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MARIA CAMPOS

Camisa de seda con corbata, Chanel vintage en Boycapel. Pantalones de seda, Ralph Lauren vintage en El almacén de Lulú. Cinturón, Vintage. Guillerminas, Miu Miu vintage en Boycapel.

L A V I D A EN CANCIONES

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Fotos MARCELO SETTON Estilismo GABRIELA SETTON Con voz arrabalera y fuerza resiliente, María Campos logró su lugar en los escenarios porteños.

Fotos SOL ABADI Estilismo JORGE LEON

Por CECILIA CONDE

Y voy acariciando mis heridas Y voy acelerando el amor Ya sé que yo a mí no me quería Y lo aprendí de mí y lo aprendí de vos

María Campos se desnuda frente al público en cada una de sus canciones. Lo hace con una cuota de humor, pero sin vueltas. Fue la terapia más eficaz y sanadora que encontró en una vida marcada por una montaña rusa emocional. Segunda de cuatro hermanos, su madre es la artista plástica Mercedes Larreta y su padre, el ingeniero agrónomo Enrique Campos Alvear. Creció en un ambiente conservador, donde la música era vista como un pasatiempo. Ese encuentro tenso está presente en su construcción como artista. Sus composiciones son potentes, intimistas e irónicas y tratan, principalmente, sobre el desamor propio y ajeno. Dejar de postergar sueños fue un proceso que le llevó treinta y pico de años. No fue hasta hace apenas tres que decidió ir por todo o nada. Y a partir de ahí se desencadenó una sucesión de eventos asombrosos: su disco debut, Popular, se convirtió en éxito y sus canciones sumaron casi dos millones de reproducciones en Spotify; compuso la cortina de la última tira de Polka, Separadas, y Fito Páez la invitó a cantar en un recital frente a veinticinco mil personas. Ahora, espera ansiosa el fin del aislamiento —que pasa en su casa junto a su hija Violeta, de 10 años— para presentar en sociedad su segundo álbum, Santo entendimiento, que ya adelantó en redes sociales.

Es difícil encasillarte en un género musical. Tus canciones tienen algo de rock, blues, folclore, bolero… ¿cómo llegaste a ese estilo tan particular?

Empecé como corista en una banda de rock. Después me pasé al blues con un grupo que se llamaba Los insolventes. Ahí hacía música negra, desde Aretha Franklin a Koko Taylor. Era una buena imitadora, quería cantar como Céline Dion. Siempre en inglés, hasta que Josi García, la hermana de Charly, me enseñó a modular en castellano. Algo que parece sencillo, pero no lo es. Y así empecé a cantar en mi idioma y nunca más en inglés.

¿Quién te acercaba a los distintos estilos?

Yo pasaba de salir con el chico rockerito al punky. Después morí de amor por uno que hacía blues y me metí en el blues. Recién cuando arranqué a cantar en castellano, el amor dejó de tener influencia en la música y me conecté directo con los cantautores. Me interesa la transmisión de la emoción en el sonido. Me dejó de importar todo lo demás. Me conmueven más Bob Dylan o Lou Reed que las voces privilegiadas.

Descubriste tu pasión por la música de chica. Sin embargo, tardaste muchos años en lanzar tu carrera profesionalmente, ¿en el medio te imaginabas dedicándote a otra cosa?

En mi familia cantar era tomado como un hobby, así que alguna vez dije que iba a estudiar abogacía o algo así. También intenté con diseño porque me gustaba dibujar. Pero no me aguantaba. Tenía una fobia terrible a las instituciones. En la primaria fui la mejor alumna hasta que en la secundaria me di vuelta. Me enojé muchísimo, me rebelé contra la existencia misma y estuve muy deprimida.

Pijama de seda con estampa acuarelada, Väri. Aros, Julio Toledo.

“Cuando escribo no tengo escudo. Me permito decirme cosas terribles, pero siempre con humor y sin resentimiento, sin apuntar hacia los demás. A mí no me quedó otra que conectarme con la emoción para salvarme y sanar, porque estuve muy desenamorada de la vida”.

Vestido de gasa, El almacén de Lulú.

¿Atravesaste una depresión real?

Estuve diez o quince años deprimida. Salía a cantar y no podía volver a hacerlo más, cancelaba shows. Una vez vino Gustavo Santaolalla a proponerme hacer un disco y le dije que no. Fueron años de terapias y construcción de amor propio; algo que, simplemente, no vino conmigo, lo tuve que trabajar. Lo construí de cero. No me quedé sentada en un sillón, luché mucho para quererme.

¿Tocaste fondo alguna vez?

Mil veces, y reboté. Hasta que hace unos años, cuando estaba bien en el fondo, llegó un productor con una propuesta y pensé: si no me salvo ahora, no me salvo nunca más. Soy una persona superextremista. O me la juego ahora o me muero de tristeza. La música me salvó y me puso adelante un camino vertiginoso a la altura de mis exigencias. Me permitió dignificar mi historia.

¿Y cuál es tu historia? Si tu vida fuera una película, ¿qué narraría?

A una chica que nació en una familia con muchos privilegios a nivel económico, pero que fue una comodidad muy incómoda. Solita elegí hacerme valer como persona a través de mi música y no ser una tilinga marca cañón. Nadie quiere que salgas del tupper porque es como revelar que no está bueno estar ahí adentro. Y, a la vez, tampoco le hace gracia al que está afuera. Por eso fueron tantos años de soledad y de guerra adentro mío. La gente se siente cómoda entre los de su palo. El prejuicio está en lo distinto. El escenario fue un buen lugar para hacerme valer. Y por más que te discriminen de un lado y del otro no, ahí no existe nada más que tu emoción y tu música.

A pesar de que tus canciones tienen mucho contenido feminista, no es un término que usás para definirte, ¿por qué?

No me gustan las etiquetas y siento que cada una lucha desde donde puede. Quizá yo no voy a las marchas, pero grabé dos discos con mucho contenido feminista. Incluso empecé a cantar para buscar un lugar de igualdad con los hombres. No quería ser una “minita”, sino tener los mismos derechos que ellos arriba del escenario, ser igual. El mundo musical es extremadamente machista.

¿De qué hablan tus canciones?

De duelos inconclusos. Escribo cuando algo me duele. Necesito esa dimensión para poder transitar algo que me incomoda. Cuando escribo no tengo escudo. Me permito decirme cosas terribles, pero siempre con humor y sin resentimiento, sin apuntar hacia los demás. A mí no me quedó otra que conectarme con la emoción para salvarme y sanar, porque estuve muy desenamorada de la vida.

¿Cuál fue tu mejor momento profesional?

Haber cantado para veinticinco mil personas con Fito Páez en el piano. Fue lo más fuerte que me pasó. Una responsabilidad brutal. No sé cómo hicieron mis piernas para caminar desde el camarín hasta ese público. Vos ves veinticinco mil cabecitas que no saben quién sos. Ahí me dije: “No tenés más excusas para no dar lo mejor cada uno de tus días”. Fue una comunión con la vida.

¿Y el mejor consejo?

“Sé vos misma”. Suena muy simple pero que te lo digan justo antes de salir al escenario tiene mucha fuerza y es un privilegio. Sobre todo, cuando viene de alguien que te quiere, como mi amiga la Coneja China. Te lo dice con esa mirada particular que tiene ella y ahí te das cuenta de que no tenés mucha opción. El poder es animarte. n

Kimono, L´Academie. Pendiente de piedras, Julio Toledo.

Vestido de gasa estampada, Zechez. Pendiente de broderie, Julio Toledo.

Enagua de seda y Blusa de algodón con encaje, Zito. Blusa de jabot, Evangelina gasa, El almacén de Bomparola. Pendiente Lulú.Julio Toledo.

Estilista junior: Luchi Estilista junior: Luchi Solari. Maquillaje: Solari. Maquillaje: Pipu Calise para Pipu Calise para Estudio Dúo. Peinado: Estudio Dúo. Peinado: Eddie Rodriguez para Eddie Rodriguez para Frúmboli Estudio. Frúmboli Estudio. Postproducción: Diego Postproducción: Diego Speroni.Speroni.

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