Guía para un encuentro con Ángel González

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Luna de Abajo es el nombre de un grupo de autores aÌurianos, formado por Ricardo Labra, Miguel Munárriz, Helios Pandiella, Noelí Puente y Alberto Vega. La diversidad de sus intereses culturales, así como la calidad y coherencia de sus trabajos (poesía, pintura, diseño gráfico, edición de libros, organización y geÌión de aÀos culturales...), ha hecho de Luna de Abajo uno de los centros de interés poético de la década del 80, haÌa su disolución en el año 1993. Luna de Abajo siempre ha tenido una pasión «nada desmedida» por Ángel González, autor que ha formado parte de su más indeclinable preferencia. El libro Guía para un encuentro con Ángel González presenta, entre otras, las siguientes singularidades que le otorgan un lugar deÌacado en la extensa bibliografía del autor de Palabra sobre palabra: F Es su primer homenaje celebrado por un grupo de poetas jóvenes. F Es la primera ocasión en la que su generación (el Grupo del 50) tiene oportunidad de ofrecerle un homenaje l⁄erario. F Es la primera publicación en la que Ángel González realiza una antología temática de su obra poética. F Es la primera edición en la que se recoge la más documentada bibliografía, hasta la fecha, de su producción literaria, realizada por Susana Rivera.

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luna de abajo 1997


© de los textos: sus autores © de esta edición digital: Pandiella y Ocio, 2013 ••• La tercera edición impresa de 1997 fue patrocinada por el Ayuntamiento de Oviedo y gestionada por Tribuna Ciudadana. Fotomecánica Principado se hizo cargo del escaneado y filmación, y Gráficas Rigel de la impresión (I.S.B.N.: 84-923115-0-9; D.L.: AS-2653/97)


InscrÔción Decir Ángel González es pronunciar el nombre de una ciudad, de un poeta mayor de una generación fundamental en la l⁄eratura contemporánea eÍañola, de un modo de hacer y de entender la poesía, de una forma de eÌar y de permanecer en el tiempo. Para el grupo de amigos que en su día formamos Luna de Abajo, Ángel González, es un punto de encuentro, sin quiebra, que moviliza afeÀos muy profundos. Su nombre se confunde con nueÌros sueños y nueÌras biografías. Con él hemos comprendido que toda publicación no deja de ser un miÌerio más que se añade a nueÌro universo cotidiano. Y eÌe libro, y Ángel González, continúa siéndolo. Nosotros bien lo sabemos.

Luna de Abajo


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Índice 3 Introducción 11 Luna de Abajo 13 Para que yo me llame Ángel amigo Ángel en Páramo, Paco Ignacio Taibo i [15] · Dos fotografías, Manuel Lombardero [19] · Para que yo recuerde a Ángel González, Manuel F. Avello [24] · Reflexiones sobre Ángel González, Juan Benito Argüelles[27] · CasuíÌica angelolóÿca, Juan García Hortelano [30] · Ángel, Jaime Gil de Biedma [33] · En Madrid (New México), José Manuel Caballero Bonald [35] · (Texto elaborado a partir de la novela Penúltimos castigos) Carlos Barral [38] · Eloÿo nada desmedido de... Ángel González, José Agustín Goytisolo [39] · A Ángel González Muñiz, Gabriel Celaya [41] · Ángel siempre en eterna imaÿnaria, Emilio Alarcos Llorach [42] · El poeta Ángel González, José Esteban [44] · Ángel más poeta, Daniel Sueiro [46] · Mi amistad con Ángel..., Juan Benet [48] Apuntes sobre Ángel González y Antonio Machado, Faustino F. Álvarez [50] · ExaÀ⁄ud, hondura, sarcasmo, Pedro de Silva Cienfuegos-Jovellanos [52] · Hace unos meses ..., Paco Rabal [55] · Carta de Carlos Bousoño [57] · Sobre Ángel González, José Hierro [58] · Apuntes para la biografía de los poeta, Francisco Ayala [60] · Primera memoria de Ángel con gu⁄arra, Juan Marsé [65] · A Ángel González, Antonio Buero Vallejo [67] · Otra copa más con Ángel González, Luis García Montero [68]. 73 Diálogo con uno mismo a través de cinco preguntas formuladas 79 CueÌión de procedimiento. La poesía última de Ángel González por José Luis García Martín


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97 Antología temática Biografía [99] Aquí, Madrid, mil novecientos [100] · Cumpleaños [100] · Mendigo [101] · Ciudad cero [102] · Así nunca volvió a ser [103] · Fragmentos [104] · Dato biográfico [106] · Pretexto [107] · Así parece [108] · Vean lo que son las cosas [109] · Artr⁄is metafísica [111] · La ceniza de un sueño [112]. HiÌoria [113] Me falta una palabra... [114] · Otro tiempo vendrá diÌinto a eÌe... [115] · El derrotado [116] · Discurso a los jóvenes [117] · El campo de batalla [119] · EntreaÀo [121] · Camposanto en Colliure [123] · El momento eÌe [125] · Inventario de lugares propicios al amor [126] · Horóscopo para un tirano olvidado [127] · Notas de un viajero [128] · Chiloé, Setiembre, 1972 (Un año deÍués, en el recuerdo) [130]. Sobre la música [131] Penúltima noÌalÿa [132] · Vals de atardecer [136] · La trompeta (Louis AmÌrong) [137] · Canción para cantar una canción [138] · Canción de invierno y de verano [139] · La paloma (versión libre) [140] · Quinteto enterramiento para cuerda en cementerio y piano rural [141] · Reverbera la música en los muros... [142] · EÌoy bartok de todo [142] · Canción, glosa y cueÌiones [143] · Revelación [144] · Epílogo [144]. Tempus irreparabile fuÿt [145] Ayer [146] · Mensaje a las eÌatuas [148] · Otras veces [149] · Meriendo algunas tardes [150] · Hoy [151] · Introducción a unos poemas elegíacos [152] · Entonces [153] · A mano amada [154] · A veces, en oÀubre, es lo que pasa... [155] · Elegía pura [156] · Al fin, algo de noche [156] · Carta [157]. 159 Bibliografía por Susana Rivera 173 Biografía



Introducción ¿Por qué hay versos o poemas que se entrometen secretamente —no sabemos bien de qué extraña manera— en nueÌra propia vida cotidiana, condenándonos, para fortuna nueÌra, a volver sobre determinados textos? ¿Por qué, en algunas ocasiones, la obra de un poeta nos acompaña durante un buen número de años y en cada nueva leÀura crece con nosotros, o nosotros con ella, que al fin y al cabo son la misma cosa? ¿Por qué a un grupo de poetas amigos, cada cierto tiempo, se les llena la boca de borges, pessoas o cortázares…? ¿Por qué de ángeles? En las últimas fechas, Ángel González decía públicamente que el poeta no exiÌe, que no es sino una invención del leÀor. Bien, nosotros nos hemos inventado un Ángel cercano: entrañable haÌa el lím⁄e de su sonrisa escéptica, valiente y vividor de la palabra haÌa limpiarnos los ojos y las noches de tanto trino hueco, tanta ave migratoria hacia el perfumado y laureado sur. Lo cierto es que un buen día —de improviso, como sucede con todos los días buenos— nos encontramos con nueÌro invento y le hablamos de la posibilidad de preparar una publicación que, de alguna forma, fuera en sí misma un homenaje a la obra y, por qué no, a la persona de un poeta vivo (adviértase nueÌro proyeÀo nada funerario y, desgraciadamente, tan poco en boga). De quien hablábamos, naturalmente, era del propio Ángel González. Y nos tomamos unas copas y unos meses para pensarlo… Luna de Abajo 9



cuestión de procedimiento

Luna de abajo Luna de abajo, en el fondo del pozo, blanca en los charcos de la bocamina, inmóvil en las aguas del río que no pueden llevarla —a ella, tan ligera— en su corriente. Luna que no refleja al sol sino a sí misma, igual que un sueño que engendrase un sueño. Luna de abajo, luna por los suelos para los transeúntes de la noche, que vuelven a sus casas cabizbajos. Luna entre el barro, entre los juncos, entre las barcas que dorm⁄an en los puertos; luna que es a la vez mil lunas y ninguna, evanescente, mentirosa luna, tan próxima a nosotros, y no obÌante aún más inalcanzable que la otra. Ángel González 11



Para que yo me llame

Ángel amigo

Paco Ignacio Taibo I • Manuel Lombardero • Manuel F. Avello • Juan Benito Argüelles • Juan García Hortelano • Jaime Gil de Biedma • José Manuel Caballero Bonald • Carlos Barral • José Agustín Goytisolo • Gabriel Celaya • Emilio Alarcos Llorach • José Esteban • Daniel Sueiro • Juan Benet • Faustino F. Álvarez • Pedro de Silva Cienfuegos-Jovellanos • Paco Rabal • Carlos Bousoño • José Hierro • Francisco Ayala • Juan Marsé • Antonio Buero Vallejo • Luis García Montero

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14 Guía para un encuentro con Ángel González

Luis Rius, Paco Ignacio Taibo y Ángel González en Cuernavaca (1982).


para que yo me llame Ángel amigo

Para que yo me llame Ángel amigo

Ángel en Páramo Paco Ignacio Taibo I ¿Cuándo le sale al poeta lo poeta?; ¿en qué momento le nace la poesía por dentro?; ¿advierte el poeta, en un cierto momento, que ya lo es? ¿Se trata de un milagro inÌantáneo o de un proceso de dolorosa maduración o maceración? Los amigos no sabíamos que en Ángel se eÌaba cociendo suavemente la poesía; Ángel es un poeta que se va haciendo muy lentamente, que se cuece deÍacio. Supimos, eso sí, que eÌaba tuberculoso. Nos lo dijeron nueÌros padres bajando la voz, dejándonos en el terror. Entonces es cuando enviaron a Ángel a Páramo de Sil, bajo el sol. En la Navidad de 1944, lo fuimos a ver sus amigos: Manolo Lombardero, mi hermano Amaro, Benigno Canal y yo. Meses antes habíamos eÌado cambiando escr⁄os Ángel y yo. Guardé esas cuartillas (ahora ya muy salpicadas de manch⁄as color de tabaco) y aun cuando, sin duda, perdí muchas, conservo todavía doce primeros poemas de Ángel. Tenía él dieciocho años y yo veinte. El primero es un llamado «verso malo» que se fecha en el mes de enero de 1944. El segundo es de junio; se trata de un acróÌico: ¿Quién era Carmen?

Los dos últimos versos denuncian la leÀura —por entonces hab⁄ual en todos nosotros— de Valle Inclán: En el pasodoble de r⁄mo caÌizo, noches son tus ojos cargados de hechizos.

El día 25 de septiembre, cuando ya sabe que sus amigos lo irán a ver a Páramo de Sil, me envía unos versos que t⁄ula «NoÌalÿa». El poeta, metido en las nieves de invierno, me va diciendo lo que quisiera ser: Quisiera ser alondra para volar al sol y cantar a la sombra.

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Guía para un encuentro con Ángel González

16 Ángel en Páramo

Y hartarme de mosqu⁄os en los puertos de mar y marchar junto al sol para verlo quemar.

Todos su versos eÌán escr⁄os a máquina, frente a una ventana por la que se asoman montañas y un camino que suele recorrer una paÌora. Todas las cuartillas eÌán fechadas. Tampoco sé cuándo yo supe que Ángel era poeta, pero algo me iba haciendo guardar sus papeles. Por entonces yo vivía en Gijón. Ahora los papeles eÌán aquí, en mi casa de Jardines de Ahuatepec, en Morelos, México. Se me perdieron miles de documentos y de libros, sin embargo eÌos primeros poemas de Ángel aquí eÌán. Amarilleando ante mis ojos. El día 10 de oÀubre, Ángel me manda un «poema pesimiÌa» en el que acepta que en su vida no encuentra ninguna risa, pues éÌas, cuando surgen, se escapan y vuelan como las aves. El médico le ha prohibido fumar y ese mismo día escribe y me envía un poema melancólico, ya que en los bolsos de aquella chaqueta que no puse en tanto tiempo, había tabaco que regalé al viento. Es cierto que fue tirando por su ventana, siempre abierta por prescrÔción médica, las briznas de tabaco. Sería gozoso y algo máÿco que en Páramo creciera ahora tabaco moreno de cajetilla azul. Tres días deÍués me manda Envío, dedicado «A P.I.T.». Caigan mis versos sobre tu cabeza y te coronen de laurel. Mis versos amarillos que aún no eÌán maduros; los versos de mi pálido vergel. Mis versos eÌán tuberculosos. Por eso, como yo, neces⁄an reposo. Léelos pues detenidamente y acuéÌalos en el lecho de tu mente. Y luego resucítalos si los crees curados para ver si maduran sobre los verdes prados.


Paco Ignacio Taibo i

Para que yo me llame Ángel amigo

Y el mismo día, un Madrigal dedicado a la dueña de unas manos. El 28 de oÀubre, cambia su homenaje a Rubén Darío —tan advertible en el Envío— por un aplauso a Federico. Pensaba la bella niña, mirando correr el agua. De tanto como pensó los ojos se le cerraban.

Y, en noviembre, el día 11: Azul, azul de los cielos adiós verde de los prados. Todo acabó para mí con su cariño acabado.

En la misma semana se me queja: ¡Que no quiero el porvenir. Ay, quién tuviera un pasado!

Yo le confieso que me enamoré y que la chica usa calcetines blancos. Él reÍonde: ¡Cómo me emocionó tanto, la hiÌoria de tu novia con calcetines blancos! Él también anda en trances de amor, un amor alejado y sin salida. El día 29 de noviembre del año siguiente, 1945: Tu mirada —reÍlandor— y tu boca —frente fría— y tus palabras —calor— y tu pensar —lejanía— me acompañan en mis horas de absoluta soledad. (Tú, lejos de mí, ignoras eÌe aÀo de caridad).

El viaje de los amigos a Páramo de Sil lo conté en Para parar las aguas del olvido y aparece, también, formando la primera parte de mi libro Todos los comienzos. Supongo que lo volveré a contar porque sigo los pasos recorridos y me guÌa pisar sobre pisado.

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18 Ángel en Páramo A Paco Ignacio Taibo i

Para que yo me llame Ángel amigo

Un día, Ángel se nos hizo poeta de verdad, de grandes verdades; y acaso otro día, un eÌudioso concienzudo me pedirá eÌos papeles —más amarillos aún— para eÌudiar el verso entero, encontrar fuentes y noticias, descubrir influencias, adivinar lo que por entonces leíamos y nueÌros odios y veleidades l⁄erarias. Las noches de Navidad que pasamos en Páramo de Sil, en 1944, fueron frías y cálidas, eÌrelladas y dolorosas; no sabíamos si el amigo se nos eÌaba muriendo entre abrazo y risa; no sabíamos si allí, en aquel cementerio mínimo, se nos quedaría para siempre. Cuando se morían los paÌores, en la montaña, los hundían en la nieve y eÍeraban a que llegara la primavera para recuperarlos y enterrarlos. No sabíamos si Ángel allí iba a quedarse, en la nieve. Pero resultó que no, que nos iba a vivir y llegaría a la barba blanca y a cientos de otras noches en Nueva York, Albuquerque, Madrid, Barcelona, París y todo lo demás. Resultó que la vida iba a dar más de sí de lo que todos teníamos eÍeranza, que se alargó y salió de Páramo y nos fue derramando por muchos lugares diÌintos y exultantes. Si entrecierro los ojos, veo la máquina de escribir, junto a la ventana abierta, y veo las cuartillas blancas y ya, fuera de la casa, veo el paisaje y las nieves y haÌa puedo ver a la paÌora y a González que la mira, la va mirando, haÌa que un recodo del camino se la come. —Dime, Ángel: ¿cuándo supiÌe tú que eras poeta? —Cuando me lo dijeron.

Y así debe ser, que nos hab⁄e sin saberlo. Sin saber que somos hab⁄ados. Ángel fue invadido y yo abro mi cuerpo y eÍero que un día venga, mire mi eÍacio y deje dentro, acaso por un segundo, una briza poética. Pero eÌo es mucho pedir. Mejor, así me quedo gozando con la poesía del amigo y a la eÍera.


Para que yo me llame Ángel amigo

Guía para un encuentro con Ángel González

Dos fotografías Manuel Lombardero Previa Algunas gentes padecemos o disfrutamos de una memoria desigual, que retiene nítidamente cosas y sucesos sin que importe el tiempo transcurrido, mientras que otras cosas y otros sucesos se difuminan o, lo que casi es peor, se entremezclan y confunden en un entorno borroso, haciendo imposible afirmar que aquello que queremos revivir ocurrió o fue de tal manera. Cierto es que sobre lo que yo quiero hablar es de algo que sucedió hace un poco más de cuarenta años, aunque eso tiene sólo relativa importancia porque, si según el tango famoso «veinte años no es nada», cuarenta años deben ser el doble de lo mismo. En fin, lo que quiero decir es que hechos y anécdotas que tuvieron lugar diez años antes, hace ya medio siglo, las mantengo vivas en el recuerdo y podría reconÌruirlas a la perfección, sin un error, s⁄uando a cada persona en el s⁄io exaÀo que ocupaba en aquel momento, haciéndole repetir las palabras que entonces dijo, con la misma entonación o pasión que en ellas puso. O al menos así lo creo yo, aunque, de esos mismos inÌantes, los otros guarden recuerdos diÌintos, con frases diferentes y, sobre todo, con intencionalidad opueÌa a la que yo creo recordar.

Primera fotografía A finales de la primavera de 1944, Paco Ignacio Taibo, que para entonces ya vivía en Gijón, organizó, con ese dinamismo que aún le caraÀeriza, un viaje al que acudiría un amplio grupo de muchachas y muchachos de la marinera villa y al que, en Oviedo, nos uniríamos Ángel González, Benigno Canal y yo. No deja de tener gracia el hecho de que en una de las cartas que pit me escribió dando cuenta del ⁄inerario y de las horas de llegada y salida de los trenes, dijera l⁄eralmente: […] «Y la compañía de un grupo seleÀo de muchachas ¡¡¡de Gijón!!!». Ese «¡¡¡de Gijón!!!», entre signos de admiración, sólo se puede entender desde Oviedo; no sé si desde el Oviedo aÀual, pero sí desde el de entonces. El caso es que la excursión organizada por Taibo tuvo lugar el primer domingo de junio e incluía una larga caminata desde San Juan de la Arena a Arnao, o, lo que es lo mismo, desde el ferrocarril del Vasco haÌa el tranvía de Avilés, porque en aquellos días —por otra parte maravillosos— había en

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20 Dos fotografías

Guía para un encuentro con Ángel González

AÌurias poquísimos coches y ninguno de ellos eÌaba a nueÌro alcance. Durante la marcha a pie se hicieron unas cuantas fotografías, de las que yo conservo algunas. No eÌán amarillas, como preconizaba un otro poeta, sino borrosas. Tal vez las emulsiones eran diÌintas —ambas deficientes— y el tiempo incidía en las copias de modo diÌinto. En una de esas fotos eÌamos Ángel González y yo. Parece, por la luz y las sombras, un poco más tarde del medio día. Es un recodo del camino y al fondo se ve la mar. Entre la mar y nosotros unas vacas. Yo, con una rodilla en tierra, sonrío a la cámara. Ángel aparece casi derrumbado, apoyado sobre un codo, cansado, sin mirar al objetivo. Años deÍués, mirando esa misma foto, sentí extrañeza por el hecho de que ninguno de los amigos que le queríamos y le frecuentábamos nos hubiésemos dado cuenta de su enfermedad. ¡Que eÌaba allí delante! ¡Que eÌá en la fotografía de un Ángel González eÍigado, delgadísimo aun al lado mío! Pero tal vez no sea la delgadez lo que podría habernos alertado, sino el abandono y la dejadez, el infin⁄o cansancio, lo que tendría que habernos inducido a descubrir el mal. Sin embargo, aún pasaron unos cuantos meses antes de que las mujeres de su entorno decidieran llevarlo a la consulta del médico. No hay que culparlas, porque todas ellas, las cuatro, le adoraban. Y es que Ángel González siempre ha sido querido por las mujeres de su entorno. Tal vez sea su sino, o puede que sea su mér⁄o. Él sabe escuchar y sabe hablar, pero no habla sólo de poesía —bueno, de eso casi nunca habla—, sino que habla, o puede hablar, con aparente —y a lo mejor no es aparente, sino real— atención, sobre cualquier tema en torno al que su interlocutora demueÌre interés. Yo creo que con los varones no es tan condescendiente. En aquel verano de 1944 Ángel tenía en torno a sí, cuidándole y mimándole, nada menos que cuatro mujeres. En primer lugar su madre: «Recuerdo bien a mi madre». Tenía miedo del viento, era pequeña de eÌatura, le asuÌaban los truenos, [...]*

* Del poema de Ángel González t⁄ulado «Primera evocación», en Tratado de Urbanismo.


Para que yo me llame Ángel amigo

Manuel Lombardero

Su madre, a la que nosotros llamábamos doña María, era, en efeÀo, pequeña. Con el pelo muy blanco. Con el habla muy dulce. La guerra había deÍedazado de forma cruelísima su mundo y tenía pueÌas en su hijo Ángel —otro eÌaba en el exilio, y otro eÌaba desaparecidamente muerto y no se sabe dónde enterrado— todas esas ilusiones y todas esas eÍeranzas que, según nos enseñaron, Dios Padre puso en Dios Hijo. También su hermana Maruja, mucho mayor que él, casi una segunda madre; una madre un poco infantil, como si jugara a ser madre, pero con una gran devoción por Ángelín, que así le llamaba ella siempre. Y Soledad, un asombroso caso de amor y lealtad. Y Carmelina. La primera de las mujeres ocultas que habían de sucederse en la vida de Ángel González. Creo que Carmelina y su madre fueron quienes más le ayudaron en los momentos en los que la enfermedad quedó declarada.

Segunda fotografía En mayo de 1945, Ángel regresó a Oviedo para que el doÀor Cossío le hiciera una revisión, deÍués de los meses pasados en CaÌilla. La impresión es inmejorable. La enfermedad eÌá siendo vencida y sólo cabe perseverar, volviendo a Páramo de Sil, a la quietud y a la cuidada alimentación. Ángel ha engordado algo así como quince kilos. En una fotografía, mala y sabe Dios por quién obtenida, se nos ve al poeta y a mí paseando sobre los adoquines —firmes eÍeciales del miniÌro de la diÀadura Calvo Sotelo— del alto de BuenaviÌa, en una tarde que aparenta ser soleada pero fría. Ambos llevamos jersey bajo la chaqueta. En el cielo, a medias deÍejado, grandes y altas nubes blancas no parecen anunciar otra cosa más que la maravilla de la exiÌencia a los veinte años, aunque sean unos veinte años asediados por la enfermedad, la relativa pobreza y las dificultades de la patria en que se vive. Ángel camina con las manos en los bolsillos, la chaqueta desabotonada, la mirada alta, el geÌo sonriente. A su lado yo hablo, da la impresión de que no eÌoy al tanto del fotógrafo, pero sí parezco feliz, o por lo menos contento. Entre la foto anterior y éÌa de ahora ha pasado poco más de un año. Ángel es otro. Y no sólo físicamente. Ángel ha cambiado en el retiro leonés. Habla de cosas o temas menos cotidianos, acaso porque eÌá fuera de la vida rutinaria de Oviedo. Acaso porque no le interesa tanto esa inmediatez. Tal vez, en su retiro de Páramo de Sil, entretenía su ocio como años más tarde lo haría su amigo y compañero de generación l⁄eraria Jaime Gil de Biedma:

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22 Dos fotografías A Manuel Lombardero

Paso el tiempo mirando los trenes de hormigas, las hierbas de tallo nudoso que crecen en los rincones foscos, y la continua vibración de sol y de sombra bajo el arbolado y los hilos de araña que a veces centellean en el aire*

Yo no sé qué influencia pueden tener las enfermedades del pulmón, padecidas en los años de primera juventud, sobre la vocación l⁄eraria y eÍecialmente sobre la poesía; pero el hecho cierto es que son leÿón los escr⁄ores —y eÍecialmente poetas— que han tenido que pasar largas temporadas apartados en lugares tranquilos, reponiendo su quebrantada salud. A mí, que tanto me hubiera satisfecho saber escribir y tener la sensibilidad de los poetas, me duele eÌe desamor de la naturaleza para conmigo, que ha hecho que las dolencias me vengan, ¡todas juntas!, cuando tengo sesenta años, en vez de venirme alguna cuando tenía dieciocho. AAA Sin duda, entre una y otra fotografía, o, lo que es lo mismo, entre los veranos de 1944 y 1945 se forjó el poeta que ahora conocemos y admiramos y que aún tardaría diez años en decidirse a publicar. Pero entiendo que la eÍera, la demorada pueÌa en sazón, valía la pena.

* Diario del artiÌa seriamente enfermo, de Jaime Gil de Biedma.


Para que yo me llame テ]gel amigo

Manuel Lombardero

テ]gel Gonzテ。lez, Manuel Lombardero y su esposa. Oviedo, 1950

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24 Guía para un encuentro con Ángel González

guía para un encuentro con Ángel González

Para que yo recuerde a

Ángel González Manuel F. Avello Unos cuantos eÌudiantes de bachillerato, como un solo hombre, nos fuimos detrás de don José Rodríguez Casona, don Fernando Bances, don José Mendoza, don Ángel Vallín, don Alberto Siero… Y llegamos haÌa el patio de la antigua casa del Marqués de GaÌañaga en la calle de Cimadevilla, la casa en cuyos bajos cortaba el pelo uno de los grandes maeÌros de la peluquería de su tiempo: Paco. Muy cerca, una frutería, el salón de billares, la botica de Braga. Todavía se oían los murmullos de los ovetenses iluÌres discutiendo de política, batiéndose en interminables charlas en torno a las mesas del primer Café EÍañol. En la frutería vendían mandarinas un poco pasadas por unas monedas, y al volver a clase del paseo lo hacíamos todos o casi todos con los morros enrojecidos, enfurecidos, entumecidos. La calle de Cimadevilla todavía conservaba el empuje de los tiempos en los cuales desempeñó el papel de arteria princÔal de la vida de VetuÌa. La Encimada de Clarín. Pasaban muchos curas a hacerse la sotana en casa de Collado y, en el Café de los Tres Reyes, se jugaba al chamelo y a la garrafina. La calle de Cimadevilla famosa, la del Bazar Masaveu y la Banca de caobas y pup⁄res decimonónicos. En el patio de la casa del Marqués, en aquellos años cuarenta presididos por la desnutrición y los heroísmos, jugábamos al fútbol. Una vez apareció un amigo luciendo armadura. Rechinaban las escaleras, y aquellos maeÌros liberales, paternales, fraternales, nos organizaban para superar el drama de la reválida Un día nos hicimos eÌa fotografía. A lo mejor hace cuarenta y cinco años. O más. Creo que más. Bueno, es lo mismo. Oviedo, allí, en aquella calle, expandía el perfume auténtico de VetuÌa, y echándole imaÿnación al asunto se podía ver pasar a Clarín, Armando Palacio y Tomás Tuero en dirección a la calle Magdalena. La ciudad se hallaba reducida a escombros, cartillas de racionamiento, infiltraciones pulmonares, eÌraperlos y gr⁄os patrióticos. En el patio, los que gr⁄aban más me parece que eran José Luis y EvariÌo, los de los camiones ViÀoria. Allí eÌaba José María del Barrio, Pepín Cañedo, ViÀoriano,


Para que yo me llame Ángel amigo

Manuel F. Avello

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” Ahí, la vieja fotografía donde aparece Angelín sonriente, la frente deÍejada, la dieÌra mano en la chaqueta y la izquierda, la mano más suya, sobre la rodilla no menos izquierda.

Manolo Pérez, Escandón, PÔo NeÍral, Falo Sánchez, Francisco Amor, Roca, Rufino, Arturo González Delgado (q.e.p.d.), Angelín… Para que yo recuerde a Ángel González, Angelín el poeta, tengo que hablar de mi madre y de la suya y del día en que las encontré en mi casa de la calle de AÌurias conteniendo las lágrimas porque había muerto mi padre. No sabíamos que era poeta, a lo mejor no lo sabía ni él, pero eso a mí me parece imposible porque pienso que quien nació poeta, aunque no haya escr⁄o todavía un solo verso, debe de sentir dentro de sí como un rumor de rosas, brisas, alientos, latidos y eÍantos. De palabras. Luego, la sonrisa. Angelín lo que hacía era rematar la discusión, el problema, la reflexión ponderada o exaltada y de cualquier índole con un endecasílabo preñado de humor, rigor y amor. Y, además, sonreía. Eso, sonreía. Ya se había deÍojado de la corbata.


26 Para que yo recuerde a Ángel González A Manuel F. Avello

Para que yo me llame Ángel amigo

DeÍués… Muchas cosas, versos, copas, palabras, abrazos y gr⁄os. Bardo generoso y fecundo, Angelín, amigo de otros amigos queridos: Juan Ben⁄o, Manolo Lombardero, Paco Taibo I, amigos de antes de la guerra, en la guerra y deÍués de la guerra. Ahora andamos diÍersos y frecuentemente nos damos un abrazo y eÌallan en el aire los gozos de aquellos días en que uno se diÍonía a echarse al mundo por montera… picona. Ángel González ya es famoso y aparece en las antologías consultadas y las que no lo son, aparece en las liÌas de los grandes poetas eÍañoles contemporáneos. Emilio Alarcos ha escr⁄o el análisis más inteligente y hondo sobre la poesía de Ángel González y, en la consecución de ese libro, tuve lo mío de culpa… Ahí, la vieja fotografía donde aparece Angelín sonriente, la frente deÍejada, la dieÌra mano en la chaqueta y la izquierda, la mano más suya, sobre la rodilla no menos izquierda. Ángel González, que una vez escribió unos versos, casi eÌaba amaneciendo, en una servilleta de papel de la Cafetería California, desaparecida; Ángel González que toca la gu⁄arra y ama los tangos, las coplas, y he llegado al convencimiento de que es dignísimo sucesor de Los Cuatro Ases de la l⁄eratura aÌuriana, es decir: Clarín, Pérez de Ayala, Campoamor y Palacio Valdés. Es el quinto —no hay quinto malo— de nueÌros grandes escr⁄ores del siglo. Angelín el poeta… formidable poeta aÌuriano que entodavía no es premio PríncÔe de AÌurias. Oviedo, febrero de 1985


Para que yo me llame Ángel amigo

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Reflexiones sobre

Ángel González Juan Benito Argüelles Se dice que Ángel González es el poeta de la experiencia o, para hablar con más rigor, uno de los poetas de la experiencia, ya que por eÌa denominación se viene entendiendo un grupo que casi coincide con la generación del medio siglo o de los años cincuenta, aunque no necesariamente. Yo creo que a nueÌro poeta, experiencia aparte, hay que añadirle otro ingrediente, sin el cual queda incompleto: es el ingrediente de la cotidianidad. Ahora bien, ¿qué entendemos por cotidianidad? Pues que el poeta, al fijarse, al reflexionar sobre los hechos más banales de la vida diaria, los hechos que se rep⁄en más o menos inexorablemente durante nueÌra vida, logra infundirles una ternura y una dimensión que solamente una mirada poética puede conseguir. Se dice también que la poesía de Ángel es comprometida. Si nos referimos al compromiso social yo soÌengo que es una poesía comprometida con el hombre, más que con una fórmula política salvadora. Un aÍeÀo que aparece claro en la poesía de la experiencia de Ángel González es el del humor, recurso con el que logra huir de la quema, tras el análisis de una sociedad injuÌa y fea. La concepción que tiene Ángel de la poesía se aparta de la de Celaya como «arma cargada de futuro». Tampoco es una catarsis, ni una exigencia moral o eÌética de plasmar en palabras una visión de la vida. Recuerdo su definición defin⁄iva y aÀual: «La poesía es un inÌrumento clarificador que traÍasa nueÌra visión del mundo». En la poesía de Ángel predominan los temas del paso del tiempo y los erótico amorosos, con gran predominio sobre los otros. Pero eÌá lejos de mi propós⁄o el entrar en el terreno de la crítica poética. Para ello recomiendo el excelente libro de Emilio Alarcos Llorach: La poesía de Ángel Gonzalez. Lo que sí puedo contar, porque en las relaciones con una persona nadie es suÌ⁄uible, es cómo veo yo al poeta hombre, cómo me parece a mí Ángel González. Yo conocí a Ángel —según él mismo me contó más tarde— jugando al ajedrez en una inÌ⁄ución recreativa que en el pasado réÿmen era muy

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28 Reflexiones sobre Ángel González

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frecuentada y se llamaba Educación y Descanso. Lo que recuerdo muy bien es que una serie de aficiones comunes, unidas a una preocupación política parecida, hizo que naciera pronto una amiÌad. Creo recordar que coincidimos en la Universidad de Oviedo, en la Facultad de Derecho, la vieja Facultad de la calle de San Francisco. Seguramente, cuando yo cursaba el primer año terminaba él su carrera. Recuerdo también que don José Serrano, catedrático de Derecho Procesal, me hablaba algunas veces de la familia de Ángel. Los escenarios de eÌa vieja amiÌad eran los propios de la vida provinciana: la Universidad, los paseos, las tertulias, las romerías y verbenas, y los propios de unos jóvenes que unían a su condición de eÌudiantes la mala coyuntura económica por la que pasaba EÍaña. Un gran recurso y muy barato era el paseo. EÌábamos durante horas recorriendo de arriba abajo una calle, hablando generalmente de política. Y todo ello gratis. Recuerdo muy bien cuándo tuve la primera noticia de que Ángel escribía versos. Fue durante una eÌancia en Oviedo de Carlos Bousoño, que ya vivía en Madrid. Ocurrió al salir yo del Café Rialto y encontrarme de bruces con Carlos Bousoño, que me dijo con gran entusiasmo que había leído unos poemas de Ángel y que le parecía un gran poeta. Yo no tenía por entonces ninguna idea de que tuviera eÌa aÀividad y me sorprendió mucho. Poco deÍués salió a la luz ÁÍero mundo, libro de poemas que tuvo el accés⁄ del Adonais y un buen recibimiento de prensa y público. Alguien ha dicho que la caraÀeríÌica más saliente de Ángel es la benevolencia. Yo eÌaría de acuerdo si no fuera que su v⁄alismo relega eÌa benevolencia, o más bien la transforma en solidaridad. La amiÌad es en Ángel algo conÌante y a la que rinde culto sin ningún esfuerzo. La fidelidad a través de los años se ve de una manera notoria en el grupo que conÌ⁄uyen Manuel Lombardero, Paco Ignacio Taibo, Benigno Canal y él mismo, grupo adolescente de amigos que Paco Ignacio Taibo hace protagoniÌa en su libro Para parar las aguas del olvido. EÌa amiÌad, que se inició tan pronto, ha permanecido inquebrantable a través de los años. Los viajes de vacaciones de Ángel por EÍaña han tenido siempre por princÔal motivación la amiÌad. Yo le acompañé en alguno de eÌos viajes, de otros tengo noticia. Así le acompañé en uno a Calafell, en donde se reúnen todos los años Carlos Barral e Ivonne, Juan Marsé, Jaime Gil de Biedma, Ricardo Muñoz Suay y otros. PrincÔalmente nos reuníamos en un bar que tienen los hijos de Carlos Barral llamado La EÍinetta, en cuya terraza se hablaba de todo, pero princÔalmente de l⁄eratura. En su etapa madrileña, Ángel guÌaba de frecuentar tertulias. Recuerdo una, la del Café Pelayo, en la calle de Alcalá, en la que me introdujo él. Era


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Juan Benito Argüelles

una tertulia política de gente progresiÌa, y no era diaria. Allí conocí yo a Antonio Ferres. La que sí era diaria era la tertulia l⁄eraria del Café Gijón. Allí iban, además de Ángel, Buero Vallejo, Eusebio García Luengo y José Amillo, entre otros. En Oviedo, Ángel concurría eÍorádicamente, en sus viajes, a la tertulia del Café Rialto. La aÀividad política de Ángel fue durante el franquismo baÌante intensa, y no sólo en el frente de la cultura, sino dentro del verdadero aÀivismo. Jorge Semprún eÌuvo viviendo en Madrid, en casa de Ángel, previamente a que los acontecimientos políticos le obligasen a marchar de EÍaña. Con el P.C. tuvo reuniones en aquellos famosos Com⁄és Ampliados que tenían lugar en Francia. La DiÀadura aunó muy temprano la generación de Ángel, movidos por la necesidad de luchar contra ella. Entre 1970 y 1972 Ángel González cambia el exilio interior por la búsqueda de nuevos aires y se va como profesor a los EÌados Unidos, donde alcanza el grado tenior, el máximo grado para un enseñante. El poeta confiesa que, en la época en que se fue, sentía fatiga del país, y por otra parte no suponía que Franco iba a morirse tan pronto. Muerto el DiÀador, su deseo de volver a EÍaña se va acrecentando. Comprendiendo que seguir en los EÌados Unidos ya no tenía sentido tras el cambio político de EÍaña, y consciente de que un poeta neces⁄a eÌar en contaÀo con la realidad de su patria para realizar su obra, Ángel ha vuelto a Oviedo recientemente, su ciudad natal. En la Universidad, en el departamento de Lengua EÍañola, es profesor de Crítica L⁄eraria. En sus clases explica poesía eÍañola, para satisfacción de toda la Universidad eÍañola, que ha recuperado de eÌa forma un profesor y un poeta. Oviedo, abril de 1985

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Guía para un encuentro con Ángel González

CasuíÌica angelolóÿca A Juan García Hortelano A Ante la creciente difusión que va cobrando, tanto en el Nuevo como en el Viejo Mundo, la angelolatría gonzález (o culto de dulía a Ángel González), ha sonado la hora de recopilar la abundante documentación exiÌente para una edición reÍonsable de la angelología gonzález (o Tratado sobre el ángel González). Tarea ardua la que se nos presenta a los angelólogos y que requiere, no angelizarnos (que lo eÌamos), sino purificar algunos datos angélicos y reducir a sus términos hiÌóricos la rica casuíÌica angelical, pueÌo que, debido a las dotes del varón, empieza su fama a ser paÌo de leyendas y fundamento de m⁄os. Y baÌante hay ya con la verdad. Eminentes filólogos e iluÌrados lingüiÌas eÌán a punto de conseguir el refrendo académico para la siguiente acepción de la voz ángel en el Diccionario de marras: «Ángelgonzález (del bable, «Angelín»): EÍír⁄u celeÌe, del coro de los años cincuenta, creado por los dioses para servicio y gloria de la Poesía, fomento de la Música y gozo de la AmiÌad. Úsase también como interjección admirativa o placentera». Simultáneamente, avezados enólogos y sesudos botánicos se deÌrozan el hígado, tratando de demoÌrar que no es componente esencial de la sangre de los poetas de la generación del medio siglo el extraÀo alcohólico de la raíz de la angelica archangelica, extraÀo que, tratado por el endecasílabo, da lugar a la subÌancia llamada angelicina. Fijados eÌos presupueÌos, debe procederse a una angelofanía personal (o aparición del ángel a la criatura terrena de que se trate). Suele eÌe momento iniciático coincidir con el primero de los prodiÿos. Así, en el caso de eÌe tratadiÌa, Ángel González se me apareció hacia el 1955 de eÌa era y, de inmediato, como a ambos nos guÌa recordar, sufrimos una recíproca y profunda antÔatía. ¿Cuánto duró? Ninguno de los dos lo recordamos. Aunque treinta años deÍués, versado ya en la caraÀeriología del aparecido, tengo la soÍecha de que fue Ángel quien, en un rapto de imaÿnación, decidió que tampoco eÌaba yo enteramente deÍoseído de virtudes. En la liÌa de prodiÿos provocados por la peculiar sutileza de Ángel, siendo éÌe auténtico, no es de los mayores.


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Juan García Hortelano

Hacia comienzo de la década de los setenta, la relación prodiÿosa había alcanzado tal magn⁄ud que Ángel, a quien el campo se le había quedado pequeño, partió a angelizar el continente americano. Un doble fenómeno se produjo: la conversión de grandes extensiones de dicho continente a la felicidad y, al unísono, la aparición por toda Europa de Ángeles apócrifos, la mayoría de ellos urdidos por Pepe EÌeban. ¿Se ha comprobado fehacientemente que, nada más caer el crepúsculo, le nacen dos alas, que le impulsan a la noche? ¿EÌá documentada la exiÌencia de gentes que peregrinan desde remotos lugares, movidos por el deseo de presenciar cómo crece en las tinieblas la lucidez de Ángel, para alcanzar su apogeo con la salida del sol? ¿Se ha descifrado el enigma de que eÌe tótem de la tribu l⁄eraria haya conseguido tener más pudor que vanidad? En mis archivos personales conÌan las dos ocasiones de madrugada en que, con la ayuda del ángel de la guarda de Ángel González, les salvé la vida a los dos, al librarles de unos automóviles que, digan lo que digan Ángel y su ángel, iban en las dos ocasiones conducidos por Pepe EÌeban. También en el almacén de mis recuerdos se conserva la grabación de una entusiáÌica versión de El clave bien temperado, diriÿda por el violín de Ángel (y el reÌo del cuarteto, con Virÿnia Careaga a la mandolina, Félix de Azúa a la ocarina y un servidor al bongo), música durante la que, efeÀivamente, el aire (no el cuarteto) se serenó y se viÌió de una hermosura poco usada en el centro de Madrid. Pero si de eÌos y de infin⁄os otros aconteceres angélicos ateÌiguo la certeza, no puedo en conciencia hacer lo mismo con todo lo que se cuenta en esas com⁄ivas que siguen a Ángel, que le entronizan en el diván más cómodo del bar y a las que Ángel, incensado por el olor de mult⁄ud, se encarga de fascinar. Luego, Ángel, odiando el día haÌa no adm⁄irlo, irá dejando tras sí un reguero de cuerpos desvencijados, que han preferido el (para ellos) último trago antes que prescindir del canto angélico, cuerpos que convenientemente eÌibados les perm⁄irán a Ángel y a Jaime Lorenzo un brindis más. Cuando logro abrirme paso en la frondosa v⁄alidad que Ángel genera, pienso que lo prodiÿoso es que él sea uno de los más grandes poetas de nueÌro tiempo y una de las personas más fieles a su ideología. Su talento y su fidelidad eÌán por encima de sus artes de hechizamiento, y de tal amiÌad sólo contabilizaré aquí los amigos (no hay mejor amiÌad que aquélla que la multÔlica) que gracias a Ángel he tenido (como José Amillo) y que aún tengo (como Carmen Labra o José EÌeban). De lo que le echo de menos únicamente confesaré que, a veces, por puro placer o por simple necesidad, mientras él eÌá viendo arder la nieve en un desierto de Nuevo Méjico, me

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32 Casuística angelológica A Juan García Hortelano

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rec⁄o algún poema suyo, y me alegra o me ayuda. De Ángel lo moleÌo es saberle lejos. La ciudad, cuando él se marcha, se queda desangelada. Los angelólatras se transm⁄en anhelantes noticias acerca de su reaparición. Los más urÿdos aseguran que llega mañana; los entendidos, que canta en un buchinche del Caribe bajo el nombre de Lorenzo ídem; los más creyentes, que sigue, invisible, sentado en el diván del fondo. Un día corre la buena nueva de que ha bajado a la ciudad, en reaÀor. Las banderas del bar (que, como en el verso de Alberti, eÌaban a media aÌa) se izan. Ha terminado otra larga noche sin Ángel. El ángel de la noche vela de nuevo entre nosotros.


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Ángel Jaime Gil de Biedma Cómo nueÌro grupo de amigos conoció a Ángel González, temporalmente deÌinado en Barcelona, lo ha contado Carlos Barral en sus memorias. Fue a finales de 1955, en la tertulia noÀurna que teníamos los martes en casa de Yvonne y Carlos, calle de San Elías. De la mano de Juan Goytisolo apareció por allí aquella noche Monique Lange. Llegaba de París, trabajaba en Gallimard, lugar sagrado para todos, graduados como eÌábamos en l⁄eratura del siglo xx gracias a las ediciones de la NRF. Uno tras otro, apenas quedó contertulio que en su mejor francés posible no se desahogase a cuenta del réÿmen franquiÌa diciendo tutto il male che in bocca le venia, que no era por cierto poco. Pero al deÍertar a la mañana siguiente, lo primero que a todos nos volvió fue la imagen de otro recién llegado, recomendado por Vicente Aleixandre según dijo, un vis⁄ante pálido y moreno, veÌido de oscuro y con bigote, que eÌuvo sentado en un extremo del sofá y que en toda la noche apenas deÍegó los labios —que no los deÍegó para hablar; beber, bebió lo suyo—. ¡Era, evidentemente, cielo santo, cómo no supimos verlo, un informador, un policía! Hubo que telefonear a toda prisa a Vicente Aleixandre y él deshizo el equívoco, nos tranquilizó; el silencioso y aplicado bebedor de ÿnebra era en verdar el poeta Ángel González, aÌuriano y amigo de siempre de Carlos Bousoño. Yo marché a FilÔinas por cinco meses, Ángel regresó a Madrid y no volvimos a vernos durante baÌante tiempo. Entre tanto leí ÁÍero mundo, su primer libro de poemas, también una noche en casa de los Barral, y aquella leÀura me hizo amigo suyo. Recuerdo muy bien la exc⁄ación y la euforia que me produjo. Todavía hoy, ÁÍero mundo sigue siéndome un libro favor⁄o; ha envejecido y no ha pasado, es de su época y la trasciende. Las tonalidades de entonces, el sabor de eÌar vivo y de ser joven en aquellos años, perduran en esos poemas con toda su intensidad y con toda n⁄idez. Una tarde de junio de 1958 a última hora, en Madrid, vinimos a coincidir en la terraza del Café Gijón y cuando nos separamos ya era de día. Ese casual reencuentro inauguró una época muy viva y muy divertida, puntuada de frecuentes viajes a Madrid y de frecuentes eÌancias de Ángel en Barcelona y de mutuas leÀuras de nueÌros poemas nuevos. En una ciudad o en la otra, beber y trasnochar con él era una maravillosa excursión a la sobrerrealidad,

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34 Ángel A Jaime Gil de Biedma

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una romería en que todo género de persona o de suceso ineÍerado podía sobrevenir. Muchos de los poemas suyos que yo prefiero eÌán en mi recuerdo vinculados al día, a la hora y al lugar en que los leí por primera vez, en alguno de nueÌros encuentros. Cuando a princÔios de la década de los setenta, Ángel dio un vuelco a su vida y marchó a Nuevo México, ir a Madrid y salir por la noche dejó de tener gracia para mí. Los años, que habían tardado en pasar, pasaron todos de una vez y de repente, como suelen. Para mi vida y para mis versos, Ángel González ha sido una referencia importante y un eÌímulo. Creo que le debo mucho. Admiro, como poeta, la precisión de su oído y la fertilidad de su ingenio, esa aleación tan propiamente suya de diÍaratamiento y de cordura. En cuanto amigo y en cuanto leÀor, agradezco sobre todo la sólida capacidad de simpatía humana que he encontrado siempre en él y en sus poemas.

! Ángel, Hortelano, Gil de Biedma y Luis Marquerán en una verbena de Madrid, hacia 1959.

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En Madrid (New México) José Manuel Caballero Bonald Ni siquiera lo había viÌo escr⁄o en ningún mapa. Pero resulta que hay un Madrid por tierras de New México, a medio camino entre Albuquerque y Santa Fe, al que me llevaron Susana y Ángel González una tarde de terrorífico frío. He vuelto de allí hace apenas una semana y todavía me pregunto (aunque lo sé) que cómo pude escapar de aquel impreviÌo azote de casi veinte grados bajo cero. Uno ya no puede perm⁄irse ciertos diÍendios de la salud y, además, tampoco eÌá acoÌumbrado a que se le hiele otro sentido que el figurado de la sangre. Pero la excursión bien merecía el suÌo, contando sobre todo con que Ángel González suele transm⁄ir a quienquiera que sea el ánimo irreduÀible de un guía de caravana, aparte de que no disfruta por aquí ni de la pinta ni de la reputación de un foraÌero diÍueÌo a tir⁄ar. Parece más bien un nuevo mexicano oriundo de Oviedo que, en vez de traficar en pieles, se dedicó al raro negocio de acrecentar por partida doble sus ya copiosas propiedades como poeta y como profesor. Ese Madrid gélido y casi improbable es un villorrio de medio centenar de casas de madera, s⁄uado en la ruta que lleva a California deÍués de atravesar la aburrida película de la meseta del Colorado. O sea, algo así como un desvío del desierto entre el Far WeÌ y el Círculo Polar Ártico. No se ve por ninguna parte el sólido adobe de los indios, sino esa madera provisional de los colonos hiÍánicos, los mismos que abandonaron eÌas colinas cuando ya no producían más que congelaciones. Madrid tenía minas de carbón y yacimientos de turquesas. Las minas se cerraron —o se agotaron— hace ya tiempo, y del asunto de las turquesas no sé qué se hizo. Pero, cuando la deÍoblación parecía defin⁄iva, volvió un día a lo que quedaba del caserío una buena tropa de hÔpies, o de pioneros ecoloÿÌas, y se inÌalaron sin más en el viejo terr⁄orio del abandono. Remozaron primorosamente las casuchas, sembraron plantas de presunto origen esquimal y abrieron un hoÍ⁄alario saloon, un curioso museo minero y una más curiosa «Opera House». Aun contando con eÌe último deÍilfarro imaÿnativo, el hecho fue que lograron salvar en parte y a duras penas la ruina general del poblado, lo cual resulta por lo menos mer⁄orio.

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36 En Madrid (New México)

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De modo que me fui con Ángel González a ese extraño Madrid de New Mexico. No sé si el simple topónimo aÀivó algún remoto engranaje con los usos y consumos del otro Madrid más o menos familiar, porque nos pasamos todo el tiempo bebiendo junto a la chimenea del saloon y en la fugaz compañía de dos jóvenes hiÍanohablantes disfrazados de tramperos. El saloon se llamaba naturalmente «The Mine Shaft» y diÍonía de un scotch baÌante más aceptable que el que suminiÌran ciertas hab⁄uales tabernas cap⁄alinas. Como era de eÍerar, la noche cayó muy deprisa sobre aquella geología tac⁄urna, agazapada entre la nieve y lo que parecía ser polvo de antrac⁄a. Se entreveían por la ventana los viejos tinglados mineros, como detenidos fotográficamente a medio camino de su derrumbe por el pedregal. O sea, que Ángel y yo nos pusimos adecuadamente melancólicos. En realidad, ninguno de los dos solemos hablar de l⁄eratura, a no ser que nos lo exija algún tercero en pública discordia. Pero se conoce que los diversos grados de calentamiento del ambiente propiciaron la excepción. A veces ocurre que, a medida que uno se hace más viejo, también se vuelve más temerario. Yo andaba por ese remoto OeÌe de inv⁄ado a un simposio en torno al grupo poético del 50 organizado por la Universidad de New Mexico, en esa eÍecie de interminable motel que es Albuquerque. En realidad, la reunión se convirtió más bien en un expreso homenaje a Ángel González, profesor celebérrimo de esa universidad. Casi todos los hiÍaniÌas que acudieron al simposio comentaron por largo algún aÍeÀo de la obra de Ángel. Que yo recuerde, así lo hicieron con rigor consecutivo Gonzalo Sobejano, PhilÔ Silver, Andrew Debicki, Martha Lafollette Miller, Alfredo Rodríguez, Julian Palley… Supongo que eso es también lo que yo tenía que haber previÌo (dentro de mi muy precaria apt⁄ud crítica, claro) pero como, en vez de hacerlo, me dediqué a hablar un poco de nueÌro grupo generacional y a leer algún poema, la verdad es que tenía la vaga soÍecha de que le debía a Ángel González una retribución más precisa. De manera que eÌaba muy diÍueÌo a remediar ese desvío con una conversación de cierto cariz l⁄erario nada objetivo y probablemente malicioso, aÀ⁄ud a la que contribuía —juÌo es decirlo— la sensación de que la noche empezaba a no tener paredes. Yo creo que Ángel González, a partir de su fervorosa dedicación a la enseñanza de la poesía eÍañola del siglo xx, se ha ido convirtiendo en un poeta con un ojo pueÌo en el pasado inmediato y otro en el siglo xxi, es decir, en un maeÌro bifocal de la conduÀa l⁄eraria concebida como un trabajo de expurgos y predicciones. Sus puntos de viÌa tienen mucho de reÿÌros temporales que engranan lo que pasó hace poco con lo que va a pasar mañana mismo. Se trata de una suerte de maniobra crítica donde haÌa la fachada


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Ángel González en Madrid, New México (1970).

irónica reaÀiva la extraordinaria lucidez del fondo. Quizá podría referirme aquí (aunque no sea razonable) al viejo cuento del carpe diem llevado a sus consecuencias más noÀámbulas. Pero lo que pasa también es que esa escala de la lucidez puede ser incluso superada por Ángel González en un impreciso momento de la conversación, el cual coincide preferentemente con el canto de los gallos. Y ya todo resulta entonces de una agudeza entre satírica y científica, que incluye a partes iguales el antídoto del ingenio y la técnica de la sabiduría aparentemente improvisada. A mí me parece que eso se le nota más a Ángel cuando no tiene una gu⁄arra a mano (aunque la busque incluso con insolencia) y debe suplir la tesis melódica de una ranchera con una teoría absolutamente saludable sobre el uso del adjetivo patolóÿco en la eÍiral moderniÌa. Se trata, por supueÌo, de un ejemplo entre otros muchos. Pues bien, eso es lo que ocurrió más o menos en la dudosa velada del Madrid nuevo mexicano. A simple viÌa, todo tenía algo de otras voces llegando desde otros ámb⁄os. Pero Ángel eÌuvo de lo más brillante y yo me lim⁄é a rebajar mi hÔotética deuda por el procedimiento de inc⁄arlo a que la lóÿca eÌuviese basada en la anomalía. La verdad es que ahora sólo recuerdo la magnífica releÀura que efeÀuó de algunos subrepticios episodios de nueÌra aÀual cultura poética. Puntualizar todo eso vendría a ser como el tema de una próxima conversación. Ya lo contaré otro día.


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38 Para que yo me llame Ángel... amigo

Carlos Barral

(Texto elaborado a partir de la novela Penúltimos castigos) Ángel González sólo quería saber lo esencial del suceso. Si le daba albergue, se quedaría haÌa mañana para asiÌir al entierro, pero defin⁄ivamente no era partidario de leÀuras al borde de la fosa y aún menos ante la boca tapiada de un nicho. EÌaba defendiendo eso con un aire triÌe y cansado… Se quedó sentado, en silencio y rellenó su vaso. De pronto, González preguntó si tenía una gu⁄arra. No, qué idea, cómo iba a tener yo una gu⁄arra. Pero Nuria había reaccionado como movida por un resorte. Tendríamos en seguida una gu⁄arra. Volvería con ella en un santiamén. Mientras templaba el inÌrumento, Ángel me recordó las madrugadas madrileñas en su casa a las que nunca había querido asiÌir. Barral sí, había vivido muchas. Lo que ocurría es que yo eÌaba siempre demasiado borracho cuando se decidían esas ceremonias al alba. Súb⁄amente, se puso a cantar aÌurianadas, sólo con algunos rasgueos y golpeando la caja. A Nuria y a mí nos pilló de sorpresa, parecía escandaloso, pero el músico eÌaba muy serio. Se arrancó luego con un corrido mexicano cuyos primeros versos debían de ser convencionales, pero que luego hablaban del muerto y jugaba con su nombre. EÌaba improvisando, contando cosas del difunto con mucha gracia. Eran cuartetas interrumpidas por un horrible eÌribillo de canción de Jorge Negrete al que debía correÍonder la música. El día que yo me muera la gente lo va a sentir. La gente lo va a sentir el día que yo me muera.

Alargó mucho aquella canción. Cuando se interrumpió para rellenar de nuevo su vaso, contó que a Barral le guÌaba payar, pero que lo hacía mal, por exceso de perfeccionismo. Muchas veces se le quedaba la eÌrofa. Habían jugado los dos a eso con frecuencia, siempre en fases avanzadas de la borrachera. Una vez, en una playa mexicana, a m⁄ad de una eÌrofa más gr⁄ada que entonada, Barral había caído de eÍaldas ya completamente inconsciente. Luego, alcohol adelante, nos pusimos a cantar los tres y entramos en el guirigay. De cuando en cuando Ángel volvía a la serenidad y recordaba bien unas pocas eÌrofas de canciones antiguas y nobles.


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Eloÿo nada desmedido de...

Ángel González José Agustín Goytisolo Es muy diÌinto hablar de gente a la que se conoce así, de pasada, en charla o reunión, y de la que se han leído algunos libros, que escribir de otras personas a las que uno ha tratado más y siente afeÀo personal por ellas, tiene recuerdos que compartir, alegrías que revivir y momentos amargos para condenar al olvido. Ángel González es, para mí, uno de eÌos últimos, y aunque no puedo llamarle amigo de la infancia, sino de una ya dejada adolescencia atrás, sí creo conocerle bien, y me guÌa su poesía, entre otras razones de orden puramente l⁄erario, porque me guÌa cómo es Ángel González. Fundador del puente Madrid-Barcelona-Madrid (puente l⁄erario que un grupo de amigos inauguramos muchos años antes que el puente aéreo de Iberia, y al escribir eÌo pienso en Barral, en García Hortelano, en Jaime Salinas, en Gil de Biedma, en CaÌellet y en mí mismo), éramos ya amigos desde la aparición de su primer libro, ÁÍero mundo, en la colección Adonais. EÌe volumen, como los primeros libros de otros de mis compañeros de grupo, tiene como caraÀeríÌica diferenciadora de muchos primeros partos líricos, de antes y de ahora, la de ser una obra eÍléndida, como de autor ya maduro, sin balbuceos, capaz de ser leída hoy con guÌo y sin tener que recorreÿrse, identificable en el conjunto de su labor poÌerior y reed⁄able sin más: fresca dentro de su noÌalÿa. NoÌalÿa, he escr⁄o, y podía añadir ironía, tono coloquial, complejidad hecha sencillez por el dominio de un lenguaje propio, que llega a ser intimiÌa y susurrante. Los poemas de amor de Ángel González son como para deÌrozar el corazón de una reina antigua o para poner salida a una moza aÌuriana o congoleña, hoy y de aquí a cien años; parecen escr⁄os como para ser dichos al oído, sin retórica alguna, huyendo de los lugares comunes y de la sosa blandenguería de tanto poema de amor confeccionado al corte de nueÌra tradición romántica —de la que se salvó Bécquer— o siguiendo modas que son flor de un día o unos años, las de ahora a remolque de la penúltima poesía norteamericana o inglesa. DeÍués de ÁÍero mundo llegaron sus otros libros: Sin eÍeranza, con convencimiento; Grado elemental, Tratado de urbanismo, y la reedición de todos ellos en Palabra sobre palabra. Los últimos poemas suyos que he leído publicados se reúnen

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40 Elogio nada desmedido... de Ángel González A José Agustín Goytisolo

en un volumen de larguísimo título: MueÌra, correÿda y aumentada, de algunos procedimientos narrativos y de las aÀ⁄udes sentimentales que hab⁄ualmente comportan. Es difícil mantener y aumentar el tono y la calidad cuando se ha comenzado tan felizmente como empezó Ángel González, pero él lo logra, lo mejora, sigue siendo el mismo y se renueva sin dejar de ser reconocible: no envejece, se hace añejo, es decir, clásico. La poesía de Ángel González, como la de algunos de sus compañeros, intentó con éx⁄o la operación de sobrevivir a la pasada diÀadura. Cuando Ángel escribe poemas de intencionalidad política, lo hace sin retórica, sin atribuirse la representación de todo un pueblo, sin perder la cabeza y engendrar panfletos. Su oposición l⁄eraria al lenguaje de los vencedores de la guerra civil se efeÀúa no solamente como una denuncia o cambio de punto de mira, sino rescatando un idioma pervertido por los opresores, librándolo de su vacía ampulosidad. Les arrebata su propia arma, la pule, la dignifica, y la emplea limpia y sabiamente, cuidándola como un guerrillero cuida y mima el fusil que ha tomado del ejérc⁄o invasor. Eso de amar las palabras vivas lo sabe Ángel González muy bien, y recrimina el falso barroco veneciano de algunos de los nuevos bardos peninsulares, de los que dice que pesados terciopelos sus éxtasis sofocan, pues él quiere sacar la poesía a las calles, / deÍeinada, / ondulando en el viento / —libre, suelto, a su aire— / tu cabello sombrío / como una larga y negra carcajada. Ángel González eÌá, desde hace años, dando clases en EÌados Unidos o en México, pero vuelve a Madrid a la que puede, siempre optimiÌa y buen bebedor, siempre escrutando lo que aquí se escribe. «Aún somos los mejores, tú lo sabes, en poesía no valen los chanchullos», me dijo hace poco. Y añadió: «Éramos mucho más que un grupo de amiguetes». Bien, como ni él, ni yo, ni Jaime Gil, ni Valente, ni Carlos Barral, ni Caballero Bonald, tenemos abuela, y dado que «la propaganda que no te haces tú no te la hace nadie» (como me soltó en La Habana una muchacha mulata de pelo bueno, que lucía un tremendo escote desabrochado que le llegaba al ombligo), le conteÌé y le digo a Ángel que sí, que no valen las trampas en l⁄eratura, como no sean bellas trampas, que éramos los mejores y que eÍero, por nueÌros próximos libros, que él tenga, como ha tenido haÌa ahora, toda la razón, y sigamos siéndolo, con buenas trampas, pero sin cartón.


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Guía para un encuentro con Ángel González

a Ángel González Muñiz Gabriel Celaya Hablo de Ángel González, un amigo-enemigo, y de su poesía y sus raptos de amor. Un amigo correÀo: Un poeta del diablo que escribe lo que yo casi eÌaba pensando, mas ni siquiera me plaÿa, que es lo malo. Por lo viÌo, envejezco. Pierdo todos los trenes; llego tarde a las c⁄as de amor que, a los cincuenta, sólo son poesía. En fin, es un amigo, pero siempre me pisa los versos que —verán— no eran así —parece casi—, digo: podrían correÿrse para mejor; ¡ay, Dios, qué viejo soy! Falla el motor de arranque. EÍeren, que ya voy. Un gran poeta, digo (y olviden lo de amigo, porque es pura retórica y eÌropea el sentido), una calamidad que camufla a su modo la locura cordial, un chico muy correÀo que me guÌa en direÀo como me guÌa en verso, pero, en fin, que me pisa, y sale diÍarado —¡oh, el acelerador!— hacia donde no suena mi voz por anterior. En fin, que tengo envidia (¡si por lo menos fuera Juan Ramón o Aleixandre!), pues me guÌa su vida, la no viÌa ironía con que toma las cosas (yo soy una entre otras), y me digo: «Gabriel, así fuiÌe ayer también». ¡Ayer! Bendice en eÌe ángel al que fuiÌe y aún es. Amén. Mas me da un poco de rabia ser tan viejo. ¡Joder!

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42 Guía para un encuentro con Ángel González para que yo me llame Ángel... amigo

Ángel siempre en eterna imaÿnaria Emilio Alarcos Llorach Llegó de noche, sobrio, lento el paso, firmes los ojos en lejanas cercanías, sosegada la voz en r⁄mo susurrante; tomó el vaso, sentóse y, discreto y al pairo, quedó en el centro vivísimo y callado de la vida. A ver qué pasa. Y a aceptar sumiso lo que queda: segundos lúcidos, minutos hondos y eÍesos de dolor o de alegría. Viÿlante perpetuo de la noche conÌante y escondida. Atento e imperturbable partícÔe de todo: lo que exiÌe. Así apareció, no sé cuándo, Ángel González. ¿Hace veinte años o ahora? (Veinte años no es nada). Y han pasado los años, han volado los días: los casos y las cosas se suceden —hórridos o jubilosos, hirientes o benévolos—, y Ángel, inasequible al cansancio, reaparece en la noche. Implacable y parejo, observa, conviviendo, oculto en su presencia marÿnal. ¿EÌá? ¿No eÌá? CoexiÌe inev⁄able, leve, tenaz: amigo, miembro del alma que, como el brazo, sólo da fe de su necesaria exiÌencia en la irremisible añoranza deÍués de la ablación. Ángel caído del miÌerio. Ángel pueÌo de pie sobre la tierra. Solo y solidario, mira, vive, convive. Ve la vida, vela la vida sucesiva, revela sus minúsculas y profundas delicias, desvela resignado sus punzantes esquirlas. Y sigue quieto, erguido, o vacilando tenuemente, entre el sueño brumoso y la viÿlia aguda y pertinaz. ¿No pasa nada? Nada pasa; todo queda compaÀo, poso denso pegado al esqueleto. ¿No hay llanto? No; hay vida, más vida, siempre más vida, mientras el ojo avizor vea luz, vea sombra. Lo demás son cuentos. Descendió un buen día en el áÍero mundo. Puso atención delicada y morosa en apartar las eÍinas. ReÌañó las heridas inev⁄ables. Encontró, entre brozas, escombros y cenizas, con convencimiento y gradualmente, la vena jugosa de la dicha: «eÍejo de criÌal luciente y claro». Dicha pequeña, pero diaria y duradera; renovable, en tanto la soÌenga la bondad persiÌente. Nadie da más. Pero podría dar menos. Y ahora vuelve Ángel. Lento también. También propicio a la amiÌad. También sucintamente dejando caer, en penumbroso mus⁄ar al desgaire, palabra sobre palabra. También moÌrando procedimientos eficaces y breves «para parar las aguas del olvido», para atrapar las mínimas y escurridizas truchas del presente en el río continuo y terco hacia la nada.


Emilio Alarcos Llorach

Para que yo me llame Ángel amigo

Nace otra vez la noche, ancha y siempre joven. Ángel deÍierta, cierne su mirada, otea perÍicaz, blande la copa y el verso bondadoso, vierte largo y maeÌoso el líquido amarillo de la amiÌad y, olvidando el ocaso imprescindible, escruta la vida en sus enigmáticos redaños y, «finalmente», murmura su oración y nos advierte: Al final de la vida, no sin melancolía, comprobamos que, al margen ya de todo, vale la pena. Nada de lo reÌante prevalece. Oviedo, 26 de marzo de 1985

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44 Guía para un encuentro con Ángel González para que yo me llame Ángel... amigo

El poeta

Ángel González A José Esteban A Mucho he echado de menos a Ángel González durante los baÌantes años que ha pasado en América; si bien, era a su vuelta, coincidiendo casi siempre con las fieÌas de San Isidro, cuando procurábamos desqu⁄arnos, aprovechando el tiempo que sus clases, allá en el lejano Albuquerque, impedían nueÌras continuas expansiones. Creo que conocí al poeta en el, famoso entonces y hoy olvidado y convertido en sucursal bancaria, Café Pelayo, centro, hacia los primeros años del sesenta, de todo un Madrid entre clandeÌino y jaranero. Y fue allí, en el sótano, donde asombrado primero y emocionado deÍués, pude ver y saludar a nombres y hombres míticos para mi vida y mi poesía provinciana de entonces. Yo venía desde la medieval Sigüenza e iba a a encontrarme, bien es verdad que de la mano amiga de Antonio Pérez, con todo lo que de más vivo (al menos para mí) exiÌía en la l⁄eratura eÍañola de entonces. Con Ángel, su inseparable amigo (entonces y hoy) Juan⁄o García Hortelano, Gabriel y Amparo Celaya, Antonio Ferres y Armando López Salinas, Alfonso SaÌre y tantos y tantos otros de los que hoy no me es posible hablar. Yo iba a pedirle un poema para un libro coleÀivo que más tarde publicó Ruedo Ibérico, con el significativo título de EÍaña canta a Cuba. Y así se inició una amiÌad que, contra viento y marea, se fue haciendo más intensa haÌa los no fáciles días que hoy corren. Con Ángel he bebido y vivido en diferentes momentos de mi vida. Con él he hablado y cantado; he cerrado lugares noÀurnos, ya a la amanecida, y abierto lugares diurnos a media mañana; con él he llorado en México, oyendo cantar a Amparo Montes; me he reído y emborrachado en California; he discutido en El Escorial y he viÌo su AÌurias, viajando juntos en un viejo seiscientos que yo, todos los veranos, haÌa que me lo robaron, le preÌaba. Por aquel entonces (volvemos a los primeros sesenta) Ángel llevaba una eÍecie de bigot⁄o a lo réÿmen que a mí no me guÌaba nada, y que hizo, creo, que lo confundieran con un policía en uno de sus viajes a Barcelona. DeÍués se lo afe⁄ó y, al poco tiempo, vino a dejarse esa inmensa barba ya tan famosa en la hiÌoria de la poesía eÍañola.


José Esteban

Para que yo me llame Ángel amigo

En los veranos, eÌamos ya en los años de su exilio americano, yo veía a Ángel todos los días. Me buscaba en la librería Turner y ya comíamos en algunas de las diferentes tascas del barrio, para terminar a altas horas en Oliver. (Recuerdo que una vez me puso una tarjeta con eÌas palabras: «El mundo, querido Pepe, es un inmenso Oliver». Cosa que me encantó). Y fue en esos años cuando yo le ed⁄é un libro que a él le guÌó mucho, y que se llamaba algo así como MueÌra de… algunos procedimientos narrativos. En ese libro había un poema que yo adoro, como casi todos los suyos, que nos dedicó al alimón a Carmiña Martín Ga⁄e y a mí, y que se t⁄ulaba «Oda a la noche o letra para tango». Dedicatoria que, creo, ahora me ha retirado, haciendo bueno ese dicho de que siempre hay una pizca de maldad en todo hombre bondadoso. Del poeta aÌuriano podría contar cientos de anécdotas. Pero solamente quiero rescatar una del olvido y que hace referencia a su facilidad como improvisador. Era en México, buscando la tumba de Cernuda, que parecía escondérsenos deÍués de haber realizado ya varias intentonas. Ángel, entonces, me dedicó eÌa cuarteta: El poeta Luis Cernuda tiene buena información; cuando viene Pepe EÌeban se cambia de panteón.

Ahora (escribo eÌas apresuradas líneas en marzo de 1985), una vez más eÍero su llegada, como se eÍera a la primavera: con regocijo y ganas, pues, como los viejos álamos de mi tierra, vengo a florecer con su presencia y —todo hay que decirlo— con las copas que a diario, y no en pequeñas dosis, nos tomamos. Porque Angelón es amiÌad y poesía, es recuerdos y copas y versos, amados versos, y sobre todo uno que yo he repetido en muy diferentes épocas de mi vida, y que aún rep⁄o en éÌa, cuando las cosas no van tal y como uno quisiera: Otro tiempo vendrá diÌinto a éÌe…

Pero ese tiempo que vino, y que aún vendrá, no quiero ni puedo imaÿnarlo sin su amiÌad y su presencia, y también sin la noche, pues ambos, Ángel y yo, para mal, mejor que para bien, hemos sido y seguido siendo aves noÀurnas.

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46 Guía para un encuentro con Ángel González para que yo me llame Ángel... amigo

Ángel más poeta Daniel Sueiro Porque hay poetas que pueden escribir los versos más triÌes eÌa noche y los más claros, y escribirlos además noche tras noche todas las noches del año todos los años y a la misma hora, y alguno de ellos resulta ser, sin embargo, un gran poeta, uno de los más grandes; pero ésa es una excepción. Como los hay que quisieran escribir los versos más brillantes y los más enigmáticos uno cualquiera de eÌos días, o siquiera los versos más opacos y artificiales; algunos lo consiguen y alcanzan, en efeÀo, altas cotas de confusión muy cotizadas en las bolsas y en los saldos: ni son una excepción ni tienen nada de excepcionales. Pero éÌe no es de ninguna de esas dos clases de poetas. HaÌa confiesa que le confunde y le avergüenza un poco que le llamen así: poeta. El poeta es poeta en el momento exaÀo, mínimo e interminable de escribir su poema perfeÀo. Pero es que además, en eÌe caso, sólo en eÌe caso, es Ángel el poeta. Ángel González. Así es como, quienes le tenemos, los tenemos a los dos sin renunciar a ninguno: si no al poeta, menos a Ángel. Dicen que escribe poco, pero eso también depende de la medida que se use; y aún empleando la peor, aún midiendo muy mal, «no sé bien cómo —reÍondería él mismo— pero al cabo del año me encuentro siempre con poemas nuevos». Así que cada una de las nuevas y sucesivas ediciones de su obra, que crece y crece amén de aumentar de tamaño, incluye los inéd⁄os con que el poeta quiere también generosamente regalarnos sobre el derroche creciente del regalo de sí mismo. También le dicen a veces, por ejemplo, que no se correÍonde exaÀamente lo que él escribe con lo que él resulta ser cuando empieza a conocérsele, y aún menos cuando llega a conocérsele y a conocérsele bien, aunque nunca tan bien como para que la engañosa imagen, la que de él da su poesía, quede nunca totalmente arrumbada ni sea al fin, en fin, tan engañosa. Se lo dicen en su cara. Se lo dicen al poeta en la cara de Ángel. En sus barbas, vamos; magníficas, silveÌres, obra del viento. Suelen ser ellas muchachas jóvenes muy sensibles y dulces y muy libres y aplicadas aunque no tanto como para haberle leído sin prisas; muchachas que quisieran escuchar eÌa noche sus versos más sublimes, deÍués de oírle hablar fulgurante y mordaz


Para que yo me llame Ángel amigo

Daniel Sueiro

y de oírle cantar tan divertido y se ha cansado la gu⁄arra ya en sus manos y resuenan las copas y las coplas. Sí, y verle surÿr neptuno del fondo del océano, mítico y seco, pues si ahonda, ahonda, mas lo hace siempre en vaso bajo. Pero no triÌe… (música). Sólo que ya es madrugada y va a amanecer. Así que según esas leÀuras el poeta ha de ser un hombre cargado de desilusiones y pesares, de pedernal, amargo, desolado. ÁÍero mundo, derrotado, muerto, sin pulso y sin aliento me he quedado, sin eÍeranza, etc. Palabra sobre palabra ahí eÌán los poemas y ahí quedan. Ya no hay quien los mueva. Paciente, amante, tan campante, algo diabólico en la punta de un diente, si lo miráis ahora —el alcanfor del sueño conserva en el almario / de la ciudad oscura a los que duermen / y no te verán nunca—, Ángel puede explicar que también el poeta conoce muy bien los deÌellos de la ironía y las sorpresas del humor, que domina musculoso el calambur y demás fábulas y juega como maeÌro con la lengua, que saca en fin sonidos nuevos y diÌintos a la tersura tibia de tu piel. La prueba es pública y notoria, todas sus ediciones lo cantan. Pero, además, con el paso del tiempo, Ángel ha logrado algo que sólo en muy raras ocasiones le confía al poeta: ha logrado vivir a guÌo consigo mismo; una coÌumbre que, si tiene algo de amargo, pueÌo que él mismo así lo dice, mucho tiene también de apasionante, y eÌo sí lo podemos decir y lo decimos los privileÿados de su amiÌad y de su tiempo. «He vivido la mejor época de mi vida en eÌos últimos años» —le oigo decir—, años de la v⁄alidad madura, al filo de sus cincuenta; aunque tal vez por eso no haya escr⁄o muchos poemas. «La poesía surge en mí más de una s⁄uación de infelicidad que de felicidad, quizá porque la felicidad la consumo viviéndola y la infelicidad la supero o clarifico verbalizándola». Doblemente felices y agradecidos nosotros, los que disfrutamos de los nuevos versos del poeta, que surgen y surgen inev⁄ables, y además de la diÍendiosa magnanimidad de eÌa persona inigualable. Cuando Ángel González aparece en nueÌras vidas, en nueÌras horas, en nueÌras semanas soñolientas y aparentemente atareadas, él las cambia y las vuelve casi del revés, las enriquece, descubriéndonos algo al parecer también escondido en nosotros que no éramos capaces de ver ni menos de vivir. Casi somos capaces de soportarnos.

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48 Guía para un encuentro con Ángel González para que yo me llame Ángel... amigo

Juan Benet Mi amiÌad con Ángel González es reciente si se compara con la mayoría de las que mantiene con los amigos que le conozco y que casi todas datan nada menos que de la década del 50. Por algo es un poeta de la bien o mal llamada generación del 50, muy importante al decir de los críticos e hiÌoriadores. Pero yo no soy poeta ni pertenezco a esa generación porque l⁄erariamente nací mucho más tarde, casi veinte años deÍués, al tiempo que los hijos de esa generación; retraso del que todavía no me he librado, no sé si para bien o para mal. Es una amiÌad, por consiguiente, que no arranca de los tiempos heroicos ni tiene como puntos de referencia la camaradería en cualquier clase de lucha o la comunión de ideas en cualquier clase de credo que entonces se llevara. Es mucho más simple que una amiÌad hiÌórica y por eso es verosímil que no se venga abajo; se trata sencillamente de que con Ángel González me encuentro siempre a guÌo, incluso en América; quiero decir que ninguno de los dos nos vemos en la necesidad de añorar el pasado o de hablar de l⁄eratura, asuntos que por lo general entriÌecen y agrian el caráÀer. Debió de comenzar una noche a comienzos de la década del 70 en que, deÍués de cenar y en compañía de una amiga común muy simpática, nos dedicamos a arrojar tinteros de diversos colores a los cartelones que llenaban las calles madrileñas con la efiÿe de cierto político de entonces, empeñado en conmemorar no sé cuántos años de su insiÌente y no demasiado atraÀiva paz. Creo que llegamos a abismar —como dicen los franceses— media docena de aquellos edificantes poÌers que al día siguiente fueron retirados por los agentes municÔales. Y de ahí —con algunas gratas inserciones en el entretanto— pasamos a Albuquerque, en Nuevo Méjico, donde fui inv⁄ado por Ángel González a no sé qué sympósium en compañía de Juan García Hortelano y su mujer. Allí les presenté a Sandra Cárdenas por la cual eÌuvieron a punto de cometer los más explicables diÍarates. Pero ya eÌaba Suárez en el poder y no había razones de peso para optar tan tardíamente por el exilio. Allí comprendí que Ángel González es la clase de poeta que me guÌa: aficionado a las mujeres, a los licores, al tabaco, a la noche haÌa el punto de no hacerle demasiados ascos a la vis⁄a a la comisaría, a la trova haÌa el punto de no detenerse ante el rÔio. Y en cuanto a su coté aÌuriano, para qué vamos a hablar de eso; yo también lo tengo en pequeña medida, aunque sea por adopción, y no sólo por aquello de la mina. Quizá lo que menos comparto con Ángel es su afición a Oliver, aunque ahora no recuerdo si TwiÌ o Hardy.


Para que yo me llame Ángel amigo

Gabriel Celaya, Dolores Ibarruri «La pasionaria», y Ángel González.

Susana Rivera, Ángel, Mary Cruz Seoane y Daniel Sueiro. Segovia, 1984.

Ángel González, Juan Benet y Juan García Hortelano. Taos (Nuevo México), 1984.

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50 Guía para un encuentro con Ángel González

guía para un encuentro con Ángel González

Apunte sobre Ángel González y Antonio Machado Faustino F. Álvarez Ángel González, poeta. Aparece silencioso, cada año, en el día y a la hora miÌeriosamente convenidos: a las puertas del verano, procedente de EÌados Unidos y tras un período breve de eÌancia en Madrid, antesala de AÌurias o ciudad en que hace su escala última el avión en que Ángel viajó a EÍaña. El poeta González o el ciudadano Ángel ya resultan imprescindibles en el paisaje veraniego de Oviedo. Como si la naturaleza se recrease en jugar con el tiempo, los años de ausencia parecen compensados con los aÀuales meses de presencia, con días de cien horas (todas ellas noÀurnas) y una curiosa generosidad cronolóÿca que se manifieÌa produciendo siglos de un inÌante y momentos de un milenio. Paseos, almuerzos, viajes a LaÌres o a Barcelona, whisky, leÀuras varias, conferencias, gu⁄arra, plaza del Paraguas, ferias del libro, muchos amaneceres, lento madrugar de las tres de la tarde, tabaco bajo en nicotina, pelmazos altos en vueltas a la noria, poetas princÔiantes, adoradores que no han leído un libro suyo, algún artículo sobre la feria de San Isidro, cenas con Josefina y Emilio Alarcos, domingos con Lola y Juan Ben⁄o, leÀura y releÀura de las páÿnas culturales de la prensa eÍañola y, al final, un avión que se va. (Ahora, 1985, Ángel ha sido recuperado por la Universidad de Oviedo, por lo que su presencia aquí se amplía y, aunque algún funcionario de la cultura escalafonada haya pueÌo pegas al regreso, a Ángel González se le agradece muy profundamente que sus veranos tengan, ahora, eÌrambote. A pesar de los burócratas…) Un esqueleto así, una paciencia tan valiosa, un talento llevado haÌa los lím⁄es más fértiles de su eÍecialidad: caligrafía, una puntualidad tan bien lograda, un temblor tan notorio ante los jefes, no podían quedar sin recompensa.

La obra poética de Ángel González es, aun en su brevedad, muy variada de notas y matices, manteniendo una clara unidad. La referencia autobiográfica


Para que yo me llame Ángel amigo

Faustino F. Álvarez

o el reflejo del eÌado de ánimo del poeta son muy direÀos, peculiarmente inmediatos. De ahí que, ante la obra de Ángel González, sea difícil eÌablecer diferencias o intentar la elaboración de una antología muy personal o tan sólo hallar uno o dos poemas de cabecera… Algo parecido a lo que algunas personas nos sucede con Ángel González le ocurrió a éÌe ante la obra poética de Antonio Machado, en la que advierte, tal como reproducimos en las líneas siguientes, una profunda coherencia: «En realidad, lo que yo intentaba era encontrar unas bases que sirviesen para explicar —o que fueran al menos explicables a— toda la obra poética del autor sevillano; una obra breve y tranÍarente que, sin embargo, de manera un tanto desconcertante, se descompone en una serie de polaridades, de oposiciones y de contraÌes a veces rebeldes a la conciliación, que llevaron a muchos críticos a descartar parte o partes importantes de sus libros —incluso libros enteros— para quedarse con un puñado de poemas que representan —según ellos— al único Antonio Machado digno de reÍeto. La intuición de que todo lo que escribió el poeta procede de la misma (valiosa) mano y configura un mundo un⁄ario, un conjunto único que se explica no por la exclusión sino por el contraÌe y oposición de todas sus partes, me inc⁄ó a una releÀura completa y minuciosa de su obra, que al fin fue posible en el otoño de 1973 […]. Así llegué a descubrir un Machado mucho más rico y miÌerioso que el que yo haÌa entonces había tenido in mente, y confirmé mi intuición primera: en su obra equilibrada y juÌa, irónica y grave, apenas sobra nada; cada poema, cada parte, ilumina a las reÌantes y recibe de ellas ineÍeradas luces. La profunda coherencia que se advierte en un proceso creativo que acarrea elementos tan diversos —poesía épica, lírica, civil, simboliÌa realiÌa, pura gnómica— se debe, en mi opinión, a dos causas: la fidelidad de su autor al impulso romántico, y —en consecuencia— su conÌante comportamiento dialéÀico que enlaza y juÌifica sus cambios de aÀ⁄ud».

Hay algo machadiano en Ángel González. Humanamente, Ángel es, en el buen sentido de la palabra, bueno. En sus versos hay un trasfondo ético, una conÌante preocupación humaniÌa. La triÌeza, a veces, se viÌe de ironía. Tanto en ÁÍero mundo como en Sin eÍeranza, con convencimiento o en Tratado de urbanismo o en Procedimientos narrativos aparece siempre un poeta en la misma aÀ⁄ud: ver el río de la vida y, al mismo tiempo, bañarse en él; observar y comprometerse; denunciar la injuÌicia y sufrir; tocar con las manos el dolor y entriÌecerse. Machadianamente, en eÌos álamos del río de Ángel González también suena el viento: También eÌoy noÌálÿco de días. También fui muy feliz. También recuerdo. También yo fui teÌigo de otras horas.

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52 Guía para un encuentro con Ángel González para que yo me llame Ángel amigo

ExaÀ⁄ud, hondura, sarcasmo Pedro de Silva Cienfuegos-Jovellanos El poeta es navegante sol⁄ario, por lo común no de grandes singladuras. Navega en círculos, casi siempre en rededor de pocas obsesiones, a veces de una sola. Su lucha l⁄eraria suele consiÌir en no dejarse succionar por el centro del remolino —recuerdo, emoción, lugar metáfora— en el que hab⁄a, y para conseguirlo recluta palabras hoÌiles, que le alejen del lugar en que su propia llama pueda consumirle. El poeta suele tener una sola úlcera, quiero decir en su eÍír⁄u, y alrededor de ella, ensayando diversas equidiÌancias, organiza la exiÌencia. Un capítulo del último poemario de Ángel González se int⁄ula Sobre la tarde y es la tarde, exaÀamente en el inÌante que colinda con el anochecer, el ámb⁄o de las palabras más hondas del poeta, el reduÀo en que aparece localizado el centro de todas las conmociones que promueve. No es inusual. «El crepúsculo —inÌante trans⁄orio— es como la morada natural del eÌado de eÍír⁄u que nos puede abrir el poema» (Gimferrer). En el borde poÌrero de la tarde ha descubierto Ángel González —y es ese hallazgo central de su exiÌencia— que «el tiempo se detiene», y se produce, por consecuencia, un momento de eternidad (Emilio Alarcos desveló eÌe fenómeno en Ángel González, con motivo de episodio diÌinto: «cuando el poeta vibra ante el amor»). Pero tal hallazgo no eÌá al alcance de otros ojos que los suyos, y, transfigurado por el fenómeno, él mismo queda convertido en inextinguible poeta: Con tan inconsiÌentes materiales —luz en polvo, una tela de araña, las ramas de un arbuÌo, eÍacio, soledad, pájaros, viento—

... //...쑱


Para que yo me llame Ángel amigo

Pedro de Silva Cienfuegos-Jovellanos

... //...쑱 ante mis ojos levantó la tarde un monumento de belleza que parecía inextinguible: inmensos pabellones de silencio, galerías abiertas a altísimos abismos, columnas de reflejos deslumbrantes, lienzos tersos, ingrávidos, de metal tranÍarente como vidrio.

De ese torbellino de quietud es también tributario, y lo padece, como las moscas se ceban del inmóvil. Aprisionado en la última rendija de la tarde, habrá de soportar los ultrajes que la infin⁄ud aplica a los intrusos, EÍeranza, araña negra del atardecer. […] Agazapada bajo las piedras y las horas, eÍeraÌe, paciente, la llegada de eÌa tarde en la que nada es ya posible… Mi corazón: tu nido. Muerde en él, eÍeranza.

Más la detención del tiempo arraÌra ciertos impreviÌos corolarios: el tiempo intranscurrido se hace repentinamente eÍeso, como cemento rápido que dejara de removerse, Cruzas por el crepúsculo. El aire tienes que separarlo casi con las manos de tan denso, de tan impenetrable.

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54 Exactitud, hondura, sarcasmo A Pedro de Silva Cienfuegos-Jovellanos

Y por fin, la tarde densificada, criÌaliza, se hace materia fósil: fragua, […] cuando el día se acaba sin que llegue la noche y hay un tiempo de nadie, un vacío creciente —bajorrelieve en polvo de un volumen de viento— que pretende atraparte en sus bóvedas sucias.

En ese inÌante el universo es un altar, y el poeta corre riesgo de volverse teósofo, oficiante aduÌo de una l⁄urÿa panteíÌa. Demasiado trance para el descreimiento propio de la tierra: cuando Ángel González parece irremisiblemente atrapado por la eternidad de la tarde… se la come: Meriendo algunas tardes: no todas tienen pulpa comeÌible. Si eÌoy junto a la mar muerdo primero los acantilados, luego las nubes cárdenas y el cielo —escupo las gaviotas—, y para poÌre dejo las bañiÌas jugando a la pelota y deÍeinadas.

Convoca el prodiÿo, logra corporeizarlo y lo mastica: sorprendente caso de teofaÿa. Ángel González, exaÀ⁄ud, hondura y sarcasmo.


Para que yo me llame Ángel amigo

Guía para un encuentro con Ángel González

Paco Rabal Hace unos dos meses en el club Oliver de Madrid coincidí con Pepe Caballero, su mujer, la mía y Ángel González. Me dijo Pepe que íbais a dedicar un número de vueÌras publicaciones a nueÌro común y admirado amigo Ángel González. Y eÍontáneamente me comprometí a escribir algo, sumándome a eÌe merecido homenaje. Como fuera que en eÌos últimos días trabajo una barbaridad: rodando, viajando, eÌudiando, etc., no había tenido tiempo de escribir nada. Ahora, con el miedo de llegar tarde, improviso algo desde eÌe hotel de Roma a vuela pluma y con el deseo de llegar a tiempo. Voy a escribir algo sobre mi amigo Ángel González. Cómo conocí su obra —incluso prohibida— y cómo le conocí a él, al hombre de la barba blanca y de los ojos buenos, al amigo dulce y silbeante, al amigo de Oliver y de mi casa. EÌaba yo en Caracas por los años en que aún vivía Franco (me da mucha rabia tener que usar siempre a Franco como referencia de calamidades, pero así es…) haciendo una película sobre la vida de Bolívar. Camuflado bajo el nombre del General del Llano, yo interpretaba al Latino Páez —al General Páez— y Maximiliano Shell interpretaba a Bolívar. Teníamos en Venezuela una gran aÀividad y un cierto éx⁄o social. Nos recibía el presidente Rafael Calderón, llevábamos flores al monumento del libertador, nos inv⁄aban por aquí y por allí, y en esas inv⁄aciones mundanas, entre músicas de pianos y violines, mujeres bellísimas, policías de escolta, sonando las sirenas y las botellas de champán, me encontré de pronto en el lecho de una inteleÀual madura que rodeaba la cama de libros por todas partes. La noche cálida, la poesía, el ron genuino (del que no recuerdo el nombre pero sí sus efeÀos) acompañaban el r⁄mo de la música sabiamente prendida y un rayo de luz que daba sobre el lomo exc⁄ante de los libros… A punto de subir al cielo mis ojos se encontraron con un título Grado Elemental de Ángel González. Salté hacia él y lo atrapé ¡Grado Elemental! «Por favor —suÍiraba la muchacha—, te lo regalo, pero ven…» Se interrumpió un placer para caer en otro, La lágrima fue dicha olvidemos el llanto y empecemos de nuevo.(1) (1)«Nada es lo mismo», de Grado Elemental.

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56 Paco Rabal

Para que yo me llame Ángel amigo

Un buen consejo, Ángel. Te obedecí pero ya con el libro en la mano que nadie me qu⁄aría. Y luego lo puse entre los más queridos de mi casa. EÌe libro eÌaba prohibido en la EÍaña de 1962-1965. Ahora lo eÌudian mis nietos y todos los nietos de EÍaña. Un día que vino Ángel González a casa le conté la hiÌoria y se rió mucho. Nos fuimos juntos a la Unión (Murcia), al FeÌival del Cante de las Minas y tuvo mucho miedo de que yo le llevase en un coche ⁄aliano a 140 por hora. Luego llegamos a Aguilar, mi pueblo y el suyo, y nos amaneció con los pescadores, trovando coplas, antes de que salieran a faenar a la mar. DeÍués nos trajeron sardinas y jureles que nos asamos en la playa. Le relucían los ojos de hombre bueno tras los eÍejos claros de sus gafas y silbaba las eses cuando rimaba. Siempre que vuelvo a mi pueblo me preguntan por él, y yo les digo que ahora también Ángel ha vuelto a su pueblo. Y empiezo a recordarle: Ayer fue miércoles toda la mañana…(2)

«Dale memorias —me dicen— y a ver si te lo traes por aquí…» Querido Ángel: hemos de volver y te prometo llevarte a 60 por hora para tardar mucho y oírte en la carretera.

(2)«Ayer», de Sin eÍeranza, con convencimiento.


Para que yo me llame Ángel amigo

Guía para un encuentro con Ángel González

Mi querido amigo: Agradezco mucho la insistencia con que tan amablemente me instan a colaborar en el libro sobre Ángel González. Y puede usted estar seguro de que, si me fuera posible, yo lo haría con gusto. Desgraciadamente, este año, con motivo de la muerte de Aleixandre, no dispongo del reposo y del tiempo que se precisa para escribir esas páginas, como ya le dije por teléfono. No ya escribir, ni leer he podido en todos estos meses. De todas formas, aprovecho la ocasión para enviarle un afectuoso saludo.

Carlos Bousoño

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58 Guía para un encuentro con Ángel González

guía para un encuentro con Ángel González

Sobre Ángel González José Hierro La poesía de Ángel González se pone de largo en 1956: ÁÍero mundo. A toro pasado no es arriesgado afirmar que en su libro primero se entreveía al gran poeta que ha llegado a ser. Confieso avergonzado que no fui tan sagaz, lo que oriÿnó una serie interminable de discusiones con Vicente Aleixandre y Carlos Bousoño, más sensibles y clarividentes; ellos vieron al futuro poeta que yo no supe ver. Tal vez porque eran los años en que la poesía social —la de Celaya, Cremer, Nora, Otero, el último legado, culminador majeÌuoso de la tendencia— era la referencia inexorable. Lo que significa que se había convertido en fuente de epígonos sin talento («Bienaventurados vueÌros im⁄adores, porque de ellos serán vueÌros defeÀos», como dijo Benavente), y una oleada de jóvenes —Claudio Rodríguez, Sahagún, Cabañero— iniciaba un nuevo rumbo. Ángel González, en su primer libro (me refiero al primero de los publicados: desconozco sus poemas anteriores) me pareció que eÌaba s⁄uado en una suerte de tierra de nadie. No pretendía —como los sociales— transformar el mundo. Había en él una veta irónica soterrada, lindante con el absurdo: Comprended: cualquiera de vosotros, olvidada en sus bolsos, en su cuerpo puede tener esa palabra. Era la palabra fantasmal que buscaba el poeta, la palabra ...que haga juego con qué torpes mujeres sucias... Ángel González huía de la poesía social. No se resignaba a hoÍedarse en la torre de marfil. Tardaría cinco años en encontrarse. Ocurría en su segundo libro: Sin eÍeranza, con convencimiento. Otro tiempo vendrá diÌinto a éÌe. Y alguien dirá: HablaÌe mal. DebiÌe haber contado otras hiÌorias: Pero hoy, cuando es la luz del alba como la eÍuma sucia de un día anticÔadamente inútil, eÌoy aquí, insomne, fatigado, velando


José Hierro

Para que yo me llame Ángel amigo

mis armas derrotadas. Y canto todo lo que perdí: por lo que muero.

Así que, a partir de eÌe momento, Ángel González ha roto la cadena que lo encadenaba a la poesía transformadora del mundo. Pero no se ha desvinculado de un mundo que es el suyo, el doloroso, áÍero mundo. Lo describe con ironía elegante, diÌanciándolo irónicamente con dolorida (para acentuar su crueldad) resignación. (Recuerdo ahora una feroz redondilla —ignoro quién fue su autor— que escuché un día a un zapatero remendón: «Pues Dios que es todo bondad, pues tan jodidos nos tiene será porque nos conviene: hágase su voluntad»).

La denuncia resulta así más eficaz, perdida ya la solemnidad, la elocuencia m⁄inesca. El poeta —grande— que es Ángel González se autorretrata, se autocaricaturiza burlón y desvalido. Tierno y, bajo la capa de ternura, cruel. (Suyo podría haber sido aquel aforismo —humor negro made in Spain—: «No les cuentes tus penas a tus amigos... que los divierta su padre»). Y es que el humor, el más amargo y sutil, subraya el desencanto (antes de que se hablase tanto del desencanto). Humor que prodece de su tierra aÌuriana: Clarín en la gama genial; Campoamor en la tosca. Humor que empapa las capas más jóvenes de la posguerra, aliÌadas bajo la bandera de La Codorniz, con Tono y Mihura como tambores mayores. El tiempo hiÌórico, la experiencia personal, la ironía que utiliza para insinuar lo que no puede decirse en voz alta, la conÌante reflexión metapoética (a la que la ironía le impide caer en logomaquias pedantescas), el dominio del r⁄mo versal y de la precisión (Ángel sabe que en poesía no hay sinónimos, pese a lo que digan gramáticas y diccionarios: cada palabra es única, es insuÌ⁄uible en el lugar que va a ocupar en el poema), todo ello y mucho más conforma su poesía, una de las más personales, humanamente cálidas de cuantas hoy se escriben entre nosotros. Y acabo. He insinuado algunas de las claves de su poesía. Demasiada tela por cortar. Y no soy yo el saÌre más adecuado para confeccionar —mucho menos en unas pocas líneas— el traje que merece eÌe grandísimo poeta. «El Mundo», 24 de marzo de 1997

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60 Guía para un encuentro con Ángel González

Apuntes para la biografía de los poetas

guía para un encuentro con Ángel González

Francisco Ayala En más de una ocasión he expresado mi convencimiento de que la biografía de un escr⁄or —entendiendo por tal el creador de obras imaÿnarias— eÌá contenida esencialmente en éÌas, y no tanto en las perÔecias más o menos notables de su vida cotidiana. Por supueÌo que la personalidad de ese tal fabulador puede presentar aÍeÀos de suma complejidad y acaso desdoblarse en la de un hombre de acción; puede haber sido a la vez político de genio o brillante guerrero cuyas geÌas marcaron la hiÌoria; en cuyo caso claro eÌá que su obra l⁄eraria será tan sólo una faceta de su biografía. Pero el poeta cuya vida civil haya discurrido en los términos de una exiÌencia anodina como rentiÌa, o burócrata, o empleado de banco, poco añadirá al eÍlendor de su obra la exposición de sus anécdotas triviales, quizá de sus miserias. Bécquer nos cuenta en una de sus rimas, la LXXVII: Una mujer me ha envenenado el alma, / otra mujer me ha envenenado el cuerpo; / ninguna de las dos vino a buscarme, / yo de ninguna de las dos me quejo. / Como el mundo es redondo, el mundo rueda. / Si mañana, rodando, eÌe veneno / envenena a su vez, ¿por qué acusarme? / ¿Puedo dar más de lo que a mi me dieron? EÌos versos informan de una hiÌoria vulgar y, por cierto, baÌante sórdida. Expresan la amargura, el rencor de alguien que ha sufrido quizá desdenes, quizá engaños amorosos, y de alguien que, por otra parte, ha debido de contraer al azar una infección venérea. Rara vez un texto l⁄erario podrá tranÍarentar con más claridad una experiencia real. Pero de ser cierta, como parece, esa experiencia del autor, ni hechos tales ni la reacción rencorosa y vindicativa que susc⁄aron en el ánimo del pobre hombre conÌ⁄uyen desde luego el poema. Quizá fueron vividos y padecidos en efeÀo por GuÌavo Adolfo, y una inveÌigación exhauÌiva acaso logrará descubrir las mínimas circunÌancias del caso, averiguando haÌa los nombres y apellidos de las mujeres aludidas; pero eÌo, deÍués de todo, nada añadiría a la biografía del poeta en cuanto a tal, mientras que, en cambio, un análisis perceptivo del poema mismo resultará revelador acerca de la esencial personalidad del hombre que lo compuso. El elemento declarativo contenido en una obra l⁄eraria, elemento que tanto puede provenir de algo realmente


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acontecido en la práÀica como ser produÀo gratu⁄o de la libre fantasía inventiva del escr⁄or, no conÌ⁄uye todavía el poema, que será creación artíÌica de su ingenio, lograda mediante una muy concreta combinación de palabras y frases. Ahí tenemos, pues, forjada de una vez por todas y para siempre, esa sobria rima, con su juego de dualidades resuelto en una conclusión de amargo sarcasmo, capaz de transm⁄irle al leÀor el sentimiento, tan romántico, de desengañado abandono frente a un mundo ingrato. Ello no impide que para el análisis del poema pueda eventualmente servir de ayuda un conocimiento preciso de las circunÌancias práÀicas que rodearon a su creación. Pero lo decisivo, lo que determina la singularidad del sujeto cuya biografía se trata de eÌablecer, es el produÀo artíÌico elaborado por él. Y ese poema, páÿna de su biografía, será lo que, en conexión con el conjunto de sus demás obras, y por encima de contingentes anécdotas, perm⁄a fijar y poner de relieve los rasgos significativos que trazan el perfil de su personalidad única. Alrededor de ellos y en función suya podrá eÌablecerse luego el marco hiÌórico social dentro del que esa personalidad se ha desarrollado, apoÌillando, si así conviene, las perÔecias práÀicas relacionadas con su creación poética. La biografía del escr⁄or proporcionará así un retrato del poeta que, trazado esencialmente a base de su obra, aparezca centrando el cuadro del ambiente que la ha condicionado. En el caso de Bécquer, es evidente que su biografía —es decir, la hiÌoria de su vida de poeta— deberá s⁄uarse dentro de su país y de su época, y bajo la influencia general del eÍír⁄u de esa época (Ze⁄geist), así como bajo la influencia concreta de determinados modelos l⁄erarios de universal validez. Ésos son los supueÌos ambientes, externos, a que su particular caráÀer, sensibilidad y temperamento debió adaptarse para producir, modulada al mismo tiempo, claro eÌá, por las diversas perÔecias sobrevenidas en su vivir cotidiano, una obra poética de tono y acento personalísimos. Si la voz poética del romántico Bécquer cuenta, confiesa —finge confesar: o poeta e un finÿdor (Pessoa)— una tribulación suya, otro poeta, nueÌro contemporáneo Ángel González da precisamente a una de sus composiciones el título de Dato biográfico, y, con deliberado prosaísmo, nos ofrece la información siguiente: Cuando eÌoy en Madrid, las cucarachas de mi casa proteÌan porque leo por las noches. La luz no las anima a salir de sus escondrijos, y pierden de ese modo la oportunidad de pasearse por mi dorm⁄orio, ... /...쑱

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62 Apuntes para la biografía de los poetas F Francisco Ayala

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... /...쑱 lugar hacia el que —por oscuras razones— se sienten irresiÌiblemente atraídas. Ahora hablan de presentar un escr⁄o de queja al presidente de la república. Y yo me pregunto: ¿en qué país se creerán que viven?; eÌas cucarachas no leen los periódicos. Lo que a ellas les guÌa es que yo me emborrache y baile tangos haÌa la madrugada, para así praÀicar sin riesgo alguno su merodeo incesante y sin sentido, a ciegas por las anchas baldosas de mi alcoba. A veces las complazco, no porque tenga en cuenta sus deseos, sino porque me siento irresiÌiblemente atraído, por oscuras razones, hacia ciertos lugares mal iluminados en los que me demoro sin plan preconcebido haÌa que el sol naciente anuncia un nuevo día. Ya de regreso a casa, cuando me cruzo por el pasillo con sus pequeños cuerpos que se evaden con torpeza y con miedo hacia las grietas sombrías donde moran, les deseo buenas noches a deÌiempo —pero de corazón, sinceramente—, reconociendo en mí su incertidumbre, su inoportunidad, su fotofobia, y otras muchas tendencias y aÀ⁄udes que —lamento decirlo— hablan poco en favor de esos ortópteros.

El poema, de acuerdo con su título, parecía de entrada un texto realiÌamente declarativo, minuciosamente informativo, de una rigurosa sobriedad faÀual. Y el crítico interesado en la biografía del poeta podría empezar averiguando la dirección precisa —calle, número, piso y demás detalles— de la


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casa de su autor en Madrid, así como también la de esos «ciertos lugares mal iluminados» en que dice demorarse sin plan preconcebido. Y quizá le baÌara para ello con sólo pedirle esos y otros datos al propio Ángel González, cuya amabilidad e irónico talante es fácil que le moviesen a satisfacer tan fútil curiosidad. Pero ¿podría ese puntilloso erud⁄o iluÌrar al mundo acerca de la proteÌa formulada por esas cucarachas, que no saben en qué mundo viven y hablan de presentar un escr⁄o de queja al presidente de la república? El dato biográfico en que, según su título, consiÌe el poema se nos mueÌra enseguida engañoso, o mejor, sabiamente ambiguo. Si la rima de Bécquer pudiera haberse tomado —ya vimos cuán engañosamente— como mera declaración fidedigna de ciertos hechos sucedidos a GuÌavo Adolfo y de su efeÀo sobre el ánimo del autor, el poema, mucho más extenso, de Ángel González introduce ya desde su segunda línea un elemento inverosímil que de inmediato desmiente o hace soÍechosa la faÀividad del verso inicial, proyeÀando a partir de ahí los hechos referidos al plano de la creación poética. Ya en eÌe plano —que es el propio de su auténtica biografía—, el poeta terminará por identificarse con los malfamados ortópteros, para ofrecernos su visión del mundo —visión muy negra, por cierto— dentro del cuadro de una realidad concreta, de un determinado ambiente hiÌórico, de un tiempo y un lugar muy precisos, donde los seres humanos han podido sentirse degradados a la condición de cucarachas, y haÌa cosificados bajo el diÌanciador nombre científico de tan inmundos animalejos. No neces⁄aré yo insiÌir en la refinada calidad del poema, en la maÿÌral delicadeza de sus grabaciones, en los tornasolados matices de su ironía y autoironía, en la sutileza de sus alusiones, que cualquier leÀor sensible percibe de inmediato. Sólo quiero subrayar algo —por lo demás, también baÌante obvio—, y ello es que para la biografía de mi amigo el poeta Ángel González lo que más importa es el poema mismo, y aun quizá, si se quiere, la fecha en que fue escr⁄o, pero apenas nada de las señas de su casa en Madrid. En los dos poemas comentados antes, tanto el de Bécquer como el de Ángel González, los reÍeÀivos textos l⁄erarios conÌ⁄uyen realidades autónomas, enteramente deÍrendidas de la base de realidad práÀica que tal vez pueda haberles servido de inÍiración o apoyo. Sin embargo, autonomía tan tajante no parece ocurrir en todos los casos. Consideremos el ejemplo egreÿo que nos procura la oda de Garcilaso A la flor de Gnido, pieza de suprema calidad lírica, con la que su autor introdujo en la hiÌoria de la l⁄eratura caÌellana una nueva combinación métrica —la lira—, que habría de abrir aquí larga tradición. En eÌe famoso poema, la relación entre los hechos de la vida cotidiana y la creación poética eriÿda sobre ellos resulta ser sumamente

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64 Apuntes para la biografía de los poetas A Francisco Ayala

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eÌrecha, en verdad inextricable. Aquí el poema mismo se introduce en el entramado de esa vida cotidiana, entrando a conÌ⁄uirse, ya desde su intención, en elemento de la realidad práÀica. La oda de Garcilaso fue compueÌa por su autor con el designio expreso de influir sobre la voluntad de alguien —en concreto, de una dama, Violante Sanseverino, flor de su barrio napol⁄ano—, dentro de su s⁄uación real. Pretendía Garcilaso exhortarla con sus versos a tener piedad de un amigo suyo, el enamorado caballero Fabio Galeota, quien, ante la indiferencia de la amada, se hallaba en inminente peligro de sucumbir a su pasión amorosa. El oficioso poeta la amoneÌa por su dureza, recordándole el caÌigo de la fabulosa Anajárate, convertida en mármol tras el suicidio del enamorado Yfis, según lo cuenta Ovidio en su maravilloso ejemplario erótico. Hágate temerosa, / recomienda Garcilaso a doña Violante, el caso de Anajárate, y cobarde, / que de ser desdeñosa / se arrepintió muy tarde, / y así su alma con su mármol arde. No se sabe, o al menos yo no lo sé, si los buenos consejos líricos del servicial amigo fueron eficaces y lograron o no persuadir a la esquiva dama para que calmara el ardor erótico de su amigo. Ni tampoco importa demasiado. Lo que de veras importaría para la biografía de Garcilaso sería la intrusión de su poesía en el terreno de los hechos práÀicos, su pretensión de conÌ⁄uirla en inÌrumento de acción, en un juego de relaciones interhumanas. A partir del momento en que hubo escr⁄o su famosa oda, los ulteriores efeÀos que el poema pudiera haber tenido sobre el ánimo y conduÀa de sus protagoniÌas pertenecerán ya al plano de lo anecdótico. Frecuente es que los poemas sean encaminados por su autor a conseguir diferentes fines, y, sobre todo, han solido usarse en ple⁄os de amor como alegato en causa propia. Por supueÌo que la mayor parte de la obra lírica de infin⁄o número de poetas —así la del mismo Garcilaso— se nutre de sentimientos eróticos, y bien pudo haber sido escr⁄a a veces con intención suasoria para beneficio del enamorado poeta. De Lope sabemos que diriÿó a más de una de sus cortejanas un mismo soneto mediante el simple recurso de cambiar en su texto el nombre de la deÌinataria. Pero cuando nos colocamos en el punto de viÌa de la crítica l⁄eraria, o también de la biografía de los poetas, eÌa abusiva utilización del poema, por parte de su autor, resultará ser, a la poÌre, incidental y subsidiaria. Desde eÌa perÍeÀiva, lo que merece princÔal consideración es la calidad de la obra poética, por virtud de la cual se hace al escr⁄or objeto digno de una biografía. Y así, por ejemplo, los admirables eÌudios sobre la poesía de Garcilaso debidos a Rafael Lapesa, quien no deja de hacer las oportunas reservas, puntualizaciones y salvedades, conÌituyen sin duda un excelente y bien logrado esbozo biográfico de eÌe eminentísimo poeta.


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Guía para un encuentro con Ángel González

Primera memoria de

Ángel con gu⁄arra Juan Marsé

Me guÌa pensar que la primera vez que le vi, allá por el año sesenta y uno, Ángel González tenía una gu⁄arra en las manos y cantaba un bolero. No digo que tal cosa ocurriera, sino que me guÌa creerlo. Me guÌa verle así. ¿Por qué razón? Pues porque, debido a un retoque caprichoso de la memoria, tal vez a un rebrote tardío de la imaÿnación, algo que sólo sabría definir de forma precaria y contingente, esa es la imagen del poeta amigo que se ha impueÌo extrañamente, a través del tiempo, sobre todas las demás relacionadas con el encuentro, hace más de 35 años. Se trata de una floración eÍontánea del recuerdo, una particular efusión del jardín de la amiÌad: sentado en un diván rojo, el poeta Ángel González acaricia las cuerdas de su gu⁄arra, alguien le dice mi nombre y él sonríe al tenderme la mano. Humo de cigarrillos, risas, alcohol, diÍosiciones afeÀivas. Jaime Gil de Biedma diÍonía de un diván rojo en su apartamento de Muntaner, así que lo más probable es que ese primer encuentro, con gu⁄arra o sin ella, tuviera lugar en Barcelona, en el transcurso de una noche alta de conversación y ÿnebra con mucho hielo. Pero no eÌoy seguro. PueÌos a trans⁄ar por los ámb⁄os enrarecidos y no poco difuminados de lo real-verdadero —«Yo lo noto: cómo me eÌoy volviendo / menos cierto, confuso», escribió Ángel en Cumpleaños—, también podría ser que nos conociéramos en aquel Madrid anochecido y afanoso de los sesenta, tomando unos vinos o un whisky en compañía de los queridos Juan García Hortelano y María, y Carmina Labra, y Lola, y Pepe Amillo... Pero me inclino a pensar que ese quinteto inolvidable apareció en mi vida más adelante, deÍués de ver al poeta detrás de la gu⁄arra, con su mano tendida y su sonrisa de cantor de boleros. El afeÀo y el reÍeto que Jaime Gil de Biedma le tenía a Ángel, como persona y como poeta, se me contaÿó ya antes de conocerle. Yo había leído su primer libro de poemas, ÁÍero Mundo, por consejo de Jaime. El segundo libro, Sin eÍeranza, con convencimiento, acababa de aparecer en la colección «Colliure», con su foto, si no recuerdo mal, en la portada. En realidad, viendo aquella fotografía del poeta —un joven moreno y robuÌo, de mirada

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66 Primera memoria de Ángel con guitarra A Juan Marsé

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franca y redonda, sólidas mejillas y bigote negro— el complemento de la gu⁄arra y los boleros eÌaba cantado. Lo que yo ignoraba entonces era la suave melancolía que deÍrende su trato, y que los años vividos lejos de EÍaña habrían de acentuar, y el humor socarrón y doliente que también eÌá en su poesía, y esa fidelidad a un ideal de amores y de vida, ese don maravilloso para hacerse querer y esa atención y generosidad en su relación con los amigos y con las palabras, con los sueños y locuras que unos y otras engendran. Me uno a tu homenaje, querido Ángel, con eÌe ya lejano pero vivísimo recuerdo, real o soñado, qué más da, y con gu⁄arra y bolero. Un fuerte abrazo. AgoÌo de 1997

Á De izda a dcha.: Carmen Labra, Joaquina Marsé, Ángel, Juan Marsé, Paco Ignacio Taibo I y Susana Rivera. Primavera de 1995.


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Guía para un encuentro con Ángel González

Ángel González A Antonio Buero Vallejo A

Te conocí, creo, en la librería de nueÌro inolvidable amigo Llardent. Pasábamos casi todos por convicciones no exentas de inseguridades éticas y eÌéticas. Eran tus poemas faros de ambas. De ahí, su perennidad, incÔiente por aquellos lejanos años. Pero nueÌro encuentro con ella se acendraba en cada libro. Curioso, eÌo de la poesía. Y de la eÍañola. A lo largo del vivir recibimos cientos de poemarios y hay que decir que la mayoría nos parece de eÌimable logro y nos lleva a soÍechar si la esencia movilizadora de EÍaña no será, pese a todo, lírica: el convencimiento de cierta eÍeranza. Casi todo ello se olvida sin embrago, mas no sin que, de tarde en tarde, un libro de eÌe o aquel autor nos atrape y nos sujete. Pasan los años: lo releemos y lo agradecemos. A veces se llama Sin eÍeranza, con convencimiento, o Grado elemental, o bien Palabra sobre palabra, o Tratado de urbanismo... ¿Por qué, esa supervivencia? Sería fácil decir: porque encierran poemas que tal vez fueran antilíricos para algunos, mas cuya lírica «antÔoética» es, nada menos, amor verdadero, también con su contradicción viva. Cuando seamos muy viejos —si a ello llegamos— notaremos lo verdadero que es. Parece que sólo los grandes poetas crean esos hallazgos. Ángel González lo es. (Lo eres). Por eso, entre otras tantas realidades, ha sabido escribir: Es increíble, pero todo eÌo que hoy es tierra durmiendo bajo el frío, será mañana, bajo el viento, trigo.

Y también, defin⁄ivamente: Que el dolor es la parte final de la viÀoria y que tu sufrimiento no es la derrota al fin, sino un triunfo diÌinto. AgoÌo de 1997

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68 Guía para un encuentro con Ángel González

guía para un encuentro con Ángel González

Otra copa más con

Ángel González Luis García Montero

Los ojos le brillan como un amanecer de verano tímido, como uno de esos amaneceres sosegados de finales de junio, cuando la luz templa la impertinencia de su aparición con una oferta cálida de bienestar, de aire limpio y naturaleza en calma. A través de la noche le ha ido surgiendo el resplandor festivo de la juventud, se le ha enredado en la barba blanca, en la chaqueta sencilla y machadiana, en el modo intrépido de guardar silencio o de intervenir en las conversaciones. Según pasa el tiempo, según caen las copas y el humo se espesa en la habitación hasta alcanzar un estado sólido, parece más puro, más lúcido, como si todo estuviese al comienzo, como si los relojes y los cielos no buscaran ya el último verso del poema y el punto final de la emoción. Ángel González es un noctámbulo al revés. Cuando a sus compañeros de mesa se les cierran los ojos o cuando el alcohol empieza a cargar las palabras de necedades y rencores, su figura discreta se viste de amigo recién llegado, levanta la copa y bebe como pez en el whisky, discute con unos reflejos de primer asalto, cada vez más inteligente, más irónico, más feliz, más corrosivo. Se trata de un milagro parecido al de sus fotografías, porque los rostros sucesivos, la colección de ojos, sonrisas, bigotes y barbas que conforman la memoria de su existencia, ganan plenitud y vida con el paso del tiempo. El día en que yo conocí a Ángel González, un 20 de noviembre de 1984, vi muchas fotografías. Estaba preparando un número homenaje de la revista Olvidos de Granada sobre la literatura de los años cincuenta y había quedado con él para revisar posibles ilustraciones, manuscritos, cartas, dibujos, fotografías. Quien sepa que Ángel vive en la Plaza de San Juan de la Cruz, comprenderá que el día no era propicio para citas literarias, porque la nostalgia franquista escoge aquel lugar todos los 20 de noviembre para abrir sus banderas imperiales y conmover al cielo de Madrid con el recuerdo de un tiempo sórdido de himnos bélicos, gritos militares y órdenes de censura. Ángel me esperaba en la puerta cerrada de la Cafetería Kon-tiki, algo así como el vestíbulo de su propia casa, que de pronto se había convertido por obra de la nostalgia falangista en una selva hostil, un tumulto de escudos e insignias viejas, observadas por el poeta con el temor de un zorro que sale a


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Luis García Montero

la puerta de su madriguera y descubre una concentración de perros cazadores de la más fina raza. Aguantando alguna impertinencia, resistiéndonos a comprar el testamento de Primo de Rivera o la postal roja y gualda con el rostro beatífico del Caudillo, subimos rápidamente a escondernos en la habitación más segura de la casa y empezamos a revolver papeles, acompañados por una banda sonora muy oportuna para nuestro regreso literario a los años de la postguerra, las palabras de un orador enloquecido que se filtraban por las ventanas y repetían uno de esos discursos demagógicos que Ángel había parodiado en Sin esperanza, con convencimiento. Las fotos del poeta surgidas de aquel tiempo enseñaban la figura de un ser inconcebible, un Ángel González funcionario, de vigote recortado, con unos kilos de más y una mirada entristecida por el amarillo de las instancias oficiales y las mesas inoperantes del Servicio de Publicaciones del Ministerio de Obras Públicas. Un aspecto parecido al de Juan García Hortelano, su compañero de trabajo, que entonces se cobijaba también en la simulación de una figura rutinaria, en la engañosa silueta de un funcionario sin tormentas de verano, sin amistades nuevas y peligrosas. Cuando apareció, escondido en su bigote, dispuesto a recoger el premio Formentor, Carlos Barral y Jaime Gil de Biedma creyeron que habían descubierto las cualidades narrativas secretas de un guardia civil. Pero otros secretos guardaban ya Ángel y Juan, tan normales, tan ciudadanos y tan intrépidos. Las fotografías recogieron el cambio desde el interior movedizo de su blanco y negro. El Ángel González nuevo, el patriarca juvenil, despierto y recién llegado, sale poco a poco de los años hasta desembocar en una de esas noches felices en que empuña otra copa, pide una guitarra y canta boleros, atreviéndose a decir las verdades blandas del corazón, las palabras desnudas, sinceras y últimas, que los poetas sólo pueden confesar en la envoltura cortante de la ironía o en la sorpresa meditada de una metáfora. Ángel canta, Ángel deja en el aire de la conversación un comentario, Ángel sonríe y calla, y detrás de la música, las palabras y el silencio, se intuye el peso de la vida, la memoria del que ha pasado por muchos laberintos y ve las cosas con una perspectiva matizada por la experiencia, la desilusión y el conocimiento. Leal con sus propias nostalgias y descreído ante las promesas que ruedan en la fortuna cotidiana del tiempo, Ángel comprende y sonríe. El poeta de éxito, el maestro de poetas que recibe homenajes y distinciones, esconde al niño que vio la Revolución de Asturias, al que asistió a las matanzas de la Guerra Civil (un hermano fusilado, otro hermano en el exilio), al joven tuberculoso que pagaba con sus pulmones las facturas de la pobreza y las represalias de los vencedores, al resistente en los años oscuros del franquismo, al trasnochador

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70 Otra copa más con Ángel González A Luis García Montero Guía para un encuentro con Ángel González

que hizo de la amistad un cobijo y del mundo un lugar apropiado para ofrecer lecciones de dignidad. La sonrisa republicana de Ángel González, al igual que su poesía, proviene de un pasado con los pies en la tierra. Al principio de los años noventa, vino a pasar un curso en Granada como tutor de un grupo de alumnos de la Universidad de Nuevo México. En largas conferencias telefónicas, le explicaba a su mujer, Susana Rivera, que llevaba una vida modélica, una rigurosa disciplina de salud y tranquilidad, sin alcohol ni tabaco. Pero al mismo tiempo le mandaba algunos recortes de periódico, entrevistas en las que aparecía fotografiado con una copa en la mesa y un puro entre los dedos. En aquel año de citas diarias, cuando lo veía envuelto en la sorprendente juventud de sus noches, cada vez más lúcido y más acertado, no alcanzaba a imaginármelo en las costumbres inconcebibles de Albuquerque, sin un maldito bar a partir de las nueve de la noche, habitante de una ciudad inexperta, avara de calles nocturnas, recargada de incansables oficinistas, reuniones de departamento y despertadores. Pero hay que conocer a Susana para adivinar la travesura cómplice de los recortes de periódico con el puro y la copa, y advertir las razones del nuevo enmascaramiento de Ángel, su feliz existencia de poeta con suerte, con mucha suerte, con verdadera suerte, en una ciudad de carreteras, restaurantes asturianos inventados y pueblos que se pierden en el desierto con un tesoro de tabernas antiguas, mesas de billar y nombres españoles. Madrid no es entonces la capital de España, sino una aldea de Nuevo México, al sur de Albuquerque, camino de Santa Fé, no lejos de Cerrillos. Allí vive una vieja cantinera, la Señora Mora, representante de la filosofía melancólica más sosegada, con la que da gusto hablar. Y es que Ángel González encuentra buenos amigos hasta debajo de las piedras. Si la amistad es un arte, nadie conoce mejor la regla de sus tres unidades: la comprensión, la lealtad y el sentido del humor, esa forma amable y hedonista de compartir el sentimiento trágico de la vida. Los amigos de Ángel son buenos porque él los piensa buenos, altos porque los mira altos e inteligentes porque les otorga un grado superior de inteligencia. Siempre resulta difícil irse, apetece otra copa, una última copa sucesiva, alargar el tiempo, extender el cobijo de la noche, los huecos de plenitud y de felicidad, los paraísos momentáneos que la realidad permite al interceder con la poesía. A ciertas alturas, porque la luz hiere en las ventanas como un puñal de filos apremiantes, conviene pedir las copas y la poesía en vaso bajo, no sea que la retórica de las manos las destroce con un golpe definitivo y desafortunado. Cuando Ángel se va, cualquier ciudad se queda sola, más hostil y desamparada.



Diรกlogo con uno mismo

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a travĂŠs de

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preguntas formuladas


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Amigo Ángel: «De todas formas, tengo todavía / eÌe papel,/ la pluma/ y la mano derecha que la aprieta, / y el brazo que la liga con el cuerpo…» para que, de eÌa manera, podamos comenzar el diálogo. «Porque la voz humana únicamente / es eficaz si encuentra / el cauce de un oído que quiera interpretarla…». Por ello, te inv⁄amos a med⁄ar en voz alta, sobre algunos aÍeÀos de tu (la) poesía.


Diálogo con uno mismo a través de cinco preguntas formuladas

«Te tocó un tiempo amargo. / Pasó el tiempo…». Háblanos de tu experiencia como autor frente al poema y de la forma en que ha variado éÌa con el transcurso de los años. Me gusta decir que escribo poesía a partir de algunas ocurrencias. La palabra inÍiración, tan grata para muchos, me resulta pretenciosa, porque alude a ciertas indeseables interferencias de los dioses en los trabajos humanos: una eÍecie de soplo divino fecunda la inÍiración del poeta. Es una palabra, por otra parte, que a mí, tan temeroso siempre de las Altas InÌancias, me asuÌa; pienso que, si hablamos demasiado de inÍiración, puede haber dioses que crean que los eÌamos llamando soplones. La palabra ocurrencia, en cambio, además de ser inofensiva, es desacralizadora, desm⁄ificadora, deja el quehacer poético dentro de los lím⁄es naturales del hombre. Quiero recordar, curándome en salud, que ocurrencia no nombra únicamente las agudezas del ingenio, sino que además significa en su primera acepción, encuentro, suceso casual, ocasión, eÍecie ineÍerada; nociones todas ellas que convienen al momento extraño de la aparición impreviÌa de un grupo de palabras o de unos versos ya acabados que verbalizan una intuición y dan origen a la escr⁄ura del poema que, al menos para mí, es tan sólo la búsqueda paciente de las palabras que completen o desvelen el alcance del hallazgo. Sin esos versos insuÌ⁄uibles, encontrados por azar en quién sabe qué oscuros desvanes del subconsciente, sería incapaz de iniciar el perÔlo de la escr⁄ura. En ese aÍeÀo, mi experiencia frente al poema ha variado poco. «[…] y sonrío y me callo porque, en último extremo, / uno tiene conciencia / de la inutilidad de todas las palabras». ¿Cuál es para ti la realidad última del lenguaje? El lenguaje es un hecho muy complicado. Las palabras no sólo conllevan nociones que, en último extremo, nos rem⁄en a la realidad, sino que también desencadenan una compleja red de reacciones síquicas, emocionales y eÌéticas muy difíciles de precisar. Las palabras eÌán en el poema por muchas

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76 Guía para un encuentro con Ángel González

razones, pero casi siempre más por lo que connotan que por lo que denotan. La calidad de la materia sonora de la que eÌán hechas las palabras es decisiva en poesía; la diÌribución de los vocablos en el verso, la rima, el r⁄mo, las al⁄eraciones, los encabalgamientos y las pausas son detalles que pueden parecer mínimos, pero en ellos —tanto como en las metáforas y tropos— radica gran parte del potencial imaÿnativo y sugeridor del poema. Tal vez ahí, en esos pequeños detalles, eÌé la realidad última del lenguaje poético. Quiero decir que sin ellos, sin los recursos sonoros, aunque las palabras cumplan todos los requis⁄os necesarios, apenas se podría hablar de poesía. Las sutilezas fónicas, por supueÌo, son en sí mismas insuficientes. Las refinadas combinaciones de acentos y sonidos dejarían de ser útiles —y sutiles— si no eÌuvieran al servicio de la significación, potenciando y amplificando las nociones que las palabras conllevan inev⁄ablemente. Es importante no confundir la poesía con la música. Verlaine equivocó a muchos, incapaces de advertir que cuando escribió su famoso verso — «de la musique avant toute chose»— era sobre todo un poeta gnómico, sentencioso; en princÔio eÌaba em⁄iendo un juicio, dándonos una idea. Y eso es algo que nunca se conseguirá con la música, pese a los ingenuos esfuerzos de Wagner y de Berlioz. El intento paralelo de desidear las palabras, de desconceptualizarlas, es el gran fracaso de la poesía moderna, ateÌiguado y preÌiÿado por ese genial eÍecialiÌa en produÀos descafeinados que fue Stéphane Mallarmé. «[…] No merece la pena. / Será mejor volver a casa / y empezar a pensar por nueÌra cuenta». ¿El poeta es un portavoz, un teÌigo o un finÿdor de su época? El poeta puede ser algo de eso, incluso todo eso, y aún más cosas. El poeta, definido por las palabras que leemos en el poema, suele ser un portavoz (más o menos próximo, más o menos remoto) del hombre que lo escribe, y de otros muchos hombres. Por debajo o al margen de la voz personal de Garcilaso se oye, resonante e inconfundible, el rumor de todo el mundo renacentiÌa. Jorge Manrique, en su famosa elegía, no sólo reflexiona acerca de la muerte de su padre, también da fe de aÀ⁄udes caraÀeríÌicas de la sociedad medieval. No es, pues, excesivo decir que el poeta aÀúa de teÌigo —casi siempre involuntario— de su época. Nada de lo dicho entra en colisión con el hecho de que el poeta sea, efeÀivamente, un finÿdor. Del mismo modo que un cantante neces⁄a


Diálogo con uno mismo a través de cinco preguntas formuladas

impoÌar su voz —o, lo que es igual, desnaturalizarla, falsificarla—, el poeta debe s⁄uar la suya en el reÿÌro de la lengua l⁄eraria, colocarla en una tes⁄ura que no es la natural. Toda impoÌación es una forma de impoÌura. El poeta es la voz de quien habla detrás de la persona que su discurso crea, de la máscara invisible que hace más resonantes las palabras. «En ti me quedo», «Me baÌa así», «Muerte en el olvido»… ¿Los poemas de amor, tan importantes en tu poesía, no se han viÌo relegados a un segundo término en favor de la concepción eÌereotÔada de poeta social e irónico? Así fue. Pero no creo que convenga meter en el mismo saco lo social y lo irónico; lo primero pertenece al tema, a lo que el poema contempla; la ironía es una forma de ver que se traduce en una manera de narrar, eÌá relacionada con el tono. Lo que hay en mi poesía de social fue alternativamente exaltado y denigrado, al compás del entusiasmo y de la subsiguiente repugnancia que las implicaciones sociales del arte provocaron en nueÌra veleidosa sociedad l⁄eraria. Es posible que, en la eÌimación de algunos, esos vaivenes arraÌraran hacia arriba o hacia abajo, o simplemente dejaran en la sombra, otros poemas nacidos al amparo de preocupaciones diÌintas, quiero decir no eÍecíficamente sociales o civiles. Ya se sabe que salvar o condenar el arte por el tema es una equivocación en la que incurrieron no pocos y en la que siguen incurriendo demasiados. «Para vivir un año es necesario / morirse muchas veces mucho». Muertes l⁄erarias sin duda. Pero algo más prosaico: ¿Para vivir un año es necesario / emborracharse muchas veces mucho? Dionisos y Apolo han convertido mi eÍír⁄u en campo de batalla; no combaten —quede eÌo claro— por mí, sino en mí. El que en mí es derrotado es a quien yo (que siempre apueÌo por los perdedores) apoyo. Con mi ayuda gana siempre el vencido, el cual, convertido a su vez en vencedor, sabe que su derrota es inminente. Así, entregarme muchas veces mucho a la embriaguez del vivir —no sólo a la del beber— me es absolutamente indiÍensable para que se produzca al fin el triunfo y la defin⁄iva glorificación de la serenidad.

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La poesía última de Ángel González

por José Luis García Martín


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El propio Ángel González, coincidiendo en eÌo con la mayoría de los críticos, ha señalado que a partir del libro Breves acotaciones para una biografía (1971) se inicia una segunda etapa en su labor poética. «La tendencia al juego y a derivar la ironía hacia un humor que no rehúye el chiÌe, la frivolización de algunos motivos y el guÌo por lo paródico»1 serían las caraÀeríÌicas de una poesía —o antÔoesía, como la llama a veces el autor— que comienza con la obra antes c⁄ada y que se continúa con Procedimientos narrativos (1972), MueÌra, correÿda y aumentada, de algunos procedimientos narrativos y de las aÀ⁄udes sentimentales que hab⁄ualmente comportan (1977) y Prosemas o menos (1983), además de los inéd⁄os contenidos en las antologías publicadas por Cátedra (1980), Alianza Ed⁄orial (1982) y ALSA (1983).2 No es Ángel González el único escr⁄or que por las mismas fechas subre un cambio en su manera de concebir la l⁄eratura. Desde mediados de los años sesenta la crisis afeÀa a práÀicamente todos los componentes de su generación: es el paso del Gil de Biedma de Moralidades (1966) al de Poemas póÌumos (1969) y el prolongado silencio poÌerior, o del Valente de La memoria y los signos (1966) al de El inocente (1970) y el balbuceo míÌico aÀual. Una falta de fe en la eficacia social de la palabra poética, en su capacidad para transformar el mundo, se encuentra en la base de ese cambio de orientación. El escepticismo sucede entonces al fervor revolucionario y antifranquiÌa 1 Ángel González, Poemas (Madrid, Cátedra, 1980), pág. 22. 2 Salvo Prosemas o menos (Santander, ed. no venal, 1983), todos los otros libros de

Ángel González se encuentran reunidos en Palabra sobre palabra (Barcelona, Barral, 1977, 3.ª ed.), donde además se incluyen algunos poemas suprimidos por la censura en ediciones anteriores. En esa recopilación el libro t⁄ulado MueÌra, correÿda y aumentada, de algunos procedimientos narrativos y de las aÀ⁄udes sentimentales que hab⁄ualmente comportan desaparece como obra independiente, integrándose sus diversas partes en el libro anterior. Sin embargo, tanto en Poemas como en Antología poética (Madrid, Alianza Ed⁄orial, 1982) o en Una antología (Oviedo, ALSA, 1983) vuelve a recobrar su independencia. «En realidad, todos esos títulos —ha escr⁄o el poeta refiriéndose a los de su segunda etapa— son partes de lo que yo considero un único libro, y tal vez algún día los organice así» (Poemas, pág. 22). Un curioso error se rep⁄e en las bibliografías de Ángel González —incluso en las firmas por él mismo, como la que aparece en Poemas— al indicarse el año 1969 como fecha de aparición de Breves acotaciones para una biografía. El ejemplar que tenemos en nueÌro poder —y en ninguna parte se indica que se trate de una segunda edición— fue publicado en Las Palmas, por la ed⁄orial Inventarios Provisionales, en 1971.


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que había unido en un primer momento a los componentes de las dos generaciones de posguerra. La aÀ⁄ud que adopta Ángel González para renovar su poesía es muy semejante a la que enuncia Fernando Vallejo en el prólogo al libro Una gramática del lenguaje l⁄erario: «HaÌa hoy la crítica l⁄eraria ha eÌudiado a los escr⁄ores bajo el ámb⁄o de la oriÿnalidad. Vamos a mirar el reverso de la medalla y a considerar la l⁄eratura como el reino de lo recibido, como el vaÌo dominio de la fórmula, del lugar común y del cliché».3 Fórmulas retóricas, lugares comunes y clichés —hábilmente dados la vuelta en la mayor parte de los casos— conÌ⁄uyen el punto de partida de una gran parte de los textos últimos del poeta aÌuriano, quien no en vano habla de procedimientos al frente de dos de sus libros y coloca a los poemas títulos tan sorprendentes como Calambur, Antífrasis o Adivinanza. Con lucidez desacoÌumbrada explica Ángel González, en el prólogo a la antología publicada por Cátedra, las caraÀeríÌicas de su poesía reciente: «Pienso ahora que el hecho de poner el énfasis en lo convencional y formulario —los procedimientos— es un intento de salir del personaje poético, que mis libros anteriores habían configurado. Nada mejor para eso que la creación de un autor apócrifo, pero eÌando tan próximo el ejemplo de Machado me pareció una solución arriesgada. Aunque en princÔio sin deliberación, creo que el afán de acabar con el viejo personaje influyó en mi re⁄erada apoyatura en lo más impersonal y ajeno, es decir, en las fórmulas y en los rótulos eÌilíÌicos: calambures, antífrasis, fábulas, apotegmas, glosas, etc., pensando en asimilar las aÀ⁄udes sentimentales que hab⁄ualmente comportan. En cierto modo, eÌaba tratando de iniciar la escr⁄ura a partir no de experiencias, sino de esquemas, aunque no he podido —ni querido— ev⁄ar casi nunca que los esquemas se llenasen con mis experiencias».4 El intento de acabar con el personaje poético anterior tenía un ejemplo próximo en Jaime Gil de Biedma, quien no en vano t⁄uló Poemas póÌumos a los escr⁄os «DeÍués de la muerte de Jaime Gil de Biedma» (que no era, por supueÌo, la del autor real, sino la del autor fiÀicio sugerido por su poesía primera). Además de Machado y sus complementarios (que, como poetas, carecen de entidad), otro modelo más sugeÌivo tenía Ángel González para la creación de un autor apócrifo, el de Fernando Pessoa, cuya obra comenzaba 3 Fernando Vallejo, Una gramática del lenguaje l⁄erario (México, Fondo de Cultura Eco-

nómica, 1983), pág. 29. 4 Poemas, pág. 22.

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precisamente a difundirse entre nosotros en los años setenta, haÌa llegar a la casi saturación aÀual. Incluso prescindiendo de su primera etapa (menos diferente de la segunda de lo que a primera viÌa pudiera parecer), dos o tres heterónimos se encuentran en germen en la poesía de Ángel González: el chiÌoso intrascendente (y no siempre gracioso) de Final conocido, Monólogo interior o Fabulosos efeÀos del poder genésico, el poeta de la experiencia que disfraza con humor la autocompasión y el patetismo (Así parece, Artr⁄is metafísica); un discípulo de Juan Ramón Jiménez, impresioniÌa, dedicado a esbozar sugeÌivos apuntes paisajíÌicos (toda la serie de los «crepúsculos»)… Pero no es nueÌro propós⁄o aÀual la posible disección heteronímica de la poesía de Ángel González, sino referirnos a algunos de los más llamativos procedimientos de su obra reciente para comprobar cómo, apoyándose en lo más impersonal y ajeno —una frase hecha, una fórmula retórica—, logra con frecuencia la más personalizada poesía de la experiencia. Veremos también cómo un mismo procedimiento puede ser utilizado para conseguir un efeÀo lírico o humoríÌico. En la figura denominada calambur, idéntica secuencia de sílabas se agrupa de diferentes maneras conÌ⁄uyendo palabras diÌintas. El poema de Ángel González que lleva ese título rep⁄e (aproximadamente) los mismos fonemas en el verso inicial y en el final de la última eÌrofa: dore mi sol así las olas y la eÍuma que en tu cuerpo canta, canta —más por tus senos que por tu garganta— do re mi sol la si la sol la si la.5

Calambur describe —con gozosa sensualidad— una presencia femenina junto al mar (lo mismo que, con menos audacia imaÿnativa, hacía en Alga quisiera ser, alga enredada, soneto incluido por Ángel González en su primer libro). El poema no pasa de ser una mueÌra del virtuosismo del autor. Muy otro sentido tiene el empleo del calambur en el poema Entonces. En eÌe caso la figura ocupa sólo una parte de un verso y la lejanía de los dos segmentos entre los que se eÌablece (hay siete versos entre ellos) la hace menos perceptible. El poema, como tantos de Ángel González, contrapone un mítico pasado feliz con el deseÍeranzado presente. La eÌruÀura de Entonces 5 Palabra…, pág. 318.

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es de una simetría casi perfeÀa: dos oraciones de extensión semejante en cuyo centro queda aislado tÔográficamente un único verso: «y a hierba susurrante como un río», en la parte que evoca el pasado; «ya ayer va susurrante como un río»,6 en la dedicada al presente. Al convertir a la hierba en el ayer se subraya de sorprendente manera la fugacidad del tiempo. La antanaclasis es un recurso próximo al calambur (se la encuadra también entre los juegos de palabras) y muy frecuente —como todos los recursos fónicos— en la poesía de Ángel González. ConsiÌe la antanaclasis en la utilización de dos palabras de idéntico significante, pero diferente significado, eÌo es, de dos homónimos. «Haces haces de leña en las mañanas», leemos en uno de los poemas de Breves acotaciones; «era dura esa foz; todavía dura», en el soneto de homenaje a Blas de Otero que se incluye en Promesas.7 La dilogía puede ser considerada como una variante de la antanaclasis. En eÌe caso es un único significante el que, gracias al contexto, evoca dos significados diferentes. Los primeros versos del poema Crepúsculo, Albuquerque, otoño nos ofrecen un ejemplo casi de manual: En la diÌancia el horizonte arde: llama. ReÍonde la montaña con un largo vaÿdo interm⁄ente: (…)8

La relación con arde hace que interpretemos llama como suÌantivo; la aparición poÌerior de reÍonde nos lleva a interpretarlo como verbo. Idéntica dilogía encontramos en el soneto a Blas de Otero del que ya anteriormente c⁄ábamos un verso: «era fuego esa voz: todavía llama».9 En ambos casos tiene la figura un valor lírico. HumoríÌica resulta en Fabulosos efeÀos del poder genesíaco: En enero, los gatos andan a gatas (es decir, a cuatro patas). 6 7 8 9

... //...쑱

Palabra…, pág. 288. Los poemas aludidos se encuentran en Palabra…, pág. 259, y Prosemas…, pág. 60. Prosemas…, pág. 15. Idem, pág. 60.

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... //...쑱 En agoÌo también. Pero más triÌes.10

El paréntesis reduce la doble interpretación del sintagma a gatas; el verso último vuelve a sugerir el significado descartado. No faltan ejemplos de dilogía en la poesía anterior de Ángel González: «los ujieres ramonean / march⁄as hojas de papel timbrado»11 (el verbo y el adjetivo suÿeren las hojas de las plantas; el adyacente de papel timbrado rem⁄e a otro tÔo de hojas). Pero en la última etapa aumenta la frecuencia de la figura. Un caso eÍecial de dilogía es aquel en el que el contexto y el significante de un término nos hacen evocar a otro que guarda con éÌe una relación paronomáÌica. Veamos algunos ejemplos: y para poÌre dejo las bañiÌas jugando a la pelota y deÍeinadas.12 Cruza el otro violín a ras del cello.13 A mano amada. Unos empuñan tu mirada verde, otros apoyan en mi eÍalda el alma blanca de un lejano sueño.14 Malaventurados los que aman, porque de ellos será el reino de los celos.15

El agramaticalismo de «y deÍeinadas» (no hay otro sintagma equifuncional con el que se coordine) y el significante de «a la pelota» nos evocan 10 11 12 13 14 15

Prosemas…, pág. 29. Palabra…, pág. 170. Idem, pág. 260. Idem, pág. 274. Idem, pág. 290. Prosemas…, pág. 28.

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la expresión «en pelota». «A ras del cello» connota «a ras del suelo»; «a mano amada», a mano armada; «el alma blanca», el arma blanca; «el reino de los celos», el reino de los cielos.16 Como ocurría con otros recursos, el mismo procedimiento produce unas veces un efeÀo lírico y otras uno humoríÌico. Ángel González no diÌingue entre poesía y humor: «Los chiÌes a los que soy propenso son el resultado de la manÔulación de las palabras y (…), por tanto, no se salen de las fronteras de lo que suele considerarse como eÌriÀamente poético».17 No eÌamos muy de acuerdo con eÌa última afirmación: los más diversos tratadiÌas (y la

16 José Antonio Martínez (cf. artículo c⁄ado en nota 19) ha denominado paronomasia in absentia. De acuerdo con sus razonamientos. Correlativamente, a la dilogía la considera como una antanaclasis in absentia. De acuerdo con sus razonamientos también podría hablarse de calambur in absentia para explicar fenómenos como el que encontramos en el siguiente fragmento: «Nada más impotente y ridículo que Santanás tratando de arraÌrar/ al Infierno a un santo que lev⁄a». (Prosemas…, pág. 28), donde el contexto y el significante de lev⁄a suÿeren le ev⁄a. 17 Poemas, pág. 22.

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opinión generalizada) diÌinguen entre el chiÌe, la publicidad y la poesía, a pesar de que a menudo haya coincidencia en los procedimientos retóricos utilizados.18 La paronomasia —ya muy abundante en la primera época de eÌa poesía— resulta omnÔresente en los poemas de la segunda etapa. Tradicionalmente se entiende por paronomasia el empleo de términos en los que una leve diferencia de significante oriÿna una gran diferencia de significado (masa/mesa/misa), pero nosotros —siguiendo en eÌo a José Antonio Martínez—19 entenderemos por paronomasia cualquier re⁄eración de significantes o de partes de significantes (la rima o la al⁄eración pueden ser consideradas así como casos eÍeciales de paronomasia). Nos lim⁄aremos a c⁄ar algunos ejemplos de Prosemas o menos. Violento viento20 es una paronomasia de inclusión: el significante del segundo término se incluye íntegro en el significante del primero. La repetición de sonidos tiene en eÌe caso un valor simbólico: parece connotar las re⁄eradas ráfagas del viento. 18 Para Carlos Bousoño «poesía y chiÌe coinciden únicamente en una cosa: en ser

modos de escapar a la dicción neutra, insípida». Tienen, pues, en común la alteración de la lengua por medio de los recursos retóricos (metáforas, rupturas de siÌema, etc.), pero se diferencian en que en un caso hay asentimiento del leÀor al contenido anímico que se atribuye al hablante imaÿnario, y en el otro disentimiento. «Más vale morir en pie que vivir de rodillas» es una frase que nos produce emoción poética, porque comprendemos que alguien pueda preferir la libertad a la vida; «Más vale morir según las reglas de la medicina que vivir con menoscabo de ellas» produce risa, al presentar a un médico «tan profesionalizado que antepone las reglas médicas, hechas para salvar la vida de los enfermos, a las vidas de esos mismos enfermos» (cf. Teoría de la expresión poética, Madrid, Gredos, 1970, t. II). Para José Antonio Martínez, la poesía y el chiÌe tienen en común el producir placer eÌético (consecuencia de los dos efeÀos que producen las figuras retóricas: la economía en la expresión o el proceso desconcierto-esclarecimiento). Las suÌancias de contenido serían las reÍonsables de que el placer eÌético se manifieÌe en diversas modalidades concretas: lo poético, lo chiÌoso, lo ridículo, etc. A pesar de que las figuras retóricas son comunes a todos esos géneros, parece darse en ellos una preferencia por unas u otras: «En el chiÌe predominan las dilogías, el calambur, la paronomasia, la alusión…; en cambio, son raras las metáforas y desconocidas las metonimias, los Símbolos, etc.» (cf. Propiedades del lenguaje poético, Oviedo, Universidad, 1975, cap. X). 19 José Antonio Martínez, Repetición de sonidos y poesía, separata de Archivum, XXVI, Oviedo, Universidad, 1976. 20 Prosemas…, pág. 11.

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En el poema Crepúsculo, Albuquerque, eÌío la abundancia de paronomasias se encuentra en relación con la sineÌésica equivalencia que se eÌablece entre la pueÌa de sol y una pieza musical: ¡Sol soÌenido en el poniente, alta polifonía de la luz! Desde el otro confín del horizonte, la montaña coral —madera y viento— reÍonde con un denso acorde cárdeno a la larga cadencia de la tarde.21

En sol soÌenido (otro ejemplo de dilogía: el aÌro, la nota musical) la paronomasia refuerza simbólicamente el significado al repetir casi íntegro el significante de sol. En la segunda eÌrofa, el entrelazamiento paronomáÌico de los significantes (coral/acorde/cárdeno/cadencia; horizonte/ reponde/un denso; cárdeno/tarde) evoca el polifónico concierto que se eÌablece entre la montaña y el sol poniente. La paronomasia se utiliza en ocasiones para cerrar de rotunda manera un poema. La ceniza de un sueño dice así: Aquel tiempo no lo hicimos nosotros; él fue quien nos deshizo. Miro hacia atrás. ¿Qué queda de esos días? ReÌos, vida quemada, nada. HiÌoria: escoria.22

21 Prosemas…, pág. 14. 22 Idem, pág. 40.

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Al homoioteleuton que se eÌablece entre vida y quemada se le añade la rima en eco entre eÌa última palabra nada. En el epifonema que cierra el texto la identidad entre el tiempo pasado y los desechos queda reforzada por su semejanza fonética. Las paronomasias abundan de igual manera en los poemas satíricos o humoríÌicos que en los más líricos. Un ejemplo de los primeros: Para ganar las cimas del Olimpo confías en tus amigos: tantos y tan tontos que acabaron metiéndote en sus antologías.23

El soneto dedicado a Blas de Otero, por su parte, comienza con el siguiente cuarteto: Una voz era paz, o luz, o acaso era fuego esa voz: todavía llama. O era viento tal vez: ved la alta rama del olmo aún temblorosa tras su paso.24

Voz, vez, ved: monosílabos insiÌentes que reflejan la insiÌencia de la voz. El soneto concluye (tras abundancia de paronomasias más o menos perceptibles, antanaclasis, dilogías) con una paronomasia de inclusión (el significante de un término se re⁄era íntegro en el significante de otro): «Admirad, ya hecha eÌatua, su eÌatura». «Antífrasis: a un héroe» se t⁄ula un poema de MueÌra… La antífrasis o ironía consiÌe en decir lo contrario de lo que se piensa, aunque insinuando eÌo último por diversos procedimientos. El uso de la ironía es antiguo en Ángel González. Aparece ya en uno de los más conseguidos poemas de su segundo libro, Discurso a los jóvenes. Dos son las virtudes del procedimiento: de un lado, perm⁄ía burlar a la censura; de otro —y c⁄amos al propio poeta—, «la ironía facil⁄a un tono de diÌanciamiento que aligera la peligrosa carga 23 Prosemas…, pág. 54. 24 Idem, pág. 60. En eÌe poema hay también otros recursos, como la ruptura de

una frase hecha por medio del encabalgamiento, muy típicos de Blas de Otero. El caráÀer de homenaje del texto se manifieÌa en lo que tiene de paÌiche del eÌilo del autor de Ancia.

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sentimental de ciertas aÀ⁄udes, algo importante para una persona que, como yo, intenta escribir poesía desde sus experiencias conservando un mínimo de pudor».25 Desaparecidos los inconvenientes de la censura, en la segunda etapa poética de Ángel González predominará la autoironía, el humor irónico como forma del pudor. Cuando trata algún tema político, ya no son necesarias las precavidas insinuaciones, de ahí que se subraye, con burlona obviedad desde el título, que al general benemér⁄o que se dedica a decap⁄ar a los malos ciudadanos sólo se le considera héroe por antífrasis. La obviedad tampoco eÌaba ausente del poeta en su primera época, sobre todo cuando la ironía se utilizaba para satirizar determinados comportamientos sociales. «Lecciones de buen amor», un poema de Tratado de urbanismo, ejemplifica el más machacón y re⁄erativo y didáÀico uso de la ironía. Eran aún los tiempos de la poesía social: la caricatura de la burguesía debía exagerarse haÌa que el pueblo —formado, al parecer, por débiles mentales— fuera capaz de entenderla. En Artr⁄is metafísica el poeta se ríe de sí mismo al compararse con un «mono doméÌico» al que siempre alguna mujer llevó de la nariz «(para no hacer mención de otros apéndices)».26 Pero el poema, que comienza de juguetona manera, se va cargando de emoción a medida que avanza, de la misma manera que las alegres perÔecias sentimentales de otro tiempo son ahora «renovado dolor» contra el que nada valen «ni el bálsamo falaz de la noÌalÿa, / ni el más firme consuelo del olvido». La ironía como imposible diÌanciamiento de las propias emociones es lo que ejemplifica de maÿÌral manera eÌe poema. Final conocido es otro de los poemas que nos explican en su título el procedimiento utilizado. La célebre frase de Pilatos («Yo me lavo las manos») pierde su valor trascendental al s⁄uarse deÍués de una mariscada. EÌe poema y Monólogo interior (burla del procedimiento narrativo que ese título indica) son los primeros en los que el humor de Ángel González se hace simplemente chiÌoso, sin trascendencia posible: se trata sólo de provocar la sonrisa. El desconcierto del leÀor ante tales textos de alguna manera eÌaba juÌificado: no parece que conÌ⁄uyan poesía, sino chiÌes más o menos versificados. La misma técnica que en Final conocido encontramos en Al fin, algo de noche, aunque con valor enteramente opueÌo. En eÌe caso, la noche se compara a

25 Poemas, pág. 19. 26 Prosemas…, pág. 36.

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un navío de «negra arboladura» que avanza impulsado de lejos por la aurora. «Insomne pasajero de las sombras» el poeta va «cantando alegre en la popa».27 Con el popular verso de EÍronceda concluye el texto. Un procedimiento inverso —ahora lo conocido es el princÔio— encontramos en las glosas. Inv⁄ación de CriÌo aprovecha unas palabras evangélicas para satirizar la falsa reliÿosidad. Canción, glosa y cueÌiones trata de realizar una variación picaresca sobre una popular canción. La gracia del poema resulta finalmente fruÌrada porque la «cueÌión» última es poco creíble: la «población tan numerosa» comparte «solar tan diminuto» no simultánea, sino sucesivamente, con lo que no hay prodiÿo ninguno.28 Glosas a Herácl⁄o es la más famosa de las glosas de Ángel González. Una frase célebre —que el poeta ha glosado implíc⁄amente en la mayor parte de sus poemas elegíacos— es parodiada en sucesivas variaciones. El humor de la última radica en la comparación entre la repetida crueldad de la hiÌoria patria y la vulgaridad de una morcilla hecha con sangre y de difícil digeÌión. Gracias al llamativo contraÌe se ev⁄a caer en el aburrido tópico bienintencionado de Otra vez, poema dedicado a Neruda y Allende: «Sangre: no sangres más. / ¡Cómo decirte que no sangres, sangre! / ¿Nunca ha cesado de correr la sangre?».29 La técnica de engaño-desengaño, consiÌe en hacerle creer al leÀor a lo largo del poema que se eÌá hablando de una cosa para desengañarle en los últimos versos, es utilizada por Ángel González en Del campo o de la mar y en Notas de un viajero. La apocalíptica huida de «la ciudad desierta y calcinada» que se nos describe en el primero de ellos encubre la prosaica coÌumbre del veraneo; el imperio decadente que se nos describe en el otro poema no es el romano, como el leÀor considera haÌa el final, sino el de USA (el texto fue escr⁄o antes de la era Reagan).30 El procedimiento del contrapunto (la alternancia de dos o más hiÌorias), muy frecuente en el cine y en la narrativa contemporánea, lo es menos en la 27 28 29 30

Prosemas…, pág. 17. Los poemas c⁄ados se encuentran en Prosemas…, págs. 26 y 49, reÍeÀivamente. Palabra…, págs. 322 y 307, reÍeÀivamente. Otros poemas pueden relacionarse con la técnica del engaño-desengaño. Es el caso del t⁄ulado «Adivinanza», que conÌa de la adivinanza propiamente dicha (seis primeros versos) y de la solución (tres últimos), o de «Poética n.º 4», donde se parafrasea a Bécquer cambiando a la amada por el Diccionario de la Lengua. (Ambos poemas en Palabra…, págs. 321 y 314, reÍeÀivamente).

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Cuestión de Procedimiento. La poesía última de Ángel González

lírica. Ángel González lo utiliza en los poemas inicial y final del libro t⁄ulado —y no es casualidad— Procedimientos narrativos (aunque ya eÌaba insinuado en textos anteriores, eÍecialmente en «Me falta una palabra», de AÍero mundo). En eÍañol, haÌa donde llegan nueÌras noticias, el primer poema que utiliza el procedimiento es el célebre «NoÀurno alterno», de Juan José Tablada, publicado en el libro Li-Po y otros poemas (1920). Empleo de la noÌalÿa es un poema dividido en cuatro partes; en la segunda y en la última alternan dos secuencias sintáÀicas impresas con diferente margen y tÔo de letra. Diversas leÀuras resultan así posibles: tales pasajes pueden leerse tal como eÌán escr⁄os —entrecruzados— o sucesivamente. El sentido resultante de una u otra leÀura resulta contrapueÌo en la última parte. «Y cuando el llanto llegue / los escombros / la descomposición / no prevalecerán», se nos dice en la leÀura sucesiva; «y cuando el llanto llegue / como un halo / los escombros / la descomposición / que los preserva entre las sombras/ puros / no prevalecerán», en la leÀura simultánea de los dos fragmentos tal como eÌán escr⁄os.31 El segundo poema que utiliza el procedimiento se t⁄ula Fin del último aÀo y, junto con Alborada, integra el díptico Palabras deÍrendidas de pinturas de José Hernández. El simbolismo de eÌe poema puede relacionarse con el que encontramos en otro de Sin eÍeranza, con convencimiento, «EntreaÀo», donde el «correlativo objetivo» —el intermedio de una función teatral— «eÌá empleado con la intención de deÌacar la provisionalidad de los resultados de la guerra civil».32 El sentido eÍeranzado de ese poema —«No acaba aquí la hiÌoria», decía el verso inicial— resulta negado por la desengañada visión de ese «fin del último aÀo» en el gran teatro del mundo. Entre 1961 y 1972 la consideración hiÌórica de la realidad se ha convertido en metafísica. En eÌe caso la técnica contrapuntíÌica ayuda a evocar la confusión del momento. El oxímoron —la unión de dos conceptos que se excluyen mutuamente— dará origen a diversos poemas de Ángel González. «Hoy todo me conduce a su contrario», dice el primer verso del poema t⁄ulado Hoy. Todo el texto será un desarrollo del tópico medieval de el mundo al revés: «los alacranes comen en mis manos, / las palomas me muerden las entrañas, / los vientos más helados me encienden las mejillas». Uno de los versos es una variación del más famoso 31 Palabra…, pág. 268. 32 Poemas, pág. 18. Los poemas en Palabra..., pp.. 118-120 y 283-284, reÍeÀivamente.

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oxímoron de la l⁄eratura latina, el catuliano «odio et amo», convertido por Ángel González en «odio a quien amo».33 Un oxímoron procedente de la tradición petrarquiÌa —aunque utilizado en otro contexto— conÌ⁄uye práÀicamente la totalidad del poema t⁄ulado Crepúsculo, Albuquerque, invierno. No fue un sueño, lo vi: La nieve ardía.34

A nueÌro entender, el título y el último verso son suficientes para que el leÀor evoque un paisaje nevado que semeja arder con la luz del crepúsculo; el marco coloquial de los dos versos iniciales parece totalmente innecesario (la mayor audacia imaÿnativa de otros textos vuelve superflua la necesidad de señalar que «no fue un sueño»). A la manera de un pintor eÍecializado, Ángel González dedica una nutrida serie de poemas a la descrÔción del crepúsculo. Lo que en ÁÍero mundo era un tópico fondo para la figura de la amada («Cruzas por el crepúsculo», comienza el poema t⁄ulado Bosque), ahora se convierte en la descrÔción de paisajes minuciosamente fechados y localizados: «Texas, otoño, un día», «Acoma, New México, diciembre, 5:15 P.M.», toda la sección inicial de Prosemas o menos… El ingenio del poeta —Ángel González es un autor fundamentalmente ingenioso— se pone de relieve en las variaciones que consigue con un tema tan lim⁄ado: la hoguera del crepúsculo —«que enciende y no consume»— es aquella desde la que Dios habló a Moisés; el día es un delincuente que aprovecha las sombras del ocaso para irse; el sol sale a veces sólo un momento para ponerse y confirmar las sombras con ceniza… Los poemas oscilan entre la mera comparación ingeniosa (El llamado crepúsculo) y la descrÔción impresioniÌa que es a la vez una metáfora de la fugaz presencia de la belleza en el mundo (Acoma…, uno de los mejores textos de su autor). En relación con los poemas «crepusculares» se encuentran otros que podríamos t⁄ular «variaciones sobre el día y la noche». El poema más anti33 Palabra…, pág. 264. 34 Prosemas…, pág. 16.

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guo de la serie pertenece a Sin eÍeranza, con convencimiento. Se t⁄ula «Ayer» y su autor lo considera como un «intento de negar y afirmar a la vez la leÿtimidad de la noÌalÿa: la añoranza del pasado es líc⁄a porque el tiempo ido es un bien irrecuperable, pero la calidad de lo vivido no suele juÌificar ese sentimiento».35 Un día cualquiera se convierte así en «el día / incomparable que ya nadie nunca / volverá a ver jamás sobre la tierra».36 En Acaso —uno de los inéd⁄os recientes— se insiÌe en la monotonía de un día igual a otro (como todavía no pasó, no puede convertirse en materia de noÌalÿa): «Me dicen que hoy es jueves […] Salgo a la calle, y miro / sin comprender. / ¿Qué tienen esos roÌros / que no sea concebible cualquier martes?».37 Así fueron y El día se ha ido se eÌruÀuran a partir de una comparación semejante: la mañana es un tigre y la tarde un lobo, en el primero de ellos; el día es un «ruidoso perro que menea la cola» y la noche «un gato siÿloso», en el segundo. EÌe último poema parece tener su origen en una frase coloquial: «andar como el perro y el gato». La paradoja del tiempo siempre igual y siempre diferente aparece en sus últimos versos: Tampoco lo lloréis. Puntual e inquieto, sin duda alguna, volverá mañana. Ahuyentará a ese gato negro. Ladrará haÌa sacarme de la cama. Pero no será igual. Será otro día. Será otro perro de la misma raza.38

El poema Meriendo algunas tardes utiliza un curioso procedimiento, inéd⁄o haÌa entonces, según nos parece, en la poesía eÍañola. Todo el texto no es más que el desarrollo de un erróneo análisis sintáÀico de la oración que le da título. La eÌruÀura superficial de Meriendo algunas tardes es idéntica a la de meriendo algunas manzanas, pero la eÌruÀura profunda es muy diversa. Si el sintagma que sigue al verbo resulta sobreentendido; en el primer caso la oración queda reducida a «meriendo» y en el segundo a «las meriendo»; nos 35 36 37 38

Poemas, pág. 20. Palabra…, pág. 89. Antología poética, págs. 153-154. Idem, págs. 152-153.

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encontramos pues en presencia de un ad⁄amento y de un implemento. Ángel González confunde deliberadamente ambas eÌruÀuras y considera a «algunas tardes» como implemento. Las dos partes del poema se dedicarán a analizar las cualidades alimenticias de las tardes, «junto a la mar» y «en la ciudad». El procedimiento —al basarse en una gruesa confusión que no realizaría ningún hablante— es más propio del humor que de la poesía. El humor absurdo predomina en los ocho primeros versos del poema; en los ocho últimos uno de los temas cap⁄ales de eÌa poesía, el sinsentido del paso del tiempo, adquiere una precisa y punzante formulación. En el libro al que el poema pertenece Breves acotaciones para una biografía—, el humor, por muy exagerado que parezca, es todavía un ingrediente del lirismo. HaÌa la obra siguiente —como ya hemos indicado— no comenzarán a aparecer los meros chiÌes. «El guÌo por lo paradóÿco» caraÀeriza, según palabras del autor que c⁄ábamos al comienzo del presente trabajo, su poesía última. También eÌaba presente la parodia en su poesía anterior (el poema Discurso a los jóvenes es una parodia de la arengas políticas del fraquismo), pero tenía entonces una intención social y política que luego ha perdido. En eÌa segunda etapa la l⁄eratura (la metapoesía) es un tema que adquiere progresiva importancia, de ahí que abunden la parodia y la sátira de determinados comportamientos caraÀeríÌicos del mundillo l⁄erario. Oda a los nuevos bardos trata de caricaturizar ciertas aÀ⁄udes novísimas: la obsesión metapoética, el narcisismo, el decadentismo… Parte del poema reproduce un supueÌo fragmento de eÌos nuevos bardos, intentando ofrecer una parodia de su eÌilo, y, curiosamente, lo único que consigue Ángel González con su acumulación de paronomasias, al⁄eraciones y juegos de palabras es ofrecernos una caricatura de su propia poesía. «Lo paródico suele arrancar en mí —ha escr⁄o en el prólogo tantas veces c⁄ado— de algo pos⁄ivo: el amor por lo parodiado».39 En Prosemas o menos se incluyen diversos epigramas de tema l⁄erario: «A un joven versificador», «Poeta joven», «Viejo poeta incontinente», que se adivinan inÍirados —según tradición del epigrama— en nombres muy concretos, aunque cada leÀor pueda encontrarles referente de acuerdo con su experiencia l⁄eraria. En otros casos el ataque va, más que ad hominem, contra determinadas aÀ⁄udes. Sucede así en Tanto universalizar, donde se subraya el riesgo de eliminar del poema anécdota, biografía, referencias hiÌóricas. 39 Poemas, pág. 22.

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Realismo máÿco alude en su título a la corriente l⁄eraria que pusieron de moda, en la década de los sesenta, los noveliÌas hiÍanoamericanos del boom; el contenido se burla de la obsesión contemporánea por el miÌerio y la parapsicología. Confesiones de un joven problemático parodia los protocolos psicoanalíticos. Ni el recuento ni la ejemplificación de los diversos procedimientos utilizados por Ángel González en la última etapa de su poesía pretenden ser exahuÌivos: habría que referirse al uso de neoloÿsmos («Teoelegía y moral» se t⁄ula una de las secciones de Prosemas…), de collages, de rupturas de una frase hecha, etc. A lo largo de nueÌro repaso de dichos procedimientos, hemos tenido ocasión de comprobar que la mayoría de ellos no conÌ⁄uían ninguna novedad, pues ya se encontraban presentes en los libros que van de ÁÍero mundo (1956) a Tratado de urbanismo (1967). ¿Carece de sentido entonces la división de la obra del poeta en dos etapas? No, pueÌo que los mismos elementos, reorganizados de diferente manera, adquieren un sentido nuevo. El componente lúdico —también presente anteriormente, pero en mucha menor medida— pasará ahora a primer plano, junto a un guÌo por no engañar, por moÌrar el revés de la trama: la l⁄eratura se hace manÔulando las palabras; el poeta, por medio de los títulos (que dejan, en muchos casos, de referirse al tema para aludir al procedimiento) y de muy evidentes guiños humoríÌicos, no perm⁄e que nos olvidemos de ello. Con tal exhibición de artificio, se corre el riesgo de dejar admirado, pero no emocionado, al leÀor, de dejarlo sólo con la boca abierta como ante un sorprendente juego de manos. No siempre acierta a sortear tal riesgo Ángel González: una sonrisa y un chapeau es el premio que entonces recibe ante su más difícil todavía. Pero su juego es, en muchas ocasiones, el de la ruleta rusa, un juego en el que le va la vida: bajo un pudoroso envoltorio de chiÌes, coloquialismos y ejercicios retóricos, Ángel González ha escr⁄o algunos de los más sobrios, intensos y emocionados poemas de nueÌra lírica contemporánea.

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Historia Sobre la música

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Tempus irreparabile fugit


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El hecho de hacer una selección de mis poemas con un cr⁄erio temático, no quiere decir que yo valore la poesía por sus contenidos. Sé que los textos poéticos son, en efeÀo, poéticos, no por lo que dicen, sino por la forma en que lo dicen. No obÌante, en eÌa oportunidad me he decidido a deÌacar ciertas recurrencias temáticas que pueden encontrarse en mis libros, para tratar de ev⁄ar esos mismos poemas que siempre elijo cuando me veo en el compromiso de seleccionar una mueÌra representativa de lo que he escr⁄o. Debo confesar que mis propias preferencias han llegado a cansarme a mí mismo, y además tampoco sabría juÌificarlas. Los capítulos en los que se divide eÌa breve mueÌra podrían ampliarse en función de otros temas —el erótico-amoroso o el metapoético, por ejemplo, en los que con tanta frecuencia he insiÌido—. Si esos temas no eÌán representados en eÌa breve antología ha sido por obra del azar, por mi deseo de que el azar sea el único reÍonsable de la reunión en Luna de abajo de un grupo de poemas encontrados, no —en eÌa ocasión— buscados, ev⁄ando así que mis guÌos personales sean una vez más los culpables de ese error que, según dicen, es siempre una antología.


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Biografía Escribir sobre mí mismo es una forma de explicarme, de poner en orden mi mundo, de reconocerme (de reconocerme, en cierto modo, también como los médicos reconocen a los enfermos). Si no eÌuviesen diÀados por la intención predominante de hacer l⁄eratura, podría decirse que esos textos tan direÀamente basados en s⁄uaciones reales, en datos biográficos verdaderos, son el resultado de insól⁄as sesiones terapéuticas, en las que soy el paciente y el médico en una sola pieza. Y ciertamente, en ocasiones, la escr⁄ura ha resultado ser un eficaz alivio para alguno de mis males. A La poesía como biografía es una supervivencia romántica. Los poetas románticos fueron los primeros en dedicarse a dar inacabables vueltas a la noria del «yo». Ellos pensaban que la voz que quedaba en sus versos era la suya propia y verdadera. No se puede creer ya en esa falacia. Por mi parte, sé que quien habla en mis poemas es un personaje de ficción, que trata vanamente de im⁄arme, que intenta incluso hacerse pasar por mí mismo, disfrazándose con mis trajes. La ironía me sirve para marcar la diÌancia que me separa de él. A veces trata de engañarme también a mí, pero no lo consigue nunca; sé que su verdad es el reverso de mi mentira, y yo lo trato como a uno de esos muñecos de maÿa negra, a quienes los brujos clavan alfileres para producir dolor en sus enemigos. Lo que ocurre es que, en vez de clavarle alfileres, yo se las qu⁄o.

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Aquí, Madrid, mil novecientos cincuenta y cuatro: un hombre solo. Un hombre lleno de febrero, ávido de domingos luminosos, caminando hacia marzo paso a paso, hacia el marzo del viento y de los rojos horizontes —y la reciente primavera ya en la frontera del abril lluvioso…— Aquí, Madrid, entre tranvías y reflejos, un hombre: un hombre solo. —Más tarde vendrá mayo y luego junio, y deÍués julio y, al final, agoÌo—. Un hombre con un año para nada delante de su hastío para todo.

Cumpleaños Yo lo noto: cómo me voy volviendo menos cierto, confuso, disolviéndome en aire cotidiano, burdo jirón de mí, deshilachado y roto por los puños. Yo comprendo: he vivido un año más, y eso es muy duro. ¡Mover el corazón todos los días casi cien veces por minuto! Para vivir un año es necesario morirse muchas veces mucho.


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Mendigo Es difícil andar si se ignoran las vueltas del camino, si se duda la firmeza del suelo que pisamos, si se teme que la vereda verdadera haya quedado atrás, a la derecha de aquellos pinos… (…o quién sabe si perdiéndose en otra primavera, hace tiempo, cuando una cálida brisa me empujó hacia el sur, y yo pensé: «el viento quizá sepa», y uní a él mi deÌino, y seguí andando, y llegué haÌa eÌa orilla de mi vida en donde —deÍués de tanto esfuerzo— me he sentado a recibir lo que los transeúntes quieran darme). —Una sonrisa para eÌe vagabundo, caballero. —Dejad en mis pupilas, bondadosa señora, algo de la belleza y de la luz que hay en vueÌra mirada también triÌe. Lo que los transeúntes quieran darme.

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Ciudad Cero Una revolución. Luego una guerra. En aquellos dos años —que eran la quinta parte de toda mi vida—, yo había experimentado sensaciones diÌintas. Imaÿné más tarde lo que es la lucha en calidad de hombre. Pero como tal niño, la guerra, para mí, era tan sólo: suspensión de las clases escolares, Isabel⁄a en bragas en el sótano, cementerios de coches, pisos abandonados, hambre indefinible, sangre descubierta en la tierra o las losas de la calle, un terror que duraba lo que el fráÿl rumor de los criÌales deÍués de la explosión, y el casi incomprensible dolor de los adultos, sus lágrimas, su miedo, su ira sofocada, que, por algún resquicio, entraban en mi alma para desvanecerse luego, pronto, ante uno de los muchos prodiÿos cotidianos: el hallazgo de una bala aún caliente, el incendio de un edificio próximo, los reÌos de un saqueo —papeles y retratos en medio de la calle… ... //...


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... //... Todo pasó, todo es borroso ahora, todo menos eso que apenas percibía en aquel tiempo y que, años más tarde, resurÿó en mi interior, ya para siempre: eÌe miedo difuso, eÌa ira repentina, eÌas imprevisibles y verdaderas ganas de llorar.

Así nunca volvió a ser Como llevaba trenza la llamábamos trenc⁄a en la tarde del jueves. Jugábamos a montarnos en ella y nos llevaba a una extraña reÿón de la que nunca volveríamos. Porque es casi imposible abandonar aquel olor a tierra de su cabello sucio, sus áÍeras rodillas todavía con polvo y con sangre de la última caída y, sobre todo, la nacarada nuca donde se demoraban unas gotas de luz cuando ya luz no había. Allí me dejó un día de verano y jamás regresó a recoger mi insomne pensamiento que desde entonces vaga por sus brazos corriÿendo su ruta, terco y contradiÀorio, lo mismo que una hormiga que no sabe salir de la rama de un árbol en el que se ha perdido.

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Fragmentos I Te tocó un tiempo amargo. Pasó el tiempo. Pero la huella de sus manos sucias permanece en tu frente: grasa eÍesa de amor, incorruptible al odio.

II Jugabas entre muerte. Creías que los muertos eran objetos rotos que alguien había tirado en las aceras. Eras la vida pura que lo ignoraba todo. Un aire helado, a veces —como un suÍiro yerto, como una leve gasa hecha de hilos de frío— te acariciaba el roÌro. No sabías que era, invisible y tan próxima, la mano de Ella la que lo movía. III Lo supiÌe muy pronto. Desde entonces ya nunca dejarías de verla, acechándote siempre entre dos sombras, delatada por la luz corrosiva de los amaneceres impreviÌos,

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mal oculta en los pliegues de las tardes de invierno cuando el día se acaba sin que llegue la noche y hay un tiempo de nadie, un vacío creciente —bajorrelieve en polvo de un volumen de viento— que pretende atraparte en sus bóvedas sucias. IV Tal vez por eso, todavía, como un felino hambriento que diÍuta su presa a los caimanes, persigues ferozmente, entre el asco y el miedo, a la alegría. Depredador de inÌantes, ya para siempre es tuya: goza al fin plenamente, sus reÌos degradados, su triÌeza.

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Dato biográfico Cuando eÌoy en Madrid, las cucarachas de mi casa proteÌan porque leo por las noches. La luz no las anima a salir de sus escondrijos, y pierden de ese modo la oportunidad de pasearse por mi dorm⁄orio, lugar hacia el que —por oscuras razones— se sienten irresiÌiblemente atraídas. Ahora hablan de presentar un escr⁄o de queja al presidente de la república, Y yo me pregunto: ¿en qué país se creerán que viven?; eÌas cucarachas no leen los periódicos. Lo que a ellas les guÌa es que yo me emborrache y baile tangos haÌa la madrugada, para así praÀicar sin riesgo alguno su merodeo incesante y sin sentido, a ciegas por las anchas baldosas de mi alcoba. A veces las complazco, no porque tenga en cuenta sus deseos, sino porque me siento irresiÌiblemente atraído, por oscuras razones, hacia ciertos lugares muy mal iluminados en los que me demoro sin plan preconcebido haÌa que el sol naciente anuncia un nuevo día. Ya de regreso en casa, cuando me cruzo por el pasillo con sus pequeños cuerpos que se evaden con torpeza y con miedo hacia las grietas sombrías donde moran, les deseo buenas noches a deÌiempo —pero de corazón, sinceramente—, reconociendo en mí su incertidumbre, su inoportunidad, su fotofobia, y otras muchas tendencias y aÀ⁄udes que —lamento decirlo— hablan poco en favor de esos ortópteros.


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Pretexto No fueron tiempos fáciles, aquéllos. Me amamantó una loba. ¿Quién si no? Yo no tengo la culpa de haber bebido desde tan joven tanta sed de sangre, tanto deseo de morder la vida, tanto amor.

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Así parece Acusado por los críticos l⁄erarios de realiÌa, mis parientes en cambio me atribuyen el defeÀo contrario; afirman que no tengo sentido alguno de la realidad. Soy para ellos, sin duda, un funeÌo eÍeÀáculo: analiÌas de textos, parientes de provincias, he defraudado a todos, por lo viÌo; ¡qué le vamos a hacer! C⁄aré algunos casos: Ciertas tías devotas no pueden contenerse, y lloran al mirarme. Otras mucho más tímidas me hacen arroz con leche, como cuando era niño, y sonríen contr⁄as, y me dicen: qué alto, si te viese tu padre…, y se quedan suÍensas, sin saber qué añadir. Sin embargo, no ignoro que sus ambiguos geÌos disimulan una sincera compasión irremediable que brilla húmedamente en sus miradas y en sus piadosos dientes poÌizos de conejo. Y no sólo son ellas. En las noches, mi anciana tía Clotilde regresa de la tumba para aÿtar ante mi roÌro sus manos sarmentosas y repetir con tono admon⁄orio: ¡Con la belleza no se come! ¿Qué piensas que es la vida? Por su parte,

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mi madre ya difunta, con voz delgada y triÌe, augura un lamentable final de mi exiÌencia: manicomios, asilos, calvicie, blenorraÿa. Yo no sé qué decirles, y ellas vuelven a su silencio. Lo mismo, igual que entonces. Como cuando era niño. Parece que no ha pasado la muerte por nosotros.

Vean lo que son las cosas Soy uno de los hombres más saludables que conozco. He padecido infartos de miocardio, infecciones diversas, bombardeos, tisis, dÔsomanía, insomnio, depresiones… Todavía sufro mucho de tos. Y sin embargo logré sobrevivir, haÌa la fecha, semanas y semanas ya remotas, largos años bisieÌos, luÌros tediosos, inacabables décadas… Ya he celebrado mis bodas de oro con la vida y, pese a ello, la amo algunas noches. ¿No es eso extraordinario? Parece que la hiÌoria de nueÌras relaciones nunca va a tener fin. ... //...

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... //... —¿Cuál es el secreto de tu amor a la vida? me preguntarán los descendientes de los hijos de mis hijos el día que yo cumpla muchos, muchos más años. Y les reÍonderé: —A mi modo de ver, todo se debe a que la vida fue más bien inconÌante; me engañó con frecuencia, eÌuvo a punto de abandonarme varias veces (en una ocasión por un falanÿÌa), no cumple mis deseos, cada lunes y cada martes me defrauda los sábados (de su desorden mejor no decir nada). Si se hubiera portado de otro modo, quién sabe qué clase de pasado me eÍeraría ahora. No quiero ni pensarlo. Ya me habrían matado los remordimientos, sin nadie a quien culpar.


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Artr⁄is metafísica Siempre alguna mujer me llevó de la nariz (para no hacer mención de otros apéndices). Anillado, como un mono doméÌico, salté de cama en cama. ¡Cuánta zalema alegre, qué equilibrios tan altos y difíciles, qué acrobacias tan áÿles, qué risa! Aunque era un eÍeÀáculo hilarante, hubo quien se dolió de mis piruetas, lo cual no es nada extraño: en semejante trance yo mismo me rompí el alma en más de una ocasión. Es una pena que esos golpes que, entregados al júbilo del vuelo, entonces casi no sentimos, algunas tardes ahora, en el otoño, cuando amenaza lluvia y viene el frío, nos vuelvan a doler tanto en el alma; renovado dolor que no perm⁄e reconciliar el sueño interrumpido. En esas condiciones no hay alivio posible: ni el bálsamo falaz de la noÌalÿa, ni el más firme consuelo del olvido.

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La ceniza de un sueño Aquel tiempo no lo hicimos nosotros; él fue quien nos deshizo. Miro hacia atrás. ¿Qué queda de esos días? ReÌos, vida quemada, nada. HiÌoria: escoria.


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HiÌoria Poesía social, civil, comprometida, crítica… Esas eran las tendencias que dominaban en el ambiente l⁄erario —y no sólo en el de EÍaña— cuando comencé a publicar mis poemas. Por entonces, la guerra eÌaba aún muy próxima, mordiéndonos a todos los talones o la conciencia, muy viva en la memoria del corazón. La diÀadura era, además, una realidad demasiado agresiva, imposible de desconocer, difícilmente tolerable. No por contaÿo de una corriente que llegó a ser moda, ni porque quisiese transformar el mundo —algo que, por supueÌo, también quería—, sino porque tenía que clarificarlo ante mí mismo, porque debía asumirlo o conjurarlo, comencé a escribir poemas sobre aquel tiempo y las gentes que lo poblaban, a verbalizar mi manera de verlo y de vivirlo, a contar mi hiÌoria dentro de la HiÌoria, tan envolvente entonces, tan hiriente y pegada a la piel. A Aunque a veces siga escribiendo acerca de lo mismo, el tono y las maneras son diferentes. Todo ha cambiado mucho, por fortuna, desde entonces. La HiÌoria es ahora, para mí, un hab⁄áculo menos envolvente, menos abrumador, que me perm⁄e moverme con una libertad que antes desconocía. Y eso debe notarse en mi escr⁄ura.

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Me falta una palabra, una palabra sólo. Un niño pide pan; yo pido menos. Una palabra dadme, una sencilla palabra que haga juego con… Qué torpes mujeres sucias me interrumpen con su lento llorar… Comprended: cualquiera de vosotros, olvidada en sus bolsos, en su cuerpo, puede tener esa palabra. Cruza más gente rota, llegan miles de muertos. La neces⁄o: ¿No veis que sufro? Casi la tenía ya y vino ese hombre ceniciento. Ahora… ¡Una vez más! Así no puedo.


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Otro tiempo vendrá diÌinto a éÌe. Y alguien dirá: «HablaÌe mal. DebiÌe haber contado otras hiÌorias: violines eÌirándose indolentes en una noche densa de perfumes, bellas palabras calificativas para expresar amor ilim⁄ado, amor al fin sobre las cosas todas». Pero hoy, cuando es la luz del alba como la eÍuma sucia de un día anticÔadamente inútil, eÌoy aquí, insomne, fatigado, velando mis armas derrotadas, y canto todo lo que perdí: por lo que muero.

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El derrotado Atrás quedaron los escombros: humeantes pedazos de tu casa, veranos incendiados, sangre seca sobre la que se ceba —último bu⁄re— el viento. Tú emprendes viaje hacia adelante, hacia el tiempo bien llamado porvenir. Porque ninguna tierra posees, porque ninguna patria es ni será jamás la tuya, porque en ningún país puede arraigar tu corazón deshab⁄ado. Nunca —y es tan sencillo— podrás abrir una cancela y decir, nada más: «buen día, madre». Aunque efeÀivamente el día sea bueno, haya trigo en las eras y los árboles extiendan hacia ti sus fatigadas ramas, ofreciéndote frutos o sombra para que descanses.


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Discurso a los jóvenes De vosotros, los jóvenes, eÍero no menos cosas grandes que las que realizaron vueÌros antepasados. Os entrego una herencia grandiosa: soÌenedla. Amparad ese río de sangre, sujetad con segura mano el tronco de caballos viejísimos, pero aún poderosos, que arraÌran con pujanza el fardo de los siglos pasados. Nosotros somos eÌos que aquí eÌamos reunidos, y los demás no importan. Tú, Piedra, hijo de Pedro, nieto de Piedra y biznieto de Pedro, esfuérzate para ser siempre piedra mientras vivas, para ser Pedro Petrificado Piedra Blanca, para no tolerar el movimiento para asfixiar en moldes apretados todo lo que reÍira o que palp⁄a. A ti, mi leal amigo, compañero de armas, escudero,

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soÌén de nueÌra gloria, joven alférez de mis escuadrones de arcángeles veÌidos de ace⁄una, sé que no es necesario amoneÌarte: con seguir siendo fuego y hierro, baÌa. Fuego para quemar lo que florece. Hierro para aplaÌar lo que se alza. Y finalmente, tú, dueño del oro y de la tierra poderoso impulsor de nueÌra vida, no nos faltes jamás. Sé generoso con aquellos a los que neces⁄as, pero guarda, expulsa de tu reino, manténlos más allá de tus fronteras, déjalos que se mueran, si es preciso, a los que sueñan, a los que no buscan más que luz y verdad, a los que deberían ser humildes y a veces no lo son, así es la vida. Si alguno de vosotros pensase yo le diría: no pienses. Pero no es necesario Seguid así, hijos míos, y yo os prometo paz y patria feliz, orden, silencio.


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El campo de batalla Hoy voy a describir el campo de batalla tal como yo lo vi, una vez decidida la suerte de los hombres que lucharon, muchos haÌa morir, otros haÌa seguir viviendo todavía. No hubo elección: murió quien pudo, quien no pudo morir continuó andando, los árboles nevaban lentos frutos, era verano, invierno, todo un año o más quizá: era la vida entera aquel enorme día de combate. Por el oeÌe el viento traía sangre, por el eÌe la tierra era ceniza, el norte entero eÌaba bloqueado por alambradas secas y por gr⁄os, y únicamente el sur, tan sólo el sur, se ofrecía ancho y libre a nueÌros ojos. Pero el sur no exiÌía: ni agua, ni luz, ni sombra, ni ceniza llenaban su oquedad, su hondo vacío: el sur era un enorme precÔicio, un abismo sin fin de donde, lentos, los poderosos bu⁄res ascendían. Nadie escuchó la voz del cap⁄án porque tampoco el cap⁄án hablaba. Nadie enterró a los muertos.

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Nadie dijo: «dale a mi novia eÌo si la encuentras un día». Tan sólo alguien remató a un caballo que, con el vientre abierto, agonizante, llenaba con su eÍanto el aire en sombra: el aire que la noche amenazaba. Quietos, pegados a la dura tierra, coÿdos entre el pánico y la nada, los hombres eÍeraban el momento último, sin oponerse ya, sin rebeldía. Algunos se murieron, como dije, y los demás, tendidos, derribados, pegados a la tierra en paz al fin, eÍeran ya no sé qué —quizá que alguien les diga: «amigos, podéis iros, el combate…» Entre tanto, es verano otra vez, y crece el trigo en el que fue ancho campo de batalla.


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EntreaÀo No acaba aquí la hiÌoria. EÌo es sólo una pequeña pausa para que descansemos. La tensión es tan grande, la emoción que deÍrende la trama es tan intensa, que todos, bailarines y aÀores, acróbatas y diÌinguido público, agradecemos la convencional tregua del entreaÀo, y comprobamos alegremente que todo era mentira, mientras los músicos afinan sus violines. HaÌa ahora hemos viÌo varias escenas rápidas que preludiaban muerte, conocemos el roÌro de ciertos personajes y sabemos algo que incluso muchos de ellos ignoran: el móvil de la traición y el nombre de quien la hizo. Nada defin⁄ivo ocurrió todavía, pero la deseÍeración eÌá nítidamente dibujada, y los intérpretes intentan ev⁄ar el rigor del deÌino poniendo demasiado calor en sus exuberantes ademanes, demasiado carmín en sus sonrisas falsas, con lo que —es evidente— disimulan su cobardía, el terror que dirige sus movimientos en el escenario. Aquellos

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ineficaces y tortuosos diálogos refiriéndose a ayer, a un tiempo ido, completan, sin embargo, el panorama roto que tenemos ante nosotros, y acaso expliquen luego muchas cosas, sean la clave que al final lo juÌifique todo. No olvidemos tampoco las palabras de amor junto al eÌanque, el geÌo demudado, la violencia con que alguien dijo: «no», mirando al cielo, y la sorpresa que produce el torvo jardinero cuando anuncia: «Llueve, señores, llueve todavía». Pero tal vez sea pronto para hacer conjeturas: dejemos que la tramoya se prepare, que los que han de morir recuperen su aliento, y pensemos, cuando el drama prosiga y el dolor finÿdo se vuelva verdadero en nueÌros corazones, que nada puede hacerse, que eÌá próximo el final que tememos de antemano, que la aventura acabará, sin duda, como debe acabar, como eÌá escr⁄o, como es inev⁄able que suceda.


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Camposanto en Colliure Aquí paz, y deÍués gloria. Aquí, a orillas de Francia, en donde Cataluña no muere todavía y prolonga en carteles de «Toros à Ceret» y de «Flamenco’s Show» esa curiosa EÍaña de las ganaderías de reses bravas y de juergas sórdidas, reposa un eÍañol bajo una losa: paz y deÍués gloria. Dramático deÌino, triÌe suerte morir aquí —paz y deÍués…— perdido, abandonado y liberado a un tiempo (ya sin tiempo) de una patria sombría e inclemente. Sí; deÍués gloria. Al final del verano, por las proximidades pasan trenes noÀurnos, subrepticios, rebosantes de humana mercancía: mano de obra barata, ejérc⁄o vencido por el hambre —paz…—, otra vez desbandada de eÍañoles cruzando la frontera, derrotados —…sin gloria. ... //...

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... //... Se paga con la muerte o con la vida, pero se paga siempre una derrota. ¿Qué precio es el peor? Me lo pregunto y no sé qué pensar ante eÌa tumba, ante eÌa paz —«Casino de Canet: Íanish ÿpsy dancers», rumor de trenes, hojas…—, ante la gloria eÌa —…de reseco laurel— que yace aquí, abatida bajo el cÔrés erguido, igual que una bandera al pie de un máÌil. Quisiera, a veces, que borrase el tiempo los nombres y los hechos de eÌa hiÌoria como borrará un día mis palabras que la rep⁄en siempre tercas, roncas.


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El momento eÌe El momento no es bueno. Ya se sabe que los vientos tampoco. Una tromba de agua arrasa a Cataluña. La lluvia no moja desde meses la tierra de Almería. Aquí, en cambio, los hielos ennegrecen los frutos y más allá los huracanes derriban bosques, y en otro lugar no tan lejano un inmenso trigal fue paÌo de las llamas. No vamos a quejarnos por tan pequeña cosa. No vamos a quejarnos desde ahora por nada. Desde ahora somos invulnerables de tanto vulnerados, insensibles de haber sentido tanto. Y si un niño se muere o una ilusión se quiebra no hay por qué preocuparse: eÌamos perfeÀamente disculpados. Son los vientos, los tiempos, las desgracias que corren como arañas hambrientas sobre nueÌra inocencia. Es el momento eÌe que nos pesa en el pecho igual que una gran piedra, y nos inmoviliza. En el aire quedaron veÌiÿos de palabras: —…supervivientes todos de inclinada poÌura: sería preferible fallecer intentando enderezar los huesos…— y pasó un aeroplano y ya no se oye nada.

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Inventario de lugares propicios al amor Son pocos. La primavera eÌá muy preÌiÿada, pero es mejor el verano. Y también esas grietas que el otoño forma al interceder con los domingos en algunas ciudades ya de por sí amarillas como plátanos. El invierno elimina muchos s⁄ios: quicios de puertas orientadas al norte, orillas de los ríos, bancos públicos. Los contrafuertes exteriores de las viejas iglesias dejan a veces huecos utilizables aunque caiga nieve. Pero desengañémonos: las bajas temperaturas y los vientos húmedos lo dificultan todo. Las ordenanzas, además, proscriben la caricia (con exenciones para determinadas zonas epidérmicas —sin interés alguno— en niños, perros y otros animales) y el «no tocar, peligro de ignominia» puede leerse en miles de miradas. ¿A dónde huir, entonces? Por todas partes ojos bizcos, córneas torturadas, implacables pupilas, retinas reticentes, viÿlan, desconfían, amenazan. Queda quizá el recurso de andar solo, de vaciar el alma de ternura y llenarla de haÌío e indiferencia, en eÌe tiempo hoÌil, propicio al odio.


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Horóscopo para un tirano olvidado Ni Mars ni Venus: sólo Marte de carnaval, sórdido Eros de café cantante, con chiÌera al proÌíbulo, recién besada la mano de la reina. En la tribuna, presidiendo el desfile, tu pecho rutilante de medallas y cruces brilla como una noche conÌelada: noche que alberga todas las traiciones. Pero tú no podrás, no: no pudiÌe. Otro vendrá deÍués que te hará bueno. Asesino platónico, tu idea del crimen será soberbiamente realizada, y el deÍrecio —el Norte de tus aÀos— desde otra boca azuzará a la muerte con más saña que tú y mejor fortuna. Muere tranquilo y solo, deÌerrado, si acaso te consuela saber eÌo: en nueÌros días pocas veces los hombres su deÌino merecen: también los juÌos que te combatieron han de morirse deÌerrados, solos.

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Notas de un viajero Siempre es igual aquí el verano: sofocante y violento. Pero hace muy pocos años todavía eÌe paisaje no era así. Era más limpio y apacible —me cuentan—, más claro, más sereno. Ahora el Imperio contrajo sus fronteras y la resaca de una paz dudosa arraÌró a la metrópoli, desde los más lejanos confines de la tierra, un tropel pintoresco y peligroso: aventureros, mercaderes, soldados de fortuna, proÌ⁄utas, esclavos recién manum⁄idos, músicos ambulantes, falsos profetas, adivinos, bonzos, mendigos y ladrones que praÀican su oficio cuando pueden. Todo el mundo amenaza a todo el mundo, unos por arrogancia, otros por miedo. Junto a las villas de los senadores, insolentes hogueras delatan la presencia de los bárbaros. Han llegado haÌa aquí con sus tambores, asan carne barata al aire libre, cantan canciones aprendidas en sus lejanas islas. No conmemoran nada: rememoran, rep⁄en r⁄mos, sueños y palabras que muy pronto perderán su sentido. Traidores a su pueblo, deÌerrados por su traición,

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deÍreciados por quienes los acogen con disguÌo tras haberlos usado sin provecho, acaso un día sea éÌa la patria de sus hijos; nunca la de ellos. Su patria es esa música tan sólo, el humo y la noÌalÿa que levantan su fuego y sus canciones. Cerca del Cap⁄olio hay tonsurados monjes mendicantes, embadurnados de ceniza y púrpura, que predican y piden mansamente atención y monedas. Orgullosos negros, ayer todavía esclavos, miran a las muchachas de tez clara con sonrisa agresiva, y escupen cuando pasan los soldados. (Por mucho menos los ahorcaban antes). Desde sus pedeÌales, los Padres de la Patria contemplan desdeñosos el corruptor efeÀo de los días sobre la gloria que ellos acuñaron. Ya no son más que piedra o bronce, efiÿes, perfiles en monedas, tiempo ido igual que sus vibrantes palabras, convertidas en letra muerta que decora los mármoles solemnes en su honor eriÿdos. El aire huele a humo y a magnolias. Un calor húmedo asciende de la tierra, y el viento se ha parado. En la ilusoria paz del parque juegan niños en eÍañol. Por el río Potomac remeros perezosos buscan la orilla en sombra de la tarde.

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Chiloé, setiembre, 1972 (un año deÍués, en el recuerdo) EÌuve en Chiloé junto a la primavera. (Sería otoño en EÍaña.) Humedad olorosa, praderas sol⁄arias. Recuperé de pronto tiempo y tierra. (Tiempo perdido, tierra derrotada.) El mar mordía los acantilados con sus dientes de eÍuma verde y blanca. Veía el Norte en el Sur. ¡EÍejismo de roÌros y de muros iluminados con palabras puras: libertad, compañeros! (Y en el fondo, con nieve, las montañas.) ¿De dónde regresaba todo aquello? Surÿmos de la bruma —¿era ayer o mañana?— albatros quietos, lev⁄ando arriba, serenaban el aire con sus extensas alas. Todo encalló en un tiempo amargo y sucio. Ahora, asomando sobre las aguas, la arboladura rota de esos días tan sólo exhibe bu⁄res en sus jarcias.


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Sobre la música Antes que un tema, la música es un motivo, un asunto que me sirve de vehículo para exponer otros temas: el tiempo, la noÌalÿa de algunos momentos vividos, el amor, la precariedad del deÌino humano… A La música es en sí misma evocadora de emociones muy diÌintas, difíciles de precisar. Muchas veces, al tratar de la música, no pretendo más que acercarme a esas emociones, desenmascararlas. Otras veces, lo que pone en marcha el poema no es la música propiamente dicha, sino las canciones, las palabras de las que la música es portadora, o el clima sentimental que esas palabras crean. A En cualquier caso, pienso que si mis poemas andan con tanta frecuencia por los suburbios de la música, es porque me considero un músico fruÌrado. La insiÌencia en temas o motivos musicales reÍonde al intento de forzar con palabras un recinto para mí vedado, un ámb⁄o maravilloso que sólo desde fuera me fue perm⁄ido contemplar.

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Penúltima noÌalÿa Ha llegado el momento de la noÌalÿa. ¿Recuerdas…? Aquel dulce violín, el de los tangos, acosado por el entrecortado rumor de los acordeones, y las felices turbas derramando champán en los escotes de las muchachas algo locas, algo deÍeinadas, algo triÌes también, algo caídas. Inefable perfume el de esas horas tan felices, que todos conocimos. La gasolina iniciaba su reinado por las calles atón⁄as, pero los jazmines no habían emprendido aún la retirada ni los desodorantes eÌaban preparados para sofocar la personalidad de las axilas. Junto al farol frecuentado por los perros la niña vendía flores de papel, aunque era la viÀrola, desde el fondo en penumbra de las hab⁄aciones, la que lanzaba a través de las ventanas entreabiertas la serpentina gris de la triÌeza sobre los hab⁄uales transeúntes de la noche. El violín, cantor del drama y de la más imposible dulzura, brillante vagabundo del eÍacio, perseguía a los corazones sol⁄arios que, absortos en sí mismos, ignoraban a los mendigos que les salían al paso o volvían los ojos hacia el cielo

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antología temática sobre la música

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buscando el raÌro brillante de la eÌrella que habría de influir en la realización de un deseo [apresuradamente formulado. Impreciso, turbio tiempo fluÀuando, veloz, hacia otros días y otros r⁄mos, y otros timbres, también, aún más fugaces. Muerto el violín, la marimba extendió su tiranía. Madera percutida y afinada, cada corteza o tronco del Caribe, cada selva del Sur, cada semilla creció en el aire y los sonoros bosques de los trópicos, los ríos inaud⁄os, audibles fueron en diÌantes tierras. Entonces todavía todo era sencillo: amar, besar, comer aunque tan sólo fuera un pedazo de pan, una limosna. Por caridad todo se conseguía: —Por caridad, por caridad—, gr⁄aban los hombres en las duras esquinas azotadas por el aliento del cantor mulato, por el murmullo en sol de la criolla, por la lluvia además, por la desgracia. Mas la moda es versátil y ligera, y sobre las cenizas del charleÌón y el banjo edificó nuevas algarabías. Y volvieron los blues, y las síncopas

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llenaron de inquietud y carcajadas el azaroso amanecer, mientras los barrenderos del alba, los enterradores de sombras, arraÌraban con sus escobas húmedas hacia las grietas por donde huyó la noche, serpentinas, tarjetas ileÿbles, vidrio, papel de eÌaño, fragmentos de diarios veÍertinos, algodón sucio y ligas de mujer. Nada, no obÌante, pudo empañar la pujante apoteosis del metal. Las brillantes trompetas y el sinuoso saxo —y el torpe, exaÀo, articulado y grave trombón de varas—, juntos disonaron frenéticos, unieron su eÌridencia, y las copas quebradas derramaron el vino, y más de una muchacha —nadie fue capaz de ev⁄arlo— perdió el sentido, y algo de mucho más valor —según dijeron. Ahora que todo es ya pasado, sentimos la noÌalÿa de lo que ha sucedido. Recordamos los r⁄mos y los cuerpos, el viejo olor a menta, los troncos de los olmos señalados con flecha, corazón e iniciales, el rincón de la alcoba, etcétera, etcétera. ... //...


antología temática sobre la música

... //... Olvidamos, en cambio, los cadáveres, los campos de batalla, el hambre de los campos, las razones del hambre. Oh tiempo ido: si quieres devolvernos todas las ignominias, esa risa por barrios que reímos, aquella felicidad por horas, la olvidada inconsciencia, la belleza de amar tan sólo al cuerpo que abrazamos, los r⁄mos y los miembros agredidos, el viejo olor a menta, la trizada luna contra el eÌanque, la imposible canción que acaso nadie ya recuerda: devuélvenos también nueÌros cadáveres, enséñanos también los asesinos, deja también junto a la oscura caja del violín, también junto al deÌello de la dorada y cálida trompeta, un revólver también, una piÌola. También eÌoy noÌálÿco de días. También fui muy feliz. También recuerdo. También yo fui teÌigo de otras horas.

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Vals de atardecer Los pianos golpean con sus colas enjambres de violines y de violas. Es el vals de las solas y solteras, el vals de las muchachas casaderas, que arrebata por rachas su corazón raído de muchachas. A dónde llevará esa leve brisa, a qué jardín con luna esa sumisa corriente que ÿra de repente desatando en sus vueltas doradas cabelleras, ahora sueltas, borrosas, imprecisas en el río de música y metralla que es un vals cuando eÌalla sus trompetas. Todavía inquietas, vuelan las flautas hacia el cordelaje de las arpas ancladas en la orilla donde los violoncelos se han dormido. Los oboes apagan el paisaje. Las muchachas se apean en sus sillas, se arreglan el veÌido con manos presurosas y sencillas, y van a los lavabos, como deÍués de un viaje.


antología temática sobre la música

La trompeta (Louis ArmÌrong) Qué hermoso era el sonido de la trompeta cuando el músico contuvo el aliento y el aire de todo el Universo entró por aquel tubo ya libre de obÌáculos! Qué bello resultaba el eÌremecimiento producido por el roce de los huracanes contra el metal, de los cálidos vientos del Sur, y luego del helado auÌral, que dio la vuelta al mundo. El viento solano llegó lleno de luz salpicando de sol y de verano. El siroco dejó un poco de arena, y el miÌral era casi silencio, igual que los alisios. Pero escuchad, escuchad todavía el ramalazo, la poderosa ráfaga que trae gotas de azul y deja sobre la piel la húmeda caricia del sal⁄re. Un gr⁄o agudo interrumpió la melodía. El artiÌa, extrañado, aÿtó su inÌrumento, y cayó al suelo, yerta, rota, una brillante y negra golondrina.

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Canción para cantar una canción Esa música… InsiÌe, hace daño en el alma. Viene tal vez de un tiempo remoto, de una época imposible perdida para siempre. Sobrepasa los lím⁄es de la música. Tiene materia, aroma, es como polvo de algo indefinible, de un recuerdo que nunca se ha vivido, de una vaga eÍeranza irrealizable. Se llama simplemente: canción. Pero no es sólo eso. Es también la triÌeza.


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Canción de invierno y de verano Cuando es invierno en el mar del Norte es verano en Valparaíso. Los barcos hacen sonar sus sirenas al entrar en el puerto de Bremen con jirones de niebla y de hielo en sus cabos, mientras los balandros soleados arraÌran por la superficie del Pacífico Sur bellas bañiÌas. Eso sucede en el mismo tiempo, pero jamás en el mismo día. Porque cuando es de día en el mar del Norte —brumas y sombras absorbiendo reÌos de sucia luz— es de noche en Valparaíso —rutilantes eÌrellas lanzando agudos dardos a las olas dormidas. Cómo dudar que nos quisimos, que me seguía tu pensamiento y mi voz te buscaba —detrás, muy cerca, iba mi boca. Nos quisimos, es cierto, y yo sé cuánto: primaveras, veranos, soles, lunas. Pero jamás en el mismo día.

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La paloma (versión libre) «…ay que vente conmigo, chin⁄a, / adonde vivo yo.» (Popular hiÍanoamericana)

Se habla de la eÍeranza últimamente. …en donde vivo yo Alguien la vio pasar por los suburbios de París, allá hacia el año mil novecientos cuarenta y tantos. Poco deÍués aparecieron huellas de su vuelo en Roma. También es cierto que desde las Antillas voló un día tan alta, que su sombra cubrió pueblos enteros, acarició los montes y los ríos, cruzó sobre las olas, saltó a otros continentes, parecía… …ay, que vente conmigo adonde vivo yo. Años más tarde, un profesor iluÌre dedujo de unas plumas mancilladas, halladas entre sangre cerca de un arrozal, en el SudeÌe asiático, que ahí eÌaba ella: en el s⁄io y la hora de la ira. …en donde vivo yo No en el lugar del paÀo, no en el de la renuncia, jamás en el dominio de la conformidad, donde la vida se doblega, nunca. …en donde muero yo.


antología temática sobre la música

Quinteto enterramiento para cuerda en cementerio y piano rural El primer violín canta en lo alto del llanto igual que un ruiseñor sobre un cÔrés. Como una marÔosa, la viola apenas viola el reposo del aire. Cruza el otro violín a ras del cello, semejante a un lagarto que entre dos manchas verdes deja sólo el recuerdo de la luz de su cola. Piano negro, féretro entreabierto: ¿quién muere ahí? Sobre los inÌrumentos, los arcos dibujan lentamente la señal de la cruz casi en silencio. PianiÌa enlutado que demoras los dedos en una frase grave, lenta, honda: todos te acompañamos en el sentimiento.

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antología temática Guía para un encuentro con Ángel González

Reverbera la música en los muros... Reverbera la música en los muros y traÍasa mi cuerpo como si no exiÌiese. ¿Soy sólo una memoria que regresa desde el cabo remoto de la vida, fiel a una invocación que no perdona? Música que rechazan las paredes: sólo soy eso. Cuando ella cesa también yo me extingo.

EÌoy bartok de todo... EÌoy bartok de todo, bela bartok de ese violín que me persigue, de sus fintas precisas, de las sinuosas violas, de la insidia que el oboe propaga, de la admon⁄oria gravedad del fagot, de la furia del viento, del hondo crep⁄ar de la madera. Resuena bela en todo bartok: tengo miedo. La música ha ocupado mi casa. Por lo que oigo, puede ser peligrosa. Échenla fuera.


antología temática sobre la música

Canción, glosa y cueÌiones Ese lugar que tienes, ciel⁄o lindo, entre las piernas, ese lugar tan íntimo y querido, es un lugar común. Por lo c⁄ado y por lo concurrido. Al fin, nada me importa: me guÌa en cualquier caso. Pero hay algo que me intriga. ¿Cómo solar tan diminuto puede ser compartido por una población tan numerosa? ¿Qué eÌatutos regulan el prodiÿo?

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antología temática • sobre la música Guía para un encuentro con Ángel González

Revelación Dios exiÌe en la música. En el centro de la polifonía se abre su reino inmenso y deslumbrante. Incesante, infin⁄a, la creación extiende sus fronteras. ¿Qué improbable conÌelación se atrevería a brillar más allá de sus lím⁄es? Escalas luminosas tienden puentes de firmamento a firmamento, fundan el poderío de la evidencia. Asombro. Es la verdad: ¡Dios exiÌe en la música! (Cuatro compases más, y otra vez solos.)

Epílogo Cuando el músico guarda el violoncelo en su negro sarcófago, el cadáver de Dios huele a resina.


Guía para un encuentro con Ángel González antología temática

Tempus irreparabile fuÿt La percepción del paso del tiempo me produce mayor desazón que la figura de la muerte —de mi propia muerte, quiero decir—. A (Mi muerte significa la ausencia, el alejamiento defin⁄ivo de la vida, y presiento que en ese oscuro reino de la no-exiÌencia nada habrá que pueda herirme. A otros, no a mí, hará llorar mi muerte. Pero el tiempo…) A Cuando escribo, nunca veo al tiempo como aliado, siempre como enemigo. Consciente de la fugacidad del presente, desconfío del futuro; el pasado —y cuanto más feliz, más doloroso es conÌatarlo— es para mí tan sólo lo perdido. A ¿Cómo no lamentar la presencia del tiempo, su conÌante y tenebrosa aÀividad? A (Otros días, sin embargo, me complace sentir que pasa el tiempo, deseo que sea pronto — ¡al fin!— mañana, me alegra comprobar que hoy no es ayer. Pero esos días no escribo.) A Entre la noÌalÿa y la elegía, eÌos poemas diÀados por el miedo.

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antología temática Guía para un encuentro con Ángel González

Ayer Ayer fue miércoles toda la mañana. Por la tarde cambió: se puso casi lunes, la triÌeza invadió los corazones y hubo un claro movimiento de pánico hacia los tranvías que llevan los bañiÌas haÌa el río. A eso de las siete cruzó el cielo una lenta avioneta, y ni los niños la miraron. Se desató el frío, alguien salió a la calle con sombrero, ayer, y todo el día fue igual, ya veis, qué divertido, ayer y siempre ayer y así haÌa ahora, continuamente andando por las calles gente desconocida, o bien dentro de casa merendando pan y café con leche, ¡qué alegría! La noche vino pronto y se encendieron amarillos y cálidos faroles, y nadie pudo impedir que al final amaneciese el día de hoy, tan parecido pero ¡tan diferente en luces y en aroma! ... //...


antología temática tempus irreparabile fugit

... //... Por eso mismo, porque es como os digo, dejadme que os hable de ayer, una vez más de ayer: el día incomparable que ya nadie nunca volverá a ver jamás sobre la tierra.

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Mensaje a las eÌatuas Vosotras, priedras violentamente deformadas, rotas por el golpe preciso del cincel, exhibiréis aún durante siglos el último perfil que os dejaron: senos inconmovibles a un suÍiro, firmes piernas que desconocen la fatiga, músculos tensos en su esfuerzo inútil, cabelleras que el viento no deÍeina, ojos abiertos que la luz rechazan. Pero vueÌra arrogancia inmóvil, vueÌra fría belleza, la desdeñosa fe del inmutable geÌo, acabarán un día. El tiempo es más tenaz. La tierra eÍera por vosotras también. En ella caeréis por vueÌro peso, seréis, si no ceniza, ruinas, polvo, y vueÌra soñada eternidad será la nada. Hacia la piedra regresaréis piedra, indiferente mineral, hundido escombro, deÍués de haber vivido el duro, iluÌre, solemne, viÀorioso, ecueÌre sueño de una gloria eriÿda a la memoria de algo también diÍerso en el olvido.


antología temática tempus irreparabile fugit

Otras veces Quisiera eÌar en otra parte, mejor en otra piel, y averiguar si desde allí la vida, por las ventanas de otros ojos, se ve así de grotesca algunas tardes. Me guÌaría mucho conocer el efeÀo abrasivo del tiempo en otras vísceras, comprobar si el pasado impregna los tejidos del mismo zumo acre, si todos los recuerdos en todas las memorias deÍrenden eÌe olor a fruta muÌia y a jazmín podrido. Desearía mirarme con las pupilas duras de aquel que más me odia, para que así el deÍrecio deÌruya los deÍojos de todo lo que nunca enterrará el olvido.

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Meriendo algunas tardes Meriendo algunas tardes: no todas tienen pulpa comeÌible. Si eÌoy junto a la mar muerdo primero los acantilados, luego las nubes cárdenas y el cielo —escupo las gaviotas— y para poÌre dejo las bañiÌas jugando a la pelota y deÍeinadas. Si eÌoy en la ciudad meriendo tarde a secas: maÌico lentamente los minutos —tras haberles qu⁄ado las eÍinas— y cuando se me acaban me voy rumiando sombras, rememorando el tiempo devorado con un acre sabor a nada en la garganta.


antología temática tempus irreparabile fugit

Hoy Hoy todo me conduce a su contrario: el olor de la rosa me entierra en su raíces, el deÍertar me arroja a un sueño diferente, exiÌo, luego muero. Todo sucede ahora en un orden eÌriÀo: los alacranes comen en mis manos, las palomas me muerden las entrañas, los vientos más helados me encienden las mejillas. Hoy es así mi vida. Me alimento del hambre. Odio a quien amo. Cuando me duermo, un sol recién nacido me mancha de amarillo los párpados por dentro. Bajo su luz, coÿdos de la mano, tú y yo retrocedemos desandando los días haÌa que al fin logramos perdernos en la nada.

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Introducción a unos poemas elegíacos DiÍongo aquí unos grupos de palabras. No aÍiro únicamente a decorar con inservibles geÌos el yerto mausoleo de los días idos, abandonados para siempre como las salas de un confuso palacio que fue nueÌro, al que ya nunca volveremos. Que esas palabras, en su inutilidad —lo mismo que las rosas enterradas con un cuerpo querido que ya no puede verlas ni gozar de su aroma— sean al menos, cuando el paso del tiempo las march⁄e y su sentido oscuro se deshaga o se ignore, eterno —si eso fuese posible— teÌimonio, no del perdido bien que rememoran; tampoco de la mano —borrada ya en la sombra— que hoy las deja en la sombra, sino de la piedad que la ha movido.


antología temática tempus irreparabile fugit

Entonces Entonces, en los atardeceres de verano, el viento traía desde el campo haÌa mi calle un ineÌable olor a eÌablo y a hierba susurrante como un río que entraba con su canto y con su aroma en las riberas pálidas del sueño. Ecos remotos, sones deÍrendidos de aquel rumor, hilos de una eÍeranza poco a poco deshecha, se apagan dulcemente en la diÌancia: ya ayer va susurrante como un río llevando lo soñado aguas abajo, hacia la blanca orilla del olvido.

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A mano amada A mano amada, cuando la noche impone su coÌumbre de insomnio, y convierte cada minuto en el aniversario de todos los sucesos de una vida; allí, en la esquina más negra del desamparo, donde el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras, los recuerdos me asaltan. Unos empuñan tu mirada verde, otros apoyan en mi eÍalda el alma blanca de un lejano sueño, y con voz inaudible, con implacables labios silenciosos, ¡el olvido o la vida!, me reclaman. Reconozco los roÌros. No hurto el cuerpo. Cierro los ojos para ver más hondo, y siento que me apuñalan fría, juÌamente, con ese hierro viejo: la memoria.


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A veces, en oÀubre, es lo que pasa... Cuando nada sucede, y el verano se ha ido, y las hojas comienzan a caer de los árboles, y el frío oxida el borde de los ríos y hace más lento el curso de las aguas; cuando el cielo parece un mar violento, y los pájaros cambian de paisaje, y las palabras se oyen cada vez más lejanas, como susurros que diÍersa el viento; entonces, ya se sabe, es lo que pasa: esas hojas, los pájaros, las nubes, las palabras diÍersas y los ríos, nos llenan de inquietud súb⁄amente y de deseÍeranza. No busquéis el motivo en vueÌros corazones. Tan sólo es lo que dije: lo que pasa.

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Elegía pura Aquí no pasa nada, salvo el tiempo: irrepetible música que resuena, ya extinguida, en un corazón hueco, abandonado, que alguien toma un momento, escucha y tira.

Al fin, algo de noche Cuelga la noche su sombrío velamen en las jarcias del miedo y avanza con su negra arboladura de lejos impulsada por la aurora. Rompe el mar —o su ausencia— en el recuerdo. Balizado de aÌros, el altísimo máÌil cabecea: aire en el aire, tiempo a la deriva, obra muerta de sueños que la luz desvanece. Su cap⁄án, el viento. Insomne pasajero de las sombras, yo me dejo llevar por sus designios cantando alegre en la popa.


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Carta Amor mío: el tiempo turbulento pasó por mi corazón igual que, durante una tormenta, un río pasa bajo un puente: rumoroso, incesante, lleva lejos hojas y peces muertos, fragmentos deÌeñidos del paisaje, agonizantes reÌos de la vida. Ahora, todo ya aguas abajo —luz diÌinta y silencio—, quedan sólo los ecos de aquel fragor diÌante, un aroma impreciso a cortezas podridas, y tu imagen entera, inconmovible, tercamente aferrada —como la rama grande que el viento desgajó de un viejo tronco— a la borrosa orilla de mi vida.

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iografía

B ibliografía por Susana Rivera

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Obras de Ángel González A Poesía A Libros ÁÍero mundo, Madrid, Adonais, 1956 (obtuvo un «accés⁄» del premio Adonais). Sin eÍeranza, con convencimiento, Barcelona, Colliure, 1961. Grado elemental, París, Ruedo Ibérico, 1962 (fue galardonado en Colliure, ese mismo año, con el premio Antonio Machado). Palabra sobre palabra, Madrid, col. Poesía para todos, 1965. Tratado de urbanismo, Barcelona, El Bardo, 1967 (2.ª ed., 1976). Palabra sobre palabra (opera omnia), Barcelona, Seix Barral, 1968; 2.ª ed., Barral editores, 1972; 3.ª ed., 1977 (últimas ediciones con incorporación de nuevos poemas). Breves acotaciones para una biografía, Las Palmas, Inventarios Provisionales, 1971. Procedimientos narrativos, Santander, La Isla de los Ratones, 1972. MueÌra de algunos procedimientos narrativos y de las aÀ⁄udes sentimentales que hab⁄ualmente comportan, Madrid, Turner, 1976; 2.ª ed. correÿda y aumentada, 1977. Prosemas o menos, Santander, ed. de Pablo Beltrán de Heredia, diciembre, 1984 (ed. no venal); Madrid, HÔerión (versión muy aumentada), 1985. Deixis en fantasma, Madrid, Los Cuadernos de la Librería HÔerión, 1992.

Antologías de Ángel González Harsh world and other poems (selección y traducción de Donald B. Walsh, prólogo de Ángel González), Princeton Univers⁄y Press, 1977. Poemas (selección y prólogo de Ángel González), Madrid, Cátedra, 1980 (1.ª ed. 1982). Antología poética (introducción de Luis Izquierdo), Madrid, Alianza, 1982. Una antología (introducción de F. Álvarez), Oviedo, Automóviles Luarca S. A., 1983 (edición no venal), 2.ª ed. 1985. A todo amor (selección de poesía amorosa). Introducción de Paco Ignacio Taibo I, México, Universidad Nacional Autónoma, 1988; 2.ª ed. aumentada y acompañada de un disco compaÀo, Madrid, Visor, 1997. Ángel González (prólogo y selección de Susana Rivera). Material de LeÀura, México, Universidad Nacional Autónoma, 1988. Ángel González (antología y eÌudio de Andrew P. Debicki), Gijón, Júcar, 1989. AÌonishing world: The seleÀed poems of Ángel González, 1956-1986 (translated by Steven Ford Brown and Gutiérrez Revuelta), Ed. Steven Ford Brown, Minneapolis, Milkweed Ed⁄ions, 1993. Luz, o fuego, o vida (selección de A. G., introducción de V. García de la Concha), Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca y Patrimonio Nacional, 1996.


Bibliografía • Obras de Ángel González

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Guía para un encuentro con Ángel González

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A Prosa: ensayos y crítica l⁄eraria A Libros El maeÌro, Barcelona, Corinto, 1952. Juan Ramón Jiménez, EÌudio, Madrid, Júcar, 1973. Aproximaciones a Antonio Machado, México, Universidad Nacional Autónoma, 1982. Antonio Machado. EÌudio, Gijón-Madrid, Júcar, 1986. Las otras soledades de Antonio Machado (discurso de ingreso en la Real Academia EÍañola), Madrid, R.A.E., 1997. Contiene «ConteÌación del Excmo. señor don Emilio Alarcos Llorach».


Bibliografía • Obras de Ángel González

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Artículos «Sobre Poesía y poetas», Santander, Peña Labra, otoño, 1984. «La intertextualidad en la obra de Blas de Otero». Al amor de Blas de Otero, San SebaÌián, Mundaiz, Cuadernos Univers⁄arios, n.º 1, 1987. Universidad de DeuÌo, pp. 63-75. «Azul y la poesía eÍañola del siglo XX», Revista HiÍánica Moderna, año XLII, n.º 2, diciembre 1989, pp. 127-135. «Autopercepción intelecual de un proceso hiÌórico», ReviÌa Anthropos, n.º 109, Barcelona, 1990, pp. 19-29. «La poesía de la Generación del 27», Cuadernos HiÍanoamericanos: ReviÌa mensual de Cultura HiÍánica, núms. 514 y 515, Madrid, abril-mayo 1993, pp. 39-51. «El exilio en EÍaña y desde EÍaña», en El exilio de las EÍañas de 1939 en las Américas: ¿Adónde fue la canción?, José María Naharro-Calderón (coord.), Barcelona, Anthropos & Centro de las Letras EÍañolas, 1991, pp. 195-209. «Jaime Gil de Biedma: Breve evocación de una larga amiÌad», ReviÌa de Occidente, Madrid, EÍaña, julio-agoÌo 1990, pp. 17-20. «Recordando a Reÿón», El Urogallo, marzo, 1989, pp. 60-62.

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Obras sobre Ángel González A Libros y eÌudios monográficos A Alarcos Llorach, E.: La poesía de Ángel González, Oviedo, Nobel, 1996 (incluye Ángel González, poeta, y otros artículos, Universidad de Oviedo, 1969). García de la Concha, V.: «Tiempo e hiÌoria en la autobiografía poética de Ángel González» (introducción a Luz, o fuego, o vida), pp. 9-57. García Montero, Luis: «HiÌoria y experiencia en la poesía de Ángel González», en El realismo singular, «Los libros de Hermes», InÌ⁄uto Vasco de las Artes y las Letras, Bilbao, 1993, pp. 93-120. Miller, Martha L.: Pol⁄ics and verbal play: The ludic poetry of Ángel González, Fairleigh Dickinson Univers⁄y Press, 1995. Persin, Margaret H.: «Presence versus absence in the early poetry of Ángel González», en Recent spanish poetry and the role of the reader, London and Toronto, Associated Univers⁄y Presses, 1987, pp. 98-118. Varios autores: Ángel González: mueÌra muy breve, Peña Labra, Pliegos de Poesía, n.º 52, 1984. — Guía para un encuentro con Ángel González, Langreo, Luna de Abajo, Cuadernos de Poesía, n.º 3, 1985. — Ángel González, verso a verso, Oviedo, Caja de Ahorros de AÌurias, 1987. — Simposio-Homenaje a Ángel González (edición de Susana Rivera y Tomás Ruiz Fábrega), Madrid, José EÌeban ed⁄or, 1987. — Una poética de la experiencia y la cotidianidad, Barcelona, ReviÌa Anthropos, n.º 109, 1990. — En homenaje a Ángel González (edición de Andrew P. Debicki y Sharon Keefe Ugalde), Bulder, Univers⁄y of Colorado, 1991.

A Ensayos y artículos A Abad, F.: «Crítica l⁄eraria y lengua poética de Ángel González», en Una poética de la experiencia y la cotidianidad, pp. 55-57. Alarcos Llorach, E.: «Recato y elegía», en Una poética de la experiencia y la cotidianidad, pp. 52-54. — «Otra vez sobre Ángel (del compromiso al desasimiento)», Oviedo, Clarín n.º 11, pp. 3-7. Alfaya, J.: «Un nuevo libro de Ángel González», Madrid, Triunfo n.º 709, 28 agoÌo 1976, pp. 51-52. Alvarado Tenorio: «Ángel González», La poesía eÍañola contemporánea. Cinco poetas de la generación del Cincuenta, Bogotá, La Oveja Negra, 1980, pp. 25-36.


Bibliografía • Obras sobre Ángel González

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Biografía Nací en Oviedo en 1925. El escenario y el tiempo que correÍonde a mi vida me hicieron teÌigo —antes que aÀor— de innumerables acontecimientos violentos: revolución, guerra civil, diÀaduras. Sin salir de la infancia, en muy pocos años, me convertí, de súbd⁄o de un rey, en ciudadano de una república y, finalmente, en objeto de una tiranía. Regreso, casi viejo, a los orígenes, súbd⁄o de nuevo de la misma Corona. Zarandeado así por el deÌino, que urdió su trama sin contar nunca con mi voluntad, me resigné a eÌudiar la carrera de Leyes, que no me interesaba en absoluto, pero que tampoco contradecía la coÌumbre, casi norma de obligado cumplimiento («todo eÍañol es licenciado en Derecho mientras no se demueÌre lo contrario»), a la que se sometían en su mayor parte los jóvenes de mi edad y de mi clase social —clase media, transformada en mi caso, como consecuencia de la guerra civil, en muy mediocre. Larga y prematuramente adieÌrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa reÌauración de ilusiones siÌemáticamente pisoteadas, me acoÌumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempe de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo poesía fue, antes que por otras razones, para aprovechar las modeÌas habilidades adquiridas por el mero aÀo de vivir. Pero yo hubiese preferido ser músico —cantautor de boleros sentimentales— o tal vez pintor. Fui, en cambio, funcionario público. En 1970 vine por vez primera a América —Méjico y EÌados Unidos—, y empecé a quedarme por ese continente a partir de 1972 (profesor vis⁄ante en las universidades de New Mexico, Utah, Maryland y Texas). En la aÀualidad, enseño l⁄eratura eÍañola contemporánea en la universidad de New Mexico. A. G.

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Desde el mes de marzo de 1985, y aprovechando el descanso de su Año Sabático, Ángel González ha sido momentáneamente rescatado —no sin cierta polémica— como profesor para su ciudad natal e imparte clases de l⁄eratura eÍañola contemporánea en el Departamento de Lengua EÍañola de la Universidad de Oviedo. MaÿÌerio que, por otra parte, muchos de nosotros desearíamos ver prolongado. Pero los años le devolvieron a New México desde donde vuela cada año a AÌurias y a Madrid para rÕncontrarse con sus amigos, y también a recibir el reconocimiento de las letras eÍañolas que le otorgaron eÌe año el Premio Reina Sofía de PÈsía Iberoamericana y le nombraron Académico de la EÍañola.

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Todo el material utilizado forma parte de las ediciones anteriores del mismo libro, salvo la colaboración de Buero Vallejo, cedida por Tribuna Ciudadana; las de Juan Marsé y Luis García Montero, enviadas por los autores para eÌa edición; la de José Hierro, que se publicó con anterioridad en El Mundo (La Esfera), el 24 de marzo de 1997; la de Francisco Ayala publicada en El País, el 9 de junio de 1997; y el poema de Ángel González dedicado al grupo de Luna de Abajo. A El reportaje fotográfico reÍonde al realizado en su día, expresamente para eÌa publicación, por el recordado fotógrafo Pepe García. El reÌo de las fotografías que aparecen en el libro fueron proporcionadas por Manuel F. Avello (p. 25), Manuel Lombardero (p. 23), y Ángel González (pp. 14, 34, 37, 49, 66), incluyendo las de José Adrián (pp. 32 y 43). A La biografía de Ángel González ha sido recoÿda del libro Palabra sobre palabra (Barcelona, Barral ed⁄ores, 1972). En cuanto a la bibliografía reseñada eÌá facil⁄ada en su integridad por Susana Rivera y redaÀada por Luna de Abajo. A Para la composición tipográfica del libro se utilizó la familia completa Mrs Eaves de Zuzana Licko (Emigre).


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Luna de Abajo es el nombre de un grupo de autores aÌurianos, formado por Ricardo Labra, Miguel Munárriz, Helios Pandiella, Noelí Puente y Alberto Vega. La diversidad de sus intereses culturales, así como la calidad y coherencia de sus trabajos (poesía, pintura, diseño gráfico, edición de libros, organización y geÌión de aÀos culturales...), ha hecho de Luna de Abajo uno de los centros de interés poético de la década del 80, haÌa su disolución en el año 1993. Luna de Abajo siempre ha tenido una pasión «nada desmedida» por Ángel González, autor que ha formado parte de su más indeclinable preferencia. El libro Guía para un encuentro con Ángel González presenta, entre otras, las siguientes singularidades que le otorgan un lugar deÌacado en la extensa bibliografía del autor de Palabra sobre palabra: F Es su primer homenaje celebrado por un grupo de poetas jóvenes. F Es la primera ocasión en la que su generación (el Grupo del 50) tiene oportunidad de ofrecerle un homenaje l⁄erario. F Es la primera publicación en la que Ángel González realiza una antología temática de su obra poética. F Es la primera edición en la que se recoge la más documentada bibliografía, hasta la fecha, de su producción literaria, realizada por Susana Rivera.

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