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VIVIR EN UN HOTEL
El Bidasoa es el emprendimiento familiar de los Sanz, pero también su hogar. Andrea, la menor, cuenta los cambios que implementó junto a sus dos hermanos para convertirlo en sustentable. Un proyecto a la medida de los tiempos.
Por CECILIA CONDE Fotos PILAR CASTRO
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uién no soñó alguna vez con vivir en un cinco estrellas? Para Andrea Sanz esa es una realidad. No es la primera ni la única de su familia. La historia comenzó con su padre Mauricio, que nació en un hotel del norte de España. Por la Guerra Civil, abandonó Europa y se mudó a Chile. Pasaron varias décadas, pero cuando tuvo oportunidad, el señor Sanz tomó revancha: compró una gran casona en Santiago y la convirtió en un alojamiento boutique que bautizó con el nombre de un río famoso del País Vasco, Bidasoa.
Todos los muebles del departamento se trajeron de Estados Unidos. Sobre el sillón de tres cuerpos, Andrea sostiene un libroobjeto del poeta sufí Rumi. Lo consiguió en Los Angeles, la ciudad donde vive la mitad del año.
“Como no tengo terraza ni un espacio al aire libre, era necesario traer un poco de naturaleza dentro. Las plantas tropicales se adaptaron muy bien porque el departamento tiene mucha luz”.
Hallazgo de feria: un pequeño mueble de bar vintage y de líneas simples se esconde en un rincón de la cocina.
En el mismo terreno, detrás de esa gran casa que durante 30 años recibió viajeros de todo el mundo, tres de los siete hijos de Sanz se pusieron al hombro el proyecto: levantar el establecimiento más sustentable de la región. El nuevo edificio conserva el nombre, pero ahora es una construcción que cumple con todos los requisitos: aislación térmica, filtrado de agua, uso de energías limpias y biogás, entre otras cosas.
La particularidad de este lugar no es solo su costado eco; allí se alojan sus dueños: “Además de Maritxu, Chicho y yo, nuestros padres viven aquí”, cuenta Andrea, la menor del trío. A cada uno de los descendientes se destinó seis módulos para que los modificaran según sus preferencias. “Opté por tirar la mayoría de las paredes. Mi hermana, que vive en el frente, tiene algo completamente distinto”, detalla sobre su departamento de 160 metros cuadrados.
Con esos cambios, Andrea consiguió un espacio donde se integraron el living, la cocina y el escritorio. “Soy escritora y no me gusta encerrarme. Prefiero estar donde pasan cosas. Aislarme en una habitación me hace sentir que estoy trabajando”, bromea. Además de ese gran ambiente, su casa tiene dos habitaciones.
Para decorar el piso, rompió con la estética que tiene el resto de la construcción, donde abundan los materiales nobles y los tonos madera, cemento y verde. Amante del art déco, trabajó junto a los diseñadores Grisanti-Cussen (los mismos que estuvieron a cargo del interiorismo del edificio) para recrear una apuesta entre vintage y moderna.
Tonos pasteles para tapizados y cortinas, líneas retrofuturistas para los muebles, formas geométricas para las lámparas y la opulencia de ciertas piezas decorativas, como los animales de bronce o la biblioteca con cantos dorados, forman el decorado de su día a día. Las plantas también tienen un lugar importante. “Como no hay terraza ni un espacio al aire libre, era necesario traer un poco de natu-
Esencia retro y calidez se conjugan en un gran ambiente central de estilo art déco y tonos pasteles. Andrea confiesa que creó este espacio, donde se integran living, cocina y escritorio, para no sentirse encerrada.
En el hall de distribución a las habitaciones, se pueden ver los pisos de porcelanato de mármol de la firma Duomo, responsable de todos los revestimientos del departamento. Los pufs son de Zara Home.
Andrea se recibió de psicóloga y su biblioteca es un mix de libros de esa carrera, de arte y de espiritualidad.
raleza adentro. Las tropicales se adaptaron muy bien porque el departamento tiene mucha luz”.
La mayoría de los objetos los compró en Los Angeles, donde vive parte del año porque escribe guiones de ciencia ficción para películas y series de televisión. “Casi todo el mobiliario del hotel lo trajimos de allá así que aproveché y también compré algunos para mi departamento”, cuenta Andrea, que además recorrió anticuarios y ferias para darle ese acento setentero que invade los rincones.
La unión con la ciudad estadounidense va más allá del mobiliario y los mercados de pulgas. “A la ciudad le dicen Los Vegángeles –cuenta con conocimiento de causa–. Está repleta de centros budistas, todos los restaurantes tienen una opción vegana... Sin duda, el brainstorming creativo empezó allá”. Férrea defensora del medio ambiente, su militancia por una vida más sustentable la llevó a idear este hotel… Y va por más. “Siempre estoy atenta a la oportunidad de implementar nuevas prácticas que nos conviertan en un lugar que le haga bien a la comunidad y al ecosistema”. Su nuevo gran proyecto –que también comparte con sus hermanos– es la reinauguración de la vieja casona que compró su padre, convertida en un hotel boutique con aires vintage.
A pesar de que los proyectos en Santiago se multiplican, Andrea seguirá manteniendo su rutina de viajes entre Chile y Estados Unidos. “Sin duda vivir en un hotel es entretenido, nunca estás sola y, como soy medio miedosa, me siento segura. Pero también sabés que, por cualquier problema con un pasajero, finalmente te van a llamar. Y el timbre suena mucho más que en una casa normal”, dice entre risas esta huésped vitalicia. n
En sintonía con las lámparas y las mesas, la mayoría de los objetos elegidos para decorar los ambientes son dorados y se compraron en tiendas vintage y mercados de pulgas. El color también se repite en los mosaicos de la cocina.