9 minute read

La muchacha de los cabellos cortos

/ Sergio ramírez

Ante la crítica situación que actualmente se vive en Nicaragua y luego de la detención de Dora María Téllez, Sergio Ramírez escribe el siguiente texto especial para Proceso, en el que hace hincapié en la cabal honestidad de la combatiente sandinista, aquella que demostró su valor y entereza en la revolución de los setenta. Y el exvicepresidente nicaragüense remata sin concesiones: “Por las convicciones se paga (…) un costo, ya se trate de una dictadura como aquella de entonces, o de esta otra de ahora”.

Cuando regresé a mi casa tras haber sido citado a declarar por la Fiscalía de la dictadura en el proceso montado contra Cristiana Chamorro, bajo el cargo falaz de que la Fundación Violeta de Chamorro, que ella presidía, realizaba operaciones de lavado de dinero, la primera llamada de solidaridad que recibí fue la de Dora María Téllez. “Hubiéramos mandado gente a apoyarte de haberlo sabido”, se quejó.

Había decidido comparecer solo, nada más en compañía de mi abogado, sin prevenir a nadie; pero cuando salí, con mi legajo de papeles bajo el brazo, una nube de periodistas me esperaba afuera, y fue entonces que Dora María se enteró. Me habían citado por ser presidente de la Fundación Luisa Mercado, que realiza el Festival Literario Internacional Centroamérica Cuenta, y teníamos firmado un convenio de cooperación con la fundación de Cristiana para realizar encuentros y talleres sobre periodismo moderno.

Conocí a Dora María en Managua en agosto de 1978, en la clandestinidad, poco antes de que ella participara en la espectacular acción de la toma del Palacio Nacional, como número dos del comando; Hugo Torres, el número uno, preso ahora igual que ella. Tenía entonces 22 años y tuvieron que cortarle el cabello a lo varonil, la única mujer entre los 25 integrantes del contingente, para que pareciera un soldado de la EEBI, la tropa élite de Somoza. El ardid usado por los guerrilleros para entrar por sorpresa en el edificio fue disfrazarse como miembros de esa fuerza.

Al año siguiente, el 1 de julio de 1979, nos recibió en León cuando los miembros de la Junta de Gobierno aterrizamos a medianoche, procedentes de Costa Rica, en una pista de aviones de fumigación de plantíos de algodón, iluminada por candiles de kerosín. Bajo su mando, las fuerzas guerrilleras sandinistas habían liberado la ciudad, peleando manzana por manzana, hasta aislar en el cuartel de la Guardia Nacional a Vulcano, el general de cinco estrellas que pudo evadirse porque salió protegido por un escudo de prisioneros a los que puso amarrados delante suyo.

La Junta de Gobierno tomó posesión en una ceremonia celebrada en el paraninfo de la centenaria universidad, y Dora María, el cabello siempre corto bajo la boina de fieltro, ocupó junto a nosotros uno de los sillones de alto respaldo destinados al rector y los decanos, el fusil entre las piernas. De las aulas de esa misma universidad había salido a la clandestinidad pocos años antes, abandonando sus estudios de medicina, para luchar contra la dictadura de Somoza que ahora llegaba a su fin.

Fue ministra de Salud en los años de la revolución, y cuando vino la derrota electoral del FSLN en 1990, juntos pasamos a encabezar el grupo parlamentario sandinista en la Asamblea Nacional, buscando entonces tender puentes con los adversarios, que eran ahora mayoría, para lograr consensos, una palabra extraña en la vida política de Nicaragua. Eran los años en que Daniel Ortega, tras haber aceptado en el primer momento el triunfo de Violeta de Chamorro, abjuró después de aquel compromiso democrático, y encendió las hogueras de la confrontación bajo su lema de “gobernar desde abajo”, que significó una asonada permanente para desestabilizar al gobierno libremente electo.

También juntos encabezamos la iniciativa para reformar en 1995 la Constitución, en alianza con otras bancadas parlamentarias, y logramos que se prohibiera la reelección presidencial, que se inhibiera a los familiares cercanos de un presidente a sucederlo en el cargo, que el jefe del ejército y el presidente no tuvieran parentesco; y que se fortaleciera la institucionalidad, especialmente la independencia del Poder Judicial.

Estas reformas fueron anuladas mediante la alianza iniciada en 2002 entre Daniel Ortega y Arnoldo Alemán, quien durante su periodo presidencial cometió actos de corrupción por los que luego fue condenado; y a cambio de no ir a la cárcel, cuyas llaves las tenía Ortega, consintió en facilitarle el regreso a la Presidencia en 2006, y ahora puede reelegirse a perpetuidad.

Dora María siguió empeñada en la lucha por un sandinismo democrático desde las filas del Movimiento Renovador Sandinista (MRS), que fundamos en 1995, combatiendo sin miedo el creciente autoritarismo del régimen de Ortega; pero aún así sacó tiempo para obtener un doctorado en Historia, con una tesis brillante sobre las rebeliones indígenas en tiempo de los gobiernos conservadores de finales del siglo XIX, y que se publicó bajo el título ¡Muera la gobierna!, que era el grito de guerra de los insurrectos.

En su pelo, siempre corto, ya aparecen las canas. Solemos reírnos también de la edad. Es bastante menor que yo. “Pero | Foto DMTellezA

nosotros los de entonces, ya no somos los mismos”, dice y vuelve a reírse.

Fue capturada en un operativo que involucró a decenas de efectivos de la policía y miembros de las fuerzas especiales, las calles cerradas y su casa sobrevolada por drones, seguramente para determinar si tenía en su posesión armas para resistir. No tenía ninguna. En tiempo de la lucha contra Somoza, cuando estuvo clandestina, no la hubieran cogido viva. Ahora su decisión era entregarse, como una forma de resistencia pacífica, convencida de que la cárcel es también una forma de resistencia. Y de que las luchas armadas engendran una y otra vez caudillos dispuestos a quedarse en el poder para siempre.

La golpearon en el estómago, la esposaron. La apresaron con miedo. No es así nomás capturar a una leyenda. Y desde entonces se halla en una celda de aislamiento, sin que a ningún abogado ni a ningún familiar le permitan verla. El cargo contra ella es el de atentar contra la soberanía nacional, acusada de traición a la patria.

La imagino en la soledad de su reclusión, firme y serena. Sabe que las luchas siempre son duras, y que por las convicciones se paga toda la vida un costo, ya se trate de una dictadura como aquella de entonces, o de esta otra de ahora.

oRquesta sinfónica de aguascalientes Cuarto concierto de la primera temporada presencial 2021

Rodolfo PoPoca PeRches

Excelente ejercicio de equilibrio el elaborado por el maestro Lanfranco Marcelletti para este cuarto programa de conciertos de la primera temporada presencial de la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes, ejercicio elaborado a partir de la necesidad de programar obras que no rebasen los 30 músicos en el escenario.

El diseño del concierto del pasado viernes 25 de junio contempla esa delicia que da la diversidad de estilos, lenguajes musicales y diferentes períodos de tiempo. Inició con una obra de un compositor del que no tenemos mucha información, como decía el maestro Mareclleti en su charla previa, “no sabemos si es un compositor español que vino a México, o un mexicano que fue a España”. Se llama Antonio Sarrier, solo sabemos de él que es del siglo XVIII y su lenguaje musical es propio del delicioso clasicismo vienés, se trata de la Sinfonía para pequeña orquesta.

Dando un salto por el tiempo, nos encontramos después frente a una obra impresionante de una de las más grandes glorias de la música de concierto mexicana, el Homenaje a Cervantes de José Pablo Moncayo. Este es uno de esos compositores que, como Blas Galindo, quedan irremediablemente relacionados con una obra, en este caso, con el célebre Huapango que ha dado incuestionable identidad nacionalista a la música mexicana, pero aquí no encontramos con otro Moncayo. El Homenaje a Cervantes es una obra muy íntima en donde el compositor nos muestra su propia visión del genial escritor español, de hecho nos deja ver otro Cervantes mucho más contemplativo, mesurado, incluso nostálgico del que nos muestra su alter ego, el Ingenioso Hidalgo Alonso Quijano, es decir, el inmortal Quijote, aunque no sé, me da la impresión de que esa imagen del hombre de la triste figura fue una de las directrices usadas por Moncayo para la confección de su Homenaje a Cervantes.

Después de Moncayo regresamos a Europa para disfrutar de lo que probablemente sea el movimiento más conocido del genial y atormentado Gustav Mahler, el Adagietto de la Sinfonía No.5 en do sostenido menor. Uno pudiera despistadamente que cómo es que se programe a Mahler siendo que se trata, junto con Bruckner, de uno de los compositores que para ejecutar cualquiera de sus sinfonías se requiere de por lo menos un centenar de músicos lo que resultaría imposible si se pretende respetar el protocolo de la sana distancia en el escenario. Pero es que dentro de esa elocuente inmensidad de Mahler, dentro de lo suntuoso de su lenguaje sinfónico, hay exquisitos episodios propios de la intimidad de la música de cámara, recuerdo en este momento, por ejemplo, el cuarto movimiento de la Sinfonía Novena en donde hay partes para dos o tres instrumentos, así el Adagietto, célebre por la película de Luchino Visconti Muerte en Venecia, en donde no se requieren más de un puñado de música, treinta tal vez. Fue un momento delicioso ,de verdad, y no lo digo por mi irreprimible pasión por la música de Mahler, sino porque en realidad el maestro Marcelletti hizo una majestuosa ejecución de este movimiento y nos entregó en charola de plata una verdadera joya de interpretación.

El concierto terminó con el Concertino, Op.94 de Dmitri Schostakovich, originalmente compuesta para dos pianos, hay de esta obra algunas importantes orquestaciones pero la que nos presentó la Sinfónica en este concierto fue una realizada por el maestro Jonathan Wilson, principal de la sección de cornos de la OSA, yo no sabía de ese talento de orquestador que tiene el maestro, lo conozco como un gran cornista pero sus facultades creativas me eran por completo ajenas, y qué agradable sorpresa, su lenguaje conserva intacto el espíritu que le es propio al compositor, como sabemos Schostakovich fue víctima de la persecución del gobierno de su país, en aquel tiempo Unión Soviética por considerar que muchas de sus obras eran contrarias al espíritu de la Revolución Bolchevique, y así, mientras que en algún momento era reconocido por representar puntualmente el digno perfil del proletariado y se le consideraba como el compositor oficial de la URSS, otras veces era censurado sin misericordia y perseguido como delincuente, y en su música está eso, su inconformidad, su rebeldía y desprecio por el sistema oculto en un lenguaje musical que aparentemente era complaciente y lograba engañar la evidente miopía del gobierno comunista de su país. Ese lenguaje de inconformidad oculto, como el condenado a muerte que canta antes del suplicio lo mantiene vivo el maestro Wilson Miles en una muy bien lograda orquestación con toda la sección de metales y percusiones de la Sinfónica.

La próxima semana la OSA cierra temporada con el Ave María de Bruckner, Zadok The priest de Haendel, el Coral No.10 Jesus bleibet meine fraude de la Cantata BWV 147 de Johann Sebastian Bach, Ave Verum Corpus K.618 en re mayor de Mozart, Elegischer Gesang, Op.188 de Beethoven y la temporada concluye con la Sinfonía No.41 en do mayor, K, 551 de Mozart, dirige el maestro Marcelletti. Nos vemos, si Dios no dispone lo contrario, el viernes 2 de julio a las 20:30 horas en el Teatro Aguascalientes.

This article is from: