Ramón Ayala

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Vida Silvestre 路 97 | Fundaci贸n Vida Silvestre Argentina


por Lorena López

Entrevista

Ramón Ayala Recorrió todo el país y distintos lugares del mundo, incluido Medio Oriente, donde recolectó elementos que han enriquecido su obra artística. Sin embargo, es especialmente conocido por sus cuadros y canciones inspirados en el paisaje de Misiones: el río, el monte, la tierra roja y el ´gualambao´, un ritmo de su creación que refleja el latido de la selva. Por eso, entrevistamos al autor de clásicos, como "Posadeña Linda" y "El mensú", ese gran homenaje al trabajador de los yerbatales.

"Soy un hombre aceptado por la selva"

Son casi las cinco de la tarde y el entrevistado se hace esperar, con una cuota de misterio inherente a todo artista. Es que para Ramón Ayala el misterio forma parte de la vida del hombre, como dirá más de una vez a lo largo de la entrevista, y, por sobre todo, de la selva misionera a la que quiere tanto. Justo cuando el reloj de péndulo marca el inicio de una nueva hora, hace su aparición en la sala y saluda con voz de trueno. Es el momento de comenzar. Vida Silvestre: ¿Qué extraña de la selva cuando está en la ciudad? Ramón Ayala: En realidad no extraño, porque llevo adentro mío todo ese paisaje y todos sus personajes… es una constante, vivo con esto; yo me siento parte del paisaje. La selva se me ha metido adentro, pues desde niño he escrito canciones que tienen que ver con ella, por ejemplo “El mensú”, que empieza diciendo “Selva, noche, luna/ pena en el yerbal”. Esa obra nació en 1955. V.S.: ¿Y cuando vuelve a ella? R.A.: (Sonríe, abre los brazos) Es una alegría inmensa, como encontrarse con un amigo. Es que uno es su mente, y mi mente está impregnada de toda esa región, de río, de selva. Yo he andado por esas soledades donde no hay gente, donde todo es monte y animales. He sentido el silencio total, el silencio habitado del monte… V.S.: ¿Es distinta la selva de su niñez de la de su vida adulta? R.A.: Yo siempre he sentido la misma selva. Aunque yo haya cambiado, ella siempre me ha parecido igual, siempre con su misterio. Porque existe un latido en la selva, hay en su silencio un mensaje y es como si la selva a uno lo recibiera o lo rechazara.

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V.S.: ¿Cómo sería eso? R.A.: (Se encoge de hombros) Existen cosas misteriosas en el hombre, el hombre mismo es un misterio. Cuando uno ama la selva se siente parte, una prolongación de ella, porque allí el hombre es un animal: un pájaro, un tigre. Y así como pasa con los seres humanos, que nos sentimos aceptados o rechazados por alguien, sucede lo mismo con el monte: no acepta al que no está predispuesto a entrar en él. El contacto con la selva lo hace a uno parte de ella, como el hombre de mar, que se tutea con é y que aún en tierra sigue andando arriba de las olas, buscando su equilibro. V.S.: ¿Usted se siente así? R.A.: Yo me siento un hombre aceptado por la selva… (Hay un silencio, se estira en el sillón) Le cuento algo: en una oportunidad estuve perdido en el monte chaqueño, camino a Santa Cruz de las Sierras, en Bolivia, durante 6 horas… Justo por ese entonces corría la noticia de que un baqueano, junto a su hijo, se había perdido en la zona y los habían comido los tigres. Al recordar eso yo, que era un tipo casi de ciudad, ¡sentí que tenía mi carta de defunción firmada! (Risas) V.S.: ¿Y qué pasó? R.A.: Yo había ido a ver unos carpinchos en un tajamar y en el camino equivoqué el rumbo y me perdí, porque es muy difícil ubicarse en el monte. Realmente no sabía qué hacer y por un momento pensé que yo, que le había cantado tanto a la selva, a lo mejor me tocaba morir así… pero al mismo tiempo no quería eso. Entonces en ese momento vi el nido de un hornero. Recordé que en las zonas más frías el hornero construye la boca del nido ha-

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El contacto con la selva lo hace a uno parte de ella, como el hombre de mar, que se tutea con é y que aún en tierra sigue andando arriba de las olas, buscando su equilibro.

cia el norte para resguardar a sus pichones y pensé que en el trópico debería hacer la boca hacia el sur, pues de ahí viene la brisa suave. Decidí seguir la dirección de los nidos, por lo menos para no dar vueltas en falso. En el camino encontré un tatú carreta y empecé a seguirlo, hasta que se metió en un hormiguero gigante abandonado (que en esa zona son chatos, no como los tacurúes de Corrientes y Misiones, que tienen forma de cono) y ahí nomás levanté a vista y a lo lejos vi las casas. Así fue como logré salir luego de varias horas de estar perdido, por eso yo me siento aceptado por la selva… Es más, si volviera, creo que me volvería a ocurrir lo mismo… ¡aunque ahora iría con un GPS (posicionador geográfico satelital)! (Risas) V.S.: ¿Cómo hizo para volcar la esencia de la selva en el gualambao? R.A.: Ese es, justamente, un ejemplo de mi relación profunda con ese entorno, porque no se puede cantar a la selva si uno no la lleva puesta. El gualambao es un latido de la selva y surge porque también es un latido interno mío, fue simplemente aceptar una voz interior… V.S.: ¿Cómo nació la idea? R.A.: En mi caso todas las cosas son pensadas, la intuición actúa en consecuencia de la mente y uno puede provocar a la intuición. Cuando uno necesita expresar algo de una región determinada, que uno ama, uno la trae con la mente y al provocarla vienen todos los elementos que componen esa imagen. Como decía Pablo Neruda: a la inspiración hay que provocarla… V.S.: ¿Así llegó al gualambao? R.A.: Sí, yo pensé que Misiones era una región muy especial en el país y que rítmicamente no estaba representada, porque las obras que yo escuché no tenían el misterio de ese lugar. Por ejemplo, uno escucha una baguala y la baguala tiene la esencia del abismo, de la soledad extrema, como la vidalita tiene la extensión de la pampa, de ese infinito. Esto es así porque el paisaje imprime en el

hombre lo que él quiere que se diga, porque el hombre ha sido parido por él y en consecuencia es la voz de ese paisaje. Entonces Misiones, con su misterio de monte, necesitaba un ritmo ondulante, como la selva misma, y eso es el gualambao. V.S.: ¿Utilizó elementos de la música guaraní? R.A.: ¡Claro! Es todo guaraní con un toque afro… lo guaranítico es lo que lo afinca en esta zona, si no podría ser cualquier ritmo latinoamericano. Además, siempre estuve muy relacionado con la cultura guaraní y con su idioma, que es fascinante. V.S.: ¿Cree que los mitos guaraníes se están perdiendo? R.A.: De ningún modo: ellos siguen vivos en el habitante del lugar que es el cuidador de todas esas cosas… V.S.: ¿Y en algún momento abordó el tema en su obra? R.A.: Justamente en breve comenzaré a grabar un disco que se llama “Mitos y leyendas guaraníes”, con canciones referentes al Pombero, Yasy yateré, Curupí, la leyenda del Iguazú, etc. Todas son canciones de mi autoría y también trabajaremos con distintos sonidos del monte, como grabaciones de pájaros. Es una forma de representar la voz de la selva. V.S.: Un trabajo original… R.A.: Para ser original sólo hay que ser auténtico… (Se inclina hacia delante) Ahora, ¿cómo puede ser que no exista ya ese disco de leyendas y mitos en una región donde ese es un camino obligado? ¿Cómo puede ser que el Río de la Plata, el río más ancho del planeta, no tenga una canción? (Con énfasis) Esto se debe básicamente a la miopía de la gente y también a que hay un destino para cada uno… por ejemplo lo de Horacio Quiroga, que fue como fotógrafo de (Leopoldo) Lugones a Misiones y quedó enamorado y atrapado por el paisaje. Hay en la vida de algunos hombres una especie de mandato, un destino de pionero…

Ramón Ayala nació en la década del ´30 en Posadas, Misiones. Es músico, poeta y pintor. También ha incursionado en la literatura con sus libros “Cuentos de tierra roja” y “Desde la selva y el río”. Es el creador del ritmo “gualambao” de escritura en clave de 12/8 y ejecutado actualmente por grupos corales y solistas de Misiones, parte de la Argentina, Brasil y España. Ha recibido numerosos premios y reconocimientos. Actualmente, vive en el barrio de San Telmo, Ciudad de Buenos Aires.

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V.S.: Usted una vez describió al Río de la Plata como un león que da zarpazos a la costa…

felicidad, porque su mente empieza a crecer y a darse cuenta de lo que él se ha perdido por años…

R.A.: Sí, porque el río tiene el color del león… el río no da zarpazos pero produce la muerte con sus crecidas, con la asfixia, el derrumbamiento, con sus manos y zarpas de agua. El río también es la despedida, el ataque, los camalotes que bajan del Paraná… el río tiene un universo adentro que en general no se ve, y para mostrar ´eso otro´ está el poeta. La tierra da propuestas infinitas para hacer, lo que no alcanza es el tiempo… yo he recorrido toda la Patagonia y también me parece fascinante…

V.S.: Supongamos que ese hombre “dormido” se enfrenta con algo desconocido, como la selva misionera, ¿qué sucede?

V.S.: ¿Qué le gusta de ese paisaje? R.A.: Me fascina el contraste total con Misiones… (Hace una pausa, piensa) Es que el ser humano es un ser de contrastes: el llanto y la risa, la vida y la muerte, la calma y la tempestad, todo está adentro del hombre porque somos parte de la tierra, tenemos dentro nuestro elementos propios de la tierra, como el cobre, el fósforo, el hierro… Pero uno tiene el alma impregnada del lugar propio, del lugar que ama.

R.A.: Y, al no tener una preparación y una predisposición, sólo verá el mosquito, el peligro y el miedo… y como no puede abrir su mente para captar ese mensaje misterioso porque no posee capacidad de asombro, va a volver corriendo a su casa, al barullo de la ciudad para volver a aturdirse… V.S.: ¿Para no pensar? R.A.: Sí, pero sobre todo por el miedo a estar solo, porque la soledad de la selva lo enfrenta consigo mismo y le hace preguntas que no puede responder.

V.S.: ¿Y si ese lugar al que uno pertenece o ama empieza a desaparecer? ¿Las generaciones futuras pierden parte de su identidad? R.A.: No creo, porque el hombre tiene un mandato que viene de su propia historia. Por ejemplo, los misioneros que vienen lucharan por seguir teniendo monte. En el futuro quizás tendrán otro monte, pero lo tendrán… De este modo, el retoño de ese árbol que fue arrancado, vuelve a florecer, ya sea un retoño de carne y hueso o de madera. Esto tiene que ver con lo que llamo “la recuperación de la vida”. V.S.: ¿En qué consiste? R.A.:Yo creo que hay muchas personas que no saben que están vivas. Estar vivo es estar concientes de la magia de cada día, abrir los ojos y encontrarse con un sol inmenso que viene a alumbrarnos para tener la posibilidad de seguir viviendo. Eso, tan sencillo, no nos conmueve, porque al estar inmersos en la maravilla, no nos damos cuenta de que lo tenemos. El hombre tiene el prodigio de la vida y no lo ve, entonces ese ser no vive, solamente dura y cualquier obstáculo del camino lo derrumba. V.S.: ¿Y qué pasa con ese hombre? R.A.: Es un pobre hombre que va dando tumbos en los baches del tiempo hacia una muerte inevitable. La poesía lo acerca a algo distinto y recién cuando el hombre se asoma a ese cambio, a ese darse cuenta, recién ahí entra a la antesala de la

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