LOS USOS PARTIDISTAS DEL PASADO La difícil relación entre la historia y la memoria de la Iglesia católica
Manel Casanova
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Manel Casanova
LOS USOS PARTIDISTAS DEL PASADO La difícil relación entre la historia y la memoria de la Iglesia católica
Primera edición: Marzo 2018
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La difícil relación entre la historia y la memoria de la Iglesia católica La Transición a la democracia en España se realizó desde una dictadura erigida sobre la victoria de los sublevados ante el gobierno legítimo de la República, tras una Guerra Civil con centenares de miles de muertos y desaparecidos y se mantuvo, en principio, mediante una represión que eliminó físicamente a decenas de miles de españoles del bando perdedor. El franquismo nunca renunció a la legitimidad que le dio la victoria bélica ni aceptó las propuestas de reconciliación que se hicieron desde la oposición. Solo aceptó el silencio sobre el pasado que debía olvidarse para que no se utilizara como arma política. El consenso se logró en un momento crítico, con cesiones de cuestiones antes inamovibles de los partidarios del dictador y renuncias a reivindicaciones históricas por parte de la oposición democrática, con el objetivo de evitar a toda costa un nuevo enfrentamiento entre españoles. Sin embargo, a pesar del pacto tácito a no remover el pasado, a partir de 1996 la memoria histórica1 comenzó a ser un tema tratado por los investigadores españoles. Por un lado se presentaba un pasado que era continuador de las tesis oficiales del franquismo y revisaba las tesis de las últimas investigaciones académicas sobre el pasado reciente. Este revisionismo era presentado ahora por periodistas o historiadores sin mérito académico alguno y desde posiciones de pretendida ideología liberal. Por otro lado se criticó la amnesia de la Transición mediante obras sobre la dictadura o debates periodísticos. Las dos formas de mirar el pasado vertían sus opiniones en los medios públicos y llegaba, por tanto, a todas las capas de la población. Mientras la oposición al gobierno de las derechas presentaba en el Parlamento, en 1999, una moción de condena del alzamiento y del franquismo. El debate mostró las diferencias de enfoque y de fondo entre el PP y la oposición en lo que Santos Julià 2 calificó de vergüenza por no obtener las reivindicaciones 1
Durante el último franquismo y la transición las investigaciones históricas sobre la Guerra Civil y la represión franquista fueron numerosas, pero no se había tratado la “memoria”, que comienza en estas fechas. 2 Santos Julià, “Política de la historia”, El País, 19-09-1999, citado en Pedro Ruiz, “Los discursos de la memoria histórica en España”, en Hispania Nova. Revista de Historia Contemporánea, nº 7, 2007, en http://hispanianova.rediris.es
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de la oposición el mismo tratamiento que habían recibido las víctimas del terrorismo por parte del Congreso. En 2000 el Parlament de Catalunya aprobó una ley mediante la cual se indemnizaba a los que padecieron cárcel y represión franquista. La fundación de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, el mismo año, fue acompañada de numerosos documentales, libros de testimonios, novelas, etc. y legislación sobre la memoria histórica en los parlamentos de algunas comunidades autónomas. En 2002 la oposición propuso y pactó con el PP una proposición no de ley que establecía el deber de la sociedad democrática al reconocimiento moral de todas las víctimas de la Guerra Civil y la represión franquista, pero no se consiguió la condena del golpe de Estado y de la dictadura. El triunfo del PSOE en 2004 llevó al nuevo gobierno socialista, en cumplimiento de su compromiso programático, a presentar en el Parlamento una Ley de la Memoria Histórica, cuyo texto fue aprobado en 2006 por el Consejo de Ministros, pero de difícil trámite parlamentario debido a la insatisfacción de la izquierda con la ley y a la hostilidad de la derecha. En la oposición y en los medios de comunicación afines se critica que estas iniciativas abran viejas heridas. Luís María Ansón llega incluso a afirmar que con estas acciones, Zapatero pretende “ganar la guerra civil que se enterró y superó con la Transición y pretende establecer la legitimidad democrática en 1931, no en 1978”3. Las dificultades en la tramitación parlamentaria provocó que los aliados preferentes del gobierno, Esquerra Republicana de Catalunya e Izquierda Unida, criticaran la tardanza del gobierno en aprobar la ley de recuperación de la memoria histórica prometida en 2004 y retrasada en tres ocasiones, y presentaran sus propias proposiciones de ley en noviembre de 2005. Pese a la lentitud institucional y los conflictos políticos y mediáticos, lo cierto es que en pocos años se ha producido en la sociedad española un cambio de percepción del pasado reciente. De estar ausente del ámbito público ha pasado a ser elemento de discusión entre los partidarios y los detractores de la reivindicación de la memoria de las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo. Las conmemoraciones, los símbolos de la dictadura en
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Luís María Ansón, citado en http://es.wikipedia.org/wiki/Ley_de_la_memoria_histórica_de_España
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lugares públicos, el debate sobre qué hacer con el Valle de los Caídos o la devolución de los “papeles de Salamanca” a la Generalitat de Catalunya, terminaron siendo una cuestión de memoria histórica. Pero quizá sea la utilización de la memoria histórica por parte de la Conferencia Episcopal española, en las beatificaciones de “mártires” católicos asesinados por partidarios republicanos, y los pronunciamientos de algunos obispos contra la ley de la memoria histórica a la que califican de sectaria, lo más llamativo por el activo papel jugado por los eclesiásticos durante la guerra y la consiguiente represión. Esta postura de la Iglesia ha provocado, como reacción, la crítica de quienes entienden que la Iglesia católica carece de autoridad moral en este tema por realzar la muerte de sus mártires y silenciar a los caídos a manos de los rebeldes en la guerra que la misma Iglesia calificó de cruzada.
La memoria selectiva de la Iglesia católica El 24 de marzo de 2007 el diario Las Provincias publicaba la Carta Semanal del Arzobispo de Valencia, Agustín García-Gasco, titulada Reconciliación. En ella afirma que “la Iglesia en España, iluminada por el Concilio Vaticano II, y en estrecha comunión con la Santa Sede, superó cualquier añoranza del pasado y colaboró decididamente para hacer posible una democracia constitucional, basada en la dignidad de la persona humana y en los derechos fundamentales de todos, sin admitir discriminación alguna por razones religiosas”, y añadía: “Cuando la Iglesia ha ido promoviendo las Causas de beatificación y de canonización de los Mártires de la persecución religiosa ha hecho memoria verdadera, justa y agradecida de “inmensos perdonadores”. Durante décadas se paralizaron todos los procesos para evitar que se desnaturalizara su verdadero sentido. Ha sido muy recientemente cuando se ha rescatado el impresionante testimonio de varones y mujeres, de sacerdotes, religiosos y religiosas, y de fieles laicos que fueron arbitrariamente ejecutados, muchos de ellos de modo atroz (…). Ellos no formaron parte de ningún bando en la guerra civil. Fueron ejecutados por odio a la fe cristiana.” La visión que ofrece el arzobispo del papel de la Iglesia católica no pasaría el menor análisis crítico de la historia de la Guerra Civil y del franquismo. Pero lo que nos interesa aquí es la calificación de
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“memoria verdadera y justa” a la canonización de los “mártires”, es decir, la utilización de la memoria como argumento legitimador de un pasado traumático, y relativamente reciente, que se resiste a pasar a la consideración de historia. Desde el final de la Guerra Civil Pío XII se opuso a una canonización indiscriminada y masiva. Una actitud similar adoptó Juan XXIII, y Pablo VI ordenó la paralización de los procesos de canonización que desde el final de la guerra llegaron al Vaticano. En el contexto europeo la memoria de los sucesos traumáticos recientes estuvo ausente del debate intelectual y político hasta los años ochenta. También en el Vaticano. Juan Pablo II accedió al papado en 1978 y en 1987 realizó las primeras beatificaciones de “mártires” españoles, desoyendo las protestas de algunos políticos, como los representantes del gobierno de Asturias que no asistieron a la beatificación de nueve religiosos fusilados durante la Revolución de Asturias de 1934, por considerar que estos gestos “no contribuyen a superar el odio de la división entre las dos Españas de aquella época” 4. Hasta el 1 de enero del año 2000 habían sido beatificados por Juan Pablo I 239 españoles mientras nada decía la Iglesia católica de las víctimas republicanas de la guerra y el franquismo. Su sucesor, el papa Benedicto XVI, beatificará en noviembre de 2007 un total de 498 mártires españoles que murieron asesinados entre 1934 y 1937. Se prevé un grandioso acontecimiento mediático en España. Por otra parte en 2000 se fundó la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica con la finalidad de recuperar los cuerpos y dar homenaje póstumo a los asesinados por los vencedores de la guerra enterrados en fosas comunes, sin identificar, repartidos por todo el suelo español. Esto inició un proceso de recuperación de materiales y testimonios, por parte de medios de comunicación como la TV3 catalana, de quienes habían sufrido la guerra en el bando perdedor y la represión franquista. Eran voces que habían estado silenciados durante sesenta años, estigmatizados por el poder, perseguidos por quienes pretendían borrar las huellas de su propia violencia. No obstante la memoria de las víctimas del franquismo se mantuvo sumergida pero viva, custodiada por familiares de
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En http://www.guardiaciviladgc.com/portalw/modules/news/print.php?storyid=8509
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desaparecidos y asesinados, con lo que demostraron que era una memoria fuerte capaz de sobrevivir a la persecución institucional. ¿Por qué se produjo ahora y no antes el intento de recuperar esa memoria histórica subterránea y durante tanto tiempo clandestina?
Cambio de coyuntura Desde finales del siglo XX y especialmente a partir del nuevo siglo, se observa un cambio de coyuntura caracterizado por un nuevo discurso sobre la Guerra Civil dirigido a la opinión pública. Se pone de relieve el abandono, durante décadas, de la recuperación de la memoria de las víctimas republicanas de la guerra y de la atroz represión que siguió a la guerra. El discurso sobre la memoria histórica responde a la actualidad política. Es actual porque comparte valores y argumentos con valor en la actualidad. La victoria en 1996 del partido que aglomera a las derechas españolas supuso el intento de reforma de las Humanidades y, con la mayoría absoluta de las elecciones de 2000, la revisión de la Historia en los libros de texto para evitar el desmembramiento de España. La historia articuló así ideas para actuar en política, es decir, se utilizó el pasado para actuar en el presente. La pretendida reforma fue un claro uso político de la historia que arrastró a prestigiosos historiadores que, si bien gozaban de prestigio porque habían realizado muy buenas investigaciones, se embarraron en los medios porque tuvieron desastrosas intervenciones públicas. En este contexto de utilización política de la historia por quienes habían mantenido el monopolio de la memoria durante más de cuarenta años, comenzaron a proliferar las asociaciones para la recuperación de la memoria silenciada por el franquismo. Estas tímidas acciones habían sido precedidas en el tiempo por la reafirmación legitimadora de su propia memoria por la Iglesia católica, concretada en la beatificación de los “mártires”, víctimas de la persecución de la religión. Pero, como dice Reyes Mate5, “la memoria de la víctima es demanda de justicia”, mientras que “la memoria de los mártires, tal y como la plantean 5
Reyes Mate, “Víctimas o mártires, El País, 08-05-2007
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los obispos españoles, es inevitablemente política porque ponen el acento no en el hecho de ser víctima sino en el discurso que envuelve el hecho. Lo dice sin ambages el citado documento6 cuando exhorta a los fieles a que se impliquen con entusiasmo en esta beatificación, habida cuenta de que vivimos momentos "en los que, al tiempo que se difunde la mentalidad laicista, la reconciliación parece amenazada en nuestra sociedad". Se trata de recordar aquel pasado laicista y cainita ahora que estamos volviendo, según los prelados, a las andadas.”
Memoria histórica, verdad y justicia El arzobispo García-Gasco relaciona los conceptos de memoria histórica, verdad y justicia en un párrafo en el que afirma: “Ante las propuestas que se han presentado como recuperadoras de la llamada “memoria histórica” todos hemos de evitar reavivar sentimientos de odio y de destrucción. El verdadero compromiso con la reconciliación en relación a conflictos que ya pertenecen a la historia conlleva una decidida voluntad de unir el perdón a la verdad, sin menospreciar la justicia”. Julián Casanova7 puntualiza sobre la memoria a la cual se refiere la Conferencia Episcopal. “Conozco perfectamente esa "objetividad histórica" a la que se refiere (…). Es la que propagaron los vencedores de la guerra, amos y señores de la historia durante la dictadura de Franco, y la que vocean ahora los nuevos propagandistas, periodistas y falsos historiadores desde la emisora de radio de los propios obispos”, y añade “no es eso, sin embargo, lo que se escucha en los congresos de historia a los que acuden los mejores profesionales y especialistas, en las aulas de las mejores universidades del mundo o lo que puede leerse en las revistas científicas”. Resulta evidente el divorcio entre la memoria y la historia, entre el recuerdo, siempre parcial, y la evidencia que permite el análisis imparcial.
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Se refiere al documento dado a conocer el 27 de abril de 2007, en la XXXIX Asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal Española, con motivo de la beatificación de 498 mártires del siglo XX, en España, titulado “Vosotros sois la luz del mundo”, en http://conferenciaepiscopal.es 7 Julián Casanova, “Moral, religión y política”, en El País, 06-12-2006
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Por otra parte la utilización pública de la historia como juez entre presente y pasado plantea la cuestión de la relación conflictiva de la historia entre la verdad y la justicia. El historiador Henry Rousso defiende que no se puede equipara la justicia a la memoria y a la historia. “la justicia se plantea la cuestión de saber si un individuo es culpable o inocente; la memoria nacional es la resultante de la tensión entre los recuerdos memorables y conmemorables y el olvido que permiten la supervivencia de la comunidad y su proyección en el futuro; la historia es una empresa de conocimiento y de elucidación”8 sin embargo existen procesos que aluden a un pasado traumático que exigen con insistencia la justicia de la memoria. Es “el pasado que no quiere pasar”, que necesita la acción reparadora de la historia. Decía Marc Bloch9 en Apología de la Historia que “cuando el estudioso ha observado y explicado, su tarea ha terminado. Al juez, en cambio, le falta aún dictar sentencia”, pero, de alguna manera, el trabajo histórico conlleva implícitamente una toma de posición y un juicio sobre el pasado, aunque no sea definitivo y quede siempre abierto a nuevas miradas y nuevas preguntas. La justicia y la historia comparten, eso sí, dos elementos comunes: la búsqueda de la verdad y las pruebas que sirvan de evidencia a las argumentaciones. Sin cuestionar el derecho de la Iglesia a catalogar de mártires a sus víctimas, sí podemos discutir el uso de la memoria y su significado como concepto. “No es lo mismo la memoria de la víctima que la del mártir. Contra lo que los prelados españoles piensan, ocurre que la memoria del mártir es objeto de una politización que no cabe en el caso de las víctimas (...). Llama la atención que la Iglesia sólo evoque los excesos laicistas de la política y no la beligerancia antidemocrática de la Iglesia durante la República (ya que) hubo curas vilmente asesinados y curas que mandaron a la muerte a buenos maestros cristianos pero malditamente republicanos”10. La represión física y psicológica que ejerció el régimen franquista reclama una discriminación positiva de los poderes públicos respecto a los que fueron borrados de la memoria colectiva y solo aparecen como la antiespaña en la
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Enzo Traverso, Els usos del passat. Història, memoria, política, Universitat de València, València, 2006, p. 100 9 Citado en Enzo Traversa, op., cit, p. 101. 10 Reyes Mate, op., cit.
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memoria histórica seleccionada por el régimen y divulgada, aún hoy, por sus partidarios. Es lo que reclaman las asociaciones a la ley de recuperación de la memoria histórica, que tenga en cuenta que “es obligado y necesario investigar y conocer aquel proceso histórico, y restituir a las victimas justicia y dignidad. Y no sólo por una cuestión de justicia histórica y humana, sino porque además ayudará a las generaciones presentes y futuras a comprender con mejores criterios los valores democráticos y de progreso de nuestra sociedad, lo que facilitará asemejar esta democracia en valores teóricos y en la práctica a las democracias que nos rodean. Prueba de la importancia que tiene que no se logre llegar a ese conocimiento objetivo de nuestra historia, son las enormes resistencias que se están produciendo en los sectores sociales y políticos herederos del franquismo, tan ampliamente representados en nuestra sociedad actual: escritores, cadenas de radio y televisión, políticos, iglesia católica etc...“11
Memoria individual, memoria colectiva Quizá el problema consista en identificar memoria con historia. La memoria individual basada en el testimonio es subjetiva, cambiante, maleable según el contexto. Cuando uno recuerda lo hace en el presente de la narración. El tiempo transcurrido entre el hecho y su enunciación introduce un elevado grado de subjetividad que aumenta con el tiempo. El mismo hecho nunca se recuerda de la misma manera. La experiencia, la memoria colectiva, lecturas sobre el hecho, etc. hacen variar la narración del hecho vivido. La memoria colectiva se nutre de las vivencias individuales, pero cobra vida propia y ase convierte en la memoria del grupo que se mitifica y se transmite incluso de forma inconsciente, de manera que influye en los recuerdos individuales. Es el individuo quien recuerda, pero lo hace como miembro de un grupo. La memoria colectiva o social es la forma de organizar los recuerdos del grupo. Sin confundirse con las memorias individuales las envuelve y las alimenta, al tiempo que permite mantener el recuerdo individual tras la 11
Nota emitida en mayo de 2007 por la A.R.M.H. de Valladolid ante el difícil acuerdo que está suponiendo la Ley de Memoria Histórica, en http://www.memoriahistoricavalladolid.org/Ley_de_Memoria.doc
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desaparición de la persona. Retiene lo que está vivo en el recuerdo del grupo y desaparece cuando desaparece el grupo que lo sustenta. La memoria es la base de la historia, pero esta transforma a la memoria en uno de sus objetos. La historia comienza cuando termina la memoria colectiva. Frente a la diversidad de memorias colectivas, tantas como grupos, y su apelación al factor emotivo, la historia aplica criterios racionales compartidos de análisis y crítica abierta. La historia proporciona conocimientos acumulativos que proporcionan “una reconstrucción sabia y abstracta del pasado, distanciada, de carácter crítico, laico y sin límites”12. La historia, en fin, contrapone la racionalidad científica, abierta a la crítica, a la subjetividad de la memoria, de fácil utilización partidista. Así lo ve Julián Casanova cuando recrimina a la Conferencia Episcopal que acuse al gobierno socialista de "abrir viejas heridas de la Guerra Civil" con la presentación de la Ley sobre declaración del año 2006 como Año de la Memoria Histórica: “Lo que se debate es la historia, que se conoce bastante bien, por cierto, y lo que todavía queda por resolver, entre otras cosas, es el reconocimiento moral a los miles de republicanos asesinados sin registrar, que nunca tuvieron ni tumbas conocidas ni placas conmemorativas. La Iglesia sabe, porque las pruebas son incontestables, que apoyó y bendijo aquella masacre. Lo puede reconocer, y hacer un gesto público y definitivo, o seguir refugiándose en su condición de víctima, recordando a sus también miles de mártires”13. La memoria de los mártires, tal como es planteada por los obispos, contiene una gran carga política, ya que señalan el discurso que envuelve el hecho en lugar de poner el acento el su condición de víctimas. No es una novedad que se utilice la historia como arma política. Los nacionalismos se construyeron con la historia, se legitimaron con ella y los gobiernos aún usan como argumento político la historia elaborada por los historiadores. La novedad estriba en que en la actualidad el debate público de la historia no es monopolio de los historiadores, se ha democratizado su uso público para cubrir la demanda social. Escritores, periodistas, jueces, Santos Juliá, citado en Pedro Ruiz, “Los discursos de la memoria histórica en España”, en Hispania Nova. Revista de Historia Contemporánea, nº 7, 2007, en http://hispanianova.rediris.es 13 Julián Casanova, op., cit. 12
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parlamentarios y, especialmente, los testimonios de quienes hasta ahora no tenían voz, irrumpen en el debate público de la historia. El historiador asesora a instituciones, grupos o individuos, pero no controla el producto. El éxito de la memoria histórica consiste en que apela al mismo tiempo a la subjetividad y proximidad del testimonio y al marchamo de verdad y cientifismo que imprime el calificativo de “histórica”. Sin embargo, pese a la confusión entre memoria e historia, ambos son considerados por algunos autores como términos antitéticos. Si es memoria no puede ser historia y si es historia no puede ser memoria. La memoria histórica es una construcción para utilizar el pasado evitando el rigor científico de la historia. El uso público de la reciente historia traumática a cargo de no profesionales de la historia, la memoria y el testimonio son las novedades que definen el cambio de coyuntura. No obstante el caso español tiene especificidades respecto al cambio de coyuntura que se da en el resto de Europa. Los verdugos fueron los que perdieron la II Guerra Mundial, mientras que ganaron la Guerra Civil en España. Los actos criminales fueron condenados en Alemania y la responsabilidad asumida por los culpables, mientras aquí fueron recompensados los asesinos y justificados los asesinatos de los vencedores. Nadie en Europa reivindica el nazismo ni el Holocausto, mientras en España se alaba el franquismo y se habla de la necesidad de la Guerra Civil para acabar con el comunismo y evitar la revolución en los años treinta. “La memoria contemporánea en España no podía remitir al Holocausto sino al antifascismo, y ha surgido como discurso público en fecha reciente cuando apenas quedan testigos, mucho después que en Europa occidental, por la larga duración del franquismo y las peculiaridades de la transición a la democracia”14. Como consecuencia nadie ha pedido perdón a las víctimas del franquismo ni se arrepiente de las acciones criminales y, sin embargo, se reclama el derecho a la memoria de quienes la han monopolizado durante décadas, en pie de igualdad con los que durante ese mismo tiempo se les impedía hasta
Pedro Ruiz, “Los discursos de la memoria histórica en España”, en Hispania Nova. Revista de Historia Contemporánea, nº 7, 2007, en http://hispanianova.rediris.es 14
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enterrar a sus muertos, con el argumento de que no hay víctimas y verdugos, que todos fueron víctimas y no hay que buscar culpables. La Iglesia católica española ha demostrado tener un concepto de memoria sumamente selectivo. No recuerda la calificación de cruzada a la guerra civil genocida ni que el Estado se definiera como católico. Como recuerda Santos Julià 15 “que el Estado fuera católico no implicaba únicamente que la Iglesia católica disfrutaba de todo tipo de privilegios o que sus jerarquías gozaban de una posición de poder político en las instituciones del régimen y de poder social en el conjunto de la clase dominante. Implicaba, ante todo, que la estructura misma del Estado se derivaba de una teoría católica del poder, procedente de la teología del llamado Siglo de Oro y codificada, tras el triunfo de los aliados, como "democracia orgánica"; y, en segundo lugar, que, en consonancia con esa teoría, las leyes y la moral pública estaban sometidas al veredicto de la jerarquía eclesiástica, que era la que juzgaba de su adecuación a la ley natural interpretada por ella misma a la luz de una revelación divina de la que se decía depositaria”. Los prelados intentan despolitizar a sus mártires y mostrar la superioridad espiritual y moral que los llevó a la muerte, pero, como señala Reyes Mate 16 “la Iglesia es muy dueña de definir el asesinato de un creyente como martirio, pero si lo contrapone a la víctima, de la forma que lo hace el reciente documento escrito con motivo de la beatificación de 498 católicos asesinados "en los años treinta del siglo pasado", habrá que preguntarse por la política de la que se desentiende y por los objetivos públicos que pretende”.
El síndrome de Vichy La memoria tiene, según el modelo de Henry Rousso 17 en Le Syndrome de Vichy, tendencia a pasar por diferentes etapas: primero se produce el acontecimiento que marca la Santos Julià, “Nostalgias de Estado católico”, El País, 08-04-2007 Reyes Mate, op., cit. 17 Enzo Traverso, op., cit, p.57 15 16
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época, normalmente traumático; después se produce una represión de la memoria que produce, tarde o temprano, la anamnesia, a veces se produce la recuperación de la memoria reprimida en forma de obsesión memorial. Estas fases se atraviesan en el caso de la memoria de la Guerra Civil española. El trauma de la contienda y la atroz represión que siguió produjo un dique a la memoria, necesario para la supervivencia de las víctimas y tranquilizador de conciencias para los verdugos. Las experiencias personales no se transmitieron a la memoria colectiva, con lo que se produjo una amnesia que afectó a la siguiente generación. Solo los nietos han sido capaces de superar la preterición y plantear la necesidad de recuperar la memoria como un acto de justicia y para que forme parte de la memoria colectiva de nuestra sociedad, sea asumida por ella y deje paso a la historia. No ha sido las instituciones, sino la sociedad civil a través de las Asociaciones para la Recuperación de la Memoria Histórica desde finales de los 1990, las que han rescatado del olvido a quienes fueron enterrados en fosas sin identificar por la dictadura e ignorados por la Transición y la democracia. Por fin se puede hacer público el duelo de miles de familias en una anamnesis colectiva que ha activado un amplio debate sobre la relación de los españoles con su pasado inmediato. En este contexto de reivindicación de la memoria robada por la dictadura es en el que producen las beatificaciones de los mártires, el debate sobre los monumentos franquistas, especialmente el Valle de los Caídos, o la aparición de publicaciones que revisan la historia académica justificando la Guerra Civil y legitimando el franquismo. En realidad los grupos de poder franquistas nunca fueron derrotados, nunca mostraron el menor síntoma de arrepentimiento por los crímenes cometidos, ni tuvieron necesidad de ello. Al contrario, ante las débiles exigencias de la democracia española en cuanto a justicia por los horrores del pasado, los verdugos y quienes los justificaron se permiten pasar al ataque. Ratifican su postura y culpan a quienes fueron las víctimas de las mayores atrocidades apelando a la memoria que no necesita verificación con la evidencia, ya que no con la historia que mediante las pruebas pone a cada uno en su sitio.
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Historia y memoria Enzo Traverso considera que la memoria se convierte en historia, pero en una historia que es capaz de aprehender mayores dosis de subjetividad, de vivencias personales. La sociedad actual no permite la transmisión oral de la experiencia por los canales tradicionales. Para satisfacer las demandas populares se banaliza la historia. Se simplifica para que hacerla vendible en los medios. El éxito mediático del testimonio pone de relieve la importancia de la experiencia vivida y personal, especialmente de vivencias traumáticas durante la II Guerra Mundial. Los debates en torno a la singularidad del genocidio de los judíos remiten a la emergencia de la memoria judía en el espacio público y la interferencia con las prácticas de investigación histórica. Los testimonios adquieren más importancia, en el espacio público que el trabajo científico del historiador, ya que la subjetividad, la humanidad y el hecho de ser el testimonio de las víctimas les da derecho a ser escuchados y reconocidos. El testigo del pasado dramático se presenta con derecho propio a presentar ese pasado vivido y la sociedad les concede más crédito que al historiador. Importa más el testigo que la obra histórica, porque es más humano, apela a los sentimientos y es menos frío. Para el historiador los testimonios tienen que pasar la criba del análisis crítico de las fuentes, someterlas a una verificación objetiva, empírica, documental y factual. La memoria y la historia son, según Halbwachs 18, contrapuestas, por lo que la expresión “memoria histórica” es contradictoria. La historia observa los acontecimientos pasados desde el exterior, mientras que la memoria supone una relación íntima con los hechos narrados. La memoria no tiene en cuenta la cronología, mientras la historia sistematiza y fija las épocas. La historia como estudio científico del pasado sin interferencias en el presente, según Halbwachs, se opone a la subjetividad de la memoria basada en las vivencias de los individuos y del grupo.
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Citado en Enzo Traverso, op., cit., p. 34.
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Pierre Nora19 sigue la senda de Halbwachs. Considera que la memoria y la historia se oponen en todo. La memoria es la vida, se compone de lazos permanentes del presente con el pasado y esto no puede ser asumido por la historia que pretende ser objetiva y retrospectiva basada en la distancia. Nora admite una posible relación entre historia y memoria: el análisis y reconstrucción de la memoria según los métodos de las ciencias sociales, entre las que se encuentra la historia. Pero no se pueden separar tan drásticamente historia y memoria. El historiador no está aislado de las influencias y condicionamientos del contexto social. La manera de realizar su tarea es mediante la asunción de la memoria y el distanciamiento consciente y crítico de ella, no rechazándola. La empatía con los vencedores, que denunció Walter Benjamín, tanto como la empatía con las víctimas, distorsionan el trabajo del historiador. Los testimonios de hechos traumáticos recientes no permiten la crítica histórica porque el propio autor estaría, de una u otra forma, implicado en los hechos analizados. El pasado que no quiere ni debe pasar ha cambiado así la forma de trabajar del historiador. Las víctimas tienen derecho a hablar del pasado vivido que aún no se puede convertir en historia y el testimonio no puede convertirse en fuente que pueda someterse a crítica. El testimonio de la víctima puso en cuestión elementos básicos en la historiografía, como el estructuralismo, porque este no dejaba espacio a la subjetividad del testimonio individual de los hombres y mujeres que hacen la historia. Otro signo de la época actual es que el testimonio se identifica, casi exclusivamente, con la víctima.
Debates en torno al Holocausto El proceso que se manifiesta en España con el nuevo milenio surge en Alemania de los debates en torno al Holocausto. Auschwitz se convirtió en la base de la memoria colectiva occidental y en su entorno se abrieron varios debates que marcaron la situación actual. El primer gran debate, entre 1986 y 1987, lo realizaron Ernst Nolte y Jürgen 19
Citado en Enzo Traverso, op., cit., pp. 36-37.
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Habermas sobre el pasado que no quiere pasar que expuso Nolte. Este interpretó el nazismo como reacción a la Revolución rusa y el genocidio de los judíos como una imitación del genocidio de clase perpetrado por los bolcheviques; habría que dejar que el pasado pasara y la memoria se convirtiera en historia y poder así aplicar los métodos del historiador; Nolte estableció así un nexo causal entre el Gulag soviético y el Holocausto nazi en el contexto de una guerra civil europea que empezaría con la Primera Gran Guerra y terminaría con el final de la Segunda Guerra Mundial. Habermas lo acusó de hacer un uso público (no académico) de la historia, de proponer la normalización del pasado y de disolver las responsabilidades históricas generadas por el crimen del nazismo con sus tesis. Para Habermas el pasado no debe pasar, debe mantenerse vivo y permanecer en el presente con el objetivo de normalizar la culpa asumida y la crítica del pasado. Además puntualizó que cuando los historiadores se manifiestan en la esfera pública deben tener presentes los principios sobre los que queremos organizar nuestra convivencia. A mediados de la década de1990 el norteamericano Daniel Goldhagen publicó Los ejecutores voluntarios de Hitler, una obra sobre la relación de la sociedad alemana con el régimen nazi y sobre el grado de implicación de los alemanes normales y corrientes en sus crímenes. Presentaba el genocidio el Holocausto como un proyecto nacional alemán, con lo que desbarató el enfoque funcionalista que había presentado los crímenes nazis como algo ajeno al pueblo alemán, producto de la maquinaria nazi impersonal y asesina. El intenso debate provocado por Goldhagen se avivó con la exposición de 1995 sobre los crímenes de la Wehrmacht, que terminó con la idea compartida por la opinión pública de que la responsabilidad de los crímenes era casi exclusiva de las SS y la Gestapo, mientras que el ejército, compuesto por millones de jóvenes de todas las capas de la sociedad, se mantuvo al margen. La exposición aportó documentación de numerosas matanzas de civiles y de la participación en la eliminación de judíos por la Wehrmacht. El contacto permanente de los soldados con la población civil significaba que no se podía mantener la idea de que los alemanes eran ajenos a los crímenes y no sabían nada. Finalmente, en 1998 se produjo una acalorada discusión en torno al grado de compromiso e incluso de adhesión al régimen nazi por parte de historiadores alemanes
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significativos. Los historiadores jóvenes se convirtieron en jueces de sus antecesores mediante una crítica extremadamente dura. Se produjo una reflexión metodológica sobre la interpretación del pasado que podía, como había pasado, escapar a los procedimientos tradicionales de análisis histórico. Además los tres grandes debates desbordaron las fronteras de la disciplina, al poner a la sociedad alemana ante su horrible pasado reciente. Alemania cambió su percepción de comunidad étnica, basada en el derecho de sangre, y la redefinió como comunidad política basada en la ciudadanía. La integración alemana en occidente, según Habermás20, se produjo a través y después de Auschwitz. La memoria de la Shoah contribuyó y acompañó el desarrollo de estos debates. Si durante los años de guerra y hasta la segunda mitad de los años sesenta la memoria de la Shoah era débil y la Guerra Fría aconsejaba su silencio, según Peter Novick21, a partir del proceso Eichmann el Holocausto y su memoria comienzan a tener apariciones públicas. Con la Guerra de los Seis Días de 1967 la memoria de Auschwitz se ve envuelta en el conflicto ideológico y político árabe-israelí. Pero es a raíz de la emisión de la serie de televisión Holocausto en 1978 cuando el genocidio de los judíos se convierte en elemento clave de la conciencia histórica occidental y seña de identidad judía. La americanización del la Shoah produjo su sacralización hasta el punto de convertirse en una especie de religión civil con sus dogmas y sus santos laicos encarnados en los supervivientes, convertidos en iconos vivientes. Pero Novick advierte que el auge de la memoria va en paralelo con la pujanza de los judíos en Estados Unidos, por lo que desconfía de la sacralización del Holocausto y del reconocimiento del carácter único del genocidio de los judíos que ha permitido eludir responsabilidades morales y políticas. Es una memoria banal, descontextualizada, apolítica. El peligro reside, pues, en perder la perspectiva de que el nazismo, su ideología y su violencia condensan las tendencias europeas derivadas del proceso de civilización: el colonialismo, el racismo y el antisemitismo. El Holocausto no hubiera sido posible sin la industria, la división del trabajo y la burocratización racional de la administración. El 20 21
Enzo Traversa, op., cit, p.110 Enzo Traverso, op., cit., pp. 72-78
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genocidio no es una vuelta a la barbarie sino una consecuencia de la modernidad. No es, desde este punto de vista, una anomalía ni una disfunción. Aunque no son comparables, la inquietud que provoca la inmigración proveniente del tercer mundo, la existencia de Guantánamos y los numerosos lugares exento de derechos (Naciones Unidas calcula en cincuenta millones las personas en esta situación) deben ponernos en alerta.
Conclusión La coyuntura política de las décadas de 1970 y 1980 posibilitaron el surgimiento de la memoria de la Shoah mediante la irrupción en los medios de comunicación de testimonios individuales de las víctimas que aún vivían. Los debates historiográficos enfrentaron a la sociedad alemana con las responsabilidades que había que asumir como paso previo al análisis crítico del pasado. La sociedad en su conjunto y todas las partes que participan en el debate condenan los crímenes del nazismo. En el caso español la emergencia de la memoria histórica es más tardía. Se desarrolla en un ambiente de crispación y polarización política generada por la tensión entre, por una parte, un sector social que necesita profundizar en la democracia y la secularización del Estado y, por otra, un sector que pretende mantener los privilegios de la Iglesia católica y el control de las mentalidades mediante la educación y los medios de comunicación social. Hay una pugna política por el control y difusión de una memoria partidista que pretende justificar o condenar el pasado más reciente y se plantea en términos de defensa ideológica. Quizá se apele a la memoria porque es más fácil de utilizar por su enorme carga de subjetividad. Durante el larguísimo período de la dictadura el Estado y la Iglesia coincidieron en qué había que contar y cómo había que hacerlo. La represión y el férreo control de la educación y los medios de comunicación durante más de una generación establecieron un sentido común y una memoria colectiva unidireccional, incontestable, sin fisuras ni cuestionamientos. La historia académica no escapó al control, pero ya en los últimos años del franquismo, durante la Transición y la especialmente a partir de los años
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ochenta, con una democracia consolidada, se rebaten las tesis de la historia oficial de la dictadura y el nacionalcatolicismo. Se intenta cambiar elemento arraigados en la memoria colectiva de cada individuo que justifican el golpe de Estado, la Guerra Civil y legitiman así la dictadura. Pero la historia es análisis, verificación de pruebas, argumentaciones razonadas que resultan áridas para el consumo de masas. La memoria que conecta directamente con “lo que todo el mundo sabe”, defendida por individuos con enorme carga mítica porque siempre han ejercido el poder, es mucho más rentable, más mediática. La Iglesia católica y la derecha que defiende sus intereses no están dispuestas a abandonar lo que tan buenos dividendos electorales, sociales y, por lo tanto económicos, le está dando. Para ello sería necesario que la memoria se convirtiera definitivamente en historia, sometida a la rigurosidad de la ciencia. Pero ese pasado no puede ni debe pasar. La dignidad de las víctimas reclama reconocimiento y justicia. Los poderes públicos tienen una deuda con los que cayeron asesinados o luchando por aquello que creían, y la sociedad toda debe reconocer que hubo atrocidades, quien fue culpable de tales horrores y quien inocente, quien verdugo y quien víctima. Setenta años después no puede haber ciudadanos que no sepan donde depositar unas flores a sus seres queridos desaparecidos, por inacción de las instituciones. Una noticia sin importancia en las páginas interiores del diario El País, comunica que “las excavaciones en el cementerio malagueño de San Rafael permiten recuperar 578 cadáveres de fusilados por el franquismo de 1937 a 1955”22. En el cuerpo del artículo se habla de que 4.148 represaliados republicanos yacen en doce fosas comunes del cementerio malagueño ahora clausurado. Los trabajos de recuperación los lleva a cabo la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Málaga, que dejará de trabajar en agosto por falta de fondos. Es solo una de las numerosas notas que aparecen en los periódicos de todo el territorio español sin que se oiga el menor comentario por parte de la Iglesia católica. Sin embargo el papa Benedicto XVI beatificará próximamente 498 mártires 22
Fernando J. Pérez, “Arqueología por la dignidad” en El País, 9-06-2007
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españoles que murieron asesinados entre 1934 y 1937. Se prevé una gran asistencia al acto tanto de público como de autoridades españolas, como ya pasó en beatificaciones anteriores. Efectivamente, nuestra memoria del pasado reciente no podrá ser historia hasta que haya una reparación convincente de esta indignidad.
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Este libro se acabó de digitalizar en València el mes de marzo de 2018