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La puerta horaria de la antigua Fábrica Nacional de Licores
ANDRÉS FERNÁNDEZ | Arquitecto
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El portalón del Centro Nacional de Cultura (CENAC): Uno de los trabajos de cantería más valiosos de la capital costarricense
Refiriéndose a las remodelaciones que se realizaban en la Fábrica Nacional de Licores en aquellos días, el Diario de Costa Rica anotaba el 11 de mayo de 1941: “En la esquina sureste, se sustituyó la puerta de madera por un hermoso portalón de hierro, aprovechando para dejar allí una obra de arte costarricense, expuesta a la admiración del viajero que ingresa a la capital por la vía del Atlántico».
“Copia la portada, diseñada por nuestro gran arquitecto don Teodorico Quirós, la puerta que en Toledo se conoce con el nombre de La Bisagra. Pero el arreglo combina la belleza de aquella obra de arte español, con la sencillez artística de la portada de la Fábrica Nacional de Licores de Costa Rica”. Reformas en la fábrica
Por entonces, Mario González Feo (1889-1968) estaba al frente de la Fábrica Nacional de Licores (FANAL). “Humanista, escritor después, polemista y dinamitero en el debate”, como lo caracterizara el escritor José Marín Cañas, en Valses nobles y sentimentales; fue bajo su administración que se realizaron en el vetusto plantel industrial josefino una serie de reformas, utilitarias unas y estéticas otras.
Con el fin de ampliar y distribuir mejor el espacio disponible en el pabellón frontal -el que mira al oeste, frente al parque España-, la administración prefirió hacer los arreglos en el interior, sin destruir ni alterar mayormente la portada de ese edificio, preservando así su aire colonial. Por esa razón, anota la gacetilla ya citada: “En la fachada se abren nuevas ventanas, siguiendo el estilo de las otras, provistas de rejas de hierro. Para abrir los boquetes ha sido necesario usar taladro eléctrico y aun así la tarea resulta costosa. Esto dice de la cohesión de esos materiales que llegan a formar un solo cuerpo compacto; una masa pétrea”.
En efecto, los principales edificios capitalinos realizados entre 1850 y 1870 habían sido levantados con la llamada “piedra de Pavas”, material nacional en boga y reputado como “indestructible”. Antes, eso sí, se había hecho necesario traer de Guatemala a unos constructores, los hermanos Estrada, que vinieron a enseñar aquí la forma de preparar la argamasa necesaria para unir ese material adecuadamente; aplicación que se dio en edificaciones tales como el Palacio Nacional, la Universidad de Santo Tomás y la Fábrica Nacional de Licores.
Según el vulcanólogo e investigador costarricense Guillermo Alvarado Induni, la piedra de Pavas es una roca volcánica, que los geólogos llaman ignimbrita, originada por explosiones pretéritas del antiguo volcán Barva, originadas hace 300 000 y 400 000 años. Con esta piedra, y con el uso de una mezcla de cal y arena, se construyeron las estructuras originales de la vieja fábrica de aguardientes que aun sobreviven; a saber, el pabellón oeste, la torre de destilación y su pabellón anexo, la bodega de añejamiento de rones y la casa del administrador.
Inspiración toledana
Fuera de la capital, muchas otras obras fueron construidas con la piedra aquella; entre otras, se citan la portada del viejo templo de Desamparados, así como las antiguas iglesias de Grecia y la de San Antonio de Belén. Sin embargo, para 1939, esta última había sido destruida por decisión de los belemitas, determinados a edificar de nuevo su templo.
Ya antes de 1870, en la Fábrica Nacional de Licores, los paños perimetrales que no eran ocupados por edificios fueron cerrados con un ancho muro de ladrillo mampuesto. A la vez, en la esquina al sureste del conjunto industrial se dejaba, para efectos de carga y descarga, un ancho y doble portón trasero, con hojas de madera y un alero entejado por todo arreglo. Si bien se trataba del portón trasero del plantel, con toda seguridad fue enorme el contraste que debe haber brindado con la europea elegancia del Parque Nacional y la remozada calle de la Estación, desde finales del siglo XIX. Casi sin duda, esa ha de haber sido una de las razones que impulsaron a González Feo a proponer su transformación en una verdadera pieza de arte público.
Como quedó anotado, contrató al reconocido pintor e ingeniero-arquitecto costarricense Teodorico Quirós Alvarado (1897-1977), quien se encargó del diseño de aquel portalón, es decir, de una de aquellas grandes puertas que, en los antiguos palacios, cerraban los patios al descubierto. Fue Quirós, a su vez, quien contrató al escultor Néstor Zeledón Varela (1903-2000) para la dirección de los trabajos de cantería.
La mano de obra necesaria para labrar las piedras de la edificación la ejecutó el cantero Belfor Mora en compañía de sus hijos, quienes ya eran considerados entonces como de los últimos “picapedreros” costarricenses. La pieza de piedra más grande -donde se esculpió el escudo de la República-, de más de dos toneladas de peso, fue extraída de la cantera de Pavas.
El resto del material usado en el portalón se acarreó desde San Antonio de Belén: son los restos del templo destruido. Los herrajes fueron hechos en Costa Rica bajo la dirección de un artífice extranjero, mientras que los faroles -que copian el estilo de los antiguos faroles toledanos- fueron realizados por José Isern.
El tiempo es fugaz
En realidad, tanto por su materialidad como por su composición almenada, más que a la puerta de la Bisagra, la de la FANAL recuerda a la Puerta del Sol, también toledana y del siglo XVI. No obstante, más que al mudéjar de la Puerta del Sol, la nuestra parece apelar al barroco, lo que la convierte en una manifestación de la arquitectura neocolonial hispanoamericana, tan de moda en la década de 1940.
El reloj de sol, ubicado al lado de la puerta, es de una estética románica propia del siglo XI y es diseño del escultor Juan Manuel Sánchez (1907-1990), que al
igual que Quirós y Zeledón, fue miembro de la llamada Nueva Sensibilidad, que tuvo un papel fundamental en el arte costarricense. Construido en la misma época, fue colocado sobre la pared este del tanque de agua adjunto a la puerta en cuestión.
En la parte superior, abrazado por unas alas, luce un reloj de arena, sobre una inscripción que dice “TEMPVS FVGIT” (el tiempo es fugaz), mientras que su marco lo constituye una banda cada tanto interrumpida por unos relieves que representan los signos del zodíaco, que fueron tallados por Zeledón Varela.
Precedido por un medio sol de bronce que apenas asoma parte del rostro, el reloj es del tipo vertical y está ubicado de cara al noreste-sureste; su gnomon es una varilla metálica cilíndrica y recta, cuyo centro indica la hora. Los cálculos para las necesarias correcciones los hizo el ingeniero Samuel Sáenz Flores y constan en una placa de mármol ubicada en la parte inferior del reloj.
De esta forma, el complejo arquitectónico que nos heredara la visión y buen gusto de González Feo constituye un excepcional conjunto de arte público en la ciudad capital y, como si eso fuera poco -tal como nos lo recuerda la nota citada al inicio de esta crónica-, “esa obra, [que] ha exigido un año de esfuerzo, apenas representa un gasto de dieciséis mil colones. Se ha trabajado con economía y con un gusto exquisito”.
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