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Luces de Bohemia Instituto Cervantes de Praga
Encuentros Literarios - Literární setkání
Escritores malditos Prokletí spisovatele Praga 19.10.2009
Lecturas a cargo de: Tomáš Bursík Jana Mejdrová Petra Vavroušová Denisa Kantnerová Lucia Majlatová Eva Kadleèkov? Luis Badia López
Alejandro Flores Blanca Fernández Iván Gutiérrez Rocío Montosa Maria Sheretova Tamara Chervets Sigfrido Vázquez
Invitado especial: el Poeta Silecio / basník Ticho Música a cargo de: Urszula Wojtkowiak Mathieu Gautron José Zorrilla (Valladolid, 1817 – Madrid, 1893) A La Memoria Desgraciada Del Joven Literato D. Mariano José De Larra Ese vago clamor que rasga el viento es la voz funeral de una campana; vano remedo del postrer lamento de un cadáver sombrío y macilento que en sucio polvo dormirá mañana. Acabó su misión sobre la tierra, y dejó su existencia carcomida, como una virgen al placer perdida cuelga el profano velo en el altar. Miró en el tiempo el porvenir vacío, vacío ya de ensueños y de gloria, y se entregó a ese sueño sin memoria, ¡que nos lleva a otro mundo a despertar! Era una flor que marchitó el estío, era una fuente que agotó el verano: ya no se siente su murmullo vano, ya está quemado el tallo de la flor. Todavía su aroma se percibe, y ese verde color de la llanura, ese manto de yerba y de frescura hijos son del arroyo creador.
Que el poeta, en su misión sobre la tierra que habita, es una planta maldita con frutos de bendición. Duerme en paz en la tumba solitaria donde no llegue a tu cegado oído más que la triste y funeral plegaria que otro poeta cantará por ti. Ésta será una ofrenda de cariño más grata, sí, que la oración de un hombre, pura como la lágrima de un niño, ¡memoria del poeta que perdí! Si existe un remoto cielo de los poetas mansión, y sólo le queda al suelo ese retrato de hielo, fetidez y corrupción; ¡digno presente por cierto se deja a la amarga vida! ¡Abandonar un desierto y darle a la despedida la fea prenda de un muerto!
Reinaldo Arenas (Holguín, Cuba 1943 – Nueva York, EEUU 1990) Autoepitafio Mal poeta enamorado de la luna, no tuvo más fortuna que el espanto; y fue suficiente pues como no era un santo sabía que la vida es riesgo o abstinencia, que toda gran ambición es gran demencia y que el más sórdido horror tiene su encanto. Vivió para vivir que es ver la muerte como algo cotidiano a la que apostamos un cuerpo espléndido o toda nuestra suerte. Supo que lo mejor es aquello que dejamos -precisamente porque nos marchamos-. Todo lo cotidiano resulta aborrecible, sólo hay un lugar para vivir, el imposible. Conoció la prisión, el ostracismo, el exilio, las múltiples ofensas típicas de la vileza humana; pero siempre lo escoltó cierto estoicismo que le ayudó a caminar por cuerdas tensas o a disfrutar del esplendor de la mañana. Y cuando ya se bamboleaba surgía [una ventana por la cual se lanzaba al infinito. No quiso ceremonia, discurso, duelo o grito, ni un túmulo de arena donde reposase [el esqueleto (ni después de muerto quiso vivir quieto). Ordenó que sus cenizas fueran lanzadas al mar donde habrán de fluir constantemente. No ha perdido la costumbre de soñar: espera que en sus aguas se zambulla [algún adolescente.
Rubén Darío (Nicaragua, 1867 – 1916) El pájaro azul Desde entonces Garcín cambió de carácter. Se volvió charlador, se dio un baño de alegría, compró levita nueva, y comenzó un poema en tercetos titulados, pues es claro: El pájaro azul. Cada noche se leía en nuestra tertulia algo nuevo de la obra. Aquello era excelente, sublime, disparatado. Allí había un cielo muy hermoso, una campiña muy fresca, países brotados como por la magia del pincel de Corot, rostros de niños asomados entre flores; los ojos de Nini húmedos y grandes; y por añadidura, el buen Dios que envía volando, volando, sobre todo aquello, un pájaro azul que sin saber cómo ni cuándo anida dentro del cerebro del poeta, en donde queda aprisionado. Cuando el pájaro canta, se hacen versos alegres y rosados. Cuando el pájaro quiere volar abre las alas y se da contra las paredes del cráneo, se alzan los ojos al cielo, se arruga la frente y se bebe ajenjo con poca agua, fumando además, por remate, un cigarrillo de papel. He ahí el poema. Una noche llegó Garcín riendo mucho y, sin embargo, muy triste. La bella vecina había sido conducida al cementerio. -¡Una noticia! ¡una noticia! Canto último de mi poema. Nini ha muerto. Viene la primavera y Nini se va. Ahorro de violetas para la campiña. Ahora falta el epílogo del poema. Los editores no se dignan siquiera leer mis versos. Vosotros muy pronto tendréis que dispersaros. Ley del tiempo. El epílogo debe titularse así: "De cómo el pájaro azul alza el vuelo al cielo azul". ¡Plena primavera! Los árboles florecidos, las nubes rosadas en el alba y pálidas por la tarde; el aire suave que mueve las hojas y hace aletear las cintas de los sombreros de paja con especial ruido! Garcín no ha ido al campo.
Hele ahí, viene con traje nuevo, a nuestro amado Café Plombier, pálido, con una sonrisa triste. ¡Amigos míos, un abrazo! Abrazadme todos, así, fuerte; decidme adiós con todo el corazón, con toda el alma... El pájaro azul vuela. Y el pobre Garcín lloró, nos estrechó, nos apretó las manos con todas sus fuerzas y se fue. Todos dijimos: Garcín, el hijo pródigo, busca a su padre, el viejo normando. Musas, adiós; adiós, gracias. ¡Nuestro poeta se decide a medir trapos! ¡Eh! ¡Una copa por Garcín! Pálidos, asustados, entristecidos, al día siguiente, todos los parroquianos del Café Plombier que metíamos tanta bulla en aquel cuartucho destartalado, nos hallábamos en la habitación de Garcín. Él estaba en su lecho, sobre las sábanas ensangrentadas, con el cráneo roto de un balazo. Sobre la almohada había fragmentos de masa cerebral. ¡Qué horrible! Cuando, repuestos de la primera impresión, pudimos llorar ante el cadáver de nuestro amigo, encontramos que tenía consigo el famoso poema. En la última página había escritas estas palabras: Hoy, en plena primavera, dejó abierta la puerta de la jaula al pobre pájaro azul. ¡Ay, Garcín, cuántos llevan en el cerebro tu misma enfermedad! Luis Cernuda (Sevilla, 1902 - México D.F., 1963) Tristeza del recuerdo Por las esquinas vagas de los sueños, Alta la madrugada, fue conmigo Tu imagen bien amada, como un día En tiempos idos, cuando Dios lo quiso. Agua ha pasado por el río abajo, Hojas verdes perdidas llevó el viento Desde que nuestras sombras vieron quedas Su afán borrarse con el sol traspuesto.
Hermosa era aquella llama, breve Como todo lo hermoso: luz y ocaso. Vino la noche honda, y sus cenizas Guardaron el desvelo de los astros. Tal jugador febril ante una carta, Un alma solitaria fue la apuesta Arriesgada y perdida en nuestro encuentro; El cuerpo entre los hombres quedó en pena. ¿Quién dice que se olvida? No hay olvido. Mira a través de esta pared de hielo Ir esa sombra hacia la lejanía Sin el nimbo radiante del deseo. Todo tiene su precio. Yo he pagado El mío por aquella antigua gracia; Y así despierto, hallando tras mi sueño Un lecho solo, afuera yerta el alba. Raúl Rivero (Morón, Cuba 1945) Malos sueños Soy un productor de taquicardia. Alguien que no quiere irse ni se quiere quedar. Alguien que es recibido con alegría [en la primera noche con reserva en la segunda y es expulsado en la tercera. Soy un tipo triste que llora sobre las cuartillas o sobre un hombro pasajero. Soy un desastre como mi pasado un mal sueòo como mi porvenir y una catástrofe como mi presente. Soy un poeta, como e ve, múltiple intenso en el centro de la debacle de su época de su país y de sus circunstancias. Perdonadme entonces que sueòe con [cercos policiales y amigos encarcelados.
Perdonadme las pesadillas donde huyo volando como un ingenio azucarero disfrazado de espantapájaros y de niño de espadachín y de catedral. Admirad que para asumir mi mundo de hoy empuñe nada más que esta pluma.
Justo Navarro (Granada, 1953) En el verano de 1963 Ferrater tenía más de cuarenta años, el pelo blanco, gafas negras, vestía y se movía como un adolescente, fumaba como un adolescente, tapándose la cara al llevarse el cigarro a la boca, espécimen de niño mutante albino, encrespado, adolescente James Dean, refugiado en la casa familiar de su hermana, Amàlia Barlow, según el apellido de su esposo. Quería escribir por lo que se suele escribir, según Ferrater: por ganas de fastidiar o de interesar a alguien. […] seguía encapsulado en las gafas oscuras con las que se casó. Se las rompió una vez, se las rompería algunas otras veces, en Sant Cugat y en Túnez, para experimentar con la teoría de la felicidad: las cosas se caen, atraídas con el centro de la tierra, pero la felicidad es la suspensión momentánea de la ley de la gravedad: ese mundo imaginario en el que, inmediatamente después de que se hayan roto las gafas, uno ve las gafas intactas todavía. Había alcanzado el sentido de la intemporalidad a un mes de cumplir cincuenta años. Y así, veinte días antes de los cincuenta, cumplió lo que prometió una vez en un café de Reus. El luminoso Ferrater gesticulante dominaba el parloteo científico de los escritores de Milán y Barcelona. Poseía sentido de la sorpresa y el espectáculo y de la velocidad que exigen la sorpresa y el espectáculo: quería dar felicidad y recibir felicidad, aunque parecía encontrar
algún problema con las palabras. No es que le faltaran las palabras a Ferrater, las palabras le sobraban en ocho, nueve o diez idiomas, sino que, por el contrario, cargaba con un excedente descomunal de palabras que originaba atascos fónicos y mentales. En el pensamiento se le abría un agujero, un vacío, muchos vacíos, pero no, no era exactamente eso: era una multitud de palabras, todas las palabras leídas, oídas, repetidas, pensadas, ramificadas, multiplicadas. Unas palabras sobre otras tachaban todas las palabras: las palabras sobre las palabras terminaban siendo un borrón, un hueco negro, como si un escritor escribiera y escribiera y llenara una página que había sido blanca, y corrigiera y tachara y corrigiera y añadiera más palabras y más tachaduras y más palabras, hasta que la página está completamente negra, que es como decir completamente en blanco. Ferrater apartaba unas palabras para escoger otras con gesticulación dolorosa, como si trabajar con palabras fuera trabajar con materiales altamente pesados, y era como si las palabras levantaran polvo cuando las movía y lo envolvieran en una nube de confusión. Gabriel Ferrater (Reus 1922-San Cugat 1972) Amistad del brazo El metro iba muy lleno. Me agarraba al lado de la puerta, de un barrote niquelado. Tenía el brazo tenso y toleraba aquella persistencia de un peso tibio sobre el antebrazo. Había poca gente cuando al fin me volví. Era muy joven. Fea y pobre, descarnada como una enjuta cabra mogrebina, obstinada la frente, ojos cerrados, abalanzada por toda carencia, un brazo aún sin dueño, libre y promiscuo, y no veía que alguien se movía y se aislaba ante ella. Yo, también muy joven, demasiado, aún no sabía reconocerme, más que en la elección, en aceptar. Así, abandoné el brazo,
como si ya no fuera mío, hasta la estación, cuando se rompió de pronto la última cuerda del violoncello. Federico García Lorca (Granada, 1898-1936) Fragmento de Comedia sin título AUTOR: Señoras y señores: No voy a abrir el telón para alegrar al público con un juego de palabras, ni con un panorama donde se vea una casa en la que nada ocurre y a donde dirige el teatro sus luces para entretener y haceros creer que la vida es eso. No. El poeta, con todos sus cinco sentidos en perfecto estado de salud, va a tener, no el gusto, sino el sentimiento de enseñaros esta noche un pequeño rincón de realidad. Ángeles, sombras, voces, liras de nieve y sueños existen y vuelan entre vosotros, tan reales como la lujuria, las monedas que lleváis en el bolsillo, o el cáncer latente en el hermoso seno de la mujer, o el labio cansado del comerciante. Venís al teatro con el afán único de divertiros y tenéis autores a los que pagáis, y es muy justo, pero hoy el poeta os hace una encerrona porque quiere y aspira a conmover vuestros corazones enseñando las cosas que no queréis ver, gritando las simplísimas verdades que no queréis oír. ¿Por qué? Si creéis en Dios, y yo creo, ¿por qué tenéis miedo a la muerte? Y si creéis en la muerte, ¿por qué esa crueldad, ese despego al terrible dolor de vuestros semejantes? ¡Ja, ja, ja! Diréis que esto es un sermón. Y bien, ¿es que es feo un sermón? Casi todos los que me oyen han dado un portazo y han salido de casa dejando a su padre o a su madre en un momento en que por su bien les reñían, y en este instante darían todo lo que tienen, hasta los ojos, por volver a oír las dulces voces desaparecidas. Lo mismo ahora. Pero ver la realidad es difícil. Y enseñarla, mucho más. Es predicar en desierto. Pero no importa. Sobre todo a vosotros, gentes de la ciudad, que vivís en la más pobre y triste de las fantasías. Todo lo que hacéis es buscar caminos para no enterarse de
nada. Cuando suena el viento, para no entender lo que dice, tocáis la pianola; cubrís de encajes las ventanas; para poder dormir tranquilos y acallar al perenne grillo de la conciencia, inventáis las casas de caridad. ¡Sermón!, sí, ¡sermón! ¿Por qué hemos de ir siempre al teatro par ver lo que pasa y no lo que nos pasa? El espectador está tranquilo porque sabe que la comedia no se va a fijar en él, ¡pero qué hermoso sería que de pronto lo llamaran de las tablas y le hicieran hablar, y el sol de la escena quemara su pálido rostro de emboscado! La realidad empieza porque el autor no quiere que os sintáis en el teatro, sino en la mitad de la calle; y no quiere, por tanto, hacer poesía, ritmo, literatura; quiere dar una pequeña lección a vuestros corazones; para eso es poeta, pero con gran modestia. Cualquiera lo puede hacer. El autor sabe hacer versos, los ha hecho, a mi juicio, bastante buenos, y no es mal nombre de teatro, pero ayer me dijo que en todo arte había una mitad de artificio que por ahora le molestaba, y que no tenía gana de traer aquí el perfume de los lirios blancos o la columna salomónica turbia de palomas de oro […] El olor de los lirios blancos es agradable, pero yo prefiero el olor del mar. […] ¿cómo se llevaría el olor del mar a una sala de teatro o cómo se inunda de estrellas el patio de butacas? ESPECTADOR 1º: Quitándole el tejado. AUTOR: ¡No me interrumpa! ESPECTADOR 1º: Tengo derecho. ¡He pagado mi butaca! AUTOR: Pagar la butaca no implica derecho de interrumpir al que habla, ni mucho menos juzgar la obra. ESPECTADOR 1º: Absolutamente. AUTOR: A usted le gusta o no le gusta, aplaude o rechaza, pero nunca juzga. ESPECTADOR 1º: La única ley del teatro es el juicio del espectador. […] AUTOR: Tenga la bondad de callarse. ESPECTADOR 1º: Yo he pagado por ver el teatro. AUTOR: ¿Cómo? ¿Cómo? ¿El teatro? Aquí no estamos en el teatro.
ESPECTADOR 1º: ¿Qué no? AUTOR (Violento): No, señor. Lo que pasa es que usted tiene miedo. Sabe, porque me conoce, que yo quiero echar abajo las paredes para que sintamos llorar o asesinar o roncar con los vientres podridos a los que están fuera, a los que no saben siquiera que el teatro existe, y usted se espanta por eso. Pero váyase. En su casa tiene la mentira esperándolo, tiene el té, la radio, y una mujer que cuando lo ama piensa en el joven jugador de foot-ball que vive en el hotelito de enfrente. ESPECTADOR 1º: Si no estuviéramos donde estamos, subiría para abofetearle. AUTOR: Yo le pondría la otra mejilla. ¡Cobarde! ESPECTADOR 1º: Estoy demasiado cerca de la realidad para hacerle caso. AUTOR: ¡Ja, ja, ja! La realidad. ¿Usted sabe cuál es la realidad? Óigala. La madera de los ataúdes de todos los que estamos en la sala está ya cortada. Hay cuatro ataúdes que esperan dentro de los vidrios a cuatro criaturas que ahora me oyen, y hay quizá uno, quizá uno que se puede llenar esta madrugada misma a poco de salir de este vivísimo lugar. ESPECTADOR 1º: No he venido a recibir lecciones de moral ni a oír cosas desagradables. Dé usted gracias que está en España, que es un país aficionado a la muerte. En Inglaterra ya le hubieran silbado. Me voy. Yo creí que estaba en el teatro. AUTOR: No estamos en el teatro. Porque vendrán a echar las puertas abajo. Y nos salvaremos todos. Ahí dentro hay un terrible aire de mentira, y los personajes de las comedias no dicen más que lo que pueden decir en alta voz delante de señoritas débiles, pero se callan su verdadera angustia. Por eso yo no quiero actores, sino hombres de carne y mujeres de carne, y el que no quiera oír que se tape los oídos. ESPECTADOR 1º: Vamos, querida. Este hombre acabará diciendo alguna atrocidad. ESPECTADORA 1ª: No me quisiera ir. Me interesa el argumento. AUTOR: Quiere decir que le interesa la vida.
La vida increíble que no está en el teatro precisamente. Hace unos días pude presentar en este mismo sitio a unos cuantos amigos, como prueba de lágrimas, una escena viva que no creería su marido de usted. En una pequeña habitación una mujer murió de hambre. Sus dos niños, hambrientos también, jugaban con las manos de la muerta, tiernamente, como si fueran dos panes amarillos. Cuando llegó la noche, los niños descubrieron los senos de la muerta y se durmieron sobre ellos mientras se comían una caja de betún. ESPECTADOR 1º: ¡Qué exagerado![…] ¡Vamos, te digo! ESPECTADORA 1ª: Pero no te pongas así. En el teatro todo es mentira. AUTOR: ¡No es mentira! ¡Es verdad! ESPECTADORA 1ª: Pues si es verdad, ¡Vámonos! ¡Qué horror! ¡Ay, qué desagradable! ESPECTADOR 1º (Saliendo, al ACOMODADOR): ¡Salga a buscar un taxi! ESPECTADORA 1ª: ¿Cómo has permitido que delante de mí digan estas cosas? ¡Era verdad! ¿Y cómo no los prendieron inmediatamente? ESPECTADOR 1º: ¡Anda! ¡Ya sabía yo que te pondrías enferma! (Salen) JOVEN (De frac, en una platea): Como siga así, lo dejarán solo. Juana Inés De Asbaje y Ramírez de Santillana (Sor Juana Inés de la Cruz (México, 1651- ) La Sentencia del Justo Firma Pilatos la que juzga ajena Sentencia, y es la suya. ¡Oh caso fuerte! ¿Quién creerá que firmando ajena muerte el mismo juez en ella se condena? La ambición de sí tanto le enajena Que con el vil temor ciego no advierte Que carga sobre sí la infausta suerte, Quien al Justo sentencia a injusta pena. Jueces del mundo, detened la mano, Aún no firméis, mirad si son violencias Las que os pueden mover de odio inhumano;
Examinad primero las ecto y soberanoconciencias, Mirad no haga el Juez r Que en la ajena firméis vuestras sentencias Leopoldo María Panero (Madrid, 1948) Los pasos en el callejón sin salida El suplicio de la noche y el suplicio del día el suplicio de la realidad y el suplicio [del sueño despliegan ese movimiento que se ignora [y al que otros pudieron, no sé cómo, llamar «vida», como [una tortura que desde lejos en la oscuridad pensara un animal sin ojos con el alma dormida soñando esta pesadilla... Como una tortura estudiada para que el sufrimiento aumentara poco a poco y más allá del momento en que se hizo insoportable haciéndonos aprender por la fuerza una Ciencia del Dolor como la única [sabiduría posible en la Zona Clausurada. El suplicio de la realidad y el suplicio [del sueño y mi cuerpo en el potro exhibiendo [su tortura como una vanidad —ved ahora un potro [en medio del escenario vacío— o mi yo disponiéndose a recorrer una vez más los pocos pasos que caben en el callejón sin salida al que muestro como una vanidad. Y avanzaré, avanzaré [mi cuerpo sin inteligencia ni alma por la calle en donde nadie me conoce, andaré por allí contoneándome y hablando solo, sin ver que llevo una mujer sobre mi espalda con las uñas clavadas en mis hombros y mordiéndome el cuello ebria de mi sangre.
Andrés Caicedo (Colombia, 1951 - 1977) Canibalismo Hay varias maneras de comerse a una persona. Empezando porque debe ser diferente comerse a una mujer que comerse a un hombre. Yo he visto comer hombres, pero no mujeres. No se‚ si me gustara ver comer a una mujer alguna vez. Debe ser muy diferente. Lo que yo por mi parte conozco, son tres maneras de comerse a un hombre. Se puede partir en seis pedazos a la persona: cabeza, tronco, brazos, pelvis, muslos, piernas, incluyendo, claro esta ,Hay varias maneras de comerse a una persona. Empezando porque debe ser diferente comerse a una mujer que comerse a un hombre. Yo he visto comer hombres, pero no mujeres. No se‚ si me gustara ver comer a una mujer alguna vez. Debe ser muy diferente. Lo que yo por mi parte conozco, son tres maneras de comerse a un hombre. Se puede partir en seis pedazos a la persona: cabeza, tronco, brazos, pelvis, muslos, piernas, incluyendo, claro esta, manos y pies. Sé que hay personas que parten a la persona en ocho pedazos, ya que les gusta sacar también las rodillas, el hueso redondo de las rodillas, recubierto con la única porción de carne roja que tiene el ser humano. La otra forma que conozco es comerse a la persona entera, así no más, a mordiscos lentos, comer un día hasta hartarse y meter el cuerpo al refrigerador y sacarlo al otro día para el desayuno, así. Como comerse un mango a mordiscos. Porque yo puedo decir que a mi antes me gustaba muchísimo el mango verde, y después vino esa moda de partir el mango en pedacitos y fue apenas hace como una semana que me vine a dar cuenta que los mangos verdes me habían venido a gustar menos y supe también que era porque me los comía partidos, así que seguí comprándolos enteros, comiéndolos a mordiscos, y me han vuelto a gustar casi tanto como cuando estaba chiquito.. Eso mismo debe pasar con los cuerpos. La persona que ya lleva siglos comiéndolos tiene que darse las maneras de
variar el plato para no aburrirse, porque si no como hacen. Yo no se‚ si ustedes leyeron la otra vez en la prensa que habían encontrado el cuerpo de un coronel retirado, metido en una chuspa de papel y amarrado con cabuya, lo que dijeron fue que lo habían encontrado por el Club Campestre, y que había expectación por el extraño estado en que se había hallado el cuerpo. Era un coronel Rodríguez, un tipo ni flaco ni gordo, de bigotico, y con una chucha que arrasaba. Claro que los periódicos nunca dijeron en que consistía ese "extraño estado en que se había hallado el cuerpo", pero como yo estoy al tanto de las cosas yo sé que el cuerpo ese lo que estaba era todo mordido. No se lo acabaron de todo porque mi coronel ya tenia 52, allí fue cuando se dieron cuenta que no había como la carne de gente joven, fresca. Los ojos, por ejemplo, que dizque son lo más exquisito, dicen que cuando la persona pasa de los 35, se endurecen y se agrian, ya no vale la pena comerlos.
Juan Gelman (Argentina, 1930) El juego en que andamos Si me dieran a elegir, yo elegiría esta salud de saber que estamos [muy enfermos, esta dicha de andar tan infelices. Si me dieran a elegir, yo elegiría esta inocencia de no ser un inocente, esta pureza en que ando por impuro. Si me dieran a elegir, yo elegiría este amor con que odio, esta esperanza que come panes [desesperados. Aquí pasa, señores, que me juego la muerte.
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Jorge Cuesta (Córdoba, México 1903Tlalpan , México 1942) Qué sombra, qué compañía...
Qué sombra, qué compañía impalpable, más cercana, al abismo de mañana el paso me contenía, si está la vista vacía, y una desierta ventana sólo es una presa vana de las cadenas del día. Del tiempo, estéril contacto con el arrepentimiento en que se parte y olvida la frágil ciencia del acto, es la posesión que siento, vacante, sobre mi vida. Alejandro Sawa (Sevilla, 1862-Madrid, 1909) Fragmento de Iluminaciones en la sombra Quizá sea ya tarde para lo que me propongo: quiero dar la batalla a la vida. Me he levantado temprano para reaccionar contra la costumbre española de comenzar a vivir tarde, y me he puesto a escribir estas hojas de mi dietario. Tengo edad de hombre, y al mirarme por dentro sin otra intención de análisis que la que pueda dar de sí la simple inspección ocular, me hallo, si no deforme, deformado; tal como una vaga larva humana. Y yo quiero que en lo sucesivo mi vida arda y se consuma en una acción moral, en una acción intelectual y en una acción física incesantes: ser bueno, ser inteligente y ser fuerte. ¿Vivir? Todos viven. ¿Vivir animado y erguido por una conciencia que sólo en el bien halle su punto de origen y su estación de llegada? A esa magnificencia osadamente aspiro. Que Dios me ayude. ¡Triste día el primero del año! Gris en toda su existencia, lloroso, haciendo de la tierra un
barrizal y de los hombres, vistos a, través de las injurias del cielo, como espectros soliviantados por intereses indecibles. ¡Y feos!... Jetas, panzas, ancas, y por dentro, en vez de almas, paquetes de intestinos y de vísceras inferiores. He vivido ayer doce horas en la calle, en plenas tinieblas a las doce del día, lleno de barro y sin haber acertado a vislumbrar una sola cara completamente humana, facies hominis. ¿Serán más claros para los efectos de la psicología los días de lluvia que los de sol? ¡Qué espanto si la conseja del vulgo fuera cierta, si los trescientos sesenta y cinco días restantes tuvieran que ser iguales, como vaciados en el mismo molde, al día primero del año! ¡Trescientos sesenta y cuatro días sin sol y sin dignidad! ¡Trescientos sesenta y cuatro días sobre el fango y entre hombres! Y hoy, otro día más, lluvioso como el de ayer, con su amenaza de seguir buscando lo que ayer no encontré, lo que hoy, quizás, no alcanzaré tampoco. Y mañana... y después de mañana... y siempre, siempre...
Javier Egea (Granada, 1952 - 1999) 19 de mayo
¿Quién hubiera pensado que la 3ª planta, la habitación oscura, el urinario sucio, las hojas del diario clavado en la pared y la maceta artificial, el plástico de las flores chillonas, iban a ser testigos de aquel incandescente poderío, de tanta luz sin freno, de aquella tempestad acribillada? Después de tantos pájaros persiste en los teléfonos del aire, en alta mar aún vive y es el regreso un tramo de la vida. Existe una razón para volver a la ciudad del gozo, a la pequeña aldea de la pensión barata y las comadres raídas en la esquina. Existe una razón para aquella manzana de casas apagadas, para una turbia calle que fue la geografía de mi primer amor, el mapa donde tuvo mi gran pasión su cuna.
Existe una razón para volver. 6 de la madrugada de la calle Lucena donde los basureros y el sereno tenían su eterna cita con el café con leche y el aguardiente seco, adonde los borrachos concluían la noche soñolienta del vino repetido. 19 de mayo. Pensión Fátima en donde la pregunta del abrazo desnudo supo al fin el porqué de tanta lucha, la clave del sudor sobre las sábanas, y la virginidad redonda, amanecida, reconoció la llave de su casa madura, con una verde mano le puso rumbo exacto y la llevó a su centro y siempre siempre siempre nació allí la tormenta del esperado amor como un racimo.
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Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936) Fragmento de Luces de Bohemia Un patio en el cementerio del Este. La tarde fría. El viento adusto. La luz de la tarde, sobre los muros de lápidas, tiene una aridez agresiva. Dos sepultureros apisonan la tierra de una fosa. Un momento suspenden la tarea: Sacan lumbre del yesquero, y las colillas de tras la oreja. Fuman sentados al pie del hoyo. UN SEPULTURERO: Ese sujeto era un hombre de pluma. OTRO SEPULTURERO: ¡Pobre entierro ha tenido! UN SEPULTURERO: Los papeles lo ponen por hombre de mérito. OTRO SEPULTURERO: En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo. UN SEPULTURERO: ¡No hay que poner las cosas tan negras! OTRO SEPULTURERO: ¡Ahí tienes al Pollo del Arete! UN SEPULTURERO: ¿Y ése qué ha sacado? OTRO SEPULTURERO: Pasarlo como un rey siendo un malasangre. Míralo, disfrutando a la viuda de un concejal. UN SEPULTURERO: Di un ladrón del Ayuntamiento. OTRO SEPULTURERO: Ponlo por dicho. ¿Te parece que una mujer de posición se chifle asi por un tal sujeto? UN SEPULTURERO: Cegueras. Es propio del sexo. OTRO SEPULTURERO: ¡Ahí tienes el mérito que triunfa! ¡Y para todo la misma ley! UN SEPULTURERO: ¿Tú conoces a la sujeta? ¿Es buena mujer? OTRO SEPULTURERO: Una mujer en carnes. ¡Al andar, unas nalgas que le tiemblan! ¡Buena! UN SEPULTURERO: ¡Releche con la suerte de ese gatera! Por una calle de lápidas y cruces, vienen paseando y dialogando dos sombras rezagadas, dos amigos en el cortejo fúnebre de MÁXIMO ESTRELLA. Hablan en voz baja y caminan lentos, parecen
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almas imbuídas del respeto religioso de la muerte. El uno, viejo caballero con la barba toda de nieve, y capa española sobre los hombros, es el céltico MARQUÉS DE BRADOMÍN. El otro es el índico y profundo RUBÉN DARÍO. RUBÉN: ¡Es pavorosamente significativo que al cabo de tantos años nos hayamos encontrado en un cementerio! EL MARQUÉS: En el Campo Santo. Bajo ese nombre adquiere una significación distinta nuestro encuentro, querido Rubén. RUBÉN: Es verdad. Ni cementerio ni necrópolis. Son nombres de una frialdad triste y horrible, como estudiar Gramática. Marqués, ¿qué emoción tiene para usted necrópolis? EL MARQUÉS: La de una pedantería académica. RUBÉN: Necrópolis, para mí es como el fin de todo, dice lo irreparable y lo horrible, el perecer sin esperanza en el cuarto de un Hotel. ¿Y Campo Santo? Campo Santo tiene una lámpara. EL MARQUÉS: Tiene una cúpula dorada. Bajo ella resuena religiosamente el terrible clarín extraordinario, querido Rubén. RUBÉN: Marqués, la muerte muchas veces sería amable si no existiese el terror de lo incierto. ¡Yo hubiera sido feliz hace tres mil años en Atenas! EL MARQUÉS: Yo no cambio mi bautismo de cristiano por la sonrisa de un cínico griego. Yo espero ser eterno por mis pecados. RUBÉN: ¡Admirable! EL MARQUÉS: En Grecia quizá fuese la vida más serena que la vida nuestra... RUBÉN: ¡ Solamente aquellos hombres han sabido divinizarla! EL MARQUÉS: Nosotros divinizamos la muerte. No es más que un instante la vida, la única verdad es la muerte... Y de las muertes, yo prefiero la muerte cristiana. RUBÉN: ¡Admirable filosofía de hidalgo español! ¡Admirable! ¡Marqués, no hablemos más de Ella! Callan y caminan en silencio. Los SEPULTUREROS, acabada de apisonar la tierra, uno tras otro beben a chorro de un mismo botijo.[…]
RUBÉN: Marqués, ¿córno ha llegado usted a ser amigo de Máximo Estrella? EL MARQUÉS: Max era hijo de un capitán carlista que murió a mi lado en la guerra. ¿Él contaba otra cosa? RUBÉN: Contaba que ustedes se habían batido juntos en una revolución, allá en Méjico. EL MARQUÉS: ¡Qué fantasía! Max nació treinta años después de mi viaje a Méjico. ¿Sabe usted la edad que yo tengo? Me falta muy poco para llevar un siglo a cuestas. Pronto acabaré, querido poeta. RUBÉN: ¡Usted es eterno, Marqués! EL MARQUÉS: ¡Eso me temo, pero paciencia! Las sombras negras de LOS SEPULTUREROS al hombro las azadas lucientes- se acercan por la calle de tumbas. Se acercan. EL MARQUÉS: ¿Serán filósofos, como los de Ofelia? RUBÉN: ¿Ha conocido usted alguna Ofelia, Marqués? EL MARQUÉS: En la edad del pavo todas las niñas son Ofelias. Era muy pava aquella criatura, querido Rubén. ¡Y el príncipe, como todos los príncipes, un babieca! RUBÉN: ¿No ama usted al divino William? EL MARQUÉS: En el tiempo de mis veleidades literarias, lo elegí por maestro. ¡Es admirable! Con un filósofo tímido y una niña boba en fuerza de inocencia, ha realizado el prodigio de crear la más bella tragedia. Querido Rubén, Hamlet y Ofelia, en nuestra dramática española, serían dos tipos regocijados. ¡Un tímido y una niña boba! ¡Lo que hubieran hecho los gloriosos hermanos Quintero! RUBÉN: Todos tenemos algo de Hamletos. EL MARQUÉS: Usted, que aún galantea. Yo, con mi carga de años, estoy más próximo a ser la calavera de Yorik. UN SEPULTURERO: Caballeros, si ustedes buscan la salida, vengan con nosotros. Se va a cerrar. […] OTRO SEPULTURERO: ¡Ya habrá usted visto entierros! EL MARQUÉS: Si no sois muy antiguos en el
oficio, probablemente más que vosotros. ¿Y se muere mucha gente esta temporada? UN SEPULTURERO: No falta faena. Niños y viejos. OTRO SEPULTURERO: La caída de la hoja siempre trae lo suyo. EL MARQUÉS: ¿A vosotros os pagan por entierro? UN SEPULTURERO: Nos pagan un jornal de tres pesetas, caiga lo que caiga. Hoy, a como está la vida, ni para mal comer. Alguna otra cosa se saca. Total, miseria. OTRO SEPULTURERO: En todo va la suerte. Eso lo primero. UN SEPULTURERO: Hay familias que al perder un miembro, por cuidarle de la sepultura, pagan uno o dos o medio. Hay quien ofrece y no paga. Las más de las familias pagan los primeros meses. Y lo que es el año, de ciento, una. ¡Dura poco la pena! EL MARQUÉS: ¿No habéis conocido ninguna viuda inconsolable? UN SEPULTURERO: ¡Ninguna! Pero pudiera haberla. EL MARQUÉS: ¿Ni siquiera habéis oído hablar de Artemisa y Mausoleo? UN SEPULTURERO: Por mi parte, ni la menor cosa. OTRO SEPULTURERO: Vienen a ser tantas las parentelas que concurren a estos lugares, que no es fácil conocerlas a todas. Caminan muy despacio. RUBÉN, meditabundo, escribe alguna palabra en el sobre de una carta. Llegan a la puerta, rechina la verja negra. EL MARQUÉS, benevolente, saca de la capa su mano de marfil y reparte entre los enterradores algún dinero. EL MARQUÉS: No sabéis mitología, pero sois dos filósofos estoicos. Que sigáis viendo muchos entierros. UN SEPULTURERO: Lo que usted ordene. ¡Muy agradecido! OTRO SEPULTURERO: Igualmente. Para servir a usted, caballero. Quitándose las gorras, saludan y se alejan. EL
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EL MARQUÉS: Ante mis años y a la Puerta de un cementerio, no se debe pronunciar la palabra mañana. En fin, montemos en el coche, que aún hemos de visitar a un bandolero. Quiero que usted me ayude a venderle a un editor el manuscrito de mis Memorias. Necesito dinero. Estoy completamente arruinado desde que tuve la mala idea de recogerme a mi Pazo de Bradomín. ¡No me han arruinado las mujeres, con haberlas amado tanto, y me arruina la agricultura! RUBÉN: ¡Admirable! EL MARQUÉS: Mis Memorias se publicarán después de mi muerte. Voy a venderlas como si vendiese el esqueleto. Ayudémonos.
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MARQUÉS DE BRADOMÍN, con una sonrisa, se arrebuja en la capa. RUBÉN DARÍO conserva siempre en la mano el sobre de la carta donde ha escrito escasos renglones. Y dejando el socaire de unas bardas, se acerca a la puerta del cementerio el coche del viejo MARQUÉS. EL MARQUÉS: ¿Son versos, Rubén? ¿Quiere usted leérmelos? RUBÉN: Cuando los haya depurado. Todavía son un monstruo. EL MARQUÉS: Querido Rubén, los versos debieran publicarse con todo su proceso, desde lo que usted llama monstruo hasta la manera definitiva. Tendrían entonces un valor como las Pruebas de aguafuerte. ¿Pero usted no quiere leérmelos? RUBÉN: Mañana, Marqués.
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