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COMPORTAMIENTO
AGRESIONES COTIDIANAS ¡BASTA YA!
En la calle, en el trabajo y hasta en la familia, las agresiones y las descortesías suelen repetirse. Cómo se hace para no dejarse intimidar y, a la vez, no responder con la misma moneda.
E
s un segundo, sólo quiero hacer una consulta”, dice la mujer con una sonrisa de pequeña disculpa mientras se instala de lo más campante en el mostrador, ignorando la enorme cantidad de gente que está en la misma situación que ella, es decir, esperando ser atendida. Parece que cada vez más seguido, en la vida cotidiana, se viven agresiones pequeñas y no tan pequeñas que causan desconcierto, impotencia y hasta rabia en quienes las sufren y no saben cómo reaccionar en el momento. Son actitudes descorteses de personas que hacen de la agresión su forma de abrirse paso en el mundo, y van desde aquella mujer que se “coló” en la fila del banco porque “sólo pide cambio”, hasta un compañero de trabajo que se violenta y dice cosas fuera de lugar. Entonces, ¿cómo reaccionar de la forma adecuada ante estas situaciones? ¿Es mejor callar o enfrentar? Y, al mismo tiempo, ¿cómo hacer para defenderse, pero sin ponerse a la altura de los agresores?
FALTA DE LEY “Toda la semana pasada estuve volviendo más tarde a mi casa, y una de esas noches, al subir al tren,
había un hombre que estaba fumando –cuenta Rocío (29)–. Particularmente, no me hace mal el cigarrillo, pero está prohibido fumar y, además, con la aglomeración, el humo se torna muy molesto. Estaba a punto de decirle algo, pero después preferí no hacerlo porque uno no sabe cómo puede reaccionar la gente y me dio miedo pasar un mal rato.” Es muy común que esto suceda: a pesar de saber que alguien está en falta, uno duda en hacérselo notar porque existe el temor de que el otro (que desde el vamos demuestra poca consideración) reaccione con violencia. Según Mario Malaurie, que es psicólogo social y fundador de la Escuela Psicoanalítica de Psicología Social, esto sucede porque estamos poco acostumbrados a valernos de la fuerza de las palabras. Así, frente a una injusticia o un atropello, lo más común es no hacer nada o reaccionar con violencia física, en vez de usar el poder que proporciona la palabra que, bien empleada, marca la diferencia entre lo que se debe y lo que no se debe hacer. “Somos sujetos del derecho pero no estamos seguros de ello –sostiene el especialista–. La sorpresa puede impedirnos esgrimir un argumento que
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ponga al otro en su lugar, y de ese modo recuperar el nuestro.” Pero las cosas no son tan sencillas en la vida diaria y, si a uno lo ataca tanto temor o incertidumbre a la hora de decir las cosas, es porque vivimos en una sociedad que relativiza la cuestión de la ley, tanto la que figura en los códigos como las leyes tácitas y cotidianas que tienen que ver con el respeto hacia los demás. Por ejemplo, basta con circular por las calles para comprobar que el acatamiento a las leyes de tránsito es sumamente pobre: semáforos ignorados, ausencia de la prioridad peatonal y, a la vez, transgresiones de los mismos transeúntes. En este sentido, el “no hacer nada” tiene que ver con una precaución respecto de la reacción del otro y también con una sensación de que “nada nos apoya” a la hora de querer hacer cumplir las normas de convivencia. Sin embargo, esta realidad no anula el sentimiento de rabia o impotencia. “No saber qué hacer o no reaccionar a tiempo no es más que actuar como un ser humano –tranquiliza la doctora Raquel Rascovsky de Salvarezza, médica psicoanalista y miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina–. Sobre todo, hay que aceptar nuestras posibilidades e imposibilidades y no funcionar en espejo, respondiendo de acuerdo con la situación de agresividad o descortesía.” Desde este punto de vista, a veces es mejor dejar pasar las cosas, siempre y cuando esta inacción no melle la autoestima ni sea una constante respuesta frente a los demás.
EN LA MIRA DEL OTRO Una de las formas de agresión directa, y donde no se puede eludir algún tipo de respuesta, es cuando una persona nos ataca en forma personal. Esto no significa responder con la misma agresión o tratar de imponerse, sino simplemente hacerle frente a la situación. “A los tres meses de haber entrado a trabajar, me dieron un ascenso de categoría, con la posibilidad de
ANTE UNA AGRESION l Si es un desconocido, dejarlo pasar porque no se sabe cómo puede reaccionar. l Si es una persona conocida, escuchar lo que tiene para decir con la mayor calma posible. l Analizar qué ha hecho uno mismo para generar la situación. l Intentar dar una respuesta inteligente, que haga reflexionar al otro. l Si no daña la autoestima, ignorar el hecho. l Si se trata de una descortesía más que de una agresión, hacerle notar a la persona que ha procedido mal.
un consiguiente aumento de sueldo –cuenta Lucía (38, geógrafa)–. A los pocos días de la novedad, escuché a un compañero decir que yo era una trepadora, mientras insinuaba que había hecho favores sexuales. Para mí, fue violentísimo y lo único que atiné a hacer fue decirle que era un resentido y un desubicado, y que diera pruebas de lo que decía.” Al respecto, Lidia Muradep, directora y fundadora de la Escuela Argentina de Programación Nerurolingüística y Coaching, explica que, si alguien se torna agresivo y dice cosas fuera de lugar, es porque está atrapado en un estado emocional que tiene que ver con su propia experiencia. Por eso hay que estar atento: porque muchas veces uno puede quedarse atrapado en juicios
que otros emiten y cargarlos de por vida, sin pensar si esa persona tenía o no autoridad para opinar. “Si nos ocurre una agresión en la calle o en lugares públicos, lo mejor en esa situación es no engancharse y no pelear porque no sabemos con qué puede salir esa persona, ya que no la conocemos –opina Muradep–. Ahora bien, en caso de que se trate de alguien con quien trabajo o un familiar, escucharlo y no engancharse en la pelea permitirá que podamos tener una conversación que aclare la situación.” Cuando la persona que agrede se siente escuchada, uno tiene la oportunidad de hacer preguntas e indagar acerca de lo que le está pasando y detectar qué lo inquieta y por qué está tan afectado por su estado emocional. Además, si uno escucha, también tiene la posibilidad de ser escuchado y así dar el propio punto de vista. En estos casos, lo ideal es esperar un momento de tranquilidad para que sea más sencillo establecer una conversación. Y, con esta actitud, lejos de quedar como una tonta o como una persona sin carácter, se revela un acto de inteligencia y la capacidad de esperar a que amaine la emocionalidad de la situación.
¿Y POR CASA...? Muchas veces, ante la posibilidad de la agresión, uno planea de qué forma podría defenderse si las cosas se ponen difíciles. Pero hay que tener cuidado con echarle siempre la culpa al otro, porque también es necesario reflexionar acerca de la propia responsabilidad que tuvo uno mismo en determinada situación. Es que, en alguna medida, todas las personas poseen una cuota de violencia e incertidumbre que, ante una situación de impotencia, se manifiesta agrediendo a los otros y a sí mismo. En este punto, entonces, es interesante preguntarse qué significa, en realidad, “defenderse”. Sin ir más lejos, puede tomarse el ejemplo de las guerras, que surgen de que ambos bandos piensan que sus reclamos son
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COMPORTAMIENTO CON LOS MAS CHICOS justos, invalidando el punto de vista del otro. Según Lidia Muradep, a los seres humanos les pasa lo mismo: “¿Hay que defenderse o hay que conversar? –se pregunta la especialista en PNL–. Porque probablemente las cosas que callamos, que no decimos y que pensamos de la otra persona, aunque no las digamos, son percibidas por el otro”. Es que el silencio hace que uno lleve ese diálogo interno al trabajo, a la casa e inclusive hasta los sueños, donde se sigue relacionando con esa persona desde la bronca y el malestar, sin que el individuo en cuestión se entere nunca en forma directa. Como ya se ve, ignorar o no una agresión depende de la magnitud, de las circunstancias, y de decidir que es mejor retomar la cuestión en momentos de mayor calma. “Por mi parte, vuelvo al rescate del uso de la palabra apropiada –insiste el psicólogo social Mario Malaurie–. Creo que una ironía o un recordatorio acerca de las reglas de convivencia, que el otro muestra desconocer, son una forma de ponerlo en su lugar. Recuerdo un hecho en la época en que los colectiveros cortaban y cobraban boletos: un anciano subió con muchas monedas y el chofer, al recibirlas, las arrojó al suelo en señal de repudio. El viejo se sentó tranquilamente en la primera butaca y luego de acomodarse le dijo: ´¿Ve? Por cosas así, usted nunca saldrá de ese asiento’.”
l Si una situación de agresividad afecta a un niño, explicarle luego qué significa el respeto hacia los otros. l Enseñar con el ejemplo: ser respetuoso con los demás es la mejor escuela. l Hacerle notar la importancia de los pequeños detalles de cortesía. l No festejarle las groserías.
natural… y la verdad es que yo no quiero estos hábitos para mis hijos.” Ante un mundo de agresiones, uno inevitablemente se pregunta cómo hacer para educar a los chicos de manera tal que no sean agresivos, pero que tampoco se dejen atropellar por los demás. Al respecto, los profesionales consultados coinciden en que el ejemplo de la casa y la enseñanza del respeto son las mejores estrategias. “Enseñar a los chicos a defenderse es fundamental, ya que esto les permitirá hacerse respetar como seres legítimos; es tan importante enseñarles a defenderse como enseñarles a respetar a ese otro ser, con sus diferencias”, resume Muradep. Si los padres son amigos o compañeros de sus hijos, se saben defender y defienden a sus hijos, éstos aprenderán a defenderse –asevera la doctora Rascovsky–. Mientras que, por el contrario, si viven atemorizados frente a sus progenitores, el miedo les impedirá establecer buenas defensas en su vida futura. “Formamos a los hijos básicamente con dos categorías centrales, que son el amor y la ley, y ellos actuarán luego en la vida cotidiana de acuerdo con lo que les hayamos instalado como valores morales y éticos –explica Malaurie–. No es posible enseñarles a defenderse de las faltas de respeto de un extraño si les hemos mostrado, al formarlos tempranamente, nuestro desprecio por esa noción.” Al mismo tiempo, podría pensarse que cierta capacidad de agresividad es algo necesario, un potencial que porta cada persona como parte de una estructura destinada a preservar la vida. Pero no se trata de alentar a los chicos para que vivan a la defensiva, sino de criarlos en una atmósfera de mutuo respeto, donde haya formas adecuadas de zanjar conflictos. n LORENA LOPEZ
AGRESIONES COTIDIANAS ¡BASTA YA!
ENSEÑAR CON EL EJEMPLO Luego de tres años de estar en Barcelona (España), Hernán volvió con su novia Celeste a vivir a Buenos Aires, donde piensan armar su familia. Y, una vez pasados la nostalgia y el reenamoramiento del terruño, vino el asombro: “El otro día, en el super-
mercado, una mujer, viendo que yo llegaba a la caja primero, corrió unos pasos para ´ganarme´ y lo hizo como si nada –dice Hernán, todavía desconcertado por los códigos locales, que había empezado a olvidar–. Lo mismo pasa con la basura: mucha gente tira botellas, papeles y hasta un pañal en la calle de la forma más