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Luces de Bohemia Instituto Cervantes de Praga
Encuentros Literarios - Literární setkání
Litera et labora Literatura a práce Praga 25.03.2013 Lectura de textos a cargo de: Mónica Márquez Mariana Gil Elena Buixaderas Jana Mrkvová Ondřej Nekola Petra Vavroušová Eufrasio Lucena
Tania Orozco Standa Skoda Luis Badía Jorge Ramos Vít Pokorný Rafa Zaragoza Standa Škoda
9 años
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Invitado/host: Jaroslav Žváček Música/hudba: Ernesto Javier Beltrán & kamarádi Fabio Morábito (Alejandría, 1955, poeta mejicano) Mi padre siempre trabajó en lo mismo. Él tan voluble, que entró y salió de tantas compañías, toda la vida trabajó en el plástico, tal vez porque nació donde no había montañas, en un país que no era el suyo, y lo sedujo una materia así, desmemoriada de su origen, que sabe regresar a su contorno como el cuerpo y que se saca de lo más profundo: del petróleo, donde se borran los países. Porque mi padre aprecia, en las personas y las cosas, que sean flexibles. …Tal vez por eso lo sedujo el plástico, que viene de lo más profundo, del último escalón del mundo que alcanzamos,
de donde sube el sueño de una vida adolescente y mágica, irrompible, sin esos nudos que en la superficie delatan un penoso crecimiento. Lo que nos viene de lo más profundo, nos viene como un soplo o como un sueño, y a los que me inquirían sobre qué hacía mi padre, toda la vida contesté: trabaja en materiales plásticos, como una fórmula esotérica. ¿Toda la vida yo también trabajaré en lo mismo, en la escritura, en la palabra plástica y no rígida, que es la palabra que se saca de lo más profundo? ¿De qué petróleo íntimo nos salen las palabras que escribimos y a qué profundidad brota el estilo sin esfuerzo?
Voluble como él, nacido donde le tocó nacer, busco lo mismo: una lisura que no existe, una materia fácil como un soplo, algo que dicho y repetido no se arrugue y vuelva exactamente a su contorno. Roberto Mariani (Buenos Aires, 1893 - 1946) Balada de la oficina Entra. No repares en el sol que dejas en la calle. Él está caído en la calle como una blanca mancha de cal. Está lamiendo ahora nuestra vereda; esta tarde se irá enfrente. No repares en el sol. Tienes el domingo para bebértelo todo y golosamente, como un vaso de rubia cerveza en una tarde de calor. Hoy, deja el perezoso y contemplativo sol en la calle. Tú, entra. […] ¿Qué podrías hacer en la calle? ¿No tienes vergüenza, estúpido sentimental, regodearte con el sol como un anciano blanco, y esqueletoso, y centenario? […] Entra, entra. Entra; penetra en mi vientre, que no es oscuro, porque, ¡mira cuántos Osram flechan sus luminosos ojos de azufre encendido como pupilas de gata! Penetra en mi carne, y estarás resguardado contra el sol que quema, el viento que golpea, la lluvia que moja y el frío que enferma. Entra; así tendrás la certeza —que dará paz a tu espíritu— de obtener todos los días pan para tu boca y para la boca de tus pequeñuelos.[…] Yo daré para ellos pan y leche; no temas; mientras tú estés en mi seno, y no desgarres las prescripciones que tú sabes, jamás faltará a tus pequeñuelos, ¡los pobres!, ni pan, ni leche, para sus ávidas bocas. Entra; acuérdate de ellos; entra. Además, cumplirás con tu deber. Tu deber. ¿Entiendes? El trabajo no deshonra, sino que ennoblece. La Vida es un Deber. El hombre ha nacido para trabajar. Entra; urge trabajar. La vida moderna es complicada como una madeja con la que estuvo jugando un gato joven. Entra; siempre
hay trabajo aquí. No te aburrirás; al contrario, encontrarás con qué matizar tu vida. (Además de que es tu Deber). Entra. Siéntate. Trabaja. Son cuatro horas apenas. Cuatro horas. Pero, eso sí: nada de engañifas ni simulaciones ni sofisticaciones. ¡A trabajar! Si tu labor es limpia, exacta y voluntariosa —voluntariosa sobre todo—, los jefes te felicitarán. Tú estás sano; puedes resistir estas cuatro horas. ¿Has visto cómo las has resistido? Ahora vete a almorzar. Y vuelve a hora cabal, exacta, precisa, matemática. ¡Cuidado! Porque si todos se atrasaran, se derrumbaría la disciplina, y sin disciplina no puede existir nada serio. Otras cuatro horas al día. Nadie se muere trabajando ocho horas diarias. Tú mismo, dime: ¿no has estado remando el domingo once o doce horas, cansando los músculos en una labor con el agua que me abstengo de calificar por el ningún remordimiento que se obtiene? ¿Ves tú? ¡Y con inminente peligro de ahogarte! Yo sólo te exijo ocho horas. Y te pago, te visto, te doy de comer. ¡No me lo agradezcas! Yo soy así. Ahora vete contento. Has cumplido con tu Deber. Ve a tu casa. No te detengas en el camino. Hay que ser serio, honesto, sin vicios. Y vuelve mañana, y todos los días durante 25 años; durante los 9.125 días que llegues a mí, yo te abriré mi seno de madre; después, si no te has muerto tísico, te daré la jubilación. Entonces, gozarás del sol, y al día siguiente te morirás. ¡Pero habrás cumplido con tu Deber! Gloria Fuertes (Madrid, 1917 - 1998) Labrador Labrador, ya eres más de la tierra que del pueblo. Cuando pasas, tu espalda huele a campo, ya barruntas la lluvia y te esponjas, ya eres casi de barro. De tanto arar, ya tienes dos raíces debajo de tus pies heridos y anchos. Madrugas, labrador, y dejas tierra de huella sobre el sitio de tu cama,
a tu mujer le duele la cintura por la tierra que dejas derramada. Labrador, tienes tierra en los oídos, entre las uñas tierra, en las entrañas; labrador tienes chepa bajo el hombro y es tierra acumulada, te vas hacia la tierra siendo tierra los terrones te tiran de la barba. Ya no quiere que siembres más semillas, que quiere que te siembres y te vayas, que el hijo te releve en la tarea; ya estás mimetizado con la parva, estás hecho ya polvo con el polvo de la trilla y la tralla. Te has ganado la tierra con la tierra no quiere verte viejo en la labranza, te abre los brazos bella por el surco échate en ella, labrador, descansa. Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) Fragmento de La tía Julia y el escribidor -Un amigo: Pedro Camacho, boliviano y artista. Pedro Camacho, encargado de todos los teleteatros de la Radio Central, sí que se tomaba su trabajo en serio. Siempre hablaba de su escritura como “el arte”. Era un hombre de pasiones, de amor u odio. Una de sus características salientes era la aversión a determinado pueblo latinoamericano: “Su odio a los argentinos en general, y a los actores y actrices argentinos en particular, parecía desinteresado.” Otra, la costumbre de tomar té de yerbaluisa y menta. Y otra, la seriedad con que preparaba sus historias. Camacho se había comprado un mapa de Lima para poder situar en concreto los escenarios de sus obras. Precisaba clasificar cada barrio por sus componentes más prototípicos, para decir con mayor representatividad y economía las cualidades de cada personaje: “No me interesa toda la gente que compone cada barrio, sino la más llamativa, la que da a cada sitio su perfume y su color. Si un personaje es ginecólogo debe vivir donde le
corresponde y lo mismo si es sargento de la policía. (…) Me sometió a un interrogatorio prolijo y divertido (para mí, pues él mantenía su seriedad funeral) sobre la topografía humana de la ciudad y advertí que las cosas que le interesaban más se referían a los extremos: millonarios y mendigos, blancos y negros, santos y criminales. Según mis respuestas, añadía, cambiaba o suprimía iniciales en el plano con un gesto veloz y sin vacilar un segundo, lo que me hizo pensar que había inventado y usaba ese sistema de catalogación hacía tiempo. ¿Por qué había marcado solo Miraflores, San Isidro, la Victoria y el Callao? -Porque, indudablemente, serán los escenarios principales -dijo, paseando sus ojos saltones con suficiencia napoleónica sobre los cuatro distritos-. Soy hombre que odia las medias tintas, el agua turbia, el café flojo. Me gustan el sí o el no, los hombres masculinos y las mujeres femeninas, la noche o el día. En mis obras hay aristócratas o plebe, prostitutas o madonas. La mesocracia no me inspira y tampoco a mi público.” Ray Loriga (Madrid, 1967) Fragmento de Ya solo habla de amor (dramatizado)
SUIZO—.[...] ¿A qué se dedica? SEBASTIAN —Soy escritor. SUIZO —Qué bueno, menuda imaginación debe de tener. Yo me he leído un libro pero no creo que sea el suyo. SEBASTIAN —No lo creo. SUIZO —Se llama El zen y arte de reparar motocicletas. Muy bueno, muy... profundo. Lo he leído unas cien veces. Me gustan mucho las motos. También me gustaría leer más, al menos otros dos libros más, pero no tengo mucho tiempo. Tal vez si me regala uno suyo... SEBASTIAN —No llevo encima ninguno. SUIZO —Ya me imagino... Joder, escritor, qué bonito, eso que escriben es todo
inventado, ¿no? SEBASTIAN —Casi todo. SUIZO —Debe de ser la hostia, inventarse cosas, yo es que no tengo imaginación. Veo lo que tengo delante... ¿sabe cómo le digo? Lo que tengo delante me interesa y lo que no tengo delante ni lo veo. Eso dice mi madre. Hijo, es que lo que no tienes delante ni lo ves... Creo que es verdad. Por eso me va bien con las mujeres. Cuando las tengo delante es que no pienso en otra cosa y eso ellas lo agradecen. SEBASTIAN —Lo entiendo..., es muy de agradecer. SUIZO —Y tanto... Hay muchas mujeres ahí fuera que sólo quieren que las vean, que las toquen, que las agarren de verdad. Yo cuando estoy, estoy, y cuando me voy, me voy. Y si estoy jugando al tenis estoy jugando al tenis, ¿sabe cómo le digo? SEBASTIAN —Lo sé muy bien. SUIZO —Y eso de escribir, ¿cómo es? Algún día me gustaría a mí escribir algo, pero no sé muy bien cómo se hace. SEBASTIAN —Yo tampoco. SUIZO —Venga, hombre, si es escritor algo sabrá. Se lo inventa uno, o va contando las cosas que le pasan. Porque yo podría contar un montón de cosas. Pero no tengo tiempo. Yo es que cada día me lío haciendo mil cosas. SEBASTIAN —Todo el mundo piensa que su vida podría ser una novela. SUIZO —¿Y no es verdad? SEBASTIAN —No. Una novela es una novela. No tiene nada que ver con la vida. Usted no podría escribir nunca un libro. SUIZO —¿Sabe lo que es hacer un recto? SEBASTIAN —¿Un qué? SUIZO —Un recto, yo es que he corrido un poco en moto. Un recto es cuando por una cosa o por otra te comes la curva y, en vez de trazar, te vas derecho hasta el otro lado. SEBASTIAN —Y eso qué tiene que ver... SUIZO —¿Con lo que hablábamos? Nada... Es que a mí esto de la literatura me aburre un poco mortalmente, pero usted me cae muy bien. En esta fiesta hay mucho
gilipollas y créame que los conozco a casi todos. Además, nunca había hablado con un escritor... y es más divertido que hablar con un banquero. Alessandra Molina (La Habana, 1968) Un cierto día Mejor hubiera sido compartir el espanto de las oficinistas cuando algún ratoncito se cuela en sus papeles. Una a otra despeinan sus cabezas, cuelgan de las clavículas, juntando bien los puños hacen cuatro escalones. Es un pavor tremendo, un terror al ratón que busca un orificio, baten sayas, se agitan, juran que la colita les roza todo el cuerpo. Su terror de oficina es también primer llanto de la adulta, es también su bautismo, se nace a la mujer, a las mujeres, se está sobre una mesa con ese cuerpo inmenso, delicado, con la inmensa cartera. Un miedo de epidermis que si va a lo profundo salta como cortezas. Basta actuarlo una vez, un cierto día, en la hora por siempre señalada, ante un espectador, ante sus brazos. Ay de lo que te aguarda, ay de lo que te elige, ay de aquello que espantes, si a ti no te fue dado, si no jugaste nunca ese miedo al ratón y sus múltiples poses. José María Rodríguez Méndez (Madrid, 1925-2009) Fragmento de Los inocentes de la Moncloa ANA MARI.– (Acude solícita.) ¿Qué te pasa? ¿Te mareas? JOSÉ LUIS.– No es nada. Los nervios. ANA MARI.– (Tierna.) Yo me voy en seguida. Descansa un poco. No puedes vivir así... Esta tarde iremos a dar un paseo...
JOSÉ LUIS.– No sé si podrá ser... Tengo que pasar seis temas... ANA MARI.– Un paseo te despejará. Y hace muy buen tiempo... Un paseo por Rosales. JOSÉ LUIS.– Sí que me vendría bien... ANA MARI.– Vas a caer malo, como ese chico... JOSÉ LUIS.– Mira que si cayera malo ahora... ANA MARI.– No lo querrá Dios... JOSÉ LUIS.– No puedo más... ANA MARI.– (Levantándose bruscamente.) Te voy a hacer una taza de nescafé. En mi habitación tengo. JOSÉ LUIS.– No; ya he tomado. ANA MARI.– Pues una pastilla de ésas... JOSÉ LUIS.– No; si lo que yo necesito es..., es... sacar la oposición... ANA MARI.– Dentro de un mes «somos» notarios. Ya lo verás. JOSÉ LUIS.– ¿Un mes? Si sólo el primer ejercicio dura seis meses entre unas cosas y otras. Y luego, los otros ejercicios. Y luego... ANA MARI.– Bueno; pues dentro de un año... JOSÉ LUIS.– Pon año y medio en el mejor de los casos... ANA MARI.– Año y medio..., año y medio, Dios bendito... Esto es como una pesadilla... JOSÉ LUIS.– Pero ¿qué quieres que hagamos? ANA MARI.– Ojalá viniera un vendaval y nos llevara a todos de una vez. […] DOÑA ROSA.– Don José Luis, preguntan por usted. JOSÉ LUIS.– (Asustado, mira a ANA MARI.) ¿Quién será? DOÑA ROSA.– (Sin entrar.) Bueno, ¡qué! JOSÉ LUIS.– Que pase... (A ANA MARI.) ¿Quién será? VOZ.– (Fuera.) Soy yo, Pepe Luis; soy yo... (Se abre la puerta ante un hombre de unos veintitantos años, despeinado a la europea y con aire de paleto amundanado.) ANA MARI y JOSÉ LUIS.– ¿Tú? SANTANA.– Sí, soy yo. No me esperabais, ¿eh? Estoy de paso por los Madriles y no me
quería ir sin verte, Pepe Luis. ANA MARI.– Ahora mismo, pero lo que se dice ahora mismo, estábamos hablando de ti, Santana. SANTANA.– (Sentándose.) Bueno. ¿Y qué? ¿Cómo os va? JOSÉ LUIS.– Ya lo ves. (Señala el montón de papeles.) SANTANA.– Ya veo, ya. ¿Y qué, animado? ANA MARI.– Le toca pasado mañana. Está deshecho. SANTANA.– Bueno; pues no te molestaré, chaval. Tampoco quería irme sin verte. Me marcho en seguida. Quería decirte que conozco a dos tíos del Tribunal. ANA MARI.– ¿Sí? SANTANA.– (Con cierto énfasis.) Sí... Dos compañeros... JOSÉ LUIS.– Pues vaya sorpresa... SANTANA.– (Siempre en su papel de notario.) A ver si podemos hacer algo... Tienes que ser notario como yo... Empezamos juntos a preparar la oposición. ANA MARI.– Tú tuviste suerte, Santana... Eso mismo estábamos diciendo hace un momento... SANTANA.– ¡Psch!... De todo hubo. ANA MARI.– (Agresiva.) Sobre todo, suerte. JOSÉ LUIS.– Oye. Y dime: ¿y te ha compensado? SANTANA.– (Con orgullo.) ¿Que si me ha compensado? No podéis imaginar- lo. Tengo un seiscientos. Ahora estoy en la notaría de Ecija. Cincuenta mil duros largos. Como lo oís. Ahora vengo de la Costa Azul. ANA MARI.– ¿Te has casado ya? SANTANA.– Todavía es pronto. ¿Sabéis que soy uno de los notarios más jóvenes de España? Mentira me parece que hace sólo unos años estuviera así... (Señala los papeles.) JOSÉ LUIS.– (Acusando el golpe con resignación.) Pues ya lo ves... ANA MARI.– (Hosca.) Dichosa suerte la tuya. (Pausa violenta. SANTANA mira con altivez todo.) SANTANA.– (Con afectación.) Pero tú las sacas esta vez. Ya verás... JOSÉ LUIS.– Quiera Dios.
ANA MARI.– Debe ser emocionante eso de verse notario, ¿verdad? SANTANA.– No te lo puedes imaginar. ANA MARI.– Díselo a éste. ¡Anda más mustio! JOSÉ LUIS.– (Protestando.) Di que no. Estoy potente. Poniendo «delantalitos» nada más... SANTANA.– Los «delantalitos» son lo que más hace, tú. Impresionan al tribunal. JOSÉ LUIS.– Tengo aquí apuntados muchos. Oye, ¿tú tienes alguno? SANTANA.– ¿Yo...? Lo tiré todo, lo quemé todo, lo olvidé todo en cuanto saqué la bicoca. A ver... Ahora ni leo el periódico siquiera. Me estoy embruteciendo a base de bien. Me lo merezco, ¿no? ANA MARI.– (Entusiasmada.) ¡Hombre!, claro... SANTANA.– Eso harás tú en cuanto las saques. Verás. Te entrará un asco de todo esto... (Coge un papel y lee.) «La enfiteusis...» ¡Puaf! (Lo tira con gesto de desagrado.) JOSÉ LUIS.– (Disponiéndose a recitar.) La enfiteusis... SANTANA.– ¡Eh, tú; no sueltes ahora el rollo! Tranquilo, muchacho; tranquilo. ANA MARI.– A éste no hay quien le tranquilice. ¡Ay, si tuviera tu calma!... Que fuiste a la oposición como el Bomba... SANTANA.– ¿Te acuerdas? ANA MARI.– Claro que me acuerdo. Y de que estuvimos de panda toda la noche antes, y moña que la cogimos... Dile eso a éste... ¡Más «acobardao» está!... SANTANA.– ¿De verdad? ¡No digas, chaval! Tranquilo; tú, tranquilo, y la plaza es tuya. A embrutecerte, a no pensar. A amontonar dinerito... ANA MARI.– ¡Qué felicidad!
Ángel González (Oviedo, 1925 – Madrid, 2008) Fragmento de Nota necrológica El perfecto funcionario, el ciudadano honesto, tras largos años de servicios al Estado y el onanismo -era de estado viudo-, había logrado con el tiempo una estructura ósea funcional perfectamente adaptada al pupitre sobre el que se inclinaba cada día ocho horas (desde las nueve en punto de todas las mañanas, desde el centro ferviente de todos sus deseos), ocho horas, sabedlo, ocho diarias horas dedicadas a delicadas manipulaciones con míticos papeles que él no osaba comprender, pero que resumía en el Libro Registro con grácil perfección de pendolista. Un esqueleto así, una paciencia tan valiosa, un talento llevado hasta los límites más fértiles de su especialidad: caligrafía, una puntualidad tan bien lograda, un temblor tan notorio ante los jefes, no podían quedar sin recompensa. Y de este modo obtuvo los ascensos que marca el Reglamento, el derecho a pagar mensualmente la cuota titulada del Seguro de Vejez (luego es seguro -pensabaque si pago por esto moriré muy anciano, ya no hay duda), la percepción del Plus de Carestía
de Vida (es formidable: la vida sube, es cierto, pero en cambio todo – y aún hay quien protestaestá previsto), y un sin par privilegio consistente en el deber de usar corbata, y hasta de afeitarse tres veces por semana. […] Y en fin para qué más. Su biografía -es decir, su expedientese cerró un día de brumoso enero. El asma pudo con su tesón y la costumbre y logró sujetar ya para siempre aquel cuerpo que iba y que tosía cada mañana en punto hacia la mesa, cada jornada entera hasta muy tarde. […] Solamente su nombre y su apellido de teórico ser civil y humano dan fe de una existencia inexistente, cubren las apariencias de una vida que nunca fue más real que ahora, cuando al olvido que incide en su memoria se opone el fiel contraste de la muerte. Enrique Serna (México, 1959) Fragmento de Hombre con Minotauro en el pecho Tenía 16 años cuando mis hormonas declararon la guerra al arte contemporáneo. Una mancha de vellos negros cubrió primero las piernas del minotauro, subió desde ml ombligo hacia donde comenzaba la cabeza de toro y acabó sepultando el dibujo bajo una densa maraña capilar. La señora Reeves no había previsto que su propiedad se convertiría en un hombre de pelo en pecho. Desesperada, intento rasurarme con una navaja, pero desistió al hacerme una cortadita que —para desgracia suya y regocijo mío-borró la de la firma de Picasso. Después de abofetearme como si yo tuviera la culpa de lo que hacían mis glándulas... Vinieron en su auxilio varios expertos en conservación de pintura. Para ellos el problema no era técnico sino estético. Lo de menos era depilarme con cera, pero ¿tenían derecho a interrumpir la evolución de una obra concebida para
transformarse a través del tiempo? ¿Habría utilizado Picasso la piel humana si no hubiese querido que los pelos ocultaran el tatuaje cuando yo creciera? Un poeta que se jactaba de su amistad con el pintor dirimió la cuestión. A su juicio, los pelos cumplían la misma función que los boletos del metro y las cajetillas de cerillos en los cuadros de la época del cubismo sintético pintados en colaboración con Bracque. Eliminarlos sería un crimen de lesa cultura, una bestialidad tan horrible como rasurar a la Mona Lisa bigotona de Marcel Duchamp. Temiendo que la señalaran como enemiga de la vanguardia, la señora Reeves aceptó dejar el minotauro cubierto de vello. Creí que había llegado el momento de mi liberación ¿A quién le interesaría un Picasso invisible? No había considerado que la canalla de las artes plásticas, cuanto menos disfruta una obra, más la enaltece y mitifica. Si el minotauro desnudo había causado sensación, tapizado de pelos alcanzó un éxito espectacular. Ensoberbecida, la señora Reeves se comparaba con la señora de Guermantes: daba tres cócteles a la semana y aún así tenía en lista de espera a cientos de socialités que se disputaban el privilegio de NO VER el tatuaje. Ahora los gorgeous eran demenciales, eufóricos, y algunos invitados que no se conformaban con elogiar lo inexistente me acariciaban la pelambre del pecho arguyendo que la intención de Picasso había sido crear un objeto para el tacto. De las caricias masculinas me defendía con patadas y empujones, pero mis rabietas entusiasmaban a los agredidos en vez de aplacarlos y había quienes exigían, con permiso de la señora Reeves, que les pegara de nuevo y con más fuerza. [...] Aquella época difícil, en la que no sabía si refrenar o desatar mi agresividad, terminó providencialmente cuando la señora Reeves sufrió un ataque de embolia que la llevó al otro mundo. [...] Fui donado al museo de su pueblo natal (New Blackwood, North Carolina) "con el deseo de que mis coetáneos conozcan las obras más relevantes del arte moderno", según dejó escrito en una carta para las autoridades del ayuntamiento.
Federico García Lorca (Granada, 1898 - 1936) Fragmento de Oda a Walt Whitman Por el East River y el Bronx los muchachos cantaban enseñando sus cinturas, con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo. Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas y los niños dibujaban escaleras y perspectivas. Pero ninguno se dormía, ninguno quería ser el río, ninguno amaba las hojas grandes, ninguno la lengua azul de la playa. Por el East River y el Queensborough los muchachos luchaban con la industria, y los judíos vendían al fauno del río la rosa de la circuncisión y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados manadas de bisontes empujadas por el viento. Pero ninguno se detenía, ninguno quería ser nube, ninguno buscaba los helechos ni la rueda amarilla del tamboril. Cuando la luna salga las poleas rodarán para tumbar el cielo; un límite de agujas cercará la memoria y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan. Francisco Garzón Céspedes (Cuba, 1947) Cuentos para conseguir empleo
ACERTIJO No tomó las precauciones para llegar media hora antes a la entrevista de trabajo y esperar para ser puntual. Llegó media hora después. Le entrevistaron, aunque ya no iban a elegirle, ¿porque era más sencillo hacerlo que tener que escuchar sus justificaciones y ruegos?, ¿o por no enfrentar su enfado?
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CRECIMIENTO Llegó a la entrevista de trabajo y casi se acostó en el asiento, como en casa, como en el aula. El entrevistador supo que no había superado la adolescencia. INVASIÓN Se sentó sin que se lo indicaran y acercó la silla al entrevistador pasando del espacio social al espacio personal, en aquel caso, inadecuado. El entrevistador se sintió invadido y decidió que una persona así generaría continuas molestias. PELIGROSIDAD A lo largo de la entrevista de trabajo fue moviendo la silla del espacio social, en que la halló, al espacio personal, y, de éste, al espacio íntimo. El entrevistador se sintió acosado sexualmente y pensó que alguien, en disposición de todo para conseguir sus objetivos, era un peligro público. PROFUNDIDAD Contestó a cada una de las preguntas con el tópico que consideró más original. El entrevistador no le eligió porque no logró visualizarle. REACCIÓN Capacidades técnicas, tenía. El entrevistador, que buscaba algo más urgente, algo más intangible, dejó caer el lápiz que fue a quedar entre los dos. Y tuvo que recogerlo por sí mismo del suelo a pesar de su brazo escayolado. RESPETO Cuando en la entrevista de trabajo le trataron de “usted”, respondió tratando al entrevistador, treinta años mayor, de “tú”. El entrevistador supo que confundía la igualdad
con el igualitarismo, y que no reconocía los niveles de responsabilidad, trayectoria, calidad y experiencia de los otros. RITO Entró, como acostumbraba dondequiera, sin autorización y sin ni siquiera haber tocado a la puerta. El entrevistador supo que no era capaz de cumplir los ritos de iniciación para establecer con los otros una relación armoniosa. Luis Landero (Badajoz, 1948) Juegos de la edad tardía Gregorio reprimió un grito de estupor. De un salto desapareció en el portal, acompasó la respiración, cerró los ojos y recordó sin esfuerzo un día de primavera de hacía catorce años, cuando por un anuncio de periódico se presentó ante una casa antigua de dos pisos con techo a dos aguas. Había una verja con rosas y un sendero de arena que iba a dar al portón cerrado de un garaje. Lo atendió un hombre vestido de riguroso negro que en ningún momento dejó de mostrar sorpresa, tanta que a cada palabra del aspirante se erguía adelgazando la expresión y mirándolo desde su ámbito de pájaro rapaz. Estaban al fondo del garaje, donde había sólo una mesa y dos sillas. —¿Es usted protestante? —No. —¿Se abstiene de fumar? —No. —¿Sabe escribir a máquina? —Algo —y echó una mano a un lado para moderar la afirmación. —¿Se considera un excelente mecanógrafo? —No. Siguió un silencio valorativo. El hombre fumaba y abría la boca sin tragarse el humo. —Hay muchos candidatos —dijo al fin, como una deducción. —Comprendo. —¿Por qué cambia de trabajo? —Quebró la empresa.
—¿Qué edad tiene? —Treinta y dos. —¿Tiene alguien que le presente, un valedor? — No. —¿Cuál es su nombre? —Gregorio Olías. —Olías —repitió el otro—. ¿Conoce algo de vinos y aceitunas? — No. Con un dedo, pálido de escrúpulo, le fue mostrando los útiles de trabajo: un rollo de cuerda, una máquina de escribir, una barra de lacre, una lamparilla de alcohol. —Bien, en el caso de que lo admitamos, dentro hay tijeras y material de escritorio. No tendría más que ocuparse de clasificar y despachar la correspondencia, empaquetar muestras y quizás algún día atender el teléfono. —¡Perfecto! —se animó Gregorio. Después de quedarse meditabundo (y parecía que estuviese haciendo un acto de contrición), el hombre de negro miró a Gregorio con ojos desapasionados, como buscando en él un motivo todavía incomprensible de diversión o asombro. —¿Posee usted ambiciones? —preguntó de pronto, midiendo cada una de sus palabras y echándose bruscamente atrás, como maravillado del producto final de todas ellas. —Bueno —contestó Gregorio, con cierta travesura de gestos—, lo normal.[…] —Bien, dejémoslo —dijo al fin el de negro, tras un silencio difícil. Se refrescó los labios antes de proseguir: «¿Tiene hijos?». —No. —¿Bebe alcohol? —No. —¿Sabe idiomas? —No. —¿Ha viajado? —No. —¿Sufre alguna enfermedad? — No. —¿Ha acabado el bachiller?
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—Bueno... — se removió Gregorio en el asiento. —¿Ha acabado el bachiller? — No. El hombre de negro lo miró con preocupación. —¿Ha oído antes hablar de Requena y Belson? — No — se disculpó Gregorio. El otro cerró los ojos. Una sombra de infinito cansancio le oscureció la frente. […] Seis días después, Gregorio recibió una carta. Dentro había una citación para comenzar a trabajar al día siguiente y un catálogo de «Productos R. y Belson, vinos y aceitunas». Tal fue el principio de los catorce años en que ocupó una mesa al fondo del garaje, bajo una bovedilla de luces por donde paseaban las palomas y que en mañanas distorsionaba el aire en tornasoles acuáticos. Fernando San Basilio (Madrid, 1970) Fragmento de El joven vendedor y el estilo de vida fluido De pronto ha llegado la hora de salir, los treinta minutos de Israel, la primera hora de su Jornada de trabajo ha pasado como un suspiro e Israel comprende que esto se debe a su nuevo estado de ánimo —camino de la fluidez— y a que ahora todo es maravilloso, o es susceptible de serlo. La persona de estilo de vida fluido no permite que un complicado, arbitrario y fastidioso sistema de turnos gobierne su vida, y aunque esto es exactamente lo que le ocurre a Israel, la buena noticia es que este estado de cosas es susceptible de cambiar. El estado de cosas es el siguiente: el corner de Fitchercrombie permanece abierto doce horas al día sin interrupción, de lunes a sábado, e Israel y Jacobo son los dos únicos empleados. Hay tres tipos de semana: la semana I —Israel libra el sábado—, la semana J —Jacobo libra el sábado— y la semana N, nadie libra el sábado. Para librar un sábado hay que
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trabajar ocho horas al día, de lunes a viernes, ya sea de diez de la mañana a seis de la tarde, o de dos de la tarde a diez de la noche. La persona que trabaja el sábado trabaja todo el sábado, de diez de la mañana a diez de la noche, pero de lunes a viernes sólo trabajará cinco horas y media, lo cual hace un total de treinta y nueve horas y media semanales. Hay dos tipos de semana N: la semana NI, en la que Israel trabaja seis horas al día de lunes a sábado y Jacobo seis horas y media, y la semana NJ, en la que Israel y Jacobo cambian sus papeles. Las horas no trabajadas en una semana NI (cuatro para Israel y una para Jacobo) y en una semana NJ (cuatro para Jacobo y una para Israel), y la media hora no trabajada que Israel ha generado en una semana J y Jacobo en la semana I se acumulan en una provisión de fondos —cinco horas y media mensuales por empleado— de la cual se dispondrá para abrir cuatro domingos al año. Parte fundamental del trabajo de Israel y Jacobo consiste en saber en qué tipo de semana se encuentran. Todo este laborioso y apretado conjunto de ideas se le ha ocurrido al FCM, que se llama Isaac, suma cuarenta y cinco años y siempre — siempre— busca lo mejor para todos. FCM: Fitchercrombie Corner Manager. […] Al FCM Isaac le gustaría que la hora y media de trabajo que Israel y Jacobo comparten en una semana I o en una semana J, o la media hora que comparten en cualquier semana N , fueran utilizadas, por ejemplo, para crear sinergias, pero Israel y Jacobo prefieren hablar de sus cosas, doblar artículos con una sola mano y turnarse para salir a tomar café o incluso para salir a comer. Jordi Galcerán (Barcelona, 1964) Fragmento de El método Grönholm Enrique saca una cajita de caramelos. ENRIQUE: ¿Un mentolín? FERNANDO: No, gracias. ENRIQUE: Yo no tenía muchas esperanzas de
llegar hasta aquí. Vengo de una empresa pequeña, y esto es... Bueno, en todo esto de los muebles y el bricolaje, es la segunda del mundo. FERNANDO: Una empresa es una empresa. ENRIQUE: Sí, pero yo nunca he trabajado en una multinacional. ¿Y tú? FERNANDO: Yo he trabajado en muchos sitios. ENRIQUE: Y las condiciones son increíbles. El sueldo es... Bueno, no sé que debes ganar tú, pero yo casi doblaría... Me preocupaba llegar tarde. Estaba ya en la Castellana, parado, y pensaba, llegarás tarde y quedarás fatal. Estas cosas son importantes. A veces, son los pequeños detalles los que inducen a tomar una decisión. Yo he contratado gente y, al final, lo que me lleva a decidir son los pequeños detalles. La manera de vestir, la forma cómo me han dado la mano... Y el coche. Siempre que puedo los acompaño hasta su coche. Un coche dice mucho de su propietario… Un coche, habla. A veces te encuentras con un tipo que parece muy aseado y tiene el coche hecho una mierda. FERNANDO: Tranquilo. No has llegado tarde. Por la puerta doble entran Mercedes Degás y Carlos Bueno. Treinta y pocos. Mercedes lleva un elegante traje chaqueta. Carlos, más informal, pantalones y americana sport, sin corbata. Pendiente en una oreja. CARLOS: (A Mercedes) Pasa, pasa. MERCEDES: No, pasa tú. CARLOS: Por favor. MERCEDES: (Sonriendo) ¿Por qué? ¿Por qué soy una mujer? CARLOS: Sí, porque eres una mujer. MERCEDES: De acuerdo, paso. Pero no porque sea una mujer. (A los otros) Buenas tardes. FERNANDO y ENRIQUE: Buenas tardes. CARLOS: Buenas tardes. (Presentándose) Carlos Bueno. Carlos ofrece su mano a Fernando. FERNANDO: Fernando Porta. Todos van encajando sus manos a la vez que se presentan.
MERCEDES: Mercedes Degás. ENRIQUE: Enrique Font. Todos se dan la mano. CARLOS: ¿Son ustedes quienes nos van a entrevistar? ENRIQUE: No, no, somos... entrevistados, también. CARLOS: ¿Los dos? Nosotros también. MERCEDES: ¿Y quién nos entrevista? ENRIQUE: No lo sabemos, todavía. Mercedes y Carlos dejan sus cosas. MERCEDES: Tres hombres y una mujer. Como siempre. CARLOS: El veinticinco por ciento. Políticamente correcto. MERCEDES: Siempre tan gracioso, tú. Lo siento, pero ahora lo políticamente correcto es el cincuenta por ciento. ENRIQUE: ¿Os conocéis? CARLOS: Estudiamos juntos. MERCEDES: Bueno, yo estudié un poco más que él. CARLOS: La matrículas, la llamábamos. Lo tenemos crudo con esta. ENRIQUE: ¿Lo ves? Ya te lo había dicho. Era lógico que alguien se conociese. CARLOS: ¿Y qué tenemos que hacer ahora? FERNANDO: Esperar, supongo. MERCEDES: ¿Nos harán la entrevista a los cuatro juntos? CARLOS: Eso me dijeron a mí. Una entrevista conjunta con todos los candidatos. [...]En una de las paredes laterales se abre una puertecita. Se abre de arriba hacia abajo, deteniéndose a cuarenta y cinco grados. Es como un buzón que, hasta ahora, había quedado disimulado en la pared. Mercedes es la que se encuentra más cerca de él. MERCEDES: Eh. Se ha abierto esto. Un momento de silencio. CARLOS: Pues mira a ver qué hay. Mercedes lo mira. MERCEDES: Un sobre y un cronómetro. FERNANDO: ¿Un cronómetro? MERCEDES: Digital. CARLOS: ¿Pone algo en el sobre? MERCEDES: No. ¿Lo abro? FERNANDO: ¿Y a mí qué me cuentas? No lo
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auténtico candidato. Por favor, pongan en funcionamiento el cronómetro. Es el botón de la derecha.” Y ya está. CARLOS: Cojones. ENRIQUE: A ver, un momento... O sea, uno de nosotros no es... CARLOS: Está bien claro. MERCEDES: Y tenemos que averiguar quién es. FERNANDO: Pensaba que esto sería una entrevista. MERCEDES: Yo tengo que hacer alguna cosa con el reloj. ENRIQUE: Aquí hay un candidato que no es candidato. Y tenemos que descubrir quién es. CARLOS: Eso ya lo hemos entendido. ENRIQUE: Qué buena. FERNANDO: ¿Buena? ENRIQUE: La prueba. Descubrir quién miente. Es buena, porque, claro, cuando hemos entrado, todos pensábamos que éramos iguales, que éramos candidatos, y ahora resulta que no. MERCEDES: ¿Qué, lo pongo en marcha?
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sé. Mercedes abre el sobre. MERCEDES: (Leyendo) “Buenos días y bienvenidos. Como ya les avanzamos, esta es la fase final del proceso de selección para acceder al cargo de director comercial de Dekia. Ustedes son nuestros últimos aspirantes. Sabemos que ésta no es una prueba habitual. Seguimos el protocolo establecido por nuestra central en Suecia. Si en cualquier momento consideran que alguna de las propuestas que les haremos no es aceptable para ustedes, pueden abandonar el proceso. La puerta está abierta. Sin embargo, si salen de esta sala, sea por el motivo que sea, entenderemos que renuncian a continuar aspirando al cargo. La primera prueba es la siguiente. Les hemos dicho que son los últimos aspirantes, pero no son los últimos cuatro aspirantes. Sólo hay tres auténticos aspirantes. Uno de ustedes es un miembro de nuestro departamento de selección de personal. Con el sobre han encontrado un cronómetro. Tienen diez minutos para averiguar quién entre ustedes no es un
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