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FAMILIA
Por postergación de la maternidad, por ajuste económico, por separaciones tempranas… la tribu de chicos sin hermanos es cada vez más numerosa. Pero ¿ser único sigue siendo sinónimo de sobreprotegido, caprichoso y malcriado? Claves para lidiar, sin culpas, con los principitos del hogar.
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anuel llora a grito pelado porque Tomás, que hasta ese momento era su amigo, no le quiere devolver el camión con acoplado. Ante la urgencia del llanto (un poco exagerado a propósito, porque ya sabe que da resultado), aparece la mamá de Manuel, y decreta que el camión es de “su nene” y se acabó el juego. Así, los chicos se van cada uno a su casa, colorados de rabia y mirándose de reojo. Manuel es hijo único y no está acostumbrado a compartir. Y su mamá tampoco. Quien observa esta escena desde afuera, no dudaría un minuto en dar un veredicto tajante, acusar a la mujer de sobreprotectora y al niño, de pequeño caprichoso malcriado. Pero ¿es realmente una ley general? ¿Cuáles son los mitos en torno de los chicos que no tienen hermanos y de los padres que los crían? ¿Y cuáles son las verdades? Tendrán menos trabajo que las madres de quintillizos, pero el funcionamiento de este grupo que viene en envase chico también tiene sus secretos, que empiezan a correr de boca en boca. Porque, al menos en las clases medias, los hijos sin hermanos son cada vez más. Pasar por un único embarazo se está convirtiendo en una elección común en estos tiem-
pos, motivada por el rol activo de la mujer en el ámbito profesional, que posterga hasta último momento la maternidad; la epidemia de divorcios, sobre todo cuando las parejas se separan a poco de conocerse y llegan a tener un solo hijo, y, por supuesto, la cuestión económica, que restringe la posibilidad de darle el lugar soñado a la familia numerosa.
NI SOLO NI INCOMPLETO Siempre se habla de “hijo único” para referirse a aquel niño que no tiene hermanos. Sin embargo, el psicoanálisis propone otra mirada: “Cada hijo es ´único´ porque llega a la familia en determinado contexto que nunca es el mismo, pues son momentos distintos de la vida en pareja”, sostiene la licenciada Alicia Díaz Farina, psicoanalista y directora de la Asociación de Psicólogos y Psiquiatras de Buenos Aires. Son únicos pero no están solos. Muchas veces, los padres que viven esta situación sienten culpa cuando ven a su niño crecer y jugar en soledad, o cuando les pide un hermanito que, saben, por ahora no va a llegar. En realidad, es interesante lo que ocurre cuando los adultos asumen que ésta es su familia porque así ocurrió o así lo eligieron, y erradican la sensación de estar incompletos. Sobre todo porque hay una buena noticia, y es que, a falta de hermanos, los chicos pueden experimentar idénticos sentimientos en compañía de otros pares: compañeros de colegio, amigos del barrio o del club, primos. “Siempre tuve muchos amigos y buena relación con mis primos, aún hoy. En casa, nunca me consintieron ni aceptaban caprichos, y yo no siento ninguna diferencia por ser
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FAMILIA hijo único”, asegura Luis Valsecchi, 40 años, licenciado en Ciencia Política. Justamente por eso es fundamental generar experiencias de socialización desde los primeros años y estimular cualidades como la autonomía y la confianza en sí mismo y, al mismo tiempo, enseñarle a compartir las cosas, a esperar su turno en los juegos y hasta en las conversaciones. Porque, de lo contrario, ¡alerta roja! Un chico que no aprende a compartir puede volverse terriblemente caprichoso y desarrollar conductas egoístas. “De chico, no entendés los conflictos de los que tienen hermanos. Creo que, como hijo úni co, un o ti end e al egoísmo, pero después eso se corrige... aunque cuesta bastante”, sostiene Augusto Antonutti, que tiene 34 años y sigue viviendo en carne propia la experiencia. Las recetas son bastante conocidas: los adultos deben demostrar firmeza ante la carita de ángel que implora por demandas que no tienen justificación. “Los padres deben educar a los hijos únicos dentro de un marco de democracia pero con un fuerte liderazgo por parte de ellos, pues la última palabra siempre es de los adultos”, enfatiza el psicopedagogo David Castaño, y agrega: “A los padres les cuesta aceptar malos comportamientos de sus hijos y es muy común que los encubran”. Así, el halago constante y la imposibilidad de decirles “no” a estos niños hacen que adquieran un orgullo desmedido. Para contrarrestarlo, es importante reconocer no sólo las virtudes, sino también sus defectos y limitaciones. Caso contrario, repercutirá en sus relaciones futuras: “Soy un poco demandante emocionalmente –acepta Gabriela Di Giuseppe, hija única de 28 años, diseñadora gráfica–. Me gusta que el otro me haga sentir especial; esto tiene que ver con mis padres que siempre me hicieron sentir así”.
el chico conductas de rebeldía, de limitación de su autonomía y de la confianza en sí mismo. “Cuando hay sobreprotección, no existe posibilidad para el aprendizaje activo, que es el aprendizaje por sí mismo, pues todo lo resuelven los padres para que el niño no se frustre ante un error”, advierte el licenciado Castaño. Frente a un multiple choice imaginario, ante la pelea de un hijo con su amigo, como la que tuvieron Manuel con Tomás por el camión con acoplado, los adultos tienen dos alternativas: a) intervenir en la pelea para “cuidar” al chico; b) tomar distancia para que ellos tengan su propia vivencia, aprendan a relacionarse y a competir sanamente. La respuesta correcta es la “B”, aunque no es la opción más frecuente en la vida real. Otras formas de sobreprotección son los cuidados excesivos relacionados con la salud, como la sobrealimentación, el abrigo innecesario y la medicación sin indicación profesional, lo cual vulnera las defensas naturales de los chicos. También es frecuente el ocultamiento de situaciones como la muerte de un ser querido que, si bien tiene la intención de evitarle el sufrimiento, le niega al niño la posibilidad de elaborar el duelo normalmente. “Yo vivía enfermo –recuerda Augusto–. O resfriado, o con dolor de panza, porque mi mamá me abrigaba como para ir al Polo y mis abuelas me compraban todas las golosinas que yo quería.” Una persona que fue sobreprotegida por sus padres puede desarrollar conductas de dependencia, tener problemas de adaptación, dificultad para valerse por sí mismo, para respetar reglas y para trabajar en equipo. Probablemente resulten chicos que, como no saben enfrentar un problema, tiendan a evadirlos. Pero es sólo una cuestión de extremos. “Cuando un hijo es muy deseado y tarda en llegar, por distintas circunstancias, nos vamos a encontrar seguramente con un niño mucho más cuidado, lo que no necesariamente significa ´sobreprotegido´ –destaca la licenciada Díaz Farina–. Eso dependerá de lo que cada familia ponga en juego, como sus expectativas y deseos personales, que puede llegar a extremos como conductas patológicas.”
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SUPER CUIDADOS La primera tentación de los padres que han tenido un solo hijo es exagerar la protección, en nombre de preverlo todo para que nada malo le suceda. ¿Qué consecuencias trae esa constante vigilancia? La sobreprotección tiene lugar cuando lo que prima es el miedo a no poder satisfacer a ese hijo, a que le pase algo, a que se sienta solo. Pero, en lugar de cubrir estos temores, el efecto puede ser la pérdida de autoridad paterna o una actitud posesiva que desarrolla en
EL NIÑO 1O “María Sol siempre fue abanderada”, cuentan con orgullo Luis y Angela al recordar los días de escuela de esa nena, la reina de la casa, que hoy tiene 25 años y eligió una
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carrera que la llena de autoridad: abogacía. “Además, iba a piano y a francés dos veces por semana”, agregan los padres, más que satisfechos de la educación que le pudieron dar. Pero María Sol cuenta la otra cara de su “perfección”: “La primera vez que me saqué un 5 en la facultad estuve una semana llorando, porque yo creía que siempre iba a tener 10 en todo”, recuerda, como un ejemplo de sus dificultades para aceptar la frustración. La cuestión de las exigencias no es menor en el caso de estos chicos que concentran todo el apoyo y, al mismo tiempo, la atención de sus progenitores, que depositan en ellos sus expectativas y hasta pueden llenarlos de tareas por temor a que no sepan qué hacer con su soledad. En verdad, es importante ofrecerles actividades que les puedan resultar interesantes y, sobre todo, que se sientan felices al realizarlas; de lo contrario, hasta puede repercutir en su salud. “Los chicos que deben responder a las desmedidas expectativas de los padres suelen tener problemas relacionados con la esfera psicoemocional y presentar asma y alergias”, describe el doctor Martín Gruenberg, médico pediatra, titular de la Sociedad Argentina de Pediatría y responsable del sitio www.pediatra defamilia.com.ar. Cuando se confunden los roles, otro de los errores comunes es involucrar a los chicos en las relaciones sentimentales de los grandes. Así, por ejemplo, ponerlos en el lugar de árbitro de los conflictos matrimoniales y cargarlo con responsabilidades y culpas que no corresponden a su edad. “Esto surge en las consultas de los departamentos de orientación de los colegios, cuando los niños llegan con problemas de atención, concentración, aislamiento y agresividad hacia sus compañeros –explica el licenciado Castaño–. Los padres deberían ubicarse en el rol que les corresponde, cuidando al hijo de no participar en las discusiones de pareja y, si hay algo que comunicar, que sea de forma clara y tranquila”. Caso típico: cuando el matrimonio se separa y el hijo pasa a ocupar el lugar de confidente y, automáticamente, a sentirse responsable del bienestar
de uno de sus padres. ¿Cómo sigue este vínculo? En algunos casos, el hijo, una vez crecido, llega hasta a renunciar a formar una familia propia para no alejarse del nido.
VIENTO A FAVOR
Un solo hijo, y basta de pañales, trasnoches y mamaderas parece ser la ley que rige el control de natalidad de este comienzo de siglo. La crisis del envejecimiento poblacional que tanto preocupa a Europa también desembarca en la Argentina, donde las mujeres tienen un promedio de 2 hijos a lo largo de su vida reproductiva, según el INDEC. En Buenos Aires, en cambio, la cifra desciende a la mitad, es decir: es la región argentina más habitada por hijos únicos. Las madres porteñas son las que más se parecen a las italianas y españolas, por el poco trabajo que les dan a las parteras. En esos países, se sabe que los gobiernos desarrollan planes sociales para promover la población. La cuenta es sencilla: se necesitan al menos dos hijos para reemplazar, productivamente, a sus padres. Hasta que las curvas no cambien, todo indica que, en un par de décadas, esta generación de hijos únicos será la que nos gobiernen. Y más nos vale que de tiranos tengan poco y nada.
El mito dice que los hijos únicos son solitarios, egoístas, tímidos, caprichosos y dependientes. Pero la ve rdad señala que la condición de hijo único no determina la personalidad sino que estos rasgos pueden existir en cualquier chico que sea educado con pocos límites, y cuyos desplantes sean festejados con frases como: “¡Es un demonio!”, que muchos padres exclaman con orgullo. Por otro lado, la estructura familiar extra s m a l l también tiene sus ventajas. Con respecto a la educación, por ejemplo, cuentan con mejores recursos, no sólo económicos sino de tiempo y dedicación para que el niño desarrolle a pleno sus capacidades y experimente con asignaturas que le gustan, lo que suele fortalecer el vínculo entre ellos. Un detalle que los educadores destacan: estos chicos reciben una buena estimulación, lo que los vuelve más curiosos y destacados en los aprendizajes que inicien. Se les atribuye, además, una gran capacidad cognitiva, ya que su concentración se ve favorecida por el ambiente tranquilo que ofrece un hogar sin hermanos bochincheros. Autoconfianza e independencia son las características más positivas que conservarán para el resto de su vida los chicos que hayan logrado sortear su infancia sin hermanos, con una buena socialización y una contención familiar sin sobreprotecciones. “En general, los jóvenes adultos que ´soportaron´ la soledad de pequeños suelen tener un rico mundo interior que les permite desarrollar aficiones y disfrutar de su tiempo libre, aun cuando no están en compañía de otros”, explica el licenciado Castaño. Seguramente elijan deportes individuales sin pensarlo demasiado, pero tendrán, a la salida, muchos amigos con quienes festejar los resultados. ■ LORENA LOPEZ