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Nunca fuimos un cubo blanco

DANIEL SOTO MORÚA | Curador jefe MADC

El Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC) abrió sus puertas el lunes 21 de febrero de 1994 con las exposiciones Retrospectiva de José Luis Cuevas (Sala 1), Diseño de lo cotidiano (Sala 2), Cuerpos pintados. Cuarenta y cinco pintores chilenos (Salas 3, 4 y 5) y Pasión de Rafael Ottón Solís (Pila de la Melaza); en un contexto en donde el arte contemporáneo apenas florecía regionalmente y el diseño aun se asociaba con bienes de consumo de lujo.

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El Museo se emplazó en el corazón de San José, en lo que fue la Fábrica Nacional de Licores (FANAL), una de las edificaciones más antiguas de la capital (construcción 1853-1900) realizada en la Administración del Presidente Juan Rafael Mora Porras e inaugurada en 1856. La fábrica funcionó hasta 1981 (aunque terminó de funcionar como tal en 1996) y el inmueble se restauró usando la propuesta de un conjunto de arquitectos llamado Calicanto, para ser reinaugurada en 1994 como el Centro Nacional de la Cultura (CENAC), bajo la Administración del Presidente Rafael Ángel Calderón Fournier. Este constituiría el mayor complejo cultural del país, sería la sede del Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes en convivencia con espacios para el disfrute de una diversa oferta cultural de artes visuales y artes escénicas. El (no) cubo blanco

No fue sino hasta los años 70 (s. XX) que la manera de disponer las obras de arte en un museo cambió radicalmente. Antes de ello, se colocaban unas junto a otras, encima, debajo y más arriba; el público las miraba casi como un conjunto, bajo el concepto de “galería decimonónica”; pero esta noción espacial cambió en la modernidad, bajo la ideología del espacio expositivo de la nueva museología: el cubo blanco.

El concepto de cubo blanco pretende construir un espacio neutral, diáfano, sereno, sin expresión ni acentos; que per sé solo comunique una sensación de vacío. Las luces tienen la misma intensidad y se mimetizan con otros elementos de la sala. En términos arquitectónicos, se procura suprimir cualquier elemento que pueda interferir con la apreciación de la obra de arte, con el único objetivo de aislarla para que el espectador pueda disfrutar de ella.

Evidentemente por sus condiciones estructurales, el MADC nunca fue concebido como un cubo blanco y nunca lo será -al menos mientras habite en el actual edificio-. La coexistencia entre obras y arquitectura ya forma parte de su sello museal.

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