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Luces de Bohemia Instituto Cervantes de Praga

Encuentros Literarios - Literární setkání



Locuras y rarezas Blázniviny a podivnosti Praga 01.12.2014

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Lectura de textos a cargo de: Alena Schindlerová Bára Šenkýřová Lucie Kohnerová Francisco Díaz Pablo García

Denisa Škodová Carla Mizzau Elena Buixaderas Vít Pokorný Mírek Schlaichert

10 año

14 200la4li-te2ra0tura con añol en esp

Invitado/host: Vratislav Kadlec Música/hudba: Flaškinet Miguel de Cervantes y Saavedra (Alcalá de Henares, 1547 – Madrid, 1616) Fragmento de Don Quijote de la Mancha En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como Don Quijote los vio, dijo a su escudero: -La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla, y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer: que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. -¿Qué gigantes? -dijo Sancho Panza. -Aquellos que allí ves, -respondió su amo-, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. -Mire vuestra merced, -respondió Sancho-, que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas del viento hacen andar la piedra del molino. -Bien parece, -respondió Don Quijote-, que no estás cursado en esto de las aventuras; ellos son gigantes, y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a

entrar con ellos en fiera y desigual batalla. Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba diciendo en voces altas: -Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete. Levantóse en esto un poco de viento y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por Don Quijote, dijo: -Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar. Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante, y embistió con el primer molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle a todo el correr de su asno, y cuando llegó, halló que no se podía menear,


tal fue el golpe que dio con él Rocinante. ¡Válame Dios! -dijo Sancho-; ¿no le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no los podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza? -Calla, amigo Sancho, -respondió Don Quijote-, que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza, cuanto más que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón, que me robó el aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la voluntad de mi espada. Jesus Lizano (Barcelona, 1931) El desconsuelo Estoy de acuerdo: no son molinos sino gigantes, ejércitos y no corderos; no criaturas, encantamientos. En pelearme con los fantasmas, que son fantasmas, no cueros. Estoy de acuerdo: son dulcineas no aldonzas lorenzo. No son bacías, son yelmos. Qué se soporta si en este tránsito duermen los sueños. Los galeotes: en liberarlos estoy de acuerdo. O todos libres o todos presos. Cómo le juzga a lo imperfecto lo imperfecto. Estoy de acuerdo, con el mundo

que me han impuesto. ¡Yo veo el mundo! y estoy de acuerdo con lo que veo. Estoy de acuerdo con lo que siento. Soy a la vez el caballero y el escudero, la mezquindad y el sueño: estoy de acuerdo... ¡Burla a los duques y bachilleres, curas, sobrinas, ama, barberos, y burla a todos los caballeros de los espejos! ¡Estoy de acuerdo! Los sesos se nos derriten y no los quesos: estoy de acuerdo. Y estoy de acuerdo en descansar de Rocinante con Clavileño. En ser un loco. Estoy de acuerdo. Antes ser loco que dueño o siervo. En una jaula pasar: de acuerdo; y ver el mundo fingido, tuerto, creerse excelso. Lo noble es ser, estoy de acuerdo, un hombre solo, un ser, en medio de las intrigas y de lo necio, del gran retablo de Maese Pedro. Y así, de acuerdo, morir bien triste, solo y disperso, que así es el mundo, estos enredos, la desventura de haber nacido y el desconsuelo, para esta suerte. Estoy de acuerdo.


Ramón Gómez de la Serna (Madrid, 1881 – Buenos Aires, 1963) He decidido hablar solo Los tiempos están tan malos que he decidido hablar solo. Pasan ahora tantas cosas con los amigos, puede uno confiar en tan poca gente, está todo el mundo tan afiliado a una filia o a una fobia , que he tomado una decisión a rajatabla, o sea cargándome una silla al hacer el gesto voluntarioso y fulminante del decidor violento. No le extrañe a nadie, pues, verme pasar por la calle hablando alto y diciéndome cosas de una absoluta fidelidad, la única fidelidad en que puede creerse. No significa principio de extravío esa altisonancia de mis pensamientos íntimos, sino pleno paseo conmigo mismo. [...] Estoy convencido de que ir silencioso es ir como esos matrimonios que no se hablan o como los engolados y serios directores de procesión que marchan imponentes Las preocupaciones económicas actuales, el tener que calcular tanto el porvenir; la necesidad de ir repasando cábalas, el cerciorarse bien de los asuntos que nos incumben, todo hace que sea disculpable el hablar solo . El género monologante que ha decaído tanto y que tan en desuso está , ganará partido y si el que habla solo está de vena y su inspiración es mucha, podrá llevar al retortero un auditorio sigiloso de admiradores. ¿Qué mejor espectáculo que el de la vida en pleno delirio de expresión? La calle cada vez más desesperada de ruido, bocinazos, gritos de vendedores de periódicos, repercusión subcutánea del metro, etc., aplasta tanto el silencio del pensamiento que para reaccionar contra eso hay que dedicarse a hablar en voz alta como única manera de tener ideas. [...] El hablar solo es un arte cortés y educado que hay que dignificar evitando también ese hablar dramatizante con que asustan al que pasa algunos malos declamadores del monólogo para calles, plazuelas y vericuetos. [...] No nos debe importar que las gentes vuelvan l a cabeza para contemplar al que habla solo. En ese caso, se hace una pausa y se les deja con la horrible duda de si será un duende al que han oído. Hablando alto, se

prepara uno en el discurso que ha de soltar a ese que va a ver; en las reconvenciones que ha de decir a la novia, que no deja descansar los celos ni un solo día, y además se discutirá mejor el pro y el contra de lo que s e va a pretender. ¿Es una cuenta la que se va a arreglar? Pues no habrá equivocación en el cálculo que se haga, si antes hemos ido tratando en voz alta del asunto y reforzando las cifras en la rotundidad del hablar uno con uno mismo en plena calle. [...] Quedan notificados, pues, mis amigos y conocidos además del público de mis lectores en general, para que no se sor prendan de verme chamullar acurrucado en mi gabán o que a alguien se lo mente. Necesito orientarme a mí mismo, y nada mejor para eso que hablarme en voz alta . Discutiré hasta donde debo discutir; sabré hasta qué punto deberé llevarme la contra y prometo no tener grave cuestión conmigo mismo por no ir a la comisaría, y a que en el juicio de faltas, siendo yo contrincante y contrincado al mismo tiempo, siempre sería y o el que pagase la multa.


Antonio Machado (Sevilla, 1875 – Colliure, 1939) Un loco Es una tarde mustia y desabrida de un otoño sin frutos, en la tierra estéril y raída donde la sombra de un centauro yerra. Por un camino en la árida llanura, entre álamos marchitos, a solas con su sombra y su locura va el loco, hablando a gritos. Lejos se ven sombríos estepares, colinas con malezas y cambrones, y ruinas de viejos encinares, coronando los agrios serrijones. El loco vocifera a solas con su sombra y su quimera. Es horrible y grotesca su figura; flaco, sucio, maltrecho y mal rapado, ojos de calentura iluminan su rostro demacrado. Huye de la ciudad... Pobres maldades, misérrimas virtudes y quehaceres de chulos aburridos, y ruindades de ociosos mercaderes. Por los campos de Dios el loco avanza. Tras la tierra esquelética y sequiza rojo de herrumbre y pardo de ceniza hay un sueño de lirio en lontananza. Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano! ¡carne triste y espíritu villano! No fue por una trágica amargura esta alma errante desgajada y rota; purga un pecado ajeno: la cordura, la terrible cordura del idiota. Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) Agujeros negros El doctor Ottone se detiene en el pasillo y, muy despacio al principio, comienza a balancearse sobre las plantas de sus pies, con la mirada fija en alguno de los azulejos blancos y negros que cubren todos los pasillos del hospital, así que el doctor Ottone está pensando. Después toma una decisión, vuelve a entrar al consultorio, prende las luces, deja sobre el sillón sus cosas y busca, entre todo lo que hay en su escritorio,

la carpeta de la señora Fritchs, así que Ottone está ocupado con algún tema y se propone encontrar una solución, una repuesta al menos, o derivar ese tema a otro doctor, por ejemplo al doctor Messina. Abre la carpeta, busca una página determinada que encuentra y lee: “...Agujeros negros, ¿me entiende? Usted está acá, por ejemplo, y de pronto está en su casa, en su cama, con el piyama ya puesto, y sabe perfectamente que no ha cerrado el consultorio, ni apagado las luces, ni recorrido lo que tenga que recorrer para llegar a su casa, es más, ni siquiera se ha despedido de mí. ¿Entonces? ¿Cómo puede ser que usted esté en su cama con el piyama puesto? Bueno, eso es un espacio vacío, un agujero negro como le digo, un tiempo cero, como lo quiera llamar, ¿qué más si no?...” El doctor Ottone guarda la carpeta, recoge sus cosas, apaga las luces, cierra con llave y se dirige hacia el consultorio del doctor Messina, a quien está seguro de encontrar a esa hora. […] Messina abre el cajón de su escritorio y le ofrece una galleta a Ottone, galleta que Ottone acepta. Messina abre la carpeta. –Lea la página quince –dice Ottone. Messina busca, encuentra y lee, todo cuidadosamente, la página quince. Ottone espera atento. Cuando termina su lectura, Ottone le pide una opinión. –¿Y usted cree en esto, Ottone? –¿En agujeros negros? –¿De qué estamos hablando? Así que Ottone recuerda el vicio de Messina de responder sólo con preguntas y eso lo pone nervioso. –Hablamos de agujeros negros, Messina... –¿Y usted cree en eso, Ottone? –No, ¿Y usted? Messina abre otra vez su cajón. –¿Quiere otra galleta, Ottone? Ottone agarra la galleta que Messina le ofrece. Alguien toca la puerta del consultorio y se asoma. Ottone reconoce al portero y pregunta: –¿Qué necesita, Sánchez? El portero explica con sorpresa que la señora Fritchs espera al doctor Ottone en la sala de ese piso. Messina recuerda al portero que son las diez de la noche y el portero explica que la señora Fritchs se niega a irse. –No quiere irse, está en piyama, sentada en la


sala y dice que no se va si no habla con el doctor Ottone. Nicanor Parra (Chile, 1914) Cambios de nombre A los amantes de las bellas letras Hago llegar mis mejores deseos Voy a cambiar de nombre a algunas cosas. Mi posición es ésta: El poeta no cumple su palabra Si no cambia los nombres de las cosas. ¿Con qué razón el sol Ha de seguir llamándose sol? ¡Pido que se llame Micifuz El de las botas de cuarenta leguas! ¿Mis zapatos parecen ataúdes? Sepan que desde hoy en adelante Los zapatos se llaman ataúdes. Comuníquese, anótese y publíquese Que los zapatos han cambiado de nombre: Desde ahora se llaman ataúdes. Bueno, la noche es larga Todo poeta que se estime a sí mismo Debe tener su propio diccionario Y antes que se me olvide Al propio dios hay que cambiarle nombre Que cada cual lo llame como quiera: Ese es un problema personal. Ramón María del Valle-Inclán (Villanueva de Arosa, España, 1866 – Santiago de Compostela, 1936) Fragmento de Luces de bohemia Rinconada en costanilla y una iglesia barroca por fondo. Sobre las campanas negras, la luna clara. DON LATINO y MAX ESTRELLA filosofan sentados en el quicio de una puerta. A lo largo de su coloquio, se torna lívido el cielo. En el alero de la iglesia pían algunos pájaros. Remotos albores de amanecida. Ya se han ido los serenos, pero aún están las puertas cerradas. Despiertan las porteras. MAX: ¿Debe estar amaneciendo? DON LATINO: Así es. MAX: ¡Y que frío!

DON LATINO: Vamos a dar unos pasos. MAX: Ayúdame, que no puedo levantarme. ¡Estoy aterido! DON LATINO: ¡Mira que haber empeñado la capa! MAX: Préstame tu carrik, Latino. DON LATINO: ¡Max, eres fantástico! MAX: Ayúdame a ponerme en pie. DON LATINO: ¡Arriba, carcunda! MAX: ¡No me tengo! DON LATINO: ¡Qué tuno eres! MAX: ¡Idiota! DON LATINO: ¡La verdad es que tienes una fisonomía algo rara! MAX: ¡Don Latino de Hispalis, grotesco personaje, te inmortalizaré en una novela! DON LATINO: Una tragedia, Max. MAX: La tragedia nuestra no es tragedia. DON LATINO: ¡Pues algo será! MAX: El Esperpento. DON LATINO: No tuerzas la boca, Max. MAX: ¡Me estoy helando! DON LATINO: Levántate. Vamos a caminar. MAX: No puedo. DON LATINO: Deja esa farsa. Vamos a caminar. MAX: Échame el aliento. ¿Adónde te has ido, Latino? DON LATINO: Estoy a tu lado. MAX: Como te has convertido en buey, no podía reconocerte. Échame el aliento, ilustre buey del pesebre belenita. ¡Muge, Latino! Tú eres el cabestro, y si muges vendrá el Buey Apis. Lo torearemos. DON LATINO: Me estás asustando. Debías dejar esa broma. MAX: Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato. DON LATINO: ¡Estás completamente curda! MAX: Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada. DON LATINO: ¡Miau! ¡Te estás contagiando! MAX: España es una deformación grotesca de la civilización europea.


DON LATINO: ¡Pudiera! Yo me inhibo. MAX: Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas. DON LATINO: Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato. MAX: Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta, Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas. DON LATINO: ¿Y dónde está el espejo? MAX: En el fondo del vaso. DON LATINO: ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo! MAX: Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España. DON LATINO: Nos mudaremos al callejón del Gato. MAX: Vamos a ver qué palacio está desalquilado. Arrímame a la pared. ¡Sacúdeme! DON LATINO: No tuerzas la boca. MAX: Es nervioso. ¡Ni me entero! DON LATINO: ¡Te traes una guasa! MAX: Préstame tu carrik. DON LATINO: ¡Mira cómo me he quedado de un aire! MAX: No me siento las manos y me duelen las uñas. ¡Estoy muy malo! DON LATINO: Quieres conmoverme, para luego tomarme la coleta. MAX: Idiota, llévame a la puerta de mi casa y déjame morir en paz. DON LATINO: La verdad sea dicha, no madrugan en nuestro barrio. MAX: Llama. DON LATINO DE HISPALIS, volviéndose de espaldas, comienza a cocear en la puerta. El eco de los golpes tolondrea por el ámbito lívido de la costanilla, y como en respuesta a una provocación, el reloj de la iglesia da cinco campanadas bajo el gallo de la veleta. MAX: ¡Latino! DON LATINO: ¿Qué antojas? ¡Deja la mueca! MAX: ¡Si Collet estuviese despierta!... Ponme en pie para darle una voz. DON LATINO: No llega tu voz a ese quinto cielo. MAX: ¡Collet! ¡Me estoy aburriendo!

DON LATINO: No olvides al compañero. MAX: Latino, me parece que recobro la vista. ¿Pero cómo hemos venido a este entierro? ¡Esa apoteosis es de París! ¡Estamos en el entierro de Víctor Hugo! ¿Oye, Latino, pero cómo vamos nosotros presidiendo? DON LATINO: No te alucines, Max. MAX: Es incomprensible cómo veo. DON LATINO: Ya sabes que has tenido esa misma ilusión otras veces. MAX: ¿A quién enterramos, Latino? DON LATINO: Es un secreto que debemos ignorar. MAX: ¡Cómo brilla el sol en las carrozas! DON LATINO: Max, si todo cuanto dices no fuese una broma, tendría una significación teosófica... En un entierro presidido por mí, yo debo ser el muerto... Pero por esas coronas, me inclino a pensar que el muerto eres tú. MAX: Voy a complacerte. Para quitarte el miedo del augurio, me acuesto a la espera. ¡Yo soy el muerto! ¿Qué dirá mañana esa canalla de los periódicos?, se preguntaba el paria catalán. MÁXIMO ESTRELLA se tiende en el umbral de su puerta. Cruza la costanilla un perro golfo que corre en zigzag. En el centro, encoge la pata y se orina. El ojo legañoso, como un poeta, levantado al azul de la última estrella. MAX: Latino, entona el gori-gori. DON LATINO: Si continúas con esa broma macabra, te abandono. MAX: Yo soy el que se va para siempre. DON LATINO: Incorpórate, Max. Vamos a caminar. MAX: Estoy muerto. DON LATINO: ¡Que me estás asustando! Max, vamos a caminar. Incorpórate, ¡no tuerzas la boca, condenado! ¡Max! ¡Max! ¡Condenado, responde! MAX: Los muertos no hablan. DON LATINO: Definitivamente, te dejo. MAX: ¡Buenas noches! DON LATINO DE HISPALIS se sopla los dedos arrecidos y camina unos pasos encorvándose bajo su carrik pingón, orlado de cascarrias. Con una tos gruñona retorna al lado de MAX ESTRELLA. Procura incorporarle hablándole a la oreja.


DON LATINO: Max, estás completamente borracho y sería un crimen dejarte la cartera encima, para que te la roben. Max, me llevo tu cartera y te la devolveré mañana. Finalmente se eleva tras de la puerta la voz achulada de una vecina. Resuenan pasos dentro del zaguán. DON LATINO se cuela por un callejón. Laura Restrepo (Colombia, 1950) Fragmento de Delirio Supe que había sucedido algo irreparable en el momento en que un hombre me abrió la puerta de esa habitación de hotel y vi a mi mujer sentada al fondo, mirando por la ventana de muy extraña manera. Fue a mi regreso de un viaje corto, sólo cuatro días por cosas de trabajo, dice Aguilar, y asegura que al partir la dejó bien. Cuando me fui no le pasaba nada raro, o al menos nada fuera de lo habitual, ciertamente nada que anunciara lo que iba a sucederle durante mi ausencia, salvo sus propias premoniciones, claro está, pero cómo iba Aguilar a creerle si Agustina, su mujer, siempre anda pronosticando calamidades, él ha tratado por todos los medios de hacerla entrar en razón pero ella no da su brazo a torcer e insiste en que desde pequeña tiene lo que llama un don de los ojos, o visión de lo venidero, y sólo Dios sabe, dice Aguilar, lo que eso ha trastornado nuestras vidas. Esta vez, como todas, mi Agustina pronosticó que algo saldría mal y yo, como siempre, pasé por alto su pronóstico; me fui de la ciudad un miércoles, la dejé pintando de verde las paredes del apartamento y el domingo siguiente, a mi regreso, la encontré en un hotel, al norte de la ciudad, transformada en un ser aterrado y aterrador al que apenas reconozco. No he podido saber qué le sucedió durante mi ausencia porque si se lo pregunto me insulta, hay que ver cuán feroz puede llegar a ser cuando se exalta, me trata como si yo ya no fuera yo ni ella fuera ella, intenta explicar Aguilar y si no puede es porque él mismo no lo comprende; La mujer que amo se ha perdido dentro de su propia cabeza, hace ya catorce días que la ando

buscando y me va la vida en encontrarla pero la cosa es difícil, es angustiosa a morir y jodidamente difícil; es como si Agustina habitara en un plano paralelo al real, cercano pero inabordable, es como si hablara en una lengua extranjera que Aguilar vagamente reconoce pero que no logra comprender. La trastornada razón de mi mujer es un perro que me tira tarascadas pero que al mismo tiempo me envía en sus ladridos un llamado de auxilio que no atino a responder; Agustina es un perro famélico y malherido que quisiera volver a casa y no lo logra, y al minuto siguiente es un perro vagabundo que ni siquiera recuerda que alguna vez tuvo casa. […] Aguilar dice que desde que su mujer está extraña, él se ha dedicado a ayudarla pero que sólo logra desagradarle e importunarla con sus inútiles desvelos de buen samaritano. Por ejemplo ayer, tarde en la noche, Agustín montó en cólera porque quise secar con un trapo el tapete que ella había empapado obsesionada con que olía raro, y es que me produce una desazón horrible ver ese montón de tiestos con agua que va colocando por todo el apartamento, le ha dado por oficiar bautizos, o abluciones o quién sabe qué ritos invocando a unos dioses que se inventa, todo lo lava y lo frota con un empeño desmedido, esta indescifrable Agustina mía, se le ha vuelto un tormento cualquier mancha en el mantel o mugre en los vidrios, sufre porque haya polvo en las cornisas y la vuelven irascible las huellas de barro que según dice van dejando mis zapatos, hasta sus propias manos le parecen asquerosas aunque las refriegue una y otra vez, ya están rojas y resecas sus bellas manos pálidas, porque no les da tregua, ni me da tregua a mí, ni tampoco se la da a sí misma.


Alejandra Pizarnik (Buenos Aires 1936 1972) Solamente ya comprendo la verdad estalla en mis deseos y mis desdichas en mis desencuentros en mis desequilibrios en mis delirios ya comprendo la verdad ahora a buscar la vida Ricardo Piglia (1940, Buenos Aires) La ciudad ausente

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Los dos primeros hijos del matrimonio hicieron una vida normal, con las dificultades que significa en un pueblo chico tener una hermana como ella. La nena (Laura) había nacido sana y recién al tiempo empezaron a notar signos extraños. Su sistema de alucinaciones fue objeto de un complicado informe aparecido en una revista científica, pero mucho antes su padre ya lo había descifrado. Yves Fonagy lo había llamado «extravagancias de la referencia». En esos casos, muy poco frecuentes, el paciente imagina que todo lo que sucede a su alrededor es una proyección de su personalidad. Excluye de su experiencia a las personas reales, porque se considera muchísimo más inteligente que los demás. El mundo era una extensión de sí misma y su cuerpo se desplazaba y se reproducía. La preocupaban continuamente las maquinarias, sobre todo las bombitas eléctricas. Las veía como palabras, cada vez que se encendían alguien empezaba a hablar. Consideraba entonces la oscuridad una forma del pensamiento silencioso. Una tarde de verano (a los cinco años) se fijó en un ventilador eléctrico que giraba sobre un armario. Consideró que era un objeto vivo, de la especie de las hembras. La nena del aire, con el alma enjaulada. Laura dijo que vivía «ahí», y levantó la mano para mostrar el techo. Ahí, dijo, y movía la cabeza

de izquierda a derecha. La madre apagó el ventilador. En ese momento empezó a tener dificultades con el lenguaje. Perdió la capacidad de usar correctamente los pronombres personales y al tiempo casi dejó de usarlos y después escondió en el recuerdo las palabras que conocía. Sólo emitía un pequeño cloqueo y abría y cerraba los ojos. La madre separó a los chicos de la hermana por temor al contagio, cosas de los pueblos. La locura no se puede contagiar y la nena no era loca. Fabio Morábito (Alejandría, 1955) Ícaro Cuando le dieron su pase de abordar vieron que su maleta no pesaba nada. Tuvo que abrirla. Estaba vacía. ¿Por qué su maleta viene vacía?, le [preguntaron. No tuve tiempo de hacer la maleta, dijo. ¿Por qué la trajo si viene vacía? No me gusta viajar sin maletas. También su equipaje de mano venía sin nada y lo revisaron con ayuda de los perros. Lo observaron durante el vuelo: rubio, casi albino, muy alto, ensimismado y tímido. La azafata, al servir el almuerzo, le preguntó de mala forma si iba a comer. Asintió, pero sus brazos demasiado largos le impidieron manejar los cubiertos, no probó casi nada y pegó la cara al vidrio. Había pedido asiento de ventana y su vecino gordo se fijó en el gesto que estremecía sus hombros: el gesto de alguien que se sacude una adherencia que lo agobia, un tic entre pueril y arcaico. Era evidente que sufría por la estrechez y, apenas descubrió un asiento libre, el gordo emigró, no soportando ese calvario. Más tarde se apagaron las luces y pidieron que cerraran las cortinas, pero él no quiso, absorto en mirar las alas. Tuvieron que llamar al oficial en segunda. Me mareo, dijo, si no miro las alas, o tal vez dijo me muero. Fueron sus primeras palabras en el vuelo


y también las últimas. Al fin lo convencieron de no perjudicar la oscuridad de la cabina. Para que se durmiera le ofrecieron una [almohada extra. Lo hallaron muerto después de la película. Ernesto Sábato (Argentina, 1911 - 2011) Fragmento de El Túnel Estábamos en la cama, cuando de pronto cruzó por mi cabeza una idea tremenda: la expresión de la rumana se parecía a una expresión que alguna vez había observado en María. —¡Puta! —grité enloquecido, apartándome con asco—. ¡Claro que es una puta! La rumana se incorporó como una víbora y me mordió el brazo hasta hacerlo sangrar. Pensaba que me refería a ella. Lleno de desprecio a la humanidad entera y de odio, la saqué a puntapiés de mi taller y le dije que la mataría como a un perro si no se iba en seguida. Se fue gritando insultos a pesar de la cantidad de dinero que le arrojé detrás. Por largo tiempo quedé estupefacto en el medio del taller, sin saber qué hacer y sin atinar a ordenar mis sentimientos ni mis ideas. Por fin tomé una decisión: fui al baño, llené la bañadera de agua fría, me desnudé y entré. Quería aclarar mis ideas, así que me quedé en la bañadera hasta refrescarme bien. Poco a poco logré poner el cerebro en pleno funcionamiento. Traté de pensar con absoluto rigor, porque tenía la intuición de haber llegado a un punto decisivo. ¿Cuál era la idea inicial? Varias palabras acudieron a esta pregunta que yo mismo me hacía. Esas palabras fueron: rumana, María, prostituta, placer, simulación. Pensé: estas palabras deben de representar el hecho esencial, la verdad profunda de la que debo partir. Hice repetidos esfuerzos para colocarlas en el orden debido, hasta que logré formular la idea en esta forma terrible, pero indudable: María y la prostituta han tenido una expresión semejante; la prostituta simulaba placer; María, pues, simulaba placer; María es una prostituta. —¡Puta, puta, puta! —grité saltando de la bañadera.

Mi cerebro funcionaba ya con la lúcida ferocidad de los mejores días: vi nítidamente que era preciso terminar y que no debía dejarme embaucar una vez más por su voz dolorida y su espíritu de comediante. Tenía que dejarme guiar únicamente por la lógica y debía llevar, sin temor, hasta las últimas consecuencias, las frases sospechosas, los gestos, los silencios equívocos de María. Leopoldo M. Panero (Madrid, 1948 - Gran Canaria, 2014) El loco al que llaman rey Bufón soy y mimo al hombre en esta escalera [cerrada con peces muertos en sus peldaños y una sirena ahogada en mi mano que enseño mudo a los viandantes pidiendo como el poeta limosna mano de la asfixia que acaricia tu mano en el umbral que me une al hombre que pasa a la distancia de un corcel y cándido sella el pacto sin saber que naufraga en la página virgen en el vértice de la línea, en la nada cruel de la rosa demacrada donde no estoy yo ni está el hombre.

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Pere Calders (Barcelona, 1912 - 1994) De quan la gent parlava La història que voldria explicar té com a protagonistes una lesbiana i un homosexual. Que ja es necessita valor! Ella es deia Clàudia, i ell Eduard, un detall que podria semblar sense importància, però bé els hem d'etiquetar. Tots dos havien sofert i lluitat perquè la societat els acceptés tal com eren, però no fou fàcil, ja que la família, els amics, els coneguts i el seu entorn en general els rebutj à durant mol t de temps. Però és un fet comprovat que anem evolucionant en un senti t progressista, i vingué un moment en el qual no tan sols els acceptaren, sinó que els celebraren. L'Eduard arribà, fins i tot, a líder de la secció gai d'un partit polític important i el seu pare, que s'havia resistit a admetre una situació que qualificava de rara, es va rendir un bon dia: va abraçar el seu fill i li digué que n'estava molt orgullós . La Clàudia era violinista de concert, d' èxi t, i es va trobar de cop i volta que la seva condició de lesbiana li donava una aurèola especial que contribuïa a augmentar el seu prestigi. Són gangues d'una època que no és pas que sigui millor que les altres, però no es pot negar que té avantatges. L'Eduard era guionista de la televisió, d i una cadena poderosa, i també es va beneficiar del miracle : quan la direcció de l'emissora va saber que era homosexual, el va apujar de sou i de categoria. Era, evidentment, un triomf sensacional contra l'obscurantisme . Per tant, tot anava bé, l'Eduard i la Clàudia eren feliços, cadascun per la seva banda. De moment, no es coneixien . Però l'atzar vetlla a la seva llIanera, a vegades per a arrodonir vides, i d'altres per a introduirhi seriosos elements de pertorbació. La Clàudia i l'Eduard es van sentir atrets pel moviment ecologista i van coincidir en una reunió de militants. Va ésser (costa de fer-ho entendre amb poques paraules) un amor radiant a primera vista. És

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tan estranya la naturalesa! La Clàudia va sentir de seguida que l'Eduard era "el seu home imprescindible", i a la recíproca, l'Eduard tingué la sensació que acabava de topar amb "la dona de la seva vida". Es van mirar un instant i caigueren tots dos alhora, en rodó. Empenyent els al tres assistents a la trobada, guanyant rengles de cadires sense gaires miraments, es van acostar fins al cos a cos, amb un tremolor visible de tota l'anatomia. -T'estimo -digué l'Eduard. -Jo també -va respondre la Clàudia. -Però saps qui sóc i la fallia que tinc? -Sí. l tu coneixes la meva? -No ho puc negar. Sortiren, van sopar junts i -prego discreció van passar una nit extraordinària, d'aquelles dignes de figurar a qualsevol diari íntim, privadíssim. L'endemà es van haver de lliurar a profundes reflexions. Sol passar sempre.. La Clàudia digué: -I què farem, ara? -No ho sé pas . Jo no em veig amb cor de dir-ho als meus pares. -A mi em passa el mateix. Ni als pares, ni als parents ni als coneguts. Ara que ja ens havien acceptat tal com érem, qualsevol s'atreveix a comunicar-los la novetat. -Hem caigut en el terrible parany de la doble vida. Ens caldrà fingir i dissimular, fer veure que som els de sempre. És horrorós! Es van abraçar, amb llàgrimes als ulls, i començaren el penós calvari d'una normalitat que no podien exhibir, com si retornessin de cop i vol ta als temps de l'antigor , sense cap protecció especial.


Alejandro Jodorowsky (Tocopilla, Chile, 1929) Las Prisioneras (E y F, situadas frente a frente, parecen sostener una reja entrecruzando sus dedos.) E : Estoy prisionera. F : No. La prisionera soy yo. E: No juegue conmigo. Estoy detrás de los barrotes. F : Estos barrotes están ante mí. E : Deme la libertad! F : Una guardiana pidiendo la libertad a su prisionera! F : Si no fuera por estas rejas, te eliminaría. E : Siniestra carcelera, mereces la muerte. F : ¡Ah, si yo pudiera soltar mis manos de estos barrotes para estrangularte... E : Tú sí puedes hacerlo, yo no. Mis manos están pegadas a ellos. F: Mentira. Tú estás ahí por tu propia voluntad. E: Eres tú la que está ahí para espiar mi agonía. Te odio. F : Te odio. E : ¿No te das cuenta de que es terrible, estar siempre en la misma celda, en el mismo sitio? F : Sí. me doy cuenta. Libérame para que otra vez pueda correr, viajar... E y F : Dame la libertad. La prisionera soy yo. E : Tus lágrimas no parecen falsas. F : Tu llanto tampoco. E : Quizá tengas piedad de mí. F: Quizá tú llores de verdad ante mi desgracia. E : Hace siglos que estás ante mi reja. F: Desde que estoy prisionera, nunca abandonaste tu sitio. E : Siempre has estado ante mí. F : Estás vieja y cansada. E : Sufres. F : Vete, tú ves que no me puedo escapar. Tú eres libre. Descansa. E: Otra vez comienzas. No mientas. No desees quedarte. Aprovecha tu libertad. E y F : Eres libre. Yo no. Aprovecha tu libertad. (Pausa. E y F se observan con desconfianza y luego con amistad.) E : ¿Te quedas?

F:Buena carcelera, comienzo a comprenderte... E : Estás loca y permaneces... F : Cuidándome y por bondad queriendo... E : ... hacerme creer que yo soy la guardiana... F : ... que yo no soy la prisionera. Estás loca. E:Buena carcelera, comienzo a comprenderte. (Pausa. En E y F se produce un gran alivio.) F: Otra vez debe ser noche porque siento sueño. E : Si, dormiremos F: Tal vez mañana venga otra carcelera a suplantarte. E : Tal vez mañana partirás, carcelera. F: Tal vez mañana me liberará la nueva carcelera. E: La nueva carcelera tal vez me dará la libertad. E y F: ¡La nueva carcelera tal vez nos dará la libertad!

Renata Duran (Bogotá, 1950) Vincent Van Gogh bendice tu locura... Vincent Van Gogh bendice tu locura. Derramaba pintura y pasión con furor. Tú dabas alaridos azules y naranjas. Emborrachaste el aire provinciano. Inyectaste en el trigo movimientos de color amarillo. Llegaste a darle a Dios el cielo tuyo agitado y oscuro, y te quedaste sentado en el taburete del rincón de tu cuarto, iluminado.

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Los vecinos de Flores suelen hablar del Barrio Maldito. Al parecer, es un distrito de mala suerte donde siempre ocurre lo desatinado y horrible. Personajes monstruosos garantizan la perfección de las desgracias: hay allí brujas, demonios, ogros, dragones, basiliscos y quimeras. Se asegura que nadie sale vivo. Espíritus barrocos han ido añadiendo detalles. Una pared de niebla que rodea la barriada. Un guardián implacable. Una calle donde no se puede cantar. Se discute asimismo el emplazamiento real y los límites exactos del Barrio Maldito. Al oeste de la vía todos juran que queda al este. Los del sur lo suponen en el norte. Algunos lo identifican con Parque Chas. Los pedantes garantizan que el Barrio Maldito está dentro de nosotros mismos, junto con el demonio, un niño, la persona amada, etcétera. Por esas calles funestas anda la Murga del

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Tiempo, también llamada Comparsa del Devenir, un grupo de bailarines zaparrastrosos que se mueven sin la menor gracia. La Murga baila todo el año, sus apariciones son sorpresivas y su canto es imposible de ser recordado, ni aun por los mismos cantores, que se ven obligados a inventar letras nuevas perpetuamente. Pero la principal cualidad de esta comparsa se escribe así: si alguien baila con ellos ya no puede dejar de bailar, ni abandonar la murga. De este modo, el número de sus integrantes aumenta cada día. Las madres aconsejan a los niños huir ni bien oigan los bombos y los intimidan con historias espantosas de niños raptados y condenados a la repetición perpetua de un paso murguero. Cada vez que una persona deja de aparecer por los boliches de Flores, es elegante suponer que ha sido hechizada por la Murga.

Alejandro Dolina (Buenos Aires, 1944) La murga del tiempo



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