Relatos Catárticos

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Relatos Catรกrticos


CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES Rafael Tovar y de Teresa Presidente Saúl Juárez Vega Secretario Cultural y Artístico Guillermo Núñez Herrera Secretario Ejecutivo Ricardo Cayuela Gally Director General de Publicaciones GOBIERNO DEL ESTADO DE MICHOACÁN DE OCAMPO Fausto Vallejo Figueroa Gobernador Constitucional Marco Antonio Aguilar Cortés Secretario de Cultura Juan García Tapia Secretario Técnico Fernando López Alanís Director de Formación y Educación Jaime Bravo Déctor Director de Producción Artística y Desarrollo Cultural Raúl Olmos Torres Director de Promoción y Fomento Cultural Paula Cristina Silva Torres Directora de Vinculación e Integración Cultural Héctor García Moreno Director de Patrimonio, Protección y Conservación de Monumentos y Sitios Históricos Miguel Salmón Del Real Director Artístico de la Orquesta Sinfónica de Michoacán María Catalina Patricia Díaz Vega Delegada Administrativa Héctor Borges Palacios Jefe del Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura


F. Raúl Elizondo Herrera

Relatos Catárticos

Gobierno del Estado de Michoacán Secretaría de Cultura Consejo Nacional para la Cultura y las Artes


Relatos Catárticos Primera edición, 2013 dr © Francisco Raúl Elizondo Herrera dr © Secretaría de Cultura de Michoacán Coordinación editorial: Héctor Borges Palacios Mara Rahab Bautista López Diseño editorial y formación: Paulina Velasco Figueroa Collage de la portada: Gilberto Mendoza Villela Diseño de portada: © Editorial y Servicios Culturales El Dragón Rojo, S.A. de C.V.

Secretaría de Cultura de Michoacán Isidro Huarte 545, Col. Cuauhtémoc, C.P. 58020, Morelia, Michoacán Tels. (443) 322-89-00, 322-89-03, 322-89-42 www.cultura.michoacan.gob.mx ISBN: 978-607-8201-40-2 ISBN de la colección: 978-607-8201-34-1 El contenido, la presentación y disposición en conjunto y de cada página de esta obra son propiedad del editor. Queda prohibida su reproducción parcial o total por cualquier sistema mecánico, electrónico u otro, sin autorización escrita.

Impreso y hecho en México


Índice

Preámbulo

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La langosta

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Hemiplejia

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Fetiches femeninos

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Las siete puertas de la Torre Gálata

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El misterio de Eva y su profesor

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Marriage à trois

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50 aniversario

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Entre lo sagrado y lo profano

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La xolocotzia

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La boda de San Patricio

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PREÁMBULO

L

a catarsis constituye una evacuación de contenidos: recuerdos, emociones, sentimientos, experiencias, sensaciones e imágenes personales, pero también de sueños y estados de conciencia alterados e inconcientes; puede manifestarse en forma oral y escrita o bien mediante ademanes, acciones gestuales y hasta en forma plástica. Al evacuarla se genera una tensión, una acción de exprimirla y comprimirla para después, mediante el lenguaje, transformarla en actividad creadora y productiva. Escribir es un acto de catarsis, pues captura el encuentro con uno mismo; consiste en centrarse, traducir códigos aún no enunciados, evocar, dar forma, contenido y evacuar. Estriba en preservar la memoria, retener vivencias, experiencias y existencias para evitar que estos recuerdos se escapen al olvido y, finalmente, ejercer la pasión por el acto creativo. Como producto de esta catarsis —tensiones y distensiones matizadas con el recuerdo, la imaginación y la fantasía—, el autor logra estas narraciones; historias cortas en su mayoría referidas a vivencias ocurridas en distintos ámbitos. En estos relatos explica características, personajes, contextos y condiciones que le sirvieron de estímulo. Al leer la obra en su conjunto, resulta interesante descubrir cómo el autor regresa en el tiempo y montado en sus recuerdos nos permite visualizar, tras bambalinas, antecedentes y aspectos comunes que contribuyeron a evacuarlos y que, mediante una breve panorámica, presenta a sus lectores: Podrían citarse en primer lugar los casos de las recurrencias, entre ellos, por ejemplo, la sesión de vudú a la que asisten un entomólogo y su ayudante, situados en América Central y el Caribe donde realizan una

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investigación psíquica para predecir ataques de la plaga en “La langosta”. En ese contexto, ahora referido a la santería cubana, se realiza una consulta respecto del estado de salud del protagonista del relato “Hemiplejia”, en el que su hija narra el viaje a Cuba, donde recibirá tratamiento médico en una “neurovilla”, y las terapias recibidas. La historia entrelaza la percepción energética del autor, dirigida a los hemisferios cerebrales del enfermo mientras admira en el jardín de su casa una planta de ciruelo y durazno entretejida en un solo ejemplar vegetativo. En otras ocasiones se lee la voz dialógica de la conciencia de algunos personajes, como ocurre durante el curso de literatura impartido por un profesor español a un grupo de alumnos en un una ciudad cercana a Manchester, donde el maestro y una chica de origen hindú realizan algunas proyecciones y retroproyecciones psíquicas, tal es el tema de “El misterio de Eva y su profesor”. En los relatos aquí publicados se abordan los más heterogéneos aspectos, algunos de ellos relacionados con la vida cultural y religiosa de grupos étnicos (nahoas, purépecha y mayas) o con los movimientos de liberación promovidos por sacerdotes católicos en una sociedad como la Colombiana, que narra las vicisitudes de un ex sacerdote que se casó y se divorció, historia que se desarrolla en “Entre lo sagrado y lo profano”. En otro relato se puede apreciar cómo a medida que el lector asciende por las escalinatas y desemboca en los diferentes pisos, penetra a las cámaras de “Las siete puertas de la Torre Gálata”, ubicada es Estambul, la cual sirve de fondo alucinado para describir las distintas aventuras del protagonista en cada uno de sus recintos. Dos relatos coinciden con pasajes históricos y sincronías: uno, “La boda de San Patricio”, está relacionado con la batalla de La Angostura, en el norte de México, donde una exploración arqueológica realizada por un grupo de amigos, deviene en el hallazgo de un medallón con la imagen del santo patrono irlandés, el noviazgo y la boda de los personajes. Varios de cuentos contienen cierto grado de sensualidad y erotismo, entre ellos “Fetiches femeninos”, relacionado con una obra de

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teatro al desnudo y un campo nudista, en el que alude a la debilidad del personaje por la corsetería femenina; “Marriage à trois” se refiere una reunión con gente extravagante. Al entrar el protagonista a la bañera, aparece un halcón mirándolo fieramente; el relato se refiere al encuentro de un hombre y dos mujeres lesbianas que termina en un matrimonio de tres. Los recuerdos son la materia prima que utiliza el autor para dar vida a personajes inmersos en situaciones poco usuales, o por lo menos no explicables desde una lógica común. Tal sucede con “50 aniversario” y “La xolocotzia”, relatos que de alguna manera refieren experiencias personales vividas durante su largo ejercicio profesional. En estas narraciones el autor describe la sutil trama que liga acontecimientos ocurridos en diferentes planos espacio-temporales que en su momento le fue difícil entender, pero que con la perspectiva del tiempo logra esclarecer. Como se podrá apreciar en la lectura de estos relatos, aparecen recurrencias respecto a las cuales el autor hace referencia a temas especiales: cierto psiquismo relativo a proyecciones, sueños y ensueños, a mitos y leyendas; otras veces asocia su narrativa a momentos históricos o bien a rituales religiosos en diferentes ámbitos socioculturales, tales como el celta, el hinduista, el vudú caribeño y el catolicismo, al igual que ciertos pasajes relacionados con el sensualismo, el esoterismo, la alquimia y la cábala, lo mismo que a coincidencias significativas denominadas también momentos de sincronía. Su participación en el Taller Literario “Letrasuelta”, coordinado por Ricardo Hernández, con quien mantiene una estrecha mistad, al igual que en el curso de narrativa impartido por Guillermo Samperio, en Pátzcuaro, constituyen motivos para estimular al autor en la elaboración y publicación de la presente obra.

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LA LANGOSTA (SHISTOCERCA PARANENSIS)

E

ra Luna llena. El nivel de las aguas marinas ascendió a su altura máxima y al pasar la marea el oleaje de las aguas bajó. El mar permanecía en calma. Mientras colgaba en la soga la ropa recién lavada, sintió la brisa en su cuerpo, como una corriente de aire suave y tranquila. Elizabeth pensó que su hijo Edward regresaría, esta vez definitivamente, para quedarse. Ese pensamiento inundó su cuerpo; le hizo sentir que su ciclo de vida pasaba a otra etapa, aquélla que involucraba a su hijo. Ella, su madre, Paul (su difunto esposo) y Pierre, el viejo y fiel amigo de su marido. Estas ideas transcurrían por su cabeza cuando escuchó en la cocina el expeler de la tapadera del recipiente donde tenía las viandas. Desde temprano había preparado un “asopao” con pollo. En el fuego de la estufa se mantenía la olla hirviendo con sus respectivos ingredientes. El vapor y la presión impelieron con fuerza la tapadera. Aquel sonido distrajo sus pensamientos, razón por la que regresó a la cocina para vigilar los alimentos. Mientras continuaba con la hechura de los mismos, surgían otros pensamientos, inquietudes y preocupaciones. Durante casi dos décadas contuvo el pesar por la ausencia de su hijo. Cuando vivía su esposo, siendo aún niño, lo mandó a estudiar, primero a Jamaica y después a Puerto Rico. Estaba por recibirlo, procedente de aquella isla. Su amigo Pierre, el viejo amigo de la familia, había ido por él. Ella era viuda. Junto con su madre radicaban en su nueva casita en Belmopan, Belice. Durante más de tres décadas, ellas y Pierre sostenían aquella relación afectiva, pues Pierre y Paul, su esposo, habían sido amigos

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entrañables desde su juventud, y por extensión, durante ese tiempo, aquella inclinación reciproca permanecía entre ellos. Al enviudar Elizabeth, Pierre, en honor y agradecimiento a aquella amistad tenida con su esposo, continuó siendo el mismo fiel empleado y servidor, ahora de Elizabeth y de su madre. La soledad en que él mismo vivía continuó fortaleciendo aquel afecto y lazo sincero de fidelidad con ellas. Por estos motivos era considerado como un miembro más de la familia. Pierre, era delgado, alto, de brazos largos y pecho y espalda musculosos, de piel mulata, ojos negros y pelo poco rizado. Masticaba tabaco y por este motivo su dentadura se había vuelto amarillenta. Al lado de las cejas se le formaban algunas arrugas. Por este tiempo su edad pasaba de los sesenta años. De joven y adulto se había mantenido solterón. En principio por las penurias económicas de su adolescencia y juventud, sostenida durante aquella vida de trabajo pesado que llevó en las plantaciones. Por eso nunca había querido formalizar una relación con alguna mujer, y más tarde, por el resurgimiento de aquel sentido de religiosidad que con la vejez se le fue acentuando. Su barba entrecana y corta cerraba sus mejillas. Sobre las sienes mantenía ya un pelaje blanco. Se podía adivinar que de viejo sería un negro de pelo completamente albo. Durante treinta años había sido amigo de toda la familia, especialmente de Paul, el padre de Edward. Se encontraba en el aeropuerto, a cierta distancia de la pista de aterrizaje, viendo bajar a los pasajeros que llegaban por la línea caribeña. Había ido a esperarlo. Recordaba la forma como lo había conocido de niño. Se interrogaba si, pasados más de 15 años, se volverían a reconocer. En varias ocasiones lo había visto en fotografía; sin embargo, desconocía cuales serían los cambios físicos y anatómicos que el chico habría pasado; por lo mismo, ignoraba si ya de adulto el mismo Edward lo identificaría a él. Tenía la expectativa de poder reconocerlo. En ese momento vio a un joven de aproximadamente 27 años, con rasgos semejantes a los de Elizabeth, acentuados con la fisonomía infantil que recordaba. Sin hacer caso a sus recuerdos, se acerco y le dijo:

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—Perdone, joven ¿es usted Edward Pirce Simpson Jr? Cara y ojos manifestaron una expresión entre admiración y sorpresa; el joven, dibujando una sonrisa en su semblante, respondió: —Sí, soy yo. —A lo mejor no te acuerdas de mí. Yo soy Pierre. Tu padre y yo fuimos grandes amigos— le dijo con aquel acento caribeño, mientras, le extendía los brazos para abrazarlo y darle la bienvenida. Edward, poco desconcertado, alcanzó a decir: —Era niño cuando me fui de aquí. Pero recuerdo imágenes semejante a la tuya, con escenas al lado de mi padre. —Cuando niño tú me acompañabas a recoger chapulines. —Ja ja, ése era yo —contestó Pierre. Recogieron algunas maletas, cruzaron el andén y treparon a un viejo Land Rover que tenía estacionado frente al aeropuerto. —Cuéntame, ¿te graduaste de entomólogo igual que tu padre? ¿Como te fue en la universidad? —Bueno, ahora soy un flamante biólogo, especializado en entomología. Graduado en la Universidad de Puerto Rico— contestó el joven, con un tono de sorna y con una sonrisa irónica, mientras ambos subían al vehículo. Si no fuera por el tiempo de ausencia, aquel encuentro sería como cualquier otro. Sin embargo, en el fondo de ese contacto había algo más conmovedor. Ese sentimiento, como fuente de expresión para el recién llegado, rondaba por la cabeza del viejo Pierre. Esperaba el momento preciso para comunicarle la forma como había muerto su padre. Consideró que se lo comentaría durante el camino. Este fue uno de los motivos por los que aceptó el compromiso de ir a recibirlo y llevarlo al encuentro de su madre, a la cual el joven había dejado de ver desde niño. Estas eran parte de las razones de aquel melodrama. —Pierre, tengo una vaga imagen tuya, de una persona que de niño jugaba conmigo y nos acompañabas junto con mi padre a las excursiones en el campo. Creo que esa persona eras tú.

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—Claro, chico, era yo. —Dime, Pierre, ¿cómo fue que conociste a mi papá? — preguntó mientras circulaban por la carretera. —Te lo voy a contar, Eduarcico. La memoria de Pierre regresó varias décadas hacia atrás. Y contestó: —Como si fuese ahora, pareciera que lo estoy viendo. Y cómo no lo voy a recordar. Fue cuando él me visitó en el ingenio de la Dominicana, donde yo trabajaba entonces; aún me conservaba joven, aunque no tanto como tú —prosiguió—. Escuché sus pasos tras de mí, como si fueran de bembé. Un brote de aquella “plaga bíblica”, tú ya sabes cuál, se había asentado en uno de los cañaverales. Al principio no le dimos mucha importancia, más tarde confirmé que se trataba de un brote de langosta. Todavía no llegaba a “saltón”. Tratando de definir el mejor momento para combatirlo, llevé al patio de mi bohío varios ejemplares de tamaños diferentes, de acuerdo a lo que consideraba podría ser su etapa de desarrollo del insecto. No creas que soy un investigador como tú —continuó explicándole—. Yo sólo soy un empírico. Observé que las hembras adultas enterraban sus huevecillos y que pasadas varias semanas aparecían las primeras larvas saltonas, antes de alzar el vuelo y volverse migrantes. En el patio tenía las jaulas con malla de alambre. Yo las observaba y alimentaba diariamente. Se me ocurrió probar varios insecticidas de los que habían llegado al ingenio desde los Estados Unidos, uno diferente para cada etapa de su desarrollo, y ver sus efectos… Allí estaba observando mis langostas cuando llegó Paul Pirce Simpson, tu padre, enviado por el administrador del ingenio a conocerme. “¿Monsieur Pierre?”, dijo, tratando de halagarme o sabiendo que yo era haitiano. Al saludarnos de mano y al momento de presentarnos. Me dijo: —Yo soy Paul Pirce Simpson. —Pierre soy yo —le contesté—. Mucho gusto.

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—Los directivos del ingenio me comentaron que estabas muy interesado haciendo experimentos con insecticidas en las diferentes etapas de crecimiento de la langosta. —Aquellas palabras, expresadas por tu padre, me halagaron. Tanto porque los directivos del ingenio se habían dado cuenta de lo que estaba realizando, como por la importancia que ahora le daban, al llamar un especialista a ver mi trabajo. Fue en ese momento cuando le empecé a mostrar las jaulas. Mientras, Pirce Simpson empezó a explicarme. —Estoy visitando los ingenios porque tenemos una plaga de langosta que ya viaja por Centroamérica y el Caribe. —Por las explicaciones que tu papá me dio, fue como me enteré que él procedía de Jamaica y que trabajaba para un organismo internacional de sanidad agropecuaria cuya misión, entre otros objetivos, era el combate de la langosta. Observamos juntos las jaulas, posteriormente nos colocamos los sombreros y nos fuimos en un “jeep” a visitar los campos afectado por los brotes de saltamontes. Tomamos por uno de los senderos que servían de corredor en el ingenio. A la vera del camino bajábamos a observar los daños ocasionados por varios brotes de langosta. En ellos se podía apreciar el manchón de hierba devorada por los insectos. Había otras agresiones de la plaga en medio del cañaveral, así que bajamos y caminamos por entre los surcos. Yo no sé si tú has caminado por entre el cañaveral, pero cuando el Sol está alto, hace bastante calor; metidos entre las plantas y con la humedad, empiezan a salir y picar los mosquitos, el sudor te chorrea por la frente y la cara, al grado que las camisas se empapan. El filo de las hojas roza tus brazos, te da ardor y comezón. Al fin encontramos el sitio. Ahí los bichos ya eran saltones y por lo mismo tuve que combatirlos esa misa semana. Después de evaluar los daños, creo que ambos quedamos encantados de conocernos. No solamente fue nuestra charla, creo que hubo algo más: bastó con identificar ciertas palabras empleadas en nuestra conversación y algunas otras señales para confirmarlo.

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Esas “señales”, a Edward le causaron la impresión de referirse a algunos modos de identificación que tienen los miembros de ciertas sectas o logias secretas, como la de los masones. Pero se quedó callado por discreción. —Fue por ese tiempo cuando tu padre terminó por contratarme con un mejor sueldo, y como ayudante, y me trajo a vivir a Belice, desde donde periódicamente viajábamos juntos por todo el territorio haciendo inspecciones… Una música cubana se dejó escuchar en esos momentos a través del radio del jeep, fue en ese instante cuando al cuerpo y la memoria inconciente de Pierre llegó el estímulo ancestral —motriz, oscilante y corporal— reflejado en movimientos de baile y danzas negras. Aquel acicate rítmico y vibrante logró manifestarse en un insignificante balanceo de su cuerpo. En su pensamiento surgió una pregunta en el sentido de saber cuáles podían ser las reacciones del hijo al ver a su madre después de tanto tiempo de ausencia. En el jeep, su animación corporal retoma la misma onda musical, la cual le sirve de estímulo para prolongar la charla y explicar a Edward algunos de sus antecedentes. —Cuando migré de Haití, a la Dominicana, tendría sólo algunos 14 años; fue allí donde aprendí el español. A mí entonces me gustaba el merengue. Todavía vivía y gobernaba Rafael Leónidas Trujillo, quien mantenía la presidencia. Por esos años el general era propietario de la mayor parte de la tierra cultivable del país y de la industria azucarera. Siendo un adolescente me incorporé a trabajar en una de las haciendas cañeras de su propiedad. Al volverme treintón ya era capataz, por lo que tenía que ver con toda la organización del trabajo de campo. Fue allí donde tuve oportunidad de aprender de variedades mejoradas, de plagas y enfermedades y su combate, de maquinaria agrícola, de cortes y zafra de caña, y fue aquí, como te acabo de explicar, que conocí a tu padre y de él todavía aprendí mucho más sobre la langosta y su combate…

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Pareciera como si a lo largo del trayecto a Belmopan se le hubiera soltado la lengua, y si esa soltura proyectara más su confianza hacia toda su anatomía, principalmente a sus extremidades, las cuales acompasaba a una reminiscencia de movimientos desconocidos. Siguió contando al joven Edward todos aquellos antecedentes de cuando había conocido a su ancestro y de sus experiencias aprendidas a su lado acerca del combate de la langosta. Por su parte, Edward respondía con datos e información que tenía acerca la plaga y los convenios técnicos que países del Caribe y centroamericanos habían logrado realizar para su combate. Por momentos complementaba la información que Pierre proporcionaba: —Algunas corrientes migratorias proceden de Sudamérica y en algún tiempo llegan a generar mangas voladoras, desbastando grandes superficies de cañaverales, potreros y siembras de maíz. —Los países centroamericanos y del Caribe establecieron algunos tratados fitosanitarios, organizando barreras sanitarias, para combatirla en esos lugares y evitar que continúe migrando. No solamente sucedió en esta región geográfica sino también en algunos otros países africanos. El cordón fitosanitario por estos años se extendía entre los países centroamericanos incluyendo la frontera con Guatemala y los estados del sureste de México. —Creo que por ese motivo mi padre y tu viajaban periódicamente a cada una de estas entidades, principalmente en la época de verano, cuando se intensificaba la multiplicación de los brotes; era entonces cuando se tenía que mantener una mayor vigilancia y organizar las campañas de combate. En alguna de esas ocasiones me llevaba con él a esos viajes. Recuerdo en una ocasión haber visto el cielo nublado de puras langostas. Algunos de los equipos utilizados eran lanzallamas, bombas aspersoras motorizadas individuales, en las que el insecticida disuelto en agua se asperjaba sobre el área invadida. En otros lugares, según la superficie y grado de infestación, tenían que utilizar avionetas.

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—Fue así como tu padre me dejó comisionado aquí en Belice. Él viajaba con frecuencia y venía a visitarme por razones del trabajo, así que iba a esperarlo al aeropuerto, de donde luego salíamos a efectuar nuestras inspecciones… El jeep circulaba por la carretera, perdiéndose en el campo, rumbo a Belmopan. En el trayecto, Edward pidió a Pierre: —Ya que tú viviste por allá, cuéntame algo de tu familia y Santo Domingo. Fue así que Pierre tuvo oportunidad de contarle parte de aquella historia relacionada con la procedencia de su familia haitiana y con la República de Santo Domingo. Inició su plática comentándole desde la llegada de Colón, cuando en el Caribe del hombre blanco construyó el primer fortín del Nuevo Mundo, mientras que en la otra parte de la isla, al oeste, en la región conocida con el nombre indígena de haití, predominó la influencia de los piratas franceses. —El gran número de plantaciones de caña de azúcar determinó la importación masiva de esclavos africanos. Pronto llegaron a constituir la mayoría de la población. Una elite de mulatos y de colonos blancos establecieron barreras sociales muy rígidas y quienes, al no querer renunciar a sus privilegios, provocaron que los negros se alzaran contra los colonos en varios movimientos de rebeldía. Actualmente, tú sabes, Haití es una república de “color”, la primera que se constituyó con una población compuesta por una minoría de blancos, algo así como treinta por ciento de mulatos y sesenta por ciento de negros. De esa región y de estos ancestros —comentó orgullosamente— procede mi familia —concluyó Pierre, lanzando por la ventana del jeep un escupitajo que había formado con la bola de tabaco que masticaba. Durante su vida, el viejo Pierre había adquirido cierta educación proporcionada por sus abuelos, quienes habían aprendido a leer en la

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Biblia. Gran parte de aquel conocimiento religioso le fue transmitido por su abuela; más tarde, en forma autodidacta se fue ilustrando en el espiritismo, la santería y el vudú. Al llegar a adulto tenía ya conformado su carácter religioso. Era un líder carismático, mantenía unida una de las congregaciones a la que pertenecían diferentes familias y conocía los rituales de estos movimientos religiosos. Esta era una de las razones culturales por la que, inconscientemente, su cuerpo manifestaba aquella memoria motriz oscilante y corporal. Sabía, sin ser médium, que la doctrina espiritista procedía de Francia y que fue llevada a Haití aproximadamente en 1870, mediante la publicación de varios libros, entre éstos, Le livre des médimus, escrita por Allan Kardec, seudónimo de Hippolyte Leon Denizard Rivail. —Cuando mis antepasados llegaron a Haití, eran esclavos — continuó Pierre—. Uno de tantos cargamentos ingleses los trajo de África para venderlos a los escasos colonos franceses que se habían aventurado en la colonización de la isla. Así que desde mis tatarabuelos conservamos nuestras religiones nativas. Las tuvimos que transformar para adaptarlas a nuestras condiciones de vida, primero en los trapiches y posteriormente en los ingenios, a fin de poder subsistir en unas condiciones de trabajo tan diferentes a las que acostumbraban mis antepasados. Esto mismo sucedió entre los campesinos con la religión del vudú, en los mismos caseríos de Haití. Estos vestigios de religión que dieron lugar a la santería de origen yoruba y a los tumberos, fueron llevados posteriormente, junto con las migraciones de la mano de obra, a Luisiana, particularmente a San Luis, y a las provincias orientales de Cuba. En Jamaica sucedió lo mismo con la religión de los obeah, de origen kromanti. Al igual que todas las demás ínsulas caribeñas, hasta mediados del siglo XVIII dependíamos de una metrópoli europea. El Viejo Mundo requería del azúcar, así que colonos y esclavos nos dedicamos al cultivo y molienda de caña y la extracción de las mieles en el batey de ingenios y plantaciones.

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Desde las Antillas anglosajonas hasta las Guayanas y el Brasil se encuentran huellas de estos cultos africanos; aun en las dos Honduras, donde se dio un mestizaje de negros cimarrones con mujeres indias continuaba explicando Pierre—. Varios trozos de cerámica africana y esculturas de madera localizadas en hallazgos arqueológicos constituyen algunas de las piezas que nos identifican con los antepasados. Al separarse de Francia y al declararse Haití la primera Republica Negra, los esclavos adquirieron su independencia, para volver a caer a un sistema de dominación manejado por unas cuantas familias de color —concluyó elocuentemente Pierre, quien mostró a Edward lo bien que conocía la historia de la religión asociada a la colonización inglesa y francesa. A la mitad del siglo XX, sus recuerdos, al igual que para muchos “creoles” y habitantes de las ínsulas, permanecían vigentes en Pierre. Su memoria ancestral, identificada con la tradición, mantenía aquellos movimientos oscilantes de su cuerpo y, sobrepuestas a su herencia cultural, sus costumbres; aquella extraña mezcla de cristianismo, santería y vudú. El hecho de que Pierre conociera estas prácticas y rituales, al igual que el espiritismo, lo llevó a interesarse por el “ocultismo”, cuyos principios básicos habían empezado a traer a América los franceses e ingleses. Su mente, de algún modo, había captado aquellos elementos primigenios del animismo, el simbolismo y el esoterismo. Estos elementos fueron ampliando su estructura mental. Le gustaba el baile: el son, el mambo, el merengue, el calipso, el reggae, la cumbia y el cha-cha-chá. Pero los fines de semana asistía a la iglesia anglicana en el caserío del ingenio y luego se reunía con su círculo de amigos esotéricos a leer, comentar sobre organizaciones secretas, de política y de ocultismo. Los lunes muy temprano volvía al ingenio a organizar el trabajo de la siembra, la quema o la zafra y el acarreo a la molienda. A pesar de carecer de familia, ser migrante, adulto y haberse educado solo, el carácter de Pierre era jovial y simpático. Todo ello lo hacía un buen hombre.

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Por su mente se cruzaban sentimientos, pensamientos, escenarios y experiencias que en otro tiempo había vivido y expresado con Paul, el padre de Edward y el cual aún continuaba en su memoria. Pareciera que desde entonces nada hubiera cambiado, puesto que entonces, al igual que ahora, su hijo se alongaba al trabajo de entomología y parentesco. Por este motivo estaba consciente que los acontecimientos futuros, que de ahora en adelante pudieran suceder, serían con Edward el hijo, y no con Paul, el padre. Evocaba la imagen y la personalidad de Paul, éste tenía una piel canela, era grueso de cintura, alto, con una complexión robusta. A pesar de recordarlo próximo a los cuarenta y mantenerse joven, su pelo era blanco y ondulado, de frente amplia; bajo sus cejas se observaban unos ojos café claro. Era común verlo fumar un puro cubano y sostenerlo en alguna de sus manos A leguas de distancia podía distinguirse, entre sus antepasados, una herencia inglesa, pero también de sangre africana trasmitida en el tinte de su piel. Memoraba haberle escuchado comentar, en alguna ocasión, su mestizaje africano a partir de la relación que su madre mulata tuvo con uno de los Simpson, de origen jamaiquino. Desde el principio, cuando surgió entre ambos aquella relación amistosa, fue evidente el mutuo pasado histórico relacionado con su negritud y su esclavitud; posteriormente también se fue dando la reciprocidad amistosa y afectiva, así como la afinidad en el trabajo, la cultura y la política caribeña. Recordaba aquellos momentos de convivencia con su amigo ya finado, y allí, al evocarlo, le pareció que la imagen de aquél, suplantara a la del hijo que lo acompañaba en el asiento del vehículo. La figura de Edward, de pronto, como en las buenas épocas de su amistad con Paul, le pareció se transformaba en la del padre. De manera que, como si fuera una película, pudo regresar el tiempo y el escenario a décadas atrás, con Paul, el ancestro de Edward. Así, con el recuerdo de aquellos años volvió el diálogo suscitado en el mismo jeep:

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—La voracidad de esos bichos por los vegetales es tremenda y su gran capacidad de propagación los convierte en una de las plagas más temibles de la agricultura —comentaba Pierre durante el trayecto en el mismo Land Rover en el que viajaban, sólo que ésta plática era veinte años atrás, cuando ambos reflejaban rasgos anatómicos más vigorosos. Sin perder el sentido de la conversación que habían iniciado, de repente Paul preguntó: —¿No nos las podríamos comer? —Y agregó— Fíjate que hasta se me ha ocurrido preparar una fideoa con ellas, ¿crees que me saldría bien? —¿Tú la probarías? —¿Por qué no?, en Oaxaca dicen que se la comen tostadita y molida. También son famosos los gusanos de maguey. —¿Cómo te parecería comerte unas patitas de chapulín y que algunas de ellas se te atoraran en el intestino? —Cuando padezco del estómago, a veces sueño unas cucarachas metidas en la panza, las veo entre las junturas de una pared construida con adobes. Sería algo parecido. —Ahora que viajemos a Guatemala, a observar resultados en el combate de la langosta, a ver si nos damos una descolgadita por Chiapas y Oaxaca para probarlos. —Sería bueno usar los chapulines en la alimentación, con estas plagas nutritivas no tendríamos que batallar mucho. —Sería como probar un coctel de camarones. —Con estos bichos de color gris y patas largas, ora verás, voy a ensayar varias recetas de cocina. Pierre le preguntó: —¿Tú sabes cómo se llama la langosta en la cultura nahoa, y si los mayas también lo habrían usado para comer? —Parece que Chapultepec significa “lugar del cerro del chapulín, según he leído, los antiguos sacerdotes nahoa tenían un “alimento divino” llamado teotlacualli, que preparaban a sus dioses; éste era elaborado a base de puras sabandijas —respondió Paul, y agregó—. Entre los mayas son

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muy conocidas las cucarachas ix kuluch, que significa “la endurecida”, y el makech, que es un escarabajo que vive entre las plantas del henequén y los venden en el aeropuerto de Mérida decorados con piedras y los usan como prendedores. ¿Lo has visto? — preguntó Paul, y continuó—. El significado y la vida de los insectos como símbolos se transmite mediante la leyenda y los mitos a otras culturas y se carga de significados diferentes. Yo creo que con tanta plaga de langosta que cita la Biblia, los judíos se las comían. —En cierta ocasión, consultando este texto, encontré lo de la invasión de langosta en Egipto —comentó Pierre—; es más, te lo voy a enseñar. Dicho y hecho, le pidió: —Mira, ahí en el asiento de atrás. Coge mi maletín, ábrelo y saca una Biblia. El Paul, que entonces permanecía en sus recuerdos, abrió el maletín y sacó la susodicha Biblia. —Ahora busca Éxodo 13, 14 y 15 y me lo lees. Lo buscó y lo leyó en voz alta: Moisés extendió su bastón sobre el país de Egipto, y envió Yahvé un viento del oriente todo aquel día y aquella noche. Al amanecer, el viento del oriente había traído las langostas que invadieron Egipto y se desparramaron por todas las tierras en la cantidad que nunca habían visto tantas, ni jamás volverán a verlas. Ocultaron la luz del Sol y cubrieron todas las tierras; devoraron toda la hierba del campo y todos los frutos de los árboles, que el granizo había dejado, fueron devorados; no quedó nada verde en todo Egipto, ni de los árboles ni de la hierba del campo.

El bastón de Moisés extendido en su brazo fue un elemento suficiente para que en la mente de Pierre se configurara una batuta con el sonido emanado de un conjunto musical, cuyos instrumentos de aliento se expresaban en un gran grito de mambo, el cual se introdujo a la médula de su columna e hizo un requiebro con el cuerpo. En ese instante, al verlo

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moverse eufóricamente, cruzó vagamente una idea por la cabeza de Paul: la posibilidad de utilizar el vudú para lograr pronosticar las invasiones de la plaga. Sin embargo, se quedó callado, quizá debido a que no alcanzó a racionalizar la idea. Por la mañana del día siguiente, y como parte de la vida cotidiana familiar, Pierre le llevó a doña Amalia, la mamá de Elizabeth, una bolsa llena de chapulines para que se los preparara en papadzules. Cuando Pierre dejó a doña Amalia la bolsa con chapulines, también le entregó la receta. —Ahí te los dejo, Paul y yo hemos estado hablando acerca de la posiblidad de preparar una receta de chapulines. La salsa para papadzules yucatecos le vendría muy bien —añadió. Doña Amalia, sin saber qué era aquel alimento, preguntó: —¿Qué son los papadzules? —Es una palabra que viene del maya, significa: “comida de caballeros”, mi señora. Doña Amalia leyó la receta: Se tuestan los chapulines en un comal hasta quedar completamente secos, posteriormente se muelen en un mortero o molino de mano, el polvo se mezcla con la salsa preparada con las almendras de calabaza molidas, también empleada para impregnar la tortilla de maíz, ésta se acompaña con una salsa de tomate, cebolla y cilantro. El interior de taco se rellena con huevo duro. Se pueden servir con una ensalada que lleve aguacate.

Pasadas las dos de la tarde sirvió los papadzules con chapulines; debajo del naranjo, en ese momento en flor, donde acostumbraban comer, cuya fragancia de azahares inundaba el ambiente. Varias cervezas complementaron la comida. A los dos le habían tocado, en esa misma región caribeña, los años de la revolución cubana, cuando no sólo el área, sino el continente,

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pasaban por un intento revolucionario: la década de los sesenta. Cuando los guerrilleros cubanos ascendieron al poder, su movimiento se estaba extendiendo a la Dominicana, Haití, Guatemala, Nicaragua, Honduras, Venezuela, Colombia, Perú, Argentina Bolivia, Brasil, Uruguay y Chile. Rusia apoyaba el proceso cubano y los Estados Unidos entrenaban sus cuerpos de rangers y de la Inteligencia Militar de las fuerzas latinoamericanas en sus bases de Panamá y Puerto Rico. Después de realizar las inspecciones de la plaga en los campos, regresaron a comer en uno de los restaurantes céntricos de la ciudad de Belice. Pasado el mediodía, se encontraban frente a la costa, hacía un calor fuerte después de alguna lluvia que había caído. El soplar de la brisa, el olor de pescado y otros mariscos permitía hacer más agradable la plática. Entre rones, cerveza o simplemente café, les gustaba recordar el momento en que se conocieron. Se extasiaban en aquel interés “kármico” y el momento en que los unió aquella amistad fraternal. Al son de los tragos de ron o de cerveza exaltaban su hermandad, para luego terminar con las noticias locales. Cada vez que Paul venía a Belice, traía a Pierre algún libro, el cual le reglaba después de haberlo leído. Les agradaba compartir el intercambio de opiniones. No era sólo la lectura y el pasado histórico de la negritud y la esclavitud lo que mantenía la afinidad en su relación, también los identificaba la cultura y la política caribeña, así como el trabajo. La prensa anunciaba a Ernesto Guevara, alias el Che, haber sido nombrado por Fidel Castro primer director del Banco de Cuba. Paul, mostrándole el periódico, dijo: —Mira, estos hombres son tremendos, quién sabe qué irá a pasar con la zafra cubana. Pierre sólo alcanzó a contestar: —Bueno, no te preocupes, el comunismo que se está introduciendo en la isla es guapachoso, chico. —Nomás con que no dejen la música y el ritmo, es suficiente — respondió Paul.

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—Me parece que la religión, la cultura, las costumbres, las tradiciones y los sentimientos serán mucho más fuertes que cualesquier materialismo marxista que Fidel introduzca en la isla —expresó Paul. Paul era entomólogo y cuando joven estuvo becado por el gobierno para estudiar en una universidad de Inglaterra. Cuando concluyó sus estudios, volvió a Jamaica para continuar sus trabajos en sanidad vegetal. Al regresar, fue contratado por un organismo internacional de las Naciones Unidas para continuar con la labor de sanidad vegetal en el combate de la langosta, comisionado en Centro América y el Caribe. A partir de ese momento, las condiciones de su empleo fueron mucho más favorables; estas mismas circunstancias contribuyeron en su trabajo para permitirle viajar por toda aquella área y haber logrado sostener y pagar a algunos promotores empíricos en el combate de la plagas. Pierre recordó haberle dicho en aquel entonces que conocía lo de la santería africana y del vudú; que había leído algunos libros de ocultismo, de espiritismo, de órdenes secretas, de sociedades teosóficas y de antropología esotérica. Pero en el planteamiento había algo más profundo que les permitía penetrar y develar el pasado, aquello era lo referente a su memoria y cultura ancestrales, que en los dos se reflejaba con ritmos musicales, danzas y rituales del vudú, con lo cual integraban no sólo una ayuda mutua, sino una verdadera hermandad que trasmitían a todas sus amistades de color. Cuando terminaron de hablar en aquel restaurante, por la mente de Pierre cruzó ya no una marejada, sino un tifón, un vendaval que, por estar el restaurante cercano al puerto, le hizo girar el cuerpo y su vista siguió a unas gaviotas que se fueron cruzando el horizonte en el mar. Sus ojos y su mente se quedaron viendo el infinito, en ese momento ni siquiera le dio importancia. Meses más tarde lo recordaría como una premonición respecto de su íntimo amigo Paul. Durante esa temporada decidieron efectuar algunas inspecciones en el interior del país.

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Por la venas de Paul corría sangre inglesa de filibusteros, pues descendía directamente de un teniente llamado Francis Pirce Simpson, que había acompañado a sir Henry Morgan, aquel afamado pirata inglés que en 1670 ocupara la bahía de Kingston y anduviera saqueando Cuba y Maracaibo. En aquel tiempo el pirata abandonó a sus compañeros de correrías y huyó con un inmenso botín. El rey de Inglaterra, obrando políticamente, lo nombró caballero y gobernador de Jamaica, donde más tarde se convirtió en un rico y respetable plantador y, curiosamente, enemigo acérrimo de los piratas. Parte de su dirigencia y mando militar lo trasladó a Jamaica. Tierras adentro, a 45 kilómetros de Kingston, se ubica el Valle de Lluidas. En esta región se encuentra el ingenio de Worthy Park, donde se localiza uno de los primeros sistemas de plantación cañera, establecido trescientos años antes por aquel teniente Francis Pirce Simpson, y que como parte del mando militar había acompañado a sir Henry Morgan. En aquella época, más importante que la tierra era la adquisición de abundante mano de obra barata, así que el teniente Francis Pirce aprovechó sus relaciones con sir Henry Morgan para incorporar a la propiedad una multitud de trabajadores esclavos no pagados. Pirce era alto, corpulento, de pelo rubio y su rostro mantenía rasgos finos y piel blanca. Más tarde, uno de sus descendientes se integraría como miembro prominente de la asamblea jamaiquina. Durante casi dos generaciones, después de 1670 la propiedad permaneció semiabandonada; se cultivaban sólo algunos comestibles, ganado vacuno y cerdos debido a que aún no llegaba el momento de abrir el interior de la isla a la producción de azúcar. Aquel compañero de correrías del pirata, a pesar de estar casado con otra mujer inglesa, tuvo varios hijos con una de las esclavas empleadas en la servidumbre de la finca. Varios hijos de Pirce Simpson fueron mulatos y a uno de ellos le puso el propio nombre de su tatarabuelo, también llamado Francis.

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Para mediados de 1750, el descendiente de Francis Pirce Simpson y tres generaciones que habían servido en la plantación se habían ganado el derecho de ser esclavos libertos o “manumisos”, de manera que los progenitores de su bisabuelo paterno, Pirce Simpson, incluyendo hijastros e hijastras, fueron propietarios de la finca. Uno de ellos fue la madre de Paul. Durante el siglo XVIII, Worthy Park fue uno de los mayores ingenios azucareros, pues su explotación se conservó ininterrumpida. El ingenio aún se caracteriza por conservar magníficos archivos. En los años en que Paul lo visitó era apenas una de las quince plantaciones que sobrevivían en la isla. En algunos documentos aún se pueden consultar los diferentes períodos, desde la fundación, el auge de la esclavitud, la transición del trabajo esclavo al libre, la supervivencia marginal a fines del siglo pasado y su renacer, al igual que registros de los hijos y entenados descendientes de aquella familia. En los archivos que mantiene la finca se anotaba la fecha, el número de esclavos comprados y su procedencia. Ahí, Paul pudo conocer el antecedente africano de donde venían los ancestros de su madre. Un tío inglés, hermano de su padre, había sido pastor de la Iglesia evangelista y Paul, siendo niño, había asistido continuamente a la parroquia en donde era común escuchar algunas referencias bíblicas. Allí escuchó por primera vez la referencia bíblica sobre la langosta. Más tarde, cuando lo enviaron a estudiar al Reino Unido, se casaría en Inglaterra con Esther Hillman, una mujer que traería a vivir a Kingston y con la cual, pasados muchos años de matrimonio nunca llegaron a tener familia. Esto, unido a sus viajes frecuentes por el Caribe y Centroamérica, fue motivo suficiente para que sus relaciones se fueran enfriando y terminaran sólo por tolerarse mutuamente. El deseo de tener un hijo y educarlo seguramente fue otra de las razones por las cuales Paul había adoptado a Edward como su propio hijo. Toda la región del Caribe constituye un área ciclónica y de huracanes. Desde septiembre suelen ocurrir y causar desastres, aunque la

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población ya está acostumbrada, en el área se mantiene organizado un sistema de radar meteorológico para toda la región con base en Puerto Rico, el cual se coordina con estaciones de radio y televisión para comunicar en las villas y poblaciones la trayectoria del ciclón y sus posibles efectos. Durante la temporada ciclónica, una guardia civil compuesta por miembros de la comunidad se encarga de reforzar ventanas, techos de casas habitacionales y aparadores de los centros comerciales. Los vientos que soplan en esta área tropical lo hacen con tal furia que son capaces de derribar edificios, desenterrar árboles, hundir barcos y ocasionar desoladoras catástrofes. Un ciclón se produce cuando entran en contacto dos corrientes atmosféricas. Los cambios de temperatura en el agua del mar y las variaciones en las masas de aire continentales originan diferencias de presión; así, los niveles inferiores al calentarse tienden a subir, dando lugar a acciones eólicas de diferente magnitud. Cuando una de éstas se torna en ciclón, llegan a formar un gran cono giratorio cuyo centro puede medir hasta cincuenta metros de diámetro, a este foco le llaman “el ojo del huracán. Los ciclones constituyen verdaderos siniestros, pues al ir acompañados de fuertes vientos y lluvias, las aguas en terrenos con bruscas pendientes forman corrientes semejantes a los aludes de las regiones con nieve. La institución de Recursos Hidráulicos que en las zonas desérticas, como las del norte de México, se encarga de utilizar el agua para irrigar las tierras, en estos países tropicales se ocupa del desagüe de los excedentes pluviales y canalizar el agua al mar. Durante el trayecto desde el aeropuerto de Belice hasta la casa de la madre de Edward, en Belmopan, Pierre y éste habían venido dialogando acerca de las historias relacionadas con la infancia de Edward. Por su parte, Pierre evocó recuerdos relacionados con la muerte de Paul, justo en el momento en ambos cruzaron el río Hondo. Durante su niñez, Edward no había conocido a su verdadero padre. Nadie le había explicado nada de su ancestro. En su mente sólo

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prevalecía el recuerdo de Paul, y era a éste a quien, sin ser su padre consanguíneo, consideraba como tal. Entonces, ni siquiera había terminado sus estudios primarios en Belice. Durante esos años, Paul convenció a Elizabeth de que le permitiera enviar a su hijo a Jamaica, donde podría concluir su enseñanza primaria y secundaria, pues tenía grandes esperanzas de que pudiera continuar posteriormente una carrera profesional. La madre, convencida de que mediante la educación pudiera lograr un mejor nivel de vida que la de su familia, aceptó. Cuando terminó su educación secundaria en Kingston, Paul ya era un adolescente y siempre mantuvo contacto con su progenitora a través de cartas; a su padrastro lo veía en los viajes que éste hacía a Jamaica. Apoyado siempre por su padre adoptivo, inició sus estudios de biología en la University of the West Indies, en Kingston, Jamaica. Desde esta ciudad viajó a Mayagüez, Puerto Rico, a continuar su educación, sin haber regresado en ninguna otra ocasión a ver a su madre. Desde niño, Edward siempre sintió la protección tutora de su padre adoptivo, no sólo en el soporte económico, sino en el cultivo y la afición de algunas prácticas que su padrastro trató de inculcarle. Con el tiempo llegó a destacar en la fotografía, que complementaba con sus estudios de flora y fauna silvestres. En esta edad, Edward ya se caracterizaba por ser gran observador de la naturaleza. En la práctica de la fotografía logró destacar, tanto que pudo realizar varias exposiciones de flora y fauna, en las áreas de parasitología y obtener varios premios por la calidad de su fotografía. Ayudado por su padre, pudo gestionar una beca para continuar sus estudios profesionales y de postgrado en la universidad. Cuando se graduó, decidió volver a Belice, al lado de su madre. Su padre ya había muerto y mediante la gestión de su tutor, logró conseguir una plaza en el mismo organismo en que su padrastro había trabajado. Uno de sus maestros investigadores, de quien recibió clases, colega de su mentor, también fue asesor y tutor. En ausencia de su padre,

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éste fue su protector, de manera que cuando concluyó sus estudios de postgrado y llenó los formularios para la solicitud de empleo al organismo internacional de las Naciones Unidas, para continuar con su labor de sanidad vegetal en el combate de la langosta, fue comisionado en Centro América y el Caribe. Su preceptor recomendó su incorporación a la misma corporación. De esta manera, Edward el hijo de Paul, no tuvo ningún problema en ingresar a este servicio. El antecedente de que su padre había mantenido aquella plaza y el hecho de que el hijo con la misma profesión la continuara, garantizaba un lazo de solidaridad y reciprocidad con la misma institución. Fue así como regresó a la labor entomológica que había realizado su tutor principal. Su madre aún vivía con su abuela Amalia y radicaban en Belmopan, Belice. Edward había permanecido en Kingston Jamaica, durante nueve años hasta concluir sus estudios primarios y secundarios; en Puerto Rico, otros siete, donde realizó sus estudios profesionales en el College de Agricultura y Artes Mecánicas de Mayagüez, incluyendo los correspondientes a su maestría, y elaboración de tesis, en entomología. Durante todo ese tiempo, y hasta que concluyó sus estudios, había trabajado parcialmente en otro organismo de la isla, denominado Water Resources. Durante los años de estudios preparatorios en Jamaica y los siete años transcurridos en Puerto Rico, podría decirse que se había ausentado durante diez y seis años, mismos que tenía de no ver a su progenitora. Durante la conversación en el trayecto a casa se hizo un breve silencio. Edward, sin expresarlo, se preguntó por su madre, ¿cómo la vería ahora?, quizá más vieja. ¿Como lo vería a él? Consideró conveniente preguntar a Pierre por las condiciones de la muerte de su padre adoptivo, a quien siempre había considerado su padre e identificado como una persona bondadosa. Sin embargo, para saber más del percance en que murió y definir mejor sus recuerdos, se animó a preguntar al ayudante y amigo íntimo de su padre, que en aquel momento lo acompañaba en el volante:

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—Siempre pensé que al volver tendría que interrogar más detenidamente la forma como murió mi padre. Ahora comprendo que eras tú quien iba con él en aquella ocasión —expresó Edward. Pierre trató de encontrar respuesta a aquella inquietud que ya había sentido durante el camino y como si fuera proyección en una pantalla de cine, en su mente volvió a aparecer por un instante el ciclón. Ahora ya no lo veía tan grande, más bien lo consideró un huracán; en ese momento, su voluntad y pensamientos adquirieron mayor seguridad y fortaleza. Paulatinamente sintió que lo inundaba una fuerza de certidumbre; sus sentimientos se aquietaron, sus pensamientos se aclararon y su mente adquirió cierta lucidez. En ese instante su cuerpo captó la entereza que le permitió confrontar aquellos temores y recuerdos que en varias ocasiones, al momento de conciliar el sueño, cruzaban por su cabeza. No sólo se trataba del accidente y las angustias pasadas junto con Paul. Ahora entendía que además era necesario explicarle a Edward la muerte de su padre. En ese instante decidió proseguir su plática enlazada a los antecedentes, comentarios y respuestas que durante el trayecto le vino explicando a Edward. Era precisamente ese paraje por el que cruzaron en aquella parte de Belice, con densas selvas tropicales y riadas de curso corto, el espacio geográfico donde juntos habían realizado las inspecciones de campo efectuadas con Paul. Ese mismo espacio, en el cual ahora Pierre y Edward transitaban, donde ahora relataba los comentarios relacionados con su padre, su íntimo amigo jamaiquino. Pierre recordó cuando años atrás, al lado de Paul, cruzaron el río Hondo, lugar próximo donde se localizan aquellos vestigios de monumentos prehispánicos. En retrospectiva, Pierre explicó la crónica de los acontecimientos. —Fue por esta zona, cuando terminamos Paul y yo la inspección. El Sol empezaba a ocultarse, era al atardecer. El cielo empezó a encapotarse.

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Una enorme tempestad con fuertes vientos se desató en toda el área. Divisé en el horizonte algo extraño, era un cono oscuro, como remolino de lluvia que rápidamente se acercaba. En ese momento no supe de qué se trataba y sin darle importancia, le dije: Creo que si no regresamos nos va a alcanzar una fuerte tormenta, parece tromba. —Allí viene el agua —contestó Paul—. ¡Vámonos! —Era ya la época de ciclones. Rápidamente regresamos al lugar donde habíamos estacionado el vehículo, que permanecía cubierto con la capota; esto nos protegía de aquel fuerte aguacero que amenazaba volverse siniestro. Temiendo que nos fuéramos a atascar en un acalché o terreno arcilloso, permanecí manejando con extrema precaución. El ruido ocasionado por la lluvia que caía a torrentes sobre el capacete del carro, me impedía ver el camino. Al llegar al lugar donde habíamos cruzado el río de ida, recordé que las aguas y corrientes del lecho permanecían en muy bajo nivel antes de la tempestad. Al llegar al emplazamiento por donde habíamos atravesado, los escurrimientos y la corriente empezaron a aumentar, por lo que consideramos cruzarlo cuanto antes. Todo sucedió muy rápidamente. Una descarga de aguas arriba, provocadas por lo que en principio pensé era la tromba, contribuyó en esos momentos para que estando a la mitad del cauce, una fuerte y voluminosa corriente hídrica con lodo llenara de inmediato los taludes del río. Su volumen y presión no las pudo resistir el jeep, la corriente del agua lo arrastró dándole varias vueltas por todo el lecho del río, copado de aguas revueltas, acompañadas con troncos y ramas de árboles. El jeep y nosotros mismos quedamos bajo las aguas. Yo, inconscientemente al sentir aquel movimiento y arrastre del vehículo, pude abrir la puerta y la misma corriente me arrastró; sin saber cómo llegué todo maltratado a una de las riveras del río. Empezaba a anochecer. Mi primera reacción fue ponerme de pie y buscar a Paul. Grité varias veces en forma desesperada, llamándole por su nombre. Como respuesta sólo escuchaba el escurrir de las aguas del río. No dormí en toda la noche.

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Dudé entre solicitar ayuda a otras gentes o permanecer allí buscando a tu padre. Decidí vagar por los márgenes y matorrales de la rivera gritando y buscando. Todo fue en vano. No lo encontré. Medio pernocté debajo de una ceiba. El vendaval terminó. Amaneció nublado. Durante ese día, con ayuda de algunos campesinos, proseguí su búsqueda. Encontramos su cadáver como a dos kilómetros de distancia del lugar donde habíamos tenido el percance. El jeep, este jeep en el que viajas, a pesar de todo lo pudimos rescatar; apareció unos quinientos metros más abajo del sitio por donde cruzamos el río. Fue con la ayuda de unos fondos que me proporcionó la organización que tiempo después lo pudimos reparar. Cuando Pierre terminó de contar aquella historia, la cara de Edward permanecía atenta e impávida, su mirada volaba al infinito, en su rostro sólo se notaba seriedad y su semblante, por unos instantes, permaneció inmutable; la emoción y el sentimiento contenidos sólo le permitieron murmurar en voz muy baja: —Descanse en paz el viejo.

Los primeros colonos blancos que llegaron a Belice fueron náufragos ingleses, arribaron en 1638 a la costa. Durante el tiempo que permanecieron ahí se cruzaron con algunas indígenas de origen maya, cuyos hijos posteriormente hicieron lo mismo, mezclándose con esclavos negros traídos como servidumbre desde Jamaica y pertenecientes a otras familias de origen inglés migradas más tarde. De aquellas primeras familias mestizas, por cuyas venas circulaba sangre maya, negra e inglesa, nació tres siglos más tarde Elizabeth. Fue en una de tantas vueltas al interior de Belice cuando Paul conoció en un caserío próximo a ruinas mayas a una joven nativa, media india y multa. Era maestra rural, su escuela estaba próxima al bohío donde su madre y su hijo Edward, aun niño, vivían.

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Pierre se dio cuenta del encuentro y del impacto que hubo entre ambos y previó las relaciones que fueron estableciendo con Elizabet y su madre, la señora Amalia. Cerca de ese sitio se había desarrollado una invasión de langosta, por lo que llegaron a investigar. Doña Amalia los recibió y les informó. Se montaron al Land Rover y la maestra Elizabeth los acompañó. Todo el trayecto fueron platicando. Allí Paul se enteró que era huérfana de padre. Al regreso llegaron a un área arqueológica maya. Fue interesante escuchar todo lo que Elizabeth sabía de la cultura maya, al igual que contemplar un glifo con la figura de una langosta. Las visitas y las entrevistas se prolongaron, al grado que doña Amalia, cada vez que llegaban, los recibía en su casa y en la época de secas, les servía de comer bajo el naranjo. Fue allí mismo cuando tiempo atrás probaron los papadzules preparados con salsa de langosta. Elizabeth era madre soltera y su hijo Edward para entonces tendría cinco años. Paul nunca tuvo hijos con su esposa jamaiquina, por este motivo o por que efectivamente quería hacer una buena obra adoptó al niño y lo llevó junto con su madre y abuela a vivir a la ciudad de Belice. Consiguieron una casa pequeña donde cada vez que él venía los visitaba, mientras tanto, el niño terminaba la enseñanza primaria. Cada vez que Paul se presentaba, lo llevaban a sus excursiones de inspección. Con la misma cámara fotográfica que éste usaba en su trabajo le fue enseñando a Edward a tomar fotografías. Pasado un tiempo y aún siendo niño se la regaló, por lo que el muchacho empezó a desarrollar su afición por la luz e imagen. Durante todos esos años de ausencia, Edward mantuvo en su posesión una de aquellas fotografías, que conservaba enmarcada, en ella aparecían él y su padre en el campo, junto al jeep, en el que en alguna ocasión habían salido todos juntos de inspección. Pierre la había tomado. Estos sentimientos afectivos ambos los percibían. Cada vez que se veían era mayor la gran atracción y empatía. En esas ocasiones era como

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sentir cada uno la complementariedad del otro. Independientemente de sus rasgos físicos, ella veía en él algo de lo que los demás lugareños de la región carecían y que sólo de vez en cuando por aquella zona se podía tratar y conocer, pues el desarrollo de estas cualidades (inteligencia y educación) estaba destinado solamente a unas cuantas familias. Por parte de él, se veía reflejado a sí mismo en las cualidades que ella más le admiraba, esto satisfacía su ego. Ella era una criolla mulata con sangre maya, negra e inglesa y de esbelta figura. Su atracción femenina y dulcemente matriarcal le parecía lo más sofisticado de aquella cultura tropical y que debido a la fuerza de su propio erotismo le permitía fantasear con regresiones inconscientes a sus ancestros esclavos, cruzados con mujeres aborígenes mayas y que por algún azar del destino, en la época actual, él había regresado a radicar a Belice, después de aquel histórico naufragio de marineros ingleses procedentes de Jamaica. Con toda esta parte histórica se cuestionaba la forma de sus códigos filogenéticos, mediante los cuales, siglos más tarde, él volvería hasta ese sitio para conocer a Elizabeth. Las experiencias y acontecimientos que Pierre y Paul habían vivido mutuamente contribuyeron a sostener una fuerte solidaridad, su mutua complacencia en el diálogo, no sólo en relación con la entomología y la agricultura, sino en lo referente a su religiosidad, historia, política y cultura de sus antepasados, permitía mantener en ellos una reciprocidad cordial y amistosa en su relación personal. Estando en el centro de la ciudad de Belice visitaron una cafetería que también funcionaba como heladería o sorbetería. Ellos solían asistir a esos establecimientos próximos al mercado. A media mañana y por la tarde aún se pueden ver llenos de parroquianos, algunos de ellos vestidos de guayabera y sombrero panamá. Por esta época asistían pocas mujeres. Se podía hablar de todo, cerrar un trato mercantil, disfrutar entre caballeros de una agradable plática o tan sólo ir a perder el tiempo. Saboreando un aromático expresso, la plática recayó en el tema de los rituales religiosos. En esta situación ambos intuyeron una posibilidad.

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—¿Qué te parecería asistir a alguna ceremonia de vudú y consultar el pronóstico de invasión de la plaga a los dioses de la agricultura? — preguntó Paul, observando la cara de su amigo para conocer el grado de interés de su pregunta. A Pierre le brillaron los ojos. Paul captó su mirada penetrante e intuyó la respuesta aprobatorioa de su amigo. —Sería muy interesante. Imagínate que mediante el trance fuera posible invocar los dioses de la agricultura y obtener alguna profecía sobre el ataque de la langosta por parte de esas deidades incorporadas al cuerpo de los fieles. —Eso corresponde a una investigación psíquica con fines prácticos. Creo que nos adelantaríamos a muchas otras agrupaciones. Es más, pienso que, dado nuestro trabajo, estaríamos en posición de poder comprobar en los hechos las predicciones que nos pudieran informar las personas que entran en contacto. Al escuchar este comentario, Pierre llevó su café expresso hasta sus labios y de un sorbo lo acabó. Debido a su gusto por el café o a que la plática se tornaba interesante, sin esperar más pidió otra ronda al mesero y exclamó eufórico: —¡Fabuloso! No cabe duda de que eres genial. Sería interesante probar por este medio la posible incidencia o ataque de la plaga. Considero que esta posibilidad es sumamente importante. —Prosiguió bastante emocionado por llegar a poner en práctica esa idea y añadió: —Voy a buscar lo más rápido que pueda entre mis paisanos, aquí en Belice, alguna agrupación donde se practique el vudú y yo te aviso para nuestro próximo encuentro. La plática resultaba ser de bastante interés, por lo que ambos continuaron sobre este mismo tema. Paul realizó otros comentarios, ahora con un cierto escepticismo: —No vayas a pensar que todos los esclavos traídos al Caribe eran brujos o chamanes procedentes de las tribus africanas. Sin embargo, a los

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ancestros les quedó el ritmo, una memoria motriz basada en el recuerdo de aquellas danzas que formaban parte de los rituales. Fueron residuos pertenecientes a su cultura quienes, al llegar a América, para poder mantener su cohesión tuvieron que integrarse en hermandades donde los fieles pasan por una iniciación basada en el ritual vudú y donde la divinidad, de los individuos en trance, se “monta” en el sujeto, o sea, ésta será la deidad protectora que vivirá dentro del él. —En el caso del vudú, fue una adopción religiosa del modelo ancestral traído de África al Nuevo Mundo. La sociedad blanca y cristiana en el período colonial arrastró a estas congregaciones a conflictos políticos, económicos, de razas y de clase. Más tarde serían otras asociaciones secretas, como la francmasonería, las que se incorporarían en la lucha contra partidos políticos. —En el caso del espiritismo kardeciano constituyó en Haití una lucha entre la pequeña burguesía y el proletariado nacional. A mediados de 1950 Pierre había migrado a Belice, comisionado como ayudante de entomólogo por su amigo Paul. Por esos años se empezó a fundar el Partido del Pueblo Unido. Tiempo más tarde, al facilitar el gobierno beliceño la migración haitiana, él pudo adquirir la ciudadanía beliceña. En esos años un gran número de haitianos se sumaron a los inmigrantes que engrosaban la mano de obra agrícola, mejor pagada que en su país de origen. Pierre, por su parte, nunca había desechado la posibilidad sugerida por Paul en aquella plática: la que mediante el vudú pudieran consultar las posibles invasiones de langosta. Indagó la posibilidad de encontrar alguna agrupación de familias que, procedentes de Haití, mantuvieran aún vigente la tradición. No batalló mucho para dar con algunas agrupaciones cuyos miembros practicaban el culto. El motivo del que se valía para introducirse entre ellos era la inspección en los campos de ingenios y la posibilidad de algunos brotes de langosta.

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Cierta ocasión en que Paul visitara a Pierre en Belice, éste ya tenía identificadas algunas de estas comunidades, por lo que nuevamente se puso en contacto con ellas con el propósito de visitarlas. Fue así que se prepararon para asistir a una sesión. Invitaron a Elizabeth y a su madre a la reunión, entre social y religiosa, y para ellos dos, en lo personal, de investigación psíquica. Cuando llegaron, observaron un grupo formado de hombres, mujeres, adolescentes y niños, constituían parte de la hermandad o congregación de devotos del vudú. Un subgrupo de mujeres usaba vestidos largos y blancos y portaban turbantes. Observando la ceremonia, pudieron apreciar que ésta se dividía en varias etapas. Al empezar la primera parte del ritual, en ella participa todo el cuerpo del mambó, miembros y dirigente, apoyados con sus “auxiliares” femeninas. Sacrifican un gallo; con la sangre derramada y esparcida, el sacerdote procede a la santificación del sitio donde se desarrolla la ceremonia y a dividir simbólicamente con una línea real o imaginaria los límites de caminos y accesos a las áreas establecidas entre lo sagrado y lo profano. Posteriormente se continúa el ritual para consagrar la adoración de los vodum fon, o divinidades. Al momento se empezó a escuchar un tum bembe rítmico y permanente de tambores; entonces el sacerdote hace una llamada a las deidades e inicia un cántico y una danza, a la que, como acompañamiento seguían algunos hombres y mujeres; rítmicamente iban moviéndose del grupo donde estaban colocados. El grupo permanece danzando hasta que una divinidad “se monta a su caballo”, es decir, se incorpora y posee al individuo. Entonces algunos de estos fieles, en estado de trance, empiezan a bailar solos. Ellos o ellas son los que van a servir de intermediarios entre las deidades del más allá, puesto que están poseídos, y el resto de los espectadores, a fin de realizar bendiciones formales, emitir profecías o curar enfermedades. Así, las deidades de la violencia y la guerra tienen un trance fúrico; los del amor, voluptuoso; los de consulta, más tranquilo.

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La segunda etapa de la ceremonia estuvo relacionada con lo que ellos esperaban, se refería a una invocación a las divinidades de la agricultura, o zaca, actividad necesaria para la vida de todo el grupo. La deidad, manifestada en alguna persona, constituye su “señor” o “ángel de la guarda”. Puede haber excepciones en que la misma persona sea visitada por dos divinidades distintas: un dios adulto y un dios niño, o un dios africano o un dios maya; tal sería el caso de Elizabeth en Belice, que al ser pluricultural podría acontecerle alguna de estas experiencias. Entre los haitianos, según explicó posteriormente el sacerdote, existe la posibilidad de que sea poseído muchas veces por un loa, un zaca y un guade. Paul, Pierre y doña Amalia se quedaron sorprendidos en el momento en que Elizabeth fue entrando en contacto con su deidad, cosa que nunca le había sucedido. El caso de Elizabeth fue asombroso, no sólo por su danza, pues entró en transe con un ritmo voluptuoso, que expresaba a través de su cuerpo, de los gestos de su cara y de una respiración agitada y sudorosa. Su manifestación constituía una expresión del amor que seguramente sentía por Paul. Éste quedó extasiado y hasta hubo un momento de afinidad, en correspondencia con aquella fuerza anímica que ella expresaba. Paul sintió un arrebato vertiginoso en el que todo su cuerpo se inundaba de aquel sentimiento y de la fuerza que sentía. Percibió la entrada y la monta de una de aquellas divinidades; sin embargo, ni por los ritmos del bembé ni por la euforia del instante, Paul se dejó llevar por aquella memoria o impulso ancestral y conductual, expresada en movimientos dancísticos. Ella, por su parte, además de entrar en contacto con una entidad negra, captó una segunda monta, ahora en otro dios maya llamado Chaac. Esta deidad, a través de Elizabeth, profetizó la urgente necesidad de prever, en las actividades agrícolas cañeras, aquellos riesgos próximos de los ataques de langosta y de otra más: el chamusco del plátano. La última etapa de la ceremonia se refirió a la invocación de las divinidades de los cementerios o genios de las muertes, los guadés.

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De repente, la mente de Pierre volvió a la realidad. Aquellos recuerdos venturosos y los instantes felices quedaron atrás, cubiertos por la niebla del tiempo.

Varias horas después, el jeep en que viajaban el joven Edward y el viejo Pierre llegó a Belmopan. Tomaron la calle principal y algunas cuadras más arriba de la plaza central doblaron a la derecha, cruzaron varias callejuelas y llegaron a un predio localizado casi en las afueras de la población; se detuvieron frente a una entrada formada por un reja tubular con alambre, el resto del predio estaba cercado con alambre de púas y retoños de estacas arboladas. Pierre se apeó y abrió la reja. Entraron. El terreno estaba plantado con naranjos en flor y guineos, cuyas sombras cubrían toda la entrada y el aroma de los azares se extendía por toda el área. Un camino central los llevó al fondo donde se ubicaba una pequeña casa con portal. Al llegar, haciendo una gran algarabía Pierre exclamó: —¡Doña Amalia! ¡Elizabeth! Adivinen quién está aquí. ¡Por Dio… vilgen bendita! Salgan a ver... Al momento salieron al encuentro madre y abuela, con los brazos extendidos y expresando grandes manifestaciones de afecto. —Mira mi niño Edwarcico —gritaba la abuela—, pero ¡qué enorme estás! Nunca lo hubiera reconocido. Elizabeth, con lágrimas en los ojos, no dejaba de abrazarlo y besarlo. Contemplaba maravillada los cambios que el tiempo había forjado en su hijo. —Pensaba que a lo mejor Diosito no me permitía volver a ver a m’ijo —decía en voz alta. —Nana Amalia y mamá Eliza, a mí también me da mucho gusto volver a verlas —expresaba Edward. —El no conocía aquella casa. Durante el tiempo que estuvo ausente, ellas se habían cambiado de la comunidad del ingenio donde

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Elizabeth trabajó como maestra, a la capital; ellas, con la ayuda de algunos albañiles, la habían construido. Plantaron naranjos, guineos, fruta bomba y hasta tenían un pequeño gallinero. Cuando se mudaron a vivir allí, el padre de Edward y Pierre habían colaborado con ellas para acondicionar la casa. Durante el tiempo que trabajó en Puerto Rico, Edward mandó algunos recursos a su madre que, junto con sus ahorros, le permitieron comprar aquel predio. Durante los años de ausencia se habían efectuado algunos de aquellos cambios. Para entonces, la madre aún continuaba trabajando como maestra, sólo que ahora en una escuela de Belmopan, y doña Amalia, su nana y abuela, estaba más vieja. La madre ya le tenía preparada una habitación especial en la cual se pudiera instalar. Edward recordaba que siendo niño todas las casas y los edificios le parecían enormes, ahora más bien todo le parecía normal. Al entrar a su habitación Edward, vio sobre la cómoda de su cabecera una pequeña fotografía en un marco de madera. Era una más de las fotos de Paul y él cuando era pequeño. Estaban en el campo y portaban una red para cazar insectos. La foto seguramente fue tomada en alguna de aquellas excursiones en las que él solía acompañarlo. Ahora volvía para continuar con la labor de su padre. En ese justo momento Edward pensó la razón que tuvo para haber escogido la misma profesión y las afinidades con su padrastro. Sintió que aquella foto, justo ahora, señalaba la pista a su respuesta. Siendo niño salía con ellos a las inspecciones, solía cazar mariposas y toda clase de bichos. Recordaba otras escenas, como el momento en que, asesorado por Paul, puso a encubar huevos de gallina, anotando cada día transcurrido hasta la eclosión, a fin de llegar a definir el ciclo de incubación. Ahora, ya mayor, también era aficionado a la fotografía de la flora y la fauna. Desde el instante que llegaron, la casa se transformó en una fiesta, el momento de convivencia continuó, llegaron vecinos invitados con guitarras y otros instrumentos musicales, cantaron y sirvieron tragos

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de ron, ofrecieron la comida, después de ésta todos quedaron mucho más alegres. Los asistentes se retiraron, otros pudieron hacer siesta en sus hamacas. Habían transcurrido varias horas desde su llegada. Durante ese tiempo descendió la altura del mar al nivel mínimo; era bajamar o marea baja, estaban tranquilos, todos estaban en paz, una nueva forma de vida se vislumbraba para toda la familia. Edward regresó a su cuarto y recorrió con la vista la habitación. Un sobre rotulado con su nombre estaba colocado sobre el buró, apoyado en una lámpara. Intrigado, lo abrió; dentro encontró una hoja de papel con un mensaje: Estimado señor Edward: Bienvenido. Deseamos mostrarle los resultados positivos de la investigación iniciada junto con su padre para predecir las invasiones de langosta mediante invocaciones a las divinidades de la agricultura. Esperamos su visita. El haungón.

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HEMIPLEJIA

R

aúl andaba por Saltillo cuando le informaron que Víctor estaba delicado de salud. De inmediato lo llamó por teléfono, concertó una cita y quedó en ir a saludarlo. Al día siguiente por la tarde se presentó en casa de su amigo. Cory, la esposa de Víctor, salió a recibirlo y lo pasó a la sala. Víctor llegó caminando apoyándose en un bastón y saludó al amigo. Al verlo y escucharlo, Raúl se percató de cuánto había cambiado. Lo recordaba con aquellos rasgos singulares, pues anteriormente parecía que todo su cuerpo mantenía un reto abierto al caminar, su paso era firme y seguro, movía ligeramente brazos, cabeza, espalda con cierto garbo, acentuado por la posición de los pies, que calzaba con botas vaqueras. ¿Por qué cambió tanto su apariencia, el acento y las actitudes norteñas que lo caracterizaban? Ahora su cuerpo es más delgado; los ojos ya no tienen la mirada de águila y la voz adquirió un acento extranjero, como de ruso o francés que hubiera aprendido español. Acento y actitudes norteñas han desaparecido, como los ademanes que antes utilizaba para enfatizar sus expresiones; ahora las manos permanecen quietas. Esto le recordó la complejidad de las expresiones de nuestros cuerpos, pues aunque parecen mudos están cargados de comunicación y que mucho antes que las palabras existieron los gestos. Durante la conversación, Víctor contó la lesión que había padecido:

Como de costumbre, me levanté temprano, salí de la recámara, me dirigí a la cocina y preparé café. Una vez filtrado, serví dos tazas y las llevé a la

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recamara. Una para Cory y otra para mí. Ella había terminado de arreglarse y preparaba el material para la clase de inglés que imparte a estudiantes de la universidad. Tomó unos tragos y se despidió: —No tardo. Sólo tengo dos horas de clase y regreso para desayunar contigo —me dijo. Me quedé solo. Mientras veía las noticias del día en la televisión, terminé mi taza de café y me metí al cuarto de baño. Me desnudé para darme una ducha, aún no abría las llaves del agua cuando sentí un mareo, se me nubló la vista, todo se me oscureció y caí al piso sin sentido. Transcurridos tres días, desperté en una cama del Centro Médico, con frascos de suero, tubos y agujas en los brazos. Los médicos dijeron que había tenido un ataque de hemiplejia y la parálisis me afectó la mitad izquierda del cuerpo: brazo, pierna y cara. Eso se debió a un bloqueo vascular que privó al cerebro de irrigación sanguínea y provocó la muerte de células cerebrales. Como resultado de la lesión estaba impedido de realizar movimientos voluntarios. El brazo izquierdo estaba inflamado y cuando intentaba hablar producía sonidos guturales incomprensibles; los movimientos faciales casi disminuyeron por completo. Había sufrido un derrame cerebral. Las explicaciones de Cory, de los médicos y de las enfermeras me ayudaron a entender mi nueva situación: estaba hemipléjico. A pesar de todo me quedó cierta capacidad de comprensión; sin embargo, en esa situación todo era incertidumbre. Entonces decidieron llevarme a Cuba para que recibiera tratamiento durante tres meses. Diego, uno de los mejores terapeutas, viene a visitarme y continúa con las terapias. Terminada la visita, Raúl se levantó del sillón para despedirse, los demás también se levantaron y lo acompañaron hasta el jardín. Señalando su sien con los dedos, Raúl preguntó: —Y cómo te sientes de acá arriba? Sonriendo, Víctor contestó:

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—Bueno, yo me siento bien. Entonces, Víctor dijo a Cory: —¿Por qué no le damos una copia del documento que elaboró Lucy sobre la estancia y el tratamiento en Cuba? Ella fue por el escrito de su hija y lo entregó a Raúl. —A ver qué logras hacer con esto. Raúl interpretó la entrega de ese documento como una invitación a penetrar en la historia que había escuchado y a obtener información del material que su amigo le proporcionó, porque, además, Víctor sabía que a él le gustaba escribir y era muy posible que quisiera involucrar a su amigo en la historia. Al despedirse, Raúl continuaba impresionado por nueva personalidad de Víctor. En el jardín, Raúl admiró un arbusto de ciruelo en proceso de de fructificación injertado con una rama de durazno. Esto atrajo su atención y al preguntar, le explicaron que se trataba de dos plantas unidas por la corteza de sus tallos en un solo ejemplar. En ese momento sintió que las plantas entretejidas simbolizaba un médium cuya energía, poder y sentimiento trasmitía un mensaje en código para lograr la salud de Víctor, mensaje que se dirigía a sus neuronas. Intuyó que además de admirar la belleza de aquel ejemplar botánico, debería interpretar y comprender el leguaje surgido entre esos dos biotipos: uno vegetal y otro humano. Víctor Blanco era un hombre alto y corpulento, pesaba unos cien kilos y medía casi dos metros de estatura. Hacía honor a su apellido, pues su tez era de ese color. Acompañaba su norteñidad con la actitud y el acento inconfundibles de la casta de líderes revolucionarios de la cual descendía. Era un hombre religioso cuyo amor y generosidad se manifestaban como hijo, hermano y amigo. Esta conducta se prodigaba entre el circulo de parientes y amigos. La habilidad para trabajar en equipo quizá se desarrolló desde el internado de la universidad, cuando jugaba fútbol americano. Amigos y doctores del instituto comentaron a su familia que uno de los mejores sitios para la rehabilitación de estos casos era en La Habana,

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Cuba, por lo que la familia estableció los contactos adecuados y realizó esfuerzos para enviar a Víctor a la isla del Caribe. Debido a que Cory impartía varios cursos de inglés en la universidad, prefirió quedarse y decidieron que su hija Lucy lo acompañara, pues siendo joven lo podría atender mejor. Ella estaba recién llegada de El Congo, donde recientemente había trabajado con una organización no gubernamental. En el hospital cubano les dijeron que durante una semana realizarían valoraciones, estudios y análisis con el fin de estructurar un plan de trabajo para su rehabilitación, el cual básicamente consistiría en diversas terapias de siete horas diarias durante tres meses, distribuidas en etapas y al final de cada una se le aplicarían nuevas y valoraciones. Como Lucy lo acompañaría durante todo ese tiempo, se encargaría de llevar anotaciones diarias, las cuales comenzaron desde la salida, en el aeropuerto de Monterrey, y abarcarían su permanencia en La Habana.

La silla de ruedas tiene sus privilegios. Ante la larga fila de Mexicana de Aviación, a mi papá y a mí nos permitieron registrar de inmediato nuestras maletas y boletos. Después de que se acomodaron todos los pasajeros en el avión, pasamos por la puerta de embarque; mi papá se apoyaba sobre mi brazo y se ayudaba con su bastón; así atravesamos el pasillo del avión hasta llegar a la parte trasera, donde ocupamos nuestros asientos. Transcurridas más de dos horas aterrizamos en La Habana. Hasta que el avión se vació pudimos bajar mi papá y yo. La silla de ruedas estaba ya en la puerta de salida para trasladarnos a Migración. Llegamos a la revisión aduanal y los agentes nos dijeron que la silla de rueda tendría que pasar también por el equipo sensor. Yo nada más pensé: “Se me hace que tenemos cara de traficantes”. Recogimos nuestras maletas. El encargado de recepción nos indicó la ubicación de la ambulancia para el transporte; la abordamos junto con

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otros pacientes de nuevo ingreso y nos trasladó desde el aeropuerto de La Habana hasta la villa del Centro Médico. Lourdes, una morenaza muy amable resultó ser la enfermera en turno. Nos indicó la casa donde nos alojaríamos y nos dijo que la compartiríamos con otros extranjeros. La villa del centro neurológico o “Neurovilla”, como le llaman, está compuesta por una serie de casitas rodeadas de jardines. El área básica de análisis y rehabilitación está más retirada del centro. Mientras caminábamos el trayecto pudimos aspirar el aroma del trópico y admirar los jardines que ornamentan los corredores con árboles de acacias, de fuego y de hule, entre otros muchos. Suponemos que antes de la Revolución ésta era un área residencial. En el centro médico hay habitaciones con camas dobles, roperos y baños, todas similares a las de un hotel, así como un comedor colectivo. Todos los que allí radicamos nos vemos como compañeros de hogar. Es interesante ver a todos los minusválidos salir de las casas rumbo al gimnasio, acompañados por los terapeutas. Algunos en sillas, otros en andaderas o con bastón, caminando a paso lento. Los que pueden, inician sus ejercicios mientras recorren el trayecto. En este grupo se encuentran dos familias venezolanas; una chica con parálisis cerebral a quien acompaña su mamá; un psiquiatra víctima de un atentado (una bala le atravesó el cráneo) y que va acompañado por su esposa; una pareja de españoles, María Julia y su esposo Carlos, quien padece epilepsia; Carlos y Fina, una chica que habla portugués pero son de Angola y toman mate; Diego y Lina, su mamá, una señora argentina; Mauro, un chico portugués que adora el fútbol, y nosotros. Semanas más tarde llegarían otros pacientes: Miguel, acompañado de su esposa Mercedes, procedentes de Torreón; don Carlos y Lolita, una mexicana de Matehuala, San Luis Potosí. Enfermos y parientes que radicamos en la Neurovilla compartimos nuestro dolor, pero también las esperanzas. Se tiene como norma

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interna no compadecerse unos a otros, sino al contrario, fortalecerse, animarse, bromear, jugar y divertirse. Lourdes se encargó de informarnos del sitio para el lavado personal de la ropa, lo cual tendríamos que hacerlo, como norma, durante toda nuestra estancia. A medida que transcurren las semanas, este lavatorio se constituye un ritual en donde nos vemos como viejas de lavadero, chisme que chisme. El grupo interdisciplinario esta integrado por cinco médicos, de los cuales dos son mujeres. Aparte se tendrían que considerar enfermeras, incluyendo la de guardia, fisioterapeutas especializados, personal administrativo y de servicio. Los médicos iniciarían sus actividades con una primera valoración, cuyos estudios serían analizados por el equipo para acordar el tratamiento a seguir. Durante varios días se realizaron análisis: de sangre, rayos X, de tórax, electrocardiogramas, ultrasonido de las carótidas, potenciales somatosensoriales (consistentes en electrodos en la cabeza y brazos, para registrar las descargas eléctricas del organismo a fin de poder hacer una comparación bilateral y analizar hasta dónde está tocado el lado afectado de uno u otro hemisferio), lo cual, a su vez, influye en ciertas características psicológicas. Mercedes efectúa pruebas del mejor “agente físico” (calor, luz infrarroja, electroterapia) que se utilizaría como analgésico en lugar de pastillas. La podóloga terminó por revisarle dedos y uñas de los pies. Gaby se encarga del lenguaje. Por último, Jenny sería la encargada de la defectología, así llaman a la terapia ocupacional. El neurólogo nos explicó que trabajaría para ampliar el vocabulario y la formación de oraciones; esta logoterapia ocuparía dos horas y además del trabajo en esta sala, le dejaría tareas para realizar en casa. Con la información recabada, el doctor Liban definió los horarios para todos los terapeutas y nos informó que el primer ciclo de terapias comprendería cuatro semanas de ejercicios con todos ellos y nos asignó a Diego, un negro enorme, quien estará a cargo de mi papá y será su terapeuta físico. Jenny nos comentó que es el más reconocido y estricto,

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por lo que cuando mi papá escuchó esto se puso bastante contento, pues nos dijo que con él esperaba poder trabajar muy bien. Para medir la electricidad cerebral se requiere embadurnar una crema conductora y colocar en la cabeza 22 cables de diferentes colores. Las señales de electricidad son trasmitidas a una computadora donde se elabora un encefalograma. Un doctor que lo interpretó, dedujo que mi papá manifestaba la creación de un fuerte y amplio campo magnético, motivo por cual expresó con acento cubano: —Mira, chico, este angelito “Blanco” me lo mandaron de allá arriba, sobrecargado de corriente. El diagnostico confirmó un caso clásico, de los que se tratan en el centro desde hace 15 años y en los cuales el personal tiene una amplia experiencia. Se nos advirtió que los avances a corto plazo indicarán los resultados finales, pero que las expectativas eran positivas y no había impedimento para el tratamiento… El que camine, aún con dificultad, sostenga una conversación y pueda nombrar objetos constituyen buenos augurios. Efectuados éstos y otros análisis, nos informaron objetivos que se proponían alcanzar en cada una de las cuatro etapas en que dividieron el tratamiento, durante el cual permaneceríamos en la villa. Las metas fijadas para el primer ciclo son cortas y específicas, y los objetivos parecen no estar muy lejanos. Primero buscaría la autonomía en sus necesidades básicas, es decir, ir al baño, levantarse, sentarse, mejorar la marcha y el equilibrio. En el segundo ciclo se trataría de mejorar la calidad de vida de mi papá sobre todo en el ámbito familiar. Ante este planteamiento se me ocurrió preguntar si esto también incluía la vida laboral. El médico me respondió que los procesos neurológicos llevan tiempo, por lo que se requiere paciencia y dedicación; que en esta etapa no preparan a los pacientes para reintegrarse al mundo del trabajo, sino para realizar actividades indispensables para su bienestar personal y de la familia y que hablar de esto sería muy prematuro; que más bien estos temas lo discutirían al final de los dos ciclos.

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Cuando regresamos a la casa el clima era muy agradable, motivo por el cual salimos a la terraza, y estuvimos platicando un rato sobre las actividades de esos días. De repente, a mi papá le entró una mezcla de angustia y depresión. Entre balbuceos y como pudo trató de explicarme: —Nnnoo veo mu-mu-y cl-cla-ro esto del diag-diag-nóstico — dijo—. Esperaba que me explicaran los aspectos a recuperar en cada una de las etapas, hasta terminar con una recuperación total. Intenté tranquilizarlo, por lo que le expliqué: —Mira, papi, las angustias lo único que hacen es detener tus avances. Nadie nos va a dar esa seguridad si nosotros no la manifestamos — le dije—. Aún desconocemos por completo esta forma de trabajo en equipo que tienen los cubanos, tampoco sabemos de los ejercicios y prácticas a las que vas a tener que sujetarte, creo que debimos de haber tratado de obtener mayor información —y añadí—. Lo único que tenemos por delante en estos momentos es el trabajo y las ganas que tienes de recuperarte, pues estamos en el mejor lugar que se puede estar. Las ganas de sanar no te faltan. Dios nos dirá cómo serán las cosas en lo futuro. Viendo las cosas por el lado positivo, tú ahora tienes todo esto de ganancia. Personalmente considero que las expectativas que tenemos son muy favorables. Y como no quiero sermonearte tanto, te dejo. Me voy a lavar ropa, pues tengo un gran montón que me espera. Mi papá se quedó descansando en la terraza. Cuando apenas había avanzado unos cuantos metros, escuche un quejido-tartamudeo de mi padre y un resbalón de la silla de ruedas donde estaba sentado. Menudo susto se llevó. Al intentar moverse solo y bajar de reversa un escalón, se fue hacia atrás y cayó en el jardín que se encontraba frente a la glorieta. Los ayudantes, Egor y Benny, lo sacaron de allí. Lo enseñaron a moverse solo en el asiento, girando la rueda con el brazo izquierdo y dando dirección con el pie. Posteriormente Beny dijo que tenía que revisar la silla, ajustar los frenos y apretar las tuercas de toda la silla de ruedas. El susto pasó. Otra vez volví al patio a mi trabajo de lavandera.

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Raúl regresó a su casa en Pátzcuaro intrigado por la sensación de la doble ubicuidad en cada uno de los dos biotipos. Terminó de leer el documento escrito por Lucy y decidió que era interesante reelaborar y resumir la historia de la enfermedad de Víctor. Con este propósito, durante varias semanas continuó analizando y sintetizando el documento. Durante todo ese tiempo constantemente saltaba a su pensamiento la planta entretejida. A medida que avanzaba en el trabajo, la imagen continuaba allí, en la misma pantalla, era como si el vegetal, con esa persistencia mental, expresara una potencia mediante la cual tratara de rebelar algún otro contenido relacionado con los hemisferios de Víctor. Durante el tiempo empleado en el análisis del documento de Lucy, se esforzaba en interpretar los códigos y mensajes de cada especie, una vegetal y otra humana. Puesto que el arbusto tenía el poder de evocación, se preguntó si concentrándose en sus procesos fisiológicos internos podría conocer el mensaje. La respuesta a esa pregunta llegó una noche mientras entraba en el letargo del ensueño. Raúl pudo regresar el tiempo y recordó dos comentarios muy especiales de su amigo Víctor: Éste había viajado a Kenia para estudiar algunas plantaciones de henequén, y su hija había estado en el Congo trabajando con una organización no gubernamental en un proyecto de vivienda. Ambos ahora se encontraban en Cuba. Quizá por estos motivos geográficos y la salud de Víctor fue que empezó a atar cabos con la santería cubana… Pensando en la coincidencia de los dos recuerdos afrocubanos, se quedó medio dormido. Al entrar al letargo y traspasar la barrera del ensueño, en medio de aquella esencia onírica de repente escuchó y vio el relampagueo y el tremendo estallido de un rayo. En ese momento apareció Changó, deidad africana de la tribu yoruba. La entidad corpórea de Raúl se sintió impelida por la fuerza y el poder del rayo, por lo que en forma vertiginosa vio cómo su imagen penetraba el tallo de los prunos. Allí observó en sus tejidos liberoleñoso procesos hídricos de ósmosis celular.

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En esas condiciones acuosas fue cuando también pudo ver a otra divinidad de la misma etnia y de la santería cubana: Yemayá, diosa del agua. Este ensueño también se debió a que en alguna página del escrito de Lucy leyó acerca de Gaby, la terapeuta que ayudaba a su papá con el lenguaje; ahí decía que ella era conocedora de la santería, lo había comentado cuando Lucy hizo alguna observación sobre los brazaletes congoleses, los cuales tenían un significado religioso. Cuando despertó, como respuesta a su pregunta, se dio cuenta que se había efectuado una triangulación de mensajes entre la intuición de Raúl sobre la planta de prunos, los hemisferios cerebrales de Víctor y la posibilidad de reelaborar toda la historia que escribió Lucy durante su estancia en La Habana.

De todos los fisicoculturistas en la Neurovilla, Diego, un hombre negro del tamaño de un ropero, con 120 kilogramos de peso y casi dos metros de estatura, tenía fama de ser el entrenador más disciplinado y estricto con todos sus pacientes; sin embargo, su trato y su charla son de lo más afables y amenos, además posee un marcado acento caribeño. Por las tardes llegábamos al gimnasio para que mi papá trabajara en las barras paralelas; es aquí donde Diego lo hace sudar, pues le corrige los errores en el caminar; también le sugiere y adecua sus ejercicios, de acuerdo con el grado de dificultad y el número de repeticiones. Diariamente espera a mi papá en las barras paralelas, donde tiene que caminar de ida y vuelta para ver y corregir las posturas. Caminando de lado, primero con el pie izquierdo y arrastrando el derecho, luego a la inversa. El propósito de este ejercicio es cargar peso sobre la pierna derecha. Después de muchas vueltas en las paralelas, pasan a una plataforma donde lo ayuda a mover piernas y brazos una y otra vez durante una hora, combinándolos con ejercicio de piernas y rodillas y descansando a intervalos. Otras veces Diego lo hace trabajar sólo la pierna derecha, con

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la que debe mover pesas, comenzando por tres kilos, que van aumentando paulatinamente. Al principio cuando Diego le indica descanso a mi papá, él desea seguir moviéndose. —Co… co… mo v… ve… ves mi con… con… dición fí… fí… fí… sica, cre… cre… o… que… que no es… es es… toy tan mal — presumía a Diego. —Ja ja ja. Eres muy impaciente. Debes aprovechar los reposos, si no al rato que te agotes te van hacer falta. Continuaron los ejercicios con las barras intercalando descansos de tres a cinco minutos; después le pidió sentarse en una silla, recargando su peso sobre la derecha, y con el mínimo impulso debería intentar levantarse esto se repitió varias veces hasta lograr 10, luego 15 y finalmente 20. También lo hacía que levantara el pie derecho sobre un peldaño, repitiendo el movimiento e intercalando descansos. Posteriormente, coloca su cuerpo sobre una cama con colchón cilíndrico y apoyando parte de su peso sobre la rodilla derecha que estaba sobre el piso, debería mover y levantar el pie varias veces. Con este esfuerzo, el lado derecho se le encoge, los dedos de la mano se le engarrotan y al querer abrirlos le duelen; sin embargo, al finalizar cada día, tanto paciente como terapeuta quedan satisfechos. Otras veces trabaja con las piernas y con una serie de abdominales. Creo que si continúa así va quedar con una cinturita de avispa, pues el tratamiento también incluye someterlo a dieta para que baje de peso. Continuaron durante varios días con los mismos ejercicios, incrementado cada vez el grado de dificultad y el número de repeticiones. En ocasiones le coloca la silla a una distancia de 50 metros y mi papá debe alcanzarla caminando; cada día avanza un poco más. La meta es que venga a la terapia por su propio pie. Ayer por la tarde Diego ya había hecho caminar a mi papá de reversa, luego lo montó en una bicicleta estacionaria; al principio no se sentía muy seguro, el brazo izquierdo le temblaba por el esfuerzo y el pie

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derecho se le salía del amarre del pedal, por lo que Diego, con su norme fuerza, cargó a mi papá con un brazo y lo sostuvo en el aire sobre el asiento de la bici mientras que con la otra mano ajustaba la altura del asiento. Así transcurrió el tiempo, entre prácticas, pedaleo y terapia de lenguaje. Mi papá estaba contento con sus logros y se le notaba en la cara. Después de los ejercicios con Diego, se presenta con Gaby en el área de lenguaje. Cierta ocasión comenté con Mercedes sobre el escurrimiento de saliva que mi papá ha presentado estos últimos días; tal vez se deben a que interrumpimos los masajes y ejercicios faciales y los músculos del lado derecho han perdido su tono y ahora presentan este problema. Acordamos que retomaríamos lo ejercicios faciales dos veces al día, para no interferir con el trabajo de la tarde. En una de las prácticas con Diego, éste platicó un poco sobre el ejercicio de las transferencias relativas al pararse y sentarse. Me explicó que era algo que no podía hacer solo sin vigilancia, ya que no podía correr el riesgo de una caída, pues con su peso sería muy peligroso, por lo que en estas prácticas siempre debería estar supervisado a fin de que tomara fuerza y confianza. Con todos estos ejercicios agotadores, después de varias semanas Diego pudo distinguir una sonrisa en la cara de mi papá, y como si leyera en su mente le dijo: —Se me hace que la sonrisa que tienes significan recuerdos de tu vida y eso es bueno, pues recordar es vivir. Mi papá le contestó: —En mi… mil no… no… ve… ve cien… cientos… no… no… ven… noven… tai… dos lo lo… gra… ra… ba to… to car el pi-pi so, de verdad. —¿Practicaste deporte alguna vez en tu vida? —Sí, fui “ta… ta… cle” en el e… e… qui… po de mi es… es… cue… cue… la.

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Encantado de escuchar aquella respuesta, Diego exclamó: —¡Fantástico, chico! Tengo la impresión de que ahora nos vamos a llevar mejor. Mi hijo Eddi, que también es terapeuta, es fanático de este deporte. Te puedo decir que desde ahora cuentas con un admirador; él te va a preguntar detalles de este deporte, pues aquí en Cuba no se practica. Lanzándole una mirada irónica a causa del estado en que se encontraba, añadió con cierta sorna: —Me parece que uno de los ejercicios que vas a tener que hacer aquí es el pegarle y derribar al domi y bloquear a la ofensiva. Ambos rieron de la ocurrencia en esas circunstancias. —Te reto a enfrentar la terapia con el mismo coraje que se requiere para entrenar el fútbol americano, así que mañana nos vemos en el gimnasio. Dicho esto se despidió. Por medio de mi computadora portátil, solicité a mi hermana algunas fotos de mi papá cuando jugaba fútbol americano. Supuse que sería un buen detalle, pues Diego y su hijo son fanáticos y supongo que les gustaría mucho ver una foto de mi papá hace 45 años. En otra ocasión le pedí a mi papá me dictara, si quería contestar a sus amigos que le habían escrito. Quizá por los recuerdos se me puso a llorar. Cuando se le pasó el puchero, me dijo: —Me me jor, va va vamos a a ju ju gar car tas.

“Acuérdate que recordar es vivir.” La frase que te dijo Diego resonaba permanentemente en tu cabeza. Quizá contribuyó a reforzar algunas de tus neuronas. Visualizabas tu imagen en el gimnasio cuando, al superar los ejercicios, expresaste aquella sonrisa de satisfacción. En tu mente resonaban las palabras que Diego pronunció:

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“Ahora significan recuerdos de tu vida y eso es bueno, pues recordar es vivir.” Cuando regresaste a tu dormitorio, tus recuerdos retrocedieron cuarenta y cinco años, a tu época de estudiante, cuando jugabas la posición de “tacle” en el equipo de fútbol americano de la Universidad Agraria. En tu mente surgieron antiguos escenarios en el campo deportivo, cuando al principio de tus prácticas, el entrenador los organizaba en filas para los ejercicios de calentamiento. Te viste rodeado por tu equipo, portando la camiseta amarilla y negra con hombreras, el pantalón ajustado y entablerado de futbolista, las calcetas y los spikes; todos realizando los ejercicios, levantando los brazos y dando saltos con las piernas abiertas con un ritmo marcado por el coach al grito de: “Un- dos, un-dos, uno-dos…” Después llegan a tu mente las porras del público enardecido en un estadio repleto de fanáticos en el momento en que sale a la cancha el equipo de Agricultura, luciendo los colores negro y oro. Suena el silbato del réferi que los llama a ocupar sus posiciones. Primera y diez por avanzar. El core back manda la jugada 42. El ovoide al centro a través de la línea ofensiva, escuchas las porras que te emocionan y enardecen, te llenas de valor para taclear a través de la línea a tu opositor. Debes abrir un hueco entre el guard y el tackle para que el back salga por la derecha y reciba un pase corto… ¡Completo! Nueva jugada del equipo contrario con pase largo al ala izquierda, el core hace un engaño e inicia su movimiento lateral para tirar el pase. Esquivando a tu opositor, corres y lo acosas dándole un volantín, con lo cual anulas su jugada. La gritería del estadio te entusiasma. El balón cae de casualidad a tus manos, eludes al guard derecho y al ala defensiva, decides correr, avanzas cinco, diez yardas, tus compañeros abren paso, avanzas cuarenta, cincuenta yardas, aparece un tacle del equipo ofensivo, te trata de derribar, zafas, llegas a la zona de anotación, con tres defensivos sobre ti, quedas medio noqueado. Los separan, anotas y no lo crees ¡touch down!

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Al otro día tu imagen apareció en la nota deportiva del periódico local.

Una de esas tardes Gladis me dijo: Esa pulsera que traes, junto con otras distintas se venden tanto en África como en Cuba; son hechas por la madrina de un babalao. En el rito yoruba, se considera que en los mismos collares y brazaletes va el encanto de su protector. Significa la defensa del mal contra tus enemigos. O sea, son talismanes de buena suerte para quienes lo emplean, pues protegen todo el tiempo, es la función de los espíritus guardianes. El hecho de que estés colaborando con la salud de tu padre, es la misión transferida por estas deidades. Y agregó: La que traes puesta es una pulsera que corresponde a las Siete Potencias, entre las que se encuentran las deidades de mayor poder: Yemayá y Changó. En Cuba se cree que los collares y pulseras de seis cuentas blancas alternando con seis cuentas rojas corresponden a Obatalá, que es la señora de la salud y que junto con las otras divinidades protege contra todo mal. Mañana, si estás dispuesta a acompañarme, te invito a una misa de santeros. Si eres católica, no te preocupes, pues nosotros también creemos en los santos. Estos días próximos a la cuaresma nosotros también los celebramos. El primer día de cuaresma era domingo, así que, según lo acordado, salimos voladas para la misa santera. Yo tenía deseos de visitar alguna de ellas y conocer sus rituales. En la fe católica también era cuaresma y estarían celebrando las tentaciones de Jesús en el desierto. Yo me dejé tentar por la misa del templo santero. Durante el camino, Gaby me fue explicando la forma como los santeros definían la magia: “Ellos lo hacen como la capacidad de efectuar cambios en la conciencia física, mental y espiritual de las personas. También se debe tener fe en estos actos rituales, pues te darán mejor resultado. No te im-

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porte que esta fe provenga de otras entidades no humanas, como Yemayá y Changó, lo que te debe de importar es que trascienda la consciencia humana. Estas fuerzas de los dioses yorubas, junto con la de los santos católicos, crean una alianza estrecha que se manifiesta en la santería. La ceremonia que vas a presenciar corresponde a la de un santero. Probablemente al final te pida una ofrenda, como una vela, miel, dulces, fruta seca o hasta el sacrificio de un animal. El ensalmo o la solicitud de ayuda se hace con caracoles, como esos que traes en tu brazalete. De acuerdo con el problema de tu papá, quizá lo mejor sería una ceremonia de auxilio de las Siete Potencias, su combinación es poderosísima pues incluye las principales deidades yorubas.” Me explicaba esto cuando, de repente, nos encontramos frente al templo de santería y al parecer estaban saliendo del culto. La iglesia es linda, tiene unos vitrales en la entrada y numerosos santos católicos que desconocía distribuidos en ambos lados de la nave, entre ellos Santa Bárbara. Posee también un lienzo pegado al muro, con un mural enorme que ocupa toda la nave principal; la parte de atrás del altar está construida con láminas de piedra translúcida, así que los rayos del sol iluminan toda el área. A pesar de que llevé mi computadora portátil a La Habana, no tenía programas para enviar y recibir fotos, por lo que en varias ocasiones tuve que trasladarme con este propósito al centro de la ciudad a buscar un sitio de Internet. Fui a El Vedado, al Hotel Habana Libre, el cual me pareció de lo más lujoso, tiene un lobby inmenso donde se exponen afiches pidiendo la libertado de cinco presos políticos cubanos acusados de terrorismo que se encuentran en diferentes prisiones de Estados Unidos. De regreso, pasé por el Banco Metropolitano para cambiar dinero; había una gran fila para entrar, pues la antesala se hace afuera de los bancos. Platicando con la gente se hace menos aburrida la espera. De regreso encontré a mi papá haciendo sentadillas con Diego. En la tele de la Neurovilla tuve oportunidad de ver un noticiero en el que aparece Hugo Chávez, presidente venezolano, ahí habla de la

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instalación de 600 centros de salud al servicio de la población de todos los estratos sociales. En una reunión de valoración, el doctor Bander me dijo que como parte de la historia clínica quería que le escribiera los avances de mi papá y se los pasara. Le respondí que ya tenía dos semanas pasando un reporte a Diego con los detalles de la vida diaria y que en ellos considero que ha ido mejorando y que si desea una copia se los puedo pasar. Me contestó que continuara entregándolos a Diego y que después él los recuperaría para integrarlos a su historia clínica. El 14 de febrero es el Día de los Enamorados; además de ser día de San Valentín también es el cumpleaños de Diego y Eddi, su hijo, a quien ya no vimos pues inició un curso en la universidad, donde realiza un doctorado. En la cocina, Yolanda prepara una gran cena para festejar este día: pella, flan, pay de limón y cubitas con ron. Compartimos un rato agradable con todo el personal en turno. Regresé con mi papá al dormitorio; después de su baño, le froté en la espalda y brazos con el agua de un frasco especial que alguna familia nos había regalado en Saltillo: “agua de Lourdes”, milagrosa por haber sido colectada en el manantial de aquel santuario. Tres sillas de ruedas posaban estratégicamente ante la cámara de video que empleaban para filmar, éstas bloqueaban el paso a la llegada de los médicos para el pase de visita. El doctor Liban, clínico intensivista, es quien lleva el caso de mi papá, acompañado por el neurólogo Bander y la fisiatra Carmen. El triángulo de sillas se apartó y los pacientes se retiraron a sus respectivos cuartos a la espera del examen de rutina, allí termina aquealla escena. El doctor Liban expuso la situación a su colega Bander, indicando el manejo de los medicamentos a fin de controlar la presión sanguínea. Sin mayor preámbulo los médicos siguieron las visitas a los otros pacientes. Hoy entregué a Diego copias de varias fotos de mi papá cuando jugaba fútbol, me las enviaron por Internet. De verdad pienso que esto

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del sus recuerdos deportivos ha logrado que mi papá saque la energía almacenada durante muchos años. Diego me dijo que al terminar los ejercicios, mi papá se había ido caminando solo apoyado en el bastón; claro, haciendo estaciones de descanso y buscando la sombrita para no asolearse. Entonces le hice broma a mi papá diciéndole que a partir de mañana la silla se quedaría en casa. Diego intervino diciéndole que él no debía preocuparse ni ocupar su mente en lo futuro, sino dedicarse a optimizar y acumular cada momento lo aprehendido para su propio provecho. Ahora el paso de la silla a la cama le sale perfectamente, con menos asistencia y más seguridad. Hoy, después de la cuarta semana, pude ver a mi papá caminando sin el bastón cuando salía del gimnasio hacia la electroterapia, claro que con su general a un lado dándole indicaciones y brindándole seguridad, sobre todo. Lo dejamos en el cubículo de campo magnético, donde le aplican las electroestimulaciones hasta por casi una hora. Sonó el teléfono y recibimos una llamada de Saltillo. Platiqué con toda mi familia y hablamos sobre la posibilidad de que mi mamá venga para finales de febrero. Días después nos confirmó la feliz noticia de que llegaba el 26 de febrero. Mi papá está supercontento; yo también, claro, pero a él le brillan los ojitos. Al terminar la llamada fui con Óscar para descargar las fotos de su cámara digital en mi computadora portátil. Tuvimos suerte de que mi cable funcionara en su cámara y que mi máquina la reconociera sin problemas, así que quedamos contentos de tomar más fotos sin necesidad de borrar las anteriores. Cuando regresé de mi carrera por el campo, Diego se sentó un rato conmigo y aprovechó para platicarme sobre la supervisión de mi papá: —Mira, Lucy, la vez pasada me quedé preocupado por lo que le soltaste al doctor sobre dejar ya la silla en casa y que tu papá se moviera por sí solo. En una forma sutil y con mucho tacto, me pidió:

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—Espero que seas paciente y que esperes un poco, pues todo esto es un proceso gradual y controlado. Como tú puedes apreciar, tengo una responsabilidad muy grande; mucha gente se molesta conmigo porque cuando ven a sus pacientes adquirir cierta autonomía, luego les parece que el terapeuta sale sobrando y es un entrometido. Entonces recordé y le comenté: —Me parece que tienes mucha razón, ahora recuerdo el accidente cuando mi papá se cayó con Jorge, mi hermano, debido al exceso de confianza que habíamos tenido en la casa. Si bien son accidentes que pueden llegar en cualquier momento, uno se siente responsable de lo que pueda suceder por cualquier recaída y, claro, ahora entiendo que todo lo ganado viene siendo un trabajo de equipo. Diego continuó explicando: —Decimos aquí que cuando un paciente se cae, nunca se cae solo, sino que alguien más incide junto con él. Así que antes de tomar iniciativas que comprometan, debemos observar el resultado que todos buscamos. Esto particularmente para no frenar sus ganas de avanzar. Tu papá cada día es más capaz de movilizarse en forma independiente, entonces habrá que vigilarlo y evitar que haga actividades para las que todavía no está preparado. Considero que a medida que vaya avanzando, este tipo de conversaciones deberá ser más frecuente entre nosotros; más que nada con la finalidad de vigilar sus actividades. En este mismo plan serio, Diego continuó informándome: —Fíjate que en años pasados tuve un paciente que sufrió una caída. En 15 años de trabajo eso nunca me había pasado. Debes de saber que ésta es mi responsabilidad y deseo continuar con ese mismo récord limpio. Ahora que viene tu mamá, le va a salir el ego y va a desear estar como varita de nardo y querer hacer todos sus movimientos mejor, así que tenemos que redoblar la guardia, ya que cíclicamente puede haber recaídas. Lina y Eugenia nos invitaron a la playa. Diego se ofreció para acompañarnos en alguna ocasión, guardando máxima discreción, pues está prohibido por el reglamento exponer a los pacientes a riesgos.

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A mi papá le gustó la idea y fijamos la fecha para el domingo que llegue mi mamá. Diego tenía razón, unas horas antes de la llegada de mi mamá, mi papá se había afeitado el bigote, se puso muy guapo y hasta se quito como 20 años de encima. Se parecía al retrato de Dorian Grey, sólo que al revés. Después de recogerla en el aeropuerto, regresamos a la Neurovilla, donde mi papá la esperaba impaciente. La visita de mi mamá duró del 27 de febrero al 6 de marzo. Por discreción los dejé solos para que se cuenten sus cosas. Cada día su caminar mejora, su seguridad se incrementa y ha logrado mantener un ritmo que le permite cubrir el recorrido entre 15 y 18 minutos; antes podía llevarle más de media hora. Diego me explicó que cuando mi papá va pensando sólo en caminar, sin la preocupación de caerse, logra un patrón más amplio; pero cuando se preocupa por no caerse, es porque Diego va a su lado para detener una posible caída, entonces su paso es más corto y abierto. Esto, inconscientemente, significa que se siente más seguro sobre su base de apoyo. Cada día el patrón se repite y notamos que va ganando confianza, esto al comparar el tiempo que hace cuando va con Diego y el que requiere si yo lo acompaño.

Cuando llegamos al templo donde se celebraba la misa santera, Gaby amablemente se adelantó para solicitar los servicios de un babalao, un sacerdote principal de la santería, pero sólo consiguió un italero, segundo sacerdote, según me explicó después, que en este caso resultó llamarse don Ramón. Cuando estuvimos frente a él, le explicamos la necesidad de una consulta respecto a la salud de mi papá. —¿Qué deseas saber? —me preguntó muy amablemente. —Deseo saber si mi papá recuperará su salud y bienestar —le respondí. —Síganme —nos dijo y caminamos hacia otro sitio.

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Con el propósito de efectuar su ritual, se colocó debajo de una escultura de arabá o ikako, con la intención de rogar a la ceiba, el árbol sagrado de la santería. Cuando estuvimos frente él, me percaté que uno de los medios de adivinación que tiene la santería es mediante los caracoles y el tablero de Ifá. Los caracoles que traía en mi pulsera, y que tanto habían llamado la atención a Gaby, se constituyen en “los portavoces” de los dioses y el tablero se interpreta de acuerdo con la posición en que caigan, en cada situación. Al número de caracoles con la boca hacia arriba les es asociado un proverbio. Después de una invocación efectuada por don Ramón en lengua yoruba, tomó con las dos manos los doce caracoles, los frotó, revolvió y aventó sobre una estera. Fue leyendo según su disposición y el número de ellos caídos en esa forma. En cada posición nos decía un proverbio, el cual asociaba y aplicaba al problema que le había planteado. Luego, a manera de oráculo, nos dijo sus impresiones respecto de mi consulta. Los proverbios que escuché fueron los siguientes: “La cabeza lleva al cuerpo”. Esto, el sacerdote lo refirió como un diagnóstico de la enfermedad de mi padre y agregó que el tratamiento tendría buenos resultados. Al escuchar aquello me dio mucha alegría; era lo que esperaba; sin embargo, continuó con otro movimiento de los caracoles y otro proverbio: “Nadie sabe lo que está en el fondo del mar”. Por tratarse del agua, este elemento se relaciona con Yemayá. Mi mayor expectación fue cuando me preguntó si había estado utilizando agua sagrada para el frotamiento y masaje del cuerpo de mi papá. Le contesté que sí, pues efectivamente varias veces había utilizado el agua de la fuente de Lourdes que había traído desde Saltillo. Nos despedimos de don Ramón, no sin antes cumplir con los rituales de la santería que nos explicó; de aquí que hayamos mostrado nuestro agradecimiento a las Siete Potencias comprando y encendiendo

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una gran vela roja para Changó y una ofrenda de ciruelas y duraznos frescos para Yemayá. La evaluación final la realizaron Diego y Eddi, su hijo. Diego más bien estuvo sentado observando a mi papá y a su hijo mientras trabajaban, de lo cual, creo, estuvo muy orgulloso. Las pruebas consistieron en que mi papá caminara descalzo sobre una tabla obscura; previamente le cubrieron los pies con talco para que dejara las huellas sobre el tablón, las cuales después midieron para determinar la amplitud del paso, con y sin bastón. Estas pruebas se compararon con los patrones de la misma prueba realizada durante la primera semana de tratamiento. Mi papá se lució en las escaleras, pues sin ninguna ayuda subió con la pierna derecha y bajó en 9 minutos con 30 segundos, con mucha seguridad, los tres pisos del hospital. Se volvió a acomodar diciendo que iba por la segunda vuelta, cosa que no le permitieron por considerarlo innecesario. Todo esto fue filmado en video. Diego nos pidió que se lo mostráramos al día siguiente, durante la visita del doctor. Como agradecimiento, mi papá regaló a Diego unas playeras y un jersey norteamericanos; él se puso de lo más contento cuando comprobó que le quedaban como uniforme. Al día siguiente, mi papá empezó a caminar varios tramos él solo, mientras Diego lo observaba sentado en la banca. Hoy jueves ya caminó la mitad de la pista ida y vuelta, es decir 110 metros, con Diego y yo sentados en la banca al otro extremo, al paso, pero seguro. El reto de la próxima semana será dar el giro completo sin compañía. El próximo 16 de abril se cumplen tres meses de estar en la Neuronilla. Esto ya huele a despedida, pues iniciamos la lista de regalos a repartir entre toda la gente. Mi papá pronunció unas palabras muy emotivas de despedida para todo el personal: doctores, especialistas y terapeutas por el apoyo recibido y en especial al sinnúmero de personas que habían sido sus compañeros y amigos y que habían llegado en busca de mejoramiento de salud. Yo, por mi parte, también me despedí de mis

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amigos, pues enseguida iré a las oficinas de Mexicana de Aviación para gestionar los boletos y regresar a Saltillo, mañana domingo.

Al terminar la síntesis del documento, Raúl se dio cuenta de las significativas coincidencias involucradas en la elaboración de la historia de Víctor. Entonces fue cuando él mismo pudo explicarse la sensación de ubicuidad y su viaje onírico relacionado con el comentario de Gaby respecto de los caracoles en la pulsera de Lucy, empleada como talismán en la salud de su papá; las referencias vegetales entre el arbusto de prunos y la ofrenda de ciruelos y duraznos en la misa santera, además de la relación que tenía el agua curativa de Lourdes con Yemayá, diosa yoruba del agua.

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FETICHES FEMENINOS

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uando su madre terminaba de ducharlo, le secaba el cuerpo con toallas afelpadas; frotaba suavemente aromáticas aguas de colonia sobre su piel, y le acariciaba mejillas y nariz con motas de algodón o almohadillas cubiertas con talco perfumado. Cuando terminaba aquel ritual, jugaba con el niño sin ninguna malicia. Le lanzaba un beso cariñoso; al momento que los dedos apuñados de su mano llevados a sus labios producían el chasquido de un sonoro ósculo, dirigía mano y dedos hacia los órganos genitales del niño. Entonces le preguntaba: —¿De quién es esa cosita preciosa que tiene mi bebito? Quizá esto o parte de ello fue el motivo por el que años más tarde, en la adolescencia, se le desarrolló aquella obsesión por tocar diferentes texturas; le agradaba mucho sentir las diferencias de los materiales de distintos textiles, que iban desde lo liso a lo afelpado, y disfrutaba percibir sus aromas. Ya en su adolescencia la experiencia con aquella chica plástica lo había dejado traumado, al grado de que le afectó sus deseos de relacionarse con otras jóvenes; aquel recuerdo plástico inhibía su iniciativa de entrar en relación con ellas, mas no su instinto. Así se formó una coraza de hierro desde la cual, a cierta distancia, las admiraba, desde su óptica, y contemplaba de manera obsesiva algunos rasgos particulares del cuerpo y la vestimenta de las chicas. Con el correr de los años se fue dando cuenta del embrujo que tenían para él ciertos detalles, en particular la textura de los vestidos, el escote de las blusas, el descubierto de los hombros, el perfume que manaba de su piel, el peinado, las zapatillas de tacón alto y las medias.

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Creo que esto fue el principio que lo llevó a volverse fetichista. Con el correr de los años fue substituyendo aquellos gustos por el atractivo que tenían para él ciertas prendas femeninas, entre éstas algunas telas, pieles, estilos y confección de los vestidos. Aún adolescente, cuando visitaba alguna lavandería, observaba la ropa que las jóvenes llevaban para lavar y secar con el equipo automático; era entonces cuando atraían la atención las prendas femeninas, precisamente cuando una cleptomanía poderosa se apropiaba de su instinto, haciendo que hurtara subrepticiamente algunos calzones o brasieres, con los que luego, a solas, se erotizaba palpándolas y oliéndolas. El despertar paulatino e involuntario de esta nueva vivencia, erotismo y sensualidad fetichista, fue considerando poco a poco como una forma natural de su temperamento. Soñaba con las prendas y la modelo de aquellos enormes anuncios colocados en el exterior de grandes edificios en los que se publicitaba cierto tipo de ropa íntima. El colmo fue cuando, en cierta ocasión, entró a un supermercado y en el área especializada en ropa para damas vio unas bellísimas prendas interiores femeninas, las que despistadamente se embolsó en los pantalones. Las cámaras de televisión y los guardias le detectaron. Cuando salió, un guardia lo llevó amablemente a un cubículo especial y lo exhortó a mostrarle y entregarle la mercancía robada. El problema lo contrarió, pues no tenía las razones suficientes para explicarle la sustracción de pantaletas y brasier ni su obsesión por tocar y sentir la textura de aquellas piezas. Debido a aquellas experiencias se le fue formando un conglomerado de percepciones orientadas hacia las formas elegantes y lujosas de la corsetería femenina. Si su primera vivencia la asociaba a un tipo de material plástico, más tarde le fue más fácil relacionarlo con pieles y telas. Transcurrida su adolescencia, a medida que iba desarrollándose para convertirse en adulto, también fue descubriendo con más fuerza el erotismo y la sensualidad. Para entonces sus padres y él radicaban en Cuernavaca. Ahora su edad se aproximaba a los 40 años y como era hijo único, se había vuelto

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medio gigoló. Entre las personas de su edad no era de los que se cuecen al primer hervor, quizá por eso se había quedado solterón. Le agradaba vestir bien y expresarse en forma sencilla, cuidadosa y agradable. Pertenecía a una clase media alta. El estilo de la casa era moderno, con jardín bien cuidado y poseía coche último modelo, computadora y teléfono celular. Durante dos décadas, apoyado al principio por su padre, había venido desarrollando una pequeña industria relacionada con el diseño, el corte y la confección de vestidos, cuya producción estaba íntimamente ligada a la modistería, la cual, como a toda empresa de confección de ropa femenina y masculina, alcanza por extensión ciertos adornos, cinturones, joyería, prendas interiores, sombreros y hasta perfumería. Desde hacía unos años había observado que el arte de diseñar, cortar y acabar un vestido, o cualquier tipo de prendas, requería cualidades muy especiales, pues aparte de la habilidad y la destreza en su ejecución material, era necesario poseer un gusto muy depurado y exquisito para acertar a sacar y obtener todo el partido posible del tipo o configuración corporal de la persona que lo usaba, permitiéndole de esta manera resaltar su belleza y galanura, y disminuyendo cuanto pudiera sus defectos y asimetrías físicas. Algunas empresas dedicadas a la publicidad contratan los servicios de agencias de modelaje para mostrar el vestuario y otros accesorios de uso cotidiano. En estos eventos participan bellísimas modelos altamente capacitadas en el lucimiento del vestuario; solas o en grupo, utilizando las pasarelas en grandes salones de la moda, deslumbran al público asistente y a los clientes representantes de casas comerciales interesados en la compraventa de ropa de lujo. Este tipo de industria y ambiente glamoroso, similar al de los plásticos, pues aún recordaba su anterior experiencia, afirmaba su personalidad egocéntrica a fin de llegar algún día, mediante su propia empresa, a comercializar y constituir parte de aquellas verdaderas corporaciones internacionales dedicadas a la moda.

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Fue precisamente en un anuncio de televisión, relacionado con la corsetería femenina, cuando la conoció. Tanto ella como el video atrajeron su interés. Indagó en varias empresas de modelaje hasta que la localizó. En adelante fue mucho más fácil interaccionar con ella en virtud de algunos eventos relacionados con la moda que preparaban varias empresas de la confección del vestido. Gracias a los contactos logrados por su empresa, fue relacionándose con aquella joven modelo, quien, independientemente de su belleza física y carácter, lo había fascinado con su terrible erotismo, atracción que crecía debido a la sensualidad fetichista que en él ejercían el uso de prendas accesorias a su vestuario: perfume, lápiz labial, prendas íntimas, pieles, joyas, zapatillas de tacón alto, medias, brasier, ligueros, el perfume y algunos gestos, poses o actitudes deliberadas o involuntarias propias de la coquetería femenina. La relación con esta delicada mujer le embriagaba de sensualidad. Desde la forma de soltarse el pelo en la recámara, desbotonarse la blusa, quitarse la falda y ver sus muslos, pantorrillas y pies cubiertos con sus medias obscuras; descalzar las zapatillas de tacón alto. Admiraba cuando se despojaba de medias y ligas, la gracia con que desprendía el brasier dejando sus senos al descubierto; cuando se quitaba los calzones y admiraba la curvatura de sus nalgas, hasta quedar completamente desnuda y empezar a sentir la tersura de su piel. Todo aquello lo hechizaba. Cuando permanecían en la intimidad, ella esperaba que los ojos de él se posaran en su cuerpo y recorrieran la cintura y la curvatura de sus caderas; entonces empezaba a quitarse las bragas mientras inocentemente le preguntaba: —¿Te gustan mis pantaletas? Él, que sólo esperaba esa pregunta para arrebatárselas, tomaba la prenda con una manos y restregándola en la nariz aspiraba profundamente. El aire que exhalaba con lentitud le permitía disfrutar el placer que le causaba el perfume de sus partes íntimas.

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Ella, cariñosamente y con un gesto de ternura infantil, le decía: —¡Cochino! —para luego añadir—. Te voy a enseñar mis semanarios para que te des gusto. Entonces le mostraba la colección de pantaletas de seda y olanes de diferentes colores que él mismo le había reglado. Empezaba a cepillarse el pelo parta después colocarse un negligé. Entonces él le pedía hiciera un lento strip tease, como los que realizaban ciertas bailarinas de table dance*. Como a a ella le gustaba modelar, improvisaba ciertos pases a la luz tenue de su recámara de tipo rococó y llena de espejos. Todos los atuendos que ella vestía, él los acariciaba conforme iban cubriendo su cuerpo, y olía no sólo sus ropas íntimas sino hasta sus zapatillas. Como todas aquellas acciones estaban conectadas a sus sentidos, le producían una abundante salivación con la que, como si tratara de comérsela, le embadurnaba todo el cuerpo. Cuando llegaba el momento de la despedida, él subrepticiamente escondía en la bolsa de su pantalón una de aquellas pantaletas y se la llevaba para, como si fuera pañuelo, olerla en su oficina. La prenda le servía para recordarle llamarla al llegar a su trabajo. Cuando establecían contacto por la línea, tocaba y aspiraba el olor de esos calzones; en ocasiones hasta saboreaba la pantaleta. Entonces le contaba esas pillerías. Pasado todo aquel “Festín de Babet”, y después de disfrutar en diferentes formas y estilos el acto sexual, cuando su instinto llegaba a la normalidad, se cuestionaba lo referente a su erotismo y hasta qué etapa del desnudo dejaba de entusiasmarlo. Era cuando se preguntaba si verdaderamente era un fetichista o si aquellas acciones lo mantenían dentro de la normalidad de los seres humanos. ¿Constituía verdaderamente un conflicto o era sólo un seudoconflicto? * Andrés de Luna, en su libro El bosque de la serpiente (La Jornada, julio 9 de

1998), dice que el erotismo se da donde hay ingenuidad y que ejemplos de ello son el table dance y la hot line. Efectivamente, al parecer él pasaba por una etapa de ingenuidad.

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Al parece ella ni se daba cuenta de sus inclinaciones, podría pasar por medio boba, pues no alcanzaba a comprender todo el efecto impactante que tenía su personalidad sobre Fernando, a pesar de que sus acciones también le satisfacían plenamente. Viéndola así, después del acto amoroso, había algo que le intrigaba; completamente desnuda no despertaba tanto sus sentidos ni su sensualidad. ¿Qué era lo que le hacía despertar más su erotismo? ¿La semidesnudez de su piel, acompañada de las prendas íntimas con que apenas cubría su cuerpo? ¿La total desnudez? ¿Eran sólo las prendas íntimas que empleaba para cubrir su cuerpo? ¿Era la actitud de coquetería con que ofrecía su anatomía como regalo a sus sentidos? Durante estos últimos años llegó a plantearse ese cuestionamiento que lo mantenía confuso. Lo relacionado con aquellas experiencias lúdicas, en el sentido de si su erotismo, ¿constituía verdaderamente parte de su propio temperamento o el vestido y la corsetería femenina eran sólo una cuestión cultural? ¿En qué medida el sistema económico había influido en sus percepciones, a tal grado de volverse un fetichista de las prendas femeninas? Se cuestionaba si la figura y el modelo femenino puro y al desnudo podría continuar y desaparecer en él la sensación erótica, o si toda aquella fascinación sensual sólo permanecía en su cabeza, pues quería llegar a dilucidar el peso erótico que podía asignar, por una parte, a las prendas femeninas y, por otra, al cuerpo al desnudo. Pero ¿realmente lo podría separar o ambas sensaciones estaban íntimamente ligadas en la parte instintiva de su temperamento? Estas elucubraciones llegaban a su cerebro y en aquellos momentos, cuando permanecía a solas fuera de todo el ajetreo, a su mente llegaban esas ideas y afloraban en forma de chispazos a su conciencia. A medida que meditaba en esto, consideraba que si bien siempre había existido la pornografía, la diferenciaba respecto a aquella otra variedad de revistas de caballeros en las cuales presentaban algunas

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modelos y mujeres al desnudo y constituían imágenes femeninas eróticas y sensuales. Todas aquellas fotografías estaban decoradas con este tipo de prendas de alta costura: la corsetería. Fue en Europa donde conoció un campo nudista y el teatro al desnudo. Había asistido a un congreso internacional de diseño y confección de alta costura en París. Después de aquellas reuniones, salía a pasear con algunos amigos por las callejuelas y barrios parisinos. En una de esas ocasiones tuvieron oportunidad de conocer el teatro al desnudo. Puesto que en México aún no se acostumbraba, más bien entraron por curiosidad. La obra trataba un tema sadomasoquista. Cuando terminó, la comentaron. —Pasado el primer impacto después de unos momentos me acostumbré a verlos en esa forma —comentó a sus amigos, y añadió—. Lo que más me atrajo fue la figura femenina y la actuación de los artistas de ambos sexos sin ropa. Impresionó mucho a mis sentidos el haber visto actuar al natural el cuerpo humano. Efectivamente, aquella circunstancia alteró su percepción de la realidad, lo enervó y sirvió de marco al cuestionamiento que ya se había planteado. Al día siguiente aún cavilaba sobre ese hecho. Llegó un momento, cuando logró establecer una diferencia respecto al cuerpo de su novia, acompañado con toda la corsetería o artificialidad que utilizaba. Aquellas prendas eran como un fetiche; se había acostumbrado a verla y admirarla así. Era como si una parte de su ser se hubiera casado con las prendas íntimas y otra con el cuerpo y el carácter. Después de haber visto el teatro al desnudo en París, concientemente motivado por aquellas ideas que llegaron a su mente, días después, con el fin de aclarar su situación y sin considerarlo un lujo, se dio el gusto de visitar el Club Mediterrané, sitio donde se practicaba el nudismo. La vivencia en ese sitio le permitió captar otra visión: la doctrina y el culto a la vida a través del nudismo que esa gente practica, pues lo hace para obtener beneficios físicos al exponer sus cuerpos al Sol, al aire

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libre y en público. De hecho, investigó que la terapia lograda mediante estas prácticas se conocía desde hacía décadas. Los que participan de esta forma de vida, se enteró, sostienen que el nudismo actúa con valores relacionados con la higiene en favor del cuerpo y la mente. Averiguó que algunas de estas sociedades ya existían, antes de la guerra, en Alemania y que posteriormente continuaron en Noruega, Suiza y Finlandia, además de algunas organizaciones en Estados Unidos y Canadá. Su asistencia al teatro y al campo nudista influyó en él lo suficiente como para separar mejor las sensaciones que personalmente se cuestionaba. “El campo nudista y la obra de teatro, de alguna manera alteraron mi percepción, se explicaba, así como otra forma de ver al mundo”. Al ver desnudos a hombres y mujeres que, sin ser unos ejemplos de Adonis, sino todo lo contrario, eran viejos y flácidos, algunos mutilados, con cicatrices y decadentes, al exponer en público y al natural sus cuerpos, lo hacían con fines de salud e higiene. Aquella experiencia le ayudó a separar con una visión clara y clásica el lugar que ocupaba el cuerpo en la cultura del consumo, y diferenciar el erotismo debido al uso de las prendas íntimas y la corsetería femenina con una actitud de imaginación y fantasía. Después de haber visitado varios centros nudistas y presenciado obras de teatro se preguntaba si continuaría el encanto debido al fetichismo de las prendas íntimas usados por su novia, o necesariamente tendría que desaparecer. Tal vez podría mantener esas dos actitudes: una real, física y objetiva, relacionada con el cuerpo, y otra erótica. Mientras no realizó esta vivencia desconocía que aquella percepción fuese un acto de su propio temperamento, pues hasta entonces sólo había sostenido los conceptos por efectos de un lenguaje y la comprensión teórica extralingüística. Consideró que durante todo aquel tiempo que permaneció embelezado con la corsetería femenina se había casado fetichistamente con aquellas prendas íntimas. Con la nueva experiencia, ahora había logrado desprender sedimentos mentales de su propio cuerpo.

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Por otra parte, le quedaban la anatomía y la imagen natural femenina. Pero la idea persistía y se cuestionaba si todos los demás trapos resultaban postizos y excedentes, pues aquellas prendas femeninas, aunque objetos, le hacían apreciar mejor el encanto que guardaba para la imaginación y el resto de la fantasía. Pero por otro lado se preguntaba si había solucionado su cuestionamiento interno y continuaría preguntándose lo relacionado con su erotismo y su fetichismo. Pasado poco tiempo, cuando regresó de Europa a México, la respuesta llegó a su mente por sí sola. Lo primero que hizo fue localizar a su novia en el departamento. Se propuso en todo momento mantener el equilibrio sensual y emocional a fin de poder dilucidar el momento preciso en el que las prendas lo erotizaban y el instante en que empezaba a disminuir el hechizo. Después de aquellos días de ausencia, emocionados por la expectativa del nuevo encuentro, él no tuvo tiempo para tantos cuestionamientos, pues ambos terminaron desnudos haciendo el amor recostados en la alfombra. Algo había aprendido de todo aquello: su situación ni siquiera constituía un seudoconflicto. Mediante el desnudo podía llegar a una actitud objetiva y estética del cuerpo. Mientras que con su erotismo, aún con las prendas femeninas, contribuía a despertar su fantasía. Pasado el tiempo se olvidó de todas las interrogantes que lo obsesionaban y prefirió dejar la solución del problema a sus lectores.

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LAS SIETE PUERTAS DE LA TORRE GÁLATA

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n varias ocasiones había soñado con una torre parecida a la de Babel, y ahora que me encontraba frente a esta otra, no me cabía la menor duda que era la de mis sueños. El grupo que acompañábamos a la guía de turistas subimos al elevador, cuyo cubo redondo de nueve metros de diámetro nos elevó los 62 metros de altura que tiene la Torre Gálata. Desde lo más alto, a través del corredor circular y los ventanales que la circundan se aprecia Estambul, la antigua Constantinopla. La guía explicaba que Hezarfen Ahmet Çelebi, en la época del Califa Murat IV, saltando desde la torre, hizo varios intentos por volar sobre el barrio de Okmeydani; mediante alas atadas a sus brazos y ayudado por los vientos del Bósforo fue llevado a otro distrito de Estambul llamado Usrudan. Al terminar su exposición, comprendí la analogía de mis pensamientos: me miré volar como el Ícaro de un grabado expuesto en el Salón de la Estampa de la Biblioteca de Madrid. Quizá lo alto de la torre, las sensaciones temporales y espaciales, la brisa del Bósforo y del mar de Mármara me permitieron entrar en una confusión de sensaciones. El tiempo y el espacio me parecieron arbitrarios, pues éstos podían ser ocupados por varios escenarios con distintos lugares y en diferentes épocas. Físicamente permanecía en lo alto, pero mi mente evocaba la torre de mis sueños. Recordaba el cubo central y sus peldaños laterales ascendiendo por el interior. Otra torre exterior la circundaba, dejando

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entre ambas un espacio por donde se localizaban, a diferente altura, las siete entradas principales, correspondientes a pisos y corredores en espiral. Pasado y futuro podían existir simultáneamente en el presente, pensé, pero esta idea clausuró la escena que segundos antes había iniciado con la guía y el Ícaro. Por la misma pantalla mental lo vi huir desde el laberinto de Creta mediante unas alas pegadas a sus brazos con cera, por lo que al acercarse demasiado al Sol se le despegaron y fue caer al mar de Icaria. Mi vista se fijó en tres plumas que dejó en ese espacio, pero que el viento marino desapareció llevándolas hacia el infinito. La imagen fue sustituida por una analogía interna alusiva a evitar que las alas de la creatividad se derritan ante el calor del Sol. Quizá esto fue sólo el principio de la pulsión catártica. Esa noche tuve un sueño lúcido, pues en medio de la esencia onírica podía dirigir mi voluntad a donde quería ir. Volví a la torre. Me vi ascendiendo los peldaños que daban vuelta en espiral alrededor del muro. A cierta altura, después de subir varios escalones, observé las entradas laterales a distintas cámaras. Si bien mi aventura se había iniciado con el dormitar de mi cuerpo y lo volitivo de mi conciencia, el episodio comenzó cuando decidí cruzar el umbral de la primera puerta, la cual permanecía entreabierta.

PRIMER RECINTO EL ALQUIMISTA EN EL TALLER DE LOS SUEÑOS La sala en que me encontraba en esos momentos correspondía a un laboratorio de la Edad Media. Mediante un ritual desconocido, un alquimista tomó posesión de mi otro yo y en el estado etéreo en que me encontraba me llevó a través de un corredor hasta llegar el sitio donde laboraba.

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Al avanzar por el pasillo, observé una gran pantalla de televisión en la que se proyectaba una enorme ave en cuyo vientre cargaba diferentes tipos de alfabetos escritos con letras de distintos moldes. El enorme pájaro volaba acompañado por bandadas de aves menores a su alrededor. Recordé el plumaje de Ícaro y las alas despegándose al acercarse demasiado al Sol, igual que las alas emplumadas de Hezarfen Ahmet Çelebi y su aterrizaje en Estambul, que la guía turística nos había explicado. Surgió en mi mente la ciudad de Phoenix, Arizona, que en ocasiones había visitado. Su nombre resultó significativo debido al ave que vi en la pantalla. Bastaba intentar conocer su significado para que la propia esencia onírica me lo revelara. El término Fénix era el mismo que se utilizaba en otros idiomas. Encontré mucha semejanza entre el francés, el inglés y el alemán, todos procedían del latín y se referían al ave fabulosa que los antiguos egipcios relacionaban con el culto al Sol. Tiene forma de águila, pero más hermosa debido a sus alas doradas y rojas. La leyenda atañe a la muerte y el nacimiento. Cuando siente que va a morir, fabrica un nido con plantas aromáticas, al que prende fuego después de haberse echado en él. Creían que de sus cenizas renacía el nuevo Fénix, transportando los restos de su padre hasta el altar del Sol, en Egipto. En compañía del alquimista llegué al laboratorio. Me mostró una balanza cuya aguja señalaba varias escalas para calificar: peso, volumen, sustancia y contenido de los diferentes elementos incluidos en cualquier mezcla. Sobre un platillo colocó un recipiente de un litro de no sé qué solución; en el otro platillo dispuso otra unidad de medida y los pesó; posteriormente vació todo en otro recipiente, mezcló con un agitador y con voz clara salida de sus enormes barbas dijo: —El método de sustituciones puede servir como técnica en el análisis de las proporciones y distribución de los resultados. Luego me explicó el tipo de medidas, las características de las escalas y las funciones de la balanza.

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Consideré que con estos elementos podría fundamentar los análisis cualitativos y cuantitativos, dando mayor “peso” a la “sustitución” del comunicado interno, el cual tendría significados no solamente en el peso y volumen de la sustancia, sino en los “diferentes compuestos” de la mezcla, dando así distinto énfasis a la prioridad del contenido y sus respectivas interrelaciones entre elementos. Consideré que la balanza en sí constituía un símbolo, por lo cual en esas circunstancias podía tener acceso a diferentes interpretaciones, entre ellas, que es el instrumento usado para pesar, pero que por extensión, el término se puede referir a muchos otros aparatos destinados a medir otro tipo de fuerzas. En mi pantalla mental surgió la diosa romana de la justicia. Consideré que al sostener la balanza en una mano, el personaje pudiera estar asociado a varios significados, algunos sorprendentes, por ejemplo: “Atributo de la divinidad mediante el cual arregla todas las cosas en número, peso y medida”. Es la Justicia distributiva la que alcanza proporcionalidad entre beneficios, derechos, méritos y necesidades de las personas. Recordé a Ícaro y la pregunta que me había formulado respecto de evitar que las alas de la creatividad se derritieran ante el calor del Sol. De repente escuché la voz del alquimista, quien dijo a manera de moraleja: —Sopesa las escalas de análisis de tu báscula: sustancias, elementos, compuestos y mezclas con diferente peso y volumen dan distintos énfasis y prioridades al contenido; sustituye e interrelaciona sus elementos y, como el ave Fénix, aunque te desplumes, vuela hacia el Sol, para morir y renacer cuantas veces sea necesario.

SEGUNDO RECINTO EL LINGÜISTA Y LA GEOMETRÍA Decidí salir de aquella cámara y continuar el recorrido por la escalera espiral. Penetré la siguiente puerta. Allí nuevamente me encontré al ave Fénix.

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Continuaba cargando en su vientre los alfabetos, mismos que entregaba a un personaje que, luego supe, era lingüista, pues en esos momentos hacía una serie de prácticas con letras, palabras y distintos símbolos. Mediante un mecanismo de telepatía interpretaba su pensamiento. —Para expresar una relación entre el emisor y el receptor, trato de establecer una igualdad equivalente entre la fonética de la palabra oral y la escritura de los signos, y encontrar en un pentagrama la correspondencia de posición de los sonidos y grafías. Seguramente esto lo derivaba a otro teorema geométrico que en ese momento interpretaba: —Si en una línea se localizan puntos equidistantes a otra línea recta, ambas son paralelas. Yo, mentalmente le contestaba. —Es que una cosa es la fonética y la escritura y otra la geometría. Aunque en forma independiente cada una de estas expresiones, hablada o gráfica, tiene una relación paralela y visual de comunicación. Alzó la vista y me miró compasivamente. —De eso se trata —respondió en el mismo código telepático. Entonces interpreté su mirada con sentimientos que me tildaban de estúpido. Al sentir aquella onda, algo de la parte racional de mi conciencia salió de algún sitio de mi hemisferio derecho. Mi lógica, el ego y la soberbia hicieron que se proyectara más mi estupidez, así que con un tono doctoral le contesté: —Las diferencias y semejanzas de este ejemplo tienen la analogía siguiente: Las voces que se manifiestan en ese teorema difieren en su fonética, al igual que la pronunciación de sus palabras habladas, pero sus signos se plasman gráficamente con letras —y para remarcar esa sentencia, añadí—: Ese principio corresponde a una fonética y a un alfabeto gráfico unidos por vocales y tildes en su acentuación. Nuevamente alzó la vista y me miró con aquella manera compasiva que tenía, como diciéndome:

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—Pobre pendejo, éste que está aquí quién sabe quién me lo mandó. Sin embargo, como involucrándome en su trabajo, me preguntó: —¿No te parece significativo el estudio que estoy realizando? —Me parece muy jalado de los pelos —dije tratando de no molestarlo, pues veía que aún continuaba absorto en su elucubraciones lingüísticas—. ¿Qué tiene que ver la geometría con la fonética y la escritura? —pregunté insistiendo en la objetividad de mis argumentos. Pero él, sin hacer mucho caso a mis planteamientos, persistía en los suyos. —Los espacios que se corresponden a las sílabas de cada palabra pueden ser o no equidistantes a los renglones que funcionan como líneas paralelas. Así que las sílabas y consonantes que en cada línea se corresponden, mediante su interpretación, llegan a leer e interpretar frases muy rápidamente. —¡Pendejadas! —le dije—; en este caso los espacios, las letras, las sílabas y las palabras no cuentan. Lo que tiene que ver son los signos de puntación; ellos son los dan a la expresión el ritmo y la armonía. Fastidiado, salí de ahí y lo dejé con sus disquisiciones lingüísticas. Me dispuse a salir de aquella cámara. Cuando la abandonaba, ya en otro nivel de consciencia y a punto de entrar a la siguiente puerta, me quedé pensando cómo debería considerar aquella mirada compasiva que me lanzaba el lingüista cada vez que lo contradecía y si verdaderamente su postulado geométrico tendría algo que ver con la fonética y la escritura. Entonces, antes de cruzar la siguiente puerta, mentalmente percibí otra vez su mirada y escuché la voz que me contestaba: —Estoy componiendo la taquigrafía de los ideogramas chinos, ¡pendejo!

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TERCER RECINTO RINO Y YO Mi cuerpo salió de aquella sala por la misma vía, entre el sueño y el ensueño, lo cual me permitía mantener un enlace con mi doble. Ahora penetré en otro cuarto. Era lóbrego y sólo por su andador se reflejaban fulgores de luces de colores, en esa forma el otro jugaba con mi silueta y su entorno. —¿Todas las sombras son obscuras? —pregunté. —¡No! Dependen del colorido y lugar donde se proyecten — contestó. Sin decir más salió por la puerta por donde llegó. Ya lejos, alcancé a escuchar: —En mi próxima visita traeré un acompañante. Con el tiempo aprendí a conocer mejor al otro. Algunas veces se me aparecía en sueños, vestido con gabardina sobre los hombros. Periódicamente, mis evocaciones me permitían rescatarlo del clóset donde bien oculto lo guardaba, pues temía que al volver a llamarlo se escapara. La confusión mental y el temblor de mis miembros habían llegado al extremo. En la oscuridad de mi paranoia exteriorizaba ideas verbales sin ilación, mi razón y la morosidad de la memoria se veían perturbadas y era cuando tenía aquellas otras interpretaciones de la realidad. Cuando alucinaba, me venían aquellos delirios de persecución y se manifestaba mi otro yo. De pronto, y como me lo había anunciado, en medio de aquella nube onírica, apareció cabestreando un rinoceronte. El sonar de cascabeles en su collar me despertó. Al principio me sorprendió. Aún así me gusta verlos en forma distante. Poco a poco el estupor empieza a desaparecer, al grado de permitirles mayor confianza. Ambos se acercan a mi cama. Al aproximarse, escuché su pesada respiración. Tiene una cabeza larga, con orejas altas, alargadas, un solo cuerno nasal y todo su cuerpo acorazado por la piel. Sus patas cortas tienen tres dedos o pezuñas. Siento en mi cara el hedor de su aliento húmedo. Aún despierto no me explicaba la forma como mi otro yo había logrado penetrar tamaña mole por la puerta del centro psiquiátrico.

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—Si quieres te lo dejo. —¡No! —le respondí—. Necesitaría una plaza de toros para alojarlo. —Imagínate cómo me vería rinocereándolo en traje de luces. Como esos que guardo en el clóset. —Bueno, de todas maneras te lo dejo. Fue así como Rino terminó viviendo conmigo, confinado con otros pacientes en el pabellón donde me encontraba. Ahora me sorprendo que ellos no se espanten y ni caso le hagan cuando aparece caminando hacia mí por el corredor. Despierto, expreso al terapeuta mis visiones y lo que simbólicamente querían expresar mi doble y el rinoceronte. ¿Serán las sombras y los colores que ambientan sus imágenes cuando los veo? ¿Será su coraza? ¿Será su cuerpo? ¿Será el traje que viste mi otro yo? Algo de todo eso debe ser. Con ansia ahora espero de nuevo a mi doble. La última vez que vino me dijo que ahora traería al unicornio.

CUARTO RECINTO MI CHICA PLÁSTICA La vi en el siguiente espacio al que llegué, espacio ahora transformado en un mall o gran almacén moderno. Los corredores de estas galerías, sus escaparates, los pasillos y las salas tenían como característica principal que todo, todo era de plástico. Durante el sueño lúcido, motivado por la atmósfera de ese pasaje, llegaron, precisamente allí, a mi propia imagen, los recuerdos… Por la década de 1950 conocí a mi chica plástica. Aún recuerdo muy bien lo admirable de su cuerpo, que lucía como vendedora entre el escaparate donde anuncian varias marcas de productos de fantasía y juguetes. Sentí que me atrajo y coqueteó. Pensé que a pesar de todo ese artificio, ella sólo quería divertirse conmigo.

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El maquillaje de sus mejillas, el lápiz labial y el spray para el pelo de varios olores y colores me permitían verla esplendorosa. Aunque no usaba gafas, las diversas tonalidades de sus ojos, verdes o azules, eran de plástico intercambiable. Por su peluca rubia estimé que era europea. Me di cuenta que pestañas y uñas eran postizas. Su voz, media quejumbrosa y acariciante, parecía disco fonográfico. A pesar de todo, me atraían el perfume que manaba de su piel, la mirada y la extravagancia de aquella movilidad lúdica y voluptuosa. Las zapatillas de tacón alto y las medias nylon moldeaban unas piernas blancas bien torneadas; y el porta bustos y el vestido eran de plástico impermeable. Consideré que gracias a ese sistema aislante, ni el agua ni la humedad penetrarían los materiales de este ropaje. Eso sí, enjuagados por encima y con Fab, deberían ser muy limpios, lavables y espumosos. Hasta llegué a imaginar que una empresa francesa, de esas dedicadas a elaborar modelos para el mercado multiorgásmico artificial, la había confeccionado en serie, pues me parecía una modelo muy evolucionada de muñecas Barbis, Cherys y Marylin Monroe que en cierta ocasión vi en una de esas tiendas de sex shop. Yo era joven todavía y los ojos se me salían de las órbitas, pues por primera vez en mi vida tuve oportunidad de contemplar e interactuar con una chica plástica. Mis encuentros con ella se hicieron más frecuentes, hasta que brotó mi instinto; se me despertaron las ganas de tocar y acariciar aquella auténtica muñeca. Pelo y pestañas estaban duros, creo que por la cantidad de spray que se ponía. Mis manos palparon un vestido de acrilán, frío; cuando quise acariciar sus senos resultaron ser esponjas de silicón, confeccionados para que parecieran más frondosos. Mi tacto aventurero bajó a la cintura y me topé con una faja o corsé de látex con la flexibilidad del caucho, mis manos se prolongaron a sus pompis, las cuales también resultaron ser postizas, quizá de alguna resina sintética. A pesar de todo, sus movimientos de cintura y cadera eran lúbricos.

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La llevé a la cama y su delicada piel podía estirarse como chicle; si bien no se pegaba, se resbalaba fácilmente por los labios, como los plásticos. En un impulso de furia y decepción, al darme cuenta de la elasticidad que tenía, empecé a retorcerle el cuello. Mi modelo, aquella genuina anatomía humana, se fue desinflando, hasta que la mujer quedó reducida a un globo plástico. Con brusquedad le quité la melena, las pestañas, la dentadura, las tetas y pompas postizas; con todas ellas hice una bola y con el zapato la aplasté como tortilla. Allí la dejé, estrujada y hecha una gelatina. Luego, la amasé como pelota. Mi chica plástica se fue rebotando a saltos, de grandes a chicos; cambió de ritmo y de rumbo. Se fue rodando para caer al caño del drenaje.

QUINTO RECINTO LOS COSMETÓLOGOS —Como no te gustó tu experiencia con la chica plástica, te voy a llevar ahora a una de esas salas de belleza donde una empresa de cosméticos está ofreciendo lo último de su tecnología —dijo mi doble. Me dejé llevar por él y fue así que entramos al siguiente reciento, donde, en su compañía, me otorgaba la facultad de ver diferentes tiempos: el presente, el futuro cercano y el futuro lejano. Me vi en el presente, leyendo en la prensa local que una empresa internacional de cosmetología ofrecía el descubrimiento más importante del siglo para el cuidado de la piel, un aparato vibrador revitalizador que significaba una nueva dimensión en el cuidado del cuerpo. Al envejecer, nuestra piel pierde vitalidad y se reseca, mientras van apareciendo líneas y arrugas. Ahora, este producto ofrece la solución a los problemas de la piel envejecida. Este equipo trabaja enviando una corriente suave y punzante no sólo a las áreas faciales, sino a otras partes flácidas del cuerpo, pues al masajear se logra contraer y relajar porciones de la piel, obteniendo así una disminución de las grasas, con lo cual sus tejidos

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se vuelven tersos y resistentes. El vibrador revitalizador ya está a la venta al público. El tratamiento está diseñado para penetrar profundamente en los tejidos, ayuda a suavizar las líneas finas y superficiales así como sus arrugas. Es excelente para personas de edad, pues enriquecido con vitamina E le permite al cuerpo una humedad suave, limpia y tersa, profundamente juvenil, especialmente en los músculos faciales y en los pliegues o llantas del resto del cuerpo. Terminada la lectura, de repente apareció en la mente de mi doble el siguiente escenario de un futuro cercano: El invento del vibrador revitalizador ofrecido por los cosmetólogos, tiene la ventaja de hacer crecer la bolsa de los testículos, mediante lo cual los hombres podrán utilizarla como cobija eléctrica para dormir, en un rango equivalente a su propia temperatura. Por este motivo, la corporación lo está ofreciendo a la gente en diferentes países. Se espera que dentro de poco tiempo se patente otro similar para las mujeres. La esfera mental de mi doble, como telescopio del tiempo, cogió más cuerda y se fue a un futuro lejano en el que pudo visualizar la siguiente noticia: La piel del escroto ha crecido tanto en los hombres que lo están usando, al grado que ahora estas personas, sin necesidad de alimentación, vienen invernando en un eterno sueño, pues al reciclarse a sí mismos se han convertido en verdaderos balones o pelotas de piel humana. Los investigadores cosmetólogos están preocupados porque a partir de estos singulares casos de estudio predicen que el futuro de la humanidad, tanto para el hombre como para la mujer, se constituirá en un nuevo sistema de auto alimentación y reproducción multicelular y asexual. Las Naciones Unidas vienen tomando cartas en el asunto en virtud de que esta nueva entidad de autoalimentación, y reproducción cambiara la organización económica y política mundial.

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SEXTO RECINTO LA MÁQUINA DEL APOCALIPSIS Cuando dejé el quinto recinto, quedé fascinado por la facultad que me otorgó mi doble: ver en diferentes tiempos. Entonces escalé los peldaños siguientes que me llevarían rumbo a la sexta y penúltima de las estancias. Al penetrar a esta sala, mis ojos se extendieron en toda una visión periférica. En ese instante me hallé inmerso en un futuro cósmico. Se trataba de una estación interplanetaria de naves espaciales administrada por seres extraterrestres. Ellos tenían una rara identidad de antimateria. Su personalidad se reconocía por cierto número de genes-protones integrados en cadenas cromosómicas neutrónicas. En condiciones semejantes de esencia inmaterial pude identificar por su luminosidad a varios humanos que laboraban con ellos. Entonces, empleando el mismo mecanismo telepático y espectroscópico podía hacerles preguntas e interpretar su pensamiento. “Cuando estuvimos en la Tierra fuimos encapsulados y trasladados durante varios años luz hacia este otro destino. Por generaciones nuestros cuerpos y códigos genéticos se fueron reproduciendo en laboratorios de la misma nave espacial. Cuando hicimos escala en este puerto interplanetario, aquellos mismos seres de antimateria nos informaron eso. 'Eso' llevaría a la Tierra al juicio final. Era precisamente lo que había empezado a sospechar mientras viví allá.” Se referían al sistema que muchos humanos manipulaban en nuestro planeta, el cual había adquirido vida autónoma. Por lo que pregunté, refiriéndome aquella máquina del Apocalipsis. —¿El único modo de saciarse, engullir, digerir y defecar es esa forma? —Así es —me contestaron—. Extraen la energía de los recursos y habitantes de otros países e imponen sus propias normas de conducta, a los que a su vez tratan de destruirlos y exterminarlos mediante la guerra.

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En estos momentos esos mismos entes terráqueos están preparando y aceitando su maquinaria para continuar con su estructura de alimentación antropófaga y macabra. No importa la enajenación y muerte de cuantos humanos sean necesarios, al fin y al cabo, para ellos son mera mercancía. Han logrado tanto poder que han trastocado en la Tierra a un dios del más allá por otro del mas acá. —Estos mismos seres de antimateria nos preguntaban si nuestra civilización tecnológica tendría algún rasgo positivo para mejorar la vida, el entorno, el bienestar y la cultura de otros grupos y pueblos. Si podrían contar con el arte, el desarrollo personal, familiar y espiritual como estrategias de sobrevivencia y si los mismos otros humanos terráqueos tendrán posibilidad detenerlos. —¡Pero no!, al parecer todo era nocivo, corrupto y parecía que aquel aparato no tenía límites ni en el arte ni en lo físico ni en lo psíquico, aún en lo metafísico, y que era capaz de engullirse hasta sus propios creadores, deglutiendo y cambiando incluso su propia naturaleza. El desarrollo de aquella estructura mediante las grandes corporaciones y mercados internacionales poseía el monopolio de todos los procesos de producción; mantenía el control de los alimentos en la geografía del hambre. A través de procesos autocibernéticos se había integrado en una red de sistemas para dar lugar a la neuro-computadora, que a cada instante crecía. Han logrado el dominio de la energía nuclear, de la bomba de hidrógeno, del lanzamiento de cohetes para viajes interplanetarios y tienen el dominio de las comunicaciones satelitales, la industria, los transportes aéreos y terrestres. Para terminar me dijeron: —La forma de protegerlos es alejándolos de ella y contribuir con nosotros a traer más terrícolas. Desde entonces todos colaboramos con ellos, pues estamos dedicados a encapsular y traer emigrantes terráqueos. ¿Quieres acompañarnos? Antes de dar una respuesta, mi ser retornó al mismo tiempo y espacio de la Torre Gálata. Fue entonces cuando me vi ascendiendo al…

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SÉPTIMO RECINTO MI DOBLE Y YO Continué subiendo varios escalones y me introduje en la siguiente sala. El espacio parecía biblioteca y museo, estaba iluminado por una luz tenue. Había algunos estantes con libros antiguos y vitrinas de exposición cubiertas de polvo que mostraban una serie de objetos fósiles, los cuales, supuse, pertenecerían a algún coleccionista. En un corredor, al lado de este mobiliario, se localizaba una enorme piedra, soportada sobre una base de madera; allí se encontraba trabajando mi doble en una escultura de pegasos cuyas alas me recordaron a Ícaro; sin embargo, al admirar aquella obra, ignoraba si el otro la podría concluir. —¿Tú eres mi doble? —pregunté. En respuesta a nuestros sentimientos recíprocos, sentí una onda creativa de poder que manaba desde lo más profundo de su ser, la cual, como un presagio de inspiración, proyectaba hacia mi propio ente. Aquella percepción de imágenes dobles observada en mi sueño, semejante a las reflejadas en un espejo, nos permitía sentir al uno por el otro una enorme empatía. Bastaba pensar o hablar lo que se quería decir para que uno y otro nos lo respondiéramos. Al lado del pedestal donde se encontraba trabajando mi doble, observaba un artefacto hexagonal de madera; en cada lado convergían cajones de forma triangular hacia el centro del artefacto, el que, se sostenía sobre dos brazos verticales que atravesaban su eje horizontal, mediante el cual podía girar como si fuera una rueda de la fortuna de juguete. Uno de estos compartimientos guardaba las herramientas empleadas por el escultor. En el resto de los cajones triangulares encontraba recortes o molduras para pintar cenefas sobre las páginas de algún libro. Posteriormente lo vi consultando un texto desconocido por mí.

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Al despertar, ya en otro nivel de realidad, intentaba interpretar y dar significado a aquellas visiones de mi inconciente encontradas en las siete moradas de la torre, principalmente las referentes a sus personajes: el alquimista, el lingüista, Rino, la chica plástica, los cosmetólogos, la máquina del Apocalipsis, mi doble y yo.

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EL MISTERIO DE EVA Y SU PROFESOR

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arcelino llegó al aeropuerto de Manchester, recogió su equipaje, pasó por Migración y Aduana, salió y tomó un taxi para trasladarse a Stockport. Durante el trayecto pudo apreciar a lo lejos, semejantes monumentos arqueológicos, chimeneas antiguas de grandes factorías sin funcionar. Esto le permitió recordar que se encontraba en el área donde se inició la Revolución Industrial. Frente al río y bajo un enorme puente construido de ladrillo rojo se ubican una amplia central camionera y la red del ferrocarril eléctrico conectada a varias ciudades del país. Al bajar del taxi, observó edificios modernos y antiguos caracterizados por arquitecturas Victoriana, San Jorge y Tudor. Por la Avenida Wellington se ubican el College y la biblioteca pública de esta comunidad aledaña a Manchester, donde anualmente se imparten cursos de artes y técnicas, entre ellos de literatura, los cuales se apoyan con los servicios de esta biblioteca. Mediante un intercambio cultural gestionado por el grupo literario de la comunidad y el colegio, el maestro Marcelino Ibarrenachea, de origen español, visitaba en esta ocasión el centro educativo; debido a su experiencia había participado en otros intercambios similares en Latinoamérica, particularmente en Veracruz, La Habana, Cartagena y Lima. Marcelino era soltero y sesentón, blanco, de ojos café, alto y robusto. Su cabellera larga teñía abundantes canas, al igual que sus bigotes y barba, ésta era blanca, larga y cerrada. En la Universidad de Pamplona impartía una cátedra de tiempo completo de literatura y en esta ocasión fue llamado para impartir un curso de verano. Después de haberse instalado en un bed and breakfast ubicado en la calle Lyme Groff, salió a comprar algunos quesos y jamones al mercado

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y aprovechar parte del día para vagar por el pueblo antes de presentarse con los directivos de la Comisión del Intercambio Cultural, en el mismo sitio del College. Mediante una guía turística se enteró que el nombre de este suburbio se debe al barón Robert Stockport. Los antecedentes históricos de la comunidad datan de proclamas del año 1260 alusivas a la promoción de productos agropecuarios, las cuales hacían referencia al intercambio comercial que para entonces se efectuaba en el sitio donde se ubica el mercado. Precisamente el año en que el barón Stockport fue presentado ante el rey Enrique III, por el hijo de éste, el príncipe Eduardo. El mercado actual se ubica frente a la iglesia de Santa María. Este espacio constituye el centro del pueblo. Desde esta área central empezó a desarrollarse el resto de la comunidad, la cual tiene más de 700 años de antigüedad. Durante mucho tiempo fue el sitio donde los voceros oficiales leían las proclamas y edictos de asuntos locales, domésticos y nacionales. A lo largo de los siglos el mercado pasó por diversas transformaciones, desde ser un mercado abierto, a un lugar cerrado, pues para 1860 la comisión de gobierno ordenó su cobertura mediante una estructura metálica con cristales. En la actualidad se conservan los dos tipos. La población de esta parte de Manchester llega a medio millón de habitantes, pues posee una planta industrial importante de textiles y armado de aviones. Durante este recorrido visitó también la exposición de pintura del colegio de Stockport, el cual ofrece más de 100 cursos prácticos y ahí se localiza el mausoleo dedicado a las 3 000 personas caídas durante la guerra con Alemania. Abordó un tren eléctrico y se dirigió al centro de la ciudad de Manchester. Desde allí caminó para visitar y conocer otros barrios y restaurantes chinos e hindúes, al igual que la Universidad de Manchester, en particular su Museo de Ciencias Naturales, el cual incluye colecciones de geología, paleontología, peces, botánica, vertebrados, etnología y arqueología. Era medio día y a esa hora le admiró la gran cantidad de gente de la tercera edad que encontró. Pensó que los jóvenes, como era obvio,

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estarían trabajando o estudiando. Recordó que debería presentarse ante la comisión de intercambio en el mismo sitio del College. Marcelino se presentó con los directivos del intercambio. Los alumnos lo estaban esperando en el aula, se presentó ante el grupo y comentó sobre el plan de estudios; mediante varias preguntas pudo evaluar el nivel y la experiencia literaria que tenían sus alumnos. El grupo estaba constituido por latinos y jóvenes practicantes de narrativa adscritos al College y la Universidad de Manchester que hablaban español e inglés. Se enteró que éstos periódicamente se reunían en un círculo literario para escuchar, corregir y comentar sus creaciones. Al terminar su encuentro en el colegio, por ser el primer día de clases, los alumnos, a manera de bienvenida, lo citaron en uno de los pub del barrio. Localizó el bar o pub, el Red Bull, donde ya se encontraban algunos estudiantes de su curso de literatura, de educación no formal. Del grupo ahí reunido, quien atrajo más su atención fue Eva, una jovencita de origen hindú, de 26 años y estatura regular. Tenía la cabellera negra y larga, piel canela y ojos negros; usaba sari sobres pantalones de seda para cubrir su esbelto cuerpo. Toda su anatomía era una golosina, como los alimentos hindúes cubiertos con curry. La vestimenta hacía resaltar las curvas de nalgas y muslos; calzaba zapatillas de tacón alto, lo que convertía sus andares en un movimiento ondulatorio de caderas. Más tarde se enteraría que Eva practicaba determinado tipo de danza hindú acompañado con música tradicional, disciplina que le permitía cultivar un cuerpo armonioso. La vista de aquel trasero lo puso de buen humor, pues la belleza de ahí surgida consistía en la manera en que las movía y en la inocencia que conservaba, especialmente por el gesto de ingenuidad, lo que le daba un toque de ternura y seducción cuya atracción invitaba a transgredir todo tipo de normas. Los estudiantes pidieron tarros de cerveza y mediante algunos diálogos interactuaron con el maestro. —Díganos, ¿cómo va a desarrollar el programa? —El propósito del taller es que, al finalizar el curso, todos tengamos algunos cuentos y poemas susceptibles de publicarse.

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—¿Habrá lecturas especiales? —Vamos a tener lecturas en español e inglés de varios autores relacionados con la psicología de la creatividad, el erotismo y la poética en la narrativa. Al igual que el estudio de algunos mitos aplicados a su interpretación. —¿Tendremos algunos ejercicios? —Las vamos a reforzar con algunas prácticas que ciertos autores han definido como desatino, ensoñación y psicomagia —continuó explicando. —¡Huauuu! —exclamaron varios—, va estar interesante. Otros estudiantes le preguntaron por algunos antecedentes personales, profesionales y experiencias de capacitación realizadas en España y otros países. —¿Cuál fue su experiencia más cachonda? —preguntó otro. —Ya se las contaré en el curso —contestó. Después de tomar varias cervezas, charlotear, pedir algunos bocadillos y pagar cada quien su cuenta, se despidieron, no sin antes refrendar el propósito de estar el próximo inicio de semana en la biblioteca. La única que lo esperó fue Eva, quien amablemente accedió a llevarlo en coche a su casa. Al sentarse al lado de ella, la primera sensación que percibió fue la fragancia sutil de su perfume que armonizaba con la música clásica proveniente del estéreo del automóvil. —No pareces latina —dijo Marcelino. —No. Mi familia es de origen hindú. —¿Tienen tiempo de radicar aquí, en Manchester? —Mis hermanos y yo nacimos aquí. Mis padres llegaron de la India muy jóvenes. —¿Has viajado a la India? —Hace algunos años, con mis padres. Aún tenemos parientes y familia por allá. —¿Tus padres trabajan aquí?

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—Sí. Tienen una empresa de importación y comercialización de piezas artesanales procedentes de la India. Las exponemos en una galería, en el centro de Manchester. ¿Te gusta la comida hindú? Me gustaría invitarte a que la probaras, pues también tenemos un restaurante especializado en estos platillos. Se despidieron al llegar a la casa donde se hospedaba Marcelino, no sin antes reiterar el compromiso, por parte de ella, de elegir una fecha para invitarlo a saborear la comida hindú.

El día de clases, el maestro entregó el plan de estudios de su curso, la bibliografía a consultar y ser leída y los objetivos que se esperaba lograr durante el desarrollo del taller. La sesión continuó con algunos ejercicios a partir de una serie de palabras sugeridas por el maestro, la exposición de trabajos por parte de los alumnos, comentarios críticos por parte de ellos y correcciones y observaciones por parte del maestro, sistema que se repitió a lo largo del curso. En otra de las clases, Marcelino explicó algunos elementos en la narrativa relacionados con el erotismo, expuestos en el libro La mente erótica.* —El objetivo de este ejercicio consiste en exponer algunos principios e ideas básicas relacionadas con el erotismo, y aprovechar literariamente los factores y enfoques que el autor expone en su obra, quien por cierto refleja una gran experiencia sobre el tema, ya que en las últimas dos décadas se ha venido dedicando a la investigación sobre este asunto. En su libro se puede apreciar todo un corpus teórico relacionado con este aspecto. De modo que, si conocemos la teoría o los principios teóricos en que se sustenta el erotismo, estaremos en mejor posición de aplicarlos a la narrativa.

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Jack Morin. Ediciones Aguilar Alatea, México.

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A medida que el maestro explicaba los diferentes aspectos a discutir, anotaba en el pizarrón los factores y elementos que consideraba importantes. Los procedimientos que vamos a utilizar consisten en una síntesis resumida de los principios y conceptos básicos relativos al erotismo; los cuales pueden ser considerados como elementos comparativos a ser utilizados en nuestro taller. Es necesario entender que la teoría de donde se derivan constituye sólo una guía, por lo que, mediante nuestra imaginación e interpretación, deberemos desarrollarlos y aplicar a los temas literarios mediante formas de expresión que como escritores deseemos realizar. Abocándonos al tema, vale la pena comparar algunos aspectos del hechizo y la atracción en el momento en que una o dos personas sienten el “flechazo”. En relación con esto conviene explicar expresiones conocidas entre los artistas y escritores como “ponerse en trance”, o bien el alucine y la fascinación y señalar la forma en que influyen los obstáculos en el erotismo, los cuales van a estar muy relacionados con la excitación. Los factores que podríamos involucrar en la atracción serían: El anhelo cuya vehemencia abre una puerta a la ilusión, con ella se despiertan el ansia, la inspiración y la aspiración. Estas fuerzas se mueven en nuestras consciencias y se manifiestan en diferentes formas reales o imaginarias, las cuales mediante el trance, alucine, fascinación, delirio o desvarío despiertan sensaciones en el cuerpo, acompañadas por nuestros instintos y fantasía. La mente lo va a expresar literariamente, si aprovechamos esos estados exaltados para traducirlo en un acto creativo. Es decir, al emplear como elementos eróticos generadores en la ilusión y el anhelo, vamos a lograr un nivel de inspiración, por lo que al emplearlo con un énfasis intenso, como efectos afrodisíacos de excitación, esperamos expresar una fascinación en el lector al incluir en nuestra narrativa los escenarios, personajes, situaciones y acciones empleados en el tiempo, en el espacio y en la trama; especialmente cuando la narrativa va dirigida a una persona de sexo opuesto, nuestra mente selecciona las cualidades más atractivas de su cuerpo, minimizando las demás.

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Esa ilusión mental erotizada en la imagen favorita, debida a la carencia, ausencia o añoranza de ella, compensa nuestra falta de disponibilidad y constituye la dificultad que se desea proteger y desarrollar en la narrativa mediante el recuerdo y la fantasía. Las fantasías que llegan a obsesionarnos, obtienen trascendencia erótica principalmente de oportunidades perdidas, que pudieron ser o que casi fueron; es decir, situaciones que sin llegar a consumarse, permanecen en nuestra memoria. Pero podemos aprovecharlas si las expresaremos en forma estética y literaria. Pero va a ser como escritores cuando con imaginación, fantasía y fuerza erótica se va a manifestar en cada uno de nosotros mediante una organización y estructura temática, con trama y urdimbre singulares. Esto lo debemos de tener claro en cuanto a la textura del fondo, la forma y la variación, las cuales van a constituir los signos de la relación y la interacción humanas, no solamente la sexual sino cualquier otro tipo que podamos describir y calificar como aprendices de escribidores. Estas características las podemos identificar en la medida en que desarrollemos la literalidad del erotismo en la literatura. —Por lo que acaba de explicar, existen ciertas condiciones psicológicas en las que se manifiestan las fantasías eróticas y que describiéndolas podríamos aprovechar como elementos literarios. ¿Es así? —preguntó alguien del grupo —Así es. Creo que todos nosotros, en algún momento de nuestra vida, hemos tenido fantasías eróticas. De acuerdo con el autor, éste hace referencia a que los obstáculos intensifican la excitación. Éstos pueden ser sucesos casuales e impredecibles, o bien algunos estímulos o sensaciones que pueden provocarnos una respuesta. Casos como “las fantasías, las fascinaciones eróticas y los juegos sensuales” introducen ilusión en el encuentro, otras veces la no disponibilidad de sus protagonistas contribuye a establecer un ansia en la que los actores no pueden sobrevivir sin ella. Los escribidores sensualistas, cineastas y músicos hábiles aprenden a describir, filmar o tocar en formas y estructuras que incrementan la ilusión en lugar de reducirla. Por ejemplo, el coqueteo funciona a cierta distancia

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entre la que coquetea y el que se deja coquetear. La imaginación activa la posibilidad de reducir esta distancia. El coqueteo, como motivación, cuanto más prolongado e intenso es, mayor es la ilusión y mas poderosos el deseo y el interés. —Si embargo debemos diferenciar la relación erótica real, a la de un relato literario. —En el primero se está viviendo, y no siempre se está consciente de algunos de estos factores. En el otro, conscientemente se esta fantaseando y jugando con esos elementos. Es en éste último, donde la imaginación y fantasía puesta en práctica, el escritor, describe su narrativa sensualizando los sentidos. Será en la trama de nuestra narrativa donde tendremos que desmenuzar estos factores mediante diálogos, pensamientos y voces de los protagonistas y su problemática. Posteriormente estudiaremos otros factores —continuó explicando el maestro—, que pueden emplearse como “activadores o generadores máximos” para contribuir a una mejor narrativa en la descripción de experiencias eróticas, tales como la violación de prohibiciones y normas o la búsqueda de poder. Durante las siguientes sesiones, Marcelino leyó algunos párrafos de las obras de dos autores, a partir de las cuales derivaron otros ejercicios. La primera se refirió a Georges Bataille: Erotismo y Transgresión, quien cita lo siguiente: El encuentro erótico es imprevisible; constituye una irrupción en el tiempo, a la vez que un punto de anclaje, es fortuito y fugaz. Si se llega a converger por casualidad, ese instante es irrepetible. La imagen o imágenes de su cuerpo en la memoria erótica es el recuerdo persistente, en cuanto al pasado y al futuro. Su fuerza se difumina sobre la sustancia de los sueños, de lo imaginable, lo que queda de él, es un signo, un símbolo que se disemina en la consciencia. El momento del “encuentro erótico” es un lazo de continuidad entre

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los seres, es la aprobación de la vida hasta la muerte. Su ruptura, la provoca el trabajo cotidiano.

La otra cita fue tomada de Octavio Paz en La llama doble. Amor y erotismo, donde señala: El encuentro erótico comienza con la visión del cuerpo deseado […] la asimos con nuestros brazos […] no obstante, es ilimitada. Al abrazar a la presencia, dejamos de verla […] Existe una […] (sic) dispersión del cuerpo deseado: vemos sólo unos ojos que nos miran, una garganta […] el brillo de un muslo, la sombra que desciende del ombligo al sexo. Cada uno de estos fragmentos vive por sí solo pero alude a la totalidad del cuerpo […] Nos perdemos como personas y nos recobramos como sensaciones. A medida que la sensación se hace más intensa, el cuerpo que abrazamos se hace más y más inmenso. Sensación de infinitud: perdemos cuerpo en ese cuerpo. El abrazo carnal es el apogeo del cuerpo […] También es la experiencia de la pérdida de la identidad: dispersión de las formas en mil sensaciones y visiones, caída en una sustancia oceánica, evaporación de la esencia…

Los comentarios de los textos de aquellos autores contribuyeron a discutir con los alumnos el sentido de contemplar el erotismo no sólo a través de los sentidos, sino también desde una visión estética transpersonal, en la que su ser, quien a riesgo de perder el tino y volverse un desatino, hablará desde adentro, de esta manera podría esperarse un momento en que, separando el ego, podrían sentir y expresar poéticamente su otro yo. De aquí que, durante el desarrollo del curso, les dijo que para aprender a identificar diferentes niveles de la realidad habría que prepararse para ser “aprendices de brujos”, para ello ejercitó junto con los estudiantes algunas prácticas. —El manejo de la “atención alterada”, puede llevar a niveles de consciencia de mayor objetividad, lucidez, intuición, sublimación,

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incluso llegar al éxtasis, sin perder nuestra consciencia. Si en esos momentos somos capaces de concentrarnos en algunos niveles de atención; dirigiendo nuestra energía imaginativa, podremos describir escenarios, situaciones, protagonistas, imágenes simbólicas, recuerdos, ensueños y hasta sueños lúcidos.

A medida que el curso avanzaba, te diste cuenta que si con estas propuestas generabas en los alumnos una motivación durante el proceso de enseñanza-aprendizaje, las prácticas y referencias anteriores podrían ser más enriquecedoras. Entonces, como coordinador del curso, fuiste percibiendo, primero intuitivamente, luego de forma consciente, la manera en que algunos miembros iban expulsando ciertos contenidos inconscientes en los momentos que expresaban su narrativa, tales como emociones especiales o sentimientos afectivos, otras veces, de arrobamiento y embeleso; esto llegó al grado que lo empezaste a cuestionar. Algo como una corriente empática de supersensibilidad, sin ser aroma de perfume, se captaba en el ambiente. Como instructor te impresionaba esta situación, particularmente por el conjunto de emociones que percibías o creías percibir en el grupo. A pesar de que los estudiantes eran mayores de edad y que en esos momentos estaban abstraídos en su trabajo, el único que empezó a sospechar de esa experiencia subjetiva eras tú, o yo, como tu propia conciencia, sumergida en la persona de Marcelino que en ese momento representaba el papel de maestro. Se desplegaba como una fuerza psíquica instintiva, eufórica, que se difundía por tu cuerpo. Aquel impacto se convirtió en tema de indagación; por este motivo recordaste haber comentado con el grupo la realización de un ejercicio relacionado con el erotismo y la sensibilidad poética, el cual se refería a la expresión de la sensualidad de los sentidos, en tanto sensaciones. Te preguntaste por la forma y los antecedentes como se había iniciado. Sentías que, al igual que un acto creativo, se gestaba la apertura en tu mente de un conocimiento germinal.

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Te cuestionabas el motivo que podría influir en ti y la forma como podías definirlo. Desconocías si todos o sólo algunos sentirían o proyectaban ese tipo de respuesta. Ignorabas si se preformaba dentro de ti o en forma externa generada en el grupo. Si la impresión era externa, te cuestionabas por la persona que estaría difundiendo esos sentimientos esparcidos con tal fuerza psíquica. En esas circunstancias, esperabas armarte de voluntad y encontrar un mejor momento para racionalizar esa situación, que cada vez percibías más exigente: analizar mejor su significado, comprender y establecer mejor una relación de afecto y de respeto con quien intuías era el motivo de aquellas sensaciones. Concluiste que ella era la que, como en un espejo, los estaba proyectando. Te preguntaste si ella sentiría la misma empatía en la forma como tú lo estabas sintiendo. Debido al ejercicio de sensibilidad que realizaba el grupo, supusiste que ese sentimiento se generaba entre los estudiantes, en particular Eva, al momento que ella escribía una composición poética para cumplir con la tarea del taller solicitada por ti. En ese instante te parecía se estaba suscitando en ti un proceso de inspiración interna en busca de expresión; desconocías si tú mismo lo estabas impulsando, si todo el grupo influía para generarlo o era sólo un espejismo lo que te tentaba, una serie de elementos imaginarios de tu mente calenturienta sin que nada tuviera que ver con la situación externa. Hiciste remembranza de los párrafos de Georges Bataille y Octavio Paz respecto al encuentro erótico, quienes dicen: “…es imprevisible, constituye una irrupción en el tiempo, a la vez un punto de anclaje, es fortuito y fugaz, si se llega a converger por casualidad, ese instante es irrepetible […] comienza con la visión del cuerpo deseado […] la asimos con nuestros brazos, no obstante, es ilimitada”. Pero también recordaste a “las lolitas”, “fans” o, más que “fans”, hijas adoptivas muy jóvenes de algunos intelectuales mayores de edad, que habías conocido durante los años en la universidad, y la forma como se

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manifestaban entre ellos esas relaciones, consideradas por ti ridículas y desfasadas. Independientemente de los rasgos físicos y las diferencias de edad, ellas creían sentir algo de lo que personalmente carecían. Reflejar aquella imagen intelectual que podría emitir un brillo debido a la relación afectiva mediante un milagro de “osmosis”. Ellos, por su parte, se veían reflejados a sí mismos en ese resplandor que los cegaba, pero que les permitía admirarse y satisfacer su propio ego mediante la aventura y las relaciones sexuales a partir del atractivo femenino que se les ofrecía, permitiendo las caricias en la esbeltez de su figura y en la juventud. Con toda aquella ilusión manifiesta, considerabas que a las dos partes les permitía fantasear por los caminos insólitos de su erotismo. Años después, al volverlos a ver en la universidad, te diste cuenta que permanecían desinflados y vacíos, como las botellas de Coca-Cola cuando se les ha salido el gas. Por último, también evocaste aquellas leyes físico-químicas de atracción y repulsión, basadas no sólo en caracteres de semejanza y diferencia de los elementos, sino en la de los contenidos de los compuestos químicos, llamados “afinidad”, donde los procesos muestran la obra de su interacción. Durante varias noches, entre la hora de vigilia y el sueño, trataste de desarrollar tu imaginación y canalizar aquella energía. Consideraste el estudio de caso como la mejor alternativa posible, para aprovechar esa fuerza en otro nivel de realidades y realizar, junto con ella, un sueño lúcido, un vuelo a profundidades de la otra existencia. Te quedaste medio dormido recordando aquel son veracruzano de La Bruja que dice: Ay qué bonito es volar / a las dos de la mañana / A las dos de la mañana, / Ay que bonito es volar / ay mamá / Volverme lechuza / una calabaza / y aterrizar en los brazos / de Juana. Aquella ingenuidad musicalizada en el son veracruzano te permitía fantasear al imaginarte un practicante de brujo, especialmente cuando lo tomabas a chacoteo; era entonces cuando más te lo creías, al grado que en algunas ocasiones, con el afán de mover tu imaginación a otro tipo

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de realidades, practicabas los ejercicios explicados por Castaneda en Las enseñanzas de Don Juan y en otros libros suyos, especialmente entre la hora de vigilia y el sueño. Una de esas prácticas recomendaba concentrarte y ordenar y dirigir a tu otro yo hacia al encuentro con ella. La razón era que querías estabilizar tus sentimientos y poder explicar la experiencia del impacto afectivo tenido con Eva. Después de algún tiempo de ejercitar alguna de esas prácticas, en las cuales te trazabas un plano de coordenadas en el espacio y el tiempo y aplicabas un gran esfuerzo debajo de tu ombligo para lograr movilidad y desplazamiento a otras dimensiones; fue en una de esas ocasiones en la que por un instante, de repente, te diste cuenta que te hallabas en la ciudad de México, en lo alto de la montaña rusa en el parque de Chapultepec. En esas circunstancias, mediante un esfuerzo muy grande por no permanecer dormido, aflojaste la tensión que sostenía la masa de tus huesos y empezaste el ensueño. Te diste cuenta que percibías doble, desde dentro y desde fuera; entonces, al salir del sueño recordaste tus propias palabras: “Me vi bajando a toda velocidad en uno de los carros. Mi otro yo trataba de encontrarla y sostenía con los brazos en alto un enorme cartón con su nombre escrito, como hacen en las salas de arribo de los aeropuertos, esperando que ella surgiera de entre los pasajeros para venir a mi encuentro. Me sustraje de todo cuanto me rodeaba; intenté sostener la visión y la atención manteniendo el foco del sueño en el otro lado de mi conciencia. En ese instante, como en un rompecabezas, se integraron las dos realidades en una sola pieza del escenario. Logré hacer coincidir el tiempo de mi vida diaria con la otra realidad a fin de estar preparados ambos para iniciar la experiencia del viaje. Impulsé mi cuerpo y me encontré con ella. Fue entonces cuando volamos juntos tomados de la mano.”

En esa dimensión recordaste haberle preguntado en son de reproche: “¿Qué te has propuesto?” al no encontrar una respuesta, agregaste: “Ambos

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deberemos tener la entereza y el control para encontrar, cada quien por su camino, la intención de nuestras aspiraciones.” Te diste cuenta que no percibías desde donde estabas contemplando la escena; si era desde dentro o desde fuera del ensueño. De todas maneras ahora el cambio de contexto y personaje en la historia se centraba en ti, pues volviste a la infancia. Te viste cuando eras niño y estabas en medio de todos tus compañeros de la escuela primaria. Por alguna razón comprendías el no haber aprendido a socializar con niñas de tu misma edad. Recordaste que en aquella época la educación que recibiste en el Colegio Lecaroz, en el Valle del Baztán, Navarra. Era una escuela exclusivamente para varones. Entendiste también que desde aquellos años de infancia, cuanto más íntima era la amistad, más se reducía el número de amigos del mismo sexo, y que éstos correspondían a los que todavía conservabas. En ese momento del ensueño captaste otro tipo de amistad, el que se da con la flora, la fauna y la Tierra y sentiste un amor filial por todo ello. Pero en el caso de las niñas había sido distinto. Ahora percibías que la amistad con Eva podía atravesar no tan sólo la ecología, sino, edades, géneros y demás barreras étnicas, sociales y culturales. Recordaste haberle dicho a manera de despedida en el ensueño: “No te olvides, tienes que manejar y dirigir el tiempo y el espacio al sitio donde volvamos a vernos la siguiente ocasión”. Tuviste la sensación que aquella entrevista iba a terminar, sin embargo, por parte de ella sólo alcanzaste a escuchar a manera de respuesta: “Te espero en mi caverna.” Al escuchar esa respuesta cambió el escenario. Te viste dentro en un gran túnel orgánico, que, como gusano, poseía movimientos lúbricos. En aquella caverna percibías una contradicción entre el tamaño de tu cuerpo y las dimensiones de tu pene debido a que tu cuerpo poseía distinta ubicuidad. En estado diminuto, permanecías en el interior del túnel. Del tamaño natural y en forma externa, permanecías desnudo al lado de ella en su lecho. Ambos cuerpos, el diminuto y el natural, sentían las pulsaciones lúbricas de su vagina. Fue entonces cuando en un momento de éxtasis te ocurrió un sueño húmedo. En ambas representaciones se depositaron

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gotas de tu semilla. El mismo instante te pareció la cuna donde se gestaba el nacimiento de una niña, cuyas fuerzas femenina y masculina trascendían la tierra y se iban al Universo. Allí se diluyó la escena, a pesar de los reproches en el primer encuentro. Al volver a la otra realidad, empezaste a contemplar esas visiones como una posibilidad creativa, transformándolas en un acto narrativo. Por otra parte, te dabas cuenta que tu único interés era sólo tratar de mantener una relación social, exclusivamente. Ese era el rumbo a seguir: lograr un afecto sincero y desinteresado, una amistad.

Como reacción en cadena, al lado de la otra realidad cotidiana, Marcelino conscientemente consideraba que el germen depositado como semilla debería considerarse, respecto a Eva como el principio de un cambio en la relación. Quería creer que el encuentro había sido preparado desde aquella otra realidad y que desde el fondo de su consciencia lo había venido generando. Después de las clases y tareas, el grupo pasó a realizar algunos ejercicios literarios, acompañados de prácticas alucinatorias relacionadas con el erotismo poético y la narrativa, respecto de los cuales Marcelino pidió le entregaran algunos trabajos para su revisión. Entre los comentarios del grupo, ella explicó el sueño que recientemente había tenido. Preguntó si algunos de aquellos elementos simbólicos podrían ser aprovechados como parte de la tarea encargada. Marcelino aceptó y le pidió lo escribiera, tanto para ayudarle como ayudarse a sí mismo en la interpretación. Quedó intrigado por la posibilidad de que para él o para ambos pudiera tener algún significado el contacto establecido en aquel ensueño. De acuerdo con la ayuda ofrecida, el maestro consideró pertinente dar seguimiento a su narración. Una vez que Eva terminó de escribir el ejercicio, se quedó también bastante motivada con las prácticas sugeridas por su maestro; éstas la habían sensibilizado a tener aquel tipo de sueños, así como el encuentro

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con una serie de situaciones y personajes oníricos que ignoraba pudieran tener algún significado. Tan impresionada estaba que lo llevó a casa de su maestro, se lo entregó al momento en que el salía de su domicilio, de manera que se ofreció a llevarlo y dejarlo en la biblioteca. En el camino, Marcelino, refiriéndose a algunas sus prácticas que había sugerido al grupo en el desarrollo de su curso, comentó: —Por los elementos y explicaciones simbólicas relacionadas con el sueño que nos contaste, me parece que eres una persona religiosa y que podrías ser una buena bruja. Te voy a invitar a volar, aunque sea en sueños. Ella, sin saber de lo que se trataba, sólo se sonrió. —Bueno, entonces yo te invito a nuestro restaurante para que pruebes la comida hindú —le contestó. —Después de acordar fecha y hora para volver a reunirse con este propósito, se despidieron. Cuando estuvo solo, se dedicó a revisar las tareas del grupo. Cuando leyó el trabajo de Eva, que incluía dos versificaciones libres y realizadas a partir de sus fantasías, decidió leer con atención especial lo referente al sueño. El ejercicio que había solicitado tenía el propósito de analizar y comprender las metáforas simbólicas y aprovechar literariamente esos elementos en la narrativa. Su primera composición libre la titulaba: “Noches de Luna” y decía: Admirar, amado mío, tu geografía / por encima de mi cuerpo, / sentir el palpitar del corazón / al unísono con el tuyo, / percibir tu aliento en mi cara / tu respiración, en mi oído / tus besos en mi cuello. / Recorrer tus manos mi anatomía / por mi vientre. / Entregarme a ti / en la dulce soledad/ de éstas, mis noche tibias de Luna. / Sentir fluir el túnel de mi fuente / y burbujas de marea; / terminar en la cima / y quedarme en la playa / con esa paz infinita sobre tu pecho.

La segunda se titulaba “Nuestro ritual” y rezaba:

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Evoco tu cuerpo, tu intimidad. / Llegas, nos fundimos y extinguimos, / entregándonos a la fragilidad, /a la muerte, para resucitarnos. / Experimentamos otra identidad, / compartimos aromas, nos sentimos / y olvidamos la realidad. / Penetras a mi cavidad, nos asimos. / Experiencia efímera, intensa, / vida y muerte, principio y final / cuerpos danzantes, cabalgata inmensa. / Destino último: tu cuerpo dual / convertido en esencia y presencia / de ésta, nuestra ceremonia ritual.

Al leer esos trabajos, Marcelino tuvo que repetirse los buenos propósitos que no hacía mucho se había formulado; particularmente en lo referido a la dualidad de los cuerpos; los términos “gruta”, “cavidad” y “caverna” eran coincidentes con el túnel orgánico de su sueño. Estas imágenes le dejaron alterado. No sabía si en Eva todo eso se debía a manifestaciones estéticas producidas en estado inconsciente, captados telepáticamente mediante la energía mental emitida por Marcelino durante el sueño lúcido; si realmente tomaban conciencia aquellos mensajes subliminales; si eran efecto y resultado del proceso de enseñanza del curso, o todo era pura alucinación suya, sólo de Marcelino; así que en ese plano subjetivo lo consideró como un caso típico de estudio. Eva tenía una piel de chocolate y de su cuerpo manaba una sensualidad tierna, dulce y alegre. Durante sus ratos libres participaba en dos actividades relevantes para ella, la primera era el cultivo de su cuerpo y su voluntad mediante ejercicios de danza hindú. La segunda consistía en administrar una galería de obras de arte y productos artesanales importados de la India; ahí se podían admirar pinturas, cerámica, lapidaria, textiles, trabajos tallados en maderas y mobiliario elaborados por los mejores artistas y artesanos de aquel país, de variados estilos y calidades. El local poseía un ambiente de sofisticado buen gusto. Se encontraba en una casona de la familia en el centro de Manchester. Parte de su tiempo lo empleaba en decorar los diferentes espacios, haciéndolos acogedores. Durante su vida, Eva se crió en el ambiente de la

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galería perteneciente a sus padres. Con el tiempo la familia había logrado conformar dos pequeñas empresas, entre éstas, la galería y el restaurante de comida hindú. Los fines de semana participaba en el espacio que servía como centro cultural de la India, asistía al grupo danza, donde con melodías e instrumentos musicales procedente de ciertas regiones de ese país y la ejecución de bailables típicos, desarrollaba su cuerpo con un sentido de ritmo, soltura, agilidad y fortaleza, esto le permitía desenvolver también su físico y personalidad, lo cual se reflejaba en el tesón con que se involucraba en las actividades de su vida cotidiana, así como en la sensibilidad que la práctica de estas danzas se manifiesta en la camaradería con el grupo ejecutante. Debido a su juventud, en las relaciones con su madre ella se mostraba irreverente, pues le desagradaba la actitud femenina tradicional, es decir, totalmente doméstica y sumisa, de su progenitora, llena costumbres y normas rígidas. Estas crisis eran más graves cuando constataba la incongruencia entre la vida de su madre y la forma inglesa y moderna que ella trataba de llevar. Esto la sacaba de sus casillas y la hacía explotar, principalmente porque lo contrastaba con el trato de su padre, abierto y opuesto al de la madre. Aquel día por la mañana, después de los ejercicios dancísticos, ducharse y vestir un conjunto deportivo azul marino, Eva asistió al encuentro con Marcelino. Tenía la certeza de localizarlo. Se dirigió en su auto a la biblioteca y se estacionó. No había clases, era día feriado. Los dos coincidieron en el salón. De acuerdo con el ofrecimiento de ella, había acordado asisitir al restaurante de sus padres para probar la comida hindú. Al llegar, ella le presentó a su madre. Auxiliados por un mesero, ambos se acomodaron en una mesa. Eva se sentó frente a él con el propósito de acompañarlo en la comida. Después de sugerir y recomendar varios platillos, Marcelino optó por uno aderezado con curry. Al finalizar les sirvieron el té. Ella se sintió más en confianza, de manera que pudo verter en el dialogo muchas de sus inquietudes. Entre sorbos pausados, miradas directas a los ojos y sonrisas, conversaron sobre literatura, las últimas obras

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de teatro puestas en escena, los diferentes tipo de arquitectura que podían observar en Stockport, la revolución industrial y la forma como se han conservado y transformado algunas de las primeras industrias textiles que antiguamente eran movidas por tracción hidráulica. También hablaron de bailes hindúes. Durante la charla, Eva lo invitó a que conociera el centro cultural para que conociera algunas danzas típicas de la India. Él aceptó y cuando llegaron al edificio, lo dejó en el salón, entre el público asistente, mientras ella se encaminaba a los camerinos y se preparaba para participar con el grupo. El espacio era un pequeño auditorio con lunetario y graderías laterales. Presentaron una danza de Kathak, originaria del norte de aquel país, con influencia de un ritual persa y musulmán. Los cascabeles que llevaba colocados en el tobillo eran conducidos hábilmente por sus piernas, las cuales se mantenían cubiertas por una especie de pijamas ceñidas a muslos y pantorrillas. Eso, añadido al resto de posturas y movimientos de sus caderas, brazos y manos, llevó a Marcelino a imaginar escenas del Kamasutra. Cuando concluyó la función, se reunieron de nuevo para regresar al domicilio de Eva. Durante el trayecto, ella le explicó el significado de la palabra Katha. —Básicamente significa “hablar”, pero se puede traducir como “narrar cuentos”. De hecho pensé en ti cuando inicié la danza. En la antigüedad, los narradores de cuentos empleaban esta danza, junto con canciones y actitudes del cuerpo, para dramatizar sus relatos. Él se sorprendió al considerar la enorme cantidad de fragmentos de sus sueños que se trasladaba a la realidad y pensó que esa evidencia tal vez se refería a su persona. Sin comunicarle sus pensamientos, tragó saliva y contesto francamente: —Yo más bien pensé que se trataba de un ritual del Kamasutra. Sorprendida, ella sólo contestó: —¡Qué imaginación la tuya!

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Era tarde cuando llegaron al pórtico de su casa, ella lo dejó en la puerta y se despidió con un beso en la mejilla. Marcelino le deseó dulces sueños.

Ya en tu cuarto, decidiste leer el texto de Eva. Antes de comenzar, consideraste que las emanaciones inconscientes que de ella percibiste y el propio sueño lúcido que tuviste pudieran contener significados ocultos y, en caso de ser así, estas sensaciones podías relacionarlas con su vida cotidiana, con la tuya y con los acontecimientos ya ocurridos, al parecer un tanto inconscientes en el propio grupo y cuando la acompañaste a la sesión de danza. Te interesaba conocer aquel mecanismo inconsciente que se estaba dando entre los dos y dentro del grupo, así como la posible interpretación del sueño. Iniciaste su lectura y al leerlo te enteraste de aquella enorme carga de elementos simbólicos, los cuales podrían servirle como parte de sus prácticas, dándole seguimiento, y así generar elementos para un relato. El sueño que Eva describía era el siguiente: Era un templo antiguo, circular, rodeado por enormes piedras verticales distribuidas en circunferencia, algunas de ellas sostenían como techo lozas horizontales. Estos pilares estaban intercalados con espacios cuyos radios convergían al centro en un altar circular. Era un espacio sagrado. El alba se iniciaba y estaba por amanecer el solsticio de primavera, en breves momentos, entre cada uno de estos espacios se proyectarían los rayos del Sol. El escenario representaba una ceremonia de iniciación en la primavera, relacionada con la fertilidad. Me hallaba absorta y vestida con una escasa túnica blanca. Mi semidesnudez encarnaba la creación, la fuerza de la naturaleza y la energía de fecundidad femenina. Veía un aro de cristal de cuarzo transparente amplificado miles de veces. En la superficie periférica de esa enorme rueda se encontraban hojas grabadas, finamente talladas, despidiendo tonalidades de luces brillantes. Suspendido en

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el espacio, lo veía flotar sin gravedad, girando en todos sentidos. La rueda inmensa permanecía junto a mí. En la parte externa, donde se coloca la gema principal de un anillo, se localizaba una flor de girasol. Las distintas tonalidades reflejaban el brillo de las hojas, el tallo y la flor de la planta grabada en relieve, en torno al círculo de la pieza pétrea, me permitían comprender se refería al ciclo de mi vida. Un druida, vestido con ropajes blancos, se encontraba parado al lado del altar, el cual estaba construido como una plataforma de piedra. En sus manos conservaba un báculo grabado con inscripciones. La sobriedad de su vestimenta atraía mi atención. El personaje constituía un representante de la divinidad, simbolizaba la fuerza masculina; mediante la ejecución de un ritual y la pronunciación de palabras clave representaba un acto de consagración mística y unción de estas fuerzas. —El círculo representa el anillo que deberás portar. Se te entrega en patrimonio y posesión. Representa la piedra de los filósofos, el “misterio de la flor de oro”, la fuente de la vida, la del Sol naciente, la de Cristo, la imagen del Sol que, como la del oro en la Tierra, significaba “el ánima aura” —decía el druida. El druida de piel blanca y de pelo y barba rubios (al parecer se parecía mucho a usted) [Eva anotaba esto entre paréntesis] golpeó con su báculo la piedra; de ella surgió una vibración cuyos ecos se difundieron por el espacio, logrando transformar de tamaño la enorme pieza lítica. Ahora la veía como un anillo que llevaba en el dedo anular de mi mano, que como prenda me entregaba el representante celestial. En ese ambiente sagrado, con cara de bondad, el druida añadía: —Ese anillo que ahora traes puesto constituye la herencia que te dejo. Te lo entrego como un recuerdo porque voy a morir. Sentía en mi cuerpo y en mi conciencia la unión mística de estas fuerzas. Al escuchar aquella frase, yo dudaba de su fallecimiento y respondía: —Me parece que usted es aún joven para morir.

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Al retirarme del área, me daba cuenta que la experiencia de la ceremonia iniciática y el amuleto representaban, al igual que el Sol y la planta de heliotropo, un movimiento semejante, pues ésta se mueve en el mismo sentido que aquél, y que ahora en pleno solsticio, al momento de aparecer los primeros rayos, yo iniciaría otro movimiento, sólo que de la transformación de mi ser. Caminé por el corredor que me llevaba al exterior del área monolítica, donde me encontraba con otra joven de pelo corto y lacio, vestida también con una túnica blanca, quien me reclamaba: —Ese anillo que llevas es mío, me lo tienes que regresar. Yo le contestaba: —¡Mientes, el druida me lo dio! Entonces reñíamos: —¡Te lo tienes que quitar! —me contestaba. Yo escondía la mano entre las ropas para que no lo viera y me retiraba corriendo; volteaba hacia atrás y me daba cuenta que ella ni siquiera intentaba alcanzarme, pues siempre permaneció quieta. En esa otra realidad hubo un cambio de escenario. Ahora veía al druida transformado en sacerdote y presidía una liturgia católica. En ese momento escuchaba la confesión de un feligrés. El prelado se levantaba de allí, venía donde yo estaba y me decía: —Mi hora se acerca, cuando me vayan a enterrar, no me quiten el sombrero. Él traía un rosario grande y brillante. Tomaba el libro de oraciones entre sus manos y expiraba; su cuerpo quedaba sobre una cama, vestido de rojo y negro con un rosario entre los dedos y sin sombrero. Posteriormente veía que lo llevaban a enterrar en andas tres personas, uno delante y dos atrás. Yo sentía miedo porque no parecía que estuviera muerto sino dormido. La poca gente que había observaba el cortejo desde el patio cuadricular de un convento. En ese momento yo caminaba al lado contrario a donde llevaban a aquel personaje eclesiástico.

Todo aquel simbolismo reflejado en la dormición del sacerdote te dejaba en un estado de incertidumbre, y de curiosidad por lograr una compren-

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sión mayor de la relación entre el druida, el anillo de girasol y “el misterio de la flor de oro” otorgado como herencia y proyectado sobre el amuleto, cuya planta se mueve al igual que el Sol, fuente de la vida. Te convenciste que la ceremonia en la que se representaban los principios femeninos y masculinos tenía para ti un significado que podría interpretarse como una etapa de cambio en la transformación de Eva. Para analizarlo, lo dividiste en segmentos, así como en los aspectos alegóricos que en tu opinión podrían tener otro significado, como: su otra yo desconocida y la pugna por el anillo, la cual tenía el poder de, mediante el reclamo, negar la verdad o demandar y constituirse en propietaria del objeto. Ella protesta, la presencia de esta interlocutora le provoca temor y desconfianza, motivo por el cual oculta la prenda. El acto de reclamo no creaba en la otra persona ninguna congoja, simplemente no la seguía. Su otra yo desconocida mantenía una relación de no ser idénticas, sino distantes. El intento de despojo del anillo, impone una cierta relación entre víctima y victimaria, quien, debido a que se victimiza, es importante, pues se trata del legado, “la flor de heliotropos”. Se podría considerar el motivo de haber sido escogida para esa acción. Te preguntabas si la figura del sacerdote representaba la divinidad o la figura paterna, biológica e intelectual. Este símbolo ofrecería un trasfondo figurado. En el sueño, la presencia del sacerdote representaba el personaje poseedor del poder de la transubstanciación. Si tu interpretación se orientaba hacia el progenitor biológico e intelectual, sería probable relacionarlo con el personaje simbólico de algún mito. Continuaste con el análisis de los elementos simbólicos del sueño. Deliberabas si sería, acaso, el cisma producido en la personalidad de Eva debido a tu influencia, que en esos momentos, a través de tu curso y prácticas, motivabas, o bien, si habría otras razones que motivaran aquella separación entre las sensaciones, los sentimientos y el desarrollo de su personalidad.

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En ese momento te preguntaste si serías tú el causante del problema. También recordaste las palabras escritas por ella en el sueño, referidas a la confesión o confidencia que, entre otras interpretaciones, podrían ser la de redimir la falta mediante el acto de la comunión. Respecto a la muerte de este personaje, te preguntabas ¿cuál secreto resguarda en su cabeza, mediante el sombrero? ¿Qué encubre el cuerpo con la capa de este sacerdote? El sombrero, en su condición de objeto que protege la cabeza, alude lo que hay dentro de ella. Sirve para cubrir, si no toda, parte de la personalidad y le confiere su significación. Te contestaste que en el lugar de Eva, como influencia ejercida, representada por el padre espiritual, no se trataba —al morir— de separarse de ella y ser abandonada por siempre, sino de contribuir a ejercer un cambio, quizá de autonomía, racionalización o emancipación, fundamentado en el principio de lo que recibe de herencia, el heliotropo, el cual trasciende su conciencia mediante la perfección de su personalidad. También recordaste la confesión del secreto, que podía redimir cualquier falta mediante el acto de la comunión. Respecto de este sueño de Eva y los momentos en que, horas antes, habías admirado en ella la ejecución de la danza, te cuestionabas si pudiera existir una psicología cultural que justificara, por una parte, el espacio geográfico y ritual de la cultura celta y, por otra, la identidad de su procedencia, pues siendo ella de origen hindú, esto te hacía pensar en la importancia de los mitos del inconsciente colectivo y de nacimiento de la población migratoria. Tratabas de encontrar la analogía que podrían tener el baile como expresión cultural y la tradición de la danza mítica de Shiva, al igual que los rituales de la fertilidad explicados por Eva junto con el druida. Y por último ¿en el sueño, tú como maestro, representabas el papel del druida en la boda mística y el rito de la fecundidad? Por algún tiempo, como maestro interesado en la historia y sus desenlaces, anduviste consultando en la biblioteca los aspectos interpretativos de los sueños, basados en un lenguaje psicológico y esotérico de la alquimia de las antiguas religiones druidas y tántricas; ésta última de

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origen hindú, a la cual pertenecieron los ancestros de Eva. Encontraste otros elementos asociados a la mitología de Cronos y Afrodita. Sentías que aquellos hallazgos se relacionaban contigo mismo y con Eva. Te preguntaste si en el acto de Cronos, al tragarse a sus hijos, tendría algo que ver simbólicamente contigo en lo referente a tu poema titulado “Mis virtudes y pecados”, confidencia o secreto concerniente al efectuar una relación de poder con tu próximo, y si la acción de confesión podría redimir la falta en una comunión con ella. ¿Por qué motivo te preguntabas esto? ¿Había algún secreto o significado oculto que guardaras en la parte oscura de tu ser, que tuviera semejanza con esta interpretación simbólica? Comprendiste que a tu edad, representabas simbólicamente la conciencia devoradora, acumulativa, y que a menudo tratabas de aprovechar y encontrar en tus discípulos algunos contenidos espirituales positivos, reacciones “juveniles”, ideas “interesantes”, movimientos “creativos” o intelectuales con los cuales nutrirte y renovarte, pero mediante tu autoridad manipularlos como títeres, sin permitirles ejercer su autonomía e iniciativa, y que con este acto, en lugar de fortalecer, contribuías en ellos a escindir lo positivo y lo negativo, lo espiritual, instintivo y creativo, en destructivo. Asociaste a Eva con el nacimiento de Afrodita, incluida en el mito, cuya fuerza femenina simboliza el atractivo sexual, mismo que con la masculina, constituía la energía erótica, origen de la vida en el Universo, y que, al ser asignada a Zeus, por ser éste, viejo, cojo y feo (igual que tú) afrodita le fue infiel. Evocaste la práctica de poesía libre realizada escasamente unos días antes, durante el desarrollo del curso. Localizaste el cuaderno de notas que utilizas para escribir los ejercicios que realizaron en aquella ocasión y que todos leyeron, hasta tú, al parejo de los estudiantes, esto te hizo recordar más aún lo relacionado con el mito de Cronos. La proyección de tus “Virtudes y pecados” no podía ser más evidente. Escribir desnudo sobre un papel / con la sangre de mis venas, / es verme, con mi otro yo / esa parte diáfana y obscura, /contemplar

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el valor de mis virtudes y el horror de mis pecados. / Dar bondad y caridad al prójimo. / Tener fe en el ser humano. / Entregar fraternidad y esperanza a los demás. / Sostener prudencia en mis acciones, justicia en mis actos, mantener fortaleza y templanza en el desamparo. Pero también: Violar en ellos su rincón más vulnerable, / su pobreza e ignorancia. / Sentirme con orgullo amo y señor / ante los otros. / Decapitarlos con el filo de mi soberbia. / Comer su carne con antropófaga lujuria / chupar sus huesos […] / Satisfacer mi gula. / Como vampiro humano sentir sobre mi boca / escurrir su sangre por mis labios./ Y así mismo: Pedir indulto y clemencia, / a mi otro yo, / perdón a Dios por los excesos, / /por éstos, mis virtudes y pecados capitales.

Te preguntaste, al igual que Cronos, si con ésta composición poética, como acto de poder entre maestro y alumno, no contribuías a escindir lo positivo, lo negativo, lo espiritual e instintivo, lo creativo en destructivo y si con esas desplantes metafóricamente no contribuías a tragarte a tus hijos. Para concretar, te formulaste las siguientes preguntas: ¿Qué tan real y veraz contigo mismo se halla esta versificación? Si en la misma, al encarnar a Cronos ¿no estarías contribuyendo metafóricamente a tragar a tus hijos? Si como padre o maestro intelectual de ellos ¿no estarías escindiendo su personalidad y engullendo su creatividad? Te preguntaste si al igual que Cronos, con esas demostraciones y arrogancias de poder, entre maestro y alumno, contribuías a escindir lo positivo y lo negativo, lo espiritual e instintivo, lo creativo y destructivo y con ello simbólicamente a tragarte a tus hijos. Para concretar, te formulaste la pregunta siguiente: ¿Si como padre o maestro intelectual de ella, con lo cual contribuyes a formarla el mito anterior estaría relacionado contigo mismo en el sentido de encarnar a Cronos y, alegóricamente, a tragártela, escindiendo con ello lo espiritual y lo instinto, lo creativo y destructivo, engulléndote de esta manera la erudición de tus hijos?

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Con estos datos interpretativos escribiste a Eva una nota al final del documento que decía: “Del presente escrito retoma lo que consideres pertinente y desecha lo demás. Estudia la mitología de Cronos, lo cual, como interpretación a las condiciones actuales, te dejo como tarea”. Si bien los abuelos de Eva en la India habían pertenecido a una religión tántrica, tanto ella como sus padres, al radicar en Inglaterra, con el tiempo se habían convertido al catolicismo. El siguiente domingo Eva asistió a misa a la iglesia de Santa María, ubicada en el centro de Stockport, cuya fachada es de estilo gótico, al igual que el interior, el cual estaba escasamente iluminado con velas, al igual que el altar, donde algunos cirios permanecían encendidos. Estaba sentada en una banca, meditando, en esas condiciones recordó el sueño y las interpretaciones descritas por su maestro, relacionadas con el libro de oraciones y el brillante rosario sostenido entre las manos del presbítero; esa reliquia referida al rezo de la Iglesia, la sarta de cuentas usadas de diez en diez y separadas por otras de distintos tamaños, con las que se conmemoran los misterios de la Virgen, el ciclo de vida de Jesús correspondiente a sus momentos gozosos, dolorosos y gloriosos. Evocó la muerte del sacerdote. Pensó en términos simbólicos y comparativos sugeridos por su maestro, en el sentido de si sería así dormida su conciencia como tendría que estar, hasta en tanto el prelado no volviera a despertar de aquel sueño, o la posible muerte definitiva de este personaje, transfigurado en la personalidad, intelecto, juicio y razón de su ser. Atraía su atención el significado de ese personaje y si el misterio o el secreto de la confesión se relacionarían con el simbolismo y la interpretación de la flor de heliotropo. Esto le permitía preguntarse acerca de aquella bifurcación de su personalidad, percibida entre sus sensaciones, sentimientos y disciplina racional, si al tener que desarrollar su vida intelectual tendría que apartar su fe religiosa de su intelecto. Mientras divagaba en esto, su ser volvió a captar la otra realidad en que se encontraba. Se vio de nuevo en el interior de la iglesia de Santa María, en el centro de Stockport.

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Un estado de plenitud y comprensión llego a su ser, bañado por un rayo de luz. Eva se quedó meditando en la práctica de interpretación simbólica que le había dejado de tarea su maestro; relacionó el sueño con el anillo de la flor de heliotropo, “el misterio de la flor de oro”. Interpretó el contenido de ambas simbologías como la aspiración, el deseo de realización, la transformación a futuro de su ser mediante la sensibilidad creadora en la literatura y la poesía. Consideró que, efectivamente, ese era el legado que le había dejado, a través de aquella voz interna, el representante divino, el sacerdote, quien al tener el poder de provocar la transustanciación constituía el principio de un nuevo espíritu destinado a superarse. Él le dejaba ese legado, representado por el elemento diamantino, la herencia material del estudio, el cual se alcanza mediante la transformación de los elementos: cuerpo, mente y corazón. “Mediante este proceso —concluyó diciéndose— podré separarme de la imagen del padre y lograr, a través del desarrollo de mi conciencia, autonomía y emancipación. Mientras tanto, la otra, mi otra yo, en su momento, reclamará parte del legado que le hará falta, es decir, el elemento inmaterial correspondiente a mi desarrollo espiritual.

El proceso de tu historia no fue súbito sino paulatino. En tu vida cotidiana como maestro fuiste percibiendo el significado mitológico de Cronos, Afrodita y el sueño de Eva, reflejado en una cierta incomodidad en cuanto a tu senectud, especialmente por las noches cuando el tedio y la melancolía te recordaban a Eva y el ejercicio intelectual con el que contribuías a desarrollar la creatividad de tus alumnos. Si bien esto lo hacías con cierta inspiración, también había en ello una intuición profética de tu vejez, y hasta de tu próxima muerte. Esto te llegaba a través de arranques y manifestaciones de orden y perfección; en tu quehacer cotidiano, con ellas evidenciabas precisamente la carencia de tu propio Eros, cuya fuerza intentabas provocar y sustituir con la imaginación, pero que si no la

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vigilabas y sublimabas, dejándote llevar sólo por ese estímulo, bien podías caer en el ridículo, al transformarla en un sarcasmo de ironía sensual. Poco a poco, la inflación de tu ego se vio destronada por tu yo, al haber comprendido que toda aquella fascinación erotizada en la poética y la narrativa, deliberadamente fue provocada por ti, para contribuir al proceso de enseñanza-aprendizaje de tus alumnos; fue sólo una ilusión, una ingenuidad generada por tu imaginación, retroproyectada sobre la imagen de Eva, por lo demás, por ser tan solo una fantasía, y serlo así, a nadie hacía daño. Al concluir el curso, tus alumnos organizaron una reunión de despedida y regresaste a Pamplona. Dos meses más tarde recibiste una invitación para asistir a la celebración de la boda de Eva. Puesto que habías considerado el caso como un estudio de observación y acción participante, aquella tarjeta de notificación contribuyó más a repensar algunos elementos de su sueño. ¿La ceremonia con el druida representaba sus esponsales con la persona escogida, cuya boda, en el plano real, estaba por realizarse. ¿Eva lo sabía? El heliotropo, o flor de oro, al igual que la dormición del sacerdote, ¿constituía simbólicamente, con su matrimonio, un cambio de superación entre su cuerpo, mente y corazón? Como paráfrasis, comprendiste que ese acto de confesión interna debería servirte para entender que, en planos subjetivos de otras realidades, de introyección y proyección de emociones y sentimientos entre las personas, se puede gestar el amor erótico y sensual. También redimir el acto de la comunión contigo mismo, respetando humanamente la iniciativa de los otros; sin realizar de tu parte actos de poder, evitando aquellas manifestaciones de arrogancia, aún en la poesia, sueños lúcidos y proyecciones subjetivas, a fin de evitar contribuir con ellos al cisma de lo positivo y lo negativo y alegóricamente comer, masticar y deglutir a tus alumnos. Por lo demás, valía la pena dejarlo sólo así, con el derecho tuyo de fantasear, el cual, como una experiencia vívida habías escrito. En esas condiciones, y con la determinación de no asistir a la boda, localizaste en Stockport, a través de Internet, la florería más cercana a su

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casa y solicitaste, mediante el pago correspondiente, enviar a su domicilio en la fecha de su matrimonio, un racimo de girasoles, con un recado que decĂ­a: ÂĄFelicidades! Con los mejores deseos de que en tu prĂłxima vida matrimonial realices todas tus aspiraciones. Marcelino.

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MARRIAGE À TROIS*

A

quella noche, Rodrigo fue invitado por su amigo Pepe, el pintor, a una reunión. Según le explicó, se reunirían con un grupo de personas, comediantes, intérpretes y otras dedicadas a la filmación de videos y películas. Pepe era algo extravagante, pues como muralista ya había ganado cierta fama, pero su ego, semejante al de un argentino, lo rebasaba ampliamente. La sala comedor estaba acondicionada por un mobiliario de muy buen gusto, complementada con iluminación diseñada para mostrar diversas esculturas, pinturas y antigüedades muy finas. Una vajilla de porcelana lucía impecable sobre la mesa. Después de algunos tragos de vino, la vista de Rodrigo se fue haciendo más aguda y empezó a captar diferentes matices en el juego de colores, luces y sombras. Se sintió desinhibido en el trato con las demás personas. Llegó la hora de la cena, un selfservice. Al tomar los cubiertos, llamó su atención la servilleta, que examinó detenidamente. Se trataba de águilas imperiales bordadas finamente a mano mediante punto de cruz. Qué detalle tan exquisito, comentó a su vecina al momento que se la mostraba; al escuchar esto los demás comensales, hicieron lo mismo alrededor de la mesa. —No sólo con las servilletas, sino hasta el mantel —respondió ella. Efectivamente, en una dimensión mayor y en los diferentes cuartos aparecían las mismas figuras. Más aún, sobre el borde mismo del mantel, como cenefas, surgían entrelazadas. * Matrimonio de tres.

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Quizá para romper el hielo y como explicación complementaria, agregó: —Conozco a varias personas del grupo; son gente dedicada a la cetrería, crían y adiestran halcones. Como relámpago, por un instante llegó a la mente de Rodrigo una escena de la Edad Media, con señores feudales adeptos a la caza, castillos y siervos. No bien empezó el alucine cuando la voz atrajo nuevamente su atención. —Se trata de un club que aun aquí en la ciudad continúa con esta usanza —agregó. —Qué exquisitez —comentó Rodrigo, admirado porque le pareció extraño que todavía existiera tal costumbre. La fila de personas continúo circulando en torno de la mesa. Cuando concluyeron, se acomodaron con sus bebidas en sus lugares dispuestos a disfrutar de los platillos servidos. —Yo soy Audrey —dijo nuevamente la vecina. Momentos después supo que era de origen sueco. Aquel antecedente hizo que sus neuronas, alteradas por el vino, le llevaran a Suecia donde, tenía entendido, las mujeres eran desinhibidas, libres e independientes, por lo que en su interior se formó una imagen de ella como mujer atractiva; la percibía simpática, amistosa, exuberante y decidió establecer una relación más estrecha. Estuvieron dialogando largo rato. Otra persona se acerco para ofrecerles más vino. En ese momento, ella dijo: —Te voy a presentar a un miembro del grupo. Era el propietario del departamento. Pepe, su amigo pintor, se lo había presentado cuando llegaron a la reunión, aunque entonces ignoraba que perteneciera al club. Antes que terminara de servir el vino en las copas, expresó: —Ya nos habíamos conocido. —Ignoraba que pertenecieras al club de cetrería —contestó—; me gustaron mucho tus servilletas y el mantel con lo motivos de águilas imperiales.

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—No son águilas, son halcones –corrigió— y fueron bordadas por gente de origen huichol. En mi recámara tengo algunos otros motivos con esta misma decoración, si gustan los puedo lleva a que los vean. El vino y la cena hacían sentir eufóricos a Audrey y a Rodrigo; así que respondieron con cierta animosidad que eso les encantaría. —Vengan, acompáñenme —les dijo. Los llevó a su recámara, encendió la luz. La sorpresa fue mayúscula al ver una cama con tálamo de columnas altas de madera labrada y entre ellas un pabellón de gasa que cubría el lecho. También había un armario del siglo XVI que era utilizado como guardarropa; una sobria cómoda de madera antigua decorada con marquetería y varios cuadros colgados en las paredes. Se detuvieron a observar algunas pinturas. Aquellas escenas de cetrería concordaban con el alucine que Rodrigo tuvo al principio. Eran paisajes de la Edad Media, quizás en Alemania, en los cuales príncipes, señores y siervos, vestidos a la usanza y algunos en sus cabalgaduras excursionaban en el campo para cazar con halcones. Mediante algún mecanismo intuitivo pudo relacionar toda la serie de coincidencias que la velada le iba a mostrando, en especial lo referente a la figura del anfitrión, ataviada con exquisito gusto: un saco hindú blanco de cuello alto, cuyas cubiertas y orillas de mangas estaban bellamente bordadas; las pinturas, la cacería y la agresividad de los halcones, los príncipes y señores en el campo. En fin, todo el ambiente desplegaba una atmósfera de refinamiento. Haciendo una síntesis de sus observaciones no pudo más que concluir con cierta carga de ambigua fatalidad: “¡Son homosexuales!” Paulatinamente, una sensación extraña se iba apoderando de Rodrigo, si bien él no tenía ningún prejuicio contra ellos, aún así, un ligero recelo lo hizo ponerse a la defensiva. A pesar de que el vino alteraba sus percepciones y captaba todo con un cierto paroxismo, se sentía nervioso, dispuesto a defenderse de cualquier posible agresión en ese ambiente. Se tranquilizo cuando Carlos dijo: —Bueno, pasemos a la sala.

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El momento terminó con explicaciones sobre el arte de la cetrería que Carlos, el anfitrión, les expuso. La cría y reproducción, la capacitación y el adiestramiento; las veces que el grupo se reunía en la casa de campo, en las afueras de la ciudad de México; sus prácticas y las invitaciones de otros clubes extranjeros a las cuales acudían. El torbellino de sensaciones lo mantuvo inquieto y, quizá debido a todo lo anterior, en ese instante sintió deseos de orinar, por lo que preguntó: —¿Por dónde queda tu baño? —Unos pasos frente a ti, doblas a la derecha a mano izquierda está la puerta —dijo el anfitrión. Así lo hizo y en medio de aquellas impresiones encendió la luz. Su sorpresa fue mayor al encontrarse con un enorme halcón parado sobre la bañera que con ojos amarillos lo observaba fieramente. De inmediato Rodrigo fijo su mirada en las garras y el pico del ave. Presintió que estaba a punto de saltar sobre él, por lo que instintivamente salio del baño dando un fuerte portazo. Llegó a la sala y dijo a Carlos: —¡Ya ni la chingas con ese bicho que tienes allí! Creo que lo hiciste deliberadamente. No pude ni mear, poco faltó para que me sacara los ojos ¿Por qué no me avisaste? —reclamó. —¡Éjele! —contestó riendo a carcajadas—, pero si está amaestrado. Y para demostrar lo dicho se dirigió a un armario de donde sacó un guante, que se colocó en la mano izquierda; entonces fue al baño por el halcón y cubriendo su cabeza con una capucha, lo sacó hasta la sala, mostrándolo a las demás visitas. —Admiren esta belleza —dijo. Rodrigo ya no aguantaba más, así que aprovechó el momento para ir al baño. De regreso, observó frente a la ventana algunas parejas quienes lo invitaron a inhalar alguna droga desconocida y que de inmediato rechazó. Regresó al lado de Audrey todavía trastornado. Seguramente ella lo observó un tanto alterado, pues comenzó a hablarle de cosas personales. Pronto le confirmó que aquel grupo era gay y, en un tono de mucha mayor intimidad, le confeso que ella era lesbiana…

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—Pero no te alteres, por favor —añadió con una actitud muy natural;— te voy a presentar a mi novia. Con ademanes llamó a una mujer que se encontraba sentada a varios lugares de ellos; la aludida se levantó de inmediato y se dirigió a donde la llamaban. Cuando estuvo junto a él, Audrey dijo: —Ella es Nancy. No cabía duda, ambas eran hermosas. Perspicazmente, trató de identificar el carácter de ambas con el fin de saber cuál de ellas era la parte dominante de la relación; pero tuvo que reconocer que de entrada eso le resultaba más complicado de lo que esperaba, tal vez debido a su falta de experiencia en esas situaciones. Todo aquel recinto en su conjunto, la sofisticación de la cena, el sexismo indiferenciado y el vino tinto le causaban un cierto desatino, una serie de exaltaciones raras que no podía identificar, pero que tampoco le resultaban insoportables. La algarabía del grupo se escuchaba más fuerte, ésta subía de tono al grado de no alcanzar a percibir la voz de Audrey. A esas alturas percibía un cierto coqueteo de ambas. Audrey lo invitó a salir a la terraza. En ese espacio, después de breve charla, ambos cruzaron sus copas para brindar. Al escuchar cierta melodía que salía del interior, la invitó a bailar. Él la tomó por la cintura. Las manos y brazos de Audrey se posaron alrededor de su cuello. Rodrigo aspiró el aroma de su perfume. Sus rostros y cuerpos se sintieron atraídos y aquella cadencia culminó con un beso bastante animado y libidinoso. Todo esto le resultaba excitante y despertaba su hasta entonces adormilado sensualismo. Aquella frivolidad se concretó cuando Audrey le confesó que a pesar de ser lesbiana y tener compañera deseaba tener también un compañero. Cuando escuchó aquello, sin pensarlo se ofreció a satisfacer esa carencia, por lo que un poco después ambos acordaron en principio “hacer una prueba” para ver cómo funcionaba el asunto. Hacia la media noche consideraron prudente abandonar la reunión, pero él sugirió que también se consultara la opinión de la novia. Para su sorpresa, ellas lo invitaron a que las acompañara a su departamento.

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Siempre había admirado las fotos de la revista Play Boy, en particular una donde dos mujeres desnudas hacían el amor. Una intuición taquicárdica lo llevó a percibir la oportunidad de observar en vivo dichas imágenes, aunque fuera a escondidas. Lo mejor de todo era que ambas resultaban muy agradables y simpáticas. Cuando llegaron al departamento, estuvieron charlando y bromeando durante algún tiempo, hasta que la confianza y, con ella, la intimidad alcanzaron un grado que él nunca antes había tocado en sus relaciones con el sexo opuesto; de manera que le resultaba, además de novedoso, liberador el poder expresarse sin tapujos, con una libertad nunca antes por él conocida. Hasta se animó a preguntarles la forma cómo Audrey podía tener relaciones bisexuales. Con una cara de ingenuidad, ella le contestó que siempre las había tenido y que eso le era muy natural. No queriendo profundizar ni molestarlas al pecar de imprudente, prefirió dejar las cosas como estaban. Él no acababa de digerir todas las emociones que le deparaba esa noche, pues el asistir a una reunión de gays dedicados a la cetrería, el haber encontrado a Audrey, el saber que era lesbiana y haberle presentado a su novia francamente le provocaban desvaríos en los que se imaginaba aventuras que nunca en esta vida hubiera tenido. Hasta imaginaba entrar en competencia con Nancy para ver quién de los dos era capaz de brindarle más atenciones, satisfacción y placer; ella como mujer o él como hombre. Suponía que ella sabía eso y hasta quería involucrarlo en ese juego. Nancy se despidió argumentando que estaba cansada y con recomendación de que no hicieran travesuras dejó el departamento. La situación le parecía un tanto comprometida, pues no sabía en qué iba a terminar la noche; sin embargo, transcurrido un tiempo, la charla derivó en lo que él tanto deseaba y la cosa se puso candente cuando empezaron los juegos eróticos en el sofá. Pudo admirar la silueta que se iba descubriendo poco apoco, conforme ella se despojaba de la ropa. Hasta quedar sólo con la interior: pantaletas de seda blanca y sobre éstas un liguero para sostener las medias

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del mismo color. Los senos, sin el sostén, parecían voluptuosas manzanas que se antojaba morder. No pudiendo contenerse, en un arranque instintivo palpó la tersura de la piel femenina, que respondió al contacto de sus manos con un apenas perceptible crecimiento de los pezones, que le parecieron ahora más apetitosos. Con la pasión ya desaforada, los besó mientras se erguían estimulados. Audrey se recostó boca abajo en el sofá. El veía la espalda y la curva de sus glúteos y era tanta la atracción que éstos ejercían que no sabía si continuar acariciándola o follarla por detrás. Ella, adivinando sus intenciones, se bajó del sofá y conteniéndose en uno de los descansabrazos se colocó en ángulo recto para que la penetrara. El se lanzó y ella, jadeante, le pedía que continuara, que no parara. Después de haber retozado gran parte de la noche terminaron dormidos en la alcoba de Audrey, seguramente la misma que la pareja compartía. Rodrigo despertó como a las diez de la mañana del día siguiente, cuando sonó el timbre. Antes de abrir, Audrey le pidió que recogiera su ropa y se ocultara en el closet, porque era muy posible que fuera su novia. Abrió la puerta y, efectivamente, era ella. Nancy entró a la recamara y miró algunas prendas de su novia regadas por la recámara, irónicamente comentó: —Parece que anoche tuviste juerga con el tipo que me presentaste en la cena. —Estuvo aquí un trato —contestó Audrey— le invité una copa, pero como no le cupo en la cabeza que fuéramos lesbianas, decidió irse, Creo que no le agradé. Pero no te inquietes, a lo mejor al rato nos visita. Si quieres preparo el desayuno mientras te bañas. Nancy se metió en la regadera, en tanto que Audrey se encaminó a la cocina. Nancy salió del baño envuelta en una bata y se metió a la cama. Audrey le llevó una bandeja con tostadas, mantequilla, mermelada, café y jugo de naranja. Encendieron la televisión y ambas se dedicaron a desayunar mientras veían un programa.

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El que pudiera sorprenderlo puso tenso a Rodrigo, su ritmo cardiaco se aceleró debido al estado de ansiedad en que ahora se encontraba; sin embargo, aquella intimidad también atraía su curiosidad y estimulaba su imaginación. Localizó una hendidura por donde atisbar lo que ocurría con la pareja. A lo mejor podía cumplirse el sueño de ver a las amantes desnudas en la cama. Esta ansiedad se convirtió en afrodisíaco debido a la posibilidad de intensificar su experiencia. Supuso que también podría determinar con certeza contra quién competía por los amores de Audrey. Se preguntaba si Nancy iniciaría una relación sexual con ella, y si Audrey, al saberlo oculto en el closet, sería capaz de aceptar a la otra. Estimó que Audrey era lo suficientemente desinhibida como para responder a la invitación y estaría dispuesta a correr el riesgo, y con ello demostrarle el grado de intimidad alcanzado con su amiga; también estimó la posibilidad de que en estas circunstancias ella pudiera rechazar a Nancy y, que al considerar la posible reacción de un hombre celoso, por este motivo inhibiera su excitación. Pero no, él no estaba celoso, más bien su actitud era morbosa. Seguramente Audrey también quería demostrarle su liviandad y darle oportunidad de observar el erotismo entre dos mujeres. Cuando ya se encontraban tendidas en el lecho, se dispuso a observar su comportamiento. Nancy inicio un juego erótico con Audrey, empezó por acariciarle el pelo y la cabeza, pero esta fingía que el programa de la tv era muy interesante. Al principio no respondía a las caricias insistentes de su compañera y trataba de esquivarla, quizá porque sabía que Rodrigo estaba encerrado en el closet. Nancy persistía. Tomó con las manos la cara de Nancy y la besó en la boca. Audrey se despojó de la efímera ropa que traía y quitó la bata de baño a Nancy, quien ya no puso resistencia. Empezó a frotar sus senos por la cara de Nancy y siguió después con su lengua por todo el cuerpo, hasta llegar introducirla a sus labios. Nancy, pasiva, se dejaba deleitar; sin embargo, era evidente que disfrutaba las caricias que le prodigaba su compañera de lecho. Mientras tanto, al ver aquellas escenas, Rodrigo sentía que algo localizado en su parte inferior se erguía con una potencia irresistible.

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Después de haber recorrido el cuerpo de Nancy y en el momento en que Audrey regresaba nuevamente a besar la cara de su pareja, Rodrigo observó que ella murmuraba algo al oído de Nancy. Ella giró la cabeza hacia el clóset entreabierto en el momento en que él se vio descubierto. Hubo un instante en que los ojos de ambas mujeres se volvieron entre sí como preguntándose “Bueno, y ahora ¿qué hacemos? Audrey, poniendo una cara pícara, se levantó y se fue por él; abrió la puerta y le extendió una mano, invitándolo a salir y permanecer entre las dos, acompañándolas en la cama. En virtud de que el departamento de Rodrigo era más grande, ellas se mudaron a su piso, en donde ahora los tres viven juntos y contentos, entre otras cosas porque la carga económica se ha aligerado para todos. De manera que este verano están pensando irse juntos de vacaciones a Suecia.

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50 ANIVERSARIO

A

l encontrarse, unos y otros pronunciaban en forma exaltada sus nombres y se saludaban con un efusivo abrazo. Todos expresaban una alegría contagiosa al verse nuevamente. Parecía que aquel encuentro lograba despertar en su memoria los substratos de energía juvenil de otros tiempos, las reminiscencias de su juventud y la vida que compartieron en el internado durante cinco años. Cuando un grupo de jóvenes permanecen internos y conviven por ese tiempo en un claustro se establecen sólidos lazos fraternales y de amistad que continúan aun siendo viejos. A diferencia de cuando eran estudiantes, ahora se les veía serios, tranquilos y mesurados. Algunos vestían informalmente, otros portaban saco y corbata. Todos peinaban canas y sus caras mostraban algunas arrugas; a otros se les veía excedidos de peso, pero en general, podía decirse, se mantenían más o menos en buenas condiciones de salud. Algunos continúan con su vida profesional activa, otros ya estaban jubilados. Con un año de antelación, algunos sobrevivientes de la XXVIII generación proyectaron realizar una reunión preparatoria para organizar y celebrar su cincuenta aniversario como egresados en un hotel de la ciudad de San Luis Potosí. De cincuenta y cuatro condiscípulos, sólo se presentaron veinte, diecisiete habían fallecido. Era de esperar que con cada año transcurrido aumentara este número. Algunos asistieron con su esposa y, si no toda, con parte de la familia. Algunos asistentes no se habían vuelto a ver desde que egresaron de su alma mater.

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En esa reunión preparatoria se tomaron algunos acuerdos: localizar las direcciones de los demás y enviarles la invitación. Con la colaboración de todos, y a través de los coordinadores, los residentes de la ciudad donde se encontraba la universidad fueron comisionados para diseñar el programa detallado para los festejos del cincuentenario, incluido el presupuesto. A partir de esa fecha se recibirían donativos voluntarios destinados a sufragar dichos gastos y una vez recibidas las aportaciones con regularidad, se definirían las actividades a realizar. Entre los acuerdos se decidió tomar en cuenta la situación económica de aquellos cuyas finanzas no fueran boyantes, pues la finalidad no era contar con fondos desmedidos, sino más bien, aunque fuera por última vez, compartir el gusto de volverse a ver. A ti te asignaron la comisión de realizar un anecdotario con las narraciones o historias que cada quien deseara compartir. En ese momento retrocediste el tiempo media centuria, hasta la década de los cincuenta del siglo pasado. Te viste caminar por la carretera y cruzar el arco recién construido, en cuya parte superior estaba escrito el nombre de la universidad. La carpeta asfáltica se prolonga y pasa por un conjunto de edificios y jardines; al llegar al monumento del Reloj de Sol, el camino rodea una pequeña rotonda en cuya parte central se encuentra la estructura que marca las horas y cuyo indicador señala la convergencia de cada una de las fracciones, muchas veces serenas, a veces lentas, rápidas o fugaces, otras de inquietud, también trágicas, al igual que la acción y la algarabía que allí compartiste. Puede decirse que el monumento, como símbolo cronológico, representa el tiempo inscrito en un almanaque, las variaciones de estaciones anuales correspondientes a diversos aspectos del clima: en verano, la lluvia; en otoño, la caída de las hojas; en invierno, el frío, a veces la nieve; pero principalmente durante la primavera, cuando el aire mismo podía traer del campo y los jardines aromas de flores y con ello, como esencias, la visión de sueños, ensueños y el devenir de la existencia estudiantil, en la que el

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reloj, al igual que la edad y la conciencia, tiene la facultad de transportar a la memoria escenarios de aquella vida en el internado.

Al verte frente al reloj de sol recordaste lo que tu compañero Poncho Elizondo dijo una vez: “Por aquella época la vida transcurría plácidamente, pues te dabas tiempo para joder a los demás.” Puesto que no fue una organización conventual, por este motivo nunca llegó a ser una institución monástica, sino todo lo contrario: poseía un régimen militar “guapachoso”. En la falda del cerro había una pequeña parroquia (quién sabe si aún existe) y los domingos venía un cura del seminario a oficiar misa. Nunca faltaron monaguillos en esas ocasiones, pues entre los estudiantes o algún ex seminarista siempre había quién colaborara con el sacerdote en los menesteres del altar. El campus universitario se encuentra rodeado por cerros y en la planicie puede divisarse un gran cañón que en tiempos de lluvia acarrea escurrimientos que forman corrientes subterráneas. Al fondo de este paisaje se puede apreciar en una gran panorámica el Cerro de Zapalinamé. Desde el espacio donde se ubica el antiguo recinto puede observarse la forma como se desliza una suave pendiente escalonada, hasta llegar al área de edificios construidos en diferentes épocas, de éstos, el principal y más vetusto corresponde a un viejo edificio porfiriano: “La Gloria”. En las últimas décadas se habían instalado en este espacio las oficinas de la rectoría, la dirección académica y la sala de sesiones del consejo universitario. La fachada está formada por ventanales laterales y el portal de la entrada principal, de forma semicircular, se encuentra sostenido por varias columnas circulares. Pasillo de por medio, se llega al patio, rodeado por amplios corredores y arquerías laterales, al jardín y la pileta central. Sus enormes cuartos sirvieron en un tiempo de aulas. La mayor parte del área está cubierta por pináceas, aunque también hay una superficie natural de nogales silvestres y otras plantas arbustivas. Con el tiempo, otros espacios se han venido reforestando.

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Por los años cincuenta del siglo pasado, el transcurrir de la vida y el tiempo en ese internado se regían anualmente por los ciclos estacionales: primavera-verano y otoño-invierno. Durante julio y agosto tenían lugar las vacaciones del alumnado. La vida de los internos en esa comunidad giraba alrededor de las relaciones académicas, deportivas y la que se daban entre los propios estudiantes, el personal directivo, técnicos, maestros, administrativos y personal de servicio. En 1947 y 1948 se había formado el primer equipo de futbol americano y aún perduran sus insignias totémicas, como “el buitre”. Entre el estudiantado se formaban grupos que la congregación de alumnos caracterizaba de acuerdo con los rasgos especiales que reflejaban.

Al pasar al tercer grado, tu generación ocupó como dormitorios las antiguas aulas del edificio principal, “La Gloria”. En cada uno de estos espacios se empezaron a formar subgrupos con algunos rasgos de “totemismo”, pues a cada clan lo identificaba algún símbolo. Es fácil adivinar por qué fueron bautizados con diferentes nombres: “Club 45”, porque les encantaba el brandy; “Club 20-30”, porque sus integrantes se encontraban en ese rango de edad; “Club Seboney”, porque todos eran muy “sebas”. Había otras clasificaciones: “Los Tartajas”, “Los Panzas”, “Los Chorrillos” y “Las Colmillonas”. “Las Comadres” practicaban el canibalismo “comiéndose vivo”, “pasando a cuchillo”, “ventaneando”, “satirizando” y “escarneciendo” al desafortunado que, como “sancho”, pescaban de “puerquito”. Por ejemplo, nuestro compañero Ciriaco Rojas Saldúa (qepd) se caracterizaba por ser cabezón. De él decían: “Toda cabeza es un mundo, pero la de Ciriaco: ¡es un sistema planetario! De Marco Antonio Wing, por llevar este apellido de origen chino, expresaban: “¿Sabías que a Wing lo pusieron de tesorero en la Sociedad de Alumnos porque tiene ojos de alcancía?” El viejo Sanabria, quien tenía fama de ser letrado, político y de buena habla, pero con voz piscuintilla y ojos de armadillo, cierta vez que se encontró a Waldemar Navarro le dice:

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—Oye, Macho, tú que tienes buenas ideas, escribe algo para el periódico. El Macho, con cara de pocos amigos, le contesta: —¡Anda a la chingada, pinche viejo patas de perico! Los dormitorios donde pernoctaban los novatos eran conocidos como “La Colorada”. Originalmente eran pabellones largos con ventanas angostas, semejantes a los de un cuartel. El pasillo de entrada comunicaba en dos alas donde, corredor de por medio, se localizaban los catres y roperos. Cada ala podría albergar hasta unos cuarenta estudiantes. Detrás del pasillo de entrada se encontraban cuartos para algunos estudiantes del tercer grado, lavabos, baños y sanitarios.

Cuenta Alfonso Elizondo que Carlos Casas, quizá por lo sordo, tenía el sueño medio pesado. Cierta ocasión, después del toque de silencio, cuando ya roncaba, lo sacamos del dormitorio con todo y catre y lo atravesamos en la carretera, frente a La Colorada. Al aproximarse un camión carguero, le echa la luz alta y le toca el claxon (no el pito). Aún medio dormido se enderezó del camastro, seguramente en medio del sueño pensaba que lo estábamos vacilando. Se voltea y nuevamente se acomoda en su cama. El camión le volvió a tocar el claxon. Se enderezó, se frotó los ojos, se tiró un pedo y empezó a mover cabeza y a mirar para todos lados. Asustado por no saber dónde se encontraba, se bajó de la cama; no sabía si correr o jalar su catre. Se paró sin saber lo que estaba sucediendo. Cuando oyó las risas, se metió al dormitorio jalando su cama, gritando y distribuyendo como cartero mentadas a todos nosotros. Por aquella época, las autoridades de la escuela sabían que los alumnos, todos mayores de edad, no eran precisamente unos angelitos; por este motivo, y debido a la fama de disciplina que poseía el colegio, consideraron la conveniencia de extender la vigilancia hasta los dormitorios, así que, con la finalidad de cuidar y mantener el orden donde pernoctaban los novatos después del toque de silencio, se comisionó a un vigilante, de quien corría el rumor haber pertenecido a “Los Dorados de Villa” con el

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grado de capitán. Debido a su actitud disciplinada y de servicio, y a pesar de su jerarquía, la raza le puso “el Humilde”. Quizá a manera de revancha y por saber que no estaban en un cuartel, la raza le jugó muchas diabluras a este personaje. Cuenta la Pingüica que cuando el Humilde llegaba a vigilar al dormitorio, a lo largo del andador amarrábamos alambres de cama a cama con el propósito de verlo caer al suelo. Cuando escuchábamos el costalazo, se decía a sí mismo: ¡Pendejo! Después de varias caídas, evitó las trampas llevando por delante un bastón para descubrirlas. Como buen vigilante, ahora prendía su linterna para alumbrar el piso y evitar los alambres. Entonces los estudiantes cambiaron la estrategia. Desde el techo colgaron palos atravesados para que su cabeza se estrellara con ellos. Cuando recibió el primer chingadazo se le escuchó decir: ¡Cabrones! No conforme con esto, en otra ocasión tratamos de electrocutarlo. Las chapas de las puertas de estos dormitorios eran metálicas así que las conectamos con alambres electrizados para que recibiera descargas eléctricas en las manos. Cuando esto sucedía, entonces exclamaba: ¡Hijos de toda su…!

Otras veces, cuando llegabas de madrugada al dormitorio después de alguna “pachanga”, disfrutabas haciendo renegar a los demás al momento de despertar. Esto consistía en llenar con agua sus botas. Al toque de diana, cuando se levantaban para vestirse, al momento de alzar la bota para ponérsela, el líquido frío se les vaciaba en el pecho. Entonces empezaban a echar madres. Al toque de rancho rápidamente salían los estudiantes que permanecían en el dormitorio para formarse en la compañía junto con todos los que allí dormían, pero algunos continuaban la siesta y se quedaban dormidos; entonces uno de ellos ponía una bola de grasa para zapatos encima de una de bota y le prendía fuego. Como se empezaba a calentar, al principio nada más movían el pie, dando pataditas; para cuando

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despertaba, eran patadotas y quemada segura. Entonces se les escuchaba decir: ¡Jijos de toda su….! Por aquellos años, la sala de armas y el salón de la oficialía se encontraban frente a la actual rectoría. En este salón, el prefecto y el alumno designado como oficial de partes elaboraban las órdenes a ser impartidas y cumplidas al día siguiente, en ellas se nombraba al jefe y subjefe del día, los ayudantes, el corneta de órdenes, los servicios para atención del establo, las zahúrdas, los viveros y los jardines, además de la lista de arrestados y las fajinas. Para mantener el orden entre los 400 alumnos internos, todos mayores de edad, era necesario establecer un régimen militarizado, por lo que las autoridades de la escuela habían organizado una oficialía con los alumnos de los grados superiores. Su funcionamiento estaba encomendado a un capitán del Ejército Mexicano que radicaba en el mismo recinto. El resto de los mandos intermedios estaba integrado por alumnos de quinto, o sea del último grado: capitanes primero y segundo, tenientes, subtenientes, sargentos y cabos, además del oficial de partes, la escolta de bandera, el corneta de órdenes y la banda de guerra. Esta disciplina militarizada iniciaba a las seis de la mañana. La banda tocaba tres de diana para que el alumnado se levantara y acudiera al pase de lista. Esto ocurría frente al edificio principal y el asta bandera. A esta hora los estudiantes se presentaban y ocupaban su lugar, de acuerdo con su estatura, en las filas de cada contingente, con los que se integraban tres pelotones. El cabo pasaba lista, se la comunicaba al sargento y éste al subteniente o teniente de cada compañía, hasta llegar al capitán primero. Los estudiantes que por algún motivo no se presentaban o que habían cometido faltas a la disciplina generalmente eran acreedores a una sanción, un arresto o se les asignaba fajina.

¿Te recuerdas cuando vivíamos en el edificio principal, debajo de La Gloria, y tenías frecuentes arrestos? En dos ocasiones te robaste la relación de arrestados. Comentó Horacio a Benito.

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La primera cuando pernoctabas en La Colorada y, sin dejar huella, con una vara sacaste por la ventana las listas. En esa ocasión los oficiales no hicieron nada. La segunda fue cuando el Chorrillo, la Colmillona, Monarrez, el Tribido (que parecía yucateco, pues era delgado, chaparro y cabezón) y tú sacaron esas listas. Entre el Chorrillo y Poncho levantaron al Tribido y lo metieron por la ventila superior de la puerta; cuando estuvo dentro les abrió la puerta. Con la luz apagada recogieron toda la papelería escrita que encontraron. Después de seleccionar y borrar todo lo relacionado con arrestos, sanciones y cartas de denunciantes, las devolvieron. En la máquina de escribir dejaron a cambio otra lista de arrestados, sólo que en ésta anotaron los nombres de los oficiales. Decía: Quibrera, Oficial de Partes, arresto indefinido por mamón. El Zurdo Farías, Capitán Primero, arresto por barbero, agachón y por andar de chofer de Lencho, el Director. El Cacama, Júpiter Barrera, Capitán Segundo, por huevón. Esto fue lo que los encabronó y al día siguiente, como si los hubieran visto, fueron por ustedes; cuando les preguntaron, ustedes obviamente lo negaron. Con o sin listas sabían que estaban arrestados indefinidamente. Los oficiales anduvieron indagando durante tres o cuatro meses, hasta que por fin dieron con los autores de la falta. El castigo fue ¡expulsión definitiva! Sin embargo, descubrieron al angelito capitán primero de Júpiter corrigiendo una calificación en su registro del cárdex. De eso se agarraron para decirle: “Nos arreglas nuestro asunto, cabrón, o te denunciamos”. El chantaje los favoreció.

El corneta de guardia realizaba otros toques, tres veces al día, para indicar la hora de los alimentos (o ranchos). Se volvían a formar los pelotones de las distintas compañías para realizar lo que era habitual desde la mañana hasta la tarde: pase de lista, aseo, academia, prácticas, lectura de la orden del día,

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asignación de comisiones, lista de arrestados y asignación de fajinas. En estas órdenes del día se definían las distintas áreas de servicio para atender: prácticas de campo, establo, posta zootécnica, viveros, jardines, etcétera. El comedor era un enorme salón donde los estudiantes tomaban sus alimentos. Este edificio incluía la cocina y el área de servir. Pablo Corbera era conocido como el cocinero mayor. Todas las mañanas preparaba unos sabrosos bisquetes servidos con rebanadas de mantequilla y diferentes tipos de atoles o cereales. ¿Te acuerdas cómo le decían al camino de la cocina, donde laboraba Pablo Corbera?, preguntó Pablo García, contestándose él mismo: Tenía un título de película, le decían: “La senda de los bisquetes”. Cuando llegaba la hora del “rancho”, los estudiantes, agrupados en su pelotón y formados en compañías, marchaban ordenadamente hasta el comedor, en la mesa asignada se recibían los alimentos servidos por los novatos, quienes a su vez, semanalmente y durante todo el año, se rotaban como meseros en las mesas de su pelotón. Otro grupo de novatos también hacía de meseros para atender a los alumnos de quinto grado y a los oficiales. Estas funciones consistían en llevar a las mesas las charolas con los platos de alimentos que los cocineros, desde el área de servir, les pasaban; después los recogían y limpiaban la mesa. En días patrios se incluían honores a la Bandera. Cuando le comenté a mi papá sobre el asunto de la corretiza que me dio Pablo, el jefe de cocina, contaba Alfonso, me respondió: Si te peleas con el cocinero, pasas hambre, así que es mejor que hagas las paces. El asunto consistió en una broma que hice al buen Pablo: Con la aguja de una jeringa perforé el cascarón a dos huevos, los vacié y con mucho cuidado los llené con agua, luego los llevé a Pablo, se los di para que me los hiciera fritos en el aceite hirviente que tenía en un sartén. Cuando los vació, ya te has de imaginar lo que le pasó al buen Pablín, por lo que me puso una correteada con el palote de los bisquetes. Durante varias semanas me hizo sufrir, pues no me daba “dobletes”. Hice las paces con él cuando le regalé media botella del brandy Aguirre. Los cargos directivos de la sociedad de alumnos se obtenían mediante elecciones internas. Las diferentes planillas daban a conocer

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sus propuestas a través de campañas, que consistían en la distribución de volantes, eventos musicales (principalmente audiciones de violín y guitarra por parte de los propios alumnos), mítines en diferentes espacios y otras formas de convencimiento. Una vez electa la directiva, ésta se dedicaba a resolver problemas de tipo académico, a gestionar o negociar problemas internos relacionados con la alimentación, los deportes, las disciplina y otros. El Juanón había quedado al frente de la administración de raciones, quizá por esta razón nunca dejó de pasar a la cocina para pedir un taco a Pablo Corbera, el cocinero. Por este motivo, el grupo de “Las Comadres” lanzó un chisme, poniéndole el nombre de una película: “Atila contra Roma”. Recuerdo, comenta Albino, que durante estos años el presidente de la sociedad de alumnos fue nuestro compañero Jesús Sanabria Ramírez. Inmediatamente Rubén Lira le interrumpió para agregar: Tenía fama de ser letrado, político y de buen habla, no sólo como presidente de la sociedad de alumnos, sino desde cuando cursaba estudios en la Escuela Práctica de Agricultura “La Huerta”, en Morelia, Michoacán, donde, en aquel entonces yo era responsable de las compras. Uno de esos días pasaba por las inmediaciones de esa escuela un indígena conduciendo burros cargados con carbón vegetal, motivo por el que comisioné a Sanabria para que se informara del precio de venta del carbón. De aquí que, el comisionado, se acercó al humilde campirano e inició un diálogo en estos términos: —Callado y taciturno habitante de las distantes, sombrías, lóbregas e inhóspitas regiones selváticas, interrumpo vuestro paso tan sólo para inquiriros ¿en cuanto valuáis los calcinados maderos que gravitan sobre los omoplatos de vuestro pollinos? Aquel pobre hombre quedó sorprendido con el inusual lenguaje y, creyendo que le estaba diciendo alguna majadería, le contestó: —¡Chingue usted a su madre!

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Gran parte del cañón está formado por terrenos calcáreos y erosionados, más abajo existen pequeñas hondonadas y cuencas de arroyos secos por donde, en época de lluvias, bajan torrentes de escurrimientos hídricos y areno-limosos. La pendiente continúa hacia otra área de mayor declive, la cual va a dar a una porción de tierras cultivables, a la cual se le denomina “El Bajío”, donde los estudiantes realizan prácticas agrícolas, mecánicas, de agrimensura, topografía e irrigación. Puesto que periódicamente se tenían que hacer estas prácticas de campo, incluyendo agrícolas, hortícola, frutícolas, de viveros y pecuarias en el establo y en la posta zootécnica, existía un encargado técnico y varios mayordomos para complementar la enseñanza de estas actividades. En otros casos, en ese mismo sitio se tenían que cumplir con arrestos o sanciones mediante el pago de fajinas. Para llevar a cabo estas actividades, la escuela contaba con un ingeniero agrónomo, encargado de estas funciones, quien además se caracterizaba por usar sombrero tejano o charro, chaqueta de cuero, botines y espuelas; además de montar a caballo, poseía un carácter recio y empleaba un léxico rustico. Lo apodaban “el Chapo”. Comenta Poncho Elizondo que después de varias semanas de permanecer arrestado, sin salir y haciendo fajina en El Bajío, y sabiendo que por esos días estaba por celebrarse el famoso baile ranchero en “La Acuña”, dijo al Macho Navarro: —Te apuesto a que le saco permiso al gran jefe mariscal de campo, el Chapo. —Si te animas a pedirlo, yo también voy —respondió el Macho. —Bueno, primero anda tú —le dije. Llegué cuando El Chapo estaba cenando y le solté: —Oiga, ingeniero, ¿podría darme permiso de salir esta noche?, quiero ir al baile ranchero. —T’as pendejo —me contestó. —No la joda. Míreme. Tengo ya más de tres meses de no ir a Saltillo.

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Parece que eso lo convenció, pues me respondió: —Vete. Tanto tiempo sin el pegue puede ser muy peligroso. De salida vi su chaqueta, una cuerera tamaulipeca, se la pedí prestada y me dijo. —¿No quieres también la vieja? —¡No, esa yo me la consigo solo! Después de mí se acercó el Macho Navarro, dizque con la muleta de ir comprar una cobija a Saltillo, a lo que le contestó: —¡Mejor acuéstate sobre una nalga y te tapas con la otra!

La escuela está rodeada por un macizo montañoso con escurrimientos pluviales y para aprovechar estas condiciones se organizó una campaña de reforestación en la que participaron estudiantes, elementos del Ejército y conscriptos; como resultado se reforestó con coníferas una superficie aproximada de mil hectáreas. En los cerros del lado opuesto al gran cañón se combatió, en 1854, la batalla de La Angostura, entre los ejércitos de los generales Santa Anna y Taylor. A los lados existen algunos ejidos y ranchos vitivinicultores y ganaderos, tales como El Álamo y El Refugio. ¿Te acuerdas que durante el verano, cuando se iniciaba la vendimia en el rancho El Álamo, íbamos a robar las uvas?, preguntó Aldape. Te armabas con fundas de almohadas para llenarlas con racimos. Llegabas y te acomodabas cerca de los linderos; cuando veías que los guardias se separaban, te metías en los viñedos y empezabas a cargar. Vigilando a los guardias, y sin hacer ruido, cruzabas la cerca de alambre de púas. Sabías que los guardias tenían instrucciones de disparar sobre los ladrones, pues iban armados con escopetas cargadas con cartuchos de sal en grano. Los propietarios del rancho sabían quiénes eran los autores del saqueo, así cada verano enviaban varias cajas con uvas para que fueran repartidas entre la raza en el comedor.

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Pero cierta ocasión, la recuerdo muy bien, los guardias descubrieron a Ruanova cuando salía con su botín y le dispararon un escopetazo. Le pegaron en el culo, pues tenía protegida la espalda con la funda llena de uvas. El pobre se quejaba con una vocecita infantil, pero a veces pegaba alaridos: Ay ayy ayyy, cuando, tendido y bocabajo, le sacábamos de entre las nalgas los granos de sal.

A fines de los años 40 y principios de los años 50 se tuvo carretera pavimentada, se construyó un edificio moderno y funcional con aulas, biblioteca, oficinas administrativas y auditorio; fue entonces cuando las oficinas de la Dirección se cambiaron a este nuevo edificio, se modificó el plan de estudios con el nivel de bachillerato, la escuela se incorporó a la universidad del estado y los alumnos de la XXVIII generación pasaron a pernoctar en los espacios del antiguo edificio La Gloria que habían servido como aulas, tornándolas en habitaciones. También por esta misma época se inauguró otra construcción de tres pisos, la cual contaba con cuartos para dos estudiantes en cada uno. A este dormitorio sólo tenían acceso los estudiantes de cuarto y quinto grados. Fue bautizado con el nombre “Miguel Alemán”. Las clases en las aulas generalmente se tomaban de nueve de la mañana a una de la tarde y de tres a seis de la tarde. Además se tenían actividades de laboratorio y prácticas de diferentes materias: química, suelos, entomología, genética, fitopatología, topografía e irrigación. Quizá por tratarse de aquellos tiempos, algunos de estos maestros eran comunistas ortodoxos, como el ingeniero Pedro Pacheco; otros eran coquetos y elegantes con las damas saltillenses, como el ingeniero Enrique Reyna; había algunos excelentes en su cátedra, como el médico Rodríguez; otros bonachones y bromistas, como el ingeniero Córdova; algunos medio “barcos”, como el ingeniero Gamiz. Los había también con grados masónicos; otros eran serios y formales, con una mayor capacidad intelectual en su especialidad y ostentaban grados de maestros y doctores en ciencias.

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La tensión se hacía más fuerte a medida que se aproximaban los exámenes finales, contaba Juan Cedillo; sin embargo, el grupo nunca dejó de ensayar todas las estrategias de acordeones, habidas y por haber, a fin de obtener buenas calificaciones y conservar la beca. Cuando alguno de los alumnos llegaba a tener dos materias “ponchadas”, lo llamaban de la Dirección y “La Garlica”, quien era el administrador, le decía “¡Pagas o te vas!”, refiriéndose a que al perder la beca se tendría que pagar en efectivo el valor de la pensión. La técnica del acordeón que usé era muy buena. Pegó muy bien con La Garlica en su examen de Geografía Económica de México. Tanta estadística afectaba mis neuronas. Dijo Arboleida. Para esa ocasión hice varios acordeones, no muy grandes, uno para cada bolsa del pantalón. En la de la camisa escondí el directorio de los acordeones. Cada tema indicaba la bolsa donde se encontraba el acordeón correspondiente, así que me senté mero adelante, armado con un espejo para ver dónde andaba. Cuando lo vi, estaba atrás de mí. Él nada más estiró su brazo y con la mano me quitó el espejo. Entonces cambié de táctica y regué azúcar en el piso. Cuando andaba cerca de mis espaldas sus pisadas solo hacían: crac, crac, crac, crac. A este otro maestro, le cupo el honor de haber sido el primer alumno inscrito en ese plantel, por ello fue el veterano más reconocido. Quizá por esto, o por que en nuestra óptica, así lo veíamos nosotros, se consideraba el papá de todos los pollitos. Aún considerando como verdadero, o parcialmente cierto, todo lo que contaba, nos daba la impresión de ser un personaje mitómano y excéntrico. Por lo mismo, la fatuidad y presunción con que adornaba sus exagerados comentarios durante su cátedra constituían verdaderas “echadas” o representaciones con las que se adornaba. A nosotros nos encantaba escuchar sus aventuras exóticas y extravagantes: en el bosque, realizando estudios geodésicos; en el desierto, efectuando levantamientos topográficos; en la selva, safaris de caza mayor; construyendo presas, trazando vías de ferrocarril, carreteras y túneles

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terrestres; como capitán de altura navegando en barcos por mares minados durante la guerra; dejando amores en cada puerto. Todo aquello nos parecían experiencias cargadas de fantasía, por eso mismo le pusimos “El Champ”, precisamente por campeón, pues en su visión muy personal superaba todas las metas. Esto a manera de introducción lo expresaba Ambrosio Gómez y agregó: En cuarto año, el Champ Cárdenas nos retó a que le robáramos el examen de su materia, que era irrigación. Nos enseñó un sobre lacrado. Relamiéndose los labios y retorciéndose los bigotes nos dijo con un acento norteño, todo lleno de presunción: Los reto a que me roben el examen, hijitos… a ver si como roncan duermen. Yo sentí aquello en carne propia, como un desafío directo y personal, pero el grupo me ganó la exclamación gritando y contestando: Aceptamos. Convocamos a una asamblea del grupo y repartimos comisiones. A Monarrez le tocó ligarse a la “secre” del Champ; a otros los envié a la hemeroteca y a la biblioteca; al Chorillo y a José Azuara, a la oficina del edificio principal, donde identificaron una ventana que daba al exterior; quitaron el mastique, la abrieron y entraron. Buscaron con mucho cuidado. En el cesto de la basura encontraron el papel carbón con que fueron elaboradas las fichas de evaluación. Una noche antes el examen lo dieron a conocer a todos. Prohibido sacar diez, advertiste, pues yo me conformo con 6.5 o 7. Para que se diera cuenta de que le habíamos ganado el reto, al año siguiente le mandé anónimamente, por correo, las copias del papel carbón. Nuca me lo perdonó, pues una ocasión que lo encontré por el edifico Alemán, con una cara toda enchilada me dijo: ¡Así que tú fuiste el cabrón de lo pasantes…! Por lo que me quedé pensando: Quién sabe si le informaron o sólo hablaba al tanteo. ¿Te acuerdas de la forma de calificar “por apreciación” del ingeniero Gamiz? Vox populi, Vox Dei, decía Héctor Maltos Romo.

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Su sistema era muy simple: por riguroso orden alfabético mencionaba el nombre de los alumnos inscritos en una lista. Cuando te nombraba, te ponías de pie, muy circunspecto, pues a sabías que te iba a calificar, tratabas de poner cara de inteligente. ¿Para cuánto les gusta?, preguntaba al resto del grupo. La raza empezaba a gritar: cinco, seis, siete… Te asignaba la calificación según los gritos de tus compañeros. ¡Eso era democracia! Seguramente era priísta. A veces nos enseñaba a elaborar jabón de baño en las prácticas de laboratorio de química. Una vez alguien le dijo: Maestro, Pepe de la Garza (qepd) no usa este jabón por que dice que se despelleja. A lo que el maestro con voz aflautada y ojos de pícaro, contestaba: ¡Es que Pepe es maricón! En otra ocasión, Ladislao Olivares dijo al ingeniero Gamiz: Su curso vale gorro, maestro. A lo que respondió: Ah, ¿sí? ¿Y cómo te llamas, para calificarte? Rápidamente, Ladislao contestó con el nombre de otro compañero: Adalberto Celaya. Una ocasión, Poncho Elizondo le metió una manguera del laboratorio en una bolsa del pantalón. Cuando abrió la llave donde estaba conectada la manguera, se los mojó como si se hubiera hecho pipí. Entonces empezó a decir: ¡Ya me chingaron, ya me chingaron, cabrones! En su laboratorio de suelos, el ingeniero Pedro Pacheco tenía la costumbre de secar los tubos de ensayo con su corbata. Observando esto, cuenta Poncho Elizondo, se me ocurrió la grandiosa idea de mojarlos con ácido, así que cuando tomó uno para secarlo, su corbata empezó a humear; sin saber de dónde procedía ese humo y el olor a chamuscado, él sólo se limitó a esparcirlos con la palma de la mano, por lo que al rato se quedó nada más con el puro nudo amarrado al cuello. No conforme con esto, me metí debajo de la mesa del laboratorio y con una jeringa le rocié el cinto con ácido. Al quemarse el cinturón, se le reventó y los pantalones por poco se le caen.

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Cuando cursábamos el segundo grado, dijo Pablo Arboleida, un día nos anunciaron que iban a suspender las becas. Entonces, durante la clase que impartía el maestro Bernardo Ramos y Salas, alias La Garlica, quien además fungía como administrador, escribimos en el pizarrón: ¡Vámonos a Rusia! ¡Allá no cobran por estudiar! Julio Sánchez Tienda nos apoyaba gritando porras desde afuera del salón: ¡Viva el comunismo, viva Rusia, donde no se paga por aprender! La encabronada que se dio. Agitando los brazos a la altura de su cabeza, con ademanes iracundos y una vocecita muy educada, nos gritaba: ¡Inconscientes, no saben lo que dicen! Un domingo estábamos en el Bar Primavera con otros compañeros, contaba García Triana. Después de un rato nos dimos cuenta que no completábamos para pagar el taxi de regreso. Entonces alguien recordó haber visto el carro del doctor Lorenzo Martínez, nuestro director, estacionado en la calle Victoria, frente al Cinema Palacio. Seguramente había ido al cine con su esposa. Llegamos hasta donde estaba el carro, lo abrimos, lo pusimos en directo y nos lo llevamos hasta la escuela; allí lo dejamos estacionado en el mismo lugar donde acostumbraba. Cuando el director salió, al no ver su carro lo dio por robado. Presentó su queja a la policía, allí le preguntaron si no lo había olvidado en la escuela. El doctor aseguraba que él y su esposa habían ido al cine en su vehículo. La policía visitó otro día la escuela y encontró el carro cerrado y estacionado en el mismo lugar que lo dejaba. El pobre de Lencho, sin entender la situación y como era su costumbre, ¡nomás se rascaba la cabeza! En otra ocasión Lencho nos dio un aventón a Saltillo a Carlos Casas y a mí, aquél se subió adelante y yo, atrás. En el camino, Carlos saca un cigarro “Farito” y el doctor muy atento le pasa el encendedor del carro. Al encenderlo la Colmillona, cre-

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yendo que era cerillo, se confunde, le sopla y lo avienta por la ventanilla. ¡Pedorriza que le puso! Existe un área de nogales centenarios y frondosos cercana al antiguo edificio y una calzada de sauces por donde se llegaba a la nogalera, Al lado de este espacio se estableció hace varias décadas un vivero forestal y de plantas ornamentales, que ya no existe; en años recientes se construyó un comedor moderno. Durante el verano solíamos ir a estudiar bajo las sombras de estos nogales silvestres, los cuales producen nueces cuyas almendras son muy ricas. Era tiempo de nueces, pero Monarres, Benito Cázares y yo, decía Ramiro Bueno, estábamos arrestados. Un día se nos ocurrió ir a apalear los nogales. Estábamos en plena tarea cuando aparece la Chulinda amenazándonos, pues en aquel entonces era oficial. —¡Eso que hacen es una indisciplina, así que los voy a arrestar! —Nos dijo; creía que nos iba a asustar. —¡Pinche Chulinda, arréstanos, pero no estés chingando! —le respondimos. —Pos apoco les tengo miedo, cabrones. ¡Y… bolas!, que nos pone otro sábado y domingo sin salir. Llevamos el caso con Lencho, el director. Argumentamos que los nogales eran del estudiantado y, puesto que lo éramos, las nueces eran nuestras. Quedamos sorprendidos por la justa respuesta que nos dio Lenchito: Efectivamente, las nueces son de ustedes, terminen de apalearlos y las repartiremos entre todos. Cuando salimos de la entrevista le dijimos a la Chulinda: ¿Cómo te quedó el ojo, pinche cabrón?

Por la década de los setenta, cuando volviste como maestro, la escuela se había transformado en Universidad Agraria. Se había creado la División de Ciencias Socioeconómicas y las especialidades en desarrollo rural, economía

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agrícola y administración de empresas agropecuarias. Al parecer, ésa fue una de las mejores épocas de la institución, pues se habían establecido varios postgrados, incluyendo un doctorado en genética. Por este tiempo la institución se fue ampliando; se adecuaron nuevos espacios físicos y se construyeron más instalaciones, con lo que se incrementó el patrimonio de la escuela, al igual que sus funciones, hasta transformarse, en 1973, en universidad. Se instaló una nueva red de agua potable, se agregaron una planta avícola, un predio de 100 hectáreas en la Sierra de Arteaga y hasta un rancho ganadero. Los estudiantes de esa época contemplaron un paisaje natural semejante al de ahora, pero tras los 25 años transcurridos yo veía muchos cambios, por ejemplo: en la disciplina interna, en los maestros y el personal de servicios, en los avances tecnológicos, en los espacios, calzadas, corredores, comedores y la nueva biblioteca, todos ellos realizados durante las últimas décadas. Cincuenta años después, recordabas el reloj de sol como símbolo cronológico y te encontrabas capturado algunas de las anécdotas que tus antiguos compañeros habían comentado y otras que te enviaron para ser presentadas en este aniversario. Al considerar y pensar en el lema, el escudo y sus símbolos, éstos te hicieron recordar los años de esa época estudiantil. Por lo mismo, te preguntaste ¿qué características definían a tu generación? Estando en esos menesteres te diste cuenta que tu grupo, salvo algunas excepciones, lo mismo había sido revoltoso, indisciplinado y quien sabe si estudioso. Tuviste la fortuna de haber sido maestro en tu misma escuela veinticinco años después de que egresaste, así que podías establecer dos cortes comparativos: las características de tu generación y, dos décadas y media después, las de aquellas otras que durante diez años capacitaste. ¿En que se diferenciaban de la tuya? Con riesgo de que tu memoria confundiera los recuerdos y olvidaras detalles después de todos los años transcurridos, medio siglo para ser precisos, de lo que ahora se trataba era definir y diferenciar algunos de los rasgos, valores y costumbres de tu gene-

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ración, comparados con las que en otros tiempos contribuiste a formar. ¿O era que debido al tiempo y la edad habías perdido la memoria? Si cuando regresaste al aula como maestro también te habías formulado la misma pregunta, ahora, a una doble distancia, cuando tu generación se preparaba para celebrar el 50 aniversario, te parecía que esas preguntas continuaban siendo vigentes. Metido en estas divagaciones, trataste de precisar aún más la pregunta y la formulaste de la siguiente manera: ¿cuál era el perfil con que se había formado tu generación (1950-55) y en qué se diferenciaba de las que enseñaste durante la década (1974-1985)? En eso estabas cuando te acordaste que Gregorio Martínez también se había planteado en su texto Croniquilla deshilvanada una pregunta semejante, así que volviste a leer su libro. Encontraste varios indicadores, de éstos sólo te agradó retomar los que se refieren al espíritu tribal acendrado y la fraternidad estrecha; las actitudes, el habla, la vestimenta, la endogamia, la exogamia, la inscripción femenina y algunos aspectos culturales. Esto debido a que en los años cincuenta, como eran internos, difícilmente aceptaban individuos o grupos extraños al ambiente de la escuela y en los distintos subgrupos se mantenía un cierto mimetismo y la vida gregaria. Pero cuando volviste como maestro, los alumnos externos habían sobrepasado a los internos. Ahora la mayor parte vivía en la ciudad de Saltillo. El régimen y la vida del internado sólo se proporcionaban parcialmente; aquel espíritu tribal y la fraternidad entre los alumnos internos y los externos se manifestaban en distinto grado. En los internos este ánimo era más fuerte que en los externos. Las novatadas habían desaparecido. Obviamente la disciplina militar ya no existía, tampoco el servicio de los novatos en la cocina; por el contrario, había comedores que ofrecían una alimentación más variada y los alumnos pagaban sus alimentos. El edificio Alemán albergaba ahora los cubículos para maestros y se habían construido otros más. Durante los primeros 25 años de vida de la escuela, la mayoría de los alumnos procedía del norte del país y los estudiantes del sur eran pocos. Las actitudes, el habla y la vestimenta eran norteñas y los alumnos los adoptaban cuando se incorporaban a las tribus. Veinticinco años después

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el habla y la vestimenta se modificaron con cierta diversidad entre las especialidades, tendiendo en su mayoría hacia patrones más urbanos de estos rasgos, con una tendencia a diluir las actitudes norteñas. A mitad de la centuria pasada existía un regular número de estudiantes que tocaban la guitarra y unos cuantos el violín, los que lo hacían llevaban sus propios instrumentos, en ocasiones se formaban tríos. Algunos practicaban y aprendían a tocar principalmente guitarra con estos mismos conjuntos. Era común “llevar gallo” a las novias los fines de semana. Con el correr de los años la afición musical aumentó, pues cuando llegaste ya se había formado la “Rondalla de Saltillo”. Ese conjunto constituía ya una empresa apoyada por la universidad, pues durante las vacaciones era común que saliera de gira a diferentes entidades del país. Desde fines de los años 40 se permitió el ingreso a mujeres; para esta época la endogamia estudiantil de género masculino se había roto. Veinticinco años después, cuando regresaste como maestro, era común encontrar un diez por ciento del sector femenino en cada especialidad, algunas hijas de los propios egresados. Opuesto a la endogamia, ocurrió la exogamia, es decir, uniones masculinas y femeninas entre individuos de distintas tribus o familias profesionales. Sin desconocer su cohesión interna, la tribu había realizado desde entonces varios intercambios exogámicos al enlazarse con personas procedentes de diferentes centros educativos, o bien mediante la incorporación de varios maestros y maestras con profesiones procedentes de distintos centros de estudios superiores. Es muy probable que en lo futuro, en cuanto al ingreso del personal femenino, se manifieste una tendencia a igualar al masculino. Estas fuerzas femeninas y masculinas te llevaron a recordar el reloj de sol como figura cronológica y otras imágenes de la época estudiantil. Las palabras Alma terra mater constituyen el lema de la universidad, se hallan inscritas sobre una franja encima del escudo, en él se encuentran varios símbolos arquetípicos, entre otros, los siguientes: El alma madre, está representada por la tierra, o sea la que alimenta; el águila significa también el alma, sólo que ésta se refiere al ánima histórica y ancestral de la Patria, propia de nuestra identidad nacional; el búho es el símbolo de la

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sabiduría, se le atribuye la propiedad de ver claro en la oscuridad, así como el filósofo puede ver lo que otros no; está posado sobre una de las manseras del arado, instrumento de labranza que sirve para roturar la tierra, etapa del proceso productivo para la generación de alimentos. Al fondo de estos símbolos se puede observar la luna en cuarto creciente, la cual con sus flujos y reflujos tiene influencia en las plantas alimenticias, es decir, las mieses representadas por los trigos dorados, sustento de la humanidad. La Luna constituye el espejo de la tierra. De los calendarios usados por el hombre, quizá el lunar sea más antiguo que el solar, pues simboliza fases y tiempos de un proceso en el que sus etapas se representan por nacer, brillar, morir y resucitar; tiene influencia en los mares y se manifiesta en las mareas y en la circulación de los líquidos, al igual que en el ciclo de desarrollo y crecimiento de semillas y frutos. Pensabas en las alegorías del tiempo, la evolución y el desarrollo de tu alma mater, en el ingreso e inscripción de personal femenino y en esas otras tantas imágenes, por lo que discurriste: Si la Luna constituye un símbolo femenino, el Sol representa el masculino. Un año después de la reunión previa realizada con tus compañeros en la ciudad de San Luis Potosí, recibiste por parte de la comisión de organización encargada de coordinar las actividades, una invitación membretada con el escudo de tu escuela en la que se leía: La Universidad Autónoma Agraria “Antonio Narro” y la Generación XXVIII se complacen en invitar a usted y su estimada familia a los eventos conmemorativos del 50 aniversario de haber egresado de esta institución, que habrán de realizarse del 29 al 31 de julio del 2005. En el documento se anotaban los nombres de 54 compañeros egresados hacía cincuenta años, de los cuales 17 habían fallecido. Por encontrarse en buenas condiciones físicas sólo se presentaron veinte. Existían otros diez y siete de los que, por motivos de salud, once no pudieron asistir, y otros seis de los que no se tuvo información. El programa, entre otras actividades, incluía: una ceremonia en el auditorio académico, donde el rector entregó a cada miembro de la

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generación una placa en bronce conmemorativa de los cincuenta años de servicio, además se les organizó una cena-baile. Para el año de 2006, el grupo asistente acordó que por las mismas fechas realizaría una reunión en Pátzcuaro, Mich., donde te tocó recibirlos. Por esas fechas, antes de la reunión, murieron otros dos compañeros. La siguiente reunión, del 2007, se acordó realizarla en Tulancingo. Durante el curso de ese año murió otro más. Allí se acordó realizar la posterior congregación del 2008 en la ciudad de Zacatecas. Ahora, al estar próximos a esta otra reunión, esperas poder entregarles un ejemplar de tu segundo libro titulado Relatos catárticos en el que, como parte de la colección de narraciones, se incluye este relato titulado “50 Aniversario”. Sin embargo, a estas alturas del partido, a todos nos queda la expectativa y nos formulamos la pregunta: ¿Quién será el siguiente?.

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ENTRE LO SAGRADO Y LO PROFANO

C

uando Nena nos presentó a su segundo esposo sentí cierta aprensión, pues con los 20 años que llevaba yo de matrimonio desconocía las recientes normas surgidas entre las nuevas parejas; quizá fue un escrúpulo que lindaba en el prejuicio, pero esa falta de sutileza indicaba que quizá ella no había considerado el afecto que aún sentía por su anterior esposo, además de que todavía conservábamos una firme amistad. Pensé en todas las poderosas razones que tuvieron para separarse. Seguramente este recelo no nada más lo sentí yo, creo que también lo presintió ella y tuvimos que enfrentarlo ambos: creer que yo tendría la capacidad para separar mi relación con su primer esposo y substituirla con el segundo, y que en el futuro la podía recuperar o tal vez remplazar, aun cuando con el actual marido llegase a ser diferente. Cuando un matrimonio se divorcia, las parejas amigas caen en la cuenta de la reciprocidad que se tenía en el consorte anterior y que la nueva relación requiere de un esfuerzo de objetividad y comprensión por parte de los involucrados a fin de continuar la amistad con la nueva pareja. Cuando comenté esto a un amigo psicólogo, me dijo que, efectivamente, el “substituto”, exagerando el término, era un “intruso”, pues estaba invadiendo la relación que se sostenía con el miembro del enlace anterior. No por esto puse mala cara, sino que me propuse abrir mi ser a fin de superar cualquier tipo de escrúpulo o prejuicio. Luis y Nena habían vivido juntos durante varios años y no se habían casado civilmente. Si se tratara de cualquier otra pareja, eso sería común y comprensible; sin embargo, cuando se trata de un cura, esto es otra cosa.

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Cuando Luis decidió comprometerse con ella, abandonó la iglesia donde realizaba su ministerio sacerdotal y desde entonces solicitó la dispensa papal, la cual tardó en llegar diez larguísimos años, el mismo tiempo de su relación, durante los cuales habían engendrado dos hijos. Tan pronto recibió la dispensa, inició las gestiones para casarse por la Iglesia y para lograrlo tendría que cumplir con otros trámites ante el Tribunal de la Curia Metropolitana. Nosotros fuimos invitados como testigos, tanto para la boda civil como para la religiosa; sin embargo, como había ejercido el sacerdocio y obtenido la dispensa papal, el Alto Tribunal Canónigo nos llamaba como testigos para hacernos una serie de preguntas relacionadas con el próximo matrimonio. Yo ignoraba lo que era el Tribunal Canónigo, pero me di tiempo para investigarlo. Así, supe que se refiere al conjunto de reglamentos y leyes doctrinales que, respecto al dogma, establecen las autoridades eclesiásticas y que emanan de las Sagradas Escrituras, las tradiciones divinas, las reglas de los apóstoles, las enseñanzas de los santos padres y los decretos de los sumos pontífices. En 1918, Benedicto XV las compiló en un catálogo que se llama Codex juris canonici. El tribunal representa a la curia romana, es decir al conjunto de las congregaciones, seis oficinas y tres tribunales, que celebran con el pontífice el gobierno de la Iglesia. Se llama arquidiócesis a la “curia metropolitana”, o sea al tribunal eclesiástico que depende del arzobispado del lugar. Cuando en dicho recinto, semejante a una suprema corte de justicia, hicimos acto de presencia mi esposa y yo, un miembro del alto tribunal, con cara de pocos amigos, me preguntó: —¿Sabe usted si el señor Cendoya no se ve obligado o presionado por alguna circunstancia a casarse? A pesar del tono tan solemne con que pronunció esas palabras, éstas me sonaron risibles y contradictorias sabiendo el tiempo de convivencia con su esposa, la procreación de sus hijos y el tiempo de espera de su dispensa papal.

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—En todos los años que tengo de conocerlo ha vivido en santa paz con su familia —contesté. A fines de los sesenta conocí a Luis Enrique Cendoya y su esposa en la ciudad de México, en casa de Germán Guzmán, otro ex cura colombiano también casado que había colgado los hábitos. Ellos y otros más fueron compañeros, amigos y sacerdotes rebeldes que surgieron al lado de Camilo Torres Restrepo, el ex cura guerrillero. En ese tiempo eran recientes los movimientos estudiantiles del 68 en Francia y en México. Parecía que todo el continente latinoamericano estuviera convulsionado por situaciones revolucionarias. Años después el Che Guevara habría dejado Cuba para trasladar su movimiento a Bolivia y el gobierno socialista de Salvador Allende triunfaba en Chile. Germán Guzmán, después de escribir su libro La violencia en Colombia, emigró a México, entre otras razones para enseñar en algunos centros educativos, como en la Universidad Iberoamericana, donde el doctor Palerm lo invito a impartir algunos cursos y seminarios sobre movimientos revolucionarios en América Latina, en el área de Antropología. Me anoté para tomar este curso con Germán Guzmán y allí lo conocí; iniciamos una relación maestro-alumno que mantendríamos durante el resto de su vida. Tiempo después lo invitaríamos al área de Sociología Rural en Chapingo. Por aquel tiempo yo laboraba en Chapingo y estudiaba un doctorado en la Iberoamericana. Este grupo tenía varios rasgos en común: eran idealistas y liberales, habían sido sacerdotes y revolucionarios. A pesar de ser hombres comunes habían estado consagrados a la Iglesia y a Dios, pero renunciaron total o parcialmente a su fe, criticaron su institución y abandonaron el sacerdocio. En México, desde la época de Juárez se había pasado por una etapa de liberalismo religioso, no así en Colombia, donde aún por estos años no estaba permitido el divorcio y quienes lo consumaban eran sometidos a la excomunión pública por la Iglesia. Consecuentes con la fe y el evangelio, aunque no con la Iglesia conservadora, los católicos militantes vieron que existía una incongruencia

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entre la doctrina cristiana y las masas desposeídas. Los creyentes que salían en defensa de los pobres eran vituperados y calumniados; con el correr de los años esto llevó al surgimiento de estos y otros muchos sacerdotes guerrilleros, quienes fueron creando un tipo de cristianismo revolucionario, entregado a la lucha contra los opresores en este sistema económico y social. La insurrección desde las bases se gestaba no sólo contra los estatutos sociales opresivos, sino hasta en los eclesiásticos, empezando con la propia Iglesia y poniendo en tela de juicio a su jerarquía, los principios de gobierno, la autoridad, los privilegios y hasta los marcos de la vida cristiana. En la cumbre del poder se tenía buen cuidado de anatematizar o rechazar toda práctica liberadora, de manera que la más leve crítica equivalía a una apostasía. Fue cuando surgieron los movimientos de Martin Luther King y Malcom X. Cuando me enteré de la muerte de Luis en Colombia, la noticia me hizo evocar varios recuerdos y reflexiones de su vida conyugal. Algunos de estos comentarios son muy subjetivos y personales, pues surgen al momento de su fallecimiento. Trato de ponerme en su lugar, de pensar y sentir como él, pero a pesar de haberlo tratado durante muchos años, reconozco lo fácil que es equivocarme. Si intentara definir una época feliz (antes, durante y después del matrimonio) en la vida de Nena y Luis, creo que correspondería al durante, es decir, la época en que ellos vivieron con mayor estabilidad y permanecieron juntos como pareja. Me pregunto, antes de casarse Luis y Nena ¿de qué forma podría expresarse lo profano y lo sagrado como hombre y sacerdote? ¿Sería sólo por el ejercicio de su ministerio, por su religión, su devoción y el tiempo de ejercitarlos? ¿De qué manera aquel hombre consagrado a Dios y a la Iglesia, que ejercía y practicaba la religión, perdió total o parcialmente la fe, descendió hasta los infiernos y quedó en el nivel de un simple ser humano? ¿Sus atributos y virtudes personales coincidían con su sacralidad y conceptos de divinidad?

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Pareciera que en la vida de la pareja se hubieran presentado las etapas de un proceso intermitente de alborozo y sufrimiento. Si se analiza por separado la vida de cada uno, era natural que al principio de aquel noviazgo a los dos les surgieran dudas. Supongo que a él le inquietaba que las normas de sociedad en la pequeña comunidad donde ejercía presionaran su persona y vida religiosa, como si existiese una distensión entre su vida pública y privada; pero también es posible que fueran sus concepciones teológicas y morales las que generaban en su conciencia la posibilidad de tomar decisiones sobre su vida conyugal. El amor por su amada lo impulsaba a obrar en razón del erotismo provocado por la mujer imaginada, al igual que los iconos de bellas vírgenes que había tenido oportunidad de observar y venerar en su iglesia, las cuales le representaban el vinculo entre la vida sensible y la espiritual. Desde el corazón le brotaba ese torrente de pasión, transformado en amor, lo cual le despertaba atracción hacia la causa de su deseo y, como consecuencia, el gozo de poseerla. Quizá por esto recordaba y se convencía leyendo la Suma teologiae, de Santo Tomás de Aquino, especialmente cuando dice que “Amor es desear el bien a alguien […] y pertenece a la perfección del bien moral o humano el que las pasiones estén reguladas por la razón”, pues sólo por representación de su bondad, era motivo y razón suficiente para amarla. Se debatía si podía guardar con prudencia y vigilancia su convicción religiosa, rechazando todo lo demás que se oponía a esto. Ignoraba si llegaría a la apostasía, es decir, al rechazo total de la fe cristiana, o sólo a la tibieza con negligencia y vacilación respecto del amor divino. Mediante la oración trataba de elevar su espíritu hacia Dios, suplicando su intervención y solución a este problema. Debido a que este principio de relación amorosa entre sexos opuestos la Iglesia lo expresa en términos de amistad con el prójimo, su conflicto era saber si podría vivir con ella en castidad y continencia, como lo señala la religión cristiana, o de plano mantendría sanas relaciones conyugales y sexuales, tal como la mayoría de sus feligreses; tal vez esperaba,

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en lo futuro, conducir la intimidad de su relación con una comunión espiritual. Desde su posición como cura, en caso de abandonar sus votos, tendría oportunidad de poner en práctica aquello que predicaba: el de que los novios estaban llamados a vivir en castidad y continencia como prueba de respeto mutuo, a pesar de que mediante el secreto de la confesión tuviera conocimiento de tantas cosas sobre las relaciones premaritales. Mucho más tarde, durante su época de casado, él volvería a la fe, por lo que la castidad y la continencia serían las razones por las que vendría la separación. Aunque practicaban su sexualidad como pareja fuera del matrimonio eclesiástico, Luis consideraba que ésta debería estar dentro de los ordenamientos morales y por tal motivo no tenía más salida que el matrimonio. Por esta razón, cuando decidieron abandonar su país consideraron casarse, al menos por el civil, en Estados Unidos. Su lazo matrimonial por la iglesia lo pospondrían en tanto no recibiera la dispensa papal. Podría decirse que en esta primera etapa, el amor que se profesaban era propio de los esposos y esto influía en el núcleo interno de seres humanos en comunión espiritual. Luis, al igual que sus hermanas y hermanos, nació en una vieja hacienda cañera ubicada en el Valle de Cali, Colombia, propiedad de sus abuelos. Cuando éstos murieron, sus padres se hicieron cargo de esa propiedad. De niños se criaron con el sabor de la panela y el queso; cuando jóvenes, probaron el aguardiente y el ron que destilaban en la finca, costumbre bastante común, así que aún después de ordenado continuó con la costumbre moderada de ingerir estas bebidas. Al ser mayores de edad, su hermano se inscribió en la Fuerza Aérea Colombiana y él en el seminario regional, donde permaneció ocho larguísimos años estudiando teología, historia comparada de las religiones, la vida de los santos, filosofía, latín, retórica y psicología religiosa. El padre de la Nena era un hombre correcto, educado y liberal; había logrado establecer una pequeña industria dedicada a la confección de artículos de piel. Como a la mayoría de los colombianos, le agradaba el

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ron y el aguardiente; sin embargo, a su hija no le permitía bailar rock and roll. El resto de la familia estaba integrado por su madre, una hermana y un hermano menores. Por esta época, Luis ya estaba ordenado y visitaba con frecuencia la casa de Nena, donde conversaba con sus papás tomando con ellos algunos tragos de ron. Durante esas visitas le pedía que transcribiera a máquina sus poesías. Quizá la lectura de esos versos amorosos le fue gestando una imperceptible atracción hacia él, lo que se sumó al cruce de sus profundas miradas y la calidez de sus manos al saludarla. Quizá también fueron algunos gestos conscientemente utilizados por él los que le despertaron el embeleso y el enamoramiento. En ese tiempo Luis era cincuentón, de la edad de la madre de Nena, mientras que ella, si acaso, tendría veintidós años. Poseía un cuerpo delgado muy bien proporcionado. Era consciente del efecto que su poesía ejercía en ella, quien solícita lo atendía cada vez que él visitaba su casa. La personalidad de Luis magnificada por su vocación era poco menos que sacralizada; esto, junto las circunstancias de violencia del país, influyó en ella, al grado que en algún momento llegó a pensar: “Tan pronto se case mi hermano menor voy a dejar esta casa”. Este pensamiento se materializó debido al recrudecimiento de la crisis social que vivían algunos curas, lo cual fue aprovechado por ambos y decidieron que había llegado el momento de salir juntos del país. En estas condiciones, el tiempo transcurría rápidamente, pues por esta época ella estudiaba psicología y trataba de ampliar sus conocimientos sobre las terapias y tratamientos para niños con retraso mental. Nena tenía a Luis en un concepto muy alto; entendía que debido a su consagración, la relación lindaba entre lo sagrado y lo profano, por lo que se preguntaba si al intentar atraerlo cometía el sacrilegio de irrumpir su ejercicio eclesiástico; aunque ella sólo deseaba que el afecto que pudiera brindarle en el futuro fuera el de una simple persona común y quizá se compararía con el amor que él profesaba a Dios. También pensaba que al separarlo de su ministerio, él tendría que aprender a ganarse la vida de otra manera.

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Aunque sabía que en otras religiones los ministros pueden contraer matrimonio, sus sentidos alteraban esta situación al grado que estimaba la fuerza de su personalidad rayando en lo sagrado, razón por la que lo percibía puro e inmaculado, lo cual afectaba sus sentimientos. Cuando llegaron a México, Luis rondaba los 60 años de edad; gracias a su formación como sacerdote poseía una cultura bastante amplia y además de teología dominaba latín, español, inglés y francés. Durante sus últimos años en el sacerdocio, a la par que su trabajo en las sociedad bíblicas, se dedicó a estudiar filosofía en la universidad, por lo que era frecuente verlo vestido con suéter blanco de cuello alto, saco azul marino y pantalón gris. Esta vestimenta aunada a su pelo negro y entrecano, cejas pobladas, ojos negros y facciones finas hacían resaltar su personalidad y refinamiento, especialmente cuando sostenía conversaciones, pues se expresaba con sencillez y naturalidad. En plena crisis de violencia que en esos tiempos golpeaba a la población rural de su país, varias ocasiones tuvo que recoger heridos y cadáveres producto de luchas por la tenencia de la tierra entre asentamientos campesinos y terratenientes. Con las mangas de su sotana manchadas de sangre, le tocó viajar, pedir audiencia y entrevistarse con el presidente de la República, con el fin de exponerle las circunstancias que por las que pasaba su parroquia y la comunidad de su región. Algo muy fuerte de aquel movimiento guerrillero generado desde antes de Camilo Torres Restrepo le estaba tocando ahora a él. La modalidad de los nuevos principios y movimientos revolucionarios exacerbaba los ánimos de los jóvenes sacerdotes de distintos países, quienes incorporaban la visión autóctona de las comunidades religiosas a una filosofía de liberación. Su lucidez de consciencia le permitía analizar la enajenación de su trabajo y sus deberes como sacerdote, que en ocasiones le resultaban una actividad ajena o forzada que, si no realizaba él, ¿entonces quién? Invariablemente llegaba a la conclusión de que también incumbían a Dios. Quizá en otra época y en otras culturas, como en Egipto, la India y México, el ejercicio sacerdotal estuvo al servicio de los dioses; pero ahora,

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con todos los cambios realizados en la sociedad, si bien fueron años de trabajo dedicados a Dios, también lo fueron a un servicio social en su comunidad y en la región. Si la vida colombiana se estaban transformando, ¿en qué medida, lo involucraba y afectaba sus sentimientos? Había llegado a considerar que, como en dos polos opuestos, el sistema económico y socio-político se manifestaban en lo profano y a ellos, los curas, no les quedaba más que ser representantes de lo sagrado. Todo esto le provocaba una neurosis psico-social que de alguna manera lo afectaba. ¿Acaso se engañaba con el contraste entre lo sagrado y lo profano, que actuaban como dos opuestos que se excluyen mutuamente? O de plano, en lo que respecta a lo profano ¿había perdido la fe y negaba lo sagrado? ¿Esta negación afirmaba su propio opuesto? Entendía su realidad psicológica a la luz de la teología, en el sentido de que los poderes político y económico de este mundo habían pasado de Dios al Demonio. Quizá, como bien lo decía Lutero, era el dinero la esencia de lo profano, lo que causó la violencia de toda aquella sociedad corrupta, no sólo de Colombia, sino del resto de América Latina, y de la cual ya no podía salir. Aunque en lo personal consideraba que quizá alejándose y yéndose a vivir y a estudiar a otro país lo podría lograr. Como decían algunos investigadores: “[…] el complejo del dinero es lo demoníaco y lo demoníaco es el simio de Dios”. Planteado de otra manera: el sistema político-económico y el sustituto del complejo religioso eran un intento de encontrar a Dios, aun allí entre todas esas cosas del capitalismo. Le parecía que esa etapa secular de tiempos modernos que le había tocado vivir contrastaba con sus creencias religiosas: la transformación del mundo de los espíritus al mundo de las cosas materiales. Relacionaba esa visión panorámica de lo profano, que se le presentaba ante su destino, con toda la herencia histórica y cultural burguesa, asociada a un proceso histórico relacionado con su familia y la religión. La economía, el desarrollo económico y el poder político habían trastocado a un Dios del más allá por otro del más acá.

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Al parecer, producto de aquella crisis de guerra que los curas de su país estaban viviendo lo llevaron a tomar la decisión salir de Colombia junto con Nena. Entonces le propuso trasladarse a Estados Unidos, pues desde tiempo atrás mantenía correspondencia con varios sacerdotes de la Universidad de Notre Dame, así que hacia allá dirigieron sus pasos. Por otra parte, el hermano menor de Nena ya se había casado, así que a ella no le costó mucho trabajo tomar la decisión. “Arregla los pasaportes y nos vamos”, le dijo a manera de respuesta a la petición de noviazgo que Luis le propuso; así que ella utilizó la beca proporcionada por una organización de su país y un buen día partieron juntos, aunque con rumbos distintos, él a Chicago, ella a Nueva York. Por aquellos años, siendo estudiante y amigo de Germán Guzmán, tuve oportunidad de conocer a Luis. Venía de Estados Unidos, junto con Nena, con la intención de radicar en la ciudad de México. No solamente los conocí a ellos, sino que tuve oportunidad de tratar a una gran número de integrantes de la colonia colombiana en el Distrito Federal. En esta época era muy popular un joven cantor colombiano llamado Mario Ardila, que en ocasiones acompañaba a Oscar Chávez en el bar “El Guau” y algunos otros centros nocturnos. Era común que junto con Germán, Mario y Luis participáramos en reuniones organizadas en distintas casas. Con ellos y otras parejas se armaba el jolgorio en comidas, pachangas, veladas, días de campo y aniversarios de la independencia de su país. Más tarde, Germán y su esposa viajarían a Centro América, a prestar sus servicios en alguna organización internacional, pero la amistad con Luis y Nena continuó; ellos se habían quedado en la ciudad de México. Por esa época fue que nos invitó como testigos ante la curia. Para entonces ya había obtenido la dispensa papal y la autorización del Alto Tribunal Canónigo para celebrar la boda religiosa. El enlace se efectuó en la iglesia de La Conchita, en Coyoacán y asistieron todos sus amigos, algunos ex sacerdotes, miembros de la colonia colombiana y varios mexicanos. Entre los asistentes se encontraban sus dos

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vástagos, Catalina y Luis Enrique, éste último recién nacido, mientras que Catalina actuaba como paje de la novia. Hasta ese momento ignorábamos qué tipo de padrinazgo seríamos, de manera que cuando el sacerdote preguntó por los anillos todos los invitados se nos quedaron viendo y a Hilda y a mí no nos quedó de otra que quitarnos los nuestros y entregárselos. Nosotros habíamos mandado fundir los anillos de graduación para nuestra boda civil. Debido a que facilitamos nuestra casa paras la celebración después de la ceremonia, hacia allá nos fuimos todos juntos. Ellos permanecieron juntos alrededor de una década y creo que durante todos estos años Luis nunca perdió su fe, pues con su experiencia y estudios realizados permaneció trabajando como escritor y corrector de estilo en la Sociedad de Estudios Bíblicos. El haberse entregado a ella en cuerpo y alma y haber renunciado parcialmente a su fe y entrega a Dios lo inducía a un estado de conciencia cuyo juicio lo convertía en testigo transpersonal del bien o del mal; pero ya era muy tarde para arrepentirse y considerar como falta el haberse casado y separado de la Iglesia, le recordaba el perdón que cotidianamente pedía ante la gracia divina, así como la virtud que debía cultivar. Creo que Luis ya empezaba a chochear, pues dizque para mantenerse bien de salud preparaba unos “potingues” que sólo él tomaba y algunos de sus invitados aceptábamos. Licuaba varias yerbas y verduras: epazote, hierbabuena, betabel, zanahoria, espárragos y jugo de tomate con un poco de sal y pimienta; este brebaje debíamos tomarlo como bebida de botica; así, cada vez que lo visitaba en su casa me decía con voz de cura colombiano: “Pásale mi’jo, te voy a preparar un roncito colombiano con unas yerbitas que lo vas a saborear.” A veces se le pasaba la mano con sus famosos “potingues”, cogíamos la peda y acabábamos hablando de filosofía o literatura, o componiendo al mundo. Nena era joven aún (andaba por los treinta y tres años), mientras que Luis ya era setentón. Esta diferencia de edades se convirtió en un problema serio para convivencia de la pareja y se complicó más

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cuando, además de habérsele alejado el eros, le llegaron remordimientos de castidad y continencia. Aunado a esto, Luis vivía preocupado por lo divino y se preguntaba si era en el amor donde empezaba lo desconocido y si ese camino constituiría el límite de las posibilidades humanas a partir de lo cual, si trascendía, podría llegar, al igual que los santos, a probar el misticismo del éxtasis. El colmo vino cuando pidió a Nena que mantuvieran su relación en condiciones de castidad y continencia; creo que ella no lo pudo soportar y los problemas de la pareja se complicaron al grado de que ella pidió la separación. A partir de ese momento sus relaciones quedaron distorsionadas por agravios recíprocos en favor y en contra de la concupiscencia, como él la llamaba. Luis pensaba que no obstante la ley de Moisés se orienta a proteger a las amas de casa contra el dominio arbitrario del hombre, la ley misma lleva las huellas de “la dureza del corazón” de la persona humana, razón por la cual Moisés permitió el repudio de la mujer. Llegó el momento en que ambos se vieron obligados a sacar sus pertenencias de la casa. Luis tenia un amigo íntimo de nombre Francisco, compañero de la Facultad de Filosofía y Letras, a quien pidió asilo para él y sus hijos mientras localizaba un espacio para mudarse; cuando lo encontró, Francisco y yo lo acompañamos para ayudarle con la mudanza. Entre carga, descarga, traslados y regresos, escuchábamos los lamentos y veíamos a Luis llorar como un niño. —¡Por qué me dejó! —exclamaba—. ¡Qué va a ser de mí y de mis hijos! Creo que Francisco disfrutaba verlo sufrir, pues le respondía: —No hay mal que por mujer no venga, pero ven, tómate un roncito. Y aquello era pretexto para continuar con el llanto y el ron. Para agredirlo más en su amor propio, Francisco lo exacerbaba diciéndole: —¡Cabrón, quisiste coger pollito tierno, así que no llores! ¡Aguántese como los meros machos, no sea chillón! Por mi parte, yo veía el sufrimiento de Luis y me daba pena verlo tan abatido, quizá debido a la diferencia de edad, por lo que prefería guardar silencio.

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Es posible que desde el inicio de esta tragedia ellos habían acordado que Luis conservaría a los hijos; o tal vez, al verlo sufrir tanto, ella aceptó dejárselos, pero quizá él se los quedó por la fuerza; sólo ellos lo saben. En esta época Nena conoció al doctor Juan Urrusti. Los padres de Juan fueron inmigrantes españoles de la guerra civil a quienes el presidente Cárdenas acogió huyendo del franquismo. Él y su hermana llegaron con sus padres a la ciudad de México, donde Juan pudo continuar con sus estudios hasta terminar la carrera de medicina. Era un excelente pediatra y con el tiempo llegó a ser director del Hospital Materno Infantil. El ambiente familiar donde se crió era totalmente opuesto al de Nena, al grado que se autodefinía como un “come curas”. Casado dos veces, tenía varios hijos de sus matrimonios anteriores, pero cuando conoció a Nena estaba soltero. Invitado por su amiga Nancy, una vecina colombiana, Juan tuvo oportunidad de asistir a una reunión en casa de unos amigos pintores que vivían por las afueras de la gran ciudad. En esta casa de campo recibían a sus amigos, principalmente los fines de semana. Cierta ocasión asistieron a esa casa Nena y Luis (todavía como pareja) y ahí conocieron a Juan. Desde ese momento se inicio una cierta amistad entre ellos. Juan iba periódicamente a revisar la salud de los niños de Luis y Nena; para ellos el conflicto ya había iniciado y su separación definitiva estaba muy próxima. Luis sentía su honor mancillado, y el desprestigio ante sus amigos lo sufría como una sombra que invadía su ser. En sueños se veía crucificado al igual que Cristo, con los estigmas sangrantes en sus manos y pies. Supongo que tardó mucho tiempo en aceptar su desgracia, pues el dolor causado por la pena se volvió persistente; el caso es que llegó a tal grado el amor que sentía por Nena y por sus hijos, o tal vez fue el peso de sus principios religiosos lo que le impulsaba a pedirle que volviera con él, aun cuando ella vivía con otro; le pedía que no lo dejara, que la prefería compartida antes que separarse definitivamente de ella.

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Finalmente Luis decidió mudarse a Bogotá, junto con sus hijos, a casa de una de sus hermanas. Estando allá, realizó esfuerzos supremos para salvar la etapa de resignación y en ese periodo fue cubriendo sus heridas con sedimentos de conformidad. Cierta ocasión regreso a México y nos visitó. Se había recuperado totalmente y en un momento de nuestra platica, con gran lucidez, me dijo: “Al parecer todo lo que me sucedió, eso es lo humano. Parece que entre más humana es la experiencia, ésta se torna más sublime. El pecar es lo humano, el perdón es lo divino.” Mediante esta expresión y conociendo la experiencia que vivió, con esas palabras me dio a entender lo referente a lo sagrado y lo profano. A manera de epílogo podría decirse que nuestra amistad continuó con Juan y Nena. El trato entre los varones se da por separado por razones de género pero sin excluir a la pareja. La amistad con el nuevo marido de Nena continuó estrechándose, al grado que cuando interactuamos, los contemplo ahora como simples seres humanos. Si a acaso la diferencias de carácter, profesión y cultura serían algunos rasgos que los diferencian. La educación recibida durante mi permanencia en esa universidad católica y el trato y las vivencias con sacerdotes y seminaristas de distintas órdenes, principalmente jesuitas, contribuyeron a liberarme de creencias respecto a los curas, lo mismo que a identificar cuando tenía algún prejuicio. De manera que la historia de Luis, Nena y su nuevo esposo constituyó una buena experiencia y me ejercitó para evitar escrúpulos o prejuicios en las relaciones. La violencia y los movimientos revolucionarios en Colombia persisten, incrementados ahora por varios ejércitos: el federal, los paramilitares, los guerrilleros y los narcotraficantes. Algo semejante ocurre en México, en Chiapas, donde los protagonistas son monseñor Samuel Ruiz García y el subcomandante Marcos. Señalo especialmente a este otro sacerdote sólo como referencia de la participación y continuidad que en nuestro territorio tienen algunos de estos personajes.

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Luis murió en Colombia varios años después de su última visita, víctima de un ataque cardiaco, y Nena tuvo que viajar hasta allá para y recoger a sus hijos. Posteriormente su hija se casó con otro joven colombiano y fueron a radicar a Canadá. Su hijo vive en México al lado de una compañera médica veterinaria. Nena trabajó durante muchos años hasta lograr su jubilación en uno de los departamentos de evaluación de estudiantes de la Universidad Iberoamericana y para mayor satisfacción recibió una herencia por parte de su amiga Nancy, también colombiana, pero esa es otra historia que quizá en algún momento contaré. Nena y Juan continúan juntos. Éste se jubiló y permanece medicando a toda la familia y sus amigos. Ahora Nena y nosotros somos vecinos, pues compró un predio donde construyó su casa, misma que piensa dejar como patrimonio para su hijo. Nosotros nos mudamos del Distrito Federal y venimos a radicar a Pátzcuaro, donde también hemos edificado nuestra casa, en una fracción del mismo predio que le hemos comprado.

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LA XOLOCOXTZIA

S

e había propuesto enviar un mensaje intencional al escribir esa historia?, ¿o sólo había captado la sintonía de un sentimiento aislado? ¿Puede existir una forma de conexión no física con varias personas y otros fenómenos ecológicos? Al formular esas preguntas trataba de encontrar respuestas y poner en orden otras ideas derivadas del proyecto de investigación que realizaría durante su gira a Chetumal y Cancún. Esto ocurría precisamente cuando la Secretaría de Ecología y Medio Ambiente aprobó a su empresa el proyecto para valorar los daños ocasionados por el huracán Gilberto en el estado de Quintana Roo. Algunos puntos que le valieron para ser seleccionado fueron precisamente su desempeño académico y profesional, la experiencia adquirida durante sus primeros años como profesionista en el sureste del país. Posteriormente se fue especializando en la evaluación de siniestros agrícolas. Pero la razón principal se debió a la recomendación de su maestro ante esa dependencia gubernamental. Por ese tiempo tuvo que trasladarse desde Baja California, donde se encontraba trabajando, hasta la ciudad de México, para después viajar a la Península de Yucatán. Cada escena fortalecía el hilo de sus recuerdos. En ese momento llegó a su memoria una analogía relacionada con lo sombrío y la lobreguez, lo cual activó sus asociaciones mentales. Cuanto más lo pensaba, más aparecían los siniestros ecológicos ligados a su memoria, como el caso de las otras catástrofes y experiencias asociadas a la oscuridad, las tinieblas y las cavernas y cavidades subterráneas. Desde su cubículo avanzaba en la redacción de los resultados del proyecto en Quintana Roo, prácticamente ya concluido. Pero además,

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como a Jesús Veruette le gustaba escribir, consideraba la posibilidad de elaborar un texto en el que, a manera de ejercicio narrativo, tendría que desarrollar y entrelazar una serie de elementos relacionados con la historia ocurridos durante el trabajo recién terminado. Cada personaje iría dotado de significado y tendría alguna relación con la invidencia. Trataría de encontrar correspondencias significativas entre la oscuridad, las fuerzas telúricas relacionadas con profundidades oscuras, con eventos volcánicos y otros desastres ecológicos. Esto lo llevó a pensar en la forma como los seres humanos y las energías de la Tierra pueden entrecruzase. ¿Estaban interconectados esos elementos con algún campo informativo de sus neuronas?, ¿o poseían éstas algún código de retroalimentación con los niveles creativos de la realidad? Recuerdos aislados de tiempos y espacios sin sucesión cronológica le llegaban como impacto y efecto, mismos que, junto con sus inquietudes, contribuyeron a formularse aquellas preguntas, a las cuales trataba de dar respuesta. Jesús Veruette , “Chucho”, como le decían, evocó el trayecto por la carretera, a pocos kilómetros de Puerto Morelos, Quintana Roo, cuando Renato y él se detuvieron para visitar el Jardín Botánico y Parque Natural “Alfredo Barrera Marín”, donde se localizan epifitarios, colecciones de plantas tropicales, viveros y muestras etnográficas en los que se representan condiciones de vida de los chicleros y el proceso de extracción de esa goma. Sacó su cámara de video para filmar a su amigo al lado de algunas plantas clasificadas y etiquetadas. Mientras realizaba diferentes tomas de distintos puntos de interés, de repente apareció en la pantalla de la cámara el tablero situado en la calzada en el que se proporcionaba información alusiva al sitio en que se encontraban; al enfocar en detalle pudo ver con claridad la inscripción con el nombre de quien fuera maestro de ambos, que los había recomendado ante la Secretaría de Ecología para que trabajaran en ese proyecto: Efraín Hernández Xolocotzi. Chucho dedicó algún tiempo a grabar diversos detalles del tablero que tenía enfrente. Desde el sitio donde se encontraba,

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comentó este hecho a Renato, quien posaba frente a la cámara: —¿Recuerdas las clases de Etnobotánica y su metodología, cuando estudiábamos con él? Proponía que mediante la fusión de la antropología y la botánica podríamos ver otro tipo de realidad en la agricultura y su interrelación con los grupos étnicos. —Sí, nos hablaba de rescatar y estudiar el acervo mesoamericano, acumulado durante miles de años, relacionado con los genotipos, las técnicas agrícolas tradicionales y la información sobre clima, el suelo, las plantas y los recursos renovables. Se encontraba en esos momentos en su oficina, en el cuarto piso del edificio de la empresa aseguradora donde laboraba, dedicado a la sistematización de los datos levantados durante el viaje a la península, en el marco del proyecto del huracán Gilberto. El procesamiento de la información obtenida coincidía en sus pensamientos, como si fueran polos opuestos, con el eclipse de Sol que en esos momentos se iniciaba. La Luna comenzaba a cubrir parte de la superficie solar. Estos eventos, uno intelectual, relacionado con la información de los daños provocados por el huracán, y otro real, asociado al eclipse que empezaba, lo llevaron de vuelta al escenario del jardín botánico de Quintana Roo. Otras escenas cruzaron por su cerebro, asociadas al maestro Efraín Hernández Xolocotzi y a las actividades que, producto de sus enseñanzas en la universidad, venía realizando. Durante su primer año de ejercicio profesional, Chucho y Renato fueron contratados por el maestro Hernández Xolocotzi como asistentes de investigación para estudiar el bosque tropical y la agricultura tradicional en la Península de Yucatán, con lo que pretendía apoyar más tarde otro proyecto de investigación sobre la expansión agrícola tlaxcalteca hacia en Norte de México durante el período colonial. Recordó que por esa misma época también Renato le preguntó si conocía el significado de Xolocotzi. ―Lo único que sé es que este apellido lo adoptó de su abuela. Pero voy a consultar un diccionario náhuatl y después te lo contaré― respondió Chucho.

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Así lo hizo y al no encontrar el significado literal de la palabra, trató de localizar otras semejantes. Como no tenía la certeza de que alguna de esas y otras palabras correspondiera a su significado, trató de separar el nombre en partes a fin de obtener varias combinaciones, hasta que se convenció que por donde quiera que le buscara su apellido estaba ligado a las plantas, así que armado con estos datos informó a Renato: En español, las más de las veces la “x” puede pronunciarse como “j”, igual que en el inglés la “h”. En algunos casos este mismo sonido se puede aplicar en otros idiomas y dialectos. Si fuera Xolocotli, sería igual a un “cono de pino”, pero si fuera Xolocotzontli equivaldría a “pelo de maíz”. Si fuera Holocotzin significaría licor de capulín. Parece que la terminación tzin es un diminutivo; a la mejor con el tiempo se perdió la “n”. Chucho tenía además otra información respecto de su maestro: Siendo niño, junto con su madre, había emigrado a Estados Unidos, primero vivieron en Nueva Orleáns, luego en Nueva York y después en Cornell, donde cursó estudios de botánica, antropología y filosofía. Años más tarde regresó a su tierra natal, Tlaxcala, donde la actividad agrícola y el ambiente ecológico y sociocultural lo hicieron identificarse con sus raíces. Después de muchos años de trabajar en otras instituciones, introduciría estas materias en la Rama de Botánica del Colegio de Postgraduados, donde inició un proyecto denominado Tecnología agrícola tradicional. Con el correr del tiempo se definieron en su mente los postulados relacionados con el estudio de la tecnología agrícola tradicional, algo como una cosmovisión científica para encontrar nuevas opciones de solución a problemas agrícolas actuales. Veruette escuchó el alboroto causado por la gente que salía de sus oficinas y bajaba a las banquetas y calles a presenciar el eclipse.* Consideró que él tampoco tenía por qué perdérselo y bajó al lado de la multitud que se encontraba observándolo. Poco a poco se fue oscureciendo. La luz solar se fue apagando y las tinieblas le trajeron otros recuerdos.

* 11 de julio de 1991

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La intermitencia luz-oscuridad le recordó la posible influencia de las manchas en la superficie del Sol sobre la acción de los huracanes, según los lapsos altos y bajos en la actividad del astro. En el ciclo máximo, el Sol se encuentra salpicado con manchas y llamaradas; arroja millones de toneladas de nubes de gas electrificado a la Tierra. En el ciclo mínimo, las manchas solares son pocas. Sus llamaradas disminuyen y pueden pasar días y semanas sin ninguna de ellas. Existen algunas posibilidades de que ocurran ciclones durante el otoño y el invierno, cuando las manchas del Sol se reducen drásticamente, como sucedió con el huracán Gilberto. Más tarde, después del trabajo de ese día, dejó el edificio donde laboraba y entró al café más cercano. —¿Me trae un café exprés? —pidió al mesero. Cuando su pedido estuvo en la mesa, dijo: —Se lo pago de una vez. Tomó el café. Transcurridos algunos minutos, la dama del bastón blanco que se encontraba en la mesa vecina, se dirigió a él: —La persona que pidió el café, ¿sería tan amable en sentarse en mi mesa? Volteó hacia donde ella se encontraba. Se dio cuenta que se trataba de una señora joven, a quien le respondió: —Con todo gusto. Intrigado por la invitación, al momento de sentarse dijo: —¿Dígame usted? —Le llamé porque soy invidente y le agradecería que me acompañara a la salida del establecimiento y me lleve hasta la esquina. Ella se levantó, alzó su mano izquierda y la mantuvo suspendida por un instante, entonces él colocó su brazo debajo; después, con cierto cuidado, la condujo hasta que abandonaron el café y salieron del edificio. Llegaron a la esquina. —¿Está segura que sólo desea que la acompañe hasta aquí? —preguntó.

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—Sólo hasta aquí. Le agradezco mucho su atención. Buenas noches. —Buenas noches. Azorado, la vio alejarse conduciéndose con su bastón blanco; le sorprendió la habilidad que mostraba para guiarse con el bastón siguiendo la orilla de la banqueta y la seguridad con que seguía el camino hacia su casa. Esta experiencia fue el motivo por el cual su conciencia le formuló varias preguntas, entre otras: ¿Cómo te sentirías y te conducirías en las tinieblas si te privaran totalmente la vista? Me sentiría muy vulnerable, pero trataría de echar mano a mis otros sentidos, se contestó. ¿Estarán capacitados tus otros sentidos para hacer frente a esa situación?, volvió a preguntarse. De esta manera siguió cuestionándose acerca de la ceguera y derivó hacia las consecuencias que pudiera tener el eclipse sobre él mismo. Al otro día se enteró por la prensa que el último de estos eclipses ocurrió antes de la Independencia de México, el 21 de febrero de 1803, y que el próximo de su clase sería visto hasta el año 2261. Entonces se le ocurrió averiguar si los ciclones tropicales han aumentado en número e intensidad como consecuencia del calentamiento global de la Tierra. Cruzaron por su cerebro recuerdos asociados a las experiencias que estaba viviendo: el huracán, el eclipse y las preguntas respecto a la dama invidente que anteriormente se había formulado, se le quedaron grabadas. Tratando de explicarse algunos de esos aspectos, se preguntó: ¿Cómo definir, asociar y explicar su relación respecto de los acontecimientos recientemente sucedidos? Sin intentar responderse, por azar cayó a sus manos un texto relacionado con la teoría cuántica, a medida que leía renglón a renglón, le confundía y desconcertaba el contenido del documento. Se quedó perplejo cuando leyó: La teoría cuántica es holística, como un todo unificado; sus partes están interconectadas e influyen unas sobre otras; el propio observador

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participa en el objeto observado; es decir, todo interactúa en el Universo. El todo está conectado a un nivel profundo, como un superholograma. Sus partículas están unidas en un nivel que trasciende los límites ordinarios del tiempo y el espacio. No ocupan una posición precisa, sino que existen como “campos de probabilidades”, ya que no se puede determinar dónde aparecerían ni cuándo saltarían, de manera que la realidad, tal y como la experimentamos, se crea constantemente en cada momento. Quizá porque durante varios años había trabajado en aquella empresa aseguradora fue que le llegó el recuerdo de otro desastre: el volcán Cerro Prieto y la fisura por donde emergía un chorro de vapor; al instante lo asoció con otro personaje invidente, en diferente contexto, y un hormiguero con galerías subterráneas.

Desde kilómetros a la redonda se podía ver en el centro del valle el cono apagado; el área se caracteriza por una intensa actividad geotérmica y se ubica en una región desértica del Norte de México; a pesar de su aridez la región no es improductiva. El valle es irrigado por el sistema del Río Colorado y está ocupado por campos de trigo y alfalfa en invierno, en verano se cultivan algodonales. Los geólogos y el equipo de ingenieros informaron que el cerro estaba formado por una falla volcánica y que desde sus entrañas podría extraerse agua en ebullición capaz de mover el generador de una termoeléctrica. Mediante la instalación de equipos adecuados se podría producir energía. Durante algún tiempo se trabajó en la perforación de un pozo, hasta que de repente se escucharon intensos ruidos subterráneos parecidos a un gorgoreo mayúsculo. La perforación destapó el sistema geotérmico, del que surgió, desde una fuente muy profunda de la tierra, un chorro de agua caliente con una elevada concentración de sales, acompañado por vapor de agua y gases. Una columna de agua hirviente, de ciento cincuenta metros de altura, parecida a un géiser, se elevó por encima del cráter. El viento

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dispersó el vapor de agua en un radio de varios kilómetros y quemó todos algodonales, que en ese momento se encontraban en capullo. Dos meses duró el siniestro del campo geotérmico. Los agricultores se quejaron ante la Comisión Federal de Electricidad. Renato, Verruete y otro grupo de técnicos trabajaban en la evaluación de los daños. Nunca se había presentado en esa región un percance de esa naturaleza. ¿De qué manera se explicaba la sintonía entre su cuerpo, la luz y la oscuridad del eclipse con las energías telúricas, las alteraciones y otros desastres? Recordaba la etapa de realización del proyecto en el que ahora se encontraba trabajando y cómo invitó a Renato a colaborar con él. Décadas atrás, ambos habían trabajado en esta región y junto con otros técnicos analizaron los factores que caracterizan la agricultura de temporal que se practica en esta zona; posteriormente lo habían hecho en otras áreas de riego, por lo que decidió incorporar a su amigo para trabajar en este proyecto. Con la finalidad de lograr mejores cosechas, establecieron lotes experimentales en los que probaron diferentes fechas de siembra con híbridos con distintos ciclos vegetativos procedentes de líneas nativas; elaboraron gráficas pluviométricas que compararon con las diferentes etapas de diversas variedades de maíz.

El Palacio Cantón, ahora Museo de Antropología e Historia de la ciudad de Mérida, fue el lugar donde el profesor Alfredo Barrera Marín inició su transformación. En el auditorio de la Universidad de Yucatán, Xolo, Chucho, Renato, algunos estudiantes y maestros asistieron, junto con otros profesionistas, a varios cursos sobre asistencia técnica para la agricultura y la ganadería de la península. Años más tarde se establecería la Escuela de Antropología de esa universidad. La diferencia entre las tecnologías agrícolas de un área de riego y otra de temporal es muy grande. Esa experiencia la había adquirido Chucho trabajando en algunos distritos de riego y en zonas de temporal en el sureste del país. En esta última modalidad, los ciclos vegetativos tenían

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que ajustarse a los períodos anuales de lluvia, lo mismo que el combate de malezas y otras plagas; por el contrario, en los sistemas de riego se requiere una organización precisa, cada fase del proceso productivo debe estar sincronizada con los riegos. El estudio que realizaban Renato y Chucho evaluaría los daños ocasionados por los incendios de 1989 y por el huracán Gilberto sobre los huertos familiares mayas establecidos en los solares de las casas, en el norte de Quintana Roo. El trabajo consistía en identificar las referencias etnohistóricas y arqueobotánicas utilizadas en diferentes épocas respecto de algunos recursos naturales, las principales especies arbóreas y frutícolas empleadas por la población maya desde épocas pretéritas en algunos de los principales centros urbanos y comunidades rurales; por esta razón, Chucho pidió a Renato que elaborara un proyecto de investigación en el que incluyera una encuesta en las comunidades del área afectada. Junto con el equipo de técnicos que contrató y utilizando técnicas de muestreo, evaluaron los daños ocasionados en una superficie aproximada de un millón de hectáreas. Los daños se manifestaban en el derribo del arbolado, deterioros en las copas y en las yemas apicales, deshidratación del follaje de los árboles que se mantuvieron en pie, así como la muerte de los más dañados, al igual que retrasos y deformaciones en el crecimiento de los árboles que fueron menos afectados. Veruette se encontraba en la calle observando el eclipse. Su cerebro, actuando en paralelo con el fenómeno astronómico, como red de central telefónica, lo llevó a considerar y reestructurar el bosquejo de la narración que rondaba en su cabeza, en la que pensaba incluir la experiencia emocional vivida durante su viaje al sureste. Su cuerpo permanecía observando el eclipse, pero su mente divagaba en las características de un personaje que incluiría en su historia. Al igual que un rompecabezas, su bosquejo incluía piezas de diferentes patrones, escenarios y tiempos, el último de ellos ubicado en Cobá, el antiguo centro urbano maya donde Veruette y Renato habían asistido para estudiar la ubicación de habitaciones con huertos familiares durante

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el periodo Clásico, los templos, sitios, espacios y estelas mayas. En ese contexto recordó haber comentado a su compañero de trabajo: —Xolo fue explorador botánico y recolector de plantas nativas de varias especies, principalmente maíz, con las cuales inició un banco de germoplasma. Con decirte que en Chapingo fue jefe del Departamento de Botánica e investigador de este mismo centro. La Sociedad Botánica de Norteamérica lo nombró botánico distinguido y le entregó una medalla de reconocimiento. También le otorgaron dos doctorados honoris causa, uno de la Universidad de Chapingo y otro del Colegio de Postgraduados. —A mí siempre me pareció que era medio brujo. Como buen botánico creo que ha de haber conocido las plantas de los dioses — respondió Renato. —Si te refieres a las que usaba Carlos Castaneda, me parece que, si bien las conocía, nunca las probó. Pero quién sabe. A la mejor sí. Lo que sé, es que le gustaba tomar tequila y mezcal. En las excursiones con sus estudiantes, los que querían podían echarse con él algún trago. —Dicen que de chavo era el terror del barrio y la Escuela Pública Número Seis, en Nueva York, y que cuando terminó de estudiar su carrera, se vino como panza aventurera desde Cornell hasta la frontera en un tren carguero, y de allí regresó a Tlaxcala. —Él aconsejaba que para comprender la agricultura tradicional, ésta se debería investigar a “guarache”, o sea, en el terreno de los hechos, con la gente, tratando de aprender la realidad de su propia cultura.

De repente el día se hizo noche. El Sol quedó cubierto por la Luna y sólo un anillo quedó brillando como corona por algunos segundos. La imagen fue única por unos instantes. La visión del eclipse lo estremeció. Seguramente aquellos estímulos del entorno activaron sus circuitos neuronales y lo llevaron a reproducir en su memoria reacciones en cadena de percepciones emocionales y de otros acontecimientos de su vida. Parecía como si aquellos entornos oscuros contribuyeran a reproducir en su mente escenarios de otro momento, en el que su esposa

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y él fueron de visita a casa de los padres de Manuelito. Fue allí donde lo conoció. El niño carecía del sentido de la vista. Siendo aún más pequeño, los médicos aconsejaron una operación y no esperar a que fuera mayor. Debido a un cáncer en el nervio óptico, su madre había tenido que tomar la decisión de operarlo para extirpar los dos ojos. A pesar de ello era un niño normal, como todos los de su edad. Tendría unos seis años. Chucho lo invito a pasear y lo llevó a un amplio espacio plano. —¿Sabes andar en bicicleta? —Estoy aprendiendo. —Súbete, te voy a ayudar. Lo sostuvo por el asiento dando varias vueltas por ese terreno. Había momentos que lograba equilibrarse y daba vueltas a su alrededor, guiándose por la voz de Veruette, quién al ver un hormiguero de las grandes y coloradas le preguntó: —¿Conoces las hormigas? —No. ¿Qué son? —Son unos animalitos muy chiquitos que viven en un pozo bajo la tierra. —¡Muéstramelas! Lo detuvo junto a él y lo llevo a que las palpara. Colocó sus manos encima del hormiguero y las hormigas subieron por sus manos sin morderlo. Sintió cómo caminaban por sus manos. Cuando regresaron a la casa, el niño dijo a su madre: —¡Mamá, Chucho me enseñó las hormigas!

El eclipse terminó y Chucho regresó a su cubículo. Estimó conveniente considerar en su contexto esos elementos concernientes a la oscuridad, la invidencia y el significado que entre sí pudieran tener los acontecimientos respecto de alguna otra circunstancia. Sus pensamientos referentes a la negrura y oscuridad del eclipse y los dos invidentes, lo llevaron por profundidades cavernosas. A manera de respuesta sus neuronas incidieron en lo

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sombrío y la lobreguez de las fuerzas telúricas, como la de aquel volcán de Cerro Prieto al momento de estallar. Esos aspectos le ayudaron integrar el núcleo generador de su historia; sólo le faltaba la de su personaje principal. Pocos días después al terminar el anteproyecto de investigación para la empresa donde trabajaban, Chucho y Renato viajaron en camioneta desde la ciudad de México hasta Cancún, desde donde se movilizaron por toda la zona norte de aquella entidad con la finalidad de desarrollar su investigación. Cruzando por el estado de Campeche, Chucho encendió la radio. Se escuchó la música de un bolero tocado al piano; en ese instante la voz del locutor decía: “Radio Peninsular de Quintana Roo tiene el gusto de presentar su programa ‘Nostalgia musical’ acompañado al piano por las propias manos de Rosalba Sansores.” Ambos se quedaron escuchando por un buen rato el programa. Cuando pasaron por Chetumal, entrevistaron a personal técnico de varias secretarias de estado, institutos de investigación y otras dependencias. En Cancún hicieron lo mismo con otros antiguos condiscípulos que laboraban en otras instituciones semejantes. Con estos últimos quedaron en que se verían el fin de semana para cenar en el restaurante del hotel. Los demás días los dedicarían a labores de campo. Al regresar al hotel, el sábado por la tarde, después de las faenas de ese día, se dieron cuenta que se celebraba en el salón del hotel un evento social con música y baile. —Parece que dentro de un rato va a haber baile —dijo Chucho—. Nos alistamos y bajamos a cenar. Así lo hicieron. Al salir de sus cuartos y bajar encontraron sentados en una mesa a dos de sus colegas que los esperaban y con quienes en los primeros días de la semana habían quedado de verse. Pidieron algunos aperitivos y cenaron. La orquesta había iniciado música bailable. Se sentían alegres y animosos. Se dispusieron a admirar a las damas que llegaban a la fiesta y se ubicaban en las demás mesas del salón. Al momento que se escuchaba un blues, Veruette se levantó de la mesa y dijo: —Yo salgo a bailar.

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Dicho y hecho. Se dirigió a una mesa vecina e invitó a una de las damas asistentes. Ella aceptó. Bailaron y charlaron durante varias melodías. Cuando regresó, uno de sus amigos que los acompañaba dijo: —Chucho, la muchacha que sacaste es invidente. —Adió, ¿cómo sabes? —Ella es muy popular. Aquí la conocemos muchas personas. Tiene un programa de radio en la emisora, donde toca el piano. Renato intervino: —Acuérdate del programa que escuchamos cuando veníamos en la camioneta. —Nunca pensé que al llegar a Cancún iría a conocer a la intérprete. Pero lo que me impresiona es que durante el baile no me di cuenta de que es invidente. No puedo creer que lo sea. Le quedó la duda y para cerciorarse, nuevamente fue a invitarla a bailar. Ahora sí se fijó bien en sus ojos. También notó que al terminar la pieza musical, ella lo tomó del brazo, y aunque en algunos lugares esto es costumbre, en la primera ocasión no le llamó la atención. Al hablarle, sus ojos no se dirigían a él. Estas escenas lo hicieron recordar su oficina en la ciudad de México, donde hacía tiempo se encontraba redactando el informe del proyecto de evaluación de los daños ocasionados por el huracán Gilberto. Sentía que la trama de estos encuentros seguía ampliándose y que esta proyección, para narrarla en forma escrita, necesitaba, además del contexto, un personaje y una perspectiva temática más concreta. ¿Cómo qué o de quién?, lo ignoraba. Meditaba sobre todos estos sucesos. Paulatinamente los iba considerando como un posible modelo a ser integrado; para ello tendría que unir en su relato los elementos y fuerzas telúricas relacionadas con la invidencia, la oscuridad y las tinieblas, involucrando en toda la trama a sus personajes. Uno de esos días, durante su viaje de trabajo en Quintana Roo, Veruette y Renato acordaron viajar juntos a Cobá a fin de corroborar en el mismo sitio parte de la bibliografía revisada en la que se citaban las unidades

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habitacionales mayas con huerto familiar en el periodo Clásico (300-900 d.C.). En el sitio treparon templos, recorrieron el lugar y observaron las estelas de la nobleza maya. Frente a una de éstas quedaron sorprendidos cuando localizaron el equivalente al actual extensionista agrícola, correspondiente a la época del periodo Clásico maya, el “chilam adivinador”, cuyas funciones giraban alrededor de las predicciones sobre el tiempo para las cosechas y las operaciones técnicas de la milpa, la quema y la siembra, desprendidas del calendario ritual (tzolkín). En el momento que contemplaban la estela ambos sintieron en su interior un rayo de luz que, como conocimiento, se proyectaba en el proceso de evolución histórica. El encuentro los había impresionado. Entonces recordaron a su maestro Xolo: —Otros cuentan que le gustaba discutir, echar bravatas y hacerle de coyote cuando se encontraba con campesinos. —¿Sabes el significado alegórico del coyote? —El coyote es un tramposo, le gusta acechar y sorprender a la gente. —Yo no sé si fue un coyote el que tomó como protegido a Xolo, o al revés. A lo mejor ese era su nahual. En la mitología mexicana se dice que cada persona al nacer, lo hace con un espíritu animal que se encarga de guiarlo, y que esos espíritus son los nahuales o naguales; ellos suelen manifestarse en sueños o sentir cierta afinidad con el animal que los ha tomado como protegidos. —¿Tú nunca has soñado con ellos? —Sólo con caballos alados, pegasos. —En la cultura tolteca, los nahuales, como ahora pudiera ser un chamán, tenían la facultad de tomar la forma de un animal para interactuar con los humanos. Cuando Xolo se volvía coyote, no es que fuera a cambiar de forma, más bien eso lo lograba a veces usando trucos para llegar a donde quería. —No jodas, Xolo no era chamán. Era un científico. De todas maneras me parece que creó vínculos muy cercanos con el coyote. La mirada de águila y el olfato del lobo eran parte del instrumental que manejaba.

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—Otros dicen que el nahualli era el término asignado a los sabios en general. O sea, a los que profundizaban en las cosas; la persona que dedicaba su vida entera a la búsqueda de la verdad. Eso permitía a quien lo practica tener contacto con el Universo. Más bien creo que en este sentido es la personalidad del maestro Xolo. Veruette recordó que de regreso al hotel, por el camino tomaron unos tragos de ron y que fue al otro día por la mañana, a primera hora, cuando recibió una llamada telefónica para informarle que el maestro de etnobotánica Efraín Hernández Xolocoxtzi había muerto. Al meditar sobre lo acontecido, su atención lo llevó a considerar la forma como la actividad humana y las energías del Universo pueden entrecruzarse. Pareciera ser, se dijo, que existe una infalibilidad de nuestros pensamientos y acciones referentes al eclipse, en transición de la luz, negrura y oscuridad; los invidentes y sus profundidades sombrías, semejantes a fuerzas telúricas de algún volcán, como el de Xolo, en erupción. En ese momento Chucho dijo a Rento: —Que coincidencia, la toma del video por la calzada del jardín botánico y nuestra charla respecto a él en Cobá. Pareciera que su ser, al dejar este planeta, estalló como un chorro de luz a y algunas chispas de esa energía llegaron a nosotros. —A propósito de nuestra plática de ayer en las pirámides, relacionada con los naguales —contestó Renato—, algunos historiadores dicen que ellos saben las cosas que están por venir y cuanto pasa en el mundo; que esas cosas son capaces de trasmitirlas por diferentes medios a algunos de sus discípulos; que les es posible ver lo que está dentro de los cerros, en el centro de la Tierra y aun lo que está debajo del agua, en las cavernas, en los agujeros y en las fuentes, y que por ese motivo se les llama “hijos de la noche”.

Desde su oficina, Chucho se preguntaba cómo debería terminar aquella historia que junto con el proyecto de trabajo venía escribiendo. En ese contexto, personajes, escenarios, tiempos y espacios estaban conectados,

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no solamente en forma externa, sino también en lo interno, por lo que todo ello debería tener una explicación descriptiva en su propia historia, particularmente al momento asociar todos esos elementos y producir algo mejor que la suma de sus partes y, si verdaderamente era un interconexión, el factor espiritual o mental, el cual se incluía como un elemento real de procesamiento, lo cual afectaba e influía en el todo. Entonces, como “chilam adivinador”, se explicó la relación que había entre la ocurrencia de aquellos elementos con su personaje, lo mismo que los acontecimientos conectados sin tiempo y sin espacio: la oscuridad con la invidencia, circunstancia que entonces desconocía pero que súbitamente intuyó con el maestro Xolocotzi, aquel quien ya había realizado el gran viaje de evolución espiritual y que durante su vida había convertido el conocimiento en sabiduría experimental. Efectivamente, esos entes y fenómenos naturales estaban enlazados con su propio campo energético informativo, pero además existían códigos de retroalimentación iterativa entre los diferentes niveles de realidad, como la xoloctozia, que Chucho ya había incorporado a su narración.

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LA BODA DE SAN PATRICIO

U

na vieja camioneta Chevrolet 1955 y un jeep en regular estado eran los medios de transporte que utilizaba el grupo en sus excursiones. Generalmente se reunían los fines de semana. Cuando planeaban sus salidas quedaban de verse en algún sitio conocido o en casa de algunos de ellos. Los que conservaban y manejaban los vehículos pasaban a recogerlos, se distribuían en los carros e iniciaban el viaje. Desde el momento que se reunían los invadía una especie de euforia infantil, que manifestaban en expresiones, sarcasmos y puyas que se lanzaban unos a otros. —¡Ese de la gorra cazadora!, que me la preste p’a limpiar el parabrisas. —Mejor préstame a tu hermana —contestaba el otro. —No se te olvide la cantimplora —refiriéndose a la botella de tequila. En un tono muy serio alguien decía: —¡Las armas! ¡No se te olviden las armas! Uno pensaría que el tono serio con el que decían aquellas palabras procedía de personas con una gran experiencia en armas. La realidad era que se referían a un viejo rifle 22. El interés que los unía no era sólo la amistad, sino también el conocimiento y la exploración del área en el aspecto arqueológico, sociocultural, ecológico y de tecnologías tradicionales. No eran principiantes ni estudiantes sino profesionistas, cada uno de experiencia en su especialidad. Entre ellos se encontraban maestros calificados de la universidad y el tecnológico local, quienes participaban como miembros de un grupo interdisciplinario constituido espontáneamente por diversos profesionistas independientes: arquitectos, químicos, historiadores y periodistas.

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Periódicamente efectuaban excursiones para explorar sitios y cuevas que sirvieron como antiguos refugios humanos donde investigaban tumbas paleoindígenas, pinturas rupestres, calendarios lunares y talleres líticos; a veces para recolectar puntas de flecha o artefactos primitivos de hueso; o para estudiar algunas viejas técnicas de molienda de trigo impulsadas por caídas de agua en antiguas haciendas coloniales, lo mismo que antiguos restos de minería y arcaicas técnicas de caza y recolección. Organizaban estas correrías con su exclusivo apoyo personal, por lo que, además del disfrute que les reportaba las excursiones, frecuentemente subvensionados por alguna fundación o sus propias instituciones educativas, presentaban los resultados de sus investigaciones en reuniones científicas de intercambio con antropólogos, historiadores e investigadores del sur de Estados Unidos. Esta combinación de trabajo y diversión los estimulaba a continuar explorando la región. Cierto día realizaron un largo viaje por carretera y caminos vecinales para visitar una región minera localizada entre los municipios de Mazapil y Concha del Oro, en Zacatecas. La visita serviría para inspeccionar varios sitios, entre ellos el mineral de Bonanza y viejas edificaciones construidas por uno de los personajes pioneros en la historia de la colonización del norte de México, el marqués de Aguayo; también deseaban conocer una antigua rueda de piedra utilizada para moler el mineral extraído, además de una tendezuela que desde el siglo XIX vendía mercancías a los mineros y en cuyo mostrador y casilleros aún se podía ver restos de materiales y mercancías expedidas hasta bien entrado el siglo XX. En el sitio conocido como Aranzazú encontraron el tendejón abandonado desde hacía varias décadas, el cual se localizaba en un asentamiento minero disperso. Aunque era propiedad privada, se notaba que durante muchos años había permanecido en completo abandono. Las puertas estaban clausuradas y el grupo se vio en la disyuntiva de solicitar permiso o entrar forzando las puertas. Álvaro, el más alocado del grupo, rodeó el establecimiento y se las ingenió para penetrar por la parte trasera, llegó al frente, donde se encontraba el resto del grupo, quitó las trancas y abrió las puertas de

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la entrada principal; en ese ambiente desolado, con gestos pícaros y voz ceremoniosa, tranquilamente exclamó: “Ya estoy aquí, señores, pueden pasar con toda confianza.” El grupo penetró con cierto temor pues corrían el riesgo de que algún vecino de la zona detectara el allanamiento; sin embargo, movidos por la curiosidad inspeccionaron todos los rincones del tendejón. Entre los diferentes artefactos que se encontraron había una enorme caja repleta de daguerrotipos, viejas piezas de cristal empleadas en las primeras fases de la fotografía, cuyas imágenes revestidas con yoduro de plata aún aparecían fijas sobre las placas. Las imágenes se obtenían colocando estas placas en el fondo de una cámara oscura con una abertura por la que penetraba la luz, que transmitía la imagen a la placa; de esta manera se podía captar una parte de la realidad y suspenderla en el tiempo. Con esta rudimentaria técnica no se podían obtener copias de la figura u objeto fotografiado, pero años más tarde se lograría imprimir la imagen sobre papel. Esta caja de daguerrotipos fue lo que más atrajo la atención de Ricardo, quien sustrajo algunas placas y las cargó en el jeep en que viajaba. Más tarde las analizó con detenimiento y encontró que mostraban personajes, familias e imágenes de aquella época. Mediante consulta bibliográfica comprobó que debido al método usado, Luis Daguerre es considerado el inventor de la fotografía. En los textos titulados The mexican war y Eyewithness to war, editados por el Museo Amon Carter, encontró que Willam P. Schwartz, farmacéutico metido a fotógrafo e inmigrante a la ciudad de Saltillo, por ese tiempo retrató aspectos de la ocupación de las tropas norteamericanas durante los años 1846-1847. En ambos libros encontró fotografías de placas tomadas con la máquina de Daguerre y algunas otras de la ciudad y sus alrededores. Para todo el grupo este hallazgo fue un estímulo, pues con el material fotográfico encontrado en el tendajo abandonado se podría complementar y enriquecer en forma gráfica la historia del norte de

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México. Esto despertó en ellos el interés por estudiar la batalla ocurrida en el siglo XVIII en el área limítrofe de los estados de Coahuila y Zacatecas. Antiguamente, esa región era atravesada por un camino real, pero en la actualidad existe una carretera que comunica varias ciudades y la capital del estado vecino, pasando a un costado de la antigua hacienda de Buena Vista y el sitio conocido como La Angostura. Años después los propietarios de esta hacienda donarían esos terrenos y se establecería una universidad agraria. Más recientemente, y muy cerca de allí, se fundaría el Museo del Desierto. Toda esta área se ha conurbado hasta los límites de la universidad, en cuyos terrenos se localiza el espacio donde se desarrolló la batalla. El lugar de los hechos tiene la ventaja de contar a la fecha con documentos escritos. Estos materiales constituyeron la motivación para que Ricardo Levy y el grupo, entusiasmado más por su iniciativa que por la propia formalidad de la investigación, se iniciaran en el estudio arqueológico de aquella contienda, ocurrida en el área donde ellos radicaban. Fue así que mediante información bibliográfica, daguerrotipos, detectores de metales y excursiones a la zona, se fue reconstruyendo aquella historia. El 22 de febrero de 1847 tuvo lugar en ese sitio uno de los combates más cruentos que sostendrían los dos ejércitos: el mexicano, al mando del general Antonio López de Santa Anna, y el norteamericano, comandado por el general Zachary Taylor. El combate se prolongó por varias horas, hasta llegar a la lucha cuerpo a cuerpo. En el área quedaron abandonados restos de armas de artillería, cadáveres de soldados y de caballería y sinnúmero de pertrechos de guerra. Cuando Ricardo visitó aquel lugar en un reconocimiento previo del sitio, los primeros pensamientos que le vinieron a la cabeza fueron la inmensidad de zopilotes que después de la batalla aparecieron en busca de carroña humana y de corceles muertos. Pensó también si en sus futuras pesquisas se encontraría con restos de la pata de palo que usaba el generalísimo Santa Anna.

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La casa de la familia Levy tenía dos ventanales hacia la calle que lucían dos ménoras forjadas en hierro con las que hacia notar la ascendencia sefardí de sus antepasados. En esta región aún se pueden encontrar rasgos de aquellas antiguas familias judías que, junto con algunos españoles vascos y castellanos, llegaron durante la colonización del Norte de México. Se llaman sefardí porque después del año 586 formaron en Israel esa comunidad, en el área de Sefared, citada por la Biblia en Isaías. Al parecer, la palabra es de origen fenicio. Cuando los Reyes Católicos decretaron la expulsión de los judíos de España, se descubre América, en 1492. Incluyendo a los moros, los judíos podrían permanecer en la península Ibérica siempre y cuando se bautizaran y se convirtieran al cristianismo. Entre algunas de sus costumbres que han prevalecido en el norte de México están los panes llamados semitas, que son comunes en esa región. La proliferación de ganado ovino y cabrío, cuyos críos eran ofrecidos en sacrificio a Yahvet, ha permitido que en la actualidad sean muy apetecidos como plato norteño incluyendo sus vísceras, especialmente en los famosos “machitos”, al igual que los dulces de mazapán. Al establecerse en el Noreste, algunas de estas familias mantuvieron algunas de sus tradiciones, básicamente la religión y parte del vocabulario, y con ellas los ritos, los cantos y algunas palabras de uso en España durante el siglo XV. El padre de Ricardo procedía de alguna de aquellas viejas familias de origen sefardí y con el hecho de colocar en sus ventanas de hierro aquellas menoras forjadas no negaba la cruz de su parroquia, aunque no era un judío ortodoxo y públicamente profesaba el catolicismo; quienes lo conocieron contaban que en su casa aún practicaba los ritos y las leyes establecidos en el Talmud. El padre de Ricardo fue médico e impartió una cátedra de antropología e historia en la universidad. Gran parte de sus años los pasó recolectando piezas líticas, huesos, restos de fibras duras y puntas de flecha de las tribus nómadas del norte de México. Realizó algunos trabajos de investigación histórica y escribió varios libros. Al momento de su muerte, Ricardo heredó la casa, las colecciones que su padre había dejado y los derechos de autoría de sus libros.

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Debido a que se desarrolló en ese ambiente relacionado con la arqueología y estudió la carrera de arquitectura, pudo conciliar fácilmente los intereses de su carrera con la afición que había aprendido de su padre. Por esos años Ricardo era todo un caballero serio que frisaba los cuarenta años, ojos negros, de regular complexión y estatura, moreno, rostro con ceja poblada y usaba bigote. De judío no tenía ya nada, pues para 1960 se había casado por la Iglesia católica con una mexicana, de ese matrimonio nacieron tres hijos, la primera fue mujer. Corajuda y voluntariosa desde pequeña, era muy dada a hacer berrinches, costumbre que se acentuó durante su adolescencia, especialmente cuando regresaba de la escuela, todavía alegre y llena de energía. Le daba por fastidiar a todos los que estuvieran a su paso, pero cuando hacía estas rabietas se privaba, quedando imposibilitada para razonar y responder de manera lúcida y clara durante un buen rato. Esos soponcios la ponían de varios colores, apenas podía hablar y pasar saliva, la bilis le invadía la boca y un nudo se le atoraba en la garganta, los ojos se le irritaban como inyectados de sangre, la cara se le ponía colorada y su respiración era entrecortada. —¿Oye, Rich? —le preguntaba su esposa—. ¿Qué hacemos con esta niña? —lamentándose realmente de tener un verdadero energúmeno, como solía llamarla. —Necesita unas buenas nalgadas —sugería Rich, tranquilo, sin ser capaz de dárselas, sin armar alboroto y jamás subir la voz. La calma que lo caracterizaba lo hacía parecer como la figura estoica de un cactus del desierto que espera largo tiempo el agua. —¡Rich! —gritaba su esposa—. Mira cómo está, no deja de fregar y dar lata, ya me tiene harta. —Pues enciérrala en su cuarto y dale una buena reprimenda — contestaba, sin inmutarse. —¿Qué haremos con esta niña? —continuaba preguntando su esposa—. Esta semana me habló su maestra para decirme que va mal en matemáticas y necesita clases por las tardes para recuperarse, dice que le cuestan mucho trabajo las multiplicaciones.

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—Pero si la semana pasada estuvimos repasando las tablas —contestaba Ricardo. —Rich, esta niña está mal, creo que tiene dislexia de sexto grado. —¿Qué tiene qué? —contestaba sin interrumpir su lectura. —¡Tiene dislexia! —repetía más fuerte—. Confunde las letras, no copia las palabras en el renglón ni los números en una sola fila, mucho menos sabe de los puntos. Las multiplicaciones las acomoda como si fueran sumas. Anoche fui a ver a mi amiga Nena, la psicóloga, y le conté lo que sucedía. Me dio una cita para que empiece mañana el tratamiento en su instituto. Quizá ésta fue una de las razones por las que Frida desde pequeña empezó a estudiar idiomas. Ricardo sostenía entre sus manos el aparato detector de metales con el que sondeaba el terreno. Había empezado a recorrerlo partiendo del centro, donde supuso había comenzado la batalla. En recorridos anteriores había colectado diferentes piezas: hebillas de fornitura, chapetones, monedas mexicanas y norteamericanas de la época, restos de mosquetes y escopetas, cantidades importantes de municiones de diferentes calibres, cubiertos de campaña, antiguas jeringas de latón para inyectar caballos, botones de uniformes de los distintos batallones de Kentucky, Arkansas e Indiana que llevaba el general Taylor. Todos estos materiales los había localizado a unos cuantos centímetros de profundidad, cubiertos por una pequeña capa de tierra. Un sonido del sensor le indicó la presencia de un objeto metálico, cavó con la escardilla y removió la tierra con las manos. Ahí estaba sepultado un medallón de oro. Lo tomó con cuidado y empezó a limpiarlo. En una de las caras pudo apreciar un grabado en relieve ya gastado por el tiempo; sin embargo todavía se apreciaba la figura de un santo. En la otra cara encontró la siguiente inscripción: “W. O’C. Connemara 1820”. La forma de letras y la inscripción le despertaron la curiosidad y decidió obtener mayor información.

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Supuso que las iniciales harían referencia al nombre de algún soldado que extravió el medallón durante la batalla; la palabra “Connemara” le sugirió el lugar de procedencia. De regreso a su casa encendió su computadora y se conectó a Internet con la idea de buscar el significado de la palabra inscrita en el medallón; después de algunos intentos, finalmente encontró referencias de ese nombre. Se enteró que Connemara es el nombre de una población de Irlanda. Con este dato, supuso que la imagen bien podría corresponder a San Patricio, santo patrono de esas tierras. Después de cenar se cambió la pijama, se calzó las pantuflas y continuó consultando en Internet para obtener mayor información de San Patricio. Se enteró de la historia del santo patrono de Irlanda, cuyo nacimiento y muerte ocurrieron durante los primeros siglos del cristianismo (387-461) el santo es recordado por la Iglesia católica el 17 de marzo y venerado por todos los irlandeses. Nació en Bannavem, antiquísima ciudad que supuestamente pudo haber estado en Inglaterra o en Escocia; durante su juventud, al santo le gustaba la aventura, por lo mismo tuvo una vida azarosa. Se dice que a los 16 años fue capturado por unos piratas, quienes le hicieron trabajar como grumete y, al traerlo de regreso a Irlanda, lo pusieron a cuidar durante seis años los rebaños de un caudillo del Ulster, región que ahora forma Irlanda del norte y provincias de la república. En aquel período de esclavitud conoció el cristianismo y, alentado por su fe, huyó a Francia, haciéndose monje. Al abrazar el estado monástico, obtuvo autorización del papa Celestino I, para que lo enviara como misionero a Irlanda, donde dedicó su vida a trabajar celosamente por la conversión de los irlandeses, fundó cientos de iglesias y bautizó a miles de personas. Llegó a ser obispo y dicen sus devotos que tras encontrar la isla llena de herejes, dejó a Irlanda toda cristiana. De lo que en realidad fue su vida, quedó un breve testimonio de sus confesiones. Existen muchas piadosas leyendas sobre su persona, como

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la que cuenta que al ver una cantidad enorme de serpientes en la isla, las conjuró diciéndoles: —¡Pinches culebras, ya no estén jodiendo!, váyanse de aquí a lo más recóndito del mar! Dicho esto, ellas solitas se arrojaron al mar; se ignora si para ahogarse o transformarse en serpientes marinas. Puesto que la mayoría de las serpientes son ovíparas, Ricardo pensó en cómo hizo San Patricio para recoger los huevos que dejaron. En esas estaba cuando los siguientes renglones del texto se lo explicaron: “[…] haciendo otro conjuro a los óvulos fecundados, cuenta la fábula que éstos se fueron rodando solos hacia la mar...” Durante siglos se veneraron en irlanda muchas de sus reliquias, pero casi todas fueron destruidas durante las guerras de Reforma y sólo se conserva en el museo de Arte y Ciencias de Dublín una campana cuadrada de hierro que perteneció al santo. En Irlanda, la orden civil más destacada lleva su nombre. La primera vez que Ricardo se enteró de San Patricio fue durante algunos trabajos de investigación recopilados por su padre; algunos de ellos se refieren a los del doctor Etienne Frogé, relacionados con su tesis titulada Antonin Artaud et le délire Paranoïde (1969). Así que, acercándose al acervo de libros que había pertenecido a su ancestro pudo localizar un compendio de cartas escritas por Artaud desde un asilo; éstas se encuentran incluidas en la obra Cartas desde Rodes (1943-44), impreso en Madrid y remitida a Claude Andrè Puget, algunas de ellas fueron recopiladas, otras cedidas a coleccionistas y aparecidas en diversas publicaciones escritas en su aislamiento y dependencia hospitalaria, en donde se encontraba padeciendo su delirio, las cartas eran enviadas a personajes reales o ficticios desde el sitio donde estaba recluido. Una carta en particular, incluida dentro del texto mencionado, se refería al báculo de San Patricio, el cual, según él, en su estado de demencia paranoica, indica que no dejó de llevarlo y mantenerlo consigo en París, desde mayo hasta el 12 de agosto de 1937, fecha en la que dejó Francia para devolverlo a los irlandeses.

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En su paranoia, manifestada en desvaríos y fantasías, causada por ideas fijas, ilusorias y permanentes, Artaud, describía el báculo usado por San Patricio diciendo que contaba 13 nudos, barnizado de rojo oscuro en sus intervalos, algunos de ellos llevaban extraños signos místicos entre los que figuraba una ardilla, que según Artaud, es la huella formal de la aparición de Dios cuando se le manifestó en el centro de las cosas. En la misma misiva explica que recuerda habérselo mostrado al señor Puget en una entrevista, cuyo encuentro tuvo lugar en 1937, antes de su partida a Irlanda, y no en 1935, después de su viaje a México, a la Sierra Tarhumara, lugar donde, junto con los indígenas, conoció, probó y escribió sobre los mitos y ritos del peyote. “Para haber ido a parar al asilo, ha de haberle causado muy buen efecto el peyote”, pensó Ricardo. A pesar de ser arquitecto, Ricardo era dado a pensar con una lógica simbólica, quizá debido a su afición por la lectura de la Cábala judía. Después de esta lectura se quedó pensando en el báculo, real o ficticio, de San Patricio; recordó el momento de su encuentro con el medallón y entonces se preguntó si el artefacto tendría algún otro significado. Se respondió que el báculo servía para apoyarse y caminar y era usado por los pastores para trasladar y mover el ganado de un lado a otro, pero también tenía un símbolo de autoridad. Asoció la interpretación del movimiento, traslado y caminar, y la aceptó con el sentido de avance y seguimiento que debería dar a su trabajo. Tiempo después se enteró que el deseo y la acción de desplazarse le vendrían desde afuera. Intuía que en lo futuro tendría otra información más amplia y profunda. Varias noches continuó con la consulta bibliográfica en otros textos de historia, los cuales informaban sobre la batalla de Churubusco, en la ciudad de México, sitio en el que actualmente se encuentra el Museo Nacional de las Intervenciones. Estudiaba lo referente a los tipos de uniformes del ejército de Estados Unidos, al igual que las armas usadas en diferentes períodos por los ejércitos mexicano y el norteamericano.

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Posteriormente, otro sentimiento inefablemente tierno y femenino le impelió a pensar en su hija, próxima a recibir una licenciatura en lenguas. Hacia 1990, la hija mayor de la familia Levy terminó su licenciatura en lenguas y decidió ir a trabajar a Londres como niñera, luego a Oxford y finalmente a Irlanda. En Oxford esperaba tener tiempo para continuar sus estudios de lingüística en la universidad; ahí, en un pub estudiantil, conoció a Paul O’Connor, su futuro marido. Él tocaba la trompeta con un conjunto de jazz. Frida escribió a su madre contándole de su relación con Paul y ésta, a se vez, lo comentó con Ricardo. Al mencionar el nombre del novio, el apellido resonó en los oídos de Ricardo. El que su hija se relacionara con un muchacho de origen irlandés llamó su atención, especialmente en el momento en que investigaba el Batallón de San Patricio. Se percató que las iniciales del novio de su hija correspondían con las letras inscritas en el medallón. En ese instante surgió una pregunta ¿Cómo era posible que buscando vestigios arqueológicos en el norte de México haya encontrado, 144 años después, una medalla y que ésta llevara inscritas las letra iniciales del apellido del pretenso de su hija? Se dio cuenta de que el hallazgo de la medalla con las letras grabadas en una cara estaba asociado, mediante una casualidad trascendente, con el apellido del joven irlandés con quien su hija fincó una relación de noviazgo. Los elementos simbólicos referidos al báculo de San Patricio y las lecturas sobre la vida de Artaud agregaban una interrelación más a esa conciencia, la cual, en términos ya delirantes y fantasiosos, le parecía que estaba más allá de lo normal, pues el medallón y la historia del Batallón de San Patricio en la refriega de La Angostura aparecían conectados con el estudio que estaba realizando. Más tarde se enteró que algunos investigadores denominan “sincronicidad” a esta experiencia. Esto lo obligó a profundizar aún más en el asunto. Consultando otros documentos de historia se enteró de la migración masiva de irlandeses a Estados Unidos, como consecuencia de la Gran Hambruna ocurrida en la primera mitad del siglo XIX, los cuales

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sufrieron discriminación y maltrato a causa de sus creencias religiosas y de su nacionalidad. En 1846, al empezar la guerra contra México, muchos irlandeses de la zona fronteriza se alistaron en las filas del ejército estadounidense, pero al darse cuenta de la finalidad de esa campaña y comprobar que se trataba de una guerra totalmente injusta, decidieron abandonar las filas del ejército invasor, pues era claro que la intención del gobierno norteamericano era robar territorio a México. La sorpresa de Ricardo fue mayor cuando se enteró del nombre de otro personaje irlandés incorporado a ésta guerra: John O’Reilly, quien después de la batalla de Santa Isabel, en Tamaulipas, fue hecho prisionero cuando cruzó el río Bravo, quedando libre a la caída de Matamoros. Más tarde organizó dos compañías, la mayoría con desertores del ejército norteamericano, quienes formaron en Matamoros, junto con el ejército mexicano, la Legión Extranjera y el Batallón de San Patricio, santo patrono de Irlanda. Éste último quedó formado con 252 irlandeses. El grupo de irlandeses utilizaba una insignia blanca donde se conjuntaban los escudos de Irlanda y México junto con el nombre de su capitán, John O’Reilly, bordado en verde. Con su batallón, O’Reilly cruzó el desierto de la gran nopalera de San Luis Potosí hasta llegar al Valle de México, donde participó en las batallas del convento de Churubusco, Mixcoac, San Ángel y Tacubaya, cuya población había sido desalojada. Al llegar al Valle de México y después de librar fuertes combates con el invasor, sólo quedaban 72 soldados del total inicial. Los motivos que impulsaban a Ricardo en el estudio sobre la batalla de La angostura no fueron solamente los daguerrotipos ni el hallazgo del medallón de San Patricio, tampoco los relieves grabados en él; lo que le empezó a resonar muy fuertemente en su conciencia era el que su hija conociera en Inglaterra a otra persona cuyo apellido coincidía con las iniciales inscritas en el medallón. Frida permaneció en Londres trabajando algún tiempo como niñera para varias familias, las cuales además le ofrecían alimentación y alojamiento. Tal y como se lo había propuesto, pasados algunos meses pensaba ir a Oxford e Irlanda a estudiar. Debido a que deseaba conocer y

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vivir un tiempo allí, aceptaba esta situación y se decía que bien valía la pena continuar trabajando como baby sitter. Ya vivía en Londres y todavía no realizaba ninguna de sus metas, pues su situación económica, su calidad de inmigrante y la posición de su trabajo la mantenían en una fuerte tensión. Como de costumbre, cuando estaba nerviosa se comía los pellejos de los dedos y los labios; sin embargo, le agradaba reunirse con algunas personas que había conocido. Una tarde estuvo haciendo varias llamadas para citar a sus amistades en casa de su amiga Betty. Cuando llegó a la cita, Paul se encontraba de visita en la casa y Betty los presentó. Posteriormente llegó el resto de invitados y decidieron salir todos. Mientras se arreglaban en el baño, Betty comentó: —Parece un buen candidato para la compañera Hernia, ¿cómo lo ves tú? —En verdad, así lo creo —contestó. Frida supuso que desde hacía algún tiempo él andaría tras de su otra amiga, y como era bonita, ha de creer que los chavos se le juntan como jauría. Por este motivo no dudó que ambos establecerían una relación. Frida era delgada, de estatura baja y menudita. Con el tiempo logró mejorar su carácter y lo tornó sincero y franco, aunque por cualesquier cosa pequeña se encendía demasiado, motivo por el cual a veces esto le causaba problemas con su familia y sus amigas. Para la ocasión vestía una camisa que había comprado en cuatro libras y unos jeans ajustados que le gustaban mucho. Se esponjó el pelo con muse y gel, se peinó al estilo punk, se polveó las mejillas, pintó sus labios y se colocó su abrigo anaranjado que también hacía juego con su blusa, al verse en el espejo se dijo: “Te ves muy mona”. Por fin salieron, según ellas monísimas y listas para ir a cenar. Nuevamente se encontró con Paul. Ahora se fijó un poco más en él. Era blanco, delgado y alto; tenía unos lindos ojos de gatito; traía una bufanda en el cuello y vestía jeans negros, camiseta color mostaza, cubierta por una chamarra de piel y un abrigo marinero de botones. Calzaba botas gruesas

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como hamburguesas, que a Frida le causaron gracia. A pesar de todo se veía lindo. “Parece un insectito”, pensó ella. Él sugirió ir a cenar a un restaurante chino y todos salieron del departamento. El restaurante constaba de cuatro pisos y estaba lleno de comensales; sin embargo, pudieron encontrar una mesa en la que se acomodaron todos. Compartir la mesa con un grupo de gente desconocida representaba para Frida la posibilidad de socializar y conocer a otras personas. El grupo lo formaban Paul, unos chavos yugoslavos y la novia española de uno de ellos. Les sirvieron los alimentos, pero cada quien pago su cuenta. Esto le resultó divertido. Esa tarde Paul acompañó a Frida. Caminaron por Hyde Park. A pesar de que hacía frío y viento, el ambiente les resultaba tolerable. —Me gustan mucho los parques de Londres —dijo ella. —Te voy a llevar cerca del lago —propuso él. Caminaron hasta llegar frente al lago. Se sentaron en una banca. Varios cisnes y patos nadaban en el estanque. Entonces él preguntó: —¿How do you say swan in spanish? —Cisne —contestó ella, y arrancó corriendo como niña tras otros gansos que había en la orilla. El viento soplaba y ella se acurrucó bajo sus brazos; él la abrazó muy fuerte, tan fuerte que le dijo: —Pareciera que ésta vez fuera la última que nos vamos a ver. —Quién sabe, no estoy segura. ¿En verdad, cómo lo puedo saber? Por un instante la invadió un pensamiento en contradicción con sus sentimientos. Lo sentía tan cerca, pero no lo suficiente para tener tranquilo el corazón. A pesar de su proximidad aún no tenía la plena convicción y seguridad de aceptar esa realidad. Por lo mismo, en ese momento se sintió insegura, confundida, con dudas y temor. Al darse cuenta su inseguridad, Paul también la tranquilizó aumentando la fuerza del abrazo. Mientras tanto, ella internamente se preguntaba por el motivo de aquel sentimiento de desconfianza.

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Para olvidar esas impresiones, ella se zafó del abrazo. En esos momentos percibió el viento frío en su cara; contempló los enormes árboles que los rodeaban, sintió la fuerza de la naturaleza, los patos y cisnes nadando, las palomas revoloteando por la calzada y los perros corriendo por los prados. De nuevo se sintió feliz. Al regresar a su casa, cavilando sobre la almohada, se preguntaba si la felicidad sería eso: la sensación maravillosa de ver un paisaje al lado de la persona que se ama y te hace sentir bien. Varios meses después, su relación continuaba y decidieron que Frida debería conocer a la familia de Paul, así que un buen día ella tomó un avión para Dublín. Cuando descendió en el aeropuerto, Paul ya la esperaba. Al principio ella se encontraba un poco alterada; sentía cierto nerviosismo y no sabía bien qué decir o hacer. La visita era importante debido a que él le había ofrecido llevarla a casa de sus padres y conocer a la familia. Frida propuso que primero pasaran a un pub a tomar una cerveza; a partir de allí se empezó a sentir mucho mejor. Le encantaba ver a la gente sentada, platicando despreocupados, fumando y haciendo bromas. Llegaron a la casa, Frida casi se persigna y se reza un rosario completo para calmar la inquietud que la invadía. Entró y saludó con un beso a Moira, la mamá de Paul; también estaban el papá y el hermano menor. A estas horas se encontraba muerta de hambre. Cenaron un salmón muy rico, así que devoró con singular entusiasmo y tomó vino tinto. Después del vino, el té y la plática con los padres de Paul. Aún se sentía un poco cohibida, pasados unos minutos se acercaron a ver la televisión a la sala. Moira le enseñó la habitación donde dormiría. Aquella noche, después de que todos se retiraron a sus respectivas habitaciones, él vino a la suya, pasaron una noche deliciosa, pues durmieron juntos. “Bueno y qué importa, no es cosa del otro mundo dormir con tu petit ami, ¿o sí?”, escribiría más tarde en su diario. Y hasta pudo fijarse que él traía puestos unos boxer shorts color azul con puntitos blancos. Se veía divino. Para que no se dieran cuenta de que habían dormido juntos, entre risas y ofuscaciones, sigilosamente se levantaron a las cinco y media de la mañana

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a desayunar. Horas después la llevó a conocer la ciudad. Comieron por el centro y entraron a un café. Después la llevó a un parque fuera de la población, donde había un bosque con un lago, compraron un helado, pasearon y vieron un rebaño. Ella, sumamente feliz, corrió tras las ovejas hasta lograr capturar uno de los borregos más pequeños. Posteriormente, bromeando y riendo mucho, se acostaron por un largo rato en el césped a platicar y descansar bajo un árbol. El le preguntó: —¿Alguna vez has hecho el amor en un tronco? —Yo no, ¿y tú? Como Paúl no contestó, pensó: “el que calla otorga”. Él se quedó dormido; Frida permaneció a su lado escuchando sus ronquidos. Se sentía feliz, sentía que de verdad lo amaba. Caía la tarde, se levantaron, ya empezaba a hacer frío, era hora de cerrar el parque, así que emprendieron el regreso a la casa. Ella se bañó; un poco mas tarde sacaron al perro a dar la vuelta. En la noche se despidió de los padres de Paul, hizo como que iba a su recámara a dormir, pero pasado un rato él estaba allí. Desde entonces ella se quedó en Dublín, no en casa de los padres de Paul, sino en otro departamento; trabajando en el área y estudiando en el Triniti College. Una mañana de julio de 1992, Ricardo y su esposa arribaron al aeropuerto de Dublín. Su hija y Paul, su futuro yerno, habían ido a recogerlos. Dejaron el aeropuerto; después de algún tiempo en carro llegaron a la ciudad, cruzaron por uno de los puentes del río Liffey y prosiguieron hacia al centro, hasta la calle del Colegio, Frida les mostró el Trinity College, sitio donde había logrado realizar algunos cursos. Los instalaron en el hotel donde previamente habían hecho sus reservaciones. Posteriormente recorrieron el río Liffey hasta llegar a la costa. Fue allí donde les explicaron parte de la historia de esta ciudad fundada en el siglo II antes de nuestra era, ocupada luego por daneses e ingleses; la dominación de éstos últimos marcada por ocho siglos de rebeliones, que culminaron en 1922, cuando la ciudad de convirtió en capital del nuevo Estado Libre de Irlanda.

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Al siguiente día, los llevaron a visitar el Museo de Arte y Ciencias de Dublín, la campana cuadrada de hierro que perteneció a San Patricio, el bastón de San Columbano, así como múltiples modelos de cruces célticas; Ricardo pudo enterarse que la orden civil más destacada en aquel país lleva el nombre del santo. A mediados de semana, Paul los llevó a conocer su familia, Ricardo se sentía un poco inquieto porque no dominaba el inglés lo suficiente, particularmente cuando se le acentuaba con el acento norteño, casi tejano, que utilizaba. El recibimiento fue muy agradable. Los esperaba la mayor parte de la familia O’Connor, que se encontraba en el comedor; ahí estaban los padres de Paul, Moira y Patrick, su hermana Mary y el esposo David; Julia, Benny y Tom también hermanos, así como las nietas. Las mujeres se quedaron hablando en la cocina. Patrick lo pasó a la sala, donde estaba viendo una transmisión de los Juegos Olímpicos por la televisión. Aprovechó el momento para explicar la presencia de su familia y expresarle su sorpresa por el encuentro de las dos familias. Al parecer ellos lo habían tomado en forma muy natural. Ricardo aprovechó el momento para pedir a Patrick que le hablara de sus antepasados y él por su parte le contó lo que sabía de la historia del Batallón de San Patricio y sólo algunos aspectos generales de lo que suponía los enlazaba. Salieron al jardín, donde permanecieron por algunas horas. Posteriormente iniciaron una velada muy agradable. Sirvieron vinos y cerveza. Moira y sus hijas cantaron para los visitantes algunas antiguas canciones inglesas e irlandesas. Ricardo acompañó en el piano a su esposa e hija, quienes interpretaron algunas de viejas melodías mexicanas. Las hermanas de Paul resultaron ser muy comunicativas y alegres. Al final todos terminaron bailando en la sala con música que Patrick había puesto en el tocadiscos. Todo lo que en un principio había sido inquietud debido a la falta de dominio del idioma inglés se diluyó, con la alegría del encuentro. Los días que permanecieron en Dublín transcurrieron en un ambiente de fiesta. Toda la familia O’Connor estaba de compras y trataban

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de proveerse de trajes, vestidos, flores, sombreros y otros atuendos. Uno de esos días, la esposa de Ricardo, la mamá de Paul y sus hijas fueron a una florería. Por varias horas estuvieron escogiendo flores para todos, luego fueron a la pastelería a encargar un enorme pastel. Ricardo se quedó en la biblioteca del colegio consultando algunos libros de historia. La estancia del matrimonio Levy se prolongó por diez días, durante los cuales solían ir caminar por el centro de la ciudad, viajaban en automóvil a las pequeñas comunidades vecinas, trasnochaban y chismorreaban. Visitaron Phoenix Park, con sus grandes avenidas, bosques, lago y jardines; también la antigua torre redonda de Clondalkin, así como las famosas cruces de Monsterboice y la Colina de Tara, cuyos ecos se repiten como música. El clima de esta época es lluvioso y fresco. En toda el área, por calles y jardines laterales a las casas, se respira un ambiente húmedo con aromas de plantas en floración. Durante ese tiempo, ambas familias tuvieron oportunidad de conocer y comparar los pub o “bares” irlandeses, semejantes a los ingleses. Rich consideró lo que más parecido en México eran las cantinas, aunque los primeros tienen un ambiente sociocultural muy diferente. Los pub son casas públicas, a ellas puede asistir toda la familia y constituyen toda una institución en la vida irlandesa. En el campo también existen y podría decirse que no hay diferencia respecto de los urbanos. Rich pensaba que al comparar estos pub con las tascas españolas, los salones de tango en Buenos Aires, las peñas chilenas y las cantinas mexicanas, en todas ellas se va a encontrar elementos comunes, pero también diferencias. En los pub, en ocasiones tocan algunos conjuntos de música moderna o tradicional y algunos poseen pista de baile, donde danzan una especie de polca. En otros se pueden apreciar grupos de aficionados a la música irlandesa tradicional tocando distintos instrumentos de cuerda. En los primeros días de agosto, Paul y su hermano Benny invitaron a los visitantes mexicanos a que escucharan una audición que presentarían en un pub llamado The World’s end Pudsey (El fin del mundo), el cual se

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localiza en un suburbio de Dublín. Ellos formaban parte de un grupo integrado por batería, piano, guitarra eléctrica, sax barítono y contrabajo; todos ellos acompañaban a una cantante. Los invitados llegaron a las 8 y media de la noche; el local se encontraba repleto de parroquianos, principalmente adultos de ambos sexos. Ricardo iba acompañado por su esposa y sus dos hijas, Frida y Renata. Ordenaron cerveza para todos. Cuando llegaron al pub, el grupo interpretaba una melodía; Benny los vio entrar y les envió un saludo; pero cuando terminaron se dirigió al público para presentarlos como sus familiares procedentes de México y les dedicó una pieza de jazz español. Momentos después, Paul hizo su aparición tocando su trompeta, entonces Danny anunció la despedida de soltero y el próximo matrimonio de su hermano. Cerraron el pub cerca de la media noche y contra sus deseos tuvieron que abandonarlo. En la cornisa de la chimenea, Ricardo alcanzó a leer y traducir una frase grabada en la piedra: “Cuando los amigos se reúnen, los corazones se calientan”. Al día siguiente, 10 de julio de 1992, en el juzgado civil del área, Frida y Paul celebraban su boda acompañados por las familias O’Connor y Levy. ¿No era suficiente la información obtenida por Ricardo, respecto de que su hija se haya casado con un O’Connor? ¿No hubiera sido mejor dejar hasta allí las cosas, tal y como estaban? ¡No! No podía borrar de su cabeza la idea de conocer el interior de Irlanda para obtener mayor información del trabajo que había iniciado en Saltillo. Así que alquiló un vehículo, dejó a su esposa con sus hijas y se trasladó con su consuegro Patrick hasta la ciudad de Galway para conocer a los ancestros O’Connor. Su consuegro le había ofrecido llevarlo al lugar de donde eran originarios los antepasados de su familia, así que en el trayecto por carretera tuvieron oportunidad de dialogar. —¿De qué sitio es tu familia? —De Connemara. Precisamente a donde te voy a llevar. ¿Y tu familia?

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—Mi familia es mexicana por varias generaciones, pero mis antepasados eran judíos que viajaron de España a México en la época de la Colonia. Durante aquel trayecto Ricardo explicó ampliamente la experiencia ligada por elementos sincrónicos, motivo por el cual, le daba mayor relevancia a los hechos. Intuía que algo más profundo y relevante se escondía detrás de toda aquella historia que trataba de desentrañar. Lo inhóspito y desnudo de las montañas situadas entre los lagos y el mar le impresionaron. A medida que recorrían la región, se fue percatando de la forma y de las parcelas utilizadas en las fincas, pues hasta en los terrenos menos fértiles encontraba tierras labradas a pala entre los peñascos. Observó la gran cantidad de invernaderos que, explicó Patrick, eran financiados mediante créditos rurales otorgados a familias que hablan gaélico. Las antiguas cabañas habían sido substituidas por casas blancas con techos de pizarra, una roca muy fina negra o azulada que se divide con facilidad en hojas planas y delgadas y que se usa en la construcción para cubrir los techos. —El gobierno irlandés está favoreciendo al Oeste —explicó Patrick—, asignando predios en el interior de la isla para disminuir la sobrepoblación de las ciudades, concentrando parcelas, subvencionando la edificación de viviendas y construyendo carreteras en terrenos turbosos. En esta región de Connemara fue donde una enorme cantidad de familias irlandesas sufrieron las terribles hambrunas ocasionadas por una enfermedad de la papa conocida como “tizón”; por este motivo, familias enteras perecieron de inanición. —¿Migraron muchas familias? —Creo que como dos millones. Entre ellos nuestros ancestros, algunos de los cuales llegaron a Texas con la expectativa de que el gobierno les iba a entregar tierras. —Efectivamente, existe información histórica referida a la hambruna de Irlanda, cuando muchas personas emigraron a América. Fue

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precisamente durante la invasión de Estados Unidos a México, a mediados del siglo XVIII, cuando en la frontera entre Coahuila y Texas un irlandés de apellido O’Reilly integró un batallón con soldados irlandeses. ¿Sería posible encontrar algún rastro de un O’Connor, quizá emigrado en 1820 a los Estados Unidos? Si lo encontrara, eso me ayudaría a comprobar que él salió desde aquí. —Es posible que en los archivos del Departamento de Migración se pudiera encontrar específicamente el registro. Aunque existen muchas personas que tienen el mismo nombre y apellido—respondió Patrick—. También es probable encontrar sepulcros con sus nombres en el cementerio de Connomara. Espero acompañarte por esta región y llevarte a algunos panteones para que averigües eso que buscas. Pero también te vas a sorprender de algunas relaciones que las gentes de estos sitios tuvieron con España. Cuando llegaron a Galway, visitaron los lagos de Corrib y Mask. Cruzaron el canal para ir a la isla azul de Arán, donde Ricardo, efectivamente tuvo oportunidad de conocer los restos de edificios españoles. Patrick le contó algunas reminiscencias de los días en que se efectuaba un gran intercambio comercial de vinos con España. En el extremo occidental del canal se encuentran Clifden y Connemara. Visitaron varios monasterios y cementerios, donde Rich pudo constatar la antigua lapidaria de cruces célticas, cuyos canteros dieron rienda suelta a su fantasía. Son altas y llevan en su centro un círculo, los brazos de la cruz aparecen libres como radios desprendidos del centro de una rueda, en el frente y el reverso poseen un minucioso trabajo con varias figuras decorativas, ángeles, cálices, calaveras, serpientes, salamandras y quien sabe cuántas otras alimañas, símbolos poéticos y deidades mitológicas, muchas veces el cordero místico. Estas imágenes le recordaron las “cruces del peregrino” colocadas de trecho en trecho por algunos caminos; pero especialmente asoció el báculo a las caminatas de los pastores, que desde hacía tiempo, y simbólicamente, había interpretado en el sentido de dar seguimiento a su

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trabajo de investigación. Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la voz de Patrick quien le dijo: —Richard, ven a ver esto. Sus ojos se posaron en varias tumbas, cuyas lápidas estaban datadas desde los siglos XVII y XVIII. Consideró que al permanecer todas en el mismo espacio, éstas procedían del mismo tronco de la familia O’Connor. Ambos sintieron que estaba por terminar el final de su búsqueda. Interrumpiendo sus reflexiones, Patrick, le dijo: —Creo que ya es hora de ir a tomar alguna cerveza. —Me gusta la idea —contestó Ricardo. Regresaron al centro de la ciudad y se metieron a una taberna llamada Los Celtas. En el interior del establecimiento, pendiendo de algunas de las vigas del techo, aparecían algunas banderas de las naciones célticas; un grupo interpretaba música y cantos en inglés y gaélico conjugando lo tradicional con lo moderno mediante arreglos de jazz y pop. Al momento en que el barman les sirvió las pintas de cerveza, Patrick le preguntó: —¿Conoces en el pueblo, alguna persona que sepa de historia? —Creo que pueden consultar a mister Jim Doyle, cronista e historiador de la región. En estos momentos lo pueden localizar en la biblioteca pública, pues allí trabaja. Terminados sus tarros de cerveza, hacia allá se dirigieron. Después de las respectivas presentaciones, Patrick explicó: —El señor Levy y yo, estamos interesados en saber si entre sus archivos tiene usted alguna información relacionada con el Batallón de San Patricio, que peleó en México. —No es la primera vez que solicitan información sobre el Batallón de San Patricio —respondió mister Doyle—. Aquí en la biblioteca conservamos algunas pesquisas de datos sobre familias de los integrantes. Dicho esto se levantó y fue a consultar algunos archivos. Momentos después regresó con varios documentos.

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Mister Doyle les mostró una lista y confirmó la membresía de los integrantes del Batallón de San Patricio, entre ellos Francis O’Connor, supuestamente el propietario del medallón que Ricardo había encontrado. También les informó que John O’Reilly, el capitán que comandaba el batallón, era originario de un lugar ubicado en el mismo condado de Galway y que también había combatido contra los ingleses y por ello salió muy joven de su país rumbo a Canadá, donde se alistó en el ejército colonial, para después abandonar sus filas y dirigirse a los Estados Unidos, donde fue oficial en la Academia de West Point. Separado de dicha institución, vivió de la agricultura. En 1846, al empezar la guerra contra México, decidió alistarse en las filas de los invasores. Después de la batalla de Santa Isabel fue hecho prisionero; cuando cruzó el río Bravo, quedó libre a la caída de Matamoros. Con 252 irlandeses que llegaron a la misma conclusión, con lo cual quedó formado el Batallón de San Patricio. Aquello atrajo aún más el interés de Ricardo. Su entusiasmo fue mayor cuando de viva voz de mister Doyle escuchó: —Si gustan yo mismo los puedo acompañar para visitar Clifton, comunidad de este mismo condado. Los tres se trasladaron el pueblo de Clifton, del condado de Galway. Mister Doyle les informó que en esta comunidad se encuentra un grabado de metal, en honor a aquel capitán. El asombro de Ricardo fue enorme, al aparecer frente a sus ojos una enorme plancha conmemorativa, que en español e ingles dice: A la Memoria del Capitán John O’Reilly y de los soldados irlandeses del Heroico Batallón de San Patricio, quienes dieron su vida por México durante la guerra de 1846-1848. Aquel momento satisfizo sus ansias de información y su ánimo se transformó por completo con una mayor energía y entusiasmo. De regreso desde Dublín, su interés aún era tan grande que le sobraron fuerzas para visitar el Museo del Ex Convento de Churubusco;

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así que habiéndose hospedado en un hotel del centro de la ciudad de México, al otro día, temprano por la mañana, salió caminando hasta llegar a una estación del metro, abordó un tren y llegó a la estación General Anaya; descendió y caminó una cuadra hasta el museo, allí pudo consultar otros documentos históricos relativos al Batallón de San Patricio, escritos por Guillermo Prieto. Se enteró que la última batalla y la más sangrienta en que participaron los San Patricios ocurrió el 20 de agosto de 1847, en el mismo convento, bajo el mando de los generales Manuel Rincón y Pedro Anaya. Entre el 9 y 13 de septiembre, muchos combatientes fueron ejecutados en San Ángel, en Mixcoac y en Tacubaya. El ejército invasor, comandado por Winfeld Scott, decidió dar muerte a los vencidos no sin antes marcarles la cara con fierros al rojo vivo. Procedieron a colgar reatas verticales de lo alto de vigas ubicadas a espaldas de la plaza de San Jacinto, subieron a los prisioneros en carretas tiradas por caballos y ataron sus cuellos con las sogas corredizas; entre gritos salvajes de la soldadesca invasora, los carretones se movieron al chasquido de los látigos y los cuerpos quedaban colgando, balanceándose en los aires con terribles convulsiones. Posteriormente los cadáveres recibieron cristiana sepultura en el panteón del pueblo de Tlacopan, al norte de San Angel. Después de la consulta decidió caminar hacia el centro de Coyoacán. Pasó por la calle Mártires Irlandeses; paró a tomar un café en “El Jarocho” y prosiguió su caminata hasta que llegó a San Ángel. Se detuvo en la plaza de San Jacinto, frente a otra placa conmemorativa del testimonio sufrido por aquellos mártires. Allí, Ricardo leyó la lista de soldados caídos y pudo constatar que William O’Connor perdió la vida en ese sitio junto con otros miembros del batallón. Que el medallón por él encontrado en el sitio de la batalla de La Angostura, en el norte de México, había sido sólo un extravío en el momento de la contienda, y que el matrimonio entre su hija y un descendiente de aquella familia constituían uno de esos azares del destino.

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Se retiró de allí pensando en lo pequeño que es el mundo y en las vueltas que da la vida. Recordaba el nombre del soldado O’Connor inscrito en la placa y las iniciales en el medallón de San Patricio, su reciente viaje a Irlanda, la boda de su hija en Dublín y el jazz en la cantina céltica a la que había asistido. Y todo aquello por una simple medalla de San Patricio que se había encontrado.

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R elatos catárticos de F. Raúl Elizondo Herrera se terminó de imprimir en mayo de 2013 en Gráficos Moreno ubicado en Vicente Santa María #749 colonia Ventura Puente, C. P. 58020 Morelia, Michoacán.

La edición consta de 1,000 ejemplares y estuvo al cuidado del autor y el Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura.





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