Adolecer

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· LUCILA RODRÍGUEZ MORENO ·

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· LUCILA RODRÍGUEZ MORENO ·

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_ A mis papĂĄs, motores propulsores de esta historia.



La adolescencia es aquella etapa de la vida en que todo nos parece gris, parece que todo el mundo nos ataca, que el mundo se nos viene sobre nosotros. Es el minuto en que comenzamos a conocernos y enfrentamos duros cambios, que nos llevaran a ser hombres y mujeres fuertes. Es la etapa en que conocemos nuestras fuerzas internas y debemos aprovechar al mรกximo este minuto. Esto nos llevarรก a engrandecernos como seres humanos. GINA MADARIAGA


MAURICIO La vida es una ininterrumpida e intermitente sucesi贸n de problemas que solo se agotan con la muerte. IGMAR BERGMAN

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-1Aspiró de su cigarrillo y soltó el humo con mucha lentitud. La cabeza de una chica se acomodó en el hueco formado entre su brazo y el pecho. Ella suspiró relajada y le manifestó con voz soñadora: “sos increíble”. Él sonrió para sí. —Ya lo sabía. Soledad clavó sus ojos en él y soltó una carcajada. —Pero ¡qué agrandado! —Le quitó el cigarrillo y le dio una pitada—. Tenés que agradecer mi cumplido, no creértelo. —Gracias. —No puedo creer…—dijo Soledad a la vez que jugueteaba con su propio cabello—, que no tengas novia. —No me interesa. —¿Hay algo que te interese, Mauricio? —inquirió al momento en que se enderezaba y comenzaba a vestirse. Notó la molestia en su tono de voz y su rostro denotó la disconformidad que acababa de producir su respuesta. Se sentó al borde de la cama y la vio vestirse. —Algunas cosas —le respondió. —¿Algunas cosas? ¿Yo te intereso? Le clavó sus verdes ojos, la examinó de los pies a la cabeza. —Lo necesario. —¿Qué soy, una más del montón? Comenzaron a golpear la puerta fastidiosamente y Mauricio dirigió su vista hacia allí. —Me imagino que no pensás abrir, ¿o sí? Él hizo caso omiso y giró el pomo de la puerta. Nicole, su hermana, lo aguardaba al otro lado. Tenía aquella expresión sombría en su semblante que tanto le divertía. —¿Qué hacés? Mauricio, sin dejar de sonreír, dijo: —Hay un cartel en mi puerta que dice “no molestar” Vio cómo ardía la mirada de su hermana, quien por poco echaba chispas. —Me das asco. Esto no es un hotel de alojamiento, Mauricio. —Y no... — Coincidió él —, pero es mi habitación y le doy el 78


uso que quiero. ¿Te gustaría acompañarnos? Nicole abrió sus ojos como platos, estupefacta. —No, gracias, prefiero arrodillarme frente al inodoro y vomitar. Sonrió aún más ampliamente. —¿Qué se te ofrecía? Ella lo fulminó con la mirada y se dio media vuelta para descender. —Nada, dejá. Sos un imbécil. Mauricio arqueó una ceja. La aferró del brazo y tiró de ella con brusquedad para que se detuviera. —¿Esos son celos? —le murmuró. —¡Eso quisieras! —dijo Nicole y le dio un empujón. Eran extremos completamente opuestos. Si bien habían vivido su infancia por igual y mantenían bien presentes los recuerdos en sus corazones, ambos habían, con el tiempo, ocupado roles muy diferentes: Nicole se hacía problema por todo y él se hacía problema por poco o nada. Mauricio era consciente del daño emocional que sus padres habían provocado en su persona de pequeño. Había pasado años inquietándose por sus actitudes y terminó optando por no inquietarse más por nadie. Trataba de ser ajeno a los problemas, pero aquel distanciamiento de la realidad lo había vuelto vulnerable y, en definitiva, veía en Nicole la otra cara de la moneda: lo que él sentía sin poder expresarlo.

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-2“¿Cómo se hacen los bebés?” había preguntado Mauricio, durante un viaje en auto, volviendo de visitar a sus abuelos. Sus padres venían discutiendo, enalteciendo poco a poco la voz mientras más sangraba la herida. Los dos callaron al unísono. Ella le clavó los ojos a su entonces marido y él le devolvió la mirada. Ninguno sabía qué explicar. En un impulso, Cristina se giró para ver a su hijo y, titubeando, respondió: “Los bebés no se hacen, Mauricio, los trae la cigüeña”. Su mamá estaba embarazada por tercera vez. Mauricio tenía seis años de edad. Cuando sus ojos volvieron a perderse en el paisaje urbano que apreciaba a través de la ventanilla, su mamá suspiró aliviada. Podría haber continuado haciendo preguntas, como cualquier niño de su edad, mostrando una curiosidad y una sed de conocimiento imparable, pero no fue así: Mauricio sabía que a los bebés no los traía ninguna cigüeña; los bebés eran un descuido, eso eran. Un error de cálculos. Le bastó hallar a su madre llorando, tras enterarse de que estaba embarazada de Pía, para confirmarlo: Nicole, Pía y él eran todos errores concebidos. Había descubierto el sexo a muy temprana edad, y quizás sus padres no recordasen aquel episodio. Fueron ellos quienes, sin explicación alguna, de forma explícita y en un desliz, le revelaron ese acto que sus abuelos, años más tarde, le describirían como un acto de amor. Acostumbraba pegar su oído a la puerta del dormitorio, escuchar las risitas de su madre y los gemidos de uno y otro; otras veces, olvidaban cerrar la puerta y no podía evitar espiar. Un día su papá los dejó. Para ese entonces, Mauricio, que tenía solo 8 años, había descubierto su propio cuerpo y el placer de la auto-satisfacción. Se tocaba al ducharse, cuando se iba a dormir, en el baño del colegio; y mientras más riesgos corría de que lo pescasen, mayor era el placer que sentía. Años después, conviviendo con sus abuelos, estos trataron de inculcarle una nueva perspectiva acerca de las relaciones sexuales. Su abuelo, con mucha timidez, le explicó que era un acto de aceptación mutua, que debía de haber respeto 80


y amor, y que el sexo no era algo que debía hacerse con cualquier persona. Cada cosa que su abuelo trataba de inculcarle, su madre lo tergiversaba trayendo compañeros desconocidos a su casa. Su debut fue a los trece años y pagó por él —de hecho, fue el padre de un amigo quien pagó para que él y su hijo debutaran. “Tienen que hacerse hombres ahora; cuanto antes, mejor “, les había dicho de camino al prostíbulo, reiteradas veces, obsesionado con la idea e intentando así evitar que su hijo pudiese desviarse del sendero. Mauricio reveló que el sexo era puro placer y no necesitaba estar enamorado para tener ganas de hacerlo. Y qué mejor ejemplo de aquello que sus propios padres. Su primera experiencia y el interés de pronto avivado en él por las mujeres plantaron en su camino una contrariedad, y hacía cuatro años que para él no existía en la teoría explicación posible. Aunque estaba seguro de que no era una cosa de la noche a la mañana, no lo consideraba un capricho. A los catorce años comenzó a ver a su hermana con otros ojos. No era el simple motivo de considerarla atractiva —ya no la veía como una nena, era casi una mujer—, sino la cantidad de sensaciones y deseos que le despertaba. Entonces se asustó. Trató de eludirlo: le hablaba poco, no la buscaba para jugar, intentaba que no compartieran espacios y buscó saciar su apetito sexual fuera de casa. No había manera. El paso del tiempo trajo consigo la resignación y dejó, entonces, de batallar contra su propia cabeza. Se la rebuscó para sobrellevar su desatino de la mejor y más calculada manera, y halló en las reacciones de su hermana una satisfacción que le era imposible poner en palabras. Lo que comenzó como un juego o vaivén de provocadoras insinuaciones, acabó por transformarse en un juego peligroso. Oía música y fumaba tirado en su cama aquel día en que Nicole, alterada, llamó a su puerta. Su habitación quedaba en un tercer piso y era lo más parecido que podía haber a un altillo. Estaba en cuero, porque allí dentro siempre se moría de calor. Se demoró en abrir. Suponía que era ella y no tenía ganas de que, al enterarse de la aventura de su mamá, hecha una salvaje se descargase en él. La vio adentrarse y patalear como una descosida. Él volvió a echarse en su cama y no pudo hacer otra cosa que mirarla: esa 81


pollera acortada, esas medias rajadas, esa camisa arrugada y a medio abotonar… Ese ardor, del que intentaba librarse sin éxito, se abría paso y lo encendía de repente. Por ahí era producto de su locura transitoria, de estar “muy en su mambo”, pero se preguntó si acaso ella no lo sospechaba. ¿No se daba cuenta, ni un poco, de lo mucho que lo calentaba? ¿No lo veía comiéndosela con la mirada y deseándola en silencio? ¿Se estaría haciendo la tonta? No podía ser, pensaba Mauricio, su hermana así de ingenua.

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-3Por más poco interés que demostrara en sus estudios secundarios, a diferencia de Nicole, su rendimiento era al menos aceptable. No podía imaginarse estudiando en pleno verano, muriendo de calor mientras todo el mundo disfruta de las vacaciones; tampoco entendía a la gente que camuflaba su vagancia bajo el pretexto de “puedo estudiar en un mes lo que el resto se mata estudiando en un año”. Si había algo que Mauricio había aprendido, con su hermana como ejemplo de todo lo que no era conveniente, era lo bueno de pasar inadvertido. Se evitaba así planteos innecesarios, o el verse obligado a asistir a terapia o quedarse horas extra en el colegio. Evitaba que sus compañeros se fijaran en lo que hacía; podía saltearse una clase sin que a nadie le significara mucho. Salió al patio del colegio entendiendo que, si no estaba en el baño, donde ya había buscado, estaría detrás de aquella columna fumándose un atado entero de cigarrillos. Redujo el paso sobre la marcha al advertir a otra persona sentada junto a Nicole en aquel rincón. Se le estrujó el estómago. Aquel rincón que era de ellos. Su hermana era suya y de nadie más. Pero Nicole pareció aliviarse al verlo, y ni siquiera dudó en tomar su mano y dejar que la arrastrara lejos. Mauricio se preguntó si no sería una simple fachada. ¿Por qué había dicho no tener idea de quién era? Él lo sabía perfectamente. A medio camino, en dirección a los baños, la acorraló en el vacío pasillo. —¿Por qué estaba con vos? A Nicole se le arrugó la cara entera. —¡No sé! ¿Por qué no le preguntás a él? Mauricio torció su sonrisa —No te hagás la boluda conmigo. —Si te digo que no tengo la menor idea y que no me importa, no hay nada más que tengas que saber. Mauricio rascó su cabeza con nerviosismo y lamió sus labios. —Sé que va a tu mismo curso, así que no me digas que no tenés idea. Se rió con incredulidad al escucharlo. 83


—¿Y? Tengo más de un compañero en mi curso y todos me importan lo mismo: nada. —¿Cómo se llama? —¿Por qué no te vas un poco a la mierda? Yo me voy a esa estúpida clase de literatura a dormirme sobre mi libro abierto. Antes que dormirme escuchándote decir y preguntarme la cantidad de estupideces que me preguntás, lo prefiero. —¿Qué...? —musitó al verla pasar por debajo de su brazo, que la cercaba, para irse— ¡Volvé acá, Nicole! —le gritó al ver cómo se alejaba—. ¡No te hagas la que no me escuchás! ¡Te estoy hablando! Y la única respuesta que obtuvo fue un grosero gesto.

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-4Repiqueteaba la birome, incesante, contra el cuaderno que sostenía en su regazo. No podía pensar en otra cosa: hacía más de dos horas que Nicole tendría que haber vuelto del colegio. Su relación con Nicole había ido mutando y madurando; y podía decir que jamás, hasta entonces, habían sostenido una relación de hermanos propiamente dicha. No iba a negar, por más horrible que sonara, el que su hermana le atrajera. Le atraía y mucho. Sus intenciones fueron creciendo de forma progresiva, su interés haciéndose cada vez más notable, y la bomba estalló con la llegada de Gabriel a sus vidas. No iba a negar la extrañeza que le produjo la reciprocidad de su hermana, pero mentiría si dijera que no lo había disfrutado. Nicole avivaba en él sensaciones que jamás había experimentado y lo excitaba, pese a su inexperiencia, más que cualquier otra mujer. Pasada esa primera vez, ella se desvaneció de su habitación y volvió a él al cabo de dos días. Mauricio presumió que había necesitado tiempo para procesarlo; y él había optado por mantenerse a la espera, sabiendo que tarde o temprano regresaría. En aquel segundo encuentro, después de tener relaciones, Mauricio observó a su hermana. Más allá de su rostro de piedra, supo que algo no andaba bien y se lo preguntó. —No lo entiendo…—le expresó ella sin dirigirle la mirada— ¿Cuál es el fin? ¿Qué querés exactamente con esto? Él se asombró. —¿De qué me hablás? ¡No hay ningún fin! Nicole viró su cabeza para poder mirarlo. Sus ojos parecían vacíos. —Te das cuenta de lo enfermizo que es, ¿no? —Tomó un cigarrillo, lo encendió y pitó de él—. ¿Sos consciente de que esto no es normal? Mauricio acarició el rostro de su hermana. —¿Vos no entendés que no me importa? ¿Desde cuándo te importa qué pueda opinar el resto? Yo no te estoy obligando. Nicole frotó su frente como si algo la hubiese crispado. —Ese es tu problema, Mauricio, nada te importa. No te impor85


ta lo que haga Cristina, no te importa que nuestro preceptor se paseé en pelotas por la casa… ¡No te importa nada! Si no afecta tus necesidades y pretensiones, no te importa. Mauricio, quien estaba recostado sobre su cuerpo de cara a ella, examinó a su hermana y con seriedad le dijo: —Vos me importás. Nicole negó con su cabeza. Él la besó.

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-5Con recelo e incriminación la observó, sentado al pie de la escalera y de brazos cruzados, ingresar a la casa y cerrar la puerta. Hacia media hora que estaba inmóvil en aquel lugar. —¿Dónde te metiste? Nicole se encaminó hacia allí, se encorvó acercando el rostro al de su hermano y, remarcando cada palabra, le habló al oído: “¿Qué mierda te importa?”. Le dio unas palmadas en el cachete y siguió escaleras arriba. Mauricio arrugó su ceño, atónito, molesto. La vio ir hacia su habitación. Se paró de un salto, corrió tras ella y consiguió entrar antes de que decidiera encerrarse. —¿Te lo tengo que volver a preguntar?— La apuró. Nicole lo miró y le enunció antipáticamente: —¿Ahora te tengo que dar un parte de lo que hago? No tengo papá y no quiero uno. Bastante me acosa el hijo de puta de Gabriel para que lo hagas vos también. Mauricio frunció los labios y volvió a cruzarse de brazos. Sentía que le ardían los ojos. —¿Quién es? —¿De qué me hablás?—expresó asombrada y confusa. Él negó reiteradas veces con la cabeza y repitió escandaloso: —¡¿Con quién carajo te estás viendo?! Nicole quedó boquiabierta unos segundos; después dibujó una media sonrisa. —Claro…—susurró —. ¿La vas a seguir con las escenitas de celos? Déjame en paz. Levantó su dedo amenazadoramente y se le aproximó lo más que pudo. —Mejor que me lo digas, Nicole. —A mí no me vengas con las amenazas, ¿me escuchaste? —Su cara se transformó dejándose ver imperturbable—. Yo no ando preguntándote dónde o con quién pasas la noche. —No es lo mismo. —¿No? —Arqueó ella sus cejas—. Conmigo ahorrate los comentarios machistas. —Entonces hay alguien, ¿no? 87


Revoleó sus ojos y bufó exasperada. —¿Es lo único que te importa? Y si fuera el caso, ¿qué pensás hacer? ¿Esperas que viva atada a vos el resto de mis días? Él exhaló y largó todo el aire de un tirón. —Sí, eso quiero. Nicole arrugó su frente completamente. Comenzó a mover violentamente su cabeza y de forma negativa mientras la sostenía con sus manos. —Basta… ¡Basta, basta, basta! ¡Se acabó! ¡Esto es una locura, Mauricio! Cortémosla acá… —¡No! ¿Cómo “cortémosla acá”? ¡No me digas eso! Ni se te ocurra…—La abrazó con todas sus fuerzas —. ¿Qué te pasa? Estás rara, me evadís..., estás completamente quisquillosa. ¿Qué es? ¿Quién es? ¿Es el chico del otro día? Ella lo empujó enérgicamente. —¡Por dios! ¡El tarado ese no tiene nada que ver! —Siguió empujándolo hacia la puerta— ¡Desaparecé de una vez! Quiero estar sola. Su hermano trató de imponerse, aunque ella siguió insistiendo en que se esfumara de su habitación. —¡Fuera! —le ladró en un último empujón y le cerró la puerta en las narices.

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-6—Si no era un pibe... —Meditó Mauricio picando marihuana sobre un libro y sentado en el suelo—, entonces ¿qué era? ¿Qué podía estar apartándola? De él se apoderó el recuerdo de aquella madrugada, en donde, al encender las luces del baño, se había topado a una Nicole desencajada y corrompida por la tristeza. Nunca supo el porqué, ella no quiso decírselo. El recuerdo comenzaba a pesarle, y tenía la extraña y amarga sensación de que algo se le estaba pasando de largo. Y el pendejo ese… Su hermana a nadie trataba, porque nadie le caía bien. ¿Un trabajo para el colegio? Le era imposible creer que Nicole dedicara horas de su vida a estudiar, ¡ridículo! Tenía que haber algo más; no quería creerlo, pero era la única explicación viable que encontraba. Volcó la marihuana sobre una seda y cuidadosamente la enroscó, lamió el papel para sellarlo, se lo llevó a la boca y lo prendió. Rascó su cabeza. Nicole había salido desde temprano y lo tenía intranquilo. Era la primera vez que experimentaba esa sensación de impaciencia mezclada con la desconfianza, el enojo y el rechazo. Estaba celoso. Se reafirmó para sí que tenía que existir otra persona. ¿Qué otro motivo podía haber? Y… ¿por qué lo cambiaría? Se hacían bien, él lo sabía. Golpearon a su puerta dos veces y con fuerza. No osó dirigirle la mirada; siguió con sus ojos cerrados y pitando de su cigarrillo de marihuana. —¿Qué querés? —solo dijo. Sabía quién era. —Invitame a pasar, quiero hablar con vos. Mauricio alzó una ceja, incomprensivo. ¿Por qué el imbécil de Gabriel querría hablar con él? ¿Por qué se lo pedía con ese tono de voz falsamente amistoso? No le importó. —Estoy algo ocupado haciendo nada. Supongo que sabrás que el hacer nada es más productivo que conversar con vos. Gabriel soltó una risa. —Bien, ¡como quieras! Pensé que hablar de Nicole era más productivo que hacer nada. Sin darle tiempo a descender un escalón, Mauricio abrió y lo escrutó con seriedad. 89


—¿Qué pasa con mi hermana? Gabriel ingresó y cerró la puerta. Mauricio se acomodó al borde de su cama, tomó un cigarrillo y cuando iba a encenderlo, Gabriel se le acercó y se lo quitó. —No fumes —le dijo y le dedicó una media sonrisa—. Detesto el olor a cigarrillo. Mauricio revoleó los ojos y resopló impaciente. —¿Qué pasa con mi hermana? Gabriel se sentó junto a Mauricio y le palmeó la espalda. —Vos y yo podríamos convivir más amenamente y sin necesidad de tratarnos con esta hostilidad... Sos un chico inteligente, usás la cabeza... Lo interrumpió: —¿A qué viene todo este cuento? ¿Qué tiene que ver mi hermana? —Tu hermana me preocupa, como siempre... —le volvió a dedicar una sonrisa—. Es atolondrada, no piensa en las consecuencias, es intransigente… Deberías preocuparte vos también. —¿Yo? La verdad que no... Es más, quizás nos hace un favor a todos, ¿no? A todos, menos a vos —Le devolvió la sonrisa. —Mauricio…—continuó en un tono pacífico—, yo sé que no empezamos de la mejor manera, pero seamos realistas: es mejor que esté acá, ¿no te parece? Tu mamá vive menos borracha y no trae más esas visitas ocasionales que tanto te molestaban... Sé que sos un chico capaz de razonar y por eso necesito que me ayudes. Necesito que vigiles a tu hermana. —¿Necesitás qué cosa? —Vamos a ir al grano… —Su tono de voz se tornó más serio—. Si hay algo que sé, Mauricio, es lo mucho que te gusta toquetear a tu hermanita...—le clavó los ojos—Si tu hermana llaga a querer pasarse de lista…Bueno, lamentaré si llegamos a ese punto, pero voy a abrir el pico, Mauricio. Te aseguro que lo tuyo con Nicole es peor a que un preceptor, ya mayor, conviva con la madre de un alumno. Le sostuvo la mirada al tiempo que escuchaba. Se dio cuenta que no lo estaba tanteando y verdaderamente sabía de qué le hablaba. ¿Para qué negarlo? No tenía sentido. No le caía bien Gabriel, 90


para nada, pero tampoco había manera de echarlo de su casa. —¿Qué me proponés? —Quiero que mantengas los ojos bien abiertos. Quiero que, cuando yo no pueda hacerlo, vos te encargues de controlarla y vigilarla. Necesito que sepas qué hace, dónde está y con quién. Necesito que la persuadas para que no abra la boca, de que es lo mejor para todos. —Está bien. Pero quiero que me dejes en paz. No más control, no más prohibiciones. —Sabía que podíamos entendernos. Se estrecharon la mano. Lo subestimó, claramente. Con el correr de los meses se había dado cuenta: no era ningún idiota. En menos de un año, de forma admirable, se había apoderado de la casa, de su ritmo, de su orden, de sus reglas. De aquella casa, pensó Mauricio, que si su madre estuviese muerta, sería de él sin ningún pretexto. Era un trepador, un oportunista. Sabía a la perfección que no había dado casualmente con su madre: había buscado a su madre. En su casa no debía pagar facturas y no tenía gastos. Su madre llevaba un control descontrolado del dinero y, a partir de la llegada de Gabriel, se había vuelto un fantasma, una sombra, un decorado. Nada decía, nada opinaba, todo lo permitía. Gabriel había conseguido un free pass en sus vidas.

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-7No había dormido bien. Decidió descender a la cocina y prepararse algo para desayunar, y le fue extraño toparse con su hermana, sentada a la mesa y aún en pijama, bebiendo un vaso de leche. —¿Te puedo preguntar qué hacés despierta? Nicole, ojerosa, despeinada y con el maquillaje corrido, encendió un cigarrillo y, largando de una bocanada el humo retenido en sus pulmones, le dijo que no Se acomodó en la silla de al lado. Tomó un pan y lo untó en manteca. Mientras recorría el pan de un lado a otro con el cuchillo, incesante y distraído, clavó sus ojos en ella. —¿A dónde vas tan temprano? Lo miró de reojo y luego resopló. —Otra vez no. ¡Por favor, Mauricio! Tengo un humor de perros a la mañana, no me jodas. Se levantó y se escapó, huyendo de la cocina. Él se quedó ahí, tomando jugo y comiendo pan, con la mirada perdida. Sacó el celular del bolsillo de su pantalón y marcó un número. —Álvaro —respondió a una voz que le hablaba al otro lado—. Sí, sé la hora que es, pero tengo lo tuyo y necesito que me hagas un favor. Alrededor de las once, salió de su casa y se acercó al auto que lo esperaba en la esquina. Álvaro le abrió la puerta y lo hizo subir. Le dio un tubito de cocaína y agregó: “Es lo único que te conseguí”. Anduvieron juntos por toda Avenida Cabildo hacia Santa Fe. Había mucho tráfico. “¿Se puede saber por qué estoy siguiendo a un colectivo?”, preguntó Álvaro. Mauricio le respondió que se callara. A la altura de Santa Fe y Juan B. Justo, descendió Nicole de la línea 152. —¿Esa no es tu hermana?—le preguntó, levantándose los lentes de sol para distinguirla mejor a distancia. —Haceme el favor y dejá de hacer preguntas. Álvaro suspiró. Llegaron a Juan B. Justo, no muy lejos de Plaza Serrano. La vie92


ron llamar a la puerta de una casa bastante antigua. Estacionaron sobre la vereda opuesta a unos metros. Un chico alto y rubio la recibió y la hizo entrar. —¡Lo sabía, lo sabía, lo sabía! —Golpeó con su puño la guantera un par de veces Su amigo frunció el ceño. —Está un poco grande para que la controles, ¿no te parece? ¿Cuál es tu drama? O sea... ¿qué te sorprende? Si no fuese tu hermana, vos también la invitarías a tu casa. Se hicieron las cuatro, las seis, las diez. Ambos se estaban quedando dormidos después de fumar tanta marihuana y estar tanto tiempo sin comer y hacer nada, cuando a medianoche, Nicole junto a Felipe dejó la casa. Mauricio despabiló a Álvaro e hizo que los siguiera. Ingresaron a una guardia de hospital y tardaron casi dos horas en salir. Después, apresuradamente, regresaron a la casa. Enloquecería. No podía estar pasando. Su mente era una sopa de ideas contradictorias. No pudo evitar la tentación de seguir a su hermana porque estaba seguro de lo que encontraría. Hubiese deseado que fuese cualquier otra cosa. Quería matarlo. No podía soportar la idea. Necesitaba decirle algo: insultarla, empujarla; decirle que la necesitaba, que no quería perderla… Descartó la posibilidad de decirle que la había visto con él. No iba a ser tan idiota como para exponerse al ridículo de esa manera. Durante aproximadamente un mes, las cosas volvieron medianamente a la normalidad. Nicole dejó de desaparecer a horarios irregulares, así que Mauricio asumió que no se estaban viendo más y se serenó; pero a finales de noviembre, en una tarde calurosa, llamaron a la puerta de la familia Abel. Mauricio oyó a alguien que preguntaba por su hermana y asomó la cabeza para ver de quién se trataba. Distinguió al chico alto y rubio, a quien Nicole había ido a visitar aquella otra vez. Gabriel, quien lo atendió, mordazmente le dijo que no se encontraba. Él bajó las escaleras y se entrometió, desacreditándolo. No, no quería que viera a su hermana realmente y sí, sí quería romperle la cara; pero más allá del pacto momentáneo con su preceptor, seguía cayéndole pésimo. Cuando Felipe se perdió de vista al subir las escaleras, miró su 93


reloj para corroborar la hora. Si debía preguntarle algo sobre un trabajo, no podía demorarse mucho. —¿Me estás desafiando, Mauricio? —averiguó a sus espaldas Gabriel, arrastrando las palabras y con ese acento de maestra ciruela que lo sacaba de sus casillas. —Tomalo como más te guste —respondió sin siquiera voltearse—. El flaco es un idiota. Gabriel carcajeó a sus espaldas. No le creía en absoluto que se sintiera tan relajado acerca de la repentina amistad entre Nicole y Felipe, Lo más triste, concibió Mauricio, era que él tampoco se sentía tranquilo. —Idiota o no—retomó Gabriel, esta vez con un tono serio y áspero—, es un fastidio. Yo, en tu lugar, no me quedaría tan tranquilo.

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-8“Tal vez me vaya. Tal vez lo haga”. Una y otra vez la maldita frase repicaba en su cabeza como una canción. Solo en su habitación, en la oscuridad de la noche, se sintió aterrado por primera vez en su vida. La tarde pasada, habiéndose ido Felipe, resolvió acudir al cuarto de su hermana y zanjar el problema de una vez por todas. Entrando, cerró la puerta; como era de esperarse, Nicole ni se molestó en mirarlo. Fue a decir algo, pero ella se antepuso y dijo: —Querés saber a qué vino, ¿no? —Encendió un cigarrillo—. Como, supongo, ya sabés, vino a preguntarme la nota de un estúpido trabajo. ¿Contento? —Mauricio quiso abrir la boca, pero ella lo volvió a interrumpir—. Seguro que ahora viene la parte en donde querés entender cómo pudo demorarse tanto si era solo eso. Me contó que se va a ir de la casa. Interesante, ¿no? Es genial ver que, por lo menos, existe alguien que tenga un poco de huevos —Lo observó—. Quizás debería hacer lo mismo. —¿Me estás hablando enserio? — Tal vez. Tal vez me vaya. Tal vez lo haga. Debería dejar de preocuparme y mandarme a mudar. Mauricio se le aproximó y se arrodilló a los pies de Nicole, que se hallaba sentada en la cama. —Decime que me estás tomando el pelo…—Nicole negó con la cabeza—. Decime que me estás jodiendo… —Sonó desesperado porque así se sintió. Nicole siguió indicando que no con su cabeza—. No me hagas esto… ¿Y Pía? No lo hagas, vos no sos así. Gabriel no va a joder más, prometió no molestarnos… Eso va a alivianar un poco las cosas. —“¿No me hagas esto?”¿A mí me lo decís? —Se paró de la cama y caminó unos pasos—. No lo aguanto más, Mauricio. Aguanté. No más. No lo soporto más, necesito respirar…Y no hables en plural, a vos no va a joderte más. Mauricio, confundido, frunció su ceño. —¿Todo esto es una excusa para irte con él? Nicole tardó en interiorizar lo que acababa de escuchar. Luego 95


estalló en una carcajada desencajada y se le acercó furiosa. —¿Qué? ¿Vos sos pelotudo o te hacés el pelotudo? ¿Realmente vos pensás que yo hago todo esto porque me quiero ir con él? —Esperó una respuesta que nunca llegó—. Sos un estúpido... La verdad tenía mis dudas, pero sos un estúpido. ¿Sabés cuál es tu problema, Mauricio? —Lo pinchó con un dedo amenazador sobre el pecho—. No solamente sos un pelotudo, sino que sos igual de arrogante y egoísta que papá. Todo gira en torno a vos y tus celos constantes lo prueban. Estás tan ensimismado en tu propia nube de algodón que se te olvidó bajar de vez en cuando. Yo tengo problemas, Mauricio, problemas reales. Dejá de romperme las pelotas. Él, intimidante, la agarró por la muñeca. —Yo no soy Cristina. Fijate cómo me hablás. Nicole se zafó. —Dejame sola. Mauricio se quedó allí parado por un largo instante. Rascó su cabeza, vaciló, sin embargo acabó sincerándose: —Me muero si te vas...Sin vos no sé qué hacer, no puedo sostener esto... No me dejes. ¿Yo me fui? —Se acercó y la abrazo con todas sus fuerzas—. Perdoname…No pienses que no me importás… Sos lo único que me importa. Enloquecí y te pido perdón. Por favor…—Clavó sus ojos en los de ella—, ni se te ocurra hacerme algo así… No lo supo, no supo qué decisión tomaría. No se lo diría hasta el día en que sucediera. O no. Estaba desazonado y completamente despavorido.

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-9Sus compañeros, reunidos ya desde temprano, ahora saltaban, gritaban y cantaban. Tenían matracas, pelucas y papelitos de colores. En pocas horas serían egresados. Mauricio no estaba emocionado, mucho menos ansioso. ¿Festejar? ¿Qué tenía que festejar? Los problemas no terminarían al no volver a pisar ese mugroso colegio. No cambiaba nada. Tampoco sabía aún si Nicole se iría; la idea seguía latente en su cabeza y, si se tomaba unos segundos para meditarlo, el último día de clases era la ocasión ideal para esfumarse. Sus ojos se posaron en la multitud que acudía poco a poco al patio. A pesar de su significativa apariencia, le costó ubicarla. La vio cerca de la entrada y maldijo para sus adentros al notar que aquel chico rubio y desgarbado estaba con ella. Reparó en el detalle de que él llevaba una mochila y un bolso. “Se va a ir hoy”, se dijo nervioso y estudió a su hermana, que no parecía cargar lo suficiente como para irse de casa: llevaba la mochila de siempre. Vio a Felipe soltar todas sus cosas y abrazar con fuerza a su hermana. Lo mataría. Si ese pendejo entrometido estaba seguro de que cruzaría esa puerta con Nicole, caminando tranquilo y de la mano, estaba equivocado. Luego del abrazo, Nicole se dio media vuelta y comenzó a perderse entre la gente. No quería perderle el rastro, pero finalizado el acto tenía que ir a su aula y dar el presente. A unos cuantos metros de él, su preceptor, en un gesto cómplice, percatándose de que la estaba observando a la distancia, le hizo comprender que él la vigilaría. Mauricio revoleó sus ojos y, sin más remedio, se encaminó al edificio. Toleró un rato en aquella aula, hasta que se cansó de ver como todos hablaban de sus prometedoras carreras y de sus proyectos a futuro y resolvió salir. No estaba seguro de adónde ir, pero descendiendo un piso, en el cual estaba el aula de Nicole, sí vio a aquel rubio salir del aula y echarse a caminar. Decidió seguirlo. Pasaba tanto tiempo con su hermana últimamente, que tal vez lo dirigiría a ella. Felipe salió al patio y Mauricio fue tras él. Efectivamente, a lo lejos, Nicole estaba detrás de aquella columna. “Se van a ir ahora”, asumió asustado. Sigilosamente, sin que Felipe se percatara 97


y rogando que ella no se volteara a ver, se arrimó y se escondió. Sintió todo su cuerpo tensarse al escuchar el lastimero llanto de su hermana y a un Felipe alarmado. Lloraba y lloraba. Al acercarse Felipe, pareció apaciguarse un poco. Aquel chico parecía ser lo suficientemente paciente y terco como para dominar los excesivos ataques de Nicole. Atendió un poco más, intentando no perderse ningún detalle, pero le costaba concentrase escuchándola en aquel estado. De pronto, los oyó hablar de golpes. ¿Golpes? Felipe le preguntaba quién le había hecho aquello. ¿Qué le habían hecho? No lograba dar crédito a la información que iba agolpándose en su cerebro. Hasta que Nicole contó todo. Su corazón le dio un vuelco. Sintió un nudo en la garganta y náuseas. Se pasó la mano por el rostro, sulfurado, tratando de contener sus emociones. Se sentía furioso y, así furioso y desquiciado, los irrumpió. Nicole no quiso mirarlo; Felipe intento calmarlo. ¿Calmarlo? ¿Acaso aquel idiota comprendía la dimensión de lo que acababa de contar su hermana? ¡Calmarlo! Lo estampó contra la pared, casi asfixiándolo. Si su hermana no lo hubiese frenado, le hubiese encantado seguir haciéndolo. Odiaba a los entrometidos. Creyó que se rompería en añicos cuando Nicole, llorando aún más fuerte y aún más desgarrada que antes, lo golpeó sin cesar con todas las energías que tenía. Le dolía la cabeza, el estómago se le retorcía y le temblaban las manos ¿Cómo lo había permitido? —No llores. No podés llorar, no podés…—La abrazó, protegiéndola entre sus brazos—. Nicole…—No pudo evitar que una lágrima se deslizara por su mejilla—. Te juro que no sabía, no lo sabía…—La obligó a mirarlo, separándola de él y levantando su cabeza por el mentón—. Mirá lo que te hizo este hijo de puta… Nicole, con sus ojos rojos que le ardían, le echó un vistazo. —Me contó. Me vigilabas con él, Mauricio...Lo ayudaste... ¿Cómo puedo perdonarte?, ¿cómo puedo confiar en vos? Mauricio abrió sus ojos como dos platos, desconcertado. Lo había embaucado por completo. No estaba enojado, estaba hastiado y terriblemente furioso.

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- 10 Llegó corriendo y entró con prisa. Cerró con llave, la dejó en cerradura y puso la traba. —¡Mauricio! —Se escuchó al otro lado la voz ansiosa de Nicole—. ¡Mauricio! ¡¿Qué hacés, idiota?! ¡Abrí la puerta! Decidió que no abriría la puerta. Se deslizó a la cocina. Tomó una cuchilla. Se sentía fuera de sí. Miró hacia arriba y apretó los labios. Escuchó leves y persistentes golpes provenientes del piso superior y, para ser más puntual, del cuarto de su madre. Lo volverían loco. Se armó una línea de cocaína en la mesada, aspiró y se sorbió la nariz. Le temblaban las piernas, pero subió a paso firme y sin vacilar las escaleras. Se postró delante de la puerta, que impunemente abrió para encontrarse a su madre desnuda. Al verlo, ella se cubrió con una sábana. Gabriel estaba recostado a su lado. —¡Mauricio! ¿¡Qué hacés!? —chilló Cristina. Mauricio los señaló con la cuchilla. —¡Cerrá la maldita boca! —vociferó callando a su madre, aunque sin dejar de mirar y apuntar a Gabriel —. Sos una mierda…— Sentía tanta ira que le temblaba la voz—. Te metés en mi casa; te la apropiás, me controlás, me amenazás…—Torció un poco su cabeza, frunció sus labios y entornó sus ojos verdes e inyectados. Dio unos pasos hacia la cama y le expresó casi en un susurro—: Te cogiste a mi hermana… ¡A mí hermana, pedazo de hijo de puta! Gabriel soltó una risotada. Cristina, desconcertada, observó a su hijo. —¡No seas ridículo, por favor! ¡Si sabés cómo es tu hermana! Siempre anda buscando alguna excusa para deshacerse de mí—Le sonrió. Bordeó la cama y colocó la cuchilla muy cerca del cuello de Gabriel. —¿Excusa?, ¿así lo llamás? —Puso cara de desagrado—. ¡Yo la vi, pedazo de enfermo! ¡La vi con la cara destruida! “¡Mauricio! ¡Te ordeno que bajes eso de una vez! ¡Dejá de apuntarlo! ¡No puedo creerlo! ¿Te volviste loco? ¿Tu hermana te lavó 99


el cerebro?”. Su mamá de fondo lo estaba desesperando. —¡Cerrá la boca, Cristina! ¿Vos me venís a dar órdenes a mí? ¡El hijo de puta de tu novio se curte a tu hija, a tus espaldas y a la fuerza! ¿Vos querés que yo me calme? ¡Por una vez en tu vida hace algo bien! ¡Llamá a la policía! —le rogó. Fue tan solo un segundo. Un segundo que se distrajo. Al quitarle los ojos de encima a Gabriel, cuando volvió a voltearse para verle, lo agarró desprovisto aquel puño que dio de lleno contra su cara, tumbándolo al suelo. No logró evitar bramar por el dolor que le provocó. Gabriel se agachó acorralándolo contra el suelo y acercándosele lo suficiente como para sentir su respiración caliente sobre él. En un tono de voz muy calmo y casi inaudible, le dijo: —¿Qué pensás hacer, eh? Tu mamá no va a llamar a nadie. Mauricio lo miró con un profundo odio. Le escupió al rostro. Vio esa sonrisa cínica grabada en la cara de Gabriel como si se regodeara de toda la situación. No lo especuló; únicamente dejó que sucediera. Su brazo, con toda la fuerza que logró hacer en aquella posición, se extendió hasta dar con el pecho de Gabriel, clavándole la cuchilla. Los ojos de Gabriel se abrieron de par en par. Sin dudarlo un instante, Mauricio volvió a clavársela. Lo hizo una y otra vez, hasta que se desplomó sobre él. Hizo a un lado el inerte cuerpo y se irguió con cierta dificultad. Estaba bañado en sangre. Cristina se arrastró, cruzando la cama hasta donde yacía Gabriel. Lo miró a su hijo con aquellos ojos cristalinos y se echó a llorar. —¡Malagradecido! ¡Vos y tu hermana! ¡Toda mi vida ocupándome de ustedes, manteniéndolos!—gritaba—. ¿Así me pagan? ¿Vos te das una idea de lo que es tener tres pibes, Mauricio? ¡Tres pibes! ¿Pensás que puedo sola? ¿Qué les pasa? ¿Me quieren arruinar la vida? ¿Quieren que viva sola e infeliz el resto de mis días? —Tomó el teléfono. Mauricio, quien hasta el momento tan solo se había molestado en oír su escandaloso discurso, se exaltó. —¡¿Qué haces con el teléfono?! —¿Cómo “qué hago con el teléfono”? ¡Llamo a la policía! ¡Hay un muerto en mi cuarto! 100


Incapaz de creer que fuera tan necia, se río. Repentinamente imaginó que debía de parecer un lunático con su ropa toda arrugada, manchada de sangre, con aquellos ojos inyectados y cansados, con el cuchillo en su mano. Se apenó de sí mismo. —¿Vas a denunciarme a la policía…? —preguntó sin dar crédito—. ¿No podés denunciar a esa basura—señaló el cuerpo de Gabriel—, y me vas a denunciar a mí? Efectivamente lo haría. Se encontró, en un santiamén, revolviendo su cuarto de pies a cabeza a toda velocidad y metiendo lo que podía en una mochila. Se cambió de ropa, se dio una vuelta por el baño y se lavó las manos, la cara; también lavó la cuchilla antes de irse y la guardó junto con sus cosas. Para cuando estuvo de vuelta en la sala, los alaridos impacientes de Nicole seguían retumbando detrás de la entrada. Abrió la puerta. Su hermana lo sondeó de pies a cabeza. Con voz temblorosa, preguntó: —¿Qué hacés Mauricio? ¿Qué pasó? ¿A dónde vas? Él, silencioso, la vio con cierta ternura y le dedicó una sonrisa. —No tengo mucho tiempo, yo… —¿Qué?—lo interrumpió —Me tengo que ir. —¿Cómo que te vas? —Se aterrorizó—. ¿A dónde te vas? ¿Qué pasó, Mauricio? Él acarició su rostro. —Ya no va molestarte más... Nicole abrió sus ojos, espantada; él, sin darle demasiado margen para protestar, la abrazó y ella lo sintió como si fuera el último. —Perdoname si fui un imbécil, un egoísta; lo que más quería era cuidarte e hice todo mal… Ella, repentinamente, se desprendió de él. —¡¿Lo mataste, Mauricio?! Decime que entendí todo mal, que estoy pensando cualquier cosa… —Mauricio no dijo nada—. ¡¿Cómo podés ser tan estúpido?! —Le pegó un cachetazo y rompió en llanto—. ¡No me dejes! Mauricio sintió una lágrima correr por su frío pómulo. —Ya pasó, Nicole, ya está. Ahora me tengo que ir..., mamá llamó 101


a la policía, si me quedo voy en cana. Los ojos de Nicole se ensombrecieron de golpe. —¿Qué…? ¡La voy a matar de un botellazo en la cabeza! —Quiso saltar por encima de su hermano como una fiera, pero este la frenó—. ¡Soltame Mauricio! ¡Soltame! —¡Calmate! —le ordenó él. Una Nicole empapada de angustia se arrojó a sus brazos. —¡Por favor! ¡Por favor, Mauricio! ¡No me dejes! Llevame con vos…No me dejes sola con ella. ¡No me dejes! Mauricio no podía sentirse más triste y aliviado a la vez. Volviendo a regalarle una sonrisa dulce y tierna, la tomó de la mano y su otra mano la reposó en la pálida mejilla de su hermana. —Basta —dijo con decisión—, no es momento para que te encapriches. Tenés que cuidar a Pía. —No quiero… —Cortala. No vamos a discutir esto. Te prometo que nos vamos a volver a ver, ¿sí? Más pronto de lo que imaginás. Te voy a venir a buscar y nos vamos a ir lejos de toda esta mierda. Te lo prometo. Esta vez no te voy a fallar.

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