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BELEN LOPEZ PEIRO
Ojos bien abiertos
Con su primera novela, Por qué volvías cada verano, Belén López Peiró sacudió el mercado editorial con su grito de denuncia. En su segundo libro, a punto de salir, vuelve sobre la historia del abuso y el derecho a hacer de la palabra una herramienta de justicia.
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Por FERNANDA SANDEZ Fotos ALEJANDRA LOPEZ
Fue hace tres años en la Feria del Libro de Buenos Aires. A pedido de la escritora Gabriela Cabezón Cámara, en cuyo taller comenzó a escribir lo que fue su novela debut, Belén López Peiró subió al escenario a leer en voz alta parte de todo eso que la habitaba: las voces.
Las justificaciones. Voces que había escuchado desde chica y a su alrededor, como un enjambre de explicaciones para lo inexplicable. Voces –de tías, primas, vecinas, abuelas, tíos–, las mil voces que zumbaban alrededor del gran silencio de su vida: el abuso que sufrió por años a manos de un familiar.
Decir que es un texto terrible es decir nada, es casi volver a hacer silencio sobre un crimen todavía impune y que llegará a juicio recién el año que viene. De ese día de la lectura en voz alta, Belén –flequillo recto, pelo cortito, charla cálida a pesar del Zoom– recuerda a su madre, a su papá, a su hermano. A sus amigas. Estaban ahí, escuchando el secreto en voz alta. Y alta estaba también ella, elevándose sobre su propia historia para llamar a cada cosa por su nombre. “Viste cómo es la feria: siempre hay como un murmullo, como un runrún. Pero cuando leí se hizo un silencio tremendo. Lo sentí.
Algo pasó en ese momento. Todavía no había libro, solo voces”. Pero después de ese día Cabezón Cámara se empeñó en conseguir una editorial y por suerte apareció una que se animó a publicar un texto como ese. Ahora entregó hace poco su segunda novela y dice que está cansada.
¿Escribir cansa, físicamente?
Sí, en mi caso, sí. Por lo general, cuando se escribe no ficción, parte del trabajo consiste en distanciarse del hecho para poder narrarlo. Pero después hay todo un trabajo de revisión que te moviliza. No es lo mismo hablar yo a que hablen otras voces.
Va y vuelve, de libro en libro. Del que hizo al que acaba de hacer. Habla por momentos del nuevo (en primera persona) y regresa al primero, con el que comenzó a ser conocida, en el que son otras y otros quienes hablan por ella y tejen de a pedazos lo no contado. Por qué volvías cada verano es una bomba neutrónica de palabras que en cuestión de meses se convirtió en “el libro que hay que leer”. Motivos sobran. Para contar el abuso que sufrió durante años, Belén tomó distancia de su dolor y lo convirtió en materia de escritura. Nada de lágrimas, nada de autocompasión: solo palabras que sacan el secreto de los pelos y lo plantan al rayo del sol. Entonces la sorpresa, porque eso que le había pasado a ella les había pasado y les seguía pasando a muchas más. A miles más. “Una de cada cinco mujeres fue abusada, según las estadísticas. A veces, cuando doy una charla, pienso en eso. Miro el auditorio y pienso: acá, ¿cuántas como yo habrá? Y me doy cuenta de que son muchísimas”.
¿Cómo hiciste para hablar de un hecho tan traumático?
Pude porque separo mi vida de la voz de la narradora, que viene a relatar algo que sucedió. Mi fórmula es esa: al principio distanciarme totalmente y describir el hecho sin emocionalidad. El distanciamiento es fundamental, sobre todo en escenas donde aparece parte de mi familia o mi tío. Porque la única manera de mostrarlo es contar esas escenas sin mi óptica particular. Son escenas de cualquier tío con cualquier sobrina, como para entender que no es un caso excepcional.
DE LA CEGUERA VOLUNTARIA
Belén recuerda bien cómo empezó todo. Fue en el primer taller de escritura al que asistió: el de Cabezón Cámara, la escritora que aparece cada tres segundos en esta conversación como una presencia alada y protectora. Un día le propusieron presentar “algo” a un concurso sobre la identidad organizado por las Abuelas de Plaza de Mayo. “Llegué a casa y me senté a escribir. Y me salieron dos voces: la voz de mi tía y la voz del abuso. No podía escribir en primera persona.
Pensé: ‘Esto no tiene nada que ver con la identidad’. Pero cuando fui al taller lo leí sin explicar, sin decir nada. Y lo que fue un quiebre ahí fue la recepción, porque me hablaron de literatura, no me hablaron de lo que viví. Gabi me dijo que lo que yo había llevado literariamente estaba muy bueno y que tenía que seguir escribiendo eso. Y le hice caso, de hecho le hice tanto caso que en pocos meses había escrito un montón de voces y hasta me daba cuenta de las consecuencias que eso tenía. Fue raro. Como una ola”.
El pueblo en donde transcurre la primera novela se llama Santa Lucía, patrona de los ciegos.
(Se ríe) ¿En serio? Ah, no sabía eso. ¡Qué dato! Pero no, el pueblo es real, existe, queda cerca de San Pedro.
¿Y cómo fue volver después de la publicación del libro? Porque el pueblo fue también un poco cómplice.
Volví para el velorio de una tía, una hermana de mi mamá. Fui porque la
“En mi segundo libro intenté escribir ficción y no me salía, no había caso. Me dije: ‘Hay algo acá que todavía no está contado’. Entonces pensé: ‘Si tuviera de nuevo 22 años, ¿qué me gustaría saber antes de denunciar?’”.
hija, mi prima, fue una de las que me acompañó en todo esto. Ese momento fue duro. Sobre todo, porque en los pueblos lo de las salas velatorias es un ritual de horas y yo no sabía con qué me iba a encontrar. Pero fui y me quedé todo el tiempo con mi prima. Sigo teniendo mi casa allá, pero no, no volví. Ni mi mamá ni yo volvimos. No pudimos volver más.
¿Cómo te sentís con las reacciones que generó tu libro?
Siento que hubo algo ahí que se materializó. Porque cuando salió me invitaron de muchos ministerios de las provincias a dar charlas y talleres. Viajé a pueblitos chicos adonde a veces iba invitada por un grupo de mujeres que me pagaba el pasaje. Y todo el año pasado fue cosa de viajar una o dos veces al mes a diferentes localidades. Acá en la Ciudad y en la provincia también pasaron cosas maravillosas en los colegios, como que me invitaran a una escuela y los estudiantes sumaran una voz más al texto. Cuando yo iba, capaz se acercaba alguna chica y me decía: “Ah, bueno, ¿pero entonces también se puede escribir sobre esto?”. Y eso que se generó estuvo muy bueno.
Lo que pasa es que la voz narrativa es muy fresca. Es una chica la que habla y lo que cuenta lo cuenta sin rodeos.
Si, esa fue una decisión que incluso trabajé en el taller de escritura. Porque me di cuenta de que las trabas que tenía con el lenguaje eran las que tenía en mi vida y que quizá solucionando eso podía solucionar lo demás. Por ejemplo, cuando hablaba del abuso era un lenguaje estructurado, duro, difícil. Era el lenguaje judicial que yo había incorporado después de la cuarta declaración. Ese no era mi lenguaje, así que comencé a buscarlo. Y para construirlo tenía que dar con palabras llanas porque necesitaba no solo entenderlo sino también que me entendieran. Que sea duro, sí, pero duro como un golpe. Como el golpe que sentí cuando viví esa situación.
¿Por qué creés que volviste sobre el tema anterior? ¿Por qué volver sobre el abuso?
Porque intenté escribir ficción y no me salía, no había caso. Me dije: “Hay algo acá que todavía no está contado”. ¿Cómo puede ser que los libros que leo sobre esto estén escritos por varones o desde el lugar del victimario? Estoy pensando en El adversario, de Emmanuel Carrère, en Matar a un ruiseñor y en todos esos libros que leí para poder entender lo que iba a vivir, porque no había nadie ahí que me lo pudiera contar. Entonces pensé: “Si tuviera de nuevo 22 años, ¿qué me gustaría saber antes de denunciar?”. Con Por qué volvías supe que se puede hablar. Supe también cuál es el contexto de un abuso y por qué una mujer puede callar por más de diez años.
Seguimos con Santa Lucía y su ceguera. Ahora, ¿qué se ve?
Hay que ver. Hay que ver si se ve. Hoy lo que más me interesa pensar es cómo sigo, dónde tengo ganas de indagar. Volver a recuperar la literatura como juego, ¿no? Que toda esta situación que viví me haya abierto las puertas de una carrera profesional está buenísimo. Pero hay que ver si la escritura es capaz de poner un poco de luz. Por lo menos a mí me trajo eso: luz. n