62 minute read
Poder personal “El cuerpo como primer territorio en disputa”
Módulo II Poder personal “El cuerpo como primer territorio en disputa”
Atipatriarca1 Ana Tijoux
Advertisement
Yo puedo ser tu hermana, tu hija Tamara, Pamela o Valentina Yo puedo ser tu gran amiga Incluso tu compañera de vida Yo puedo ser tu gran aliada La que aconseja y la que apaña Yo puedo ser cualquiera de todas Depende de como tu me apodas
Pero no voy a ser la que obedece Porque mi cuerpo me pertenece Yo decido de mi tiempo Como quiero y donde quiero Independiente yo nací, independiente decidí Yo no camino detrás de ti Yo camino de la par aquí
Tu no me vas a humillar Tu no me vas a gritar Tu no me vas someter Tu no me vas a golpear Tu no me vas denigrar Tu no me vas obligar Tu no me vas a silenciar Tu no me vas a callar
No sumisa ni obediente Mujer fuerte insurgente Independiente y valiente Romper las cadenas de lo indiferente No pasiva ni oprimida Mujer linda que das vida Emancipada en autonomía Antipatriarca y alegría
A liberar, a liberar
1 https://www.letras.com/ana-tijoux/anti-patriarca/
Yo puedo ser jefa de hogar Empleada o intelectual Yo puedo ser protagonista de nuestra historia Y la que agita La gente la comunidad La que despierta la vecindad La que organiza la economía De su casa, de su familia
Mujer linda se pone de pie Y a romper las cadenas de la piel
Tu no me vas a humillar Tu no me vas a gritar Tu no me vas someter Tu no me vas a golpear Tu no me vas denigrar Tu no me vas obligar Tu no me vas a silenciar Tu no me vas a callar
No sumisa ni obediente Mujer fuerte insurgente Independiente y valiente Romper las cadenas de lo indiferente No pasiva ni oprimida Mujer linda que das vida Emancipada en autonomía Antipatriarca y alegría
A liberar, a liberar
OBJETIVOS DEL MÓDULO II:
• Motivar la reflexión de las participantes sobre las diferentes identidades y los sistemas de opresión. • Que las participantes reflexionen sobre el poder personal y la forma en que lo usan para alcanzar sus metas personas y colectivas. • Reflexionar sobre el uso del poder personal en las relaciones interpersonales. • Reflexionar sobre el vínculo entre el cuerpo y el territorio de vida.
PRIMERA UNIDAD: EL PODER Y LAS IDENTIDADES
ACTIVIDAD 1: SÍMBOLOS DE PODER
Paso 1. Las participantes piensan en una /persona/animal/cosa que desde su perspectiva representar o simboliza el poder. Una persona voluntaria comienza el juego haciendo la mímica para que la demás puedan adivinar de qué se trata, solo tienen 3 minutos para adivinar. La persona que adivina le toca continuar el juego y así sucesivamente.
¿De todos los símbolos propuestos cual usaría para representar el poder colectivo de las mujeres y de este grupo?
ACTIVIDAD 2: FLOR DEL PODER2
Paso 1. En las siguientes páginas encontrará el dibujo de una flor. Cada participante rellenará el centro y los pétalos de la flor de la siguiente manera:
En el Centro de la flor: escribe su nombre y nacionalidad En los pétalos internos: escribe lo que corresponde a su identidad según la categoría escrita en cada pétalo. Por ejemplo: Ubicación: rural; Grupo étnico: Lenca En los pétalos externos: escribe la identidad específica de las personas que se encuentran con más poder. Por ejemplo: al pétalo con la categoría “Clase” corresponde “Clase Alta”.
Pétalos internos
Pétalos externos
Identidad de género: femenino
Ubicación: rural Clase: baja
María. Hondureña
Orientación sexual: heterosexual Grupo étnico (metiza)
Grupo de edad: joven
2 Ejercicio tomado del manual de JASS/ WE RISE. La flor del poder: Nuestras identidades.
Paso 2. Cuando terminen de rellenar la flor, las participantes que reflexionan en torno a las siguientes preguntas:
PREGUNTAS GENERADORAS:
• ¿Qué características no pueden ser cambiadas? • ¿Cuántas de tus características personales son diferentes de la identidad dominante? o ¿Qué dice esto de tu propio poder o tu potencial para ejercer poder? • ¿En qué aspectos de su identidad ha vivido más opresión?
Paso 3. Toman una fotografía de su flor y lo comparten por el chat de WhatsApp.
Paso 4. Presenta su flor al resto de las participantes.
Reflexión: “Somos integrantes de más de una comunidad al mismo tiempo y por lo tanto podemos vivir opresión y privilegio simultáneamente. Como dicen algunos académicos y académicas, poseemos múltiples identidades, múltiples características sociales. Tenemos, por ejemplo, identidades profesionales e identidades como esposas y madres ¿Cómo funciona esto? Una doctora es respetada en su profesión pero puede sufrir violencia doméstica en su casa y vida privada. Ella experimenta tanto el privilegio como la dominación al mismo tiempo.
La interseccionalidad es una herramienta analítica para estudiar, entender y responder a las formas en que el género se intersecta con otras características o identidades sociales y contribuye a generar experiencias únicas de opresión y privilegio. De la misma manera en que la planificación que es muchas veces ciega con respecto al género tendrá probablemente muchos fallos, también los tendrán aquellos instrumentos que clasifican a las personas en categorías simples como “pobre”, “joven”, “rural”, etc.
Al reflexionar sobre cómo estos múltiples aspectos operan en nuestras propias vidas, podemos obtener un mejor sentido de nosotras mismas y nuestra relación con el poder, y entender cómo estos factores influencian otros aspectos.
Ya que todas estamos conformadas por diferentes características, necesitamos encontrar puntos de encuentro y acción con otras personas a través de estas diferencias, para que podamos abordar las múltiples expresiones de discriminación que vivimos, ya sean por la clase, la identidad étnica, el género, la edad, etc.”3
3 Cita textual del Manual de JASS/ WE RISE. La flor del poder: Nuestras identidades. Pág.3
Manual Escuela Política Feminista Comunitaria 59
Manual Escuela Política Feminista Comunitaria 61
SEGUNDA UNIDAD: EL PODER PERSONAL
ACTIVIDAD 1: PRESENTACIÓN INDIVIDUAL CON DIBUJOS
Paso 1. Cada participante hace un dibujo que la represente en el centro de una hoja. Alrededor del dibujo completará los siguientes datos:
• Nombre • Edad • Mi organización • Lo que más me gusta y lo que menos me gusta • Mis sueños individuales y colectivos
Paso 2. Toma una fotografía de la hoja y la comparte con el resto de grupo en el chat de WhatsApp.
ACTIVIDAD 2: CÓMO USAMOS NUESTRO PODER
Paso 1. En parejas, cada participante muestra su dibujo y comparte lo que escribió sobre sí misma con su compañera.
Paso 2. Una vez que las dos compartieron, cada una responde a la pregunta:
¿Cómo uso mi poder para realizar mis sueños individuales y colectivos?
Coral Herrera, feminista y comunicadora española, en su libro “Mujeres que ya no sufren por amor” identifica seis estrategias para conseguir de las demás personas lo que necesitamos, deseamos o queremos. En la primera y segunda columna de la tabla que se presenta a continuación, se resumen las estrategias y ejemplos que Coral Herrera explica en su libro.
Paso 1. Se organizan 3 grupos de trabajo, cada grupo lee, analiza la explicación de las estrategias asignadas y los ejemplos de la autora y luego identifican dos situaciones de su vida cotidiana, una por cada estrategia, que puede servir de ejemplo.
Grupo 1: Estrategias 1 y 2 Grupo 2: Estrategias 3 y 4 Grupo 3: estrategias 5 y 6
Paso 2. En los grupos de trabajo las participantes leen la primera fila de la tabla que contiene la explicación de la estrategia y el ejemplo que propone la autora. Seguidamente cada grupo identifica dos ejemplos de las estrategias asignadas y lo escribe en la tercera columna.
Los ejemplos pueden ser experiencias propias o de otras personas, situaciones, frases que nos han dicho o hemos escuchado.
Estrategias para lograr lo que queremos según Coral Herrera4
No.
1 Estrategias
Coacción:
Obligar a otra persona o chantajearla.
2 Manipulación perversa:
Engañar, mentir, destruir la autoestima confundir a la otras persona para que haga lo que queremos, para controlarla someterla, para manejarla según nos convenga. Presionar o intimidar a alguien para que deje de hablar con su expareja, para que le preste dinero, para que le conceda una cita, para que tenga sexo con nosotros, para que se enemiste con su familia.
Ejemplos del libro
Amigas que quieren enemistarte con otra amiga y utilizan mentiras para hacerte creer que ella no te quiere y habla mal de ti. O contar una historia con partes inventadas para que los demás se compadezcan de nosotros y culpabilicen a la otra persona.
Ejemplo del grupo
4 Herrera, Coral. Mujeres que ya no sufren por amor: Transformando el mito Romántico. Los libros de la Catarata. 2018
No.
3
4
5
6 Estrategias Ejemplos del libro
Victimismo:
Chantajear emocionalmente arrojar toneladas de reproches y acusaciones, montar tragedias y dramas para hacer sentir culpable a quien no hace lo que nosotros queremos.
Inacción:
No hacer nada para ganar una batalla en la que se te pide que hagas algo, que cambies algo, que des algo. Que nos pidan un favor y les digamos que sí sabiendo que no vamos a hacerlo. O hacer esperar a alguien a ver si se harta o se le olvida, o renuncia a sus propósitos. O no contestar cuando se dirigen a nosotros haciendo como que no nos damos por aludidos.
Seducción:
Utilizar nuestros encantos para despertar su deseo. Pedir las cosas con una sonrisa, con amabilidad, con alegría. Hacer reír a la otra persona, hacerle sentir especial. Que se enamoren de ti, que te den el juguete que tanto les gusta, que te hagan mimos, que te suban el sueldo, que te concedan una cita, que te concedan una beca para poder estudiar, que te den ese puesto de trabajo, que te firmen ese papel, que te perdonen una infracción.
Que se enamoren de ti, que te den el juguete que tanto les gusta, que te hagan mimos, que te suban el sueldo, que te concedan una cita, que te concedan una beca para poder estudiar, que te den ese puesto de trabajo, que te firmen ese papel, que te perdonen una infracción.
Negociación:
Utilizar la asertividad para comunicar lo que queremos o lo que necesitamos. Hablamos desde nosotras mismas, de cómo nos sentimos, de cómo vemos la situación, sin utilizar Es el arte de dominar desde la sumisión: el victimista quiere dar pena y se exime de toda responsabilidad sobre sus actos y sus sentimientos para que el otro se sienta responsable de su bienestar y de su felicidad.
Ejemplo del grupo
el juego sucio: ni chantajes, ni mentiras, ni amenazas, ni tratar de meter miedo, ni tratar de dominar al otro con estrategias ocultas.
ACTIVIDADES PARA REALIZAR FUERA DE LA SESIÓN:
ACTIVIDAD 4.
Responda a la pregunta ¿Qué significa para usted ejercer el poder desde una posición amorosa?
ACTIVIDAD 5: POEMA SOBRE EL PODER PERSONAL
Paso 1. Individualmente cada una escribe un poema “Haiku” sobre su poder personal.
Un poema haiku se escribe en tres versos sin rima, el primer verso tiene 5 sílabas, el segundo 7 y el tercero 5 sílabas.
Ejemplo de poema Haiku:
Noche sin luna. La tempestad estruja los viejos cedros. – Matsuo Basho
Mi poema Haiku:
TERCERA UNIDAD: EL TERRITORIO CUERPO
En esta unidad se realizará un único ejercicio con el fin de reflexionar sobre las agresiones que sufren los territorios y cómo lo vivimos desde los cuerpos y reconocer la importancia de defender el lugar que habitamos.
ACTIVIDAD 1: CARTOGRAFÍA CORPORAL: MAPEO DEL CUERPO COMO TERRITORIO5
EJERCICIO INDIVIDUAL
Paso 1. Cada participante hará un dibujo grande de su cuerpo-territorio en una hoja de papel.
Paso 2. En ese cuerpo dibuja algunos de los espacios que habita cotidianamente, puede ser la casa, la comunidad, el entorno. Todos aquellos lugares que consideramos importantes de visibilizar en un mapa del territorio dónde vive.
• ¿Qué lugares identificamos? • ¿Dónde ubicamos esos lugares en ese cuerpo? • Los lugares que recorremos habitualmente ¿dónde ubicamos esos caminos en ese cuerpo?
Paso 3. Señala en el mapa del cuerpo-territorio aquellos lugares que menos les gustan, donde se siente insegura, donde ha sentido violencia, dolor, rabia, etc.
Preguntas generadoras para la reflexión:
• ¿Dónde están esos lugares y cómo los dibujamos? • ¿Es una calle, una parte de nuestra casa, un lugar lejano a nuestra casa, o cerca de esta? ¿hay conflictos en el territorio que nos afectan de forma cotidiana? • ¿Cuáles (minería, extracción petrolera, conflictos agroindustriales, etc.?, ¿de qué forma afectan a nuestros cuerpos?
Paso 4. Por último, reconoce en ese territorio-cuerpo los lugares donde encuentra su lucha, su rebeldía.
Preguntas generadoras para la reflexión:
• ¿Dónde se ubica en ese cuerpo? • ¿Dónde nace esa rebeldía, esa palabra, ese grito?
5 Adaptación del ejercicio cartografía corporal: metodología del mapeo del cuerpo como territorio. Colectivo Miradas Críticas del Territorio desde el Feminismo. Mapeando el cuerpo-territorio. Guía metodológica para mujeres que defienden sus territorios. Primera edición 2017.
• ¿En qué parte de ese cuerpo o de ese territorio? ¿En la calle, en la chacra, en la plaza, en la comunidad, en el patio, en la cama.?, • ¿Cómo se expresa esa rebeldía?, ¿un grito, una palabra, una canción? • ¿Dónde se da ese encuentro con otras para organizarnos?, ¿sucede así?
Paso 5. Toman una fotografía de su mapa y lo comparten por el chat de WhatsApp.
Paso 6. En plenaria, cada una cuenta su mapa, mientras comparte su pantalla para mostrar el dibujo o la facilitadora lo proyecta desde la suya.
EJERCICIO GRUPAL
Previamente, la facilitadora coloca las fotografías de los mapas creados por las participantes de una misma organización en una sola diapositiva y la comparte con los grupos para la reflexión grupal.
Paso 1. Agrupadas por organización, las participantes observan cómo la unión de los cuerpos forma un territorio más amplio.
Preguntas generadoras para la reflexión:
• ¿Qué vemos en ese territorio que ahora se forma con la unión de los distintos cuerpos? • ¿Cómo se relacionan esos territorios y esas luchas? • ¿Qué hay en común? • ¿Qué hay de diferencia entre esos territorios?
Paso 2. En plenaria, una persona por cada grupo, comparte las reflexiones que surgieron al ver los mapas juntos.
MI CUERPO TERRITORIO
ACTIVIDADES PARA REALIZAR FUERA DE LA SESIÓN
ACTIVIDAD 2: CONTESTE LAS SIGUIENTES PREGUNTAS:
¿En qué momento me ha beneficiado ser mujer?
¿En qué momento me ha obstaculizado ser mujer y quien me ayudó a superarlo?
ACTIVIDAD 3: VIDEO DE LORENA CABNAL6
Paso 1. Se propone a las participantes que lo vean y reflexionen a partir de las siguientes preguntas generadoras. Las reflexiones serán compartidas durante en las sesiones.
Preguntas generadoras para la reflexión:
• ¿Cuáles son los “enunciados” de feminismo comunitario territorial? • ¿Qué significa para usted hablar desde los cuerpos indignados? • ¿Qué significado podemos darle a la expresión “red de la vida”?
6 https://www.youtube.com/watch?v=gOkbzksSakQ
Manual Escuela Política Feminista Comunitaria 71
Lecturas Opcionales
CAPÍTULO 11. LA GUERRA CONTRA LAS MUJERES
Una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia alguna vez. En México, siete mujeres son asesinadas al día. En Argentina, una cada 23 horas. Cada ocho horas una mujer denuncia una violación en España. 200 millones de mujeres en el mundo sufren mutilación genital, 3 millones más cada año. Muchas mueren por infecciones, otras viven condenadas a sufrir dolor en sus genitales durante toda su vida.
La violencia que sufrimos las mujeres es muy diversa y muy compleja. Sufrimos violencia obstétrica en nuestros embarazos, partos y pospartos. Nos cosifican en todos los medios de comunicación, somos acosadas sexualmente a diario en las calles, en los lugares de trabajo, en los espacios de ocio, en las luchas sociales y en los movimientos políticos. Trabajamos el doble que los hombres, cobramos menos que ellos, nos despiden si nos quedamos embarazadas, sufrimos más la precariedad laboral y el desempleo. Estos son algunos datos que nos proporciona ONU Mujeres sobre la guerra que se libra contra nosotras en todo el mundo.
La guerra contra las mujeres está basada en dos objetivos estratégicos: uno, que todas batallemos contra nosotras mismas; dos, que luchemos también contra las demás. El primer objetivo se logra minando nuestra autoestima para convencernos de que somos imperfectas, feas, viejas, gordas o peludas. El segundo se consigue fomentando la competitividad entre las mujeres, haciéndonos creer que nosotras somos nuestras peores enemigas, que tenemos que competir entre nosotras por la atención de los hombres y que somos malas personas que no sabemos comportarnos cuando estamos juntas. Por eso es tan frecuente escuchar cosas como: “no hay nada peor que trabajar con mujeres, son todas unas chismosas”, “las mujeres se tratan fatal entre ellas”, “las mujeres son más machistas que los hombres”. Y es cierto, esta guerra contra nosotras es real, y cotidiana, y está basada en el: “divide y vencerás”, “machaca la autoestima y vencerás”, “domina y somete, y vencerás”. Por eso quererse bien a una misma y querer a las demás es un acto de desobediencia civil, y una forma de resistencia política ante la guerra que el capitalismo y el patriarcado sostienen contra nosotras.
Paralelamente, la industria de la belleza nos bombardea a diario y por todas las vías posibles: cuñas de radio, reportajes en revistas “femeninas”, anuncios en vallas publicitarias, programas de televisión, anuncios en redes sociales… En todos ellos nos animan a torturarnos voluntariamente bajo la amenaza de que sin belleza no valemos nada. También los medios de comunicación tratan de convencernos de que nos faltan muchas cosas que pueden comprarse con dinero, y de que tenemos muchos problemas que pueden arreglarse si una realmente lo desea y se esfuerza lo suficiente. Por eso nos animan a luchar contra los kilos, las arrugas, los pelos, y todas las “imperfecciones” ofreciéndonos diversas soluciones para ganar la batalla contra nosotras mismas. Y nosotras nos arrancamos los pelos, pasamos hambre, compramos medicinas milagrosas y productos mágicos, sudamos en el gimnasio y nos sometemos a todo tipo de tratamientos de belleza y cirugías invasivas.
7 Herrera, Coral. Mujeres que ya no sufren por amor: Transformando el mito Romántico. Los libros de la Catarata. 2018. Capítulos 11, 12 y 13.
El motivo por el que lo hacemos es que la tiranía de la belleza, como cualquier religión, nos asegura que el dolor y el sacrificio merecen la pena: cuanto más suframos, más bellas estaremos, y más admiración y envidia despertaremos en los demás. De nuevo, el sufrimiento nos lleva al paraíso. El infierno, por el contrario, es la soledad: la amenaza constante de quedarnos solas con nuestra fealdad, nuestra edad y nuestra grasa. La publicidad de la industria de la belleza fabrica las inseguridades, los complejos y los miedos que interiorizamos sin darnos cuenta (el miedo a envejecer, el miedo a quedarnos solas, el miedo al fracaso personal y profesional, el miedo a la invisibilidad social…).
Y a los publicistas no les falta razón: en el capitalismo patriarcal las mujeres guapas, jóvenes, y delgadas tienen muchas más posibilidades de encontrar un buen trabajo (especialmente si es de cara al público) y de ganar más dinero. Además, las más bellas son las que consiguen emparejarse con los hombres más exitosos del planeta: futbolistas millonarios, actores famosos, empresarios y políticos situados en la cúspide del poder y la riqueza. No importa si ellos son gordos, viejos y feos: lo que importa es que tengan recursos de sobra para mantenernos. Eso es lo que los convierte en deseables: si nos eligen para acompañarlos, nos contagiamos de su poder y su fama, y dejamos de ser pobres y desconocidas. Como las princesas Disney cuando son elegidas por el Príncipe Azul.
Desde pequeñas nos inculcan el deseo de ser especiales y diferentes al resto para que jamás nos veamos como hermanas o compañeras y estemos siempre en guerra entre nosotras. Por eso las protagonistas de los cuentos están siempre solas, sin amigas, y muy necesitadas de amor y protección. Ni se salvan a sí mismas, ni se ayudan entre ellas.
Nos dicen que todo es posible, que el cambio está dentro de nosotras, pero no es cierto. Vivimos en un mundo que nos impone unos modelos de belleza irreales, e imposibles de alcanzar. Para resistir al bombardeo que nos quiere esclavizadas a la industria de la belleza y dependientes del reconocimiento masculino, es fundamental crear redes de acompañamiento, redes feministas de afecto y solidaridad. Necesitamos unirnos para eliminar la violencia contra nosotras: solas no podemos acabar con el patriarcado. Tenemos que unirnos para defendernos, para promover el cambio social y político, para luchar por nuestros derechos y libertades, para construir un mundo más feminista, más pacífico y más amoroso. Vivas nos queremos.
CAPÍTULO 12. EL ARTE DE QUERERSE BIEN A UNA MISMA: AUTOCONOCIMIENTO Y AUTOCRÍTICA AMOROSA
Quererse bien a una misma es una cuestión política: es la primera rebelión feminista contra el patriarcado, que nos quiere en guerra contra nosotras mismas. Estar bien con una misma, conocerse bien, quererse bien y cuidarse mucho es, hoy en día, una revolución necesaria y urgente para acabar con la subordinación de las mujeres.
Para querernos bien, tenemos que trabajar mucho la relación con nosotras mismas, con sentido crítico y desde una posición amorosa que nos permita conocernos mejor por dentro e identificar todo aquello que no nos hace felices, que no nos ayuda, que no nos gusta de nosotras mismas y que podríamos mejorar.
Habitualmente estamos más interesadas en la imagen que ofrecemos, la envidia y la admiración que despertamos en los demás, que en tratar de ser buenas, solidarias, generosas, amorosas. Y es curioso porque, en realidad, la admiración de los demás no nos ayuda en nada: lo que necesitamos es compañía, querer y que nos quieran.
Hay demasiadas personas preocupadas por perder peso, y demasiadas pocas preocupadas por el machismo, el racismo, el clasismo, la xenofobia, la homolesbotransfobia, la gordofobia, el capacitismo y todas estas enfermedades de transmisión social. Y el motivo se encuentra en los mandatos de género, pues nos han educado para ser atractivas, pero no para desarrollar nuestra inteligencia, nuestra honestidad, nuestra solidaridad, nuestra valentía.
Apenas conozco gente cuyo objetivo en la vida sea trabajarse el egoísmo, el afán de dominar, la codicia, la insensibilidad ante el dolor ajeno, la envidia, la violencia, la capacidad para manipular o para mentir a los demás… muy pocas personas son capaces de hacer autocrítica y de analizar su comportamiento para ver si hacen daño a los demás: generalmente lo que nos preocupa es que los demás no nos hagan daño a nosotros.
Es urgente acabar con esta necesidad de reconocimiento externo, y aprender a tratarnos con el mismo amor y el mismo cariño con el que tratamos a los demás. Quererse bien a una misma es un acto transformador y revolucionario: para disfrutar de la vida es esencial que podamos disfrutar de nosotras mismas, cuidarnos, mimarnos, dedicarnos tiempo y atenciones como lo hacemos con nuestros seres queridos. Para relacionarnos con amor con nuestros cuerpos y nuestras mentes, tenemos que parar la guerra interna que nos chupa las energías, el tiempo y los pocos recursos de los que disponemos.
Cuando aprendemos a querernos bien, dejamos de depender del reconocimiento externo y nos alejamos de la fantasía del príncipe azul y de las relaciones de maltrato y violencia. Cuando nos queremos bien nos responsabilizamos de nuestra salud física, mental y emocional, y de nuestra felicidad, lo que nos da mucha más autonomía y por lo tanto, más libertad.
Esta es la razón por la cual quererse bien a una misma es un acto de rebeldía política: porque cuanto más libres y empoderadas estamos, más difícil le resulta al patriarcado someternos. Cuanto más desobedecemos y cuanto más fuertes nos sentimos, más fácil nos resulta tomar decisiones que nos permitan cambiar, transformar o mejorar nuestras vidas y las de los demás.
CAPÍTULO 13. ¿CÓMO USAS TU PODER EN EL AMOR?
¿Cómo usas tu poder? ¿Cómo consigues lo que quieres, deseas o necesitas de los demás? ¿Cómo te sientes cuando no lo logras? ¿Cuáles son tus estrategias para persuadir a tu gente conocida? ¿Y a la desconocida? ¿Te impones siempre, cedes mucho, o sientes que hay un equilibrio entre tus intereses y los de los demás?
¿Ejerces el poder desde la dominación o la sumisión? ¿Quién te domina, te explota o te oprime y a quiénes oprimes y explotas tú? ¿Cómo usas tu poder en tus relaciones de pareja? ¿Cómo te lo trabajas? Este es uno de los temas más importantes que trabajamos en el Laboratorio del Amor: la reflexión en torno a la forma en la que usamos nuestro poder: cómo lo regalamos, cómo lo ocultamos,
cómo lo ejercemos sobre los demás, cómo nos posicionamos en la jerarquía del patriarcado y el capitalismo y cómo podríamos transformar el concepto de poder para transformar el mundo que habitamos.
Nuestra forma de organizarnos es piramidal: arriba unos pocos, abajo las grandes mayorías. Todos ocupamos una posición determinada en una jerarquía en la que siempre hay alguien por encima y por debajo de nosotros. En la cúspide de la pirámide están los pocos hombres blancos y occidentales que acumulan el ochenta por ciento de la riqueza en el mundo, y en el escalón más bajo están los más pobres del planeta Tierra. Debajo de ellos están las pobres, las negras y las indígenas, las mujeres de otras etnias que además acumulan sobre sus hombros otras categorías de opresión como la edad, la orientación sexual, las discapacidades, su estado de salud, la religión a la que pertenecen…
En cualquiera de las posiciones en las que estamos, ejercemos nuestro poder para evitar que abusen de nosotros, pero también utilizamos nuestro poder para abusar de los demás. Cada uno de nosotros tiene sus intereses, sus necesidades, sus apetencias, sus proyectos y su visión de mundo, y casi siempre chocan entre sí. Las relaciones humanas son tan conflictivas porque funcionan sobre la estructura de la dominación y la sumisión: desde ambas posiciones ejercemos nuestro poder, y a menudo esto significa entrar en batalla y que una de las dos personas gane sobre la otra.
Desde que nacemos vivimos inmersos en luchas de poder. Ya desde bebés tenemos que utilizar estrategias para pedir amor, alimento, calor, que nos cambien el pañal, que nos quiten el miedo, que nos presten atención. También los animales están sometidos a la crueldad de los seres humanos adultos: ellos son los más débiles, los que soportan patadas, malos tratos, hambre y sed, dolor, soledad obligada. Destrozamos su hábitat natural para construir hidroeléctricas o minas, para extraer petróleo, para obtener materia prima de los bosques y las selvas. Los secuestramos, los domesticamos, los exhibimos, los compramos, los vendemos, los regalamos, los utilizamos para que trabajen para nosotros, los ponemos a pelear a muerte para divertirnos, los explotamos reproductivamente para ganar dinero con sus crías, los abandonamos en cualquier sitio cuando nos aburrimos, o los mandamos a dormir cuando molestan mucho. Y no nos sentimos culpables porque los animales son “cosas”, propiedades con las que podemos hacer lo que queramos porque su vida no vale nada.
A los humanos nos encanta ejercer el poder, tener la razón, ganar todas las batallas, demostrar quién manda. Nos encanta que nos admiren, nos teman o nos obedezcan. Nos encanta que nos idolatren y que todo gire en torno a nosotros. No nos importa acumular riqueza mientras la mitad del planeta pasa hambre, solo pensamos en nuestro interés. Por eso hacemos la guerra y masacramos poblaciones enteras con bombas. Por eso nos hacemos la guerra dentro de las familias y las comunidades, y por eso también nos hacemos la guerra a nosotros mismos.
Estas luchas de poder nos quitan la mayor parte del tiempo y las energías que tenemos. Hacemos la guerra entre madres e hijas, padres e hijas, hermanos, compañeros del cole y del trabajo, y, por supuesto, con la pareja. En algunos casos ganamos nosotras las luchas de poder, en otros casos ganan los demás. Unos utilizan el juego sucio, otros batallan con las mínimas dosis de ética, empatía, generosidad y solidaridad que se requieren para que una relación funcione. No es fácil,
porque desde la infancia nos enseñan a competir constantemente entre nosotros para ver quién saca mejores notas, quién es más listo, quién corre más, quién mete más goles, quién es más guapo, quién es más valiente, quién es más sexy, quién es más poderoso.
Lo mismo sucede cuando estamos en pareja. Desde el momento en que definimos el modelo de relación que queremos tener, empezamos a negociar y a pactar normas de convivencia y, en estas negociaciones, nadie quiere salir perdiendo.
Las mujeres hemos sido educadas para someter al amado con nuestras artes de seducción y con victimismo, y para exigir o mendigar amor. Los hombres han sido educados para someter a la amada utilizando sus encantos y su poder patriarcal, su capacidad para dominar e imponerse, su fuerza física y su violencia. Así las cosas, es bien complicado relacionarse desde el compañerismo: todas nuestras relaciones están basadas en estas luchas de poder en la que unos mandan y otros obedecen, y a veces alternamos estas posiciones según las circunstancias.
En las relaciones igualitarias también hay luchas de poder. Hay quien las saca a la luz, quien habla de ellas, quien bromea con ellas, quien se las trabaja. Pero la mayor parte de la gente no logra hablar de sus batallas y reflexionar sobre ellas. Simplemente se enfocan en lograr lo que necesitan utilizando los medios que haga falta para lograr los fines.
Mientras sigamos dentro de las estructuras de la jerarquía patriarcal y capitalista, seguiremos unos arriba y otros abajo, alternando posiciones según el momento del día: en un lapso de veinticuatro horas podemos ser empleados sometidos, reyes de nuestro hogar, podemos ocupar posiciones directivas en un sindicato o estar sometidos al poder de un padre tiránico. Así es el poder, nos contaba Michael Foucault: un mecanismo de ida y vuelta en el que nos movemos y cambiamos de posición.
Unos usan su poder de forma autoritaria, absolutista y fascista, pero muchos otros lo utilizan para luchar por un mundo mejor. Unos usan su poder para acumular más poder, más recursos, más mujeres, más dinero. Otros, para ayudar a los demás. Vivimos en un mundo violento porque la mayor parte de nosotros solo sabe ejercer su poder utilizando la violencia física, emocional, sexual, psicológica, económica.
En estas guerras cotidianas, no todas las estrategias valen: no las que se utilizan para engañar, coaccionar, manipular a los demás. No las que hacen daño, ni las que se hacen con afán vengativo o destructivo.
Nos cuesta mucho verlo porque todos nos creemos que somos buenas personas y que nos merecemos todo lo que deseamos. No solemos pararnos a pensar si al intentar conseguir nuestros objetivos estamos perjudicando o haciendo daño a los demás. Y aquí reside la clave para pensar la ética del poder: ¿cómo podríamos ejercer el poder sin violencia y sin herir a la gente?
¿CUÁLES SON TUS ESTRATEGIAS?
Algunas de las estrategias que utilizamos para conseguir de los demás lo que necesitamos, deseamos o queremos son:
• Coacción: obligar a la otra persona o chantajearla. Por ejemplo, presionar e intimidar a alguien para que deje de hablar con su ex, para que le preste dinero, para que le conceda una cita, para que tenga sexo con nosotros, para que se enemiste con su familia, para que nos diga en todo momento donde está y qué está haciendo. • Manipulación perversa: engañar, mentir, machacar la autoestima, confundir a la otra persona para que cambie de opinión, para que haga lo que queremos, para controlarla, para someterla, para manejarla según nos convenga. Por ejemplo: amigas que quieren enemistarte con otra amiga y utilizan mentiras para hacerte creer que ella no te quiere y habla mal de ti. O contar una historia con partes inventadas para que los demás se compadezcan de nosotros y culpabilicen a la otra persona. • Victimismo: chantajear emocionalmente, amenazar, arrojar toneladas de reproches y acusaciones, montar tragedias y dramas para hacer sentir culpable a quien no hace lo que nosotros queremos. Es el arte de dominar desde la sumisión: el victimista quiere dar pena y se exime de toda responsabilidad sobre sus actos y sus sentimientos para que el otro se sienta responsable de su bienestar y de su felicidad. En los casos más extremos, los victimistas se autolesionan y amenazan repetidas veces con “suicidarse”. Son violentos y egoístas, pero con sus llantos y sus dramas se colocan en la posición del ser débil que necesita protección o dinero. Lloran, reprochan, patalean para que no les llevemos la contraria, para que los queramos como ellos nos quieren, para que estemos siempre atentas/os a sus necesidades y apetencias. • Inacción: no hacer nada para ganar una batalla en la que se te pide que hagas algo, que cambies algo, que des algo. Por ejemplo: que nos pidan un favor y les digamos que sí sabiendo que no vamos a hacerlo. O hacer esperar a alguien a ver si se harta o se le olvida, o renuncia a sus propósitos. O no contestar cuando se dirigen a nosotros haciendo como que no nos damos por aludidos. • Seducción: utilizar nuestros encantos para despertar su deseo. Pedir las cosas con una sonrisa, con amabilidad, con alegría. Hacer reír a la otra persona, hacerle sentir especial. Por ejemplo: que se enamoren de ti, que te den el juguete que tanto les gusta, que te hagan mimos, que te suban el sueldo, que te concedan una cita, que te concedan una beca para poder estudiar, que te den ese puesto de trabajo, que te firmen ese papel, que te perdonen una infracción. • Negociación: utilizar la asertividad para comunicar lo que queremos o lo que necesitamos. Hablamos desde nosotras mismas, de cómo nos sentimos, de cómo vemos la situación, sin utilizar el juego sucio: ni chantajes, ni mentiras, ni amenazas, ni tratar de meter miedo, ni tratar de dominar al otro con estrategias ocultas. Se trata de parar la batalla para sentarse a hablar evitando el victimismo, las coacciones, la violencia o la manipulación. Es una conversación que se realiza en horizontal, de tú a tú, con el corazón abierto y en estado de escucha activa y afectiva. Cuando logramos comunicarnos así, escuchando amorosamente, hablando con sinceridad y cuidando a la otra persona sin dejar de cuidarnos a nosotras mismas, entonces es posible pactar, ceder en algunas cosas, que la otra persona ceda en otras, que nadie salga perjudicado y que ambas se queden lo más contentas posibles con los acuerdos alcanzados.
¿CÓMO TRABAJAR MI PODER?
Yo me trabajo mi poder desde hace años, cuando empecé a leer sobre feminismo. He utilizado todas las estrategias explicadas anteriormente, y por eso intento desarrollar en mí cualidades como la asertividad, la empatía o la solidaridad con la gente con la que batallo. Mi objetivo es aprender a comunicarme mejor, a decir lo que siento, a ejercer mi poder desde una posición amorosa. Quiero llevar la teoría feminista a la práctica, a mi día a día, y así poder aprender a relacionarme en igualdad, desde el respeto y la empatía. Quiero transformar la manera en la que construyo y vivo mis relaciones con los demás, y aportar en la transformación política, económica, social, sexual y emocional del mundo en el que vivimos.
Tenemos que transformar el modo de organizarnos política, social y económicamente, para que unos pocos no se queden con todo. Pensar entre todos qué tipo de familias y comunidades afectivas queremos, qué tipo de parejas queremos construir, cómo podríamos vivir mejor todos, cómo podríamos distribuir los recursos equitativamente.
A continuación tenemos una serie de preguntas que nos pueden ayudar a trabajar el poder:
• ¿Me siento poderosa? ¿Qué privilegios tengo? ¿Cómo los uso? ¿Cómo domino a los demás? • ¿Me estoy resignando? ¿Me estoy sintiendo humillada? ¿Me estoy dejando explotar? ¿Estoy dejando que otra persona me trate mal? • ¿Qué ocurre cuando gano una lucha de poder? ¿Cómo afecta esto a los demás? ¿Cómo hacer para que mi poder no perjudique, no someta y no abuse de las personas con las que me relaciono? • ¿Cómo puedo contribuir a que nos vaya bien a todos, y no solo a mí? • ¿Cómo puedo trabajar mi ego para dejar de necesitar la admiración de los demás? ¿Por qué mi ego y mi autoestima se hunden si no tengo pareja? ¿Cómo potenciar mi autonomía para relacionarme desde la libertad y no desde la necesidad? • ¿Cómo amar de forma desinteresada? ¿Cómo cuidar a la otra persona y cuidarme yo durante las luchas de poder? ¿Cómo eliminar la necesidad de control y dominio sobre la persona que amo? • ¿Desde qué posición pacto los términos de mis relaciones sexoafectivas? ¿Me pongo sumisa o dominante, victimista o agresiva? ¿Cómo negociar esos pactos sin que nadie tenga que ceder en todo? ¿Cuáles son mis límites y los de la otra persona? ¿Son compatibles nuestras particulares apetencias y gustos sobre el sexo y el amor? • ¿Soy honesta con mi pareja? ¿Y conmigo misma? ¿Cómo me relaciono con la culpabilidad, la que se crea en mí y la que creo en los demás? ¿Soy capaz de aceptar al otro tal y como es, o mi secreto deseo es cambiarlo para que sea como quiero? ¿Cómo hago para seguir siendo yo aunque me enamore locamente? • ¿Cómo relacionarme en un plano horizontal con mis parejas? ¿Cómo amar y defender mi poder? ¿Cómo me relaciono con el poder del otro o la otra? ¿Cómo hago para no machacar la autoestima de la otra persona? ¿Cómo amo y defiendo mi libertad y la de mi pareja? • ¿Cómo me siento cuando no me aman como quiero, como sueño o como necesito? ¿Cómo me siento cuando la otra persona me ama ciega e incondicionalmente y yo no siento lo mismo? ¿Me siento responsable del bienestar y la felicidad de mi pareja? ¿Hago responsable al otro de mi bienestar y mi felicidad o soy yo la que asume su cuidado personal?
En resumen: ¿cómo puedo utilizar mi poder para que mi vida y la de la gente de mi alrededor sea más bonita?
MI CUERPO ES UN TERRITORIO POLITICO – DOROTEA GÓMEZ GRIJALVA8
“Viví unos años con el dilema si ser mujer maya y feminista es contradictorio o no. Me daba terror pensar que por asumirme feminista, perdería amistades valiosas de otras mujeres mayas que señalaban al feminismo de racista. Me hice consciente de que el lesbianismo como la homosexualidad, han existido históricamente en la dinámica de las sociedades, independientemente si son europeas o no. Decidí asumirme-vivirme lesbiana-feminista, porque para mí ser lesbiana adquirió un significado especial en mi opción política y espiritual, de apostarle a la descolonización patriarcal desde mi cuerpo y mi sexualidad. (…) Y de esta manera, me propongo seguir respetando la particularidad del estilo rítmico y vibrante de este cuerpo con que toco la vida”. Dorotea Gómez Grijalva
Este texto es el primero que presenta Brecha Lésbica en su colección Voces descolonizadoras. Es un honor contar aquí con el trabajo de Dorotea Gómez Grijalva, mujer Maya k´iche´, maestra en Antropología social. En este texto poderoso, después de recordarnos algunos datos claves de la histórica política guatemalteca, nos cuenta el largo trabajo y recorrido que la llevó a asumir su cuerpo como territorio político. Encontrarán aquí un análisis profundo y crítico de una feminista y lesbiana, sobre el lesbianismo y el feminismo, así como acerca del racismo y clasismo en Guatemala y en otras partes del mundo, hoy. Brecha Lésbica
MI CUERPO ES UN TERRITORIO POLÍTICO
Mi infancia y adolescencia la viví en el departamento de El Quiché, Guatemala. Este período de mi vida estuvo marcado por un conflicto armado interno que estalló desde inicios de la década de 1960 y que afectó a la sociedad guatemalteca durante 36 años. Este conflicto armado interno, se originó por la profunda insatisfacción de importantes sectores de la sociedad civil que optaron por organizarse militar y/o socialmente, constituyéndose en una oposición social contra el carácter autoritario del Estado guatemalteco y para eliminar la explotación de la población rural, mayoritariamente indígena.
Fenómenos como la injusticia y el racismo estructural, el cierre de los espacios políticos, la profundización de una institucionalidad excluyente y antidemocrática, así como la resistencia a impulsar reformas sustantivas orientadas a reducir los conflictos estructurales, constituyen entre otros, los factores que determinaron el origen y consecuente estallido del conflicto armado interno.
8 Texto completo (notas y bibliografía) en https://brechalesbica.files.wordpress.com/2010/11/mi-cuerpo-es-un-territorio-polc3adtico77777-dorotea-gc3b3mez-grijalva. pdf
Durante el periodo más violento y sanguinario de todo el conflicto armado interno (1978-1985), los operativos militares se concentraron en Quiché, Huehuetenango, Chimaltenango, Alta y Baja Verapaz, en la Costa Sur y la capital.
Las víctimas fueron mayoritariamente población maya y en menor proporción ladina/mestiza. El ejército guatemalteco, en respuesta a la ampliación del campo de operaciones de la guerrilla e inspirado en la Doctrina de Seguridad Nacional, en su concepto de enemigo interno definió a las personas descendientes mayas como guerrilleras. La consecuencia de ello fue la agresión masiva e indiscriminada contra las comunidades mayas.
En ese período más de 626 comunidades de origen maya fueron exterminadas, más de 200,000 personas fueron asesinadas, aproximadamente 900,000 personas se refugiaron en otros países, miles desaparecieron y más de un millón se desplazaron dentro del país (1). El departamento de El Quiché, fue uno de los más afectados. El Informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico -CEH- indica que del total de las víctimas identificadas, 83% eran mayas y 17% ladinos. A la vez señala que el Estado a través del ejército cometió el 93% de estos actos de barbarie durante el conflicto.
De esa cuenta el ejército guatemalteco ejecutó operaciones contrainsurgentes entre las que destacan masacres comunitarias, política de tierra arrasada, violaciones sexuales colectivas a mujeres, secuestros, desapariciones y ejecuciones extrajudiciales, para desarticular las bases sociales de la insurgencia pero también para desestructurar los mecanismos de la identidad de las y los mayas y la cohesión social que facilitaba las acciones comunitarias. En el último periodo (1986-1996) las acciones represivas tuvieron un carácter selectivo, afectando casi por igual a población maya y ladina.
En cuanto a mi adscripción étnica, por muchas razones utilizó el término Maya en vez del indígena para auto identificarme como descendiente de los pueblos mayas. Entre las razones más relevantes, puedo citar las siguientes: a) es una decisión político-personal para contrarrestar la idea prevaleciente en el imaginario social guatemalteco, de que los mayas ya no existimos o que en todo caso nuestros antepasados se fueron a Marte; b) para reafirmar mi conciencia política respecto a los derechos étnicos frente al Estado y a la sociedad guatemalteca.
Por otro lado, por la importancia política que cobra la reafirmación de la conciencia política en cuanto a los derechos étnicos frente al Estado y la sociedad guatemalteca, muchas mujeres y hombres descendientes de los mayas asumen este término para su identificación étnica. Pero hay una gran mayoría que se identifica como indígena o con el nombre del pueblo al que pertenecen, por ejemplo: mam, q´anjob´al, ixil, k´iche´, q´eqchi´, tzutujil, etc. Para los propósitos de este texto, hago la aclaración que en su contenido utilizaré la palabra maya o la palabra indígena para referirme a las y los descendientes de los pueblos Maya. En Guatemala, habitan también los pueblos Garinagu (afrodescendientes) y Xinca, los cuales poblacionalmente son menos numerosos que los Maya (2).
Porque en sintonía con la feminista dominicana Yuderkys Espinosa (2010) y la feminista chilena Margarita Pisano (2010), asumo a mi cuerpo como territorio político debido a que lo comprendo
cómo histórico y no biológico. Y en consecuencia asumo que ha sido nombrado y construido a partir de ideologías, discursos e ideas que han justificado su opresión, su explotación, su sometimiento, su enajenación y su devaluación. De esa cuenta, reconozco a mi cuerpo como un territorio con historia, memoria y conocimientos, tanto ancestrales como propios de mi historia personal.
Por otro lado considero mi cuerpo como el territorio político que en este espacio tiempo puedo realmente habitar, a partir de mi decisión de repensarme y de construir una historia propia desde una postura reflexiva, crítica y constructiva. Este proceso de habitar mi cuerpo ha adquirido una dimensión holística, puesto que lo he venido haciendo cada vez más desde una perspectiva integral, trenzando las dimensiones emocional, espiritual y racional. No considero que haya jerarquías entre ellas porque las tres dimensiones son igualmente importantes para revalorizar el sentido y la forma como quiero tocar la vida a través de este cuerpo, como dice Margarita Pisano (2010), en especial para renunciar a los mandatos que impone el sistema patriarcal, racista y heterosexual que imperan en la sociedad guatemalteca y a nivel mundial.
Esta conciencia holística sobre mi cuerpo, es resultado de un largo y profundo proceso de introspección que he venido realizando desde hace muchos años, especialmente para comprender la raíz de las enfermedades que me afectaban, de las cuales citaré algunos ejemplos en este artículo. Este proceso también me ha permitido comprender los miedos que me paralizaban e identificar el motor que me fortalecía para ir tras mis sueños.
Entre los 6 y 18 años de edad, coincidiendo con los años más violentos del conflicto armado interno, en mi piel brotó una alergia que se expandió insoportable e incómodamente por casi todo mi cuerpo. Los médicos con quienes mi mamá y papá pudieron llevarme, coincidían en diagnosticar que tal alergia era producto de la intolerancia de mi organismo a los alimentos irritantes y grasos como el café, el chile, carne de cerdo, etc., así como a los rayos del sol. De esa cuenta suprimieron de mi dieta diaria un sinfín de alimentos que yo adoraba degustar como el café, e indicaron cubrir mi cuerpo de una manera muy exagerada, para que los rayos del sol no le cayeran directamente.
Durante este período la idea de estudiar en vez de tener hijos y casarme iba madurando en mis adentros. Durante los 3 años de estudios básicos me sentía presionada y controlada por las actitudes agresivas que los jóvenes ejercían sobre mí, para que aceptara establecer relaciones “amorosas” con ellos, algunos hasta me insultaban en las calles, porque yo los rechazaba.
Muchas compañeras de estudios resultaron embarazadas y se vieron forzadas a casarse. La idea de interrumpir el embarazo ni siquiera se mencionaba. Me entristecía ver truncados sus sueños de estudiar, porque se casaban a tan corta edad.
Además veía que casi ninguna mujer casada era feliz. La mayoría vivían bajo el control de sus esposos, abundaban las historias de mujeres golpeadas por celos, por no servir la comida a tiempo, porque se enfermaban los hijos, por el alcoholismo de sus hijos o porque resultaban embarazadas sus hijas. En fin, muchos motivos servían de excusa para propinarles golpes e insultos.
Con toda esa realidad que me envolvía, yo ya había renunciado a ser mamá y al matrimonio. Me parecía más atractivo y desafiante seguir estudiando, por eso a los 15 años de edad logré convencer a mi mamá y mi papá, para que me apoyaran a migrar de Santa Cruz de El Quiché a la ciudad capital de Guatemala para poder realizar estudios de diversificado o preuniversitario.
Esta experiencia en la ciudad capital fue hostil, agresiva, excluyente y discriminadora. En los buses, en las calles y en la escuela, muchas personas ladinas/mestizas (3) me miraban con desprecio, me insultaban con expresiones racistas, me agredían con sus miradas y con sus actitudes. En la escuela y en la casa donde me hospedaba, las personas me trataban con desconfianza, me interrogaban para saber si era contagiosa la alergia que afectaba mi piel.
Ante la hostilidad racista que cotidianamente vivía, yo lograba imponerme y lidiaba con bastante convicción porque lo entendía como producto de la ignorancia y la enajenación. Pero sin embargo, no podía lidiar con el desánimo y la angustia por las actitudes de discriminación, rechazo y desconfianza de mis compañeras de estudio, que eran mucho más fuertes hacia mí, por miedo a contagiarse de la alergia que me afectaba. Y no encontrar cura a esa alergia hacía más pesada la soledad que vivía en esta ciudad capital tan frívola, racista y violenta.
Sin embargo, a los 17 años, visité a una dermatóloga que luego de revisarme, procedió a hacerme una larga lista de preguntas sobre la trayectoria de mi vida y la de mi familia. Finalizada la entrevista concluyó que la causa de dicha alergia, eran los traumas y las rupturas que viví a mis cinco años, causados por el conflicto armado interno. De esa cuenta me sugirió buscar apoyo psicológico, para procesar las tristezas que enfermaban mi piel.
Me fui de la clínica con una interrogante en mayúscula sobre cómo tener acceso a ese apoyo psicológico, si no tenía accesos a recursos económicos para pagarlo, y mucho menos si no conocía a profesionales de ese campo en quienes yo confiara. Como era estudiante de magisterio, busqué a la profesora de la asignatura de psicología y le solicité que me sugiriera bibliografía de autoayuda emocional.
Durante los siguientes dos años, me fui acercando a gran variedad de textos de las diversas corrientes psicológicas y conforme me los devoraba, fui tocando conscientemente las heridas que me había provocado el conflicto armado. Identifiqué el dolor que se había instalado en mi alma, palpé mis tristezas que forzadamente silencié en mi memoria y las escribí en papel.
Ese proceso me conectó con los otros tipos de violencia que habían afectado y seguían afectando mi vida, violencias que no necesariamente estaban relacionadas con el conflicto armado, sino con las relaciones de poder-opresión en mi familia, en mi entorno tanto en Santa Cruz de El Quiché como en la ciudad capital, todos estrechamente relacionados con mi condición de ser mujer y de ser maya.
Conforme fui aplicando los ejercicios de sanación emocional que contenían los libros, logré desahogar mis tristezas. Liberé el dolor que estaba guardando dentro de mi cuerpo cada vez que lo escribía. Así fui reconociendo que mis traumas sobre migraciones y separaciones familiares forzadas durante el conflicto armado, los podía recordar sin la carga trágica del dolor, si me conectaba con mi alegría y deseo de vivir mi presente. Principalmente para ir tras mis objetivos y metas que más ilusión me provocaban, eso sí sin perder mi criticidad ante las atrocidades del conflicto armado.
Paralelo a los ejercicios de psicología busqué orientación de naturistas, quienes me sugirieron plantas con las que podía tratar las heridas de la alergia en mi piel. Además construí amistad con una de mis maestras de secundaria que mostraba interés y aprecio por mí y con compañeras de estudio que actuaron solidariamente conmigo. Con ellas logré compartir esa parte de mi historia y ellas me fueron compartiendo las suyas. Ese intercambio de vidas contribuyó a que entre nosotras nos animáramos a desafiar las limitaciones y desconfianzas que identificábamos y, de esta manera, hacer realidad nuestros proyectos personales.
Fui descubriendo que cada una de mis amigas tenía su propia historia, pero a la vez reconocí que como mujeres nuestras vidas tenían muchas cosas en común. Por ejemplo veía que casi todas éramos objeto de violencia en la familia porque nos rebelábamos a servir a los hombres de nuestras casas; casi todas sufríamos la desvalorización cotidiana de nuestro trabajo; en nuestras casas nos tildaban de haraganas a pesar de que éramos las responsables de hacer la comida, cuidar a los hermanos pequeños, lavar la ropa de los demás hermanos y limpiar la casa.
Aunque muchas vivíamos resguardando nuestros cuerpos, escondiéndolos lo más que podíamos para que no nos manosearan en las calles y en los buses, de todas maneras los hombres nos asediaban y manoseaban nuestros cuerpos a su antojo. La mayoría fuimos educadas para esconder toda evidencia de nuestros periodos menstruales y cuando menstruábamos sentíamos asco y vergüenza.
Después de los horarios de clase, con estas amigas nos quedábamos hablando de nuestras vidas y poco a poco fuimos compartiendo nuestras rebeldías y aprendiendo unas de las otras, escuchándonos y dándonos consejos. Eso lo hacíamos para perder el miedo al fastidioso asedio que muchos hombres ejercían sobre nosotras, también para negociar proyectos con nuestras mamás y papás, así como para sanar heridas de mal de amores con los novios.
En nuestras conversaciones nos reíamos y llorábamos de los agravios que vivíamos y, al menos cuando estábamos juntas, inventábamos un mundo que nos acogía y nos motivaba a seguir soñando con una vida mejor.
Esos cuatro años de convivencia e intercambio con mis amigas, fueron muy enriquecedores para las búsquedas de comprensión de mí misma, así como para iniciar mi reencuentro, renunciando a hechos de mi pasado que no me ayudaban a fortalecerme. Un paso fundamental fue haber logrado romper con algunos de mis silencios aprendidos, los cuales me enfermaban, empecé a confiar y a compartir parte de mi vida.
Aproximadamente 13 años después de haber brotado la alergia en mi piel, me hice consciente de las tristezas y traumas que instaló en mi cuerpo el conflicto armado, lo cual me ayudó mucho a recuperar la salud de mi piel. Concluí la secundaria dispuesta a encontrar trabajo asalariado o remunerado formal para continuar mis estudios universitarios y seguir caminando con independencia emocional y económica.
A los 21 años, por fuertes dolores en el intestino grueso y gripes crónicas que me atacaban todos los meses, decidí consultar a un médico de medicina general, porque la medicina natural no me daba resultados. Estando en consulta con este médico, tuve que responderle una serie de preguntas sobre mi vida. Indagó sobre cómo era mi relación con mi mamá y mi papá, con qué
hermanos me llevaba mejor y con quienes tenía discrepancias y por qué. Me preguntó sobre mi relación con mis hermanas y sobre los oficios y responsabilidades entre mujeres y hombres en mi casa.
Preguntó sobre qué y cómo comía, sobre mi trabajo y la gente con quien trabajaba, sobre el lugar donde vivía, un sinfín de datos sobre mi vida, que yo no entendía en qué le servían al médico para comprender mis padecimientos físicos. Y mi sorpresa fue escuchar que mis padecimientos físicos estaban estrechamente relacionados con la forma en que estaba procesando mis emociones de tristeza, de enojo, de impotencia, de miedo y de incertidumbre.
Me recomendó llorar por todo lo que no había llorado desde que nací. También me puso de ejercicio observar y sentir la reacción de mi cuerpo con el agua al bañarme, como una manera de dedicarme tiempo para aprender a sentir y comprender lo que mi cuerpo sentía. Me sugirió modificar algunos aspectos en mi dieta alimenticia, pero sobre todo me motivó a retomar la elaboración de mis propias comidas diarias. E insistió en que buscara apoyo terapéutico para revisar los conflictos que más me angustiaban con mi mamá y papá, hermanos y hermanas. Para completar la receta, me estimuló a dedicar una hora para cada tiempo de comida y practicar el deporte que más me gustaba.
Otra vez me quedé sin saber qué hacer, por qué o para qué llorar, aparentemente lo tenía todo resuelto, pero solo en mi cabeza. Así que empecé por lo más práctico, dedicar tiempo para cocinar mis propios alimentos y comer tranquilamente, aunque para eso tuve que reorganizar mejor mí tiempo.
Justo en ese lapso, trabajé en un proyecto de investigación, para conocer la experiencia organizativa de las mujeres que se habían refugiado en México y estaban retornando a Guatemala. Yo formé parte de un equipo de investigación donde participaban dos colegas, quienes hablaban mucho de sus reflexiones feministas, compartían cómo fueron conociendo sus cuerpos y cómo lograban reconciliarse con su ser mujer, al revisar los nudos más conflictivos con sus mamás.
Estas investigadoras, a veces citaban ideas de autoras que les hicieron reflexionar sobre sus cuerpos y la forma como vivían sus relaciones eróticas con los hombres, también sobre las tensiones con sus mamás por la forma como ellas decidieron vivir sus vidas. Yo les fui compartiendo mi vida también, y al contarles sobre mí, vivía una especie de eco en mis adentros y fui creando diálogos complejos conmigo. Cada día pensaba y reflexionaba mucho sobre mi propia vida y como había sido mi vida con la familia consanguínea donde nací.
Aprovecho para matizar que este intercambio de experiencias con estas colegas feministas no siempre fue armonioso, sobre todo porque a mi modo de ver, una de ellas tenía una visión esencialista sobre el ser mujer maya. La postura de esta colega feminista me desconcertaba porque, por un lado reivindicaba a las mujeres como diversas y heterogéneas en oposición a la postura patriarcal que nos universaliza en la mujer, pero, por otro lado censuraba mi manera particular de ser maya. Llegó al extremo de juzgar mis hábitos alimenticios y cuestionó haberme cortado mi pelo con un estilo, según ella, muy ladino. De acuerdo a su mirada, yo estaba ladinizándome -dejando de ser maya- por mis prácticas y estilo de vida.
Las actitudes esencialistas y de censura de esta colega feminista, poco se diferenciaban del esencialismo de lideresas y líderes del movimiento indígena/maya conservador, quienes también desaprobaban y excluían a mujeres mayas que, como yo, rompíamos con el patrón establecido para la mujer maya. Me indignaban estas formas de pensar porque a pesar de que tenía claro racionalmente que la riqueza de las identidades y las culturas es su carácter dinámico y cambiante, me generaban cierto conflicto.
Procederes como los de esta colega feminista, me hicieron dudar del feminismo como propuesta política y de cuestionamiento al sistema patriarcal vigente. Sin embargo, y pesar de mis recelos, me interesé por leer literatura feminista, pero con distancia.
Por algún tiempo creí que el “feminismo” no dialogaba con mis preocupaciones, mis reflexiones contra el racismo y con mis reivindicaciones étnicas. Pero tampoco me sentía incluida en el discurso indígena/maya dominante. Me desilusionaban el machismo o el racismo internalizado en quienes yo creía poder encontrar mínimos de complicidad y diálogos horizontales.
Viví unos años con el dilema si ser mujer maya y feminista es contradictorio o no, me daba terror pensar que por asumirme feminista perdería amistades valiosas de otras mujeres mayas que señalaban al feminismo de racista.
En el año 2003, trabaje en la Secretaría Presidencial de la Mujer –SEPREM-, instancia que tiene como principal responsabilidad velar que las políticas públicas respondan a las demandas y necesidades de las mujeres guatemaltecas. Quien era Secretaria presidencial es una reconocida feminista en el movimiento de mujeres en Guatemala. Sin embargo me indignó ver que se relacionaba con sus subalternas con procedimientos autoritarios y racistas. En más de una ocasión comentó que la inclusión de la perspectiva “étnica” en las auditorias y reformas a las políticas públicas debía ser preocupación de las comisiones indígenas ya existentes en otras estructuras del Estado, o que al enfocar el trabajo de la SEPREM en la perspectiva de género se incluía a todas las mujeres sin distinciones étnicas.
Semejantes aseveraciones, no me sorprendían, pero sí me instigaban a desentenderme del feminismo y a seguir los pasos de otras mujeres que lo satanizaron en sus vidas. Sin embargo opté por buscar más información, me dispuse a dialogar con feministas mayas y mestizas que, aunque cuestionaban el racismo de algunas feministas en Guatemala, reconocían al feminismo como una propuesta política que les ayudaba a concebirse como sujetas políticas y a rebelarse cada vez más a los mandatos impuestos que controlaban nuestra manera de pensar y sentir.
Por otro lado me fui interesando en la literatura escrita por feministas de distintas partes del mundo. Con ellas también inicié diálogos profundos e intensos, que a veces sentía que no podía compaginar sus ideas con la adversa realidad que yo vivía. Pero al mismo tiempo me reconfortaba saber que tanto en Guatemala como fuera de ella, había otras mujeres que tenían sueños parecidos a los míos y que desafiaban los poderes masculinos, la ideología del sistema patriarcal y racista, como yo también lo hacía.
A través de esta literatura, también logré comprender con mayor claridad los conflictos que tenía con mi mamá, la fui entendiendo y entendiéndome. Pude reconocer las cualidades que yo había heredado de mi mamá, pero también las trampas del deber ser para los otros y otras, que aunque no me gustaba toda esa lógica, sí la tenía bien anidada en mi memoria emocional y corporal.
Entre mis búsquedas a solas o en diálogo con otras amigas, finalmente comprendí y reconocí que ni todos los análisis feministas son etnocéntricos, eurocéntricos y mucho menos todas las feministas son racistas o etnocéntricas. Esa certeza me ayudó a avanzar en mi recorrido con y dentro de los diversos feminismos, pacientemente empecé a identificar con cuáles feminismos puedo caminar y con cuáles no.
Fui convenciéndome que ser feminista es un proceso de constantes búsquedas, replanteamientos y sinceramientos, que la existencia de pensamientos y actitudes racistas en muchas feministas no tendría que ser justificación para soslayar los ricos aportes de los diversos feminismos que nos posibilitan repensarnos y asumirnos como sujetas pensantes-actuantes como lo diría Margarita Pisano. En este camino de búsquedas y re-encuentros, valoro mis experiencias laborales donde conocí a feministas que me compartieron ideas y referencias bibliográficas, con las que pude dar un salto cualitativo en la comprensión teórica del feminismo.
La apropiación e hilación de teorías y conceptos del feminismo le dio sustento político a mi manera irreverente de existir en este mundo. Fui comprendiendo que no era, ni muchos menos soy, la única mujer que rompe con las imposiciones que inhiben nuestra libertad de ser personas humanamente libres, únicas y completas.
Cuando me atreví a leer y dialogar con diversas feministas, deje de despolitizar el uso de la categoría género en mi proyección profesional, y le di un giro significativo a lo que había aprendido en mi experiencia de trabajo en ONGs, donde reducían la categoría género a sinónimo de trabajo con mujeres. Aprendí a reconocer a dicha categoría como uno de los aportes valiosos que nos ha heredado el feminismo, especialmente para el análisis y comprensión de las relaciones de poder entre hombres y mujeres.
Pasado el tiempo y en cuanto tuve oportunidad de tener salarios que me permitían cubrir gastos de terapia emocional, busqué a profesionales que me la brindaron. A través de esta experiencia fui aprendiendo a conocer mejor el lenguaje de mi cuerpo, a sentir y comprender mis emociones y no a dominarlas con mi razón cada vez más fundamentada teóricamente.
Así descubrí que comprender racionalmente y dialogar con diversas teorías feministas, no era suficiente para dejar de oprimir y violentar mi cuerpo, o para dejar de sacrificarme por las y los demás, poniendo en segundo plano mis proyectos y deseos. Cada vez me fui convenciendo que era necesario dedicar tiempo para procesar emocionalmente mis re flexiones racionales sobre mi existencia como mujer.
No fue fácil ver en mi propio espejo lo poco que aplicaba de los aportes de las teorías feministas en la comprensión y cuidado de mi cuerpo. Muchas veces me asaltó la duda si seguir o no con la terapia, porque me asustaba mucho descubrir mis contradicciones, o más bien mis incoherencias entre el discurso y práctica conmigo. Sin embargo la idea de suspender el viaje iniciado hacia mi mundo emocional, tampoco me convencía. Abandonar este viaje, lo intuía como una gran pérdida por tanto aunque me dolía reconocerme con aciertos y errores, me convencí a seguir y asumí ese proceso con responsabilidad y constancia.
Este proceso de sanación emocional lo fui haciendo al mismo tiempo en que ahondaba en mis lecturas y reflexiones feministas. Paralelo a este proceso en el 2000, fortalecí mi amistad cómplice con Adela Delgado, amiga maya q´eqchi´ que se asumía lesbiana-feminista. Aunque en espacios laborales, había trabajado con algunas lesbianas no siempre ahondamos en las implicaciones de su ser lesbianas en su proyección laboral, profesional, política y social.
Por tanto, en el marco de mi amistad con Adela, me interesé por saber qué significaba para ella mujer maya q´eqchí ser lesbiana feminista. Quería comprender como Adela lidiaba vivía con sus identidades asumidas en un contexto como el de Guatemala profundamente racista, clasista y patriarcal. Y como estaba vinculada al movimiento social, también me interesaba entender cómo vivía su lesbianismo frente al conservadurismo social, principalmente maya/indígena.
Los diálogos y conversaciones que entable con Adela se volvieron intensas. Teníamos en común ser mujeres mayas, pero también nuestra rebeldía al orden patriarcal establecido. Poco a poco nos sumergimos en profundas reflexiones sobre su experiencia de lesbiana feminista y mi experiencia de irreverente sin límites.
Por la característica de mi trabajo, los días hábiles me tocaba vivir en contextos rurales de diversos departamentos de Guatemala y los fines de semana descansaba en la capital. Cuando Adela me contó de la existencia de bares gays-lésbicos en la ciudad capital, vi esa información como una ventana que cautivó mi pasión investigativa.
Pensé que conocer espacios de distracción nocturna frecuentado por algunas lesbianas en la ciudad capital, podía ser un escenario idóneo para aproximarme a matices de sus formas de amar tan estigmatizadas, silenciadas y violentadas.
Y como me encanta bailar, acepté sumarme a los planes de Adela para bailar en bares gayslésbicos (4) porque en esa época como ahora no había ni un solo bar lésbico en todo el país.
La primera vez que entré a un bar gaylésbico, el recepcionista me preguntó preocupado: sí estaba segura que quería entrar y si sabía de qué se trataba el lugar. Yo muy quitada de la pena dije que sí. Pero al ingresar, tanto gays como lesbianas me miraban con desconcierto. Así, caí en la cuenta que en todo el bar, yo era la única mujer maya visible porque andaba vestida con hüipil y corte.(5).
En otras ocasiones estando dentro de alguno de aquellos bares gays-lésbicos, tanto gays como lesbianas me abordaron inquietantes para saber si yo era lesbiana y cuando les respondía que no, me miraban con más dudas. Y así, mientras unos se atrevían a preguntarme directamente otras y otros me miraban con una mezcla rara de sorpresa y duda. Bajo esas circunstancias y en ese contexto tomé consciencia que el tabú del lesbianismo pesaba de manera extraña sobre quienes nos asumíamos mayas/indígenas. Parecía ser que en las mentes de muchos gays y lesbianas, en ese entonces y aún en la actualidad concebir que una mujer maya podía ser también lesbiana no resulta tan fácil de conciliar.
Y aunque para esa época 2000 ya había incipientes iniciativas organizativas que abordaban el lesbianismo en Guatemala, por lo que supe, el enfoque étnico-racial no era uno de los ejes principales en el análisis y comprensión de esta realidad.
Después de un par de visitas a aquellos bares gays-lésbicos, constate que en vez de investigar, ¡resulté investigada! Especialmente porque escapaba a la regla de la imagen ladina/mestiza que prevalecía en tales bares. No obstante y a pesar de las circunstancias, haber frecuentado aquellos bares me sirvió muchísimo para profundizar mis diálogos y reflexiones con Adela Delgado acerca del ser lesbiana en Guatemala.
Mis reflexiones aumentaron por el impacto que me provocó observar a simple vista la forma en que se relacionaban las parejas de lesbianas en el interior de dichos bares. Sentí un sabor amargo y honda tristeza cuando vi que la mayoría de parejas que llegaban ahí, reproducían actitudes e imágenes heterosexuales. Había mujeres corporizando actitudes de típicos hombres machos portándose rudas y agresivas con su pareja. Observé que muchas de las que se asumían “machos” coqueteaban a otras y se sentían con poder de controlar con gestos agresivos a sus parejas, si estás reían e intercambiaban miradas con otras/otros. Las que se pensaban hombres “machos” presumían imponer su poder sobre su pareja cuando pagaban las cuentas del servicio consumido.
Estando en los bares gays-lésbicos, asistí shows de bailarinas y bailarines que se desvestían seductoras ante el público presente. En más de una ocasión me afligió ver que las y los que prestaban ese servicio eran adolescentes. Aún más me entristecía saber que algunas y algunos lo hacían más por necesidad de un empleo, que por la opción de ser lesbianas ó gays, o por el gusto de exhibirse ante públicos que las y los reducía a objetos sexuales.
Me inquietó ver que en esos espacios gay-lésbicos la presencia de gays era mayor en comparación a la de lesbianas, era palpable que la mayoría de los gays que visitaban tales bares, frecuentaban con más constancia los bares y consumían con mayor holgura que las lesbianas.
Todas esas experiencias vividas y observadas en el contexto de los bares, me empezaron a doler en el cuerpo, y fueron motivos de reflexivas conversaciones con Adela y con otras amigas, que no necesariamente eran feministas y mucho menos lesbianas, pero sí sensibles a esta realidad.
Experiencias como las descritas anteriormente, me llevaron a comprender que no todas las lesbianas son feministas. Y que tampoco todas las lesbianas tienen una consciencia política de desestructurar la normativa heterosexual en sus relaciones de pareja y sociales, así como no necesariamente todas las “mujeres” que tienen por pareja a una mujer se asumen lesbianas.
Por otro lado, la construcción de mi amistad con Adela y con otras lesbianas, así como mi sensibilidad manifiesta por comprender las realidades lésbicas, tuvo un impacto emocional negativo en mi vida, principalmente porque experimenté actos de violencia e intrigas de algunas lesbianas feministas tanto guatemaltecas como europeas trabajando en Guatemala. Con el recurso de la intriga colocaron en tela de juicio mi amistad con lesbianas o mujeres con quienes me relacionaba, incluso llegaron al extremo de afirmar que yo sostenía relaciones amorosas clandestinas con lesbianas. Situación que repercutió negativamente en mi vida social porque perdí el vínculo con algunas amistades.
Comportamientos y procedimientos indignantes de parte de estas lesbianas, me hicieron tomar conciencia que el mundo lésbico y lésbico feminista, lamentablemente no está exento de racismo, de misoginia y abusos de poder etnocéntricos de parte de quienes se sienten “blancas”. Desde mi punto de vista, esta tendencia de querer controlar mi sexualidad y mis relaciones sociales por
parte de estas feministas “blancas” descansaba en un abuso de poder etnocéntrico, pues ellas al no considerarme su igual en términos étnicos y de clase, se adjudicaron el derecho de fiscalizarme valiéndose de mecanismos contrarios a la ética feminista. Estas experiencias me ayudaron a no mitificar y mucho menos idealizar los círculos lésbicos o lésbicosfeministas.
A través del contexto de los bares gayslésbicos, empecé a distinguir que a pesar del conservadurismo, a inicios de 2000, varios gays tenían mayor libertad y condiciones económicosociales para vivir con mayor libertad su opción sexual.
En diversas ocasiones, al salir de los bares, observé a parejas de gays que salían a las calles aledañas tomados de la mano, acariciándose y besándose, pero difícilmente vi que lo hicieran parejas de lesbianas.
Eso me llevó a corroborar que a pesar del conservadurismo imperante en Guatemala, así como de las limitaciones culturales y políticas que la sociedad guatemalteca tiene frente al lesbianismo y la homosexualidad, los gays en tanto considerados culturalmente hombres, tienen a su favor, flexibilidades socio-culturales que les autorizan vivir con mayor libertad su sexualidad. Especialmente si se considera que en el imaginario social patriarcal a los “hombres” les es permitido decidir sobre su cuerpo y su sexualidad, mientras que a las lesbianas entendidas como mujeres difícilmente se les permite.
Tuve la oportunidad de realizar estudios de post-grado en Brasil y mi experiencia fue muy enriquecedora. Me encantó ver que a pesar del racismo, la violencia social, la exclusión económica, el moralismo y el machismo, las mujeres y hombres disfrutan su sexualidad con mayor libertad que en Guatemala. Me llamó la atención que en la facultad donde estudié, había profesores gays y estudiantes lesbianas declaradas (6).
Además, para varias de mis colegas de estudio y amistades que se asumían heterosexuales, no era tabú tener experiencias erótico-sexuales lésbicas y mucho menos frecuentar bares gays-lésbicos. Las heterosexuales no sentíamos presión por parte de las lesbianas si frecuentábamos ese tipo de bares o si teníamos amigas lesbianas. No había en esos círculos, definiciones cerradas sobre ser heterosexual o lesbiana, lo que desde mi punto de vista daba condiciones para disfrutar de la sexualidad, libre de encasillamientos “políticos” y sociales. Esa flexibilidad de pensamiento en mis amistades y colegas universitarias me llevó a disfrutar con más armonía y alegría mi sexualidad y mi cuerpo.
Durante este nuevo proceso formativo, por requisito académico y por inquietud leí varios textos antropológicos y literarios, que registran la existencia del lesbianismo y la homosexualidad en diversos contextos mundiales, por ejemplo en pueblos nativos de Brasil, pueblos afrodescendientes, pueblos africanos, pueblos de la India, etc. Esto me permitió apreciar que tanto el lesbianismo como la homosexualidad han existido históricamente en la dinámica de las sociedades independientemente si son europeas o no.
Conforme fui entendiendo la complejidad de las sexualidades, profundizando en mis reflexiones político-feministas y ahondando en mi proceso de búsqueda y re-encuentro, a través de procesos de sanación, avancé en la descolonización de ideas patriarcales que habitaban no solo mi razón, sino también mis emociones y sentimientos.
A través de este proceso complejo y desde diversas perspectivas, decidí asumirme-vivirme lesbianafeminista, porque para mí ser lesbiana adquirió un significado especial en mi opción política y espiritual de apostarle a la descolonización patriarcal desde mi cuerpo y mi sexualidad. Sin embargo, a pesar de la claridad de mi deseo-decisión, sentí inseguridad sobre las implicaciones que ello adquiría para mi mundo emocional y espiritual de cara a una sociedad global y local fuertemente racista, lesbofóbica y misógina.
A pesar de mis temores, decidí asumirme lesbiana, aunque supiera que la aceptación de mi opción sexual, no iba ser fácil. Especialmente porque asumirme lesbiana, definitivamente, implicó prepararme emocionalmente para que, además de lidiar con el racismo, yo pueda encarar sanamente la discriminación y exclusión lesbofóbica.
Por tanto, asumirme lesbiana-feminista, implicó un proceso profundo de reflexión emocional, política y espiritual, el cual fui madurando y decidiendo conforme agudicé en el análisis de mí actuar y pensar feminista. En ese sentido reivindico que soy lesbiana feminista, por opción política y no por orientación sexual, porque para mí la expresión orientación sexual, anula mi capacidad de decidir sobre mi propio cuerpo. En otras palabras y parafraseando a Norma Mogrovejo (2000), me asumo lesbiana política porque rechazo conscientemente el patriarcado, los roles tradicionales asignados a las mujeres y porque me rebelo ante las limitaciones que nos han impuesto a las mujeres sobre el control de nuestras propias vidas.
Considero que prefiero vivir mi lesbianismo, en vez de negarlo y someter mi cuerpo a la lógica heterosexual. Especialmente porque asumo que re-pensar cómo quiero tocar la vida con mi cuerpo, conlleva necesariamente respetar lo que realmente me da placer sexual, espiritual y emocional.
Finalmente, puedo decir que he ido confirmando que comprender y conocer cómo mis emociones influyen en el bienestar físico de mi cuerpo y cómo son de importantes para conocer su lenguaje, es fundamental para entender que todas las dimensiones de mi ser están estrechamente interconectadas entre sí.
Por esa razón asumir mi cuerpo como un territorio político, es un aprendizaje cotidiano e incesante, que ha requerido mucho amor, fuerza de decisión y valor para renunciar a lo que atenta contra mi salud corporal, espiritual y emocional.
Y de esta manera me propongo seguir respetando la particularidad del estilo rítmico y vibrante de este cuerpo con que toco la vida.
Texto completo (notas y bibliografía) en https://brechalesbica.files.wordpress.com/2010/11/mi-cuerpo-es-un-territoriopolc3adtico77777-dorotea-gc3b3mez-grijalva.pdf