salida imperdible
Vamos a la peña Guitarreadas, bailes y comidas de distintas regiones del país. Estas son algunas de las cosas que ofrecen las peñas en Buenos Aires a los que tienen ganas de escuchar folklore o asomarse a festividades como el Carnaval o el día de la Pachamama. Pero, las peñas son, sobre todo, un lugar de encuentro para ir con amigos o conocer gente a lo largo de la noche, entre vinos, empanadas y algún mate cuando empieza a clarear.
OCIO
Por Lorena López Fotos Norberto Melone
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Con la chacarera doble se curan todas las penas. Así dice la canción y debe haber algo de cierto porque, en las caras de los que bailan, la sonrisa más chica llega de oreja a oreja. Las peñas en Buenos Aires congregan a la gente que tiene ganas de escuchar folklore, comer platos “criollos” (desde humita en chala hasta locro, pasando por empanadas, tamales y choripanes), guitarrear y, por supuesto, bailar. Muchos son oriundos de las provincias y están de paso por trabajo, por estudio o por placer.
Las peñas ofrecen algo que no abunda: un ambiente distendido en cuanto a la vestimenta, un espectáculo participativo para el que tiene ganas y la posibilidad de conocer gente. Otros se han quedado a vivir y darse una vuelta por estos lugares es una forma de extrañar menos el pago. Pero el público asistente no se agota en esta escueta clasificación. También abundan los extranjeros (muchísimos alemanes y franceses) y porteños que ya agotaron las opciones de dancing, after office y comidas étnicas varias y tienen ganas de probar
cosas –paradójicamente– distintas. Sobre todo porque las peñas ofrecen algo que no abunda en estos días: un ambiente distendido en cuanto a la vestimenta (no hay una “moda” que reglamente nada), un espectáculo participativo para el que tiene ganas (se puede cantar y tocar el instrumento que se quiera en las mesas) y la posibilidad de conocer gente.
Al aire libre La recorrida empezó por la Feria de Mataderos, que durante el verano ofrece noches a pura chacarera, zamba y chamamé (en marzo ya retoma con sus clásicos domingos por la tarde, con idéntico sistema) en las avenidas Lisandro de la Torre y De los Corrales, frente al predio del Mercado de Hacienda de Liniers. Llegamos alrededor de las 9 de la noche y ya el clima de fiesta se hacía sentir. Sobre el escenario, un grupo estaba meta bombo y charango. Abajo, en plena calle, los hombres zapateaban y las mujeres revoleaban su pollera (y las que tenían pantalones se las arreglaban muy bien). Instalados sobre la vereda, los artesanos mostraban sus creaciones en los puestos preparados para conquistar al visitante, donde había desde mates trabajados a mano hasta carteras de cuero y quesos de variedades “gourmet”, con especias que rara vez uno tiene en su casa (¿qué forma tiene el enebro,
por ejemplo?). A unos cien metros del escenario, bares y parrillitas habían sacado mesas y sillas sobre el empedrado de la vía pública y desde allí la gente veía el espectáculo mientras iban y venían choripanes, asados y papas fritas que por suerte no eran de bolsa (por la ventana se veía a una señora dele cortar bastoncitos de papa recién pelada). Hacía calor, así que estar de noche y al aire libre, bailando y divirtiéndose con amigos