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Luces de Bohemia Instituto Cervantes de Praga

Encuentros Literarios - Literární setkání



Soñar es gratis y leer también Snění a čten?nic nestoj? Praga 23.03.2015

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Lecturas a cargo de: Veronika Stefanová Sigfrido Vázquez Elena Buixaderas Mírek Schlaichert Carla Mizzau Vít Pokorný Petra Vavroušová

Sor Juana Inés de la Cruz (San Miguel Nepantla, 1651 - México, 1695) Primero sueño El sueño todo, en fin, lo poseía: todo, en fin, el silencio lo ocupaba; aun el ladrón dormía: aun el amante no se desvelaba: El conticinio casi ya pasando iba y la sombra dimidiaba, cuando de las diurnas tareas fatigados y no sólo oprimidos del afán ponderosos del corporal trabajo, más cansados del deleite también; que también cansa objeto continuado a los sentidos aún siendo deleitoso; que la naturaleza siempre alterna ya una, ya otra balanza, distribuyendo varios ejercicios, ya al ocio, ya al trabajo destinados en el fiel infiel con que gobierna la aparatosa máquina del mundo; así pues, del profundo sueño dulce los miembros ocupados, quedaron los sentidos del que ejercicio tiene ordinario trabajo, en fin, pero trabajo amado

Invitado especial: Jorge Zúñiga Música: Orquesta de Cámara del Instituto Cervantes de Praga

-si hay amable trabajoprivados no, al menos suspendidos. Y cediendo al retrato del contrario de la vida que lentamente armado cobarde embiste y vence perezoso con armas soñolientas, desde el cayado humilde al cetro altivo sin que haya distintivo que el sayal de la púrpura discierna; pues su nivel, en todo poderoso, gradúa por exentas a ningunas personas, desde la de a quien tres forman coronas soberana tiara hasta la que pajiza vive choza; desde la que el Danubio undoso dora, a la que junco humilde, humilde mora; y con siempre igual vara (como, en efecto, imagen poderosa de la muerte) Morfeo el sayal mide igual con el brocado.


Macedonio Fernández (Buenos Aires, 1874 1952) “Somos un soñar sin límites y sólo soñar. No podemos, pues, tener idea de lo que sea un no soñar.” en Museo de la Novela de la Eterna

Despierte, don Tomás, le decía, ya va a amanecer, tiene que irse. (Como si De Quincey fuera un vampiro.) Pero nadie me escuchaba y volvía a salir a las calles oscuras de México DF.

Todo cuanto es y hay es un sentir y es lo que cada uno de nosotros ha sido siempre y continuadamente. De dónde puede un sentir, una sensibilidad, tomar noción alguna de lo que pueda ser un no-sentir, un tiempo sin sucesos, pues sólo hay, sólo existe lo que es suceso, nuestro estado en nuestra sensibilidad? Nuestra eternidad, un infinito soñar igual al presente es certísimo. Pero se me dirá que hay sueños que cesan, que se tornan tan rebeldes que nunca los recobramos: hay los que se ocultan, las ocultaciones de los que quizás existan pero que no veremos ni reconoceremos más. Esas ocultaciones sólo existen para un Soñar hesitante: Hay sueños que reclaman para volver la plenitud de nuestra alma, un alma rebosante, una certidumbre sin sombra en nuestra decisión de soñarlos. Quién sabe en esta debilidad de soñar cuántas veces hemos despedido el ensueño de los que vuelven, hemos descreído, negado la visita plena y entera que nos brindaba alguien que Volvía de la Ocultación!

17. Soñé que era un detective viejo y enfermo y que buscaba gente perdida hace tiempo. A veces me miraba casualmente en un espejo y reconocía a Roberto Bolaño.

Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953 – Barcelona, 2003) Tres 9. Soñé que Macedonio Fernández aparecía en el cielo de Nueva York en forma de nube: una nube sin nariz ni orejas, pero con ojos y boca. 10. Soñé que estaba en un camino de África que de pronto se transformaba en un camino de México. Sentado en un farellón, Efraín Huerta jugaba a los dados con los poetas mendicantes del DF. 14. Soñé que estaba soñando, habíamos perdido la revolución antes de hacerla y decidía volver a casa. Al intentar meterme en la cama encontraba a De Quincey durmiendo.

22. Soñé que encontraba a Gabriela Mistral en una aldea africana. Había adelgazado un poco y adquirido la costumbre de dormir sentada en el suelo con la cabeza sobre las rodillas. Hasta los mosquitos parecían conocerla. 23. Soñé que volvía de África en un autobús lleno de animales muertos. En una frontera cualquiera aparecía un veterinario sin rostro. Su cara era como un gas, pero yo sabía quién era. 27. Soñé que tenía quince años y que, en efecto, me marchaba del Hemisferio Sur. Al meter en mi mochila el único libro que tenía (Trilce, de Vallejo), éste se quemaba. Eran las siete de la tarde y yo arrojaba mi mochila chamuscada por la ventana. 31. Soñé que la tierra se acababa. Y que el único ser humano que contemplaba el final era Franz Kafka. En el cielo los Titanes luchaban a muerte. Desde un asiento de hierro forjado del parque de Nueva York veía arder el mundo. 37. Soñé que follaba con Carson McCullers en una habitación en penumbras en la primavera de 1981. Y los dos nos sentíamos irracionalmente felices. 39. Soñé que me quedaba dormido mientras mis compañeros de Liceo intentaban liberar a Robert Desnos del campo de concentración de Terezin. Cuando despertaba una voz me ordenaba que me pusiera en movimiento. Rápido, Bolaño, rápido, no hay tiempo que


perder. Al llegar sólo encontraba a un viejo detective escarbando en las ruinas humeantes del asalto. 40. Soñé que una tormenta de números fantasmales era lo único que quedaba de los seres humanos tres mil millones de años después de que la Tierra hubiera dejado de existir. Heberto Padilla (Cuba, 1932 – EEUU, 2000) Los poetas cubanos ya no sueñan Los poetas cubanos ya no sueñan (ni siquiera en la noche). Van a cerrar la puerta para escribir a solas Cuando cruje, de pronto, la madera; El viento los empuja al garete; Unas manos los cogen por los hombros, Los voltean, los ponen frente a frente a otras caras (hundidos en pantanos, ardiendo en el napalm) Y el mundo encima de sus bocas fluye Y está obligado el ojo a ver, a ver, a ver Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600 Madrid, 1681) La vida es sueño SEGISMUNDO: ¿Soy yo por ventura? ¿Soy el que preso y aherrojado llego a verme en tal estado? ¿No sois mi sepulcro vos, torre? Sí. ¡Válgame Dios, qué de cosas he soñado!

SEGISMUNDO: No. Ni aun agora he despertado; que según, Clotaldo, entiendo, todavía estoy durmiendo, y no estoy muy engañado; porque si ha sido soñado lo que vi palpable y cierto, lo que veo será incierto; y no es mucho que, rendido, pues veo estando dormido, que sueñe estando despierto. CLOTALDO: Lo que soñaste me di. SEGISMUNDO: Supuesto que sueño fue, no diré lo que soñé; lo que vi, Clotaldo, sí. Yo desperté, y yo me vi, -¡qué crueldad tan lisonjera!en un lecho, que pudiera con matices y colores ser el catre de las flores que tejió la primavera. Aquí mil nobles, rendidos a mis pies nombre me dieron de su príncipe, y sirvieron galas, joyas y vestidos. La calma de mis sentidos tú trocaste en alegría, diciendo la dicha mía; que, aunque estoy de esta manera, príncipe en Polonia era. CLOTALDO: Buenas albricias tendría.

CLOTALDO: (A mí me toca llegar, aparte a hacer la desecha agora).

SEGISMUNDO: No muy buenas; por traidor, con pecho atrevido y fuerte dos veces te daba muerte.

SEGISMUNDO: ¿Es ya de despertar hora?

CLOTALDO: ¿Para mí tanto rigor?

CLOTALDO: Sí, hora es ya de despertar. ¿Todo el día te has de estar durmiendo? ¿Desde que yo al águila que voló con tarda vista seguí y te quedaste tú aquí, nunca has despertado?

SEGISMUNDO: De todos era señor, y de todos me vengaba; sólo a una mujer amaba... que fue verdad, creo yo, en que todo se acabó, y esto sólo no se acaba.


CLOTALDO: Como habíamos hablado de aquella águila, dormido, tu sueño imperios han sido; mas en sueños fuera bien entonces honrar a quien te crió en tantos empeños, Segismundo, que aun en sueños no se pierde el hacer bien. SEGISMUNDO: Es verdad; pues reprimamos esta fiera condición, esta furia, esta ambición, por si alguna vez soñamos; y sí haremos, pues estamos en mundo tan singular, que el vivir sólo es soñar; y la experiencia me enseña que el hombre que vive, sueña lo que es, hasta despertar. Sueña el rey que es rey, y vive con este engaño mandando, disponiendo y gobernando; y este aplauso, que recibe prestado, en el viento escribe, y en cenizas le convierte la muerte, ¡desdicha fuerte! ¡Que hay quien intente reinar, viendo que ha de despertar en el sueño de la muerte! Sueña el rico en su riqueza, que más cuidados le ofrece; sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza; sueña el que a medrar empieza, sueña el que afana y pretende, sueña el que agravia y ofende, y en este mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende. Yo sueño que estoy aquí de estas prisiones cargado, y soñé que en otro estado más lisonjero me vi. ¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ficción, una sombra, una ilusión, y el mayor bien es pequeño;

que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.. Alfonso García Zurro (Salamanca, 1953) Una llamada telefónica Jesucristo si sí quisiera hablar con Jesucristo sí ya sé sólo es un momento gracias Jesucristo eres tú Jesucristo pues verás pues es es que que me he decidido a llamarte porque estoy sola sí sola bastante sola digamos demasiado no no tenía un amigo tenía sí tenía estoy sola sí sí claro sí hablar ayuda pero preferiría quedar contigo sí quedar tornar unas copas o cenar ya ya lo que a ti te venga mejor sé estás muy ocupado como tú quieras sí sí siendo Jesucristo me lo puedo imaginar sí sí sí bueno es que te veo te he visto tan a menudo tantas veces sí toda la vida ahí en tu cruz tan tan atractivo sí sí es la verdad te cae bien esa cruz te da morbo jaja no no ya ya sé que tiene que doler y además con los clavos sí me lo imagino no yo me refiero al punto que tienes medio desnudo ja ja ja sí sí muy macho muy hombre hombre de verdad masculino estás como para anunciar colonia no no no sólo dar una vuelta charlar un rato sí una pizzería no estaría mal y luego tomar una copa de vino si claro vino sí sí no si no te apetece no hace falta que te traigas la cruz no no seguro si sería una molestia andar con la cruz de un lado para otro sí lo entiendo claro sí sí de verdad de verdad sinceramente sí me gustaría verte con la cruz que la trajeses sería un puntazo la cruz da un caché diferencia yo contigo y con tu cruz y luego aparte aparte no no me da vergüenza no te lo digo no bueno si tanto insistes quisiera quisiera crucificarme sobre ti cuerpo sobre cuerpo uno sobre otro compartir tus heridas tu sangre ya ya me callo me callo sí sé que hay cosas que no hay que decir ya ya ni pensarlas pero es que soy una soñadora por eso te he llamado Jesucristo porque soy una soñadora sólo una soñadora.


Sergio Bizzio (Buenos Aires, 1956) Rabia -¿Rosa? -María, qué suerte que llamás… -¿Qué pasa? -¡Tuve un sueño espantoso! Me levanté pensando “Ojalá me llame, así se lo cuento”, y acá estás. Soñé que lo había llevado a José María a pasear por la plaza donde está el lago de Palermo y… -¿En serio le pusiste José María por mí? -¿Y vos me decís a mí que no te pregunte más dónde estás? ¡Cada vez que hablamos me decís lo mismo! Claro que se lo puse por vos. ¿Por qué no me crees? -¡No, sí que te creo! No caigo, que es distinto… -Hablando de caer… ¿Viste donde está el Planetario? -Sí -Soñé que lo había llevado ahí a que tomara un poco de sol y de golpe te veo a vos que salís del Planetario. Me quedé helada, hacía años que no te veía… Yo te vi en sueños muchas veces, ya te dije, pero en este sueño hacía mucho que no te veía y me quedé helada. Venías de ver una función sobre la Luna… ¡Tenías barba! -¿En serio? -Te juro. Y el pelo largo también. -… -Bueno, y lo agarraste a José María y lo tiraste para arriba y lo atajaste y… hasta ahí todo bien… Pero después empezaste a tirarlo cada vez más alto, y más alto, y yo me desesperaba, ¡y al final lo tiraste tan alto que el bebé tardo como media hora en bajar! Mirábamos para arriba y no se veía por ninguna parte… -Una pesadilla… -Horrible. -¿Bajó? -Sí, bajó y lo agarraste vos. Pero desde que subió hasta que bajó yo casi me muero…. ¡Qué angustia, no sabés! Estaba toda transpirada… -Yo jamás le haría una cosa así. -Ya sé… -¿Come bien? -¡No para! -¿Y vos? ¿Te cuidás, te alimentás…?

-Sí, normal. ¿Vos soñas? -¿Cómo? -Si soñás. Me di cuenta que nunca me contás nada, ni lo que hacés ni lo que soñás ni… -No sueño nunca yo. -¿Nunca? -Tengo un sueño muy liviano. A lo mejor es eso. -Dicen que es bueno soñar… -… -¿Podrán ser de otra manera las cosas… algún día? -… -… Ocupate de eso. Es la mejor manera de que las cosas sean de otra manera algún día… Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925 – Madrid, 2000) Nubosidad variable Apunte usted sus sueños. Claro, se dice pronto -como me contestó un día una viuda ya no demasiado joven, atormentada por la urgencia de sus frecuentes deseos sexuales y la necesidad de prohibírselos-, o son sueños y se toman como son, o se apuntan, y entonces ya no son sueños. Además yo bastante tengo con ejercer por el día de viuda, en vez de cantar a voz en cuello cuando me apetece, y por la noche no poder tirarme a la calle a buscar un tío, porque no me han educado para eso, y luego el miedo a cogerte lo que no tienes, y qué dirán los hijos, que quieras o no se acaban siempre por enterar. Pero en mis sueños, pues es eso lo que sale, qué otra cosa va a salir. Que me caso vestida de blanco y que hago recados y visitas y comidas y maletas y que voy al cine siempre con el mismo señor, con eso nunca sueño, porque es una pesadez, y otros veintitantos años aguantando mecha no los querría ni loca, pero un poco de juerga sí. Son cosas que no se pueden decir y por eso acaba una mal de nervios, pero yo a Luis lo echo de menos sólo por las noches, lo de la cama sí, lo de la cama me encanta.


Luis Cernuda (Sevilla, 1902 - México, D.F., 1963) No intentemos el amor nunca Aquella noche el mar no tuvo sueño. Cansado de contar, siempre contar a tantas olas, quiso vivir hacia lo lejos, donde supiera alguien de su color amargo. Con una voz insomne decía cosas vagas, barcos entrelazados dulcemente en un fondo de noche, o cuerpos siempre pálidos, con su traje de olvido viajando hacia nada. Cantaba tempestades, estruendos desbocados bajo cielos con sombra, como la sombra misma, como la sombra siempre rencorosa de pájaros estrellas. Su voz atravesando luces, lluvia, frío, alcanzaba ciudades elevadas a nubes, cielo Sereno, Colorado, Glaciar del infierno, todas puras de nieve o de astros caídos en sus manos de tierra. Mas el mar se cansaba de esperar las ciudades. Allí su amor tan sólo era un pretexto vago con sonrisa de antaño, ignorado de todos. Y con sueño de nuevo se volvió lentamente adonde nadie sabe de nadie. Adonde acaba el mundo.

Francisco Quevedo (Madrid, 1580 Casa Real, 1645) Fragmento de El sueño del juicio final Parecióme, pues, que veía un mancebo que discurriendo por el aire daba voz de su aliento a una trompeta, afeando con su fuerza en parte su hermosura. Halló el son obediencia en los mármoles y oído en los muertos, y así al punto comenzó a moverse toda la tierra y a dar licencia a los güesos, que andaban ya unos en busca de otros; y pasando tiempo, aunque fue breve, vi a los que habían sido soldados y capitanes levantarse de los sepulcros con ira, juzgándola por seña de guerra; a los avarientos con ansias y congojas, celando algún rebato; y los dados a vanidad y gula, con ser áspero el son, lo tuvieron por cosa de sarao o caza. Esto conocía yo en los semblantes de cada uno y no vi que llegase el ruido de la trompa a oreja que se persuadiese que era cosa de juicio. Después noté de la manera que algunas almas venían con asco, y otras con miedo huían de sus antiguos cuerpos. A cuál faltaba un brazo, a cuál un ojo, y diome risa ver la diversidad de figuras y admiróme la providencia de Dios en que estando barajados unos con otros, nadie por yerro de cuenta se ponía las piernas ni los miembros de los vecinos. Solo en un cementerio me pareció que andaban destrocando cabezas y que vía un escribano que no le venía bien el alma y quiso decir que no era suya por descartarse della. Después ya que a noticia de todos llegó que era el día del Juicio, fue de ver cómo los lujuriosos no querían que los hallasen sus ojos por no llevar al tribunal testigos contra sí, los maldicientes las lenguas, los ladrones y matadores gastaban los pies en huir de sus mismas manos. Y volviéndome a un lado vi a un avariento que estaba preguntando a uno, que por haber sido embalsamado y estar lejos sus tripas no habían llegado, si habían de resucitar aquel día todos los enterrados,


si resucitarían unos bolsones suyos. Riérame si no me lastimara a otra parte el afán con que una gran chusma de escribanos andaban huyendo de sus orejas, deseando no las llevar por no oír lo que esperaban, mas solos fueron sin ellas los que acá las habían perdido por ladrones, que por descuido no fueron todos. Pero lo que más me espantó fue ver los cuerpos de dos o tres mercaderes que se habían calzado las almas al revés y tenían todos los cinco sentidos en las uñas de la mano derecha. Nicanor Parra (Chile, 1914) Sueños Sueño con una mesa y una silla Sueño que me doy vuelta en automóvil Sueño que estoy filmando una película Sueño con una bomba de bencina Sueño que soy un turista de lujo Sueño que estoy colgando de una cruz Sueño que estoy comiendo pejerreyes Sueño que voy atravesando un puente Sueño con un aviso luminoso Sueño con una dama de bigotes Sueño que voy bajando una escalera Sueño que le doy cuerda a una victrola Sueño que se me rompen los anteojos Sueño que estoy haciendo un ataúd Sueño con el sistema planetario Sueño con una hoja de afeitar Sueño que estoy luchando con un perro Sueño que estoy matando una serpiente Sueño con pajarillos voladores Sueño que voy arrastrando un cadáver Sueño que me condenan a la horca Sueño con el diluvio universal Sueño que soy una mata de cardo. Sueño también que se me cae el pelo.

Rubén Darío (Nicaragua, 1867 – 1916) Melancolía Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía. Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas. Voy bajo tempestades y tormentas ciego de sueño y loco de armonía. Ése es mi mal. Soñar. La poesía es la camisa férrea de mil puntas cruentas que llevo sobre el alma. Las espinas sangrientas dejan caer las gotas de mi melancolía. Y así voy, ciego y loco, por este mundo amargo; a veces me parece que el camino es muy largo, y a veces que es muy corto... Y en este titubeo de aliento y agonía, cargo lleno de penas lo que apenas soporto. ¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?


Anaïs Abreu (Ciudad de México, 1982) Sueño húmedo tengo un antojo morboso de soñar contigo de hacerte cosas que despierta no te hago un poco por vergüenza otro poco por quedarme con las ganas

voy a decirte esas cosas vulgares que se me ocurren cuando no tienes ropa y estas en mi cama o en cualquier cama de cualquier parte hoy te voy a gritar esas palabras que guardo en el bote de las cosas sucias apenitas cierre los ojos

mi madre se fue hoy al mediodía ¿quién va a hacer ahora un análisis exhaustivo de mis sueños? por otra parte Freud y mi madre podían resultar bastante siniestros demostrando que yo como el resto de los seres humanos soy una pervertida admito que en efecto este sueño que tengo ganas de soñar no tiene ningún límite ni siquiera en la cantidad imposible de orgasmos que tendremos yo me pregunto si acaso estoy siendo demasiado animal no sé que sueñen los tigres o los delfines que según sé son animales muy sexuales papá dice que los pájaros sueñan que lo leyó en una revista yo no sé si eso sea cierto o lo inventó con la facilidad que inventa esos poemas sin embargo yo si sueño y esta noche voy soñarte como yo quiera

apenitas entre en ese mundo donde una puede ser lo que le venga en gana voy a darte besos en el uyuyuy y ayayay me vas a dar tú te voy a morder hasta arrancarte un pedazo que con esa maravilla que es soñar no te va a doler ni un poquito mañana por la mañana ni te va quedar ninguna marca que más adelante cuestione tu mamá o el fulano de la tienda o la vieja cascarrabias del metro que una vez que yo cierre los ojos no van a existir disculpa pero no te pido ningún permiso sin embargo te doy toda mi autorización de que en tu cama en tu sueño o en la vida cotidiana me hagas todo lo que tú quieras si este poema resulta un tanto jarioso cochino sucio lluvioso húmedo empapado puedo asegurarte que no lo es tanto comparado con ese sueño que esta noche voy a tener contigo no habrá nada que me lo impida.

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Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia 1928 - México DF, 2014) Me alquilo para soñar Nunca dijo su verdadero nombre, pues siempre la conocimos con el trabalenguas germánico que le inventaron los estudiantes latinos de Viena: Frau Frida. Apenas me la habían presentado cuando incurrí en la impertinencia feliz de preguntarle cómo había hecho para implantarse de tal modo en aquel mundo tan distante y distinto de sus riscos de vientos del Quindío, y ella me contestó con un golpe: —Me alquilo para soñar. En realidad, era su único oficio. Había sido la tercera de los once hijos de un próspero tendero del antiguo Caldas, y desde que aprendió a hablar instauró en la casa la buena costumbre de contar los sueños en ayunas, que es la hora en que se conservan más puras sus virtudes premonitorias. A los siete años soñó que uno de sus hermanos era arrastrado por un torrente. La madre, por pura superstición religiosa, le prohibió al niño lo que más te gustaba, que era bañarse en la quebrada. Pero Frau Frida tenía ya un sistema propio de vaticinios. —Lo que ese sueño significa —dijo— no es que se vaya a ahogar, sino que no debe comer dulces. La sola interpretación parecía una infamia, cuando era para un niño de cinco años que no podía vivir sin sus golosinas dominicales. La madre, ya convencida de las virtudes adivinatorias de la hija, hizo respetar la advertencia con mano dura. Pero al primer descuido suyo el niño se atraganto con una canica de caramelo que se estaba comiendo a escondidas, y no fue posible salvarlo. Frau Frida no había pensado que aquella facultad pudiera ser un oficio, hasta que la vida la agarró por el cuello en los crueles inviernos de Viena. Entonces tocó para pedir empleo en la primera casa que le gustó para vivir, y cuando le preguntaron qué sabía hacer, ella sólo dijo la verdad: “Sueño”. Le bastó con una breve explicación a la dueña de casa para ser aceptada, con un sueldo apenas

suficiente para los gastos menudos, pero con un buen cuarto y las tres comidas. Sobre todo el desayuno, que era el momento en que la familia se sentaba a conocer el destino inmediato de cada uno de sus miembros: el padre, que era un rentista refinado; la madre, una mujer alegre y apasionada de la música de cámara romántica, y dos niños de once y nueve años. Todos eran religiosos, y por lo mismo propensos a las supersticiones arcaicas, y recibieron encantados a Frau Frida con el único compromiso de descifrar el destino diario de la familia a través de los sueños. Lo hizo bien y por mucho tiempo, sobre todo en los años de la guerra, cuando la realidad fue más siniestra que las pesadillas. Sólo ella podía decidir a la hora del desayuno lo que cada quien debía hacer aquel día, y cómo debía hacerlo, hasta que sus pronósticos terminaron por ser la única autoridad en la casa. Su dominio sobre la familia fue absoluto: aun el suspiro más tenue era por orden suya. Por los días en que estuve en Viena acababa de morir el dueño de casa, y había tenido la elegancia de legarle a ella una parte de sus rentas, con la única condición de que siguiera soñando para la familia hasta el fin de sus sueños.

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Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899 – Ginebra, 1986) El sueño

Manuel Altolaguirre (Málaga, 1905 - Burgos, 1959) Vete

Si el sueño fuera (como dicen) una tregua, un puro reposo de la mente, ¿por qué, si te despiertan bruscamente, sientes que te han robado una fortuna?

Mi sueño no tiene sitio para que vivas. No hay sitio. Todo es sueño. Te hundirías. Vete a vivir a otra parte, tú que estás viva. Si fueran como hierro o como piedra mis pensamientos, te quedarías. Pero son fuego y son nubes, lo que era el mundo al principio cuando nadie en él vivía. No puedes vivir. No hay sitio. Mis sueños te quemarían.

¿Por qué es tan triste madrugar? La hora nos despoja de un don inconcebible, tan íntimo que sólo es traducible en un sopor que la vigilia dora de sueños, que bien pueden ser reflejos truncos de los tesoros de la sombra, de un orbe intemporal que no se nombra y que el día deforma en sus espejos. ¿Quién serás esta noche en el oscuro sueño, del otro lado de su muro?

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Manuel Puig (General Villegas, 1932 – Cuernavaca, 1990) El beso de la mujer araña ¿y es cierto que tenés mucho hambre?», si, es cierto, y la mujer-araña me señaló con el dedo un camino en la selva, y ahora no sé por dónde empezar a comer tantas cosas que me encontré, «¿son muy sabrosas?», sí, una pata de pollo al espiedo, galletitas con pedazos grandes de queso fresco y rodajas arrolladas de jamón cocido, y un pedazo tan rico de fruta abrillantada, de zapallo, y con una cuchara al final me como todo el dulce de leche que quiero, sin miedo de que se termine porque hay mucho, y me está viniendo tanto sueño, Marta, no te podés imaginar qué ganas tengo de dormir después de comer todo lo que me encontré gracias a la mujer-araña, y después de que me coma una cucharada más de dulce de leche y después de dormir... «¿ya te querés despertar?», no, mucho mucho más tarde, porque de tanto comer estas cosas ricas me ha venido un sueño muy pesado, y voy a seguir hablando con vos en el sueño, ¿será posible? «si, éste es un sueño y estamos hablando, así que después también, no tengas miedo, creo que ya nadie nos va a poder separar, porque nos hemos dado cuenta de lo más difícil», ¿qué es lo más difícil de darse cuenta? «que vivo adentro de tu pensamiento y así te voy a acompañar siempre, nunca vas a estar solo», claro que sí, eso es lo que nunca me tengo que olvidar, si los dos pensamos igual vamos a estar juntos, aunque no te pueda ver, «eso es», entonces cuando me despierte en la isla te vas a ir conmigo, «¿no querés quedarte para siempre en un lugar tan lindo?», no, ya está bien así, basta de descanso, una vez que me coma todo y después de dormir ya voy a estar fuerte otra vez, que me esperan mis compañeros para empezar la lucha de siempre, «eso es lo único que no quiero saber, el nombre de tus compañeros», ¡Marta, ay cuánto te quiero; eso era lo único que no te podía decir, yo tenía miedo de que me lo

preguntaras y de ese modo sí te iba a perder para siempre, «no, mi Valentín querido, eso no sucederá, porque este sueño es corto pero es feliz».

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