EL FEDERAL
ROBIN WOOD
L EL PADRE DE NIPPUR Como el protagonista de su tira más famosa, tuvo una vida aventurera. Escribió más de ocho mil guiones de historieta y de su imaginación nacieron 90 personajes. Una visita por el mundo de Robin Wood, padre del guerrero al que llamaban El Incorruptible. Por Lorena López/ Fotos: gentileza Robin Wood.
40
l ueve. La misma lluvia que han visto todos los hombres. La misma lluvia que cae sobre las ruinas de una ciudad o sobre dos amantes que se besan bajo un puente. Robin camina bajo la lluvia y no piensa en esas cosas. O quizás sí, porque en él laten las historias, los imperios perdidos, las doncellas a rescatar y el coraje del más valiente de los guerreros de la historieta argentina que con el tiempo se ganó el apodo de El Errante y más tarde de El Incorruptible: Nippur de Lagash. Aún no lo sabe, pero en unas horas a Robin le cambiará la vida para siempre. En unas horas se refugiará en un kiosco de revistas y ahí verá su nombre impreso en la tapa de D´Artagnan de Editorial Columba, que será la primera de cientos. Pero para eso falta un poco; por ahora Robin camina con una mezcla de desolación y tristeza porque ese día no le han pagado en la fábrica donde trabaja, y no ha comido, y sigue lloviendo y no sabe qué va a ser de su vida. Robin Wood, que aunque parece un seudónimo es su verdadero nombre, nace en 1944 en Paraguay, en una colonia de australianos radicada en el departamento de Caazapá, a 230 kilómetros de Asunción. Empieza a leer a los cinco años y rápidamente se torna un voraz lector; a los ocho ya han pasado por él Simone de Beauvoir, Ernest Hemingway y Bernard Shaw.Hacia los 10, al mejor estilo de Las Mil y Una noches, Robin ya hace gala de sus dotes de narrador entre los chicos del barrio: los reúne para contarles historias y siempre los deja con ganas de más. A los 12 años se va a trabajar en la construcción de la Ruta Transchaco que une Asunción con la frontera boliviana y luego a los obrajes madereros. “Todo era muy sucio y violento, andaba con un cuchillo en la cintura y dormía donde podía, pero a mí me gustaba porque era aventura”, rememora Robin. Hacia los 16 años, entre camión y camión y bajo un sol abrasante, participa de un concurso organizado por la Embajada Francesa en Paraguay que ofrece un premio a quien pueda hacer un análisis de la cultura y el arte de Francia. Lo gana, y entonces un amigo suyo lo convence para que venga a vivir a Buenos Aires. Una vez aquí la vida no lo trata mucho mejor: se emplea en una fábrica donde trabaja doce horas diarias seis días a la semana, por monedas. Va a parar a pensiones donde no quiere estar y pasa mucho tiempo leyendo en bibliotecas. Le despiertan ganas de ser dibujante y con lo poco que tiene paga sus clases en la Escuela Panamericana de Arte donde conoce a grandes