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EN EL DĂ?A QUE TEMO
CONTENIDO Prefacio a la serie ������������������������������������������������� 7 Introducción: Todos nuestros miedos ����������������� 9
1 El temor de Dios ����������������������������������������� 21 2 Cómo el temor de Dios vence todos nuestros miedos ������������������������������������������� 65 Epílogo: La bendición de temer a Dios ��������������� 89
Introducción TODOS NUESTROS MIEDOS
¿Quién no ha sentido miedo alguna vez? Y es que como dijo el conocido escritor de ciencia ficción Howard Phillips Lovecraft: «El miedo es la emoción más primitiva y más fuerte de la humanidad. Y la clase de temor más primitiva y más fuerte es el temor a lo desconocido».1 El temor es una ineludible realidad en la vida de todo ser humano. Tiene ese poder asfixiante y casi pegajoso que nunca parece querer abandonarnos. Pero ¿qué es exactamente el miedo? ¿Cómo podemos describirlo? Para el pedagogo José Antonio Marina y la documentalista Marisa López Penas, el miedo es 1 H. P. Lovecraft, Supernatural horror in Literature (Dover Publications Inc.: 1973), 8.
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«la percepción de un peligro o la anticipación de un mal posible que provoca un sentimiento desagradable, acompañado de deseos de huida».2 Según estos autores el temor contiene tres elementos: es una amenaza sentida como real que —en segundo lugar— nos perturba hasta el punto de movernos a adoptar —el tercer elemento— una conducta de fuga o evasión. Es decir, en el miedo participa la persona como un todo: su mente, sus sentimientos y su voluntad. El temor nos afecta de una manera completa. El temor, cuando viene, empapa nuestra vida. Y, por si fuera poco, son muchas y variadas las circunstancias que dan origen a nuestros temores. El miedo puede ser una reacción natural, generando respuestas de legítima defensa ante un peligro. Por ejemplo, un perro inmenso, sin correa ni bozal, que se abalanza sobre nosotros mientras su amo charla indiferente con otra persona. Aquí el animal nos asusta, lo percibimos como un desafío real, como un enemigo. ¡Queremos salir corriendo! Pero el miedo puede ser igualmente imaginario. El perro de nuestro ejemplo, a la postre, resulta ser de lo más amigable. Tan solo quiere jugar con nosotros y que lo acariciemos. Es muy grande, pero es muy manso. «¡No hace nada!», nos asegura su dueño al darse cuenta de la situación. Pero también existen otros miedos ficticios, como los que aparecen en las pesadillas y que nos espantan aun estando dormidos. Nos despertamos 2 Marina José Antonio y López Penas Marisa, Diccionario sobre los Sentimientos (Círculo de Lectores: 1999), 421.
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11 bruscamente, sudando, y no porque haga calor: ¡los sueños son tan reales! Pero el miedo se nutre también de la incertidumbre. Es una aprensión frente a lo desconocido: «¿Qué dirá la prueba que me hicieron para detectar un cáncer? ¿Lo tengo o no? ¿Estará localizado o los tumores se habrán extendido por todo mi cuerpo?»; o «Este nuevo empleo que acepté ¿será mejor que el anterior? ¿Me precipité al dejar el que tenía? ¿Y si me va peor?». El temor es una actitud que puede incluso llegar a paralizarnos, obsesionarnos, conducirnos al pánico y a tomar trágicas decisiones irracionales. Por ejemplo, los dramáticos suicidios de algunos de los que perdieron sus fortunas en el llamado crac del 29. Un final triste, por el miedo a la pobreza. Aparentemente, ninguno recordó las palabras de Jesús: «Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee» (Luc. 12:15). El terror es también una herramienta que usan muchos para someter a otros a sus propios deseos. Así, la Inquisición española castigaba de forma cruel y, sobre todo, pública a los que consideraba herejes para que nadie osara desviarse de la «ortodoxia», por el pánico a ser tratados del mismo modo. Una sociedad invadida por el temor es dócil y maleable. El miedo es también una experiencia social y colectiva, como en el caso de la crisis de la COVID-19. Hay una aprensión generalizada a ser contagiados, al dolor y la muerte (propia o de un ser querido). Incluso, hay temor a perder el
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trabajo por enfermarse. Otros muestran desasosiego por la consecuencias mentales de los confinamientos sobre la población, en particular en los niños y las personas mayores. Las dificultades para volver a la enseñanza presencial también hacen crecer el miedo a una brecha entre los niños con mayores posibilidades de estudiar en casa (los que disponen de wifi, ordenadores y habitación propia) y los niños que no tienen esas ventajas. Y eso sin mencionar los que presentan dificultades de aprendizaje. Grandes segmentos de la sociedad están atemorizados por el indudable quebranto económico que ha traído la pandemia a amplios sectores de la economía local y global. Muchos manifiestan pánico ante un posible estallido social por las fracturas comunitarias que esta situación creó. Otros viven aterrados por las teorías conspiratorias que circulan ampliamente. Sin duda, los medios de comunicación —las redes sociales en particular— tienen mucho que ver con la extensión de estos temores colectivos que arrastran a tantos a un miedo cerval. Estas redes tienen muchas ventajas, pero también inconvenientes evidentes. Uno de ellos es la propagación de noticias falsas, las llamadas fake news. ¿Cuántos de nuestros miedos no son sino el resultado de creer en falsedades? Los temores imaginarios nos llenan de ansiedad o pánico. Curiosamente, una sociedad tan conectada virtualmente teme a la soledad. Esto padecen multitudes de personas mayores, y no tan mayores, en Occidente.
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13 Otro de los grandes pavores de la población es el miedo al fracaso, ya sea familiar o profesional. «¿Estaré a la altura como esposo o padre?». «¿Mi negocio saldrá adelante o será mi ruina?». Estos temores quitan el sueño y empujan a muchos al consumo desmedido de alcohol y drogas. Sin duda alguna, nuestros temores se centran en el dolor físico y psíquico, eso es lo que lleva a algunos al abuso de calmantes adictivos, con los peligrosísimos efectos que conllevan para la salud. Otros están espantados ante la posibilidad de llevar una vida debilitada, impedida, limitada, sin sentido alguno. Algunos desarrollan temor a los espacios cerrados y otros hacia algunos animales. Existen miedos siniestros, como el miedo a la magia negra y las secuelas de las prácticas ocultas en las que algunos se envolvieron. Hay un auténtico pavor a otros seres humanos, a ser rechazados, ignorados, marginados e, incluso, dañados física o moralmente por relaciones humanas presididas por el abuso o el maltrato. Sobre todo los más jóvenes, que buscan ser aceptados, tienen miedo al persistente bullying. Otro temor muy generalizado es al empleador. «¿Qué pasa si me pide hacer algo injusto y, si no lo hago, me despide?». Como dice la Escritura: «El temor del hombre pondrá lazo» (Prov. 29:25). Puede existir un temor al rechazo en el grupo social al que algunos han escalado con mucho esfuerzo. Una vez dentro, no se atreven a disentir de la opinión general, por miedo a ser expulsados de ese círculo privilegiado. Los
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padres del ciego de nacimiento al que Jesús sanó se desentendieron de su hijo cuando fueron llevados delante de los fariseos. Estas fueron sus palabras: «Sabemos que éste es nuestro hijo, y que nació ciego; pero cómo vea ahora, no lo sabemos; o quién le haya abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos; edad tiene, preguntadle a él; él hablará por sí mismo» ( Juan 9:20-21). El apóstol nos proporciona también el motivo de semejante respuesta evasiva: «Esto dijeron sus padres, porque tenían miedo de los judíos, por cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga» (v. 22). Algunos temen que el gobierno se inmiscuya demasiado en su vida, o cercene sus libertades. Otros, más bien, temen al anarquismo, a que no exista un gobierno estable e impere el caos. La reciente aparición de los llamados «Estados fallidos» en varios lugares del mundo muestra los terribles males que puede traer la ausencia de un Estado. Otros expresan su recelo hacia el mercado, las grandes corporaciones, o los poderes fácticos que, ocultos en las sombras, influyen en muchas decisiones políticas a favor de sus propios e inconfesables intereses. En estos últimos años, se ha desarrollado también el pánico a los ataques terroristas, imprevistos, aleatorios y brutales. Tenemos también un creciente miedo al diferente y extranjero; al que no es «uno de los nuestros». Muchas veces los tiranos pueden ser explicados por el miedo a otros. Así los egipcios oprimieron al pueblo de Israel cuando se levantó
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EL TEMOR DE DIOS
Aunque básicamente solo hay dos palabras hebreas y una griega para «temor» o «miedo», es difícil transmitir de un modo sencillo la riqueza de matices que nos transmiten.9 Comprender lo que es 9 «En Hebreo la noción de temor se expresa generalmente por dos raíces yirah y pachad. La primera se usa del temor de Dios con mayor frecuencia y sirve para los dos sentidos en los que podemos temer a Dios (1) el temor en el sentido de tener miedo de Dios y sus juicios penales (2) el temor de adoración , asombro y respeto reverencial. Para expresar este último concepto la raíz yirah puede ser considerada como el término más corriente [...] La raíz pachad tiene con mayor frecuencia el significado de tener miedo o terror […] pero que pachad puede ser usada como respeto y asombro reverente resulta evidente en varios textos […] En el Nuevo Testamento, los términos generalmente usados para expresar temor son phobos y phobeo. Se usan muy frecuentemente para expresar la idea de tener miedo […] también se usan con referencia al temor y temblor que se nos ordena a mostrar en el camino de la obediencia y la perseverancia», citado en John Murray, Principles of Conduct: Aspects of
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el temor de Dios solo será posible si examinamos, en su contexto, los distintos textos bíblicos en los que aparecen estos términos. Solo así podremos desentrañar su profundidad, y ver que se necesita una serie de expresiones para comunicar su sentido completo. Algunos autores consideran que la noción bíblica del temor de Dios es doble: miedo o reverencia. Pero aun aceptando estas dos ideas primordiales, la Escritura revela una mayor amplitud de significados al respecto. Así, podremos apreciar mejor el temor de Dios si nos percatamos de que incluye cinco ideas: recelo, reverencia, relación, reconocimiento y respeto por Dios. Pero es necesario hacer un par de puntualizaciones. En primer lugar, en muchos pasajes no se puede deslindar fácilmente cada una de estas ideas. En segundo lugar, no son incompatibles, sino a menudo complementarias. Por eso es necesario considerar el contexto de los vocablos para interpretarlos adecuadamente. Antes de abundar en las cinco ideas, debemos entender que por «temor» nos referimos al «temor de Dios». Así cuando Jacob habla con Labán, su suegro, le dice: «Si el Dios de mi padre, Dios de Abraham y temor de Isaac, no estuviera conmigo, de cierto me enviarías ahora con las manos vacías» (Gén. 31:42). Posteriormente, se despide de Labán invocando a Dios mismo: «El Dios de Abraham y el Dios de Biblical Ethics (Grand Rapids: Eerdmans, 1991), 231-232. Existen otros términos griegos menos comunes para temor como eulabeias, que se traduce como «temor reverente» o «temor» (Heb. 5:8; 12:28); y deous, que solo se usa una vez, traducido como «reverencia» (Heb. 12:28).
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23 Nacor juzgue entre nosotros, el Dios de sus padres. Y Jacob juró por aquel a quien temía Isaac su padre» (v. 53). Sobre esta identificación de Dios con la palabra «temor», John Murray nos dice: El temor de Isaac, como un nombre de Dios, da testimonio de la profunda y duradera impresión producida en Jacob por el temor de Dios que Isaac manifestaba; es un testimonio de la realidad, profundidad y omnipresencia del temor piadoso de Isaac […] constituye por parte de la Escritura un tributo único al lugar que el temor de Dios ocupaba en pensamiento y la vida de Isaac. La única explicación del uso por parte de Jacob de semejante título es que la conducta y comportamiento de Isaac indicaba el profundo sentido de la majestad de Dios con el que estaba imbuido.10
Dios es temible y digno de ser temido. Y ese Dios es el único Dios que hay y se reveló en las páginas de la Biblia. Por ello, escuchar Su Palabra es el camino que nos conduce al temor de Dios porque en ella Dios se revela como temible. Como confiesa el salmista: «Príncipes me han perseguido sin causa, pero mi corazón tuvo temor de tus palabras» (Sal. 119:161). Este es el aspecto crucial del tema: someterse al temor de Dios es someterse a Dios mismo.
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John Murray, 240-241.
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Recelo de Dios El temor de Dios es la incomparable impresión que Dios deja en toda la creación. Es Su inigualable impacto sobre la obra de Sus manos: «Te vieron las aguas, oh Dios; las aguas te vieron, y temieron; los abismos también se estremecieron. Las nubes echaron inundaciones de aguas; tronaron los cielos, y discurrieron tus rayos. La voz de tu trueno estaba en el torbellino; tus relámpagos alumbraron el mundo; se estremeció y tembló la tierra» (Sal. 77:16-18). Este salmo afirma que la creación tiembla ante el Dios del éxodo. El mar Rojo se separó, el monte Sinaí humeó y titubeó ante la presencia de Dios. Este sobresalto se debe a que Dios —el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios redentor de Israel— es santo. La santidad de Dios es uno de los temas de la profecía de Isaías: En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando
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en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos (Isa. 6:1-5).
Los querubines se cubren ante la santidad de Dios, tal es el resplandor de Su inmaculada Deidad. En comparación con la pureza de Dios, aun los ángeles parecen desteñirse ( Job 4:18). Dios encuentra en Sus ángeles torcimientos.11 El punto no es que los ángeles sean imperfectos, sino que en comparación con Dios no son tan puros. Es como comprar una camiseta blanca y ponerla sobre la nieve. En comparación con la blancura de la nieve, cualquier objeto que creíamos blanco, parece gris. Incluso algo inanimado como la entrada del templo se conmueve ante la presencia de Dios. Isaías mismo se ve como muerto ante el resplandor de la santidad de Dios, porque es culpable delante de Él. Tiene una experiencia análoga a la del apóstol Juan en Patmos, ante la visión del Señor Jesucristo en gloria: Su cabeza y sus cabellos [del Cristo exaltado] eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. […] Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los 11 F. Luis de León, Exposición del libro de Job (Buenos Aires: Hyspamerica Ediciones Argentina, 1985), 84.
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En el día que temo siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades (Apoc. 1:14-15,17-18).
Cristo mismo se revela como «el Santo» (Apoc. 3:7) y, curiosamente, el mismo Juan declaró que Isaías vio la gloria del Señor Jesucristo en el templo ( Juan 12:41). La santidad de Dios estremece, turba y causa conmoción. Por eso existe una estrecha relación entre la santidad y el temor a Dios. En este sentido, es relevante recordar que «Santo» es la palabra que más se usa en toda la Biblia para describir a Dios. En el Antiguo Testamento, se halla en expresiones como «el Santo de Israel» y, en el Nuevo Testamento, como el adjetivo que acompaña a una de las personas de la Trinidad: «el Espíritu Santo». Dios es el Santo. Por cierto, la completa revelación del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento explica por qué el temor de Dios se menciona menos. La presencia del Espíritu Santo equivale al temor del Señor, precisamente por la relación entre la santidad y el temor de Dios. Ahora bien, ¿qué hay detrás de la idea de la «santidad»? ¿Qué significa afirmar que Dios es «santo»? La santidad de Dios nos comunica, de entrada, la idea de pureza. Dios es inmaculado, no tiene mancha ni pecado. Como dice Habacuc: «¿No eres tú desde el principio, oh Jehová, Dios mío, Santo mío? […] Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio» (Hab. 1:12-13). Nuestro Señor Jesucristo es descrito como el sumo sacerdote «santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho
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27 más sublime que los cielos» (Heb. 7:26). Jesucristo es «el Santo de Dios» (Mar. 1:24). Además, la santidad de Dios representa una insuperable conmoción para el pecador. Al percibir Su santidad, el ser humano experimenta miedo, pánico y susto ante Dios. Vive un rechazo irracional del único que es bueno: Dios. En concreto, la palabra «recelo» es adecuada para describir la experiencia del pecador delante de Dios. El recelo implica falta de confianza hacia una persona o cosa que, supuestamente, oculta malas intenciones o conlleva algún peligro. Nuestro pecado nos lleva a tener malos pensamientos acerca de Dios. En realidad, nos atemoriza que nos trate como lo que somos: culpables, responsables de nuestro pecado y merecedores de castigo. Es significativo que la primera emoción del corazón humano después de su caída en el pecado fue el miedo a Dios. Esto experimentaron Adán y Eva después de desobedecer al Señor: ... oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí (Gén. 3:8-10).
Al igual que nuestros primeros padres, todos los seres humanos somos conscientes de que esta es nuestra condición y esto nos lleva a tener
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miedo de Dios. De algún modo, todos somos conscientes de nuestra carencia de esa inocencia original. Y, aunado al miedo ante Dios, el ser humano teme a otros seres humanos y a la creación de Dios. Entonces, las personas buscan aplacar esos terrores por sus propios medios, sus «hojas de higuera» que no sirven de mucho. Intentan, igualmente, sustituir a Dios por un ídolo que pueden manipular para aminorar su terror, aunque no podrán erradicar del todo la mirada divina. Pero «¿es adecuado tener pavor de Dios?», pregunta John Murray. Su respuesta es crucial: «La única respuesta adecuada es que sería la esencia de la impiedad no tener miedo de Dios cuando hay razones para tener pavor de Dios».12 Esto mismo expresó Edward J. Young: Adán había pecado, y tenía miedo, y al tener miedo mostró sabiduría. Supo que había pecado. Y fue consciente del hecho de que lo que había hecho era tan serio que había traído el disgusto de un Dios santo […]. Era culpable delante de Dios. Su desnudez era algo vergonzoso y por ello no se atrevía a estar en la presencia de Dios. 13
Por ello, Pablo resume el estado de la humanidad afirmando: «No hay temor de Dios delante de sus ojos» (Rom. 3:18). La realidad de un Dios tres veces santo debe sobrecogernos. Si no John Murray, 233. Edward J. Young, Genesis 3: A Devotional and Expository Study. (Edinburgh: The Banner of Truth Trust, 1983), 82-83. 12 13
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29 lo hace, es precisamente porque estamos lejos de Dios. No temerle es nuestra tragedia. El mismo Señor Jesucristo advierte: «Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno» (Mat. 10:28). Es correcto, pues, temer a Dios y Sus justos juicios por causa de nuestro pecado. Recuerda: «¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!» (Heb. 10:31). Si no estás en Cristo, tienes motivos para alarmarte delante de Dios. Sé sabio y confiesa tu pecado delante de Dios. Solo dándote cuenta de que ofendiste al Santo podrás buscar Su perdón. La Escritura hace eco de la ira de Dios con respecto a nuestro pecado: «La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad» (Rom. 1:18). La ira de Dios es la justa reacción del Dios santo frente a nuestra maldad. No podría ser de otro modo. Dios no es indiferente al mal. Él es el Santo y Su indignación muestra Su santidad. Si nosotros nos irritamos cuando vemos a niños sometidos a explotación y maltrato, ¿cuánto más el Dios santo estará enojado contra el pecado? La Escritura menciona que Su ira se revela en Sus justos juicios. Entonces, ante la manifestación de Su justicia deberíamos temer a Dios: Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y
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En el día que temo pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas (Apoc. 14:6-7).
Dios es glorificado y temido por Sus juicios. Las convulsiones físicas en la creación a las que aludimos son imágenes del justo juicio de Dios, como se puede ver en multitud de pasajes de toda la Biblia (Isa. 13:9-11; Joel 2:10; Amós 8:8-9; Hab. 3:6-10; etc. ). Esto es importante porque, sin el trasfondo del justo juicio de Dios, el evangelio no se aprecia. A la luz de nuestra miseria y oscuridad, las buenas nuevas de salvación por gracia cobran un valor inestimable. Un diamante exhibido en un paño negro resalta su brillo y fulgor. Del mismo modo, el evangelio de la salvación en Cristo resplandece ante la realidad de lo que nuestros pecados merecen.
La reverencia ante Dios La reverencia es apercibirse de que Dios no es como nosotros. Él es eterno, mientras que nosotros nacimos ayer. Él es el creador de toda realidad, mientras que nosotros somos Sus criaturas. Por eso, Isaías escribe: «¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis? dice el Santo» (Isa. 40:25). Solo Dios es sui generis; es decir, único. No hay otro a Su altura. Él está por encima de todo; es decir, solo Él es trascendente: «¿A quién me asemejáis, y me igualáis, y me comparáis, para que seamos semejantes? […] porque yo soy Dios,
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31 y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí» (Isa. 46:5,9). Todo esto precisamente porque solo Él es santo. Edward T. Welch afirma: La santidad no es uno de los muchos atributos de Dios. Es su naturaleza esencial y manifestada en todas sus cualidades. Su sabiduría es sabiduría santa, su belleza es belleza santa. Su majestad es majestad santa. Su santidad añade gloria, lustre y armonía a todas sus demás perfecciones.14
En este sentido, la santidad de Dios está indisolublemente unida al temor de Dios. Tratamos a Dios con reverencia porque no hay ninguno como Él: «¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? pues sólo tú eres santo» (Apoc. 15:4). Esta exaltada doxología alude a textos como el Salmo 111 y a Jeremías: «No hay semejante a ti, oh Jehová; grande eres tú, y grande tu nombre en poderío. ¿Quién no te temerá, oh Rey de las naciones? Porque a ti es debido el temor; porque entre todos los sabios de las naciones y en todos sus reinos, no hay semejante a ti» ( Jer. 10:6-7). Apocalipsis transmite la alabanza que se rinde a Dios en el cielo por la manifestación de Sus obras justas: por un lado, la salvación de Su Iglesia y, por otro, Su juicio sobre los impíos. Es una adoración por parte de «los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen, y su marca y el número de su nombre, en pie 14 Edward T. Welch, Cuando la gente es grande y Dios es pequeño (Moral de Calatrava: Editorial Peregrino, 2014), 98.
Llegรณ al final de la muestra. Puedes adquirir todo el libro en: www.milecturafacil.com