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Unidad dentro de la diferencia
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este tema, sus comentarios en las redes sociales están llenos de orgu‑ llo hacia su postura y desprecio hacia los demás, en sus prédicas lo único que hacen es criticar, en lugar de mostrar la belleza de nuestro Redentor. Por el contrario, y esto lo digo con mucho respeto y humil‑ dad, la gran diferencia en la conversación entre el pastor Salvador y yo fue que nuestro evangelio no era la posición que sostenemos con respecto a los dones. Nuestro evangelio es Cristo y este crucificado. No quisiera que tomes esta exhortación con liviandad. Si te sientes identificado en algo o en mucho como uno de estos extremistas que han cambiado el evangelio de Cristo por el evangelio de su posición con respecto a los dones, te animo a que te arrepientas de atacar a la novia de Cristo. Deja de ser como Saulo camino a Damasco que perseguía a la Iglesia. Abraza el verdadero evangelio, donde tu pri‑ mordial pasión es proclamar a Cristo y Su obra de gracia.
Quisiera aclarar una vez más que no me considero ecuménico. Lo que estoy tratando de decir es que tengamos el discernimiento bíblico para identificar a nuestros verdaderos hermanos y no dejemos de tener comunión con ellos en amor. Esto no elimina el hecho de que, en ocasiones, será apropiado señalar los abusos y los extremos dañinos, pero debemos hacerlo de tal forma que no generalicemos injustamente y terminemos incluyendo en los comentarios a verdade‑ ros creyentes. Debemos entender que el evangelio nos llama a hablar la verdad en amor y que todo lo que digamos o hagamos sea para edificación y no para destrucción (Ef. 4:15; 2 Cor. 13:10).
Existe otro peligro que debemos considerar para no caer en extre‑ mos. Algunas veces, en lugar de tener convicciones propias, sim‑ plemente seguimos casi ciegamente las causas y los dichos de las celebridades del mundo cristiano. Nos convertimos en sus guerreros y usamos las redes sociales o cualquier otro medio para difundir sin filtros sus mensajes. Por lo tanto, no es raro que muchos de los ataques en redes sociales sean de personas que probablemente no saben muy bien de lo que están hablando, ni están llamados para hacerlo. Por todo lo anterior, quisiera reiterarte mi invitación a que seas humilde y no ataques a la novia de Cristo. No olvidemos que
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una de las funciones principales del Espíritu Santo es unir al cuerpo de Cristo.
«Mas no ruego sólo por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno. Como tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.La gloria que me diste les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno:yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfeccionados en unidad, para que el mundo sepa que tú me enviaste, y que los amaste tal como me has amado a mí» (Juan 17:2‑23).
«Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Juan 17:3)
«Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros.En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros» (Juan 13:34‑35).
Una de las labores del Espíritu Santo en el Libro de los Hechos era unir al pueblo de Cristo mientras iba salvando a los elegidos. El Libro de los Hechos muestra al imparable Evangelio de Cristo siendo predi‑ cado y salvando a multitud de personas por todo el Imperio romano a través del obrar del Espíritu Santo. Al salvar a todas esas perso‑ nas de diferentes nacionalidades, trasfondos y posiciones sociales, el Espíritu Santo los trae a la unidad del cuerpo de Cristo. El apóstol Pablo, testigo de excepción de esa obra maravillosa del Espíritu en Hechos, lo describe de la siguiente manera:
«Pues por un mismo Espíritu todos fuimos bautizados en un solo cuerpo, ya judíos o griegos, ya esclavos o libres, y a todos se nos dio a tener del mismo Espíritu» (1 Cor. 12:13).
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Es interesante ver que este glorioso Libro de los Hechos no solo da muestras del poder del Espíritu para salvar, sino también de Su poder para mantener a todas esas personas tan diversas y diferentes en un mismo cuerpo. Muchas veces pasamos por alto la demostración de poder en la unidad de la Iglesia a lo largo de todo el Libro de los Hechos. Desde la unidad en el Aposento Alto, la generosidad de la Iglesia al cubrir las necesidades de sus hermanos, el orar juntos por los prisioneros, el cuidado de Priscila y Aquila por Apolos, el Con‑ cilio de Jerusalén, el evidente amor de la iglesia de Éfeso al despedir a Pablo y mucho más; en todos ellos vemos una y otra vez cómo el poder del Espíritu no es solo demostrado al salvar a personas, sino también, y de forma preeminente, al unirlas al cuerpo de Cristo.
La obra del Espíritu no es simplemente salvar a personas para que estas vivan de forma solitaria. La realidad del obrar del Espí‑ ritu es que nos salva para que tengamos comunión uno con otros, que es parte esencial del tener comunión con Dios (1 Jn. 1:3). Por eso es fundamental que antes de empezar a lanzar acusaciones o comentarios incendiarios, podamos tener el discernimiento para saber si las personas involucradas en nuestros futuros comentarios son creyentes como nosotros. Esto es de vital importancia porque si lanzamos una fuerte crítica, por ejemplo, en las redes sociales, y lo hacemos dando a entender que el grupo al que estamos seña‑ lando no son creyentes y en realidad lo son, estaríamos haciendo el trabajo del demonio al crear separación entre el cuerpo de Cristo, cuando el Señor nos ha llamado a mantenerlo en unidad. En esta época de redes sociales estamos muchas veces más ocupados en hacer crecer nuestra cantidad de seguidores en vez de cuidar la unidad dentro del cuerpo de Cristo. La naturaleza humana caída también se manifiesta en las redes y a veces nos hace más popular el mofarnos, criticar y actuar como justicieros de las redes, que animar la unidad entre verdaderos hermanos que tienen diferencia en aspectos secundarios.
«Yo pues, prisionero del Señor, os ruego que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con
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toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos unos a otros en amor, esforzándoos por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también vosotros fuisteis llamados en una misma esperanza de vuestra vocación» (Ef. 4:1‑3).
Les reitero, no estoy hablando de ecumenismo, y mucho menos de dejar pasar todo pensamiento equivocado. Hay verdaderos herejes en ambos lados del espectro que afirman que solo sus formas y sus creencias te hacen creyente. Eso siempre será condenable. Tampoco quisiera quitarle el entusiasmo a todos aquellos que tienen como meta ser lo más precisos posibles en su entendimiento doctrinal. Sin embargo, si tu meta en la vida es tener la mejor definición sobre el tema de los dones, pero en el proceso pierdes la sensibilidad y la pasión por el único evangelio de Cristo, lo habrás perdido todo. Pablo llama a Timoteo a cuidar la iglesia de Éfeso y proteger la sana doctrina. También vemos en Apocalipsis que la misma iglesia de Éfeso guardó la verdad, pero en el proceso perdió su primer amor (Apoc. 2:1‑7).
Permítanme darles un ejemplo que nos puede dar mayor claridad. Muchas veces en las redes sociales se incluyen memes de herejes modernos y los identifican, por ejemplo, como arminianos. Para mí ese tipo de publicaciones demuestra una gran ignorancia sobre la definición clásica del arminianismo. Aunque la posición arminiana difiere de la reformada luego de la controversia soteriológica que siguió la reforma protestante, ambas posiciones son consideradas ortodoxas. Esto significa que ambos, arminianos y reformados, son considerados cristianos. Si fuéramos un poco más profundos desde el punto de vista teológico, podrías decir que lo que sucede es que se tiende a confundir el pelagianismo con el arminianismo. No tengo el tiempo para ahondar en estos temas en este libro, pero a los interesa‑ dos los invito a profundizar en el tema. Sin embargo, los cristianos que defiendan una posición ortodoxa del arminianismo deberían ser aceptados como hermanos en la fe, aunque existan aspectos doctri‑ nales en donde haya diferencias.
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Lo mismo sucede con las diferentes posiciones con respecto a los dones. Tendemos a poner «etiquetas» a personas que no le corresponden. Nos gusta el sensacionalismo y las exageraciones. Los que están en el lado opuesto tienden a ver a los cesacionistas como los elegidos congelados y los cesacionistas tienden a ver a los continuistas como locos que brincan, caen en éxtasis y tienen experiencias bastante subjetivas o místicas. Estas observaciones exageradas crean caricaturas y causan dolorosas divisiones en la Iglesia.
Yo estoy tratando de ser lo más sincero posible. Por eso les qui‑ siera contar que cuando leí el libro Fuego Extraño de John MacAr‑ thur, me pareció que incluyó a todos los continuistas dentro de un mismo saco. Yo respeto el ministerio del pastor MacArthur, es un hombre que Dios ha usado de muchas formas para bendecir la Igle‑ sia. Pienso que las intenciones del libro son nobles al desear proteger la autoridad de la Palabra de Dios. Pero desde mi perspectiva, el efecto del libro fue muy desafortunado porque creó sectas dentro del cristianismo. El libro no fue cuidadoso de apuntar específicamente a movimientos que usan los dones en formas que no están prescritas en la Biblia. Aquellos que deseamos someternos a las enseñanzas de Pablo en 1 Corintios 12‑14 podemos pensar que hemos sido injustamente incluidos en los grupos que el pastor John ataca con tanta fuerza. Es muy posible que esto pueda causar división en el cuerpo de Cristo. Tengo bastante claro en el hecho de que el pastor MacArthur no cree que todos los continuistas son «peligrosos». Por ejemplo, durante algunas de las conferencias pasadas en su iglesia ha invitado a Bob Kauflin a liderar la alabanza. Todos sabemos que Bob es continuista, por lo que se evidencia que el pastor MacArthur debe tener algunas categorías con respecto a los continuistas. No todos están en el mismo saco. Sin embargo, lo que lamento es que muchos de sus seguidores tomaron Fuego Extraño y lo aplicaran de una forma extrema.
Todos los creyentes que estamos invirtiendo tiempo en pensar sobre el tema los dones espirituales debemos pasar tiempo meditando en Efesios 4 para estar seguros de que, en medio de nuestro deseo de
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ser fieles al Señor y Su Palabra, no terminemos dividiendo y atacando al mismo cuerpo de Cristo. Si parte de la obra del Espíritu es crear unidad en el Cuerpo, entonces uno de los puntos que recalca Pablo en su carta a los Efesios es dejarnos ver que aquellos que atacan la unidad del cuerpo de Cristo están trabajando como agentes de Satanás y contristando al Espíritu Santo.
«… ni deis oportunidad al diablo […]. Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, por el cual fuisteis sellados para el día de la redención» (Ef. 4:27, 30).
Ambos versículos están en el contexto de esta exhortación inicial presentada por el apóstol en su carta:
«Yo pues, prisionero del Señor, os ruego que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos unos a otros en amor, esforzándoos por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también vosotros fuisteis llamados en una misma esperanza de vuestra vocación» (Ef. 4:1‑3).
Lo que ese capítulo particular de Efesios está buscando comunicar es que, si no trabajamos en mantener la unidad en el cuerpo, iremos en contra del Espíritu y al contristarlo ya le estamos dando lugar al diablo. Atacar a creyentes en formas que no fomentan la unidad es aliarse con el trabajo de Satanás y entorpecer el trabajo del Espíritu. Un amigo me contó que su pastor le pidió que se fuera de su iglesia porque estaba causando división. Mi amigo le respondió muy bíblicamente al pedirle evidencia de esta acusación porque, en sus palabras, le dijo: «Si estoy causando división, entonces estoy tra‑ bajando en el equipo de Satanás». La respuesta de mi amigo mues‑ tra que debemos tomar seriamente la posibilidad de que nuestras acciones pueden tener el efecto de dividir la Iglesia de forma inne‑ cesaria. Debemos de ser cuidadosos de no tomar roles que no nos
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corresponden y así convertirnos en defensores de cosas que no están dentro del ministerio que Dios nos ha dado. Tratando de hacer el bien, podemos hacer mucho mal.
«Pero vosotros no habéis aprendido a Cristo de esta manera,si en verdad lo oísteis y habéis sido enseñados en El, conforme a la verdad que hay en Jesús» (Ef. 4:20‑21).
Pablo está hablando de que una conducta que pudiera causar divi‑ sión es contraria a la forma en que debemos comportarnos y que aprendimos a Cristo. Cuando aprendemos a Cristo podemos ver Su amor y cuidado por la Iglesia, Su paciencia y deseo de servir. Este último texto me hace recordar uno que se encuentra en el Evangelio de Marcos:
«Pero entre vosotros no es así, sino que cualquiera de vosotros que desee llegar a ser grande será vuestro servidor, y cual‑ quiera de vosotros que desee ser el primero será siervo de todos. Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Mar. 10:43‑45).
Jesús les dice que entre sus discípulos las cosas no pueden ser así. Es como decirles que ese no fue Su ejemplo y que eso no fue lo que Él les enseñó. Les está diciendo que su identidad es una nueva, ya no están para ser servidos, sino para servir. Si siguieran sus enseñanzas, entonces entre nosotros lo que debe de prevalecer es la humildad. No debemos olvidar que somos lo vil de este mundo y no lo sabio (1 Cor. 1:26‑31). Esa realidad debe llevarnos a una humildad en Cristo que hace que cuando comunicamos algo sobre este tema no habrá duda de que podremos diferir, pero nunca nos llevará a separar‑ nos, generar una división o comunicar que somos superiores a otros.
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Impulsados por gracia
A veces nos olvidamos de que Jesús nos amó por pura gracia. No es que no estemos conscientes de la gracia de Dios, o que no mencio‑ nemos las doctrinas de la gracia en nuestras prédicas o comentarios en las redes sociales. El problema es que hablamos de estas cosas, pero no procuramos resaltar ni mostrar la belleza de Cristo en nuestro comportamiento y palabras. Hablamos de Cristo, pero no demostra‑ mos nuestro afecto por Él. Hablamos de Cristo, pero Su ejemplo no es visible en nuestras palabras y actos. Esto podría resultar en cris‑ tianos que prefieren criticar a otros en lugar de amarlos y apuntarles hacia Jesús.
Recuerdo con frecuencia el día que conocí a mi esposa. Fue en junio del año 1997. Ese día acompañé a mi mejor amigo a un retiro de jóvenes donde él iba a cantar. Jamás me imaginé que mi vida iba a cambiar durante esa visita. Mas de 20 años después todavía recuerdo tantos detalles que observé en ella ese día: su vestido, pei‑ nado y su sonrisa. Recuerdo que en el camino de regreso le conté a mi amigo sobre la chica que conocí y lo asombrado que estaba al pensar que ella, siendo tan hermosa, pareciera prestarme atención. Desde mi perspectiva ella era la mujer más hermosa en ese retiro. Yo soy consciente de que el atractivo físico no es mi fortaleza. Por eso tengo la certeza que fue por pura gracia que ella me prestó atención, y eso me hace amarla más profundamente. Yo hablo constantemente de ella dondequiera que esté. Después de todo, si la amo, ¿cómo no hablar de ella? Mi esposa no desea que yo me la pase hablando de que las otras chicas en el retiro eran feas, ella quiere que yo le diga que para mí ella es la más hermosa. De la misma forma, aplicando esta historia a nuestra reflexión, nuestro mayor énfasis debe ser en resaltar la belleza de Cristo.
Nuevamente, esto no significa que no debamos señalar falsas doctrinas o proteger nuestras iglesias de los lobos que seguramente aparecerán (Mat. 7:15). Debemos hacer lo anterior, pero también debemos considerar si es que nuestra actitud hipercrítica realmente está mostrando la belleza de Cristo. Tenemos que considerar si no
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estamos cayendo en el mismo pecado de los falsos maestros, al tratar de construir una plataforma popular con nuestro memes o prédicas burlonas para ridiculizar a otroscon el fin de ganar seguidores o sim‑ plemente lucir mejor que los demás. Todo ministerio que no resalte la belleza de Cristo es un falso maestro. Podemos hablar de las cinco solas, los cinco puntos y jamás mostrar la belleza de Cristo. Tenemos que cuidarnos de terminar defendiendo la verdad, pero al final perder la belleza y la doxología que nos debe llevar a conocer la verdad. Somos impulsados por gracia cuando vemos la belleza de Cristo quien nos salvó por pura gracia. Todo eso nos debe llevar a tener un juicio caritativo de otros, a pensar lo mejor de sus intenciones y ser humildes al ser lentos para la crítica. Si Dios ha sido paciente conmigo, ¿cómo yo no he de serlo con otros?
Una de las cosas que más me asombra en todo el resurgir de las doctrinas de la gracia es ver a personas siendo hipercríticas con‑ tra movimientos de los cuales ellos eran parte anteriormente. Por ejemplo, un ex pastor que abusaba del uso de los dones ha hecho su misión el apuntar todos los errores del lugar del que salió. Eso muestra una falta de entendimiento en la gracia. Aprendieron las doctrinas de la gracia, pero no han aprendido lo que es la gracia. Cuando uno entiende lo que es gracia, entiende que su capacidad para comprender alguna verdad de las Escrituras se debe a que Dios, en Su misericordia, nos ha permitido ver algo que no podíamos descubrir por nosotros mismos. Ese entendimiento debe reflejarse en la forma en la que hablamos a personas que todavía no pueden ver lo que yo ya puedo ver. Nuestras palabras y la forma en que nos comunicamos deben mostrar este asombro ante un nuevo entendimiento que solo viene de Dios. Por eso debo reflejar la paciencia que Dios y otros tuvieron con nosotros cuando todavía no podíamos comprender. Es irónico que alguien que salió, por ejemplo, de algún movimiento neo carismático, esté dos años después todavía hablando de ese grupo en una forma que no refleja compasión, cuando él mismo ha sido receptor de inmensa misericordia.
No todos seremos como Martín Lutero, haciendo grandes llama‑ dos a la reforma de la Iglesia, pero todos somos llamados a mostrar
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la belleza de Cristo y a amar la novia de Cristo. Recordemos que nuestro papel en la Iglesia universal siempre debe ser definido por nuestra iglesia local. Es nuestra iglesia local la que debe comisionar‑ nos a cualquier participación en ministerios extra‑locales, y todo lo que comuniquemos debe representar las convicciones y direcciones de la iglesia local a la que pertenecemos. Esto quiere decir que, si eres un llanero solitario atacando a todos los «herejes», pero tu pastor no apoya estas actividades, estás desobedeciendo la Palabra de Dios (Heb. 13:17). Además, cada pastor local está llamado a proteger a la iglesia en la que sirve. Esa es su mayor responsabilidad.
La belleza de cristo
Aunque pienso que es importante señalar doctrinas erróneas, esto nunca debe tener mayor preeminencia que predicar la belleza de Cristo. El señalar doctrinas erróneas no es lo que traerá verdadero cambio a las personas, sino ver el evangelio reflejado en nuestro argumento y la forma en que lo presentamos. No solo se trata de presentarles con suma elocuencia todo lo que está mal en otros o en otras doctrinas, sino presentarles la solución perfecta y necesaria que solo se encuentra en el evangelio. Por su parte, Pablo corrigió a la iglesia de Corinto de un sinnúmero de errores, pero lo hizo siempre predicando a Cristo. Él les dijo: «Pues nada me propuse saber entre vosotros, excepto a Jesucristo y a éste crucificado» (1 Cor. 2:2).
Yo quisiera preguntarles, ¿pasamos más tiempo obsesionados con los que no están de acuerdo con nosotros o meditando en la belleza de Cristo? Cuándo leemos la Palabra de Dios, ¿estamos más conscientes del pecado de otros o de nuestro pecado? ¿Es nuestra mayor motiva‑ ción señalar los problemas de otros o la belleza de Cristo mostrada en el evangelio? ¿Tus sermones tratan más sobre criticar a otros o sobre lo que Jesús ha hecho por ti y Su Iglesia?
El evangelio nos debe llevar a ver más claramente la belleza de Cristo, no solamente los errores doctrinales de nuestros oponentes. Cuando un vil pecador como Joselo Mercado ve a el Hijo de Dios
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colgado en un madero por su pecado, su única conclusión debe ser: «¡Cristo, eres hermoso!».
Pablo exclama esto claramente cuando escribe en su carta a los Filipenses:
«Pero todo lo que para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y aún más, yo estimo como pér‑ dida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por El lo he perdido todo, y lo consi‑ dero como basura a fin de ganar a Cristo, y ser hallado en El, no teniendo mi propia justicia derivada de la Ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la base de la fe, y conocerlo a El, el poder de Su resurrección y la participación en Sus padecimientos, llegando a ser como El en Su muerte, a fin de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Fil. 3:7‑11).
Cuando Pablo conoció a Cristo, Él consideró como pérdida todo su conocimiento religioso y se asombró con el supremo valor de Cristo. ¿Estamos asombrados de esta misma manera? ¿Se refleja este asombro en la forma en que nos comunicamos con los demás? ¿Escribimos nuestros sermones criticando a posturas diferentes de las nuestras o predicando a Cristo? Cuando la dieta principal de nuestra iglesia se refleja en títulos como estos en nuestros sermones: «Cuidado con el Nuevo Calvinismo», «Las diez mentiras de los arminianos», «Los cinco errores de los cesacionistas», o «La locura de los continuistas», estamos olvidando que hemos sido llamados a predicar a Cristo y a este crucificado, no solamente a otras perso‑ nas, sino también a nosotros mismos. Las iglesias, cuyo énfasis se demuestra con este tipo de sermones, están destinadas a estar tan malnutridas como otras iglesias en donde se predica prosperidad o mero pragmatismo, porque lo que alimenta a una iglesia es la exposición de la gloria de Dios manifestada en todo el consejo que aparece en las Escrituras y que refleja la hermosura de la persona y la obra de Jesucristo.
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Tú y yo necesitamos observar y reflexionar sobre la belleza de Cristo manifestada en las Escrituras. Mientras más nos exponemos a la gloria de Cristo, más correcta será nuestra doctrina. Solo al contemplar la belleza de Cristo podemos cuidar nuestros corazones de creernos superiores y terminar siendo como los fariseos. Es cierto que necesitamos exactitud doctrinal e interpretar la Biblia con preci‑ sión, pero esto es vano si nuestros corazones no pueden percibir cuán hermoso es Cristo, y Su ejemplo no ha permeado nuestras palabras y nuestros actos.
¿Cómo estás tratando a la novia de Cristo?
Muchos terminan atacando a Cristo producto de su celo religioso. Ya lo he mencionado anteriormente, pero quisiera recalcarlo una vez más. Si atacamos a la novia de Cristo, entonces atacamos a Cristo mismo. Hay que entender claramente quiénes son las personas que no tienen el evangelio y quiénes son las personas que, aun teniendo el evangelio, difieren de nosotros en cosas que no son el evange‑ lio. En nuestras interacciones con estas últimas debe haber un tono diferente. Lo repito una vez más, Pablo trató a la iglesia de Corinto como hermanos en la fe, y ellos fueron corregidos por situaciones similares a las que, muchas veces, atacaríamos a cristianos como si fueran herejes. Por otra parte, la iglesia de Galacia tenía apariencia de ser ortodoxa, pero Pablo les trata con dureza por traer divisiones innecesarias a la misma iglesia. No cometamos el mismo error que cometió Pedro al no sentarse en la mesa con gentiles. Cuando Pedro no tuvo comunión con los cristianos gentiles, el trató a verdade‑ ros creyentes como cristianos de segunda clase. Hacemos lo mismo cuando, por diferencias secundarias, negamos tratar a creyentes como hijos de Dios. Seamos mas conscientes de la importancia de la unidad en medio de las diferencias.
Para muchos, el sentir que son justicieros de temas específicos los lleva a atacar a personas que no deberían ser atacadas. Nos olvi‑ damos de que la unidad de la Iglesia es una de las prioridades que observamos en el Nuevo Testamento. El principio de hacer prevalecer
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la unidad en medio de las diferencias es mas importante que simple‑ mente defender doctrinas que son secundarias.
En lugar de estar afanados con temas que traen división, que nuestra prioridad sea mostrar la belleza del evangelio al procurar la unidad con verdaderos creyentes en medio de nuestras diferencias de segundo nivel. Jesús oró por esta unidad, nos dejó saber que el mundo conocerá que le pertenecemos al evidenciar unidad. La unidad debe ser también nuestra prioridad, no ganar batallas teológicas. Que el glorioso evangelio de Cristo nos muestre que estamos unidos con creyentes de todo el mundo, a pesar de nuestras pequeñas diferencias.
«Mas no ruego sólo por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno. Como tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno:
Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfeccionados en uni‑ dad, para que el mundo sepa que tú me enviaste y me los amaste tal como me has amado a mí» (Juan 17:20‑23).
¡Que a través de este principio aprendamos a amar, ya que nosotros hemos sido amados primero!
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