131125_LdB_extraños_extranjeros

Page 1

www.lucesdebohemia.cz

Luces de Bohemia Instituto Cervantes de Praga

Encuentros Literarios - Literární setkání



Extraños extranjeros Cizí cizáci Praga 25.11.2013

9 años

Lectura de textos a cargo de:

- let

13 200la4li-te2ra0tura con añol en esp

Sigfrido Vázquez Alberto Ortiz Margarita Yanina Mónica Márquez Elena Buixaderas

Carla Mizzau Petra Vavroušová Jana Mrkvová Denisa Škodová Mirek Schlaichert

Invitado/host: Steve Fisher Música/hudba: Miram Kasem

Milan Kundera (Brno, Chequia, 1929) Fragmento de La ignorancia –¿Qué haces aquí todavía? –No había mala intención en el tono de su voz, pero tampoco era amable; Sylvie se impacientaba. –¿Y dónde quieres que esté? –preguntó Irena. –Pues ¡en tu tierra! –¿Es que no estoy en mi tierra? Por supuesto no quería echarla de Francia, ni darle a entender que era una extranjera indeseable. –¡Ya me entiendes! –Sí, ya lo sé, pero ¿olvidas que aquí tengo mi trabajo, mi casa, mis hijas? –Escúchame, conozco a Gustaf. Hará todo lo necesario para que puedas volver a tu país. En cuanto a lo de tus hijas, no me vengas con historias. ¡Ya llevan su propia vida! ¡Dios mío, Irena, lo que está ocurriendo en tu tierra es tan fascinante! En una situación así las cosas siempre acaban arreglándose.

–Pero, Sylvie, no se trata sólo de las cosas prácticas, de mi empleo y de mi casa. Vivo aquí desde hace veinte años. Es aquí donde tengo mi vida. –¡En tu país se vive una revolución! Lo dijo en un tono que no admitía réplica. Después calló. Con su silencio quería decirle a Irena que no se debe desertar ante los grandes acontecimientos. –Pero, si regreso a mi país, no volveremos a vernos nunca más – dijo Irena para poner a su amiga en un aprieto. Esa demagogia sentimental hizo mella. La voz de Sylvie se enterneció. –Querida, pero si pienso ir a verte. ¡Te lo prometo, te lo prometo! Estaban sentadas codo con codo desde hacía bastante rato ante dos tazas de café vacías. Irena vio lágrimas de emoción en los ojos de Sylvie, que se inclinó hacia ella y le apretó la mano: –Será un gran regreso –y repitió–, tu gran regreso.


Así repetidas, las palabras adquirieron tal fuerza que, en su fuero interno, Irena las vio escritas con mayúsculas: Gran Regreso. Ya no opuso resistencia: quedó prendida de imágenes que de pronto emergieron de antiguas lecturas y películas, de su propia memoria y tal vez de la de sus antepasados: el hijo perdido que reencuentra a su anciana madre; el hombre que vuelve hacia su amada, de la que le arrancó un destino feroz; la casa natal que cada cual lleva dentro; el sendero redescubierto en el que quedaron las huellas de los pasos perdidos de la infancia; el errante Ulises que vuelve a su isla tras vagar durante años; el regreso, el regreso, la gran magia del regreso. José Ángel Buesa (Cuba, 1910-República Dominicana, 1982) El extranjero «Mirad: Un extranjero...» Yo los reconocía, siendo niño, en las calles por su no sé qué ausente. Y era una extraña mezcla de susto y de alegría pensar que eran distintos al resto de la gente. Después crecí, soñando, sobre los libros viejos; corrí, de mapa en mapa, frenéticos azares, y al despertar, a veces, para viajar más lejos, inventaba a mi antojo más tierras y más mares. Entonces yo envidiaba, melancólicamente, a aquellos que se iban de verdad, en navíos de gordas chimeneas y casco reluciente, no en viajes ilusorios como los viajes míos. Y hoy, que quizás es tarde, con los cabellos grises, emprendo, como tantos, el viaje verdadero; y escucho que los niños de remotos países murmuran al mirarme: «Mirad: Un extranjero...»

Gabriel García Márquez (Aracataca, 1927) Fragmento de Cien años de soledad Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.[...] Todos los ańos, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquiades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. «Las cosas, tienen vida propia pregonaba el gitano con áspero acento-, todo es cuestión de despertarles el ánima.» José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aun más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrańar el oro de la tierra. Melquíades, que era un hombre honrado, le previno: «Para eso no sirve.» Pero José Arcadio Buendía no creía en aquel tiempo en la


honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes imantados. [...] En marzo volvieron los gitanos. Esta vez llevaban un catalejo y una lupa del tamańo de un tambor, que exhibieron como el último descubrimiento de los judíos de Amsterdam. Sentaron una gitana en un extremo de la aldea e instalaron el catalejo a la entrada de la carpa. Mediante el pago de cinco reales, la gente se asomaba al catalejo y veía a la gitana al alcance de su mano. [...] Cuando volvieron los gitanos, Úrsula había predispuesto contra ellos a toda la población. Pero la curiosidad pudo más que el temor, porque aquella vez los gitanos recorrieron la aldea haciendo un ruido ensordecedor con toda clase de instrumentos músicos, mientras el pregonero anunciaba la exhibición del más fabuloso hallazgo de los nasciancenos. De modo que todo el mundo se fue a la carpa, y mediante el pago de un centavo vieron un Melquíades juvenil, repuesto, desarrugado, con una dentadura nueva y radiante. Quienes recordaban sus encías destruidas por el escorbuto, sus mejillas fláccidas y sus labios marchitos, se estremecieron de pavor ante aquella prueba terminante de los poderes sobrenaturales del gitano. Federico García Lorca (Granada, España, 1898 – 1936) La aurora de Poeta en Nueva York La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomas que chapotean en las aguas podridas. La aurora de Nueva York gime por las inmensas escaleras buscando entre las aristas nardos de angustia dibujada. La aurora llega y nadie la recibe en su boca porque allí no hay mañana ni esperanza [posible.

A veces las monedas en enjambres furiosos taladran y devoran abandonados niños. Los primeros que salen comprenden con [sus huesos que no habrá paraísos ni amores [deshojados; saben que van al cieno de números y leyes, a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. La luz es sepultada por cadenas y ruidos en impúdico reto de ciencia sin raíces. Por los barrios hay gentes que vacilan [insomnes como recién salidas de un naufragio de [sangre. Gonzalo Pérez Irribarren (Uruguay, 1936 – 1998) El extranjero Sentía sus propios pasos resonando en el empedrado. Le encantaba caminar las noches de neblina, cuando las luces irisadas desdibujaban descascarados troncos y la sombra de las ramas se perdía sobre los frentes de las casas. […]Había vuelto a su pueblo después de años de buscar en otras tierras (¿qué?) lo que no halló en la suya. Volvía aún joven, sin cansancio, a ”la casita de los viejos” sabiendo que no estaban ya. Como tampoco estaba ya Vilma, aquella niña de cejas arqueadas y finas, labios agradables y delgados y aquella graciosa hendidura en su mentón. (Años después llegó a imaginarla como aquella joven del ”Nacimiento de Venus” de Boticelli). Ese mediodía lo habían examinado muchos ojos sin reconocerlo. Era curioso sentirse extranjero ”por fuera” y no ”por dentro”, como había sido habitual durante años. (Aunque, a decir verdad, entre los trópicos eran más receptivos a los extraños que en el sur.) Pero se sonreía pensando que él era nativo de allí, los curiosos vecinos eran probablemente recién llegados, poco menos que gente de aluvión: no tenían abuelos y bisabuelos nacidos y muertos allí mismo. No


pensaba esto por orgullo aristocrático; conocer una ciudad significa haber respirado su aliento vital en las narraciones de los tíos y abuelos, en largas horas de participación silenciosa y azorada de reuniones de mayores, en ruedas adolescentes de cafés y clubes; conocer los hechos -reales o no- de esos personajes típicos que contribuyen a configurar la personalidad de esa unidad de pasajes, calles y casas con su gente que es cada pueblo. No es lo mismo, por ejemplo, rodear en automóvil una plaza que reconocer las incisiones de sus árboles una por una, tener algunas con su nombre, asociar cada banco con una historia, cada esquina con un día de fiesta patronal o un carnaval juvenil. […]En una esquina del último depósito de cinc, bajo una luz difusa, un hombre viejo fumaba un cigarrillo mientras intentaba penetrar la neblina sobre el río con su vista. Se acercó a él y se sintió feliz de poder entablar comunicación con un desconocido. De usar el mismo lenguaje de gestos y palabras. Que aquel viejo lo mirara casi aburridamente como a un vecino más, bien conocido. Que no lo examinara interrogante con la acostumbrada pregunta en su mirada: ”¿De dónde es usted? ¿Es español? ” Luis Rius (Cuenca, España 1930 – México, 1984) Arte de extranjería Llegó aquí después o antes, a destiempo, Erró los caminos y los paralelos y los meridianos los mundos enteros. Él iba a otro mundo Llegó aquí. Extranjero fue de sus palabras y de sus silencios, de todas sus horas de su mismo cuerpo.

Él iba a otro mundo. Llegó aquí. Y ha muerto un día cualquiera, en cualquier momento, antes o después, pero no a su tiempo. Él iba a otro mundo. Lo desvió el viento. Mario Vargas Llosa (Perú, 1936) Fragmento de La guerra del fin del mundo La segunda carta […] describía el desfile dominical de las familias pudientes, dirigiéndose a oír misa a la Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción de la Playa, con sirvientes que cargaban reclinatorios, velas, misales y sombrillas para que el sol no dañara las mejillas de las damas; «éstas», decía Gall, «como los funcionarios ingleses de las colonias, han hecho de la blancura un paradigma, la quintaesencia de la belleza». Pero el frenólogo explicó a sus camaradas de Lyon, en un artículo posterior, que, pese a los prejuicios, los descendientes de portugueses, indios y africanos se habían mezclado bastante en esta tierra y producido una abigarrada variedad de mestizos: mulatos, mamelucos, cafusos, caboclos, curibocas. Y añadía: «Vale decir, otros tantos desafíos para la ciencia». Estos tipos humanos y los europeos varados por una u otra razón en sus orillas, daban a Bahía una atmósfera cosmopolita y variopinta. Fue entre esos extranjeros que Galileo Gall tuvo su primer conocido. Vivió al principio en el Hotel des Étrangers, en Campo Grande, pero luego que trabó relación con el viejo Jan van Rijsted, éste le cedió un desván con un catre y una mesa, en los altos de la Librería Catilina, donde vivía, y le consiguió clases particulares de francés e inglés para que se costeara la comida. Van Rijsted era de origen holandés, nacido en Olinda, y había traficado en cacao, sedas, especies, tabaco, alcohol y armas entre Europa, África y América desde los catorce


años (sin haber ido a la cárcel ni una vez). No era rico por culpa de sus asociados que le habían robado buena parte de sus tráficos. […] Era soltero, pero había vivido con una muchacha de ojos árabes, treinta años menor que él, de sangre egipcia o marroquí, de la que se había prendado en Marsella. Se la trajo a Bahía y le puso una quinta en la ciudad alta, que decoró gastando una fortuna para hacerla feliz. A la vuelta de uno de sus viajes, encontró que la bella había volado, después de rematar todo lo que la casa contenía, llevándose la pequeña caja fuerte en la que Van Rijsted escondía algo de oro y unas piedras preciosas. Jan vivía ahora de una renta que, según él, le permitiría beber y comer hasta su muerte, a condición de que ésta no tardase. El holandés, hombre inculto pero curioso, escuchaba con deferencia las teorías de Galileo sobre la libertad y las formas del cráneo como síntoma de la conducta, aunque se permitía disentir cuando el escocés le aseguraba que el amor de la pareja era una tara y germen de infelicidad.[…] Jan van Rijsted llevó a Galileo a la placita donde los artesanos fueron ahorcados y descuartizados y, sorprendido, lo vio depositar allí unas flores. Miguel de Cervantes y Saavedra (Alcalá de Henares, 1547 – Madrid, 1616) Fragmento de El vizcaíno fingido SOLÓRZANO.- Vuesa merced perdone el atrevimiento, que la ocasión hace al ladrón: hallé la puerta abierta y entréme, dándome ánimo al entrarme venir a servir a vuesa merced, y no con palabras, sino con obras. Y ha muchos días que deseo servir a vuesa merced, obligado a ello de su hermosura, buenas partes y mejor término; pero estrechezas, que no faltan, han sido freno a las obras hasta agora, que la suerte ha querido que de Vizcaya me enviase un grande amigo mío a un hijo suyo, vizcaíno, muy galán, para que yo le lleve a Salamanca y le ponga de mi mano en compañía que le honre y le enseñe. Porque, para decir la verdad a vuesa merced,

él es un poco burro, y tiene algo de mentecapto; y añádesele a esto una tacha, que es lástima decirla, cuanto más tenerla, y es que se toma algún tanto, un si es no es, del vino, pero no de manera que de todo en todo pierda el juicio, puesto que se le turba; y, cuando está asomado es cosa maravillosa su alegría y su liberalidad: da todo cuanto tiene a quien se lo pide y a quien no se lo pide;, y no he hallado mejor medio que traerle a casa de vuesa merced, porque es muy amigo de damas, y aquí le desollaremos cerrado como a gato. …(Entra el vizcaíno) VIZCAÍNO.- Vizcaíno, manos bésame vuesa merced, que mándeme. SOLÓRZANO.- Dice el señor vizcaíno que besa las manos de vuesa merced y que le mande. BRÍGIDA.- ¡Ay, qué linda lengua! Yo no la entiendo a lo menos, pero paréceme muy linda. CRISTINA.Yo beso las del mi señor vizcaíno, y más adelante. VIZCAÍNO.Pareces buena, hermosa; también noche esta cenamos. SOLÓRZANO.Dice mi compañero que vuesa merced le parece buena y hermosa; que se apareje la cena. Si hay algún poco de conserva, y algún traguito del devoto para el señor vizcaíno, yo sé que nos valdrá por uno ciento. CRISTINA.- ¡Y cómo si lo hay! Y yo entraré por ello, y se lo daré mejor que al Preste Juan de las Indias. (Éntrase CRISTINA.) VIZCAÍNO.- Dama que quedaste, tan buena como entraste. BRÍGIDA.- ¿Qué ha dicho, señor Solórzano? SOLÓRZANO.- Que la dama que se queda, que es vuesa merced, es tan buena como la que se ha entrado. BRÍGIDA.- ¡Y cómo que está en lo cierto el señor vizcaíno! A fe que en este parecer que no es nada burro. VIZCAÍNO.Burro el diablo; vizcaíno ingenio queréis cuando tenerlo. BRÍGIDA.- Ya le entiendo: que dice que el


diablo es el burro, y que los vizcaínos, cuando quieren tener ingenio, le tienen. SOLÓRZANO.- Así es, sin faltar un punto. (Vuelve a salir CRISTINA con un criado o criada, que traen una caja de conserva, una garrafa con vino, su cuchillo y servilleta.) VIZCAÍNO.- Dulce conmigo, vino y agua llamas bueno; santo le muestras, ésta le bebo y otra también. BRÍGIDA.- ¡Ay, Dios, y con qué donaire lo dice el buen señor, aunque no le entiendo! SOLÓRZANO.Dice que, con lo dulce, también bebe vino como agua; y que este vino es de San Martín, y que beberá otra vez. CRISTINA.Y aun otras ciento: su boca puede ser medida. SOLÓRZANO.- No le den más, que le hace mal, y ya se le va echando de ver; que le he yo dicho al señor Azcaray que no beba vino en ningún modo, y no aprovecha. VIZCAÍNO.- Vamos, que vino que subes y bajas, lengua es grillos y corma es pies; tarde vuelvo, señora, Dios que te guárdate. SOLÓRZANO.- ¡Miren lo que dice, y verán si tengo yo razón! CRISTINA.- ¿Qué es lo que ha dicho, señor Solórzano? SOLÓRZANO.- Que el vino es grillo de su lengua y corma de sus pies; que vendrá esta tarde, y que vuesas mercedes se queden con Dios. BRÍGIDA.- ¡Ay, pecadora de mí, y cómo que se le turban los ojos y se trastraba la lengua! ¡Jesús, que ya va dando traspiés! ¡Pues monta que ha bebido mucho! La mayor lástima es ésta que he visto en mi vida; ¡miren qué mocedad y qué borrachera! SOLÓRZANO.- Ya venía él refrendado de casa. Vuesa merced, señora Cristina, haga aderezar la cena, que yo le quiero llevar a dormir el vino, y seremos temprano esta tarde.

David Pascual (España) Lo inevitable III Salieron de la noche, ¿qué importa el día? Ya nunca más volvieron. No volvieron a su tierra, no, ya no volvieron. Ni volverán jamás a remover las piedras, ni a beber el agua sucia de los ríos, ni a marcar sus negras huellas en la arena. Porque salieron de la noche ya sin vida y no volvieron. Ni el mismo Mahoma redimido, ni su Alá más descuidado les ayudan. A la suerte del borracho están vendidos. Se alimentan con los huevos de la muerte que comienza a dar veneno de sus frutos -los primeros en probarlo ya cayeron-. No volvieron, no. Ni podrán volver ya nunca. Los abandonó su Dios y el nuestro. Escarbaron con sus dientes en las rocas y sus cuerpo ocuparon esos huecos. Y no volvieron... ¡que no! Que no sé de ellos. Salieron de la noche en madrugada y sólo vi el vuelo incierto de pañuelos que discutían con el aire entumecido. Sobre un barco en alta mar se descubrieron, y las sirenas los estaban esperando. No volvieron más, no. No volvieron. Moisés contaba su futuro por billetes, y forjaba nuevas cunas el carpintero. Y esos pobres que impacientes se preparan pronto volverán con su Morfeo. Salieron de la noche, no sé el día, y a la muerte sus regazos ofrecieron. A la lengua del estrecho se apresuran... No volvieron a su tierra, no. No volvieron.


Roberto Bolaño, (Santiago de Chile, 1953 – Barcelona, 2003)

Esteban Tabares (España) Saludaré

Fragmento de Los detectives salvajes – testimonio de Simone Darrieux Una vez, en el bar de la rue de la Lune, me dijo que le gustaban los baños públicos, esos lugares adonde iban a bañarse los extranjeros, negros del África francófona o magrebíes, aunque también iban estudiantes pobres, como le hice notar, sí, también, dijo él, pero sobre todo extranjeros. Y una vez, lo recuerdo, me preguntó si yo había ido alguna vez a un baño público mexicano. No, nunca, por supuesto. Ésos sí que son baños públicos, me dijo, tienen sauna, baños turcos, baños de vapor. Aquí también, le contesté, lo que pasa es que son más caros. En México no, dijo él, allí son baratos. La verdad, nunca había pensado antes en los baños públicos de México. Pero seguro que allá no te bañabas en un baño público, le dije. No, dijo, alguna vez, pero en realidad no.

Saludaré a quienes vienen del mar perdidos, heridos, hundidos, agotados de otear horizontes, con el corazón quebrado por llegar a puertos soñados o no llegar.

Fragmento de Los detectives salvajes – Testimonio de Bárbara Petterson Esto no puede seguir así, le dije un día. Rafael no hacía nada, no trabajaba, no escribía, no me ayudaba a limpiar la casa, no salía a hacer la compra, lo único que hacía era bañarse cada día (eso sí, Rafael es limpio, como casi todos los putos mexicanos) y mirar la tele hasta que amanecía o salir a la calle a tomar cervezas o a jugar al fútbol con los jodidos chícanos del barrio. Cuando yo llegaba me lo encontraba en la puerta de casa, sentado en las escaleras o en el suelo, con una camiseta del América que apestaba a sudor, bebiéndose su TKT y dándole a la lengua con sus amigos, un grupito de adolescentes con el encefalograma plano que lo llamaban el poeta (cosa que a él no parecía disgustarle).

Saludaré con saladas lágrimas a quienes nunca regresarán engullidos en las aguas salobres del mar mientras a infinitas distancias quedan los abrazos vacíos de tanto esperar. Saludaré a quienes llegan y hacen pie en esta orilla obnubilados, atraídos, atrapados por cantos de sirena imaginados. …Aunque peor es allí. Les saludaré mientras mis manos tiendan a las suyas y aguantemos sin caer. Ángeles Caso (Gijón, España, 1959) Fragmento de Contra el viento Liliana había nacido en Cabo Verde, pero no se consideraba una inmigrante. Sus padres habían llegado a Lisboa para trabajar cuando ella tenía tan sólo cuatro años, de manera que se había criado como cualquier niña portuguesa. Había podido estudiar, y se había licenciado en Turismo. De marzo a octubre trabajaba como recepcionista en un buen hotel de Portimáo. El resto del año regresaba a la capital y ganaba algún dinero como modelo publicitaria. Pero ese mundo no le gustaba. Lo que le interesaba de verdad era la política.


Militaba en el Partido Socialista y aspiraba a ejercer algún día un cargo de responsabilidad. Quizá lograra ser diputada. Estaba convencida de que, con el tiempo, en Portugal llegaría a haber muchos políticos de origen africano, gentes procedentes de las antiguas colonias. Era un proceso histórico inevitable, sostenía. Igual que en Francia la Revolución había llevado al poder a los burgueses, que tanto esfuerzo y talento le habían entregado previamente, los africanos, que habían contribuido durante siglos a enriquecer la metrópoli, acabarían por sentarse en sus puestos de mando. Liliana y São recorrieron las calles animadas de Portimão hasta llegar al piso. Dos de las tres muchachas que también vivían allí estaban todavía trabajando, sirviendo mesas y poniendo copas en la bulliciosa noche del verano. Le enseñaron su habitación, que tendría que compartir con Lula. Le gustó aquel lugar, las camas tan blancas y la pequeña alfombra anaranjada sobre la cual podría deslizar los pies al levantarse. Nunca había tenido una alfombra, y se imaginó que sería agradable pisarla descalza y disfrutar de su suavidad. Alguien había preparado para ella una rica cena. Comió con apetito, entre preguntas de sus compañeras, que querían saberlo todo de su vida. Se sentía contenta. Era bueno ser recibida así, como si ya formase parte de ese grupo que compartía el verano en aquel piso de paredes luminosas y azulejos relucientes y grandes ventanas que se abrían hacia las terrazas de los bares, repletas todavía a aquella hora de gentes que charlaban y reían con la despreocupación propia de las vacaciones. Era bueno saber que, con toda probabilidad, como insistía Liliana, enseguida encontraría un empleo. Y que tendría un lugar acogedor al que volver por las noches, y una cama limpia y fresca.

Norberto James (República Dominicana, 1945) Los inmigrantes Aún no se ha escrito la historia de su congoja. Su viejo dolor unido al nuestro. No tuvieron tiempo -de niñospara asir entre sus dedos los múltiples colores de las mariposas. Atar en la mirada los paisajes del archipiélago. Conocer el canto húmedo de los ríos. No tuvieron tiempo de decir -Esta tierra es nuestra. Juntaremos colores. Haremos bandera. La defenderemos. Hubo un tiempo -no lo conocíen que la caña los millones y la provincia de nombre indígena de salobre y húmedo apellido tenían música propio y desde los más remotos lugares llegaban los danzantes. […] Vengo a escribir vuestros nombres junto al de los sencillos. Ofrendaros esta patria mía y vuestra porque os la ganáis. junto a nosotros en la brega diaria por el pan y la paz. Por la luz y el amor. Porque cada día que pasa cada día que cae sobre vuestra fatigada sal de obreros construimos la luz que nos deseáis. Aseguramos la posibilidad del canto para todos.


Carlos A. Aguilera (La Habana, Cuba, 1970) Teoría del alma china Cada vez que pienso en esta película me vienen a la cabeza los rasgos del Alemán. Alto, castaño, con un pañuelo grisoso alrededor del cuello y un rostro más bien cuadrado, de líneas duras. Tomaba cognac fumando un cigarrillo negro que él mismo enrollaba, y reía desmesuradamente, con la boca abierta. Según él, esos cigarrillos y la boquilla que encajaba en cada uno de ellos la había comprado en Fez: tienda de liquidaciones, y le había costado menos de lo que vale una caja de fósforos en cualquier lugar. Cuando la extraía del bolsillo pequeño de su cazadora gritaba: mi boquilla marroquí… A veces también decía: este país es mucho más podrido que Marruecos, y se quedaba como intentando escudriñar algo. Por lo que sé de él, antes de viajar a la república a filmar su „enciclopedia de los enanos“, había hecho una pequeña película sobre sobre unos cuervos, unos árboles y un hombre que descubre en el vuelo de estos pajarracos el sentido de su vida. Está días y días estudiándolos hasta que tropieza, cae y muere. Al final los pajarracos terminan alrededor del cadáver picoteándolo, cagándolo, sacándole los ojos, etcétera. Cuando observé las fotos de la película me resultaron impresionantes los cuervos destripando el rostro del actor y las imágenes del campo con árboles secos al fondo, tierra roja. También, fotos de las montañas; de un hombre orinando en dirección a las montañas. Pero aparte de estas imágenes, nunca he podido ver otra cosa de la película. El Alemán se negó repetidas veces a mostrármela, e incluso una vez golpeó a su mujer en una cafetería por contarme fragmentos de ella. Le dijo: „Si quieres risita ve a visitar a tu madre…“, y la sacó de allí amenazando con darle varias patadas. No se puede negar que el Alemán era una persona a veces desagradable, a veces dulce. En el mercado estatal de Beijing, entre

comerciantes que empujan hacia un ladootro, chirriaba: „Fíjate en el rostro de los chinos, son los personajes más fotogénicos que conozco. Son como perros. Se puede hacer sólo una película mostrando sus cuerpos, sus maneras de hablar, sus dientes… Si algún día tengo la oportunidad quisiera regresar y filmarlos. Este documental se llamaría Historia de mi vida en China.“ Luis Miguel González Cruz (Cáceres, 1965) Una pequeña formalidad Tras una mesa, un HOMBRE escucha las peticiones de una pareja al otro lado de la mesa. HOMBRE.- Entonces,.. Están ustedes interesados. MARIDO.-Mi mujer y yo, nosotros... Estamos interesados... Muy interesados. ¿Cómo se lo explicaría? La verdad es que estamos muy interesados. Realmente muy interesados. HOMBRE.- Sí. Muy interesados. MARIDO.- Mucho. Mucho. MUJER.- Queremos un niño. MARIDO.— Un niño. Muy bien dicho. Un niño. Estamos muy interesados en un niño. Un niño. HOMBRE.— Pues han venido al lugar adecuado. Somos los mejores en cuanto a la búsqueda de niños en adopción, sí es que están interesados en adoptar. MARIDO.-Sí, sí. Claro. Adoptar. MUJER.- Por supuesto. Adoptar. HOMBRE.- Nuestra asociación es, sin lugar a dudas, la más adecuada. Así lo demuestran los altos índices de aceptación que hemos obtenido con los padres que han llegado hasta nosotros. Nadie ha quedado descontento con nuestros servicios. Y es que, claro está, nuestra labor parte de una idea sin ánimo de lucro. Nuestra labor es humanitaria. ¿Se imaginan ustedes la cantidad de niños huérfanos y pobres que hay en el tercer mundo? ¿Se pueden hacer una idea? No, no pueden. Nosotros les procuramos paz y bienestar social en el primer mundo. Por eso somos los mejores. Porque no pensamos nada más que en el bien. En hacer el bien. Solo el bien.


MARIDO.- ¡Qué bien! HOMBRE.- Comencemos... ¿Tienen ustedes alguna idea preconcebida sobre lo que quieren? MARIDO.- ¿Una idea? HOMBRE.- Sí. ¿Saben ya lo que quieren? MARIDO.-Pues sí, un niño, ¿no? MUJER.- Un niño en adopción. HOMBRE.- Un niño es una categoría muy amplia. Es algo muy abstracto. Perdonen que les moleste con estas enojosas preguntas, pero debemos ser prácticos. Cuanto más prácticos seamos, más rápido irá todo. MARIDO.- Eso espero, que vaya todo rápido. HOMBRE.- Así que les vuelvo a preguntar. ¿Saben lo que quieren? Empecemos por el principio. ¿Qué quieren, niño o niña? MARIDO.- ¿Niño o niña? Es verdad. Porque tiene que ser o niño o niña. ¿Verdad? HOMBRE.- Eso me temo. MARIDO.-Ya. ¿Tú qué opinas, cariño? MUJER.- Eso me da igual. Lo puedes elegir tú. MARIDO.— ¿Yo? Pero si la que querías adoptar eras... MUJER.- Elígelo tú. Y rápido. MARIDO.- Está bien. Está bien. Elegiré yo... ¿Usted qué opina? HOMBRE.- ¡Oh! Yo no puedo saber qué es lo que quieren, es algo muy subjetivo, varía según las personas, su posición social, sus ambiciones políticas o culturales... Es muy variado. Y, en lo referido al precio, no hay diferencia alguna. MARIDO.- Muy bien... Pues que sea niño. Niño. Sí, niño. Es mucho menos peligroso, ¿no cree? HOMBRE,- Según para qué y cómo. MARIDO.-Decidido. Un niño. Que sea un niño. ¡Póngame un niño! MUJER.- ¡Serafín! MARIDO.-Perdona, Inmaculada. Era una manera de hablar. (El HOMBRE teclea en un ordenador. El computador comienza a hacer ruidos parecidos a

10

los de la loza en la cocina. De repente vuelve el silencio.) HOMBRE.- Ya está. Ahora necesitaría saber si tienen alguna predilección nacional. MARIDO.- ¿Predilección nacional? HOMBRE.- Nacional, racial, lingüística, etc. Me refiero a si quieren un niño negro, asiático, hindú, cobrizo o esquimal. MARIDO.- ¿No son todos blancos? HOMBRE.- Sí, claro. También tenemos blancos. MARIDO.- Pues si tienen blancos, ya que la madre y el padre somos blancos... HOMBRE.- He de advertirle que no deben tomarse esta elección muy a la ligera. Tan solo porque los padres son blancos no es razón para elegir un hijo de otra raza. Hay que sopesar y valorar las razones. Por ejemplo, el hindú tiene los brazos muy largos; puede tranquilamente recoger aceitunas y frutas sin problemas. El negro, sin embargo, tiene los pies muy largos, por lo cual se le puede utilizar en operaciones que conlleven carreras o saltos. Y así todos. Cada uno tiene su especialidad. Cada uno vale para una cosa diferente. Tenemos una gran diversidad. MARIDO.- Ya me he perdido. ¿Qué opinas tú? MUJER.- No sé. Da un poco igual. Los ecuatorianos son muy trabajadores. MARIDO.- ¿Para qué queremos un hijo trabajador? Además, todo el mundo adopta ecuatorianos. Tendríamos que hacer algo..., algo más original. MUJER.- No se me ocurre nada... Nada más original. HOMBRE.-Por si les sirve de ayuda, quiero informarles de que disponemos de un alto stock de niños y niñas asiáticas, que tenemos en oferta. Eso quiere decir que el precio es más reducido, y también reducido es el tiempo en que se lo podremos servir. MUJER-- ¿Asiáticos? MARIDO,-De Asia. MUJER.- Sé perfectamente de dónde vienen los asiáticos. Esa gente solo come pasta de arroz y pescado crudo.


MARIDO.- Estos niños seguro que no comen ni eso. HOMBRE.- Por otro lado, y aún a un precio más reducido, poseemos un listado de niños sin clasificar. Es decir, que no han sido clasificados por nuestro ordenador atendiendo a ningún orden externo tipo nacionalidad, raza, sexo, edad, peso, altura, color de pelo, etc. De todos ellos dispongo de material gráfico para que ustedes tengan más datos sobre los mismos. (El HOMBRE despliega una pantalla de diapositivas sobre ¡a que se proyectan los rostros de ¡os niños de su stock. Son niños famélicos, hambrientos, acuciados por diferentes enfermedades y sufrimientos. El MARIDO y la MUJER acaban horrorizados.) HOMBRE.- He aquí un pequeño muestrario de nuestro catálogo de varios. He de informarles de que, a pesar de que necesitemos un tiempo para podérselos servir, el tiempo es mayor que el de nuestro stock asiático, ya que hay que contar con transportes, vuelos, almacenajes, visados, cuadernos de IATA, escalas, abrevaderos, etc. MARIDO.- ¿Se puede saber cuánto cuesta un niño de estos? HOMBRE.- ¿Un niño de nuestro catálogo de varios? MARIDO.-Sí, de varios. Sin catalogar. (El HOMBRE se sienta y toma una calculadora.) HOMBRE.- Permítame. El niño propiamente dicho tiene un valor de sesenta y un mil trescientos cincuenta euros. Eso lo que es el niño, al cual habría que añadir los transportes, que varían según la zona del globo del que sean rescatados, almacenajes, víveres, visados, papeles, trámites burocráticos y administrativos, providencias jurídicas, escrituras notariales, registros en la cámara de comercio y dieciséis por ciento de IVA. MARIDO.-¿Total? HOMBRE.- Redondeando... Unos cien mil euros.

(El MARIDO toma la calculadora del hombre y teclea unos números. Se queda mirando la pantalla de la calculadora. Se la entrega al HOMBRE y mira a la MUJER.,) MARIDO.- ¿No tendrá usted algo más... asequible? HOMBRE.- Hombre, algo hay... Tenemos siempre algo. Pero claro..., ya no podemos elegir. Ni sexo, ni raza, ni... MARIDO.-¿Cuánto? (El HOMBRE arroja la calculadora en la mesa y, mentalmente, calcula.) HOMBRE.- Hombre, yo creo que por unos... treinta mil, treinta mil quinientos euros... Yo creo... Sí, yo creo que sí... Más o menos (El MARIDO mira a la mujer. .Asiente. Vuelve a mirar al hombre. MARIDO.- Está bien, me lo quedo. HOMBRE.- Lo bueno que tiene este catálogo es que ustedes no tienen que esperar, se lo llevan puesto. MUJER.- Sí, ustedes pagan, se abre esa puerta y lo que salga es para ustedes. MARIDO.- ¿Estás segura? MUJER.- Paga, y que se abra esa puerta. HOMBRE.- Como ustedes quieran. El cliente siempre tiene razón. (El MARIDO rellena un cheque. El HOMBRE se acerca a la puerta, la abre y aparece un hombre o mujer—según necesidades de la compañía— de no menos de treinta años y, a ser posible, con barba.) HOMBRE.- ¡Pero qué suerte han tenido ustedes! ¡Es blanco! ¡Y europeo! (Con acento, el HIJO se acerca a los padres.) HIJO.- ¡Papa! ¡Mama! ¡Papa! ¡Mama! ¡Papa, mama, papa! MARIDO.- ¿De dónde ha salido esto? HOMBRE.- De Albania. Un país europeo. Con grandes posibilidades.

11


(La MUJER se acerca al HIJO y lo acaricia. El HIJO sonríe como un perrito.) HIJO.- Mama, mama, mama, m ama, mama... MUJER.-Hijo... HOMBRE.- Estos son los momentos más gratificantes de mi oficio. Esto no se paga con nada. El amor... Poder ser testigo de momentos como este, donde aflora todo lo que el ser humano es capaz de amar. Todo lo que de bueno tiene el ser humano. Esto es impagable. Perdonen, pero no me puedo contener.

(El HOMBRE se seca las lágrimas, la MUJER coge al HIJO de la mano y vuelve su mirada al MARIDO.) MUJER.- Está bien. Nos vamos. Adiós. MARIDO.-Adiós. (La MUJER sale con el HIJO. El MARIDO estrecha la mano del HOMBRE, pero este no para de llorar) HOMBRE.- Que lo disfruten, que lo disfruten. Con salud. Con salud lo disfruten.

ia.cz m e h o b e ia esd www.lucook.com/lucesdebohem eb www.fac .2014 2 . 4 2 cita Próxima

www.deliberia.cz

LAS OBRAS Y FRAGMENTOS LITERARIOS RECOGIDOS EN ESTOS LIBRILLOS SON PROPIEDAD INTELECTUAL EXCLUSIVA DE SUS RESPECTIVOS AUTORES O EDITORES.'LUCES DE BOHEMIA' RENUNCIA EXPRESAMENTE A CUALQUIER PRETENSIÓN ECONÓMICA O DE TITULARIDAD AL RESPECTO. LA EDICIÓN DE ESTOS LIBRILLOS GRATUITOS, LIMITADA A 80 EJEMPLARES Y A UN USO MERAMENTE PARTICULAR, NO BUSCA MÁS FIN QUE EL APOYO A NUESTRAS SESIONES LITERARIAS Y, CON ELLO,LA DIFUSIÓN DE LA CULTURA ESPAÑOLA E HISPANOAMERICANA EN LA REPÚBLICA CHECA.

MARIDO,- ¿No está un poco crecidito? HOMBRE.- Ya dije que no se podía elegir. Y todo el mundo tiene necesidad de amor y cariño paternos.



Luces de Bohemia Encuentros Literarios - Literární setkání Información y contacto:

www.lucesdebohemia.cz lucesdebohemiapraga@gmail.com


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.