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El Espíritu Santo

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No sé si tienes algún amigo que sea muy chistoso. Uno de esos que siempre está haciendo comentarios graciosos en los momentos precisos y que tiene muchas ocurrencias inesperadas. El problema con ellos es que con el chistoso del grupo la gente solo tiende a conocer ese aspecto de su personalidad y terminan encajo‑ nándolo en ese estereotipo. Es posible que ese amigo chistoso sea un pensador profundo, alguien que planifica bien su vida y sea muy organizado, pero como es el chistoso del grupo, nadie piensa que él pueda ser así. Quizás sea un esposo y padre responsable, pero todos piensan que no es así porque, al ser chistoso, la gente considera que su personalidad no calza con la de una persona responsable. Muchas veces permitimos que simplemente una de las características de una persona nos informe la realidad de toda su persona. Tomamos una sola área que es predominante y dejamos que eso moldee toda nuestra opinión de ella.

Guardando las proporciones, pienso que la Iglesia ha hecho algo similar con Dios. Dejamos que simplemente un atributo de Dios sea el que nos informe sobre todo lo que es Dios. Para algunos, Dios es «amor» y por eso concluimos que Dios debe de aceptar sin distincio‑ nes a todos los seres humanos en el cielo. Debido a que enfatizamos el amor de Dios, algunos terminan con una doctrina universalista de la salvación. Para otros, Dios es solo «fuego consumidor». Estas son personas que, al tener esa sola idea de Dios que han generalizado por

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completo, constantemente están enviando a todos al infierno y solo ven a un Dios justiciero que es incapaz de actuar de otra manera. Sin embargo, Dios no solo es amor o fuego consumidor, nuestro Señor es amor y es fuego consumidor; esto debe informar nuestra forma de ver a Dios. No podemos ver uno de sus atributos y olvidar los otros. No debemos olvidar las palabras del profeta Jeremías: «Mas el que se gloríe, gloríese en esto: de que me entiende y me conoce, pues yo soy el SEÑOR que hago misericordia, derecho y justicia en la tierra» (Jer. 9:24). El Señor nos comunica a través del profeta que un entendimiento de Dios no puede ser estrecho, sino que debe ser amplio, buscando conocer al Señor en toda Su grandeza.

Cuando tocamos el tema de los dones espirituales debemos tener una perspectiva amplia de los atributos de Dios y en especial de los roles de la tercera persona de la Trinidad. Uno de los principa‑ les problemas cuando hablamos de los dones es que reducimos al Espíritu Santo a una fuerza o un poder que nos capacita para reali‑ zar diversas tareas. Por ejemplo, un estudio de Lifeway y Ligonier muestra que 59% de los norteamericanos creen que el Espíritu Santo es una fuerza y no una persona. Es muy probable que el cristianismo hispano en Estados Unidos y en América Latina no esté muy lejos de esa concepción.1

Una de las blasfemias más grandes que se puede cometer contra Dios es reducir a la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, a algo que sea menos que Dios mismo en autoridad, personalidad, sabiduría y poder. Si algo debemos de tener claro es que el Espíritu Santo es Dios mismo, merece nuestra adoración, es activo en nuestra salvación y santificación, y es Dios en todo el sentido de la palabra, tal como lo es el Padre y el Hijo. Por consiguiente, nunca deberíamos hablar sobre los dones o ningún tema relacionado al Espíritu Santo sin recordar y reconocer que cuando estamos hablando de Él, estamos hablando de Dios mismo. Reducir al Espíritu Santo a un poder, una

1https://www.christianitytoday.com/news/2018/october/what‑do‑christians‑believe‑li‑ gonier‑state‑theology‑heresy.html?fbclid=IwAR28BKmH21w9GeD8IysmNwl‑pwJfTlh‑ 4Fw‑p5S9TpPSToco7I_m_qP0zAzU

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influencia o una fuerza es una blasfemia que debe ser confrontada. Debemos defender Su divinidad, así como debemos defender con firmeza la deidad de Cristo.

Hermanos continuistas bíblicos, debemos velar por que nuestras convicciones no interfieran con una definición bíblica y completa del Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad. También es de suma importancia que nuestros hermanos cesacionistas puedan percibir con claridad nuestro compromiso con las verdades de las Escrituras. Una de las formas principales en las que podemos reflejar este compro‑ miso es logrando que nuestras prácticas sean consistentes con una definición ortodoxa de la doctrina de Dios. Lo que quiero decir con esto es que siempre debemos comunicar los dones como aquello que el Espíritu Santo da a la Iglesia para su edificación, pero ellos no definen por completo a la persona y la obra del Espíritu Santo. Los dones del Espíritu son una faceta de todo lo que el Espíritu es y hace por nosotros.

No negamos la importancia de los dones espirituales, pero no podemos considerarlos como la totalidad del trabajo del Espíritu Santo. Esto significa que estamos más comprometidos con una defi‑ nición ortodoxa amplia de la persona del Espíritu Santo, que con una aproximación que solo involucre a los dones que otorga el Espíritu Santo. Conocer de los dones sin conocer bien el Espíritu Santo es irresponsable y hasta peligroso. Esta aproximación la refleja muy claramente el apóstol Pablo cuando después de hacer una lista de los dones señaló: «Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, distribuyendo individualmente a cada uno según la voluntad de El» (1Cor.12:11). No hay duda de que para Pablo era importante no dejar que se perdiera de vista al Espíritu soberano que imparte los dones.

Una de las formas principales con la que demostramos nuestro compromiso para con la ortodoxia es cuando no basamos nuestras conclusiones en meras experiencias, sino en la autoridad de la Pala‑ bra de Dios. Antes de continuar, quisiera dejar algo en claro. No estoy diciendo que no hay lugar en nuestra reflexión en donde com‑ partamos las experiencias espirituales que podamos haber tenido en

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nuestras vidas. Reconozco que el dar testimonio de esas experien‑ cias son de ánimo para otros, glorifican a Dios y nos llenan de fe para confiar aun más en Dios. Pero cuando compartimos nuestras experiencias tenemos que ser dejar en claro que ellas no tienen la autoridad que solo tiene la Palabra de Dios, que no se puede arribar a conclusiones teológicas basados solo en nuestras experiencias y que solo validaremos las experiencias si es que se ajustan a la revelación bíblica, sujetándose a lo que Dios ya ha revelado.

Por ejemplo, puede haber algunas personas que, de forma subje‑ tiva, afirmen que Dios estaba presente en un lugar por la presencia de ciertas manifestaciones que se consideraban como dones del Espíritu. Sin embargo, la presencia de ciertas manifestaciones no necesaria‑ mente significa que el Espíritu de Dios estaba presente. No hay mejor ejemplo clarificador que el presentado por nuestro Señor Jesucristo:

«No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?”Y enton‑ ces les declararé: “Jamás os conocí; apartaos de mi, los que practicáis la iniquidad”» (Mat. 7:21‑23).

Este texto nos muestra con absoluta claridad que la presencia de supuestos dones espirituales no impresiona a nuestro Señor. No hay duda de que el Señor tenía otros puntos de comprobación que iban más allá de esas manifestaciones y que eran más importantes que las experiencias por más sobrenaturales y espectaculares que estas hayan sido. Por consiguiente, una vez más tengo que decir que no estamos abogando por eliminar las experiencias. Por el contrario, debe ser crucial para los creyentes el desear practicar y experimentar los dones espirituales porque es un mandato bíblico del que depende la edificación de la Iglesia, pero también debemos practicarlos some‑ tiéndolos por completo a las normas bíblicas de orden porque esas normas también son un mandato bíblico. Al final podremos compartir

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nuestras experiencias con libertad cuando tengamos la seguridad de que estas se sujetan a las normas bíblicas y, más que nada, cuando estas manifestaciones lograron el propósito principal del ministerio del Espíritu: mostrar a Cristo. Si lo único que obtenemos de una manifestación espiritual es celebrar cuán asombrosa fue o cuán espec‑ tacular es la persona que supuestamente la realizó, entonces podemos estar seguros de que la manifestación no glorificó a Dios porque el fin del obrar del Espíritu es que digamos cuán inmenso Salvador tenemos en Cristo (Juan 16:14).

Para poder evaluar correctamente una manifestación que se dice ser del Espíritu necesitamos tener discernimiento, y con esto no esta‑ mos hablando de un poder especial a través del cual la información nos llega de forma misteriosa a nuestras mentes. El discernimiento bíblico, por el contrario, es poder distinguir entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto. La única forma en que podemos crecer en discernimiento es por medio de la profundización en nues‑ tro conocimiento bíblico. Las iglesias de corte carismático tienden a hacer mucho énfasis en darles un valor excesivo a las experiencias espirituales, por encima de la revelación bíblica, y por eso nece‑ sitamos con urgencia volver a poner las prioridades en el orden correcto. Para lograrlo, reitero que debemos conocer con precisión y profundidad la definición bíblica de la persona del Espíritu Santo, sus atributos y sus funciones dentro de la economía de la Trinidad para poder interpretar cualquier manifestación de una forma sana y, sobre todo, bíblica.

«Pero el alimento sólido es para los adultos, los cuales por la práctica tienen los sentidos ejercitados para discernir el bien y el mal» (Heb. 5:14).

El alimento sólido es una representación del conocimiento más pro‑ fundo de la verdad bíblica. El autor de la Epístola a los Hebreos está hablando de que los miembros de la iglesia a la que se está diri‑ giendo deberían ser ya maestros, pero todavía no habían terminado de comprender las cosas más básicas de la fe. Lo que el autor de

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esta carta nos dice es que cuando profundizamos en el conocimiento bíblico y lo practicamos, esto nos ayuda a discernir lo que es bueno y lo que es malo. Necesitamos profundizar para que al tener mayor discernimiento bíblico podamos honrar a Dios y a la tercera persona de la Trinidad al poder evaluar con información bíblica las manifes‑ taciones del Espíritu.

Para poder honrar este principio es de suma importancia que podamos conocer la función del Espíritu en la vida de los creyentes. En el resto de este capítulo presentaré aspectos importantes que no podemos ignorar si deseamos honrar la persona del Espíritu Santo. Los animo a que busquen un buen libro de teología sistemática donde se desarrolle a profundidad el tema del Espíritu Santo, Su persona y Su obra, y puedan ampliar en profundidad el conocimiento en esta área tan importante. No es mi intención entregar toda la informa‑ ción en este capítulo, lo cual sería imposible debido al propósito y la longitud de este libro, pero si me gustaría cubrir ciertas categorías de importancia en el tema.

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