Jen Wilkin
DIEZ PALABRAS QUE DAN VIDA El deleite y el cumplimiento de los mandamientos de Dios
NASHVILLE, TN
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Diez palabras que dan vida: El deleite y el cumplimiento de los mandamientos de Dios Copyright © 2021 por Jen Wilkin Todos los derechos reservados. Derechos internacionales registrados. B&H Publishing Group Nashville, TN 37234 Diseño de portada e ilustración: Crystal Courtney Director editorial: Giancarlo Montemayor Coordinadora de proyectos: Cristina O’Shee Clasificación Decimal Dewey: 222.16 Clasifíquese: DIEZ MANDAMIENTOS/VIDA CRISTIANA/OBEDIENCIA Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida ni distribuida de manera alguna ni por ningún medio electrónico o mecánico, incluidos el fotocopiado, la grabación y cualquier otro sistema de archivo y recuperación de datos, sin el consentimiento escrito del autor. A menos que se indique de otra manera, las citas bíblicas se tomaron de La Santa Biblia, Nueva Versión Internacional®, © 1999 por Biblica, Inc.®. Usadas con permiso. Todos los derechos reservados. Las citas bíblicas marcadas LBLA se tomaron de LA BIBLIA DE LAS AMÉRICAS, © 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation. Usadas con permiso. Las citas bíblicas marcadas NTV se tomaron de la Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010. Usado con permiso de Tyndale House Publishers, Inc., 351 Executive Dr., Carol Stream, IL 60188, Estados Unidos de América. Todos los derechos reservados. Las citas bíblicas marcadas RVR1960 se tomaron de la versión Reina-Valera 1960 ® © 1960 por Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Usadas con permiso. Reina-Valera 1960 ® es una marca registrada de las Sociedades Bíblicas Unidas y puede ser usada solo bajo licencia. Las citas bíblicas marcadas DHH se tomaron de Dios Habla Hoy®, Tercera edición, © 1966, 1970, 1979, 1983, 1996 por Sociedades Bíblicas Unidas. Usadas con permiso. ISBN: 978-1-0877-4075-1 Impreso en EE. UU. 1 2 3 4 5 * 24 23 22 21
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Contenido
Las diez palabras 8 Introducción: Recuerda deleitarte 11 1 La primera palabra: Lealtad absoluta 19 2 La segunda palabra: Adoración intacta 31 3 La tercera palabra: Nombre intachable 43 4 La cuarta palabra: Descanso sin obstáculos 57 5 La quinta palabra: Honra a los ancianos 69 6 La sexta palabra: Honra la vida 81 7 La séptima palabra: Honra el matrimonio 93 8 La octava palabra: Honra la propiedad 105 9 La novena palabra: Honra la reputación 117 10 La décima palabra: Honra en el corazón 131 Conclusión: En la tierra como en el cielo 143 Índice general 147 Índice escritural 155
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LAS DIEZ PALABRAS Éxodo 20:2‑17
«Yo soy el Señor tu Dios. Yo te saqué de Egipto, del país donde eras esclavo. MANDAMIENTO 1
»No tengas otros dioses además de mí. MANDAMIENTO 2
»No te hagas ningún ídolo, ni nada que guarde semejanza con lo que hay arriba en el cielo, ni con lo que hay abajo en la tierra, ni con lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te inclines delante de ellos ni los adores. Yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso. Cuando los padres son malvados y me odian, yo castigo a sus hijos hasta la tercera y cuarta generación. Por el contrario, cuando me aman y cumplen mis mandamientos, les muestro mi amor por mil generaciones. MANDAMIENTO 3
»No uses el nombre del Señor tu Dios en falso. Yo, el Señor, no tendré por inocente a quien se atreva a usar mi nombre en falso.
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MANDAMIENTO 4
»Acuérdate del sábado, para consagrarlo. Trabaja seis días, y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero el día séptimo será un día de reposo para honrar al Señor tu Dios. No hagas en ese día ningún trabajo, ni tampoco tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni tampoco los extranjeros que vivan en tus ciudades. Acuérdate de que en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, y que descansó el séptimo día. Por eso el Señor bendijo y consagró el día de reposo. MANDAMIENTO 5
»Honra a tu padre y a tu madre, para que disfrutes de una larga vida en la tierra que te da el Señor tu Dios. MANDAMIENTO 6
»No mates. MANDAMIENTO 7
»No cometas adulterio. MANDAMIENTO 8
»No robes. MANDAMIENTO 9
»No des falso testimonio en contra de tu prójimo. MANDAMIENTO 10
»No codicies la casa de tu prójimo: No codicies su esposa, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su burro, ni nada que le pertenezca».
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Romanos 13:8‑10 «No tengan deudas pendientes con nadie, a no ser la de amarse unos a otros. De hecho, quien ama al prójimo ha cumplido la ley. Porque los mandamientos que dicen: “No cometas adulterio”, “No mates”, “No robes”, “No codicies”, y todos los demás mandamientos, se resumen en este precepto: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. El amor no perjudica al prójimo. Así que el amor es el cumplimiento de la ley».
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Introducción Recuerda deleitarte
En esto consiste el amor a Dios: en que obedezcamos sus mandamientos. Y estos no son difíciles de cumplir. 1 Juan 5:3
Este es un libro sobre la ley de Dios en toda su belleza vivificante. Hoy en día, en la iglesia, hay mucha falta de memoria sobre la función que cumple la ley en la vida de un creyente. Estas páginas son un ejercicio de remembranza. Bien al principio, en las primeras páginas del Antiguo Testamento, en Éxodo 20 y luego otra vez en Deuteronomio 5, un pueblo antiguo en una tierra lejana recibió las aseret hadevarim, las Diez Palabras. Aquello que la Torá y los rabinos llamaban las Diez Palabras, nosotros lo conocemos como los Diez Mandamientos. Dadas a Moisés en el Monte Sinaí, y grabadas en tablillas de piedra por el mismo dedo de Dios, estas diez leyes debían servir a los israelitas al dejar atrás Egipto y entrar a la pagana Canaán. Resumen la ley moral del Antiguo Testamento, afianzando sus leyes civiles y ceremoniales. 11
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introducción
Moisés le aseguró al pueblo, a la nación de Israel, que obedecer las Diez Palabras traería vida y bendición: Tengan, pues, cuidado de hacer lo que el Señor su Dios les ha mandado; no se desvíen ni a la derecha ni a la izquierda. Sigan por el camino que el Señor su Dios les ha trazado, para que vivan, prosperen y disfruten de larga vida en la tierra que van a poseer (Deut. 5:32‑33).
Los Diez Mandamientos son quizás el ejemplo más conocido de ley moral, que comunican códigos legales a las épocas modernas. Aunque la mayoría de las personas conocen algo sobre las Diez Palabras, pocas pueden enumerarlas. Una conocida encuesta descubrió que, mientras que a los estadounidenses les costaba recordar los Diez Mandamientos, podían enumerar los siete ingredientes de un Big Mac y los seis miembros de la tribu Brady con relativa facilidad.1 En mi experiencia, tampoco hay muchos cristianos que puedan nombrar los diez «ingredientes claves» del Decálogo. ¿Podrías nombrarlos a todos? ¿Deberías poder hacerlo? Si los Diez Mandamientos no se olvidan, a menudo se perciben de manera errónea. Tienen un problema de relaciones públicas. Muchos los consideran las declaraciones obsoletas de un Dios estruendoso y malhumorado a un pueblo desobediente, y nos cuesta identificarnos con alguno de los dos o que nos resulten agradables. Como nos cuesta encontrar belleza en las Diez Palabras, nos resulta fácil olvidarlas.
1 Reuters Life!, “Americans Know Big Macs Better Than Ten Commandments”, Reuters, Thomson Reuters, 12 de octubre de 2007, www.reuters.com/article/us-bible -commandments/americans-know-big-macs-better-than-ten-commandments-idUSN 1223894020071012.
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introducción
La ley y la gracia Tal vez hayas escuchado la afirmación: «El cristianismo no se trata de reglas, se trata de relación». Es una idea que se ha vuelto popular en las últimas décadas, a medida que los mensajes evangelizadores hicieron un mayor énfasis en una relación personal con Dios, algo posible mediante la gracia que perdona nuestros pecados contra la ley de Dios. De muchas maneras, este enfoque evangelizador busca resolver el problema de relaciones públicas que mencioné. Inter cambia al malhumorado Dios de la ley del Antiguo Testamento por el compasivo Dios de la gracia del Nuevo Testamento. Así, la ley y la gracia se han visto enfrentadas como enemigas cuando, en realidad, son amigas. El Dios del Antiguo Testamento y el Dios del Nuevo han sido puestos en oposición, cuando en realidad, son el mismo. Dios no cambia. Su justicia y Su compasión siempre han coexistido, y lo mismo sucede con Su ley y Su gracia. Ahí es donde está nuestra desmemoria. En vez de ver el pecado de la ausencia de la ley como la barrera para una relación con Dios, hemos ido aceptando cada vez más la idea de que la ley en sí es la barrera. Hemos llegado a creer que las reglas impiden la relación. Entonces, ¿el cristianismo se trata de reglas o de relación? Sin duda, la fe cristiana se trata de relación. Pero aunque la fe es algo personal, también es comunitaria. Somos salvos y empezamos a disfrutar de una relación especial con Dios, y de esa manera, de una relación especial con otros creyentes. El cristianismo se trata de una relación con Dios y con los demás, y como esto es cierto, el cristianismo también se trata abiertamente de reglas, porque las reglas nos muestran cómo vivir en esas relaciones. En lugar de amenazar la relación, las reglas la habilitan. Nuestra vida cotidiana lo prueba. Imagina que eres un maestro sustituto en una escuela primaria. ¿En cuál clase de jardín de infantes preferirías enseñar: en el que tiene reglas establecidas y respetadas, publicadas en la pizarra informativa, 13
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introducción
o en el que no tiene ninguna? Las reglas garantizan el respeto a la persona a cargo, y que las personas a su cargo busquen lo mejor para los demás aparte de buscar el bien propio. Sin reglas, nuestras esperanzas de una relación saludable se desvanecen al instante. Jesús no enfrentó las reglas con la relación. Él mismo dijo: «Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos».2 A los cristianos se les ha enseñado — y con razón — a temer al legalismo, el intento de ganar favor mediante la obediencia a la ley. El legalismo es una terrible desgracia, como lo evidencia el ejemplo de los fariseos. Pero en nuestro celo por evitar el legalismo, a veces hemos olvidado los muchos lugares donde se ensalza la belleza de la ley, tanto en el Antiguo como el Nuevo Testamento. El salmista dice que es dichoso el hombre que se deleita en la ley del Señor.3 Aunque el legalismo es una desgracia, la legalidad es una bendita virtud, como lo evidencia el ejemplo de Cristo. Deberíamos amar la ley porque amamos a Jesús, y porque Jesús amaba la ley. Contrario a lo que se suele creer, los fariseos no amaban la ley; se amaban a ellos mismos. Por eso Jesús dijo que a menos que nuestra justicia supere la de los escribas y fariseos, nunca entraremos en el reino de los cielos (Mat. 5:20). El legalismo es una justicia externa solamente, practicada para ganar favor. El legalismo no es amor por la ley, sino que es su propia forma de ausencia de ley, ya que tuerce la ley para sus propios fines. Cuando la Escritura condena la ausencia de ley — en forma repetida y vehemente —, condena tanto al que ignora la ley como al que la abraza para fines farisaicos. Observa las palabras del apóstol Juan: «Todo el que comete pecado quebranta la ley; de hecho, el pecado es transgresión de la ley» (1 Juan 3:4). 2 Juan 14:15. 3 Ver Sal. 1.
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introducción
La definición misma de pecado es el rechazo de la ley. Entonces, ¿qué significa cumplir la ley? Cumplir la ley es parecernos a Cristo. Obedecer la ley es ser semejante a Cristo. Mientras que el legalismo construye una pretensión de superioridad moral, guardar la ley construye justicia. La obediencia a la ley es el medio de santificación para el creyente. Servimos al Cristo resucitado, quien «se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo elegido, dedicado a hacer el bien» (Tito 2:14). Así que espero con fervor que este libro aumente tu celo. Hay buenas obras para que el pueblo de Dios haga, no por temor, para ganar Su favor, sino por deleite, porque ya lo tenemos. Ese favor es nuestra libertad, una libertad de la esclavitud que se entiende mejor cuando recordamos su augurio hace muchos años, en la época de las Diez Palabras. Un festín en el desierto Antes de pronunciar la ley a Israel desde la cima del Sinaí, Dios pronuncia liberación a Moisés desde la zarza ardiente. Israel estaba agonizando bajo una amarga esclavitud. Cuatrocientos años en Egipto los había dejado cautivos y sin esperanza de liberación. Entonces, la zarza habla. Yahvéh revela Su plan de un gran rescate. Moisés debe presentarse ante el faraón con un pedido: «Déjanos ir al desierto, a una distancia de tres días de camino, a ofrecer sacrificios al Señor nuestro Dios» (Ex. 3:18, DHH). Déjanos ir. Este se transformará en el estribillo de los próximos 16 capítulos de Éxodo. Siete veces, Moisés traerá las palabras de Dios ante el faraón: «Deja ir a mi pueblo para que celebre en el desierto una fiesta en mi honor» (Ex. 5:1; 7:16; 8:1, 20; 9:1, 13; 10:3). Una fiesta en el desierto. Un acto de adoración. Hasta ahora, algo imposible. La amarga servidumbre al faraón había hecho que el servicio 15
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bendecido a Dios fuera imposible para Israel. ¿Cómo podían servir a Dios y a Faraón? Es imposible ofrecer una adoración obediente al Rey del cielo si estás cautivo en el reino del faraón. Déjanos ir. Pero Faraón es un amo obstinado. ¿Por qué los dejaría ir a servir a otro amo si lo están sirviendo a él? Con diez plagas, Yahvéh quiebra el yugo del faraón y libera a Sus hijos a través de corredores de sangre y de agua. Diez grandes contracciones y un nacimiento: los siervos del faraón se encuentran renacidos a su verdadera identidad como siervos de Dios. Que comience la fiesta. Sin embargo, el hambre y la sed son sus primeros compañeros, y empiezan a quejarse contra Dios. Él suple sus necesidades con alimento del cielo, un anticipo de la provisión que les espera en Canaán. Y por fin, se acercan al pie de la montaña, el lugar donde Dios los ha llamado a adorar, sacrificar y festejar. Dios desciende con truenos y rayos y no les da la fiesta que esperan, sino la fiesta que necesitan. Les otorga la ley. La ley del faraón se la saben de memoria, pero después de 400 años en Egipto, la ley de Yahvéh es, en el mejor de los casos, un recuerdo lejano para ellos. No se las da cuando están en Egipto, porque ¿cómo podrían servir a dos amos? No, en cambio, espera, y se las da con gracia en el momento en que por fin pueden obedecer. Vengan a la fiesta. Vengan famélicos debido a la ley de Faraón a deleitarse en la ley del Señor. Vengan a probar la ley que da libertad (Sant. 1:25). Muchos años después, Jesús hablaría a Sus seguidores sobre su propia relación con la ley. Nadie puede servir a dos amos. Nazcan de nuevo mediante agua y sangre. Tengan hambre y sed de justicia. Si el Hijo los libera, serán verdaderamente libres.4 Jesús se muestra como el Moisés verdadero y mejor, guiándonos al pie del Monte de Sion para intercambiar la ley del pecado y la muerte por la ley del amor y la vida. 4 Mat. 5:6; 6:24; Juan 3:5; 8:36.
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Cristo, el Moisés verdadero y mejor, te liberó para que experimentes la libertad.5 Pasamos del reino de las tinieblas al reino de la luz, de la ley deshumanizadora del opresor a la ley humanizadora de la libertad. Nos encontramos en el desierto de la prueba, sustentados por el pan que vino del cielo, anhelando un hogar mejor. Entonces, ¿cómo podemos vivir? Escucha las palabras de Pablo: Antes ofrecían ustedes los miembros de su cuerpo para servir a la impureza, que lleva más y más a la maldad; ofrézcanlos ahora para servir a la justicia que lleva a la santidad. (Rom. 6:19)
Para aquellos en el desierto, la ley se otorga con gracia para separarnos de los que nos rodean, y señalarnos el camino para amar a Dios y al prójimo. Las Diez Palabras nos muestran cómo llevar vidas santas como ciudadanos del cielo mientras todavía habitamos en la tierra. Para el creyente, la ley se transforma en un medio de gracia. Palabras alentadoras Las reglas permiten la relación. Las Diez Palabras nos colocan con gracia en un lugar donde vivir en paz con Dios y los demás. El Gran Mandamiento, aquel que Jesús dice que resume todas las 611 leyes generales y específicas del Antiguo Testamento, lo corrobora: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. (Luc. 10:27)
El Gran Mandamiento es el principio subyacente para vivir de manera correcta. No es ninguna sorpresa que las Diez Palabras sigan 5 Gál. 5:1.
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el mismo patrón, primero, de obediencia a la ley centrada en Dios y segundo, de obediencia a la ley centrada en el hombre. Las Diez Palabras son palabras de ánimo, diseñadas para darnos esperanza: la esperanza de que viviremos con una orientación correcta a Dios y los demás, la esperanza de que creceremos en santidad. No nos son dadas para desanimarnos, sino para deleitarnos. No son nada menos que palabras de vida. Sin embargo, ten esto presente: no son palabras de vida para cualquiera. Para el no creyente, la obediencia a las Diez Palabras puede producir tan solo el fruto mortal del legalismo. Tal como el autor de Hebreos deja en claro: «sin fe es imposible agradar a Dios» (Heb. 11:6). Estas palabras traen vida solo a aquellos que se han unido a Cristo a través de la fe. Nuestra relación fue comprada mediante la obediencia perfecta de Cristo a la ley. La vida de Jesús cumple las palabras proféticas del Salmo 40:8: «Me deleito en hacer tu voluntad, Dios mío; tu ley está dentro de mi corazón» (LBLA). El que se deleitaba en la ley de Dios se las ofrece a aquellos que confían en Él, para que también puedan deleitarse en ella. Y para que puedan agradar a Dios. Con fe, mediante el poder del Espíritu, es posible agradar a Dios. Propongo que decidamos no solo recordar las Diez Palabras, sino también amarlas, ver su belleza, buscar ánimo en ellas y vivir en consecuencia. Se alzan antiguas y atemporales, tal como lo fueron para el Israel rescatado, así lo son para nosotros: una fiesta de justicia desplegada en el desierto, que fortalece nuestros corazones para el viaje a casa.
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La primera palabra Lealtad absoluta
Dios habló, y dio a conocer todos estos mandamientos: «Yo soy el Señor tu Dios. Yo te saqué de Egipto, del país donde eras esclavo. No tengas otros dioses además de mí». Éxodo 20:1‑3
Aun habiendo vivido toda mi vida en Texas, puedo reconocer que Texas es un lugar gracioso y maravilloso. Decoramos nuestras casas y patios con banderas tejanas y artesanías con la temática de Texas. Cuando nuestros hijos se gradúan de la escuela secundaria, habrán estudiado la historia de Texas durante dos años completos. Habrán cantado nuestra canción estatal llena de superlativos («¡Texas, nuestra Texas! ¡Salve el poderoso estado!») en cada partido de fútbol de la escuela y en cada evento deportivo importante. No solo eso, sino que además de jurar lealtad a la bandera de Estados Unidos, habrán comenzado cada día escolar honrando la bandera de Texas: «Juro lealtad a ti, Texas, un estado bajo Dios, uno e indivisible». 19
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la primera palabra
No escucho un fervor similar por parte de otros estados, ni decorativo ni declaratorio. Sospecho que se debe a que los tejanos se enorgullecen de la realidad singular de que habitamos el único estado que una vez fue una nación independiente. La Guerra de la Independencia de Texas fue muy importante para nosotros. ¿Recordamos acaso El Álamo? Sí… claro que sí. Recordar la historia de una liberación tan costosa modela la psiquis de Texas. Jurar lealtad a nuestro estado —y a nuestro país— nos recuerda que tenemos una obligación para con una autoridad más grande que nosotros. Entendemos que estamos en sumisión a aquellos que decretan las leyes, y por lo tanto, a las leyes en sí. Lo mismo le sucedía a Israel y lo mismo es cierto para cada seguidor del único Dios verdadero. La realidad de una autoridad superior explica por qué la entrega de los Diez Mandamientos no empieza en realidad con la pronunciación del primer mandamiento. En cambio, empieza con una breve lección de historia que recuerda una liberación costosa y establece quién está a cargo: «Dios habló, y dio a conocer todos estos mandamientos: “Yo soy el Señor tu Dios. Yo te saqué de Egipto, del país donde eras esclavo”» (Ex. 20:1‑2). Apenas 50 días antes, Israel había partido de Egipto después de las diez plagas enviadas para liberarlos de allí. En sus mentes, estaría vivo el recuerdo de aquellos días oscuros: las aguas del Nilo espesas y rojas, ranas muertas amontonadas en pilas malolientes, una nube onerosa de insectos, granizo, enfermedades, oscuridad y muerte. Después de reunirlos en el monte Sinaí, en medio de truenos y humo, Dios le recuerda a Su pueblo que fue solamente por Su mano poderosa que se logró su liberación. La única contribución de Israel a su libertad fue levantarse en obediencia y caminar de la muerte a la vida. Dios presenta los Diez Mandamientos a Su pueblo al identificarse como el Señor su Dios y refrescarles la memoria con «recuerda Egipto». ¿Por qué? Porque antes de que 20
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lealtad absoluta
Israel pueda jurar lealtad a Yahvéh solamente, debe recordar su liberación costosa. Esa liberación no solo suponía dejar atrás la tierra de Egipto, sino también dejar atrás sus costumbres. Cada una de las diez plagas era más que tan solo una señal dramática para el faraón de que debía liberar a los hebreos. Cada una era una derrota simbólica de una deidad egipcia. Osiris, cuyo torrente sanguíneo se creía que era el Nilo, se desangra ante sus adoradores cuando Yahvéh transforma el Nilo en sangre. En reverencia a Heket, la diosa-rana del nacimiento, los egipcios consideraban que las ranas eran sagradas y no se debían matar. Yahvéh las extermina de a miles. Los dioses egipcios que gobernaban la fertilidad, las cosechas, el ganado y la salud quedan impotentes ante el brazo poderoso y extendido del Dios de Israel. En la novena plaga de la oscuridad, Yahvéh demuestra Su dominio sobre el dios sol Ra, de quien se creía que el faraón era una personificación. Y en la plaga final, la muerte de los primogénitos, Dios muestra Su supremacía sobre todo el panteón egipcio al demostrar Su poder sobre la vida y la muerte. Un Dios derriba a todos los rivales. Yo soy el Señor tu Dios. Yo te saqué de Egipto. El mensaje a los israelitas al pie del monte Sinaí es claro: antes de poder obedecerme como el Dios de las Diez Palabras de vida, deben reverenciarme como el Dios de las diez plagas de la muerte. La respuesta requerida también es evidente. Si el Dios que derribó a todos los rivales en Egipto los sacó de Egipto con Su brazo poderoso, la única respuesta lógica es obedecer la primera palabra: «No tengas otros dioses además de mí». Recuerda cuánto costó liberarte. Que tu lealtad sea solo para mí. Solo un Dios El primer mandamiento, «no tengas otros dioses además de mí» se pronuncia en el lenguaje de un soberano a un siervo. No puede 21
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la primera palabra
haber lealtades dobles cuando se sirve a Yahvéh. Al mandar una lealtad única, Dios no solo afirma que es superior que los demás dioses. Tampoco, en las plagas, demuestra meramente que es más fuerte que otros dioses. Directamente declara que no existen. No son más que las ideas vanas de una mente oscurecida. La primera palabra es más que una prohibición contra adorar dioses menores; es una invitación a la realidad. «Yo soy el Señor, y no hay otro; fuera de mí no hay ningún Dios» (Isa. 45:5). ¿Por qué Israel no debía adorar a ningún otro dios que no fuera Jehová? Porque no hay otros dioses. Tal vez parezca algo evidente. Dios acaba de derrotar al enemigo más grande del pueblo y de avergonzar a sus dioses inexistentes. Pero la verdad de que hay un solo Dios para adorar debe asentarse en lo profundo de los huesos del pueblo de Israel, porque Dios ha sacado con victoria a Sus hijos del politeísta Egipto con el propósito de guiarlos con victoria al politeísta Canaán. Después de 400 años en Egipto, el politeísmo le resultaría más conocido a Israel que el monoteísmo que expresa la primera palabra. Le resultaría más natural que la adoración singular que Dios manda, como suele pasar con el pecado en comparación con la justicia. La tierra frente al Jordán atrae con la familiaridad cómoda de la adoración a muchos dioses. La probabilidad de que Israel vuelva a lo que le resulta conocido es alta. El llamado al monoteísmo no sería una idea nueva para Israel al pie del Sinaí. El relato de la creación en Génesis 1 contiene el mandamiento implícito de adorar solo a Dios. Al igual que las diez plagas, los seis días de la creación están expresados con un propósito para derribar cualquier noción de adoración al sol, la luna, las estrellas, la tierra, el mar, el cielo, las plantas, los animales o los humanos. Se muestra que todos los cielos y la tierra son derivativos, dependen y están al servicio del Dios sin origen que sin ningún esfuerzo los llama a existir. 22
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lealtad absoluta
Sin embargo, el pueblo de Dios olvida todo esto fácilmente. Muy pronto, en el capítulo 35 de Génesis, encontramos una advertencia contra la adoración dividida entre los hijos de Dios. Parece ser que, entre su exilio en Padán Aram y su regreso a Betel, Jacob y su familia habían levantado algunos ídolos caseros de polizones en sus alforjas. Aunque Dios no lo ha mandado en forma explícita, Jacob sabe que los ídolos no se pueden quedar: Entonces Jacob dijo a su familia y a quienes lo acompañaban: «Desháganse de todos los dioses extraños que tengan con ustedes, purifíquense y cámbiense de ropa. Vámonos a Betel. Allí construiré un altar al Dios que me socorrió cuando estaba yo en peligro, y que me ha acompañado en mi camino». (Gén. 35:2‑3)
La presencia de ídolos en la familia de Jacob señala la operación de una mentalidad de «tanto lo uno como lo otro»: sí, serviremos a Yahvéh, pero también, por las dudas, ofreceremos devoción a estos otros dioses. Una lealtad doble. ¿Te resulta conocida? Esta mentalidad se esconde en el bagaje de los creyentes hoy en día tal como en la familia de Jacob hace 3000 años. Es una expresión milenaria de aquello a que Santiago 1:8 llama inconstancia. La inconstancia no ocurre porque reemplacemos a Dios con un ídolo, sino porque agregamos un ídolo a nuestro monoteón, de manera que se convierte en un politeón. El estribillo repetido sobre la idolatría a lo largo de la historia de Israel no será que deja de adorar a Dios por completo, sino que deja de adorar a Dios solamente. Una obediencia expansiva Los hijos de Yahvéh hoy no son distintos de los hijos de Yahvéh antes. Al igual que Israel, podemos afirmar que no hay otros dioses 23
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la primera palabra
verbal e intelectualmente, pero no es así en la práctica. En la práctica, vivimos como politeístas. Nuestra idolatría es un arreglo de «lo uno y lo otro»: Necesito a Dios y necesito un cónyuge. Necesito a Dios y necesito una cintura más pequeña. Necesito a Dios y necesito buena salud. Necesito a Dios y necesito una cuenta bancaria abultada. En nuestra mente, razonamos que el «tanto lo uno como lo otro» sigue ofreciéndole a Dios algún grado de adoración, entonces todo está bien. Sin embargo, según Génesis y Éxodo, dejar de adorar solamente a Dios equivale a corromper cualquier adoración que todavía se le ofrezca. En Mateo 6:24, Jesús enseña que «nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro». Tal vez nos parezca que la doble lealtad es algo deseable, pero Jesús nos asegura que ni siquiera es posible. Fuimos creados para una lealtad enfocada y constante. Fuimos diseñados para eso. Fuimos hechos a imagen de un Dios, para portar la imagen de un Dios. No podemos conformarnos tanto a la imagen de Dios como a la imagen de un ídolo. No fuimos diseñados para ser politeístas, ni podemos sostener el peso de una mentira de muchos dioses en nuestra mente. Cuando nos aferramos a Dios y a _____, nos volvemos «[inconstantes] en todo lo que [hacemos]» (Sant. 1:8). A menudo, necesitamos una crisis que nos señale nuestra necedad. No hay como una crisis financiera para enseñarnos sobre nuestra adoración al dinero y la comodidad además de a Dios. Nada como un hijo rebelde o un divorcio para enseñarnos sobre nuestra adoración a tener una familia perfecta además de a Dios. No hay como el proceso de envejecimiento para enseñarnos sobre nuestra adoración a la salud y la belleza además de a Dios. En una crisis como estas, encontramos a Jacob listo para expulsar los ídolos de su casa. En una actitud penitente, acaba de enfrentarse 24
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cara a cara con sus propios fracasos. A su hija la violaron y sus hijos respondieron con una terrible venganza cuando él mismo no buscó justicia. Jacob es un hombre cuya confianza en sí mismo se ha quebrado, y está agriado en su propio engaño. Es un hombre que conoce de cerca las crisis. Es un hombre que por fin está aprendiendo a jurar lealtad solo a Dios. No importa qué inestabilidad sea necesaria para llevarnos al arrepentimiento, la solución final para nuestra práctica de politeísmo se encuentra en la historia de Jacob: «Así que le entregaron a Jacob todos los dioses extraños que tenían, junto con los aretes que llevaban en las orejas, y Jacob los enterró a la sombra de la encina que estaba cerca de Siquén» (Gén. 35:4). Jacob podría haber destruido los ídolos de cualquier manera. Podría haberlos quemado, haberlos arrojado en un lago o hacerlos pedazos. En cambio, los entierra bajo un árbol conocido como un lugar de adoración a los ídolos. Decidido a dejar atrás el pasado y vivir en la verdad de que Dios es su única esperanza, Jacob realiza un funeral simbólico para los ídolos en el mismo lugar donde se los solía adorar.1 Con una ironía incisiva, el lugar de adoración a los ídolos se transforma simbólicamente en su cementerio. No pases por alto la moraleja de la historia: para liberarnos de nuestros ídolos, debemos matarlos. La necesidad de enterrar nuestros ídolos Jacob realiza un funeral necesario, y nosotros también tenemos que hacerlo. El apóstol Pablo nos insta a esto: Por tanto, hagan morir todo lo que es propio de la naturaleza terrenal: inmoralidad sexual, impureza, bajas pasiones, malos deseos 1 Bill T. Arnold, Encountering the Book of Genesis (Grand Rapids, MI: Baker, 2004), 137.
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y avaricia, la cual es idolatría. Por estas cosas viene el castigo de Dios. Ustedes las practicaron en otro tiempo, cuando vivían en ellas. Pero ahora abandonen también todo esto: enojo, ira, malicia, calumnia y lenguaje obsceno. Dejen de mentirse unos a otros, ahora que se han quitado el ropaje de la vieja naturaleza con sus vicios, y se han puesto el de la nueva naturaleza, que se va renovando en conocimiento a imagen de su creador. (Col. 3:5‑10)
Observa que Pablo describe una lista de conductas idólatras bastante similares a los pecados que encontramos prohibidos en las Diez Palabras. Pablo no está diciendo que exterminemos solo las conductas, sino también los ídolos del corazón que hay detrás de ellas. Está instando a los creyentes a estudiar nuestras conductas como indicadores de aquello (o de aquel) que adoramos además de Dios. La primera palabra sirve como la afirmación general que abarca a las otras nueve. Si obedecemos la primera palabra, automáticamente obedecemos las otras. Establece la postura correcta ante Dios que permite las motivaciones y conductas adecuadas para obedecer las otras nueve. Fuimos creados a imagen de Dios. Cuanto más adoramos a un ídolo, más nos conformamos a su imagen. Aniquilar a un ídolo es ser restaurado a imagen de Dios. Al igual que Jacob, debemos enterrar nuestros ídolos. Por el poder del Espíritu, debemos enterrar nuestros «lo uno y lo otro» y mantenerlos enterrados, aprendiendo de nuestros errores pasados y creciendo en justicia con cada día que pasa. La primera palabra nos prepara para las otras nueve, al exigir nuestra lealtad absoluta al Dios de nuestra costosa liberación. Sin ese compromiso en nuestros labios y nuestro corazón, toda obediencia a los mandamientos siguientes será un ejercicio de moralismo vacío. La primera palabra es un compromiso de lealtad al reino de Dios, aquí y ahora. 26
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En la tierra como en el cielo ¿Recuerdas cómo empezó todo? En el Edén, el primer mandamiento fue perfectamente validado y perfectamente obedecido. En aquel refugio puro y durante ese breve interludio, no hubo otros dioses más que Dios. Los portadores de imagen portaban Su imagen de manera insoluble y pura. Sin embargo, las dobles lealtades brotaron de la lengua venenosa de la serpiente. Adán y Eva sucumbieron a la atracción de Dios-y-completa-el-espacio, y se perdió la adoración pura del Edén. Todos los días, sentimos esta pérdida, al batallar por una devoción constante y definida, buscando obedecer como nuestro Salvador constante y definido nos enseñó y nos mostró. Un día, Su reino vendrá en plenitud, en la tierra como en el cielo. En Aquel día, la lealtad constante y absoluta será restaurada plenamente. En la nueva Jerusalén, por fin y una vez más no tendremos otros dioses delante de Él. El apóstol Juan nos describe cómo será este refugio final: La muralla estaba hecha de jaspe, y la ciudad era de oro puro, semejante a cristal pulido. Los cimientos de la muralla de la ciudad estaban decorados con toda clase de piedras preciosas […]. La ciudad no necesita ni sol ni luna que la alumbren, porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. (Apoc. 21:18‑19, 23)
Es una descripción que nos hace caer la mandíbula.2 A primera vista, parecería que las puertas de perla, las paredes incrustadas de gemas y las calles de oro están diseñadas para entusiasmarnos a vivir en un lugar donde hay toda clase de opulencia; un lugar tan espléndido que resplandece más que el sol. Pero la descripción de Juan de la Nueva Jerusalén apunta a decirnos algo más. Toma todo aquello 2 Porciones de lo siguiente aparecieron por primera vez en mi artículo “Heaven Shines, But Who Cares?”. ChristianityToday.com, 20 de agosto de 2020, https://www.christianitytoday .com/ct/2018/september/wilkin-heaven-shines-but-who-cares.html.
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que estimamos más en la vida y lo reduce al nivel de lo común y corriente. Todos estos elementos —el oro, las piedras preciosas, los cuerpos celestes, los gobernantes y las coronas— han sido objeto de la adoración humana a través de la historia, aquello que genera una doble lealtad. Son los ídolos de este mundo. La Nueva Jerusalén es un lugar donde lo primero es lo último, donde todo aquello que hemos exaltado será rebajado al nivel de su verdadero valor: tendrá el valor de un mero metal o piedra, de una mera autoridad humana, de meras luces creadas que se mueven a la orden de su Creador. Es un lugar donde los metales y piedras preciosos son pisoteados como el polvo común de los senderos, donde nuestros honores personales son arrojados a los pies de Dios, donde las personas, los objetos y las instituciones a los que hemos adorado caerán de sus lugares exaltados. Es un lugar cuyos habitantes por fin obedecen la primera palabra: «No tengas otros dioses además de mí». Es el Edén restaurado. Jesús, quien cumplió la primera palabra en todo sentido, les enseñó a Sus seguidores a orar para que el reino de Dios viniera «en la tierra como en el cielo» (Mat. 6:10). ¿Por qué esperar hasta la próxima vida para considerar sin valor todo aquello que Dios considera sin valor? ¿Por qué esperar hasta la próxima vida para estimar todo aquello que Dios estima? La primera palabra nos invita a la bendecida realidad de ningún otro dios ahora. Nuestra adoración insoluble es lo que nos marca como Sus hijos en medio de una generación torcida y depravada. Hoy es el día para derribar los ídolos del poder, la riqueza, la seguridad y la comodidad. Ahora es el momento de hollar en el polvo los dioses de nuestros deseos pecaminosos. Vivir esta vida libre de la esclavitud de las cosas de la tierra es anticipar el gozo indescriptible de una eternidad en la cual todo placer terrenal cede ante el placer de estar final y plenamente en la presencia del único Dios. Elige hoy a quién servirás. Compromete tu lealtad. 28
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Versículos para meditar Salmo 86:10‑12 Isaías 45:5 Mateo 6:24 Colosenses 3:5‑10 Santiago 1:6‑8 Apocalipsis 15:4 Preguntas para reflexionar: 1. Antes de leer este capítulo, ¿cómo habrías calificado tu obediencia al primer mandamiento? Después de leerlo, ¿cómo te calificarías? ¿Qué discernimiento te llevó a cambiar tu diagnóstico? 2. ¿A qué ídolo te ves más tentado a adorar además de a Dios? ¿Qué esperas controlar o evitar a través de esta doble lealtad? 3. ¿Qué conducta pecaminosa actual entiendes que se generó en la adoración a algo más que a Dios? ¿Cómo contribuye tu falta de memoria de tu costosa liberación a la manera en que respondes a la tentación? 4. En la introducción, observamos que las leyes nos ayudan a vivir en comunidad. ¿Cómo ayuda la primera palabra a los hijos de Dios a vivir en comunidad unos con otros? ¿Qué daño produce la inconstancia en la comunidad cristiana? Escribe una oración pidiéndole a Dios que te ayude a obedecer el primer mandamiento. Confiesa dónde has albergado dobles lealtades y adorado a otros dioses de tu propia creación. Pídele que te ayude a vivir como un ciudadano de Su reino hoy y todos los días. Alábalo porque es el Dios sin igual. Dale gracias por tu costosa liberación. 29
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