado hacia los jardines de pasto verde que nos acompañan durante todo el almuerzo.

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Nos sentamos a la mesa con Renato Redi, director de la prueba, anfitrión y gran animador; el Mini Lopez y su hijo Diego; Sandy y su mujer María los tripulantes del Triumph amarillo; los chicos del Peugeot 404; Carlos García Mata y Luís Lemoine, presidente y vice presidente del Club respectivamente y Laura Pini. No hace falta romper el hielo, las bromas y las risotadas son el plato fuerte de este mediodía y los más veteranos arrancan con todo. Renato no tarda en soltar la lengua para alegría de los presentes. Sus cuentos son los de un gran humorista. Con su voz profunda y sus enormes carcajadas, va tejiendo cada una de las historias que surgen de sus recuerdos. El resto de los miembros del Club suman sus comentarios y dan fe de las palabras de este magnífico orador que parece contar con más anécdotas de las que puede abarcar en su cabeza, encima con una memoria extraordinaria. Se tejen historias de carreras pasadas, aventuras, emociones y complicaciones con los autos, que comparten la charla con un buen asado y vino tinto. Todos en la mesa tienen muchos años de oficio y son zorros viejos de los cuales aprender muchas cosas. De a poco nos vamos integrando y cuando llegan los postres, las bromas ayudadas por el vino son moneda corriente entre los comensales. El comienzo de la tarde nos devuelve a la actividad

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con un concurso de elegancia. Tanto Gustavo como yo nos distendemos en cómodas reposeras sobre un balcón que se orienta hacia el parque cerrado, concientes de nuestra modesta situación a pesar de contar con un Fiat 800 spider que nos encargamos de hacer brillar otra vez por los cuatro costados. Pero la contundencia de las máquinas como el Mercedes SLC 350, el imponente Aston Martin, los Jaguar E Type, que gozan de nuestro voto, el enorme Bentley bicolor con su tablero de madera e incluso los viejos Ford A impecablemente presentados por el Mini López y Carlos García Mata, son suficientes motivos para que nosotros nos dediquemos a saborear unas deliciosas copas. Es el momento de recorrer y disfrutar de las máquinas en compañía de los buenos amigos que supieron darse a conocer en las escasas horas de competencia. Se abren los capots y se encienden los motores. Cada sonido es diferente y característico de una época, de un a marca, de un ingeniero, de un apasionado que supo cómo hacer hablar a estas bestias, algunas de más de 4000 cc. Los interiores impecablemente presentados en todos los autos de época, hablan de un meticuloso trabajo de investigación de materiales, texturas, colores y aromas con una confección, en muchos casos hecha a mano

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por artesanos expertos en destacar cada uno de los detalles, desde las costuras de los cueros hasta las insignias dentro de los autos. Y este no es un tema menor. Los emblemas de cada marca gozan de un prestigio ganado con los años, la calidad y la exclusividad de las máquinas. Verlos simplemente emociona. Están colocados en lugares estratégicos de la carrocería, la trompa, los volantes y los interiores. Caminamos entre más de 50 clásicos de todas las épocas conversando con sus dueños, levantando datos técnicos y mirando las líneas puras de diseño. Se destaca el lápiz exquisito de cada diseñador, los trazos que cruzan de un extremo a otro y se proyectan hacia el infinito, las circunferencias que permiten ver las llantas con estilos que le otorgan un aire deportivo, las capotas desplegadas y los detalles más precisos en sus terminaciones. Se destaca el esfuerzo puesto en la restauración y cuidado de cada pieza de museo. El Club fue muy exigente en la elección de los participantes y ahora sus miembros fiscalizadores observan minuciosamente cada auto y exponen sus argumentos para otorgar el premio a la elegancia. Tienen el ojo bien entrenado para detectar anomalías imperceptibles que no dudan en impugnar o hacer pesar en el veredicto final de cada participante. La contienda es cerrada. Hay al menos una docena de

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unidades que pelean de igual a igual por llevarse el trofeo. Una mancha en la pintura, una insignia gastada, el bigote de un paragolpes marcado, y será muy difícil alzarse con el trofeo. Mientras esto sucede, nuestro Fiat 800 spider es fruto de la admiración de muchas tripulaciones que espían cada rasgo del auto, sus gestos, las características conductivas, los espacios interiores y hasta insisten en abrir el capot para escuchar sus modestos 797 cc., no obstante los grandes motores que suenan a nuestras espaldas. Y es un orgullo para nosotros tener la oportunidad de mostrarlo.

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Vuelta en enlace

Cerca de las 17 hs., la caravana comienza el derrotero hacia Mar del Plata. El enlace es libre, sugerido por la ruta 11 que es el camino más corto hacia la ciudad balnearia. Cada uno impone su ritmo, de a poco los autos se dispersan y la fila india se diluye con el correr de los minutos. Nosotros optamos por volver sin apuro y pasamos por Villa Gesell a visitar a unos amigos. Antes de salir me ocupo de poner en orden el habitáculo, guardar los cronómetros y acomodar las pocas pertenencias que llevamos. Mi tarea de navegante se completó con la entrega de la planilla de tiempos en La Herradura y ahora disfruto del viento en la cara que propone la capota desplegada. Es una tarde fresca que invita a abrigarse con los buzos que descansaron en el asiento trasero durante toda la competencia, cuando el sol quemaba sin piedad. Ahora con su ocaso hacia donde termina el campo, la temperatura disminuye notablemente y el frío se adueña del ambiente. La boina y el cuello alto poco pueden hacer para combatir los

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embates del viento que se cuela por todos los rincones del auto. Por otra parte la presencia del mar en los últimos tramos de la carretera, empuja una brisa húmeda de agua salada sobre nosotros. Pero ni se nos ocurre subir la capota, preferimos sufrir el clima del Atlántico a ceder al placer que propone el aire fresco. En medio de esta helada soledad suena el teléfono. Es una amiga de Gustavo que llama desde Buenos Aires. Está en el hipódromo y quiere saber si queremos apostar a algún caballo en la próxima carrera. Pedimos la lista de nombres y elegimos uno al azar, convencidos de que será el ganador y le apostamos unos pesos. Al cabo de unos cuantos kilómetros, recibimos una nueva llamada. Se corrió la manga y los caballos ya descansan al final de la pista. Preguntamos por nuestra suerte y nos enteramos que al animal no le alcanzaban las patas para correr a sus competidores. Llegó último, cómodo. Nos despedimos a la espera de que nuestra participación en regularidad sea un poco más digna. La ruta abre el apetito y a la llegada a Mar del Plata se impone una buena cena para festejar lo actuado. Gustavo llama a unos amigos y nos encontramos en un bar cerca del mar. La espera en la barra con tragos de vodka y champagne es acompañada por

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una amena charla de amigos. Poco antes de la media noche llega la comida que devoramos antes de tomar un buen cafĂŠ para acostarnos rendidos a las 2 de la madrugada.

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Gymkhana

La hoja de ruta descansa cerrada sobre uno de los bolsos en nuestro cuarto. En su interior están las instrucciones de la Gymkhana, una prueba de velocidad controlada que comienza a las 9 con un desayuno en la Fonte D´Oro. El despertador, programado para las 7 de la mañana, intenta infructuosamente bajarnos de la cama. Luego de un rato de estiramientos, giros, contorsiones y movimientos que intentan aplacar el molesto sonido, me levanto logrando vencer las pocas horas de sueño. Pero por más que intento, es imposible despertar a Gustavo. Aunque insisto y lo molesto, el único resultado que obtengo es que gire y se enrosque más entre las sábanas. En este estado de somnolencia se impone un buen desayuno y si demoramos nuestra salida, perderemos la posibilidad de hacerlo en la confitería. Hago un último esfuerzo y bajo amenaza de ir a correr la prueba solo, logro que reaccione con una airada protesta. Bajamos a la cochera y nos encontramos con nuestro spider envuelto en una bola de tierra del día anterior,

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pero no hay tiempo para emprolijarlo. Salimos hacia la Fonte D’Oro a toda prisa y llegamos a tiempo para hacernos de un café con leche con medialunas. Por suerte, una maratón demora la salida de la caravana hacia la base naval y ganamos algo de tiempo para disfrutarlo. La palabra Gymkhana proviene del término persa “khana”, que significa “lugar de reunión” y del término “gend”, que significa “pelota”; originalmente “gendkhana” o juego de pelota. En la actualidad se usa para designar el lugar en donde se celebran pruebas de habilidad o incluso a la propia competencia. En el siglo XIX, el ejército británico las organizaba en la India para mantener en forma a la caballería y mejorar sus destrezas como jinetes. Una Gymkhana típica consistía en llevar a cabo una carrera a caballo en un circuito serpenteante, durante la cual los participantes debían sortear una serie de obstáculos consistentes en hileras de postes situados a diversas alturas, siendo penalizados si omitían saltar alguna de las dificultades. Aunque en sus orígenes en las Gymkhanas se competía a caballo, hoy se celebran a pie o en todo tipo de vehículos, incluidas bicicletas, coches o patines, siendo muy populares como actividades al aire libre.

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En nuestro rally, la Gymkhana es una prueba de habilidad y destreza conductiva. Se corre en un circuito de césped, preparado con conos que delimitan los obstáculos a vencer. Cada auto corre en forma individual y debe hacerlo en el menor tiempo posible. Los comisarios deportivos son quienes toman los tiempos y los anotan en la planilla general, por categorías. Las dificultades son varias. La maniobrabilidad de los autos, sobretodo los más antiguos, es limitada y la prueba exige esquivar una línea de seis conos en zig-zag, es decir uno por la izquierda y el siguiente por la derecha. A continuación habrá que completar una vuelta completa a un cuadrado marcado en el suelo para salir a toda velocidad hacia un segundo recorrido de idénticas características. La salida de este último trazado es a toda velocidad y a los pocos metros se encuentra el arco de llegada con una línea marcada en el suelo. Habrá que detenerse justo antes de esa línea a riesgo de ser penalizados si llegara a tocarse siquiera. Lo mismo ocurre en la largada frente a un adelanto a la señal de partida. Luego del desayuno, llegamos a la base naval en caravana y estacionamos en los lugares asignados con el número de cada equipo. En una breve reunión de pilotos nos informan las características de la com-

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petencia y nos entregan la descripción del circuito. Tenemos 10 minutos para reconocer la pista antes de dar largada al primer competidor. Mi tarea como navegante es obtener la mayor información posible de la prueba y junto con mi compañero y piloto, trazar la estrategia de carrera. A regañadientes arrastro a Gustavo hasta el circuito. A pesar del aire fresco y la brisa de mar no logra sacarse el sueño de encima. Nos paramos frente a la línea de largada y echamos un vistazo general. Varios competidores hacen lo mismo y salimos todos a caminar el campo de batalla. El primer cono se esquiva por la derecha con lo que tratamos de replicar la misma trayectoria que debería llevar el auto. Inspeccionamos el terreno, ya que un piso de tierra y pasto podría tener además obstáculos ocultos como pozos, piedras o incluso un cambio de consistencia en los lugares en donde varía la vegetación o el tipo de suelo. Sorteado este primer cono, Gustavo da por concluida la maniobra y quedo en medio del campo con la hoja de ruta en la mano. Insisto en la necesidad de recorrer todo el camino de la misma forma que lo haremos unos minutos más tarde en carrera, para memorizarlo y verificar allí mismo los problemas a enfrentar. Acepta con una airada protesta pero me

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acompaña a caminar la pista. Durante el recorrido intercambiamos opiniones sobre la forma de conducir, los lugares en donde podríamos perder tracción o cómo navegar y comunicarnos cuando se desate la acción. Esta vez el cronómetro servirá solamente para cotejar nuestro tiempo contra el de los comisarios deportivos y saber cómo venimos durante nuestra participación en la prueba. Finalmente cruzamos simbólicamente la llegada y estamos listos para largar. O al menos eso cree Gustavo que se distrae en conversaciones con otros participantes. Yo, por mi parte, continúo con la tarea de investigación y concentración. Puede ser que uno de los motivos sea el fanatismo por la competencia, pero para mí estas tareas son parte de la pasión además de un gran aprendizaje. Observo a las demás tripulaciones y una en particular me llama la atención el MG rojo de Sebastián. Me acerco y veo que tiene su rueda de auxilio a un costado del auto junto a varias herramientas, una campera y algunas otras pertenencias. Le pregunto si tuvo algún inconveniente y me responde que no, que solamente esta alivianando el auto para la competencia. -¡De modo que también hay secretos para correr la Gymkhana! -Sí, claro- me responde.

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-Cuanto más liviano el auto mejor reacción tiene. -¿Pero es necesario bajar hasta los abrigos?pregunto. -Claro, todo, cada detalle suma. En la línea de largada ya se ven los primeros movimientos. Un Ford A se dispone a largar y una multitud se arrima al borde del circuito. Somos muchos los pilotos y navegantes que queremos ver esta primera participación para sacar conclusiones. Carlos García Mata con el número 1 se posiciona en la línea de largada e indica que está todo en orden. A un lado del auto están los fiscalizadores del rally, Willy Crippa y Daniel Carelli, cada uno con un cronómetro para un doble control de tiempos y al otro extremo del circuito, comunicados mediante handies, otros dos comisarios deportivos. Las tripulaciones estaremos controladas desde todos los ángulos y no será posible rozar siquiera algunos de los conos sin ser penalizados. El Ford A acelera y levanta sus revoluciones cuando se extienden los cinco dedos de la mano derecha de Crippa y comienza el conteo en voz alta en cuenta regresiva. -5, 4, 3, 2, 1, TOP!- da la señal de largada con una sacudida de su brazo extendido

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Carlos acelera el Ford como si fuera un Fórmula 1, dejando una estela de tierra y polvo detrás suyo. A pesar de su edad, la del auto me refiero, enfrenta a toda velocidad el primer cono y volantea hacia el otro lado sin piedad. La cafetera se sacude a derecha e izquierda como un barco en medio de una gran tormenta. Se inclina y se retuerce, sus amortiguadores son exigidos al máximo y los rayos de madera de las ruedas resisten todo el peso del auto que se bambolea sobre ellos. El motor se hace escuchar al máximo de sus revoluciones y ruge como si fuera el primer día, alejándose hacia el final del circuito. Cuando sortea el último cono, exige el volante hasta el tope de sus posibilidades y la carrocería se inclina peligrosamente sobre la curva con sus dos ruedas izquierdas prácticamente en el aire. El piloto intenta hacer contrapeso proyectando su cuerpo hacia afuera, su mirada fija en el cuadrangular que deberá sortear a continuación y su mente disparando cálculos para determinar cuál será la mejor trayectoria para encararlo. Lo alcanza a toda velocidad y pega el volantazo para entrar en una elipse que los envuelve en una nube de polvo. La estela se mueve en círculos como un huracán y al cabo de un giro completo, el Ford A 1929 asoma entre la tierra para afrontar la segunda parte del circuito. Los comentarios en la

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línea de meta, a donde nos hemos trasladado todos los participantes, son de asombro y expectativa por el tiempo que hará nuestro compañero, quien dará la primera referencia a vencer. A pesar de estar en otra categoría, será un buen testimonio del desempeño que debemos llevar en nuestro auto. Luego de sortear el último obstáculo, el Ford A se nos viene encima endemoniado. Carlos García Mata sigue acelerando a pesar de aproximarse al cierre del especial y parece que no logrará frenarlo. Pero el zorro viejo clava los frenos demostrando un gran conocimiento de su auto y logra cerrar su excelente desempeño clavando las cuatro ruedas a poco más de medio metro de la línea de meta. El cronómetro marca 1´17”92/100 y sorprende a todos los presentes con un tiempo increíble. Es el turno del segundo Ford A 1929 de Carlos Bianchini que ya se estaciona frente a la línea de largada. Crippa marca otra vez la cuenta regresiva y con el TOP! da vía libre a la máquina que sale a toda velocidad hacia la pista. 1´23”16/100 más tarde, detiene el cronómetro en la meta sin mostrar siquiera un rasgo de fatiga en su viejo motor de 81 años de edad. La cafetera ronronea un gracioso “rum rum rum rum” junto a los comisarios deportivos que dan su visto bueno para que continúe al parque cerrado.

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Uno tras otro largan los autos de la categoría Vintage para completar el parque y dar paso a una desordenada fila india del resto de las categorías. Las autoridades aprueban nuestra anarquía y dejan que se mezclen los autos para que cada tripulación, decida el mejor momento de salida. Luego de ver el comportamiento de las primeras máquinas en carrera, me dispongo a observar a nuestros competidores directos. Nuestro spider participa en la categoría 2Contemporáneos I” la cual cuenta con autos de distintas características. Los Jaguar E Type con sus tremendos motores de 4.2 litros, el Aston Martin y los Chevrolet 400, pueden acelerar más que cualquiera pero son largos, pesados y poco ágiles para el trabado circuito de conos. Los Peugeot 403 y los Auto Unión 1000 S, más cortos y ligeros de peso pueden ser más diestros para moverse en el tortuoso trazado pero lidian, al igual que nosotros, con la escasa potencia de sus caballos de fuerza. Dos serios competidores a tener en cuenta son el MG B blanco y el Opel GT, con una combinación muy buena de peso / potencia / agilidad que le brinda buenas chances de alzarse con un muy buen resultado. Los que quedamos manejamos Fiat; dos coupés 1500 y nuestro 800 spider. Entre nosotros andaremos muy parejos, será cuestión de “muñeca”.

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Autos de la misma fábrica, motores similares aunque de distinta cilindrada, capaces de maniobrar con destreza, flexibles, de reducidas dimensiones, difíciles para sacarse ventaja. Mucho dependerá de la habilidad de los pilotos, la escueta navegación que puedan aportar sus copilotos, la sutileza para llevar el auto, la viveza para trabajar la pista y la sensibilidad para dosificar el pedal del acelerador y el freno. El resto de las máquinas no cuenta para disputar el trofeo pero sí para tratar de obtener algún dato extra que sea útil para lograr alguna mínima ventaja. Una de las coupé 1500 se acerca a la pista. Es la primera referencia de nuestro grupo. Por ahora los tiempos se mantienen en torno al minuto quince resueltos por el Alfa Romeo 2000 GTV con 38/100 por encima del tiempo y un MG TD de postguerra con 1´16”90/100. Parece difícil superar esa marca tan al filo y a medida que pasan los participantes, se diluyen las posibilidades de quitarle el mejor puntaje al Alfa. Incluso la pista se va deteriorando y no resulta conveniente esperar mucho más para participar. Crippa extiende su mano y cuenta en voz alta; -5, 4, 3, 2, 1, TOP! para dar vía libre a la coupé 1500 que corre en busca de su crono. A diferencia de los autos que lo antecedieron en pista, nuestro representante lleva su máquina con

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elegancia y buen tacto, evitando que derrape o se deslice más de lo necesario. Cuando toma la curva de salida hacia el cuadrangular, desarrolla una elipse que aleja la polvareda y despeja la visión para desafiar el giro que completa impecable y a máxima velocidad. Su prolijidad hace que los segundos duren más tiempo y eso es un dato que agendo en mi memoria para transmitírselo a Gustavo. Asume la segunda fase de la prueba con la misma discreción, el acelerador pisado a fondo cuando el auto se lo demanda, el freno casi en un segundo plano y el volante que copia la mejor silueta del camino. Se desprende del último cono con miras a la bandera a cuadros, acelera hasta el último instante y ahora sí aplica toda la potencia del freno para detenerse casi sobre la línea de meta. Carelli canta el tiempo y Crippa lo confirma para estamparlo en la hoja fiscalizadora; 1´12”47/100, aventajando por más de 3 segundos a la mejor marca impuesta hasta el momento. ¡Increíble! Mucho para aprender en esta vuelta. El manejo fue impecable. La dosificación del acelerador, el conocimiento de una conducción de velocidad sobre la tierra y el mínimo uso del pedal de freno, le dieron un tiempazo. Los chicos están felices y se van a descansar al parque cerrado. Es el turno del Triumph amarillo de Mandy, un gran candidato para dar batalla a este nuevo regis-

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tro que encabeza la tabla de posiciones. El auto y su piloto se acercan a la línea de salida. El conteo avanza hasta soltar toda la furia de este motor que ruge su despegue del suelo. Dispara y se interna en el laberinto trabado de la primera vuelta. La propuesta parece no estorbarle y fluye entre los conos como si estuviera en una recta. ¿Podrá achicar el tiempo de punta de la carrera? Los primeros tramos indican que sí, o que al menos estará muy cerca. Se saca de encima el último testigo y toma la curva a toda velocidad. De repente vemos que la cola del auto se levanta en el aire y rebota contra el piso. Podría ser un gran pozo o que le pasó por encima a una roca. Pero es raro que nadie hubiera advertido algo tan peligroso en medio de la pista y sobretodo, que el resto de los autos que ya participaron no se hubieran topado con ello. Cuando el auto golpea por segunda vez contra el piso, la rueda trasera derecha sale disparada hacia afuera y rebota loca hasta detenerse a unos cuantos metros de allí. Mandy se baja estupefacto y los comisarios detienen la prueba. Los que estamos allí corremos hacia el lugar del accidente tranquilos porque ya vimos que sólo tendremos que lamentar problemas mecánicos. Vamos todos en busca de la rueda que tiene las pruebas del

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desperfecto. Un portamasa defectuoso se quebró y dejó libre el neumático que rebotó dentro del guardabarros para finalmente liberarse de la carrocería y arremeter con rumbo incierto. Entre todos levantamos el auto y lo corremos hacia un costado de la pista como si fuéramos un gran servicio mecánico mientras Mandy se lamenta porque se encaminaba a un tiempo que podía desbancar la punta. Consigo un helado pese al frío de la mañana y me acerco otra vez a la pista para ver la participación de mi admirado MG rojo. Su compañero de equipo también se arrima para darle los últimos consejos y alguna impresión de cómo está la pista, ya que él participó unos minutos antes con el otro MG y sus conceptos podrían limar centésimas que definan un puesto. Willy Crippa se ubica a un lado del piloto, que prescinde también de su navegante para minimizar el lastre, extiende su puño izquierdo, abre su mano y comienza la cuenta regresiva. Las pulsaciones de todos suben al igual que las revoluciones del auto. Sebastián acelera al ritmo del conteo, brum, bruuum, bruuuuuummm, para llegar a cero con el motor girando alto en revoluciones y así transmitir toda la potencia a las ruedas motrices, que a su vez la descargarán al suelo.

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-5, 4, 3, 2, 1, TOP!- es la señal de largada de un desaforado bólido rojo que arranca a toda velocidad en busca de los primeros conos. La carrera es tan alocada que los cuatro comisarios deportivos deben esforzarse para mirar atentamente el paso del auto al filo de cada obstáculo. Con cada giro, las finas ruedas de rayos de acero se inclinan hacia afuera, como queriéndose salir de sus ejes por la fuerza de rotación. Los guardabarros que sobresalen de la carrocería, arrojan pasto y tierra al interior del habitáculo desprovisto de protección alguna. El MG sale del último cuadrado con el mismo ímpetu que lo hiciera aquel Ford A que abrió la Gymkhana y aplica los frenos con una mínima ida de cola. Consigue un tiempazo de 1´13”09/100, 62 centésimas por encima de la coupé 1500 que no conforma a un exigente piloto como Sebastian. Parece que es el momento de mandar el auto a pista. Se están dando los mejores tiempos y es una buena oportunidad para competir. Además, la pista se deteriora con cada auto y cuanto más demoremos, peores condiciones se presentarán ante nosotros. Lo busco a Gustavo entre la gente y traemos el auto hacia la línea de partida. Nos precede el enorme Chrysler New Yorker al que le cuesta una eternidad meterse en la línea de conos y cumplir con los re-

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quisitos impuestos por los organizadores. De repente aparece Sebastián que me habla casi en secreto para darme una indicación de último momento. -¡Deberías bajarte del auto, son 60 kilos más de peso!- me dice. -¿Y quién disfruta de correr la Gymkhana?- le contesto. -Me parece bien entonces- y se va del otro lado para hablar con Gustavo. -Tratá de que las ruedas no patinen en la largada y evitá las coleadas que te restan centésimas de segundo. -Lo voy a intentar- responde. -¡Suerte muchachos!- y con una palmada en el hombro nos entrega la tranquilidad que le otorgan sus cuarenta años de experiencia en estas competencias. Crippa toma su lugar junto a Gustavo y pregunta si estamos preparados. Chequeamos que los cinturones de seguridad estén bien abrochados y damos ok. Las pulsaciones se intensifican cuando Willy extiende su mano al frente de nuestro parabrisas. Ahora lo vivimos desde adentro del auto, rodeados de una multitud de corredores y con el motor rugiendo a nuestras espaldas. Se extienden los cinco dedos de su mano izquierda y la ansiedad junto al ruido del

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motor casi no dejan escuchar su conteo. Mi mano derecha sujeta el cronómetro, las dos de Gustavo sostienen con firmeza el volante. La primera marcha espera que la presión del pie izquierdo sobre el embrague ceda para entregarle toda la potencia a las ruedas. Vemos claramente cómo se van disipando los dedos de la mano de Crippa hasta dar el TOP! de salida. Allí se disparan la adrenalina, el cronómetro y los 797 cc. de potencia que nos proyectan hacia el primero de los seis conos. Nos toma 5 segundos alcanzarlo con la trompa del auto y un violento volantazo nos inclina hacia el otro lado para torear el segundo escollo. El auto intenta bajo presión, escabullirse en un puñado de curvas a izquierda y derecha sin tocar ninguno de los testigos bajo la atenta supervisión de los comisarios deportivos, mientras en la cabina no paramos de pasarnos indicaciones. A diferencia de la regularidad, en este especial corremos contra reloj y cada indicación debe ser precisa. Si el cono está de mi lado, trato de guiarlo a Gustavo para que le pasé lo más finito posible. Cuando está del otro, chequeo el tiempo y me proyecto a la pista para saber cuál será el siguiente problema a afrontar. Además, voy cantando cada uno de los conos para tenerlos como referencia de nuestro progreso.

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-¡¡¡Uuuhhh!!! ¡Cómo se mueve! -Está buenísimo. Dale que vamos bien. -¡Esto es genial! -Tercer cono, 11 segundos. -Tercera velocidad. -Seguí acelerando. -Cuarto cono. -¡Vamos a desarmar el auto! -No creo… -Quinto cono, 16 segundos. -Aquel es el último ¿no? -Sí, salís y girás a la izquierda hacia el cuadrado. -¿Cómo lo agarramos? -Abierto, que no derrape el auto. -Ojo con la tracción trasera, dosificá el acelerador, sentí el auto. -Ahí vamos… ¡¡¡Uuuuuyyy, agarrateeeee!!! -¡Dale, dale, dale! -¿Cuánto vamos? -20 segundos. -¡Acelerá! -Eso hago. -Ahora… metelo al cuadrangular y hacelo lo más redondo posible- canto y entramos en una espiral que comparte toda la tierra del suelo con nosotros.

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-¡No veo nada! -Seguí, seguí que vamos bien. -Vuela pasto por todos lados. -¡Esto es una locura, que lindo! -Indicame que no veo nada. -Salimos. Dale derecho hasta ese poste. -Mantené, mantené. Hay que pasar el cono por la derecha. -Entonces queda de mi lado. -Sí. -¿Cómo venimos? -37 segundos. -Muy bien. -Sí. ¡Ahora, todo, todo!... -Abrite un poco… -¡Dale, dale, dale! -¡A fondoooo! -¡Vamos! -Ahí va. -Perfecto. Segundo cono… -Ahora, todo para tu lado. -Tercero. -44 segundos, vas bien… -Cuarto, seguí así. -Quinto. -Ultimo y salimos como antes ¿eh?…

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-52 segundos… -¡Ahora! -¡Uuuhhh, se nos va! -¡Qué no derrape, qué no derrape! -¿Cuidado! -¡Uuuhhh! -Cambió el suelo. -No importa, tratá de controlarlo. -Se va, se va. -Acomodalo… -Así, así, bien, bien… -Ahora a fondo al cuadrangular… -Esperalo, esperalo… -¡Ahora! -¡Entrá! -Otra vez la tierra… no veo nada. -No importa, seguí, seguí, no pierdas la trayectoria. -64, 65, 66. -¿Cuánto falta? -Ya salimos. -Ahí está la meta. -¡Dale, dale, pisalo, a fondo! -¡Voy a fondo! -Seguí, seguí… -Yo tengo el freno de mano por las dudas. -Buenísimo.

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-Ahí va ¡Frenoooo! -¡Uoooooo!! -¡Grrrrrrr!-¡TOP!- las cuatro ruedas se clavan a la tierra y nos vamos de cola hacia la derecha. Una nube de polvo nos pasa por encima. Quedamos a centímetros de la línea de meta. Nos sacudimos el pasto entremezclado con la ropa y consulto el cronómetro que se detuvo en 1´18”23/100. -1´21”10/100- canta Crippa junto a nuestro auto para que se anote en la planilla de cómputos. -¡¿Pero cómo si me dio 1´18”?!- protesto en voz alta en un impulso de carrera. Willy saca la vista del cronómetro y me clava la mirada. -Vaya a estacionar el auto y no proteste- nos dice severamente y en cruza miradas con su colega festejando nuestro atrevimiento con una imperceptible mueca. -¡Callate la boca!- me reta Gustavo y acelera para desembarazarnos de la situación mientras Willy nos despide con una sonrisa. A esta altura ya nos hemos ganado buena fama dentro de la comunidad del rally. Debutantes absolutos, una de las tripulaciones más jóvenes, con

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un auto admirado por muchos, añorado por otros y respetado por todos, amigos de varios históricos del Club, autoridades de la prueba y equipos locales y encima con aires de atrevernos a discutir el veredicto de los comisarios. Estacionamos en nuestro lugar asignado del parque cerrado y nos vamos directamente hacia un tumulto de gente en la cola del enorme Chevrolet Impala azul y blanco de Renato Redi. Como no podía ser de otra manera, en el baúl del auto, en donde caben perfectamente un par de personas cómodamente sentadas, se despliega una barra de tragos con una gran cantidad de bebidas para atender a las tripulaciones. Desde gaseosas y aguas a porrones de cerveza, le ponen sabor a la previa del almuerzo en el Yacht Club Argentino en Playa Grande. Pero lo que no podía faltar, es una tradición iniciada hace 30 años por los primeros integrantes del Club: el Negroni. Un trago que lleva en partes iguales Vermouth rojo, Campari y Gin, que desde hace varios años prepara Renato en una damajuana de vino de 5 litros. Y le sale como los dioses. Un vaso de esta bebida milagrosa para disipar el frío de la mañana y a prepararse para el gran almuerzo de cierre del 31° Rally de Mar del Plata.

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La premiación

La entrada al gran salón del Yacht Club Argentino es precedida por una gran escalera que deriva a una puerta doble, que a su vez abre sus vistas a los ventanales que asoman hacia Playa Grande. El imponente mar azul sacude la espuma de sus olas contra las escolleras de piedra y baña la arena de la orilla con un sereno dejo de sal. A la derecha, una gran mesa con un mantel blanco inmaculado, expone los trofeos que se llevarán los máximos ganadores de cada una de las categorías. Cómo nos gustaría poder llevarnos una de esas copas a nuestra casa. A la izquierda, otras mesas circulares invitan a los corredores a ubicarse según sus preferencias para un gran almuerzo. Una bandejeada y buenos tragos nos demoran sobre el balcón que da a la playa, sumidos en conversaciones acerca de la carrera, los autos y la vida misma. Al rato, el Mini Lopez nos apura hacia el salón y nos acomodamos cerca de la mesa del Club MG, una de las más festivas y bulliciosas. Es un día a pleno

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sol pero algo fresco. El ambiente es muy distendido y se escuchan las risotadas que surgen desde todos los rincones. El “plop” de los descorches del vino y el aire de mar abren el apetito. Bien acompañados por anécdotas, almorzamos unas pastas que nos dejan satisfechos como para dormir una siesta. A la llegada de los postres y el café, los representantes del club y las autoridades de la carrera comienzan con la ceremonia de premiación. Son sesenta y ocho unidades entre copas y platos, todos honoríficos que reconocerán por categoría a los tres autos más elegantes, los tres más veloces de la Gymkhana y los ocho mejores en la regularidad, prueba central de la competencia. Además se otorgarán premios especiales para el auto más antiguo, la tripulación más joven y el reconocimiento a clubes y pilotos consagrados. La cuenta regresiva comienza con los resultados de regularidad en la categoría Pre Guerra, autos fabricados hasta 1945. El primero en ser nombrado y último cómodo en las posiciones de llegada es el Ford A de Mini López y Diego con 480 puntos en contra y nuestra mesa estalla en humoradas y carcajadas. Gustavo y yo no tenemos muy claro que significan esa cantidad de puntos, pero nos sumamos a las bromas. Los Lopez agradecen con un gesto de manos pero ni atinan a levantarse de sus asientos.

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¿Será que no quieren perderse el postre? La lista continúa con otro Ford Roadster de 1934 que completó la prueba con 117 puntos en el puesto número 12. Mientras nombran al resto de los competidores de esa categoría, preguntamos al Mini cómo se hace el cálculo de tiempos y nos cuenta que cada punto equivale a 1 segundo de diferencia con el tiempo ideal que se debería haber logrado en la carrera. Un helado escalofrío nos recorre la espalda. ¡Si el Mini Lopez con años de experiencia le erró por 480 segundos nosotros estamos perdidos! Sin experiencia en los cronómetros, con un auto viejo pero nuevo para el equipo y sin un entrenamiento previo, lo mejor es relajarse y disfrutar del café, el postre y el buen vino. Lo que veníamos a buscar ya lo tenemos. La participación en la carrera nos tiene muy satisfechos y hemos disfrutado a lo grande. El octavo puesto y primero en recibir un premio es para otro Ford A, los cuales aparecen en la lista de inscriptos como hongos luego de una tormenta. Este acumuló 45 puntos sobre su carrocería y asistimos al primero de los festejos de la tarde. Le siguen en orden descendente otros siete autos dominados por la marca del óvalo y cómo no podía ser de otra manera, el primer puesto es para el Ford A de 1929 de Carlos Bianchi con 26 puntos, una excelente mar-

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ca muy difícil de igualar. Entre medio sólo pudieron meter la trompa un Chevrolet Roadster también del 29 y el MG Midget negro. Nuestra mesa, regada por la felicidad de las copas, festeja bulliciosamente la consagración de la marca representada por el Mini. Incluso algunos de esos autos fueron restaurados por sus hábiles manos. Llega el turno de los vehículos Post Guerra, fabricados desde 1945 hasta 1980. En esta categoría estamos nosotros, aunque curiosos por saber el resultado nos concentramos más en las conversaciones de la mesa que en la cuenta regresiva. La primera sorpresa la da el abandono de ambos Jaguar E Type y otros cinco autos no clasificados, de modo que podemos darnos el lujo de estar entre los treinta primeros. No está mal para ser nuestra primera carrera. El primer clasificado en ser nombrado es el gran Bentley S1 que acumula 2901 puntos, más de 48 minutos de retraso, que dan cuenta de alguna avería o problema en el auto. Algunos comentarios y la llegada de los postres regados por una exquisita ronda de café, nos distraen por un momento de la clasificación y la mesa se mete en su propio mundo. Cada tanto alguien levanta la cabeza para escuchar lo que sucede pero nosotros estamos demasiado entretenidos con nuestros postres y satisfechos de

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haber completado la competencia y prestamos poca atención al asunto. Diego Lopez aparece con el listado de clasificación que obtuvo de algún lado y lo esconde bajo su plato. Cuando ponernos atención nuevamente, en la premiación se disputan el decimoprimer puesto el Peugeot 403 y el MG 79 que desempatan sus 16 puntos a la centésima de segundo. Teniendo en consideración que el mejor clasificado y ganador de la categoría Vintage obtuvo el primer lugar con 26 puntos, este nuevo registro no sólo los posiciona por delante de los autos más antiguos en la clasificación general, sino que además es una estupenda marca tremendamente difícil de superar. Comienzan a verse aquí los mejores volantes y las tripulaciones más avezadas en el manejo de los cronos y la conducción del auto. Aquellos de los que siempre se puede aprender y a los que hay que seguirle los pasos para ganar experiencia en una disciplina tan rigurosa como las carreras de regularidad. Lamentamos con Gustavo el habernos pasado por alto nuestra posición en la clasificación, más concentrados en la comida y la charla amena con los amigos que en la cuenta regresiva hacia el primer puesto. Podríamos pedirle a Diego que nos muestre la planilla de resultados, pero preferimos esperar a la

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clasificación de la Gymkhana para mantener la expectativa. Seguimos el conteo del resto de los autos y comienzan las sorpresas. Luis Lemoine anuncia un cuádruple empate con 14 unidades entre el décimo y el séptimo puesto; dos de los cuales se alzarán con un trofeo. ¡Algo increíble, cuatro autos deberán dirimir sus puestos a la centésima de segundo! La definición es apasionante. El décimo puesto se lo lleva el Auto Unión número 31 y el noveno queda en manos del MG TD verde. Se escuchan los aplausos y vuelve la calma para saber quiénes son los otros dos participantes que comenzarán a llevarse los trofeos. El octavo puesto alcanza al otro MG TC del 67, un contemporáneo de nosotros y el séptimo es para el Chevrolet 400 dorado. Ovacionados, las tripulaciones abrazan a las autoridades y se estrechan la mano felicitándose por el cuádruple empate. Es expectativa es enorme. Crippa se toma unos segundos para anunciar que el sexto lugar empata sus puntos con la cantidad de primes disputados; doce en total, lo que da un error promedio de tan solo 1 segundo por PC cronometrado. ¡Sorprendente! Para nosotros es impensado siquiera soñar con un resultado semejante luego de haber pasado por todas las etapas de la carrera. El premio es para los

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tripulantes del Mercedes-Benz 350 SLC que se alzan con la copa, felices del resultado obtenido. A partir de acá, los cinco autos que restan habrán cronometrado al menos un prime con tiempo perfecto, es decir a la centésima de segundo, como sabiamente anunciaba Crippa en aquella reunión de pilotos. Son la elite de la competencia, las mejores tripulaciones, aquellas duplas que saben medir el tiempo con tal delicadeza que logran dominarlo para taquearlo a la centésima de segundo. Conocen la técnica y suman tantas horas de entrenamiento como cantidad de carreras. Se entienden con el auto y también dentro del habitáculo y seguramente los años de trabajo en compañía los han sensibilizado para saber hasta lo que está pensando el compañero. Miramos a nuestro alrededor para tratar de encontrar esas caras y adivinar de antemano quiénes serán los máximos ganadores de este rally. Crippa mantiene alta la atención de todos los corredores y con una breve pausa anuncia el quinto lugar para el Datsun 280 ZX con tan sólo 10 unidades. Su piloto y copiloto no lo pueden creer y los festejos son cada vez más significativos. Cada tripulación nombrada estalla de alegría en su mesa y son saludados y aplaudidos por todos los participantes. Los chicos corren hacia el frente para recibir su premio y una gran ovación los agasaja.

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Toda la expectativa está puesta ahora en las mejores cuatro duplas de toda la competencia. Solamente ocho personas se disputarán la gloria. Las miradas se cruzan en busca de alguna señal que nos permita detectar quienes son los aspirantes, pero todos se mantienen en vilo esperando a las autoridades. Crippa pide silencio y el salón se queda mudo. Toma el micrófono y anuncia que metidos en menos de 1 segundo de distancia, otras dos máquinas se disputan el tercero y el cuarto puesto. Esto quiere decir que tenemos un nuevo empate, en este caso con 9 puntos. Incluso agrega que la diferencia es casi imperceptible. -El cuarto puesto del rally y por una diferencia de unas pocas centésimas de segundo es para el Peugeot 404 Le Mans de Carlos Lopez y Favio Camillettianuncia Crippa haciendo eyectar de sus asientos a los chicos que fueron nuestros compañeros de ruta. -¡Qué cerca que estamos- bromea Gustavo haciendo alusión a este detalle. -Si hubieras corrido con el 403 que te preparé los hubieras alcanzado- protesta el Mini a favor de su auto. -Y el tercer puesto también con 9 puntos y una leve ventaja de tan sólo centésimas de segundo es para el Alfa Romeo 2000 de Alvaro Lopez Fontana y Santiago Lopez Tarasido.

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Las dos tripulaciones se encuentran al frente, reciben sus premios, se abrazan, festejan y una cálida ovación los acompaña. La sonrisa no les cabe en el rostro y los festejos se prolongan por largo rato frente a las cámaras que graban el momento en sus fotografías. Se requieren varios minutos para recuperar la tranquilidad en el ambiente. Tanto la gente del club como los comisarios deportivos generan expectativa frente al premio mayor. Cuatro copas descansan sobre la mesa; dos para los pilotos, dos para los copilotos del primero y segundo lugar. Los trofeos son más grandes que los anteriores y sin duda los más preciados del rally, ya que coronarán la regularidad absoluta tanto en la categoría como también en la clasificación general. La definición es muy cerrada y está en menos de 8 segundos de diferencia con el tiempo ideal de la carrera. Un logro ciertamente difícil por no decir casi imposible y sólo reservado para aquellas tripulaciones consagradas a meterse entre los mejores corredores de cada categoría. En este rally que ya lleva 31 ediciones sólo 30 autos lo han logrado y es posible que hasta una cantidad menor aún si alguno hubiera repetido la hazaña. El silencio se adueña de la sala y todos los que participamos del evento estamos atentos a la defini-

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ción. Willy Crippa toma el micrófono, carraspea para cerciorarse de que funciona correctamente y se prepara para el gran momento. El resto de las autoridades de la carrera y las del club están a su lado. Sobre la mesa, los cuatro trofeos brillan a la espera de sus ganadores. Miramos a nuestro alrededor y vamos descartando a quienes nos acordamos que ya fueron mencionados, pero no logramos definir cuántas tripulaciones permanecen sin ser nombradas. Las últimas cuatro personas están por consagrarse y Crippa, con gran habilidad estira más y más el momento esperado. Toma la palabra para anunciar que el primero y el segundo puesto, se resolvieron con 1 segundo de diferencia y con la mitad de puntos que el tercero. Las doce pruebas especiales de la carrera demandaron al menos 1 hora de trabajo con los cronómetros, lo que equivale a más de 3600 segundos cronometrados por rutas abiertas. En nuestra mesa, al igual que en las otras, estamos ansiosos por conocer a las dos tripulaciones más efectivas del rally. Me acomodo en la silla para lograr una mejor visión del momento y Gustavo, sentado delante de mí, hace lo propio. Diego sirve una ronda de champagne para festejar el momento. Crippa finalmente comienza a develar el misterio informando que el segundo lugar se logró con ocho primes en tiempo perfecto y

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un total de 5 puntos, una increíble precisión de 5 segundos de dispersión en más de 3600. ¡Fantástico! Una marca estupenda que quedará registrada quizás como una de las mejores entre todas las ediciones de esta carrera. Vuelve sobre el micrófono y echa un vistazo hacia las mesas sabiendo ya quiénes son los ganadores de ese trofeo. Pasa la vista un instante sobre nosotros y sube levemente el volumen. Demora un instante más y la expectativa es enorme. Llega el momento y declara. -El segundo lugar corresponde al auto número 37, el Fiat 800 spider de Gustavo Miguens y Ezequiel Lopez. Un escalofrío nos recorre todo el cuerpo y la alegría nos eyecta de las sillas fundidos en un eterno abrazo al que se suman Diego y su padre el Mini Lopez, un tocayo que nos trajo suerte. Desde todas las mesas se desata una gran ovación. Sin dudas somos la tripulación más bulliciosa, sobretodo porque no contábamos ni en los mejores sueños con una actuación tan brillante. Además, estábamos convencidos de haber sido nombrados en los puestos del fondo. La felicidad nos invade. Gritamos y saltamos de alegría, nos abrazamos y levantamos el puño en alto en señal de victoria sin entender muy bien lo que nos pasa. Los aplausos se propagan por las mesas y a nuestro paso hacia el frente de la sala, nos sa-

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ludan varios competidores. Luis Lemoine estalla en una sonrisa cuando lo abraza a Gustavo y lo felicita enérgicamente. A mi no me dan los brazos para saludar a Willy y a Renato que con una gran felicidad nos entregan los trofeos. Es una gran sorpresa para nosotros estar en ese lugar y tener los trofeos en las manos. El fotógrafo nbos llama y posamos para la cámara con nuestras sonrisas al borde de las lágrimas. El momento es grandioso, magnífico, supremo. Se amplifica en el estómago, en los pulmones y en el corazón. No podemos parar de festejar. A nuestro lado están Jorge Barbieri y Pablo Erazarret que tan solo nos ganaron por 1 punto de diferencia con su Opel GT Coupé número 39 y fueron nombrados en medio de nuestros festejos. Es evidentemente que la victoria rondaba en torno a esos números. Volvemos alborotados y aturdidos hacia nuestra mesa y en el camino nos cruzamos con más gente que en toda la competencia. Muchos nos saludan y nos felicitan. La modestia del Fiat 800 spider como auto clásico y el debut de una tripulación joven, suman todavía más sabor a la victoria y todos se suman a los festejos. Desde la mesa MG que está a nuestro lado, nos desafían a construir una torre con todos los premios obtenidos. Ellos enseguida ganan altura pero nosotros tenemos sólo un par de copas

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para elevarnos unos pocos centímetros de altura, aunque nos llevamos el premio a la mesa más bulliciosa. Diego sabía de nuestra gran actuación y por eso mantuvo las listas fuera del alcance de nuestras manos para preservar el momento. Ahora consultamos nuestra posición en la Gymkhana sabiendo ya de antemano que nuestro tiempo no fue de los mejores. El minuto veintiuno nos coloca en un séptimo lugar muy lejos de la punta. En el frente, siguen desfilando el resto de los ganadores al concurso de elegancia, tripulación más joven, automóvil más antiguo, la delegación representante de clubes más numerosa y por supuesto a la tripulación femenina mejor clasificada. Se va terminando la carrera, una competencia que se inició con la compra de un auto y alimentó las pasiones de un par de amigos con tantas ganas de correr que trabajaron duro para logar ser parte de un grupo de competidores en donde sobretodo reina una gran camaradería. Entrenamos, superamos todos los desperfectos mecánicos, las interminables horas de viaje, la búsqueda de ayuda en Mar del Plata, la ansiedad por saberlo todo, la humildad de aprender de los grandes, la valentía de encarar una cerrera con unos pocos conocimientos y una escueta hoja de ruta, la perseverancia para llevar adelante

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un auto indócil y taquear con un par de cronómetros de poca monta, la esperanza de hacerlo a la centésima de segundo y la ambición de tratar de ganarle al tiempo. Todo eso forma parte de una carrera de regularidad en la que las tripulaciones y sus autos son solamente meros competidores. La expectativa fue inmensa, el disfrute enorme y el premio mayor fue haber participado. La tarde se diluye y es tiempo de emprender el regreso. Gustavo llama por teléfono a su madre y yo hago lo mismo con mi familia. Cristina atiende el primer llamado y organiza un rápido festejo en la puerta de su casa para despedirnos. En mi teléfono responde Tomás. -Hola Tom. -¡Hola Pa! ¿Cómo salieron? -¡Salimos segundos! -¿En serio? ¿Te dieron un premio? -¡Sí, llevo una copa y es para vos! -Pero si la ganaste vos. -Sí, pero yo te la quiero regalar a vos. -¡Gracias papá, te quiero mucho! -Yo también. Un beso. Pasame con mamá por favor. -Sí, ya te paso. Chau. -Chau. Y la noticia se expandirá por todos lados…

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Tapa de la hoja de ruta de la carrera.



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Vuelta a casa

A las 6 de la tarde el Fiat 800 spider vuelve a pisar el asfalto de las rutas argentinas, pero esta vez lleva el número 37 pegado en sus puertas y un par de trofeos exhibidos con orgullo sobre el tablero. El cansancio de estos tres días es demoledor y a medida que cae la tarde, ni las bebidas, ni la comida, ni las charlas entre estos dos grandes amigos, pueden vencer la fatiga de la emoción de correr nuestra primera carrera de regularidad y obtener un buen resultado. No se trata de ingresar en los rankings del automovilismo mundial, simplemente es un desafío personal similar a los que enfrentamos todos los días, pero mucho más divertido. Existe una motivación interior que nos lleva a correr en un auto antiguo y es la de superarse y encontrarse con uno mismo, te conecta con tu interior, te muestra tus defectos y virtudes y es ahí donde está la diferencia. Quienes se embarcan en estos proyectos después tratan de superarse y asumir desafíos en su vida diaria.

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La capota se mantiene desplegada hasta que el frío y la oscuridad de la noche obligan a levantarla. El Fiat 800 spider es un auto chiquitito y un poco ruidoso, pero es conmovedor. En las estaciones de servicio vuelven a surgir las conversaciones con los curiosos y amantes de los autos antiguos. En la ruta se acallaron las bocinas. Ya es de noche y en la oscuridad todos somos iguales. A las 2 de la mañana, totalmente agotados y casi sin fuerzas, entramos a Buenos Aires. Llevamos a nuestro compañero de aventuras a su lugar de descanso y apagamos el motor y las luces. La penumbra y el silencio se adueñan del lugar. El motor emite pequeños sonidos mientras se enfría y nos despedimos del auto con una última mirada antes de apagarle la luz. Bajamos el portón de la cochera y caminamos en silencio hacia nuestros hogares con el espíritu en paz. Una carrera de regularidad es la idea romántica de luchar por algo inmaterial y nosotros lo conseguimos.

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Fin



INDICE Pr贸logo..............................11 El Fiat 800 Spider..............................15 La visita..............................21 Es nuestro..............................31 La inscripci贸n.............................37 La previa..............................55 El viaje..............................73 Reuni贸n de pilotos..............................91 El parque cerrado..............................101 Etapa de regularidad..............................109 La ruta 74..............................137 Llegada a Pinamar..............................163 Un merecido descanso..............................171 Vuelta en enlace..............................177 Gymkhana..............................181 La premiaci贸n..............................203 Vuelta a casa..............................219



Agradecemos a todas las personas que nos ayudaron a concretar el sue単o de correr nuestra primera carrera de regularidad y a los lectores por confiar en nostros.

Contactos ezequiel@librosdeviaje.com.ar www.librosdeviaje.com.ar www.facebook.com/librosdeviaje



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