Plátano Bombón y otras piezas - Javier Rondón

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Javier Rondón (Maracaibo, Venezuela. 1959) Narrador, dramaturgo, ceramista, director teatral. Es uno de los directores teatrales más importantes del occidente del país. Ha incursionado con éxito en las artes del fuego, específicamente en la cerámica. Su obra plástica aparece reseñada en libros de Educación Artística para la enseñanza media. Fue presidentefundador del Centro de Producción Escénica “Actores de la Ciudad”. Actualmente, encabeza la agrupación “Commedia del Lago”. Se ha desempeñado como docente en la Escuela de Artes Escénicas y Audiovisuales de la Facultad Experimental de Arte de la Universidad del Zulia, y en la Universidad Católica Cecilio Acosta. Es autor e ilustrador de conocidos libros para niños, entre ellos El sapo distraído, publicado por EKARÉ y reeditado numerosas veces. Este libro fue seleccionado entre los 10 mejores libros para niños publicados en español en 1989. Traducido al inglés con el título The Absent-Minded Toad; fue utilizado en los EEUU en los programas oficiales de educación, tanto en inglés como en español; ha sido publicado en diversos formatos por prestigiosas editoriales norteamericanas, colombianas, españolas, mexicanas y venezolanas. Fue director de la Escuela de Teatro Inés Laredo. Ha dirigido numerosos espectáculos, algunos de ellos en coproducción con la Compañía (hoy Centro) Nacional de Teatro, tales como “Así que pasen cinco años” (2003), “Noche de Reyes” (2005), “Día de Actores” (2006), “El médico de los muertos” (2008) y “Bifronte” (2012). Ha recibido premios y reconocimientos a su trayectoria, entre ellos el Premio Aura Morán como mejor director (LUZ, TELUZ), Condecoración Armando Reverón (Secretaría de Cultura Zulia), Orden al Mérito Artístico Francisco Hung (LUZ), Premio Regional de Teatro (Gobernación del Estado Zulia). Obra publicada: Juguemos con la sombra (1983); Esa eterna fantasía de volar (1984); Historia de una hoja de papel (1985); El sapo distraído (1988); La campana y el yelmo (1997); Kaarrai el alcaraván (ilustrador, 1998); Plátano Bombón (2015).


Plรกtano Bombรณn y otras piezas


© Javier Rondón © Ediciones del Movimiento Maracaibo, 2015 La Asociación Civil Movimiento Poético de Maracaibo, se reserva los derechos de edición de la presente obra en todos los paises hispanohablantes. Queda prohibida cualquier forma de reproducción, adaptación, puesta en escena o representación electrónica sin la autorización explícita de su Junta Directiva.

Diseño de la Colección: Luis Perozo Cervantes Edición y montaje: Ramón Hernández

www.movimientopoetico.org.ve 0414-0604028 / 0261-7197851 festivaldepoesiademaracaibo@gmail.com Contacto con el autor: j.rondonpaz@gmail.com Ilustración de la portada “Embalaje II”. (2015) Javier Rondón. Cerámica y materiales diversos sobre cartón Fotografía: Golcar Rojas


Plรกtano Bombรณn y otras piezas

Javier Rondรณn


A Laura Petit, por el largo eco de los aplausos; A Enrique Romero, desde los signos del inicio


Plรกtano Bombรณn 7


Personajes: Felipa, 26 años. Hilda, 28 años. Encarnación, 17 años.

Voces de Felipa y Juan Ricardo en la radio

La acción tiene lugar en Santa Bárbara del

Zulia, en 1964.

Concebida inicialmente como una propuesta de investigación-creación que no llegó a realizarse como tal, Plátano Bombón tomó su forma dramática definitiva enriquecida con aportes de las actrices Paula Porqué, Claudia Sánchez y Tábatta Vargas, quienes dieron nombre a los personajes y sugirieron algunas situaciones dramáticas. A ellas el reconocimiento a su talento y la reafirmación de mi afecto agradecido. JR

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1 Hilda. Después, Felipa Al entrar el público, la sala estará perfumada con el olor del chocolate que se cocina lentamente en la escena. Suena la canción Desesperanza de María Luisa Escobar, cantada por Alfredo Sadel. Hilda está sentada leyendo un libro mediano. Cierra el libro y lo pone a un lado en la mesa junto al cuaderno, se levanta, quita del fuego la olla y sale. Después de una breve pausa entra de nuevo con otra olla que pone al fuego. La música ha continuado. Comienza su faena moviéndose con diligencia: revuelve, ralla, machaca o pica cosas, y agrega sabores y perfumes a la preparación. Seguidamente, toma un plato y lo sostiene inclinado, toma una cucharadita del espeso chocolate de la olla y la deja resbalar sobre el plato, trazando una línea. Repite el procedimiento con otros ingredientes —licores, mermeladas, esencias aromáticas— que dibujan nuevas líneas sobre el plato blanco. Hilda pasa la punta de su dedo como si tañera las líneas —se oyen suaves arpegios— y lo chupa; piensa, prueba otra vez, se detiene en busca de la palabra apropiada, y hace entonces anotaciones en un cuaderno Alpes. Entra Felipa. Toma el plato blanco sin que Hilda se dé cuenta, y lo lava en el fregadero. Hilda: Pero ¡Felipa! Me hubieras preguntado si lo podías lavar… Ahora no recuerdo lo que le eché… Felipa: Revise el cuaderno. 9


Hilda (Después de una pausa): Verdad. Se escribe para recordar. Felipa: Para no olvidar. Hilda: Tienes razón. Qué tonta. (Pausa) Felipa: ¿Y pa’ qué es tanta cocinadera y tanta probadera? Si quiere, pelo unos plátanos y los meto en el horno, y ya está. Hilda: Llegaste de la calle como alterada. ¿Qué te pasó, a quién te encontraste en el camino? Felipa: A nadie. Hilda: Será eso lo que te puso así. Felipa: Ah sí, la señora Pirela le manda a decir que cuando haga calabazates le avise. Hilda: Ajá. Felipa: ¿Qué es “ajá”? ¿Va a hacer calabazates o no? (Tratando de ser más amable, o menos mordaz:) Si quiere, yo puedo comprar unos limonzones ahora en la tarde. Hilda: ¿Vas el domingo a La Ceiba? Felipa: Sí. Pero no quiero hablar de eso. (Pausa) Hilda: Cuando hagamos calabazates, te acuerdas tú de avisarle a la Pirela. Felipa: Ajá. 10


2 Entra Encarnación. Encarnación: Ay, Dios ¿qué hora es? Hilda: No te preocupes, mija, tú estás de vacaciones. Allá en el comedor te dejé unas mandoquitas. Encarnación: Gracias, madrina Hilda. Señora Felipa, en lo que pueda ayudar usted me dice. (Felipa sale brevemente de la cocina). Parece que estuviera molesta. Hilda: No le hagas caso, ella es así, áspera. Es muy buena amiga y muy leal, pero es de esa gente a quienes les cuesta demostrar el afecto. (Hilda arregla el cabello de Encarnación mientras dialogan) Encarnación: Y usted la quiere mucho. Por eso no entiendo por qué ella la trata de “usted”. Hilda: Son cosas que ella hace para herirse a sí misma. Encarnación: Madrina Hilda, yo quería hablar con usted, quería… (Felipa regresa) Hilda: ¿Qué, mija? Dime. Encarnación: No, nada. Después le digo. Felipa: Ah pues, niña ¿por qué no se lo dice de una vez? Yo voy saliendo. 11


Hilda: Pero ¿adónde vas? Felipa: Voy a la siembra a coger unas flores de caujaro, o a mirar las matas de mocoté, o a comer mamones. Ya veré. (Sale) 3 Hilda, Encarnación. Encarnación: ¿Vio? A ella no le gusta que yo esté aquí. Hilda: Por el contrario, Encarnación, ella te tiene mucho cariño; es sólo que está contrariada por algo. Ajá, mija ¿qué me ibas a decir? Encarnación: Bueno… Lo que pasa es que… Usted sabe que papá y mamá se van a separar. Después de la inauguración del puente, regresando de aquel viaje a Caracas que hicimos por tierra, papá y mamá empezaron a pelear y pelear, y cada vez era peor. Yo al principio estaba confundida y molesta, y después lo que tenía era rabia, así que empecé a llegar tarde, o a quedarme en casa de las amigas… Hilda: Bah pues. Cabimas y Maracaibo se unen y los compadres se separan: las vueltas que da el mundo. Encarnación: Y después… Yo no sabía con quién hablar… Entonces el viernes pasado estaba angustiada y deprimida, y me subí al techo de la casa para estar sola y pensar, y en eso 12


vi el fogonazo mudo del Catatumbo en el cielo de la noche, y como ese relámpago sale de aquí cerquita, fue como si usted estuviera llamándome. Y bajé y le dije a mamá que yo quería ver a mi madrina. Yo no venía a esta casa desde que pasé a quinto grado... (Hilda se inclina y saca una bandeja con galletas del horno y la pone en la mesa a enfriar un poco. Luego abre un pote o lata y pone allí las galletas mientras habla con Encarnación). Hilda: Me imagino lo que habrá sido esa situación para ti… Encarnación: Sí, no vaya a creer que no me duele ese asunto, pero… yo… Es otra cosa… Hilda: Sí, mi amor, yo sé… Mira, esto no es Maracaibo; estamos en un pueblo, y no hay muchas actividades. Si quieres, mañana nos ponemos a hacer unas conservitas de plátano maduro, que quedan muy sabrosas con estos plátanos zulieros. O, si prefieres, vamos a hacer lo siguiente: termina de arreglarte, ponte un traje bonito, alegre, y vamos a visitar a Rita Elena pa’ que conozcas a sus hijas. Necesitas encontrarte con gente de tu edad. Por esta fecha siempre vienen de visita los primos de San Cristóbal, y organizan paseos y fiestas de muchachos. Buena gente todos ellos, de buena familia. De lo demás no te preocupes; esperemos que llame o escriba la comadre Cecilia, y ya veremos…

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4 Encarnación; luego Felipa (Encarnación, deshace con fuerza el peinado que le hizo Hilda. Saca de un lugar oculto unas ramas que pone a cocer en una olla pequeña. Bebe asqueada: el brebaje sabe mal y tiene un olor fuerte y desagradable. Para disimular el olor, Encarnación calienta una olla y vierte sobre ella un chorro de vainilla. Pasea la olla por la escena, como si fuera un sahumerio. Entra Felipa.) Felipa: Mija, aquí huele a vainilla con mierda. (Encarnación evita mirar a Felipa y sale, a punto de llorar) 5 Primer interludio radial. Se ilumina la radio: alguien busca en el dial una emisora. Se oyen fragmentos de música, voces y publicidad de la época. 6 Hilda, Felipa (Entra Hilda y pone una olla al fuego.) 14


Felipa: ¿Eso es qué, chocolate? Hilda: Sí. Probalo. (Felipa pela un cambur y lo mete en la mezcla de chocolate, lo escurre un poco y se lo come de un bocado. Mientras mastica, trata de decir algo, mientras Hilda la mira como sorprendida) Felipa: Ay, Dios, tuve recuerdos... (Hilda repite con timidez la acción de Felipa y come el cambur con expresión de desconcierto.) Felipa: Yo quería comentarte una cosa… Bueno, perdona, ya sé que no es asunto mío. Creo que deberías hablar con esa muchacha, con Encarnación. A ella le pasa algo. La he visto por ahí escondida, llorosa. Se queda en las noches mirando al vacío: una cosa rara. Pa’ mí que ésa está enamorada. Hilda: ¡Felipa! Felipa: Y esa necesidad de ir al río. O será que coge pa’ otra parte… Hilda: No seas mal pensada. Es que en Maracaibo no hay ríos… Felipa: ¿Ah, no? Pero hay cañadas, y un lago enorme. Hilda: Sí, mija, pero es una ciudad muy plana. Ella sólo puede ver el lago cuando va con su madre al mercado, o desde el puente, muy de vez en cuando, y a toda velocidad. Eso no es suficiente para un espíritu como el de ella. Felipa: Será. Yo la veo como retraída, como triste o 15


preocupada… Hilda: Tú sabes que Cecilia y Luis se están separando, y no quieren que Encarnación esté allá en este momento. Es natural que la muchacha ande triste. Pobrecita. Felipa: En la madrugada prepara y bebe un guarapo hediondo… Hilda: No te preocupes, Felipa. Recuerda que Encarnación es joven y sensible. Tú no la entiendes: a su edad eso del misterio y la tristeza y el atardecer en el río son un imperativo poético. Felipa: ¡Ah, claro! Debe ser eso, que es algo poético, y por eso es que yo no lo entiendo. ¡Descontando por supuesto que, además de vieja y poco poética, soy una malpensada! Perdone que me meta en los asuntos de la familia. (Aparte, al público:) Ella jura que la niña va al río a reescribir la poesía mística de Sor Juana Inés… Pero a mí, que soy una malpensada, me da por sospechar unos versos libres a lo María Calcaño. (Felipa sale. Oscuro) 7 Segundo interludio radial. Éxitos musicales regionales del ‘63 y ’64.

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8 Felipa, Hilda, Encarnación (Felipa, con delantal, lava unas frutas y las dispone en el mesón. Entran Hilda y Encarnación: vienen de misa. Se quitan los velos y los doblan cuidadosamente) Felipa: Ahí hay naranjas para hacer jugo. Y aquí está este pote pa’ que echen las semillas. Hilda: Está bien. ¿Oíste, Encarnación? (Pausa). Felipa, probá las conservitas de maduro; están en aquella bandeja de allá. Chica, saliendo de misa me encontré con Ángela y le pregunté otra vez por su hija menor, que hace meses que nadie la ve ¡y ni me respondió! ¡Me dio la espalda, se montó en el carro y se fue! Felipa: Esa niña debe estar en Curazao. Hilda: Yo también lo creo. Qué problema con esta juventud, ah. Otro niño sin familia… (Encarnación se levanta ruidosamente, toma unos platos de la alacena y se dispone a lavarlos en el fregadero. Hilda y Felipa la miran extrañadas e intercambian entre sí miradas de interrogación) Felipa: Mija, esos platos están todos limpios. Yo misma los lavé, los puse a escurrir y los sequé. Encarnación: Es que ha soplado mucho viento esta tarde. Ese viento es malo, viene cargado de veneno, lo va dejando por ahí. 17


9 Hilda, Felipa; luego Encarnación Felipa: Esa muchacha no me traga. Hilda: Ella dice lo mismo de ti. Tienes que admitir que estás insufrible. Felipa: ¿Le parece? Bueno, disculpe. Hilda: ¿Estás viendo? Ahí estás otra vez, tratándome de “usted”, como si yo fuera la señora de la casa. Felipa: ¿Y no eres la señora de la casa? Hilda: Seré la señora de la cocina, porque esta casa la heredamos las dos. Tu madre era empleada de la mía, pero tú y yo nacimos aquí como hermanas, fuimos juntas al colegio de las monjas, nos criaron iguales en todo. Pero vos cuando estáis movida me llamáis “usted”. Ya te dije que estáis insufrible. Felipa: Vamos a hacer una cosa: yo voy a cambiar de actitud pero con una condición: nos bebemos las dos esta botella de brandy. Toda. Ya. Hilda: Bueno, yo acepto pero con una condición: lo que se ensucie lo limpiamos mañana. Felipa: Está bien, pero con una condición: si se me va la lengua y te cuento algún secretico que no te haya contado, no quiero que… Hilda: A mí nadie me conoce por brollera. Felipa: No es eso. Es que vos esos cuentos después 18


los cocináis y freíis y los convertíis en recetas y postres y majaretes, y los secretos de una terminan en boca de todo el mundo. Hilda: Con lo amarga que estáis, nadie se va a tragar ninguna historia tuya. Además, la gente no es capaz de descubrir en qué se inspira una para cocinar. Ni les importa. Felipa: Creéis vos. Acordate de cuando vino Violeta con su marido gringo. Hilda: ¿Y qué pasó, pues? Nada: que Violeta se sintió mal y se tuvieron que ir sin terminar de comer. Felipa: ¿Cómo no se iba a sentir mal, Hilda? Todo el mundo (menos el esposo) sabe que esos y-que-ahijados se los parió ella al negro que llegaba de noche a su casa embozado que parecía un fraile. Bueno, después de muchos años fuera del país, viene Violeta a visitarte pa’ que le conozcáis al marido, y a vos no se te ocurre otra cosa que ofrecerles unos plátanos negros envueltos en un capuchón. Violeta lo mordió todo de una vez, y tuvo que inventar un pretexto para irse antes de que el hombre descubriera el pastel. Hilda: ¡Mija, cómo contáis vos las cosas! Lo que yo les ofrecí ese día fueron unos dominicos preparados con malta y miel de panela, y al queso creo que le eché anís en grano y nuez moscada o pimienta, no me acuerdo. Ah, y les puse un poco de coñac porque yo creía que el carajo era francés. Y no tenían ningún capuchón: es que estaban horneados en su 19


propia concha… Felipa: ¡…igualitos a un negro con rebozo! ¡Y encima los pusiste de a dos por plato! Hilda: Chica, tengo en la boca todos los sabores de esa tarde. Los voy a hacer otra vez pero con whisky americano porque el tipo al final era de la Florida. Y ahora callate y traeme acá la olla ésa con el chocolate, y el brandy. Felipa: Echame un palo a mí también. (Pausa) Hilda: ¿O sea que para Violeta los dominicos fueron un trago amargo? (Estallando de risa, repentinamente) ¡Con razón no vino a despedirse!… (Ríen.) Felipa: ¿Y ahora es que te veníis a dar cuenta? (El ataque de risa se hace incontenible. Comienzan a rodar por el suelo y a echarse chocolate en la cara, como unas niñas, y siguen riendo. De repente, comienzan a lamerse la cara mutuamente. Entra Encarnación y queda muy sorprendida viendo la escena. Hilda se incorpora, avergonzada; Felipa lanza una mirada entre divertida y desafiante. Oscuro. Se escucha de nuevo Desesperanza, esta vez en la voz de Eduardo Lanz.) 10

Tercer interludio radial. 20


11 Encarnación (Encarnación, en camisón, entra furtivamente en la cocina, abre la lata de galletas y come vorazmente. Trocea frutas en un plato y les tritura galletas por encima; toma algunas galletas más y las mete en los bolsillos de la bata; regresa, coge otro puñado y sale comiendo a dos carrillos. La canción se desvanece en el solo de piano.) 12 Hilda, Encarnación, Felipa (Encarnación organiza su maleta, doblando y acomodando cuidadosamente cada prenda; Hilda lee una receta en una vieja libreta y toma notas en su cuaderno Alpes; Felipa muele maíz en un molino mecánico adosado a la mesa; luego amasa.) Encarnación: Bendición madrina. Hilda: Dios te bendiga, hija. (Lee:) “Unos días antes de preparar el Lechón Enterrado, las mujeres deben ir al río a escoger las piedras, que hay que dejar lejos de la orilla para que vayan secándose antes de que los hombres las carreteen”. ¿Vienes de casa de Rita Elena? 21


Encarnación: No. Felipa: (Aparte) Hoy pulí la madera y sacudí las cortinas, quité el polvo y recogí las sábanas, mascullé insolencias y recé el Padrenuestro… Hilda: “No sirve cualquier piedra. Se deben escoger de tamaño parecido, ni muy grandes ni muy pequeñas, y teniendo en cuenta que las redondas guardan por más tiempo el calor; las aplanadas, con buena base, antes se llamaban “topias” y se reservaban para dar estabilidad a las pailas en el fogón. Hay que evitar las piedras porosas y las que tienen sulfuro, porque cambian el sabor de los aliños…”

Mamá escribía bonito ¿verdad?

Felipa: (Aparte) ¿Fuiste tú? ¿Fue por mí? ¿Fue mi culpa? Hilda: “Se hace un hueco en la tierra y se ponen debajo las piedras más grandes, que deben estar bien secas; de lo contrario podrían estallar. El fuego tiene que arder lentamente. Esto es muy importante. A los hombres les cuesta entenderlo, y debemos insistir en que se haga a nuestro mandar. La comadre Ocarilda lograba que le obedecieran del modo siguiente: cuando terminaban de excavar el hueco en la tierra, les llevaba a los hombres una bandeja de calabazates rellenos con dulce de leche. Ella decía que las cosas empalagosas convierten a los hombres en unos muchachos, que después de comer dulce hacen más caso.” 22


Ay Felipa, se me hace nostalgia la boca. “No hay que olvidarse de condimentar la carne sólo con sal y pimienta, y dejarla reposar para después envolverla en hojas de plátano o bijao…”

Encarnación: Mañana quiero lavar mi ropa blanca. Felipa: Eso no es necesario. Y aquí la lencería se lava los martes. (Pausa) Encarnación: ¿Yo le caigo mal? Felipa: No, mi amor. Es que eso no es trabajo para ti. Y la ropa interior se lava los viernes. Hilda: Lávala cuando quieras. “Se acomoda la carne envuelta sobre las piedras, y se ponen las papas y batatas peladas, se cubre todo con más hojas de bijao y encima la yuca sin pelar y más piedras calientes y carbones prendidos…” Felipa: (Aparte) Cuando me vaya no llevaré flores a tu tumba… Hilda: “…Se pueden poner ramas frescas de limón o de naranja que dan un olor muy bueno cuando se queman; en cambio, hay que evitar las ramas de…” ¿De qué? Hay una mancha. Encarnación: (Aparte) Mañana voy a lavar la ropa blanca. 23


(Pausa) Felipa: (Aparte) Sembraré naranjos en tu tumba, para que crezcan hacia el sol y se extiendan hacia lo profundo, para que toquen tu cuerpo y se alimenten de él, como yo… Hilda: Felipa, si quieres podemos preparar un Lechón Enterrado pa’l día de San Carlos. Felipa: Esa receta lleva hombres, y aquí falta ese ingrediente. (Pausa) Hilda: ¿Vas a casa de Rita Elena? Encarnación: No, madrina. Hilda: Dámele saludos. Felipa: No voy a estar aquí el día de San Carlos…

13 Encarnación. Encarnación: Hoy es el tercer miércoles de agosto. Mañana voy a lavar la ropa blanca. El sol de agosto encandila los misterios. La memoria que vive en los pliegues de las batas, en los hilos sueltos, en las pequeñas sombras, acaba enceguecida y disuelta por el cloro y la 24


sal. ¡Qué necesidad hay de tanta luz! ¡Si quieren telas impolutas cómprenlas nuevas y vivan una vida impoluta! ¡Dejen ya de decretar la desmemoria de las sábanas! Nadie conoce nuestras arrugas mejor que una bata vieja. Deja quieta esa mancha, perdónala y podrás recordar. Los blancos manteles han guardado desde siempre los susurros familiares. Nuestros son el vino y el sudor y la pretérita sangre: por eso hervimos los camisones en agua envenenada, y por eso los retorcemos, los ahorcamos, los ahogamos. Mañana voy a lavar mi ropa blanca. Entraré cargada de trapos al Catatumbo a nadar con mis sábanas, a flotar con ellas sobre las piedras sumergidas. Las estaré acariciando cuando el agua las vuelva ingrávidas. Dejaré que dancen libres en la corriente. Y si alguna quiere recorrer los meandros y escapar hacia el lago y seguir hacia el golfo y nadar hacia el mar, como un alga fantasma, como una medusa perdida, prometo que no la voy a detener. Y que no la voy a olvidar. 14 Cuarto interludio radial.

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15 Voces en la radio; Felipa, luego Hilda (Se escucha el melodramático preludio musical de una radionovela y luego la voz de los personajes:) Narrador: …y bajo los acompasados golpes del pilón, los pequeños granos de maíz se transformaban en una masa blanca, brillosa y compacta, mientras Felipa recordaba sus apasionados encuentros con Juan Ricardo bajo la sombra de los platanales. Juan Ricardo: Prométeme que estarás siempre aquí cuando yo venga a buscarte… Felipa: Estaré aquí esperándote cada tarde, Juan Ricardo… (Felipa apaga la radio. Comienza a oírse a lo lejos un tambor solitario que acompaña e ilustra el relato, mientras Felipa hace arepas y se enjuga las lágrimas con los hombros.) Felipa: ¡Cómo le gusta a la gente escuchar esas historias intragables! (Pequeña pausa y transición. Otros tambores se unen a la música y el ritmo comienza a acelerar.) Primero nos veíamos los martes, después los martes y cualquier día, y por último hasta los sábados y domingos. Yo me sentía arder cuando no estaba con Juan Ricardo, y cuando estábamos juntos la llamarada era más intensa, y no 26


amainaba ni con el agua fresca que yo bebía de su boca. Me consumía en el pecado, y sólo me iba a los altares para pedir más ocasiones de pecar. (En la cocina, Hilda prepara bombones de plátano inspirados en el relato de Felipa: toma pequeñas porciones de conserva de plátano, les pone un grano de anís dulce, les da forma de bolita y les muele pimienta. Pincha cada una con un palillo, hace marcas sobre su superficie, les pone diferentes licores o mermeladas y las baña con chocolate. Las dispone sobre pequeños trozos de hoja de bijao que coloca en una bandeja. Es importante que el público pueda identificar cada ingrediente.) Mi cuerpo estallaba, y sólo mi amante parecía notarlo. Todos estaban agitados en ese momento, a la gente la ponían presa por nada y luego no se sabía adónde los habían llevado. Yo ignoraba los asuntos de la política; sólo me importaban los toques de queda, que para él y para mí eran un regalo. En las horas vacías entre una cita y otra, yo preparaba frutas secas y conservas, las cubría con chocolate y las llevaba a nuestros encuentros. Juan Ricardo las mordía y me daba a comer de su boca, y continuábamos devorándonos. Fui un día a la verbena de la parroquia y vi ahí a Manuel Antonio, el hermano mayor de Juan Ricardo. Se sentó a mi lado en la mesa y fue conmigo muy atento y galante. Yo buscaba a mi amante con la vista, pero él estaba muy ocupado con otras muchachas y 27


a mí ni me miraba. Hasta ese momento, no le había prestado atención a Manuel; en la mesa, la cortesía me obligaba a responder a sus atenciones, y en un descuido me asomé al fondo de sus ojos. Cuando regresé, la gente casi se había desvanecido: los veía ahora desvaídos e inmateriales, como la luna en el cielo de la tarde. En cambio, los hermanos se recortaban vívidos y vibrantes contra la masa incolora: Juan Ricardo, el amante ardoroso que me ignoraba o me negaba frente a los demás — por discreción o por desinterés— y Manuel Antonio, alguien que tal vez tuvo noticias de mis tardes, o un hombre que simplemente advirtió el estallido de mi sensualidad. O un verdadero enamorado. Quién sabe. Qué importa. Entretanto, yo permanecía inmóvil, desvaneciéndome también. (La música es ahora un corazón que palpita) A la siguiente cita acudí decidida a terminar con Juan Ricardo, pero mientras lo esperaba estallaron súbitamente las hojas de plátano a la entrada violenta de Manuel. Llegó como una aparición, urgido y sudoroso. Tomó mi cuerpo sin preámbulos, y con su rudeza encendió dentro de mí una ardiente desazón. Después se fue y me dejó ahí, temblorosa y pálida. Esa noche, unos jornaleros que regresaban a sus casas, encontraron a Juan Ricardo en un camino de piedras, muerto de un machetazo. 28


El gozo se me transformó en espanto. Manuel se fue a trabajar al oriente del país. Allá también cultivan cacao. Todavía no se sabe quién lo mató.

16 Encarnación, Felipa (Suena en la radio Comienza el Beguine de Cole Porter en la voz de Jorge Negrete. Encarnación, con aspecto cadavérico, entra casi arrastrándose, cubierta con una sábana blanca y se oculta bajo el fregadero, gimiendo. Felipa entra a la cocina y advierte algo extraño. Descubre a Encarnación bajo el fregadero y la levanta entre sus brazos, envuelta en la sábana en la que se advierte una mancha roja.) Felipa: Muchacha, Encarna, mija ¿qué has hecho, qué has hecho? (Felipa sale de escena con Encarnación en brazos. Se oyen voces, gritos y carreras mientras Jorge Negrete sigue cantando, imperturbable). 17 Quinto Interludio radial: Se oye la noticia de la 29


destrucción parcial del Puente sobre el Lago por mala maniobra del Esso Maracaibo.

18 Hilda, Felipa (Felipa entra vestida con ropa de calle, con cartera y una maleta pequeña que deja a un lado. Lleva también un libro mediano en la mano. Recoge las semillas de naranja y las pone en la cartera. Entra Hilda) Felipa: ¿Y Encarna, cómo está? Hilda: Está mejor. Parece que no va a perder al bebé. Los compadres deben estar llegando. Felipa: Toma. (Felipa extiende a Hilda un libro 1) Hilda: ¿Y esto? Felipa: Tuyo. Te lo regalo. Hilda: ¿Un recetario? Felipa: No, pero te interesará. (Pausa). Hilda, me voy. Hilda: Traéis queso. Felipa: No: me voy. Hilda: ¿Pa’ dónde? 30


Felipa: Pa’ Sucre. Sucre de oriente. Pa’l estado Sucre. Voy a una plantación de cacao cerca de Carúpano. Hilda: Pero no habéis dormido nada, cuidando a Encarna toda la noche. Felipa: Mejor, así duermo en el camino. El viaje es largo. Hilda: ¿Vas a buscar a…? Felipa: Sí. A Manuel Antonio. Hilda: ¿Para qué? Felipa: Tengo que hacerle unas preguntas. Hilda: Está bien. Pero vuelve. Felipa: Claro. Me despedíis de Encarna. Paso por La Ceiba, voy un momento al cementerio, y después agarro viaje. Hilda: ¿Le vas a llevar flores? Felipa: No, semillas de naranja. Hilda: Entiendo. (Se abrazan. Felipa se va. Hilda la acompaña). 19 Hilda (Hilda toma el libro y se sienta. Mira la portada y la 31


contraportada, y encuentra una página marcada. Lee:) Hilda: “…Pero en el mismo instante en que aquel trago tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior”. ”…con el sabor reciente del primer trago de té siento estremecerse en mí algo que se agita, que quiere elevarse; algo que acaba de perder ancla a una gran profundidad, no sé qué, pero que va ascendiendo lentamente; percibo la resistencia y oigo el rumor de las distancias que va atravesando. ”Y de pronto el recuerdo surge. “Cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse el edificio enorme del recuerdo” (Hilda pone el libro en su regazo. Oscurece.)

1 El libro que lee Hilda es En busca del tiempo perdido: I. Por el camino de Swann, de Marcel Proust.

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Cartas de la selva -Monรณlogo epistolar para marioneta33


Una pequeña tarima al centro, muy iluminada. En ella está sentada una dama —una hermosísima marioneta— con traje de época de color claro. Toma té en un elegante servicio, escribe y lee cartas... Alrededor de la iluminada tarima todo es oscuro y amenazante: de la tramoya cuelgan ramas y pequeños objetos que producen eventuales destellos; circulan animales que a veces son iluminados con luces maravillosas aunque fugaces. En esa zona de sombra se mueven los titiriteros, trajeados de negro. La pieza comienza con una fuerte luz blanca y, a medida que transcurre la obra, va oscureciendo, hasta que al final solo queda un tenue ambiente azul.

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1 Se oyen ruidos de mañana silvestre. La Dama está sentada escribiendo cartas. A su lado, en una mesa baja, un delicado juego de té o café y algunas galletas. Mira fijamente al lado derecho, y un ave espléndida y extraña se posa en una rama cercana. Ella se pone de pie y ofrece restos de galleta al ave, que come de su mano y luego emprende vuelo. La Dama la ve partir y regresa a sus deberes, pero algún suceso del exterior la obliga a esconderse y a evitar los ruidos; un momento después se asoma de nuevo a la ventana (imaginaria) y vuelve calladamente a su lugar. Comienza a escribir una carta. Dama (lee mientras escribe): Querida Eva: ¡Estoy tan sola en medio de esta selva! Los eventuales cazadores que se aventuran por estos parajes no son ya aquellos jóvenes arrogantes que te llegué a describir. Ahora abundan unos fieros matones que se ocupan de atrapar y vender magulladas fieras a los zoológicos insaciables y a los detestables circos. Son espíritus rústicos, incapaces de advertir la civilizada disposición de mis flores. Por fortuna, la vida salvaje y su promesa de lucha y sangre los aleja sin tardanza de este bucólico recodo. Abandona la escritura, pero prosigue la redacción 35


mientras se dirige a otra ventana y mira. …Los oigo a veces cuando se reúnen junto al peñasco: allí comen su pan y sus salchichas, trasiegan su cerveza y luego arrojan los desperdicios. Les temo: estoy segura de que, si me dejo ver, les pareceré un ave exótica y no dudarán en comerciar con mi destino, si tienen oportunidad. Por el modo como regresa a su silla, sabemos que el peligro ha desaparecido. A veces, cuando ya se han alejado los contrabandistas, se acercan unos elegantes señores, cultos y discretos por lo general. Yo a éstos, sin que lo adviertan, los estudio muy atentamente mientras observan con sorpresa mis nomeolvides, y casi siempre termino llamándolos, los convido a beber té con bizcochos y escucho resignada la narración, siempre igual, del asombro que les produjo descubrir este palacete en plena jungla. Lo que me gusta de ellos es que no vienen a cazar: los rifles y escopetas que traen son parte de su atuendo, aunque, por supuesto, en estos parajes un arma se lleva por seguridad. Estos caballeros vienen a admirar la soberbia belleza de lo salvaje, y cuando avistan grandes manadas les disparan sin misericordia con sus cámaras fotográficas. Yo siempre tengo a mano mi libro de la baronesa Blixen, y les leo aquellas frases sobre el orgullo: el de los leones y el de aquellos que encuentran su felicidad en 36


el cumplimiento de su destino. Lee directamente del libro: “El bárbaro ama su propio orgullo y odia o descree del ajeno. Yo quiero convertirme en un ser civilizado, amar el orgullo de mis adversarios, de mis criados y de mi amante; y mi casa será, con toda humildad, un lugar civilizado en medio de la selva.” (*) Deja a un lado el libro y se sirve un té. Continúa su carta hablando directamente al público. Hablando con estos visitantes, he perfeccionado a mi esposo: la mayoría de las mujeres me envidiaría, porque mi marido es, de verdad, un hombre hecho a la medida. Alfredo es el esposo perfecto ¡imagínate que su juventud es eterna! Lo malo es que siempre está de viaje. Lo he llamado Alfredo en homenaje a nuestra primera y única rivalidad. ¡No te enojes, es solo una broma! Alfredo es el marido imaginario que he tenido que inventarme, porque de otro modo los visitantes no dejarían de preguntarme por qué vivo así, tan sola y tan lejos, como si eso les importara, como si tal cosa constituyera un grave problema y fuese su deber solucionarlo. Ya ves: no he olvidado cómo funciona la cárcel social de la que me hice prófuga. También aquí un marido, aunque sea ficticio, pone a necios y curiosos en su lugar. 37


¿Por qué vivo aquí, tan sola y tan lejos, rodeada por la barbarie y asediada por las fieras? Tú también te lo preguntas, lo sé ¡pero viniendo de ti no me molesta, querida! En tu caso no es una intromisión, no: es auténtica preocupación de una verdadera amiga, una amiga tan discreta que prefiere inferir antes que interrogar. ¿Cuándo vienes? Los amaneceres de aquí son un espectáculo digno de tu mirada exquisita. Hazlo pronto. Eres lo único que extraño (además de mi Alfredo, ese viajero impenitente). Te quiere… La Dama garabatea su firma, introduce el papel en un sobre, escribe en él las señas y lo cierra humedeciendo la solapa con su lengua; seguidamente, lo entrega a la jungla con su brazo extendido: la carta desaparece, arrebatada por un ser o fuerza desconocidos —¿un animal, un sirviente, el viento? 2 Ella, con lentitud, se despoja de sus ropas hasta quedar vestida de transparencias. 3 Mi siempre presente Eva: 38


Tengo la convicción de que se aproxima un cambio radical y me invade una gran inquietud. Aquí, naturalmente, es fácil darse cuenta de que esos presagios tienen su origen en el interior de nosotros, aunque siempre es sorprendente descubrir cómo nuestros vagos temores aparecen reflejados en la naturaleza. Se perciben sombras y sonidos inquietantes entre el ramaje, y continúan durante los siguientes párrafos. En la mañana, el sol sale detrás de los árboles más frondosos. Por la tarde, en cambio, la luz se filtra entre las espinas de la parte seca del bosque, y las ramas se proyectan amenazantes sobre mis cortinas e invaden el lustroso interior del palacete. Pero —¡ay, amiga!— hace unas semanas, justo después de enviarte mi última carta, he descubierto en esas sombras vespertinas la silueta de un ser que se esconde entre las ramas ¡y me espía! Verás: es que esta soledad me ha hecho especialmente sensible (vulnerable) a las miradas. Es por eso que lo descubrí: sentí un ardor en la piel mientras me desnudaba y capté, al mismo tiempo, un movimiento trémulo en lo oscuro; entonces volteé hacia la ventana y vi unas pupilas que refulgían de deseo. No sé aún si me miraba un hombre o una bestia: imagino un cazador tímido y lujurioso; tal vez sea un aborigen deslumbrado por la blancura de mi piel, o un tigre magnífico que, al verme sin 39


ropas, percibe mejor mi carne suculenta. Ay, Eva, estoy desvariando, lo sé, y me avergüenza decirte esto: me he habituado a esa mirada que viene de la sombra. Desde entonces me muevo y giro lentamente frente a la ventana para que el escozor me recorra toda; abro mi cuerpo a la tarde para que el sol del poniente y la mirada del bosque entren en mí y me iluminen, encendiéndome, incendiándome. 4 Amadísimo Alfredo: Durante mi voluntario exilio fundé este palacio para guardar en él los vestigios de un refinamiento del cual me sentía heredera. Eso me ayudó a sobrevivir y a diferenciarme de esta feroz exuberancia que ha sido a la vez mi defensa y mi prisión. Hay ahora una más intensa actividad en el bosque que rodea el salón: movimientos entre los troncos y sobresalto de pájaros entre las ramas. Traté de crear ese “lugar civilizado en medio de la selva”, o pretendí hacerlo mientras llenaba mis horas de aburrimiento con los ritos vacíos del intercambio social. He gastado el fulgor de mis collares en el espejo ciego de la jungla. Pero las sombras han comenzado a reptar por las paredes con la luz oblicua del sol de la tarde, 40


y así el bosque y su misterio han terminado por vencerme: conquistaron mi alma, que es otra vez primitiva y vulnerable como lo somos todos cuando comenzamos a vivir. Ahora desapareceré, querido Alfredo, y seré olvidada, y este será otro palacio perdido al que devorará la vegetación indetenible. Y está bien que sea así. Cuando llegues, deja a los tigres reinar en los aposentos. Que las ranas ocupen la oquedad de mis porcelanas. Mis sábanas son para el viento: déjalas volar. A la vida silvestre solo le pido que cuide el cofre donde dejo estas cartas para ti. (Durante mi reclusión en el palacio solitario, las cartas de mi querida Eva han sido de gran ayuda y consuelo, y tú, más que un esposo, has terminado siendo un hijo de mi imaginación que se hizo independiente). Me habría gustado que llegaras en tardes de sedas y moaré… Por favor, no te culpes. Recuerda a la baronesa: “Ama el orgullo de tus compañeros, y no les permitas la autocompasión”. Ella se desnuda totalmente. Perdona a tu esposa infiel, a tu madre irresponsable: me entrego a la selva en busca de los brazos nudosos de mi amante hecho de sombras. 41


Y si puedes, alégrate por mí. Estoy dispuesta a enfrentarme a lo que verdaderamente soy, y no eludiré el camino hacia las tinieblas de mi reino. El salón ha oscurecido. Solo hay una tenue luz azul entre las ramas. La Dama se adentra desnuda en la selva.

(* ) Las citas corresponden al libro Memorias de África de Isak Dinesen, seudónimo de la escritora danesa Karen Blixen (1895-1962). RBA Editores, S.A. Barcelona, 1992, pp. 216-217. Traducción: Bárbara McShane y Javier Alfaya.

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Ensayo sobre nosotros

o Una-Diรกlogo lluvia de plata imposible43


Your followers are blind Too much heaven on their minds Jesus christ Superstar

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Una troupe festeja, con un salto en paracaídas, el estreno y éxito en taquilla de su producción. Es probable que esa pieza teatral que celebran sea la misma que estamos viendo. Personajes: Uno: dramaturgo y productor teatral Dos: actor y pintor Tres: instructor de paracaidismo

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Escena única. Uno: ¡Ahhhhhhhh! ¡Éste es el momento máximo! Dos: ¡Somos ángeles, bailamos en el cielo! ¡Uhhhhhhhhhhh! Tres: No perdamos la formación. Uno: ¡Me encanta esta sensación de cabalgar el viento! Dos: Hagamos otra figura Uno: ¿Para qué? Nadie nos ve. Tres: ¿Qué importa que nadie nos vea? Nos vemos nosotros mismos. Además, fortalecemos nuestro sentido de equipo. Dos: ¡Nos hubiéramos repartido el dinerito en este momento! Uno: Este es mi primer salto en paracaídas pero he vivido muchas noches de estreno. Es la misma emoción. Dos: ¡Una cosa increíble! ¡Qué éxito, cuánta gente! Yo he sido el más sorprendido de que nos haya quedado tanta plata con una obra de teatro. Uno: Es que nos falta fe. Tres: Por eso me pareció poético que, para celebrarlo, hiciéramos al fin un salto real. Dos: Yo pensé que era para que estuviéramos otra vez hermanados en la audacia. 47


Uno: Yo me siento cómodo aquí, entre la tierra y el cielo. Dos: Es porque estamos acostumbrados: vivimos entre lo prosaico y lo sublime. Tres: Antes de llegar a tierra, sin otra escenografía que estas nubes, quería agradecerles por invitarme a participar. ¡Todos estuvieron muy bien; aprendieron rápido y aplicaron correctamente lo que les enseñé! ¡Qué locura esa de hacer paracaidismo colgando de la tramoya, jajaja! Pero ahora volvamos a nuestra práctica real de paracaidismo, porque habrá telón sangriento si seguimos hablando pendejadas y no recuerdan lo que les he explicado. Estamos cayendo a 250 kilómetros por hora. Uno: Todavía hay tiempo. Los momentos intensos son por lo general infinitos. Dos: Y el final, la última imagen, el último parlamento, el estupor antes del aplauso… Pero la mejor escena fue cuando contamos la plata de los boletos ¡Qué bueno es tener plata! (Pausa) Miren, miren la ciudad, es del tamaño de mi mano… ¿Y si aprieto mi puño y la estrujo y la lanzo al vacío? ¿Y si la acaricio como si fuera un lienzo? Tres: La verdad es que esos reales nos caen del cielo… Dos: ¡Miren que vaina más bella! Todos lanzan un único grito de júbilo. 48


Uno: Quiero contarles cómo comenzará mi próxima obra: en el escenario despejado habrá una joven bella, desnuda, tocando el cello… Breve silencio. En alguna parte estará la muchacha descrita tocando la Sonata para cello y piano de Brahms. Dos: Y… ¿después? Uno: ¿Después qué? No sé qué pasa después ¿por qué tendría que saberlo desde ya? Apenas tengo la primera imagen. Tres: Parece, más bien, un final… Dos: Así empieza una obra. Una idea, apenas. Es como lo que decía de acariciar el lienzo. Antes de pintar uno acaricia la tela y siente los nudos de la luz agazapados en el blanco. Y todo comienza a revelarse… Alguien por ahí, un joven tal vez, acaricia un lienzo blanco, mientras sigue la música del cello. Tres: Como cuando vas descubriendo el espacio a medida que caes. El mapa es apenas un bosquejo: desde aquí uno ve el verdadero rostro de la ciudad escrito en el territorio; te das cuenta de que lo que te separa del suelo es un mar diáfano... ¿Lo sienten? Dos: Quiero contarles una plenitud. Una tarde: estaba sentado, leyendo en el estudio. En un momento levanté la vista… El posible muchacho mira fijamente el lienzo, y la cellista continúa tocando. Al final del relato de esta 49


experiencia, ambos se van o se desvanecen.

…y sentí un golpe o un mareo. La luz de la tarde, afuera, se fue apagando hasta tener la misma intensidad que la del interior, y el cielo tomó el mismo tono rosa de las paredes, que desaparecieron…

Uno: Ya la cosa se ve muy cerca ¿no? Vamos a repasar el aterrizaje. ¿Nos soltamos al mismo tiempo? Dos: La ventana todavía estaba allí, y se podía ver la arboleda. Pequeños reflejos en los vidrios crearon falsas estrellas. Me quedé embobado mirando la ventana, la ventana y los árboles lejanos, y floté sin vértigo en el color… Tres: Suéltate tú primero; cuenta hasta diez y lo haces, luego tú y yo nos separamos. ¿Recuerdan cómo abrir los paracaídas, verdad? Acuérdense de los ensayos… Dos: …y sin más, de pronto, la ventana, el árbol, las estrellas falsas, el color y yo fuimos una sola cosa. Y pensé: Alguien pintó la pared, alguien cortó estos cristales, alguien –el mismo tipo, tal vez- sembró ese árbol, y ninguno de ellos está aquí. Pero yo estoy, y sin haberlos conocido, los recuerdo. Esta es la segunda vez que floto de verdad... Tres: Ajá, bueno. Vamos a prepararnos ya para el descenso. Ey, pero apenas aterricemos reparten esos reales: es que me tengo que ir volando, tengo una clase a las seis… Uno: Yo te di a ti el dinero ¿ya hiciste los sobres? 50


Dos: Guardé la plata en los paracaídas de utilería, tengo todo en el carro… Epa, debe ser alucinante ver una lluvia desde aquí ¿verdad?... Uno: Entonces no hay plata que repartir. Yo dejé los paracaídas de utilería en el camerino… Dos: …unos alfileres de plata, cayendo sobre las calles... Sí, ya sé, ya sé que no se hace paracaidismo cuando llueve, pero ¡por Dios, déjenme volar! Tres: Recuerden lo que les dije: controlen nivel, eviten los giros... Ya tenemos que soltarnos. ¡Dale tú! Uno abre su dispositivo. Sobre el público se esparce una lluvia de billetes. Uno: ¡A la mierda! ¡Éstos son los de utilería! (Se agarra de Tres) ¡Suelta el tuyo, a ver si nos salva un lechazo! Dos y tres abren sus paracaídas, con los mismos fatales resultados. Pánico general. Siguen cayendo más y más billetes sobre el público. Uno: ¡Coño, juntaste los reales con los imaginarios! Tres: ¡Puta madre, se nos enredaron la vida y los ensayos! Dos: ¡Dios mío! ¡Confundimos el cielo con la tramoya! Todos: ¡Ahhhhhhhhhhhhhh! Oscurece piadosamente. 51


ร ndice pรกg. 7

Plรกtano Bombรณn

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Cartas de la Selva

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Ensayo sobre nosotros

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COLECCIÓN CHUCHO PULIDO (Dramaturgia) 1. Dos piezas de teatro breve Enrique Romero 2. Desamparados Ramón González Uzcategui 3. Rossi Nailyn Ramírez 3. María y el libro Denny Fernández 4. Séptima función y un diálogo imposible Javier Rondón COLECCIÓN LÉGAMOS (Poesía) 1. ser sin parecer Miguel Florenzano 2. Memorias de un ser alado Roberto Morán - El Gran Masturbador 3. Vos por siempre Luis Perozo Cervantes 4. Piélago Víctor M. Vielma Molina 5. Quebrantos Gabriela Rosas Colección Almita (Poesía infantil) 1. Más feliz que una lombriz Carlos Ildemar Pérez 2. El reino de abracadabra María Urbina colección puerto de escala (Poesía) 1.- No hay necesidad de mí en los infiernos Víctor M. Vielma Molina 2- Divinidad en rebelión Adelfa Geovanny 3- Contraste Luis Perozo Cervantes 4- Materia Bruta

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Alfredo Chacón Piel de sirena Florence Hogreul Fosa Común Miguel Marcotrigiano Hacia la noche viva Armando Rojas Guardia Pasar Leandro Calle A la sombra de los destellos Mario Amengual Ciudad blanca sobre fondo blanco Ricardo Montiel Del conciso embeleso Douglas Zabala 1era Antología del Festival de Poesía Varios Autores Diario de viaje Trina Quiñones Vociferación de los adentros Carlos Ildemar Pérez Pronombres personales Vito Domínguez Calvo A orillas del tiempo Rafael Enrique Cárdenas Colección V olan t e (Poesía)

1. Un amor color galaxia debajo de un amanecer agridulce Luis Ignacio Càrdenas 2. Intentos Fallidos Verushka Casalins 3. América El Gran Maturbador / Teff Giorio 4. Primer viaje Jesús Montoya 5. Un poema de 20 páginas Edgar Alexander Sánchez 6. De Holas y adioses Rafael Tiano 7. Travesía Rafael Tiano 8. Lo que calla la noche Georgina Ramírez 9. No cuentes adioses Marcos Castillo


10. al otro lado de la vía oscura Zakarías Zafra Fernández 11. El olor de otras palabras Jósbel Caraballo Lobo 12. Political manifestation Luis Perozo Cervantes 13. El idéntico incendio Mariela Cordero 14. Liturgia Jesús Manuel López D’Jesús 15. Cuadernos de la última costa Orángel Morey Lezama 16. Lo breve Gabriel García 17. Mensaje a la Deriva Eddy Armando Reyes 18. Madrugada Luis Ramones 19. El vidrio, la arena Adalber Salas Hernández 20. Marea Pedro Varguillas 21. Mujer acostada se despide Ocedot Arias


Este libro se terminó de imprimir en el taller editorial del poeta Luis Perozo Cervantes ubicado ubicado el sector Cuatricentenario. Vereda 17. Nº 09. Sector 1., en la parroquia Francisco Eugenio Bustamante, del municipio Maracaibo, en estado federal del Zulia, en el continente americano del planeta Tierra, en la Vía Lactea, el 19 de octubre de 2015, mientras se escuchaba la discografía completa de Elton John. Con un tiraje de 1000 ejemplares numerados, impresos bajo demanda, en 10 series de 100 ejemplares

SERIE A ____ de 100.


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