Luces de Bohemia 25/05/2009: "Ojo por ojo, letra por letra"

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Luces de Bohemia Instituto Cervantes de Praga

Encuentros Literarios - Literární setkání



Ojo por ojo, letra por letra La venganza en la literatura - Literatura a pomsta Praga 25.5.2009 Lecturas a cargo de: Tomáš Bursík Jana Mejdrová Petra Vavroušová Denisa Kantnerová Lucia Majlatová Eva Kadleèkov? Luis Badia López

Alejandro Flores Blanca Fernández Iván Gutierrez Rocío Montosa Maria Sheretova Tamara Chervets Sigfrido Vázquez

Invitada especial: Magdaléna Platzová Música a cargo de: Vlado Urlich Fragmento del El Lazarillo de Tormes Anónimo Visto esto y las malas burlas que el ciego burlaba de mí, determiné de todo en todo dejalle, y, como lo traía pensado y lo tenía en voluntad, con este postrer juego que me hizo afirmélo más. Y fue así que luego otro día salimos por la villa a pedir limosna, y había llovido mucho la noche antes; y porque el día también llovía, y andaba rezando debajo de unos portales que en aquel pueblo había, donde no nos mojamos, mas como la noche se venía y el llover no cesaba, díjome el ciego: -Lázaro, esta agua es muy porfiada, y cuanto la noche más cierra, más recia. Acojámonos a la posada con tiempo. Para ir allá habíamos de pasar un arroyo, que con la mucha agua iba grande. Yo le dije: -Tío, el arroyo va muy ancho; mas si queréis, yo veo por donde travesemos más aína sin mojarnos, porque se estrecha allí mucho y, saltando, pasaremos a pie enjuto. Parecióle buen consejo y dijo: -Discreto eres, por esto te quiero bien; llévame a ese lugar donde el arroyo se ensangosta, que agora es invierno y sabe mal el agua, y más llevar los pies mojados.

Yo que vi el aparejo a mi deseo, saquéle de bajo de los portales y llevélo derecho de un pilar o poste de piedra que en la plaza estaba, sobre el cual y sobre otros cargaban saledizos de aquellas casas, y dígole: -Tío, éste es el paso más angosto que en el arroyo hay. Como llovía recio y el triste se mojaba, y con la priesa que llevábamos de salir del agua, que encima de nos caía, y, lo más principal, porque Dios le cegó aquella hora el entendimiento (fue por darme de él venganza), creyóse de mí, y dijo: -Ponme bien derecho y salta tú el arroyo. Yo le puse bien derecho enfrente del pilar, y doy un salto y póngome detrás del poste, como quien espera tope de toro, y díjele: -¡Sus, saltad todo lo que podáis, porque deis de este cabo del agua! Aun apenas lo había acabado de decir, cuando se abalanza el pobre ciego como cabrón y de toda su fuerza arremete, tomando un paso atrás de la corrida para hacer mayor salto, y da con la cabeza en el poste, que sonó tan recio como si diera con una gran calabaza, y cayó luego para atrás medio muerto y hendida la cabeza.


-¿Cómo, y olisteis la longaniza y no el poste? ¡Oled! ¡Oled! -le dije yo. Y dejéle en poder de mucha gente que lo había ido a socorrer, y tomo la puerta de la villa en los pies de un trote, y, antes de que la noche viniese, di conmigo en Torrijos. No supe más lo que Dios de él hizo ni curé de saberlo. Rafael Alberti (Cádiz, 1902-1999) Nocturno Cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre se escucha que transita solamente la rabia, que en los tuétanos tiembla despabilado el odio y en las médulas arde continua la venganza, las palabras entonces no sirven: son palabras. Balas. Balas. Manifiestos, artículos, comentarios, discursos, humaredas perdidas, neblinas estampadas. ¡qué dolor de papeles que ha de barrer el viento, qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua! Balas. Balas. Ahora sufro lo pobre, lo mezquino, lo triste, lo desgraciado y muerto que tiene una garganta cuando desde el abismo de su idioma quisiera gritar lo que no puede por imposible, y calla. Balas. Balas. Siento esta noche heridas de muerte las palabras. Luis García-Araus (Madrid, 1970) y Javier García Yagüe (Madrid, 1961) Fragmento de Rebeldías posibles (Explicación: A Luis la Iglesia no le permite apostatar. Entra Luis ahora con un objeto grande bajo el brazo) LUIS: Cierra las ventanas. GARCÍA: ¿Qué pasa? LUIS: Me han vuelto a engañar. Me ha atendido un conserje. Me ha dicho que quién era yo para hacerle perder el tiempo al Obispo, que le dejase a él los papeles. Me han despreciado. GARCÍA: ¿Y eso qué es? LUIS: Necesito que lo guardes. A mi casa pueden venir a buscarlo. (Lo descubre). GARCÍA: ¿De dónde has sacado eso? LUIS: Del Obispado, un arrebato. Ha sido sin pensarlo. No sabía por qué. Pero ahora sí lo sé. GARCÍA: Luis, esto es un delito.

LUIS: No, esto es la solución. JULIA: Que saque eso de aquí. LUIS: Voy a pedir un rescate. El santo a cambio de la apostasía. O la excomunión. La excomunión también me vale. Si no quieren darme de baja, que me echen. GARCÍA: Habrá gente que sea devota de esa imagen. Van a sentirse ofendidos. Hay que tener respeto por esa gente. LUIS: ¿Y a mí por qué no me tienen respeto? […] GARCÍA: Luís, tenemos que devolver la imagen. La dejaremos en otra iglesia. De forma anónima. LUIS: No voy a devolverla. Esto va a dar un vuelco. GARCÍA: Vas a ir a la cárcel. JULIA: Vamos a ir todos a la cárcel. GARCÍA: ¿Cómo van a tomarte en serio si haces cosas así? LUIS: Esta vez no se van a reír de mí. He comprado esto (Saca un serrucho de su funda) Les voy a mandar un dedo, para que vean que es en serio. GARCÍA: Estás loco. Esto es patrimonio. Debe ser del siglo XIX. LUIS: Sólo responden cuando hay un escándalo, cuando todo el mundo se entera. GARCÍA: Bueno, escribamos una carta al director, a los periódicos, ¿Qué opinas, Julia? Mi mujer es periodista, sabe de esto. JULIA: Eso sirve sólo para desahogarse. GARCÍA: Gracias por tu ayuda. JULIA: ¿Querrías venir a mi programa? Con la imagen. GARCÍA: De eso, nada. LUIS: ¿Qué programa? JULIA: Trabajo en una productora. GARCÍA: Antes de terminar la emisión tienes allí a la policía esperando. PEDRO: ¿Podría salir en televisión?


¿Hablar de mi lucha? JULIA: Con la imagen, seguro. GARCÍA: La imagen se devuelve. JULIA: Con esto podría mejorar mi situación en el trabajo. GARCÍA: Hay que confiar en las vías legales. JULIA: Han cortado la línea. GARCÍA: Menos mal, así dejan de pasar facturas. LUIS: ¿De qué me han servido a mí las vías legales? GARCÍA: Las cosas llevan su tiempo. Hay que hacerlas bien. Y perseverar. JULIA: Lo necesito para el trabajo. GARCÍA: Ahora ya podemos contratar con otra empresa. LUIS: En cuanto se te ocurre hacer algo, estás fuera de la Ley, ¿y ellos qué? ¿Por qué ellos pueden hacer lo que quieran? ¿Porque su reino no es de este mundo? GARCÍA: Podemos denunciarles. PEDRO: ¿A la Iglesia? GARCÍA: Sí, se acabó el Derecho Canónico. Ahora por lo civil. Que te borren de sus archivos. Tienes derecho a cancelar tus datos. LUIS: ¿Y qué hay que hacer? GARCÍA: No lo sé, preguntaré a mi abogada. JULIA: ¿Desde cuándo tienes abogada? LUIS: ¿Y ella? Vamos a dejar la cosa así. ¿Por qué los demás pueden usar la violencia y nosotros no? PEDRO: Dan por hecho que somos civilizados. LUIS: Hay que ir a por ellos. Ojo por ojo y diente por diente. Jorge Luis Borges (Argentina, 1949) Fragmento de Emma Zunz Aarón Loewenthal era, para todos, un hombre serio; para sus pocos íntimos, un avaro. Vivía en los altos de la fábrica, solo. Establecido en el desmantelado arrabal, temía a los ladrones; en el patio de la fábrica había un gran perro y en el cajón de su escritorio, nadie lo ignoraba, un revólver.[...] Calvo, corpulento, enlutado, de quevedos ahumados y barba rubia, esperaba de pie, junto a la ventana, el informe

confidencial de la obrera Zunz. La vio empujar la verja (que él había entornado a propósito) y cruzar el patio sombrío. La vio hacer un pequeño rodeo cuando el perro atado ladró. Los labios de Emma se atareaban como los de quien reza en voz baja; cansados, repetían la sentencia que el señor Loewenthal oiría antes de morir. Las cosas no ocurrieron como había previsto Emma Zunz. Desde la madrugada anterior, ella se había soñado muchas veces, dirigiendo el firme revólver, forzando al miserable a confesar la miserable culpa y exponiendo la intrépida estratagema que permitiría a la Justicia de Dios triunfar de la justicia humana. [...] Luego, un solo balazo en mitad del pecho rubricaría la suerte de Loewenthal. Pero las cosas no ocurrieron así. Ante Aarón Loeiventhal, más que la urgencia de vengar a su padre, Emma sintió la de castigar el ultraje padecido por ello. No podía no matarlo, después de esa minuciosa deshonra. Tampoco tenía tiempo que perder en teatralerías. Sentada, tímida, pidió excusas a Loewenthal, invocó (a fuer de delatora) las obligaciones de la lealtad, pronunció algunos nombres, dio a entender otros y se cortó como si la venciera el temor. Logró que Loewenthal saliera a buscar una copa de agua. Cuando éste, incrédulo de tales aspavientos, pero indulgente, volvió del comedor, Emma ya había sacado del cajón el pesado revólver. Apretó el gatillo dos veces. El considerable cuerpo se desplomó como si los estampidos y el humo lo hubieran roto, el vaso de agua se rompió, la cara la miró con asombro y cólera, la boca de la cara la injurió en español y en ídisch. Las malas palabras no cejaban; Emma tuvo que hacer fuego otra vez.[...] Emma inició la acusación que había preparado («He vengado a mi padre y no me podrán castigar...»), pero no la acabó, porque el señor Loewenthal ya había muerto. No supo nunca si alcanzó a comprender. Los ladridos tirantes le recordaron que no podía, aún, descansar. Desordenó el diván, desabrochó el saco del cadáver, le quitó los quevedos salpicados y los dejó sobre el


fichero. Luego tomó el teléfono y repitió lo que tantas veces repetiría, con esas y con otras palabras: Ha ocurrido una cosa que es increíble... El señor Loewenthal me hizo venir con el pretexto de la huelga... Abusó de mí, lo maté... La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios. Ernesto Cardenal (Nicaragua, 1925) Epigramas Esta será mi venganza: Que un día llegue a tus manos el libro de un poeta famoso y leas estas líneas que el autor escribió para ti y tú no lo sepas.

La afrenta de Corpes (de Poema de Mio Cid) Anónimo INFANTES: Creedlo bien, doña Elvira y doña Sol, Aquí seréis escarnecidas en estos fieros montes. Hoy nos partiremos y dejadas seréis de nos; No tendréis parte en tierras de Carrión. Irán estos mandados al Cid Campeador; Nos vengaremos en ésta por la del león. NARRADOR: Allí les quitan los mantos y los pellizones; Déjanlas en cuerpo y en camisas y en ciclatones. ¡Espuelas tienen calzadas los malos traidores! En mano prenden las cinchas resistentes y fuertes. Cuando esto vieron las dueñas, hablaba doña Sol: SOL: ¡Por Dios os rogamos, don Diego y don Fernando, nos! Dos espadas tenéis tajadoras y fuertes; A la una dicen Colada y a la otra Tizón; Cortadnos las cabezas, mártires seremos nos. Moros y cristianos hablarán de esta razón; Que, por lo que nos merecemos, no lo recibimos nos; Tan malos ejemplos no hagáis sobre nos. Si nos fuéremos majadas, os deshonraréis vos; Os lo retraerán en vistas o en cortes. NARRADOR: Lo que ruegan las dueñas no les ha ningún pro. Ya les empiezan a dar los infantes de Carrión; Con las cinchas corredizas, májanlas tan sin sabor; Con las espuelas agudas, donde ellas han mal sabor, Rompían las camisas y las carnes a ellas ambas a dos; Limpia salía la sangre sobre los ciclatones. Ya lo sienten ellas en los sus corazones. ¡Cuál ventura sería ésta, si pluguiese al Criador Que asomase ahora el Cid Campeador! Tanto las majaron que sin aliento son; Sangrientas en las camisas y todos los ciclatones. Cansados son de herir ellos ambos a dos, Ensayándose ambos cuál dará mejores golpes. Ya no pueden hablar doña Elvira y doña Sol; Por muertas las dejaron en el Robledo de Corpes.


Antonio Buero Vallejo (Guadalajara, España, 1916 – Madrid, 2000) Fragmento de El tragaluz VICENTE: Es cierto, padre. Me empujaban. Y yo no quise bajar. Les abandoné, y la niña murió por mi culpa. Yo también era un niño y la vida humana no valía nada entonces... En la guerra habían muerto cientos de miles de personas... Y muchos niños y niñas también..., de hambre o por las bombas... Cuando me enteré de su muerte pensé: un niño más. Una niña que ni siquiera había empezado a vivir... (Saca lentamente del bolsillo el monigote de papel que su padre le dio días atrás.) Apenas era más que este muñeco que me dio usted... (Lo muestra con triste sonrisa.) Sí. Pensé esa ignominia para tranquilizarme. Quisiera que me entendiese, aunque sé que no me entiende. Le hablo como quien habla a Dios sin creer en Dios, porque quisiera que Él estuviese ahí... (El padre deja lentamente de mirar la postal y empieza a mirarlo, muy atento.) Pero no está, y nadie es castigado, y la vida sigue. Míreme: estoy llorando. Dentro de un momento me iré, con la pequeña ilusión de que me ha escuchado, a seguir haciendo víctimas... De vez en cuando pensaré que hice cuanto pude confesándome a usted y que ya no había remedio, puesto que usted no entiende... El otro loco, mi hermano, me diría: hay remedio. Pero ¿quién puede terminar con las canalladas en un mundo canalla? ( Manosea el arrugado muñeco que sacó.) EL PADRE: Yo. VICENTE: (Lo mira.) ¿Qué dice? (Se miran. Vicente desvía la vista.) Nada. ¿Qué va a decir? Y, sin embargo, quisiera que me entendiese y me castigase, como cuando era un niño, para poder perdonarme luego... Pero ¿quién puede ya perdonar, ni castigar? Yo no creo en nada y usted está loco. (Suspira.) Le aseguro que estoy cansado de ser hombre. Esta vida de temores y de mala fe fatiga mortalmente. Pero no se puede volver a la niñez. EL PADRE: No. ( Se oyen golpecitos en los cristales. El padre mira al tragaluz con repentina ansiedad. El hijo mira también, turbado.)

VICENTE: ¿Quién llamó? (Breve silencio.) Niños. Siempre hay un niño que llama. (Suspira.) Ahora hay que volver ahí arriba... y seguir pisoteando a los demás. Tenga. Se lo devuelvo. ( Le entrega el muñeco de papel.) EL PADRE: No. (Con energía.) ¡No! VICENTE: ¿Qué? EL PADRE: No subas al tren. VICENTE: Ya lo hice, padre. EL PADRE: Tú no subirás al tren. ( Comienza a oírse, muy lejano, el ruido del tren.) VICENTE: (Lo mira.) ¿Por qué me mira así, padre? ¿Es que me reconoce? (Terrible y extraviada, la mirada del Padre no se aparta de él. Vicente sonríe con tristeza.) No. Y tampoco entiende... (Aparta la vista; hay angustia en su voz.) ¡Elvirita murió por mi culpa, padre! ¡Por mi culpa! Pero ni siquiera sabe usted ya quién fue Elvirita. ( El ruido del tren, que fue ganando intensidad, es ahora muy fuerte. Vicente menea la cabeza con pesar.) Elvirita... Ella bajó a tierra. Yo subí... Y ahora habré de volver a ese tren que nunca para... ( Apenas se le oyen las últimas palabras, ahogadas por el espantoso fragor del tren. Sin que se entienda nada de lo que dice, continúa hablando bajo el ruido insoportable. El padre se está levantando.) EL PADRE: ¡ No! ¡No! ... ( Tampoco se oyen sus crispadas negaciones. En pie y tras su hijo, que sigue profiriendo palabras inaudibles, empuña las tijeras. Sus labios y su cabeza dibujan de nuevo una colérica negativa cuando descarga, con inmensa furia, el primer golpe, y vuelven a negar al segundo, al tercero... Apenas se oye el alarido del hijo a la primera puñalada, pero sus ojos y su boca se abren horriblemente. Sobre el ruido tremendo se escucha, al fin, más fuerte, a la tercera o cuarta puñalada, su última imploración.) VICENTE: ¡Padre! ( Dos o tres golpes más, obsesivamente asestados por el anciano entre lastimeras negativas, caen ya sobre un cuerpo inanimado, que se inclina hacia delante y se desploma en el suelo. El padre lo mira con ojos inexpresivos, suelta las tijeras y va al tragaluz, que abre para mirar afuera. Nadie pasa. El ruido del tren, que está disminuyendo, todavía impide oír la llamada que dibujan sus labios.) EL PADRE: ¡ Elvirita! ( La luz se extingue


paulatinamente. El ruido del tren se aleja y apaga al mismo tiempo. Oscuridad total en la escena. Silencio absoluto. Un foco ilumina a los investigadores.) Mario Vargas Llosa (Perú, 1936) Fragmento de El hermano menor Se sentaron uno junto al otro. La noche estaba fría, el aire húmedo, el cielo cubierto. Juan encendió un cigarrillo. Se hallaba fatigado, pero sin sueño. Sintió a su hermano estirarse y bostezar; poco después dejaba de moverse, su respiración era más suave y metódica, de cuando en cuando emitía una especie de murmullo. A su vez, Juan trató de dormir. Acomodó su cuerpo lo mejor que pudo sobre las piedras e intentó despejar su cerebro, sin conseguirlo. Encendió otro cigarrillo. Cuando había llegado a la hacienda, tres meses atrás, hacía dos años que no veía a sus hermanos. David era el mismo hombre que aborrecía y admiraba desde niño, pero Leonor había cambiado, ya no era aquella chiquilla que se asomaba a las ventanas de la Mugre para arrojar piedras a los indios castigados, sino una mujer alta, de gestos primitivos, y su belleza tenía como la naturaleza que la rodeaba, algo de brutal. En sus ojos había aparecido un intenso fulgor. Juan sentía un mareo que empañaba sus ojos, un vacío en el estómago, cada vez que asociaba la imagen de aquél que buscaban al recuerdo de su hermana, y como arcadas de furor. … Juan cerró los ojos, imaginó al indio en cuclillas, sus manos estiradas hacia el fuego, sus pupilas irritadas por el chisporroteo de la hoguera: de pronto algo le caía encima y él atinaba a pensar en un anormal, cuando sentía dos manos violentas cerrándole el cuello y comprendía. Debió sentir un infinito terror ante esa agresión inesperada que provenía de la sombra, seguro que ni siquiera intentó defenderse, a lo más se encogería como un caracol para hacer menos vulnerable su cuerpo y abriría mucho los ojos, esforzándose por ver en las tinieblas al asaltante. Entonces, reconocería su voz: «¿Qué has hecho, canalla?», «¿qué has hecho, perro?». Juan oía a

David y se daba cuenta que lo estaba pateando, a veces sus puntapiés parecían estallarse no contra el indio, sino en las piedras de la ribera; eso debía encolerizarlo más. Al principio, hasta Juan llegaba un gruñido lento, como si el indio hiciera gárgaras, pero después sólo oyó la voz enfurecida de David, sus amenazas, sus insultos. De pronto Juan descubrió en su mano derecha el revólver, su dedo presionaba ligeramente el gatillo. Con estupor pensó que si disparaba podía matar también a su hermano, pero guardó el arma y, al contrario, mientras avanzaba hacia la fogata, sintió una gran serenidad. –¡Basta, David! –gritó–. Tírale un balazo. Ya no le pegues. No hubo respuesta. Ahora Juan no los veía, el indio y su hermano, abrazados, habían rodado fuera del anillo iluminado por la hoguera. No los veía, pero escuchaba el ruido seco de los golpes y, a ratos, una injuria o un hondo resuello. –David –gritó Juan–, sal de ahí. Voy a disparar. Presa de intensa agitación, segundos después repitió: –Suéltalo, David. Te juro que voy a disparar. Tampoco hubo respuesta. Después de disparar el primer tiro, Juan quedó un instante estupefacto, pero de inmediato continuó disparando, sin apuntar, hasta sentir la vibración metálica del percutor al golpear la cacerina vacía. Permaneció inmóvil, no sintió que el revólver se desprendía de sus manos y caía a sus pies. El ruido de la cascada había desaparecido, un temblor recorría su cuerpo, su piel estaba bañada de sudor, apenas respiraba. Miriam Reyes (Ourense, 1974) Espejo negro Amo a este hombre misógino. Deseo su sexo descarado que pasea [de aquí para allá que entra donde como y cuando él lo desea vomita su odio en mí y se va. Yo, maravillosa artesana,


hago de su asco mi mejor creación: una réplica suya mejorada. Del vómito incubado en el más repugnante de los seres nacerá la criatura que lo iguale en fuerza y sea capaz de destruirlo por envidia como yo no pude hacerlo por amor.

¿Saben lo que no sirve? Limpiar la sangre con mucho agua, es mejor primero un trapo seco que la chupe toda y después baldear bien. ¿Saben lo que no sirve? Decir “se fue a casa de sus padres”. Las La Venganza de Mudarra ( de Romancero Español) amigas de la mujer de uno son como moscas rodeando la mugre. A cazar va don Rodrigo, y aun don Rodrigo de Lara: ¿Saben lo que no sirve? Mentirle a con la grande siesta que hace arrimádose ha a una haya, la policía con tanto dramatismo. maldiciendo a Mudarrillo, hijo de la renegada, Las lágrimas de cocodrilos solo que si a las manos le hubiese, que le sacaría el alma. destapan la mentira. El señor estando en esto, Mudarrillo que asomaba. ¿Saben lo que no sirve? Ser tan ?Dios te salve, caballero, debajo la verde haya. flojo para usar la pala. Ese ?Así haga a ti, escudero, buena sea tu llegada. manchón desprolijo en el verde ?Dígasme tú, el caballero, ¿cómo era la tu gracia? suelo liso del patio me delato. ?A mí dicen don Rodrigo, y aun don Rodrigo de Lara, ¿Saben lo que no sirve? Decir “a cuñado de Gonzalo Gustos, hermano de doña Sancha; mi nunca”. Eso decía yo cuando por sobrinos me los hube los siete infantes de Salas; veía las pelis americanas en que espero aquí a Mudarrillo, hijo de la renegada; violaban al preso nuevo como a si delante lo tuviese, yo le sacaría el alma. una prostituta. ?Si a ti te dicen don Rodrigo, y aun don Rodrigo de Lara, ¿Saben lo que no sirve? Matar por a mí Mudarra González, hijo de la renegada; segunda vez, porque le empiezas de Gonzalo Gustos hijo y anado de doña Sancha; a agarrar el gustito a la sangre, por hermanos me los hube los siete infantes de Salas. aunque haya sido en una riña de Tú los vendiste, traidor, en el val de Arabiana, vida o muerte. mas si Dios a mí me ayuda, aquí dejarás el alma. ¿Saben lo que no sirve? Que todos ?Espéresme, don Gonzalo, iré a tomar las mis armas. ignoren que mataste por segunda ?El espera que tú diste a los infantes de Lara, vez, eso es un aún más aquí morirás, traidor, enemigo de doña Sancha. preocupante. ¿Saben lo que no sirve? La manera Luciano Gorosito (Argentina, 1989) de condenar. Acaso no saben que ¿Saben lo que no sirve? hasta un loco se porta bien. “Su buena conducta le dará la ¿Saben lo que no sirve? Decir te amare por siempre, posibilidad de obtener la puede que sea una mentira. libertad”, me dijeron. ¿Saben lo que no sirve? Besarla tanto las primeras noches, ¿Saben lo que no sirve? después los besos se acaban. Enamorarse de un preso. Eso hizo ¿Saben lo que no sirve? Dejarla sola tanto tiempo. Tiene ella. Y me visita y dice que me sentimientos y necesidades. ama. ¿Saben lo que no sirve? Hacer de cuanta que no estuvo ¿Saben lo que no sirve? Decir la con otro. Eso se queda ahí atragantado y no sale ni con verdad. Yo he mentido y mañana mil vasos de vino salgo. En unas horas voy a estar ¿Saben lo que no sirve? Pensar mucho, porque la cabeza con Isabel. Pobre Isabel… se cansan de pensar y pide que hagamos cosas horribles. ¡Libre! Al fin libre… Esta vez será ¿Saben lo que no sirve? Confiarse, porque ella puso su fe distinto, no intenten nada, saben en mi y yo ya lo sabia todo. que no sirve.


Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843 – Madrid, 1920) Fragmento de Fortunata y Jacinta. - Oye una cosa -dijo el Delfín, que se recreaba en las singularísimas nociones de aquel espíritu-. ¿Y si tu marido descubriera esto y me quisiera matar? - ¡Ay! no me lo digas... ni en broma me lo digas. Me tiraba a él como una leona y le destrozaba... ¿Ves cómo se coge un langostino y se le arrancan las patas, y se le retuerce el corpacho y se le saca lo que tiene dentro? Pues así. - Pero vamos a ver, nena: ¿No me guardas rencor por haberte abandonado, dejándote en la miseria, con tus vísperas de chiquillo y en poder de Juárez el Negro? - Ningún rencor te guardo. Entonces estaba

rabiosa. La rabia y la miseria me llevaron con Juárez el Negro. ¿Creerás lo que te voy a decir? Pues me fui con él por lo mucho que le aborrecía. Cosa rara, ¿verdad?... Y como no tenía un triste pedazo de pan que llevar a la boca, y él me lo daba, ahí tienes... Yo dije: "me vengaré yéndome con este animal". Cuando tuve a mi niño, me consolaba con él; pero luego se me murió; y cuando reventó Juárez, como yo me pensé que ya no me querías, dije: "pues ahora me vengaré siendo todo lo mala que pueda". - ¿Pero qué ideas tienes tú de las maneras de tomar venganza? - No me preguntes nada... no sé... Vengarse es hacer lo que no se debe... lo más feo, lo más... - ¿Y de quién te vengas así, criatura? - Pues de Dios, de... de qué sé yo... no me preguntes, porque para explicártelo, tendría que ser sabia como tú, y yo no sé jota, ni aprendo nada, aunque doña Lupe y las monjas, frota que frota, me hayan sacado algún lustre... enseñándome a no decir tanto disparate.

Pedro Muñoz Seca (Cádiz, 1879- Madrid, 1936) Fragmento de La venganza de don Mendo PERO.– ¡Por el alma bendita de mi abuelo el conde Alarco! ¡Por lo huesos de mis padres, que fueron huesos de santo!... ¡Por los dioses de los cielos y el satanás de los Antros!... ¡Por las parcas guadañudas y los monstruos y los trasgos, que no sé cómo mis ojos para siempre se cegaron antes que ver lo que han visto para su vergüenza y daño!... ¡Vos dando coba a mi esposa! ¡Vos mi escudo baldonando! ¡Vos, don Alfonso, mi Rey,

haciendo a mi honor agravio!... ¡Vos, a quien di en cuatro meses cien pueblos, cuatro condados y la sangre de mis venas que derramé al tomar Baños!... ¡Ah, no! No es de rey tal hecho, ni aun es siquiera de hidalgo; el que como vos procede, Majestad, es un villano. ALFONSO.– ¡Detén, don Pero, la lengua y detenga yo mi brazo, porque de no detenello, vive Dios, que te la arranco! PERO.– Nada puedo contra vos,

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Francisco Tonani fue condenado por el asesinato de su esposa, en prisión se vio envuelto en una riña que termino con la muerte de un sujeto. Obtuvo el beneficio de la libertad condicional por buena conducta. Vivió un año con Isabel Pérez la cual desapareció sin dejar rastro. No hay pruebas que involucren a Tonani con la desaparición.

que estáis, Alfonso, muy alto: pero no quiero tampoco vivir por vos deshonrado, y antes que servir de burla, de befa, mofa y escarnio, ya que no puedo vengarme de tal perfidia me mato. (Saca una daga.) ¡Mirad cómo muere un Toro por vos mismo apuntillado! (Se clava la daga cae en brazos de don Nuño. Todos lanzan un grito de horror.) NUÑO.– ¡¡Cielos!! MAGDALENA.– ¡¡Qué horror!! [...]



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