Lxs niñxs del agua

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Lxs niĂąxs del agua



Lxs niñxs del agua Relatos sobre pérdidas gestacionales

Una polifonía convocada por

Adriana Marcus


Marcus, Adriana Lxs niñxs del agua : relatos sobre pérdidas gestacionales / Adriana Marcus ; compilado por Adriana Marcus. - 1a ed . Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Madreselva, 2018. 128 p. ; 17 x 11 cm. ISBN 978-987-3861-18-5 1. Salud Reproductiva. 2. Despenalización del Aborto. 3. Salud de la Mujer. I. Marcus, Adriana, comp. II. Título. CDD 613.94 Lxs niñxs del agua Relatos sobre pérdidas gestacionales Una polifonía convocada por Adriana Marcus Madreselva editorial, septiembre 2018 www.editorialmadreselva.com.ar info@editorialmadreselva.com.ar Ilustración de portada Mariela Petruccelli Diseño de portada Verónica Tello Maquetación Alejandro Schmied

Esta edición se realiza bajo una licencia Creative Commons Atribución-No comercial 2.5 Argentina. Por lo tanto, la reproducción del contenido de este libro, total o parcial, por los medios que la imaginación y la técnica permitan sin fines de lucro y mencionando la fuente está alentada por los editores. Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en Argentina – Printed in Argentina




NdE

NdE son las siglas de “Nota del Editor/a” y la usamos cuando nos vemos en la necesidad de hacer una aclaración para que un texto se lea o se interprete mejor. Con el permiso de Adriana Marcus –querida amiga y cómplice–, introduzco esta NdE en formato XL para hacer algunos comentarios. Me inspira esta nota un poco el “qué dirán”. Qué dirá nuestrx ácrata lectorx cuando vea que estamos publicando un texto en el que se llama “bebino” a los “fetos” y en el que se pretende visualizar en “la pérdida de un embarazo” la pérdida de un hijo/a. Haber atravesado esa situación y haber acompañado a otras mujeres, me mueve a pensar que es necesario que este tipo de escritura circule más, aún a riesgo de saber que –como dice Adriana– es una voz poco escuchada, aunque imprescindible para quien quiera comprometerse con sus sentimientos. La negación estatal al libre acceso al derecho de interrumpir voluntariamente un embarazo y la acción violenta de los grupos “pro vida” nos lleva a una simplificación peligrosa. Muchas de las que salimos masivamente a exigir que aquellas mujeres que deciden no ser madres no mueran en el intento, somos llamadas 7


“asesinas” por los grupos “pro vida” que están precisamente por lo contrario, porque quien no ama la libertad y la defiende, no está a favor de la vida. Esta lucha que llevamos adelante desde hace décadas para que nos reconozcan un derecho que ejercemos de todos modos pero en la clandestinidad, creo que nos ha llevado a minimizar la situación en sí, a pensar que una interrupción voluntaria de un embarazo es un simple acto médico. Defendemos el derecho a que se practique libre y gratuitamente en el hospital, pero muchas veces no pensamos cómo deseamos que ese derecho sea practicado: ¿quiero interrumpir un embarazo como quien se saca un lunar o quiero que haya espacio para mis emociones, para mis tristezas e inquietudes? ¿quiero estar tirada en un frio pasillo o quiero estar acompañada –tal vez– con una doula? ¿por qué no? ¿por qué no pensar que así como deseamos acompañar y ser acompañadas en los nacimientos, queremos estar acompañadas cuando decidimos interrumpir un embarazo? Incluso esta dimensión que propone Lxs niñxs del agua me lleva a pensar ¿por qué se supone que duele más un “embarazo perdido” que un “aborto”? ¿duele más porque es lícito, es legal? ¿o será porque en estas pérdidas no estamos poniendo en duda si queremos ser madres, mientras que la interrupción voluntaria nos postula como negadoras del rol que la cultura cis heteronormativa espera de nosotras? ¿las iglesias están 8


genuinamente preocupadas por esos niñxs no nacidos, para quienes luego –en caso de nacer– no hacen lugar en este mundo, o lo que realmente les importa es condenarnos por nuestro acto de insumisión? Se me ocurre también pensarlo en clave de violencia obstétrica. Este libro se publica con el recuerdo fresco de Belén, absuelta en 2017 por la Corte Suprema de Justicia de Tucumán, quien llegó a un hospital público con un aborto espontáneo en curso y el sistema médico la acusó de haberse hecho un aborto voluntario. Belén esperó el fallo absolutorio de la Corte en la cárcel, como una delincuente peligrosa. Belén no pudo duelar la ausencia de su bebé, porque toda la violencia institucional se le vino encima. También este libro irrumpe en el momento en que nuestra sociedad discute seriamente la legalización del aborto. A una década de aquel Encuentro Nacional de Mujeres en Rosario, donde la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Seguro Legal y Gratuito repartió los pañuelos verdes, que ahora vemos flamear en las mochilas de la pibas como el estandarte que sostiene que la maternidad debe ser deseada. Por eso el trabajo de Adriana nos invita a la difícil tarea de desandar nuestros propios prejuicios, a arrancarnos las etiquetas que nos ponemos unxs a otrxs y animarnos a pensar con mayor profundidad, mientras seguimos reivindicando, convencidas y militantes, la autonomía de nuestros cuerpos. 9



L*S NIÑ*S DEL AGUA

“Decimos que hemos “perdido un embarazo” cuando esto ha ocurrido dentro de los primeros tres meses de gestación, cuando aún no hemos sentido los movimientos del bebé y nos estamos adaptando a la novedad. “Simplemente” fue “un embarazo” lo que “se perdió”. Cuando se “pierde un embarazo”, lo que se pierde es un hijo” Ronda de reflexión con Adriana Marcus

Miércoles 16 de octubre a las 20 hs en la Cazona de Flores, Morón 2453 e/ Cayetano y Artigas, barrio de flores, CABA Entrada libre y gratuita

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INTRODUCCIÓN El presente material consta de dos partes: un texto que ha sido editado en 2012 por Apuntes para la Cuidadanía bajo el título Cuando se pierde un embarazo, y los aportes que han hecho mujeres que han atravesado la experiencia de haber “perdido” un bebé precozmente, del modo que fuera, luego de los encuentros en los cuales hemos compartido las experiencias vividas. El texto inicial fue escrito con el deseo de acompañar a las familias que pasaron por la dolorosa vivencia de la pérdida del bebino (bebé intrauterino), incluyendo las interrupciones decididas. Integra la serie Cuidando la maternoinfancia y el femenino. Entre tantos títulos que integran los “fanzines” de la “Cuidadanía”, éste es el menos elegido por las y los lectores. Si no se ha pasado por la experiencia, no se suele reconocer la importancia de afrontar el tema; si se ha pasado por la experiencia, ésta suele ser tan dolorosa que, o bien se la reprime y se guarda en las tinieblas del olvido como un hecho médico o una anécdota superada, o bien se supone que el hecho no ha dejado marcas en nuestras almas, y no hay disposición para tocar el doloroso tema. De modo que tampoco encuentra lectores. Los duelos suspendidos o 13


no reconocidos es, justamente, aquello que deseamos abordar desde este texto. La editorial Madreselva propuso editar este material con formato de libro, y nos pareció que faltaban las voces y miradas de quienes tenían mucho para compartir. Por eso realizamos varios talleres en diferentes localidades, en los que trabajamos el contenido del texto inicial. En algunos encuentros contamos con profesionales capacitadas en Constelaciones Familiares. En muchos de estos encuentros la presencia y participación de varones fue sumamente enriquecedora; hubo varios en que solamente éramos mujeres. Los talleres se convocaron bajo el título “Lxs niñxs del agua”, una expresión aportada por una amiga que buceó en el tema. Si bien pareciera que hablar de “ñiñxs del agua” o “cuando se pierde un embarazo” fueran modos de escaparle al debate acerca del aborto, de evitar esta palabra que tantos encontronazos genera, no se trata de eso. Es que la palabra “aborto” no me gusta: proviene del latín (ab: privación, separación; ortus: nacimiento, origen). Está cargada de prejuicios, dolores y sufrimientos. Sin embargo, ¿cómo nombrar los distintos modos en que un ser que comienza a gestarse deja de crecer, de vivir? “Perder el embarazo” se refiere solamente a los “abortos espontáneos” o “naturales”, resultantes de la falta de desarrollo del embrión dentro del saco, o de la muerte prematura del embrión o de un trastorno trofoblástico, como veremos más 14


adelante. ¿Y qué hay de la palabra “perder”? Se pierde la llave de casa, el DNI, un archivo en la compu, oh, que distracción, o que irresponsabilidad… ¿Cómo denominar con justeza un hecho que ocurre en probablemente la mitad de los embarazos? Hay tres tipos de “aborto”: el “espontáneo”, “natural” o incluso “accidental” (un golpe…), que suele llamarse eufemísticamente “perder el embarazo” y que conlleva un duelo de limitada aceptación social; el “aborto provocado”, resultado de una decisión de la madre con o sin acompañamiento del padre, en general bajo presión de las condiciones y circunstancias de vida (ya que nadie elige abortar como si fuera una fiesta) y cuyo duelo es negado por todos y todas, en general, y carga con una cuota de culpa, vergüenza y ocultamiento que termina en negación, pero vuelve a la vuelta de los años en forma de diversos malestares; y el aborto consensuado, del cual habla David Chamberlain, mencionado en el texto. El aborto de cualquier tipo está entre nosotras y nosotros, es un hecho, y nuestra postura frente a su existencia –en la modalidad de aborto que fuera– es acompañar empática y respetuosamente estos procesos sin juicio alguno, en con-pasión. Enteradas del concepto “niñxs del agua”, nos dejamos inspirar por esta leyenda japonesa, que cuenta que los bebés no nacidos no pueden cruzar el gran río que separa la vida en este plano del mundo de la muerte, y por eso se le erigen estatuillas a la deidad 15


que protege a lxs niñxs del agua, a las embarazadas y a los viejos en las orillas de los ríos, a las cuales se visten con ropitas de bebé, ya que quedaron de este lado del río de la muerte. Una versión habla de que estxs niñxs están condenadxs a quedar de este lado como castigo por haber mortificado a sus padres. Nosotras preferimos considerar que lxs bebinxs se retiraron antes de nacer, desde el mundo acuático del regazo materno, y por eso siguen siendo “niñxs del agua”. Porque la culpa no cabe en nuestros corazones. Simplemente aceptamos el destino de esa vida, que compartió con su nido familiar el tiempo que le tocó, su 100% de tiempo existencial, intrauterino. Y acompañó de ese modo el crecimiento espiritual de su linaje, del cual forma parte. Los afiches con los que hemos convocado a estos talleres han sido regalos de amigas artistas, y queremos incluir sus obras en este volumen. Finalmente queremos agradecer a cada una de las personas que participaron de esta construcción colectiva, tanto a quienes nos han enviado sus testimonios como a quienes participaron de los encuentros, tan conmovedores y nutricios. Todos y todas están presentes, con sus niñas y niños del agua y sus familias, en este volumen, y acompañan a las y los lectores con sus relatos, verdaderos dones que entregan de corazón, y que seguramente resuenan en aquellxs a quienes va dedicado este libro. 16




CUANDO SE PIERDE UN EMBARAZO Adriana Marcus 2012

Este texto pretende compartir las comprensiones resultantes de muchos años de trabajo interdisciplinar con Mirta Sanchez, médica general, Miguel Pedraza, psicólogo y constelador, y compañerxs de diversas disciplinas que han compartido algún tiempo en diferentes momentos nuestra tarea. Agradezco la revisión y los aportes hechos por Miguel Pedraza y Mirta Sanchez, por Miriam Giani y Elena de la Aldea, psicólogas. Decimos que hemos “perdido un embarazo” cuando esto ha ocurrido dentro de los primeros tres meses de la gestación. Cuando aún no hemos sentido los movimientos del bebé y nos estamos adaptando a la gran novedad. “Simplemente” fue “un embarazo” lo que “se perdió”. Cuando se “pierde un embarazo”, lo que se pierde es un hijo. 19


Sea un hijo buscado o no, hubo un hecho biológico concreto (que es la forma tradicional, ancestral, artesanal, de hacerlo): un hombre y una mujer tuvieron una relación sexual (ojalá en calidad de “hacer el amor”, aunque lamentablemente a veces como una relación no consentida o una violación), y de ello resultó la fecundación del óvulo por el espermatozoide, lo que de por sí ya es un milagro de la vida. Estas dos personas, que en situación ideal son una pareja, acaban de anudar sus destinos para siempre a través de la concepción de un/a hijo/a. Nunca más serán sólo un hombre y una mujer, ni siquiera una pareja suelta. Cambian de calidad en su relación y en su subjetividad. Ahora han dado un paso imborrable, han colocado su huella en el futuro, han atado la larguísima cadena transgeneracional de los ancestros que los precedieron con la próxima generación, se han constituido en bisagra entre el ayer (que habita en cada unx de ellos) y el mañana. Incluso si ese “producto de la concepción” no puede proseguir su crecimiento y llegar a nacer. Ahora son familia. Aun si luego la pareja se desarma. Este es el enorme rol del/a primer/a hijo/a, y en este caso, del primer embarazo. El hecho de descubrir que se está embarazada genera muchísimas emociones, tanto en la mujer-madre, que biológicamente porta al bebé en formación, como en el hombre, que se transforma en padre, 20


así como en los demás miembros de la familia. Algo se mueve al interior del grupo. Cada cual adquiere un nuevo rol dentro del sistema familiar: una hermana de la pareja se transforma en una nueva tía, las madres de ambos nacen abuelas, los padres de ambos se hacen abuelos, etc. Y el sistema familiar tiene varios meses para ir adaptándose y haciéndole un lugar al nuevo miembro, para que encuentre su sentido de pertenencia en el interior de su linaje, que forma parte de esa casi infinita red tejida desde los misteriosos inicios de los tiempos humanos. Hay una novela familiar que espera a esx bebinx (bebé intrauterinx) con un papel determinado. Hay historias muchas veces secretas que esperan ser reeditadas para que a través de este nuevo integrante se resuelvan antiguos y olvidados conflictos y exclusiones. Todo cambia cuando nos enteramos de un “test de embarazo positivo”. Más allá de lo que el anuncio genere en la familia, cuando “se pierde un embarazo” queda trunco lo que se fue generando en todxs: deseos, imaginarios, planes, temores, desafíos, redistribuciones, conflictos, complicaciones, inseguridades, apoyos, proyectos... Y a la pareja le queda un vacío tan doloroso, que muchas veces trata de olvidar u ocultar, rellenando ese hueco con actividad redoblada (laboral u otra), buscando nuevas relaciones sociales o más estímulos desde el afuera para acallar la voz del adentro que aún 21


está llorando. La mujer que pone el cuerpo y se juega la vida en cada embarazo, una vez más ha sentido en su propio cuerpo el misterio de la vida y de la muerte. Ya no será la misma que unos meses atrás. Y además –en general sin saberlo conscientemente– ¡está atravesando un puerperio!, invisible para todo el mundo, tanto para el sistema médico (lo cual es una grave omisión) como para la familia, e incluso para la producción del trabajo, al no poder mostrar el “producto de su reproducción”: esto es, sin bebé no hay puerperio, aunque en el cuerpo de la mujer esté ocurriendo lo contrario. Lamentablemente, en esta sociedad de la eterna belleza y juventud, de la sonrisa obligada, del éxito y la fama, están mal vistos la tristeza, el duelo y el dolor, porque se les teme. Por eso, algunos profesionales bienintencionados e irresponsables y/o ciertas vecinas comedidas aconsejan volver a “buscar un embarazo” lo antes posible, para olvidar lo que pasó. Y de paso permitirle a la pareja demostrarse a sí misma –y a los demás– que “no es estéril”, en realidad “infecunda”, es decir que no volverá a “fracasar”, que es útil. Si esto se intenta y se logra, se suspenderá el duelo sin haberlo transitado, elaborado y resuelto. Transitarlo “saludablemente” implica atravesar enojos, tristezas, vacíos, culpabilizaciones, impotencia, desesperanza, para llegar finalmente a la resignación, o mejor a la aceptación de lo que fue y es, proceso 22


que puede llevar más de un año y a veces hasta 3 o más, y que se alivia cuando se puede expresar lo que se siente. Si este primer hijo, que no pudo tomar la vida, queda olvidado bajo la denominación de “fue sólo un embarazo perdido”, el proceso de duelo queda suspendido. Esto generará dificultades en los padres y en los hijos por venir. Porque este “olvido” –que es una exclusión– viola una de las leyes básicas de los sistemas familiares, que es el derecho a la pertenencia, como nos dice Bert Hellinger. El ha observado que en siguientes generaciones algún miembro de la familia deberá reparar ese olvido, en general sufriendo algún desorden emocional o físico, por identificarse con ese pariente del cual no tiene conocimiento. El sistema familiar se ocupa siempre de reequilibrarse a sí mismo. También puede ocurrir que los siguientes hijos de la pareja, desconociendo que los precedió un primer hijo que “se perdió” precozmente, se sientan fuera de lugar o incómodos en el interior de su familia. El “hermano mayor” les ha sido ocultado, y cada hermano cree estar en determinado orden mayor-menor que no se corresponde con la realidad. Este ocultamiento es posible, porque en las familias no sólo se transmiten las anécdotas e historias familiares, sino también los secretos, lo no dicho que avergüenza o duele, sin necesidad de verbalizaciones. La incomodidad de los hermanos desaparece cuando el primer 23


“embarazo perdido” se puede des-ocultar, reconociendo el lugar al primer hijo no nacido, y a partir de él cada cual puede al fin tomar el lugar que le corresponde. Alguno de los hermanos posteriores puede incluso percibir al hermano olvidado o negado como un “amigo imaginario” con quien compartir juegos, en general en edades preescolares. Si se produce un nuevo embarazo inmediatamente, negando la pena y suspendiendo el proceso de duelo, puede ser que esx nuevx hijx sienta algún malestar existencial, emocional o físico, porque puede ser un “hijx de sustitución” o “de reemplazo”, como lo denomina Anne Ancelin Schutzenberger, es decir alguien que viene a la vida con la misión de calmar a sus padres, lo cual es una carga enorme para ese ser, o de reemplazar a alguien cuya existencia se desconoce, algo así como vivir un destino ajeno al propio. Si a estx nuevx hijx se le pone el nombre que se había destinado al que “se perdió”, el sentimiento de desubicación, de gran peso emocional, de estar cumpliendo un destino ajeno, puede ser mayor. Si en cambio la pareja que está en proceso de duelo se embaraza nuevamente, ese nuevo bebino se gesta en el vientre de una madre afectivamente tomada por el vacío, es decir, sin disposición emocional. Ella está aún conectada con la pérdida, diríamos que con la muerte, y no con la vida que porta este nuevo ser llamado –contradictoriamente– a 24


la vida. Este bebé puede esforzarse enormemente por tomar la vida pese a hallarse en un regazo afectivamente ausente. Puede sobreponerse a este vacío emocional (lo que se llama “resiliencia”) o interrumpir su vida en etapa prenatal o postnatal. Hemos encontrado en nuestra experiencia1 que niños menores de 1 año de vida gestados en el período de duelo materno (por pérdida de un hijo anterior o de un otro ser querido) han fallecido sin diagnóstico o motivo explicable (salvo por “muerte súbita”, que es en el fondo una causa mal definida, y que al analizar en detalle fueron “muertes anunciadas”), por ejemplo por leucemia desde los 3 meses de vida, o por “muerte súbita” a los 2 meses, o por enfermedades metabólicas o trastornos en la ganancia de peso de causa inexplicable. El bebé intrauterino no sólo anida materialmente en el útero sino también existencialmente en su vínculo afectivo con la madre. Está habitando el cuerpo materno, pero está fundido emocionalmente con ella. Si no existe esta fusión emocional, si no arraiga afectivamente, el bebé puede morir. La muerte es un acontecimiento universal de la vida, es la puerta de salida de aquello cuya puerta 1. En el trabajo interdisciplinario del Programa de Calidad de Atención denominado “de Análisis de Mortalidad Materna e Infantil” PAMMeI analizamos los procesos de atención de niños fallecidos antes del año de vida.

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de entrada es el nacimiento. Completa la vida tal como la conocemos. Es un nacimiento a otra forma de existencia que ignoramos. Y nuestra cultura le teme. Tener hijxs es un modo que asegurar nuestra trascendencia más allá de nuestra muerte: aseguramos nuestra “supervivencia” a través de la vida de nuestrxs hijxs (¡menuda tarea para ellxs!) como modo de superar nuestra angustia frente a la única certeza que tenemos todos y todas: la de nuestra propia muerte, de la cual no queremos ni oír hablar. Por eso utilizamos otras palabras para hablar de ella: “perdí un embarazo”, “tuve un HMR” o “el doctor me dijo que tuve un EA”. Sin embargo, la muerte hace lugar a la vida, en el gran círculo de la vida que danza en esta gran casa nuestra que es Gaia, la Tierra Viviente. Y lo que vive está en permanente movimiento de reequilibramiento, de autogeneración (o “autopoiesis” como dicen Maturana y Varela). A la pregunta de “¿por qué se pierde un embarazo?”, la medicina oficial da explicaciones biológicas. - Una es la genética: el huevo o “cigota” que se generó a partir de la unión del espermatozoide y del óvulo tenía una alteración genética incompatible con la vida. Sea por mutación genética o por daños de otro tipo en el material genético (de origen tóxico, radiante, farmacológico o ambiental, o por el deterioro propio de la edad materna pero también paterna), que de todos modos nunca se pueden demostrar. Esto es así 26


porque el material que se expulsa espontáneamente, o bien a través de un “legrado instrumental” (“raspaje uterino”) o aspirado, no suele someterse a estudios genéticos sino solamente de anatomía patológica, es decir de análisis histológicos, que suelen no aportar demasiados datos. - Lo mismo vale para las causas “congénitas” (que “nacen CON unx”) no genéticas, que se supone generan malformaciones incompatibles con la vida. Algunas de éstas (las del “tubo neural”, estructura que da lugar al sistema nervioso central) parecen poder evitarse con un suficiente aporte de ácido fólico desde al menos 3 meses antes de la concepción. La presencia de malformaciones, sin embargo, no puede comprobarse, y agrega a la pareja una dosis suplementaria de angustia y culpabilidad innecesarias. - Otra causa que la medicina esgrime frecuentemente es el “origen desconocido” (o “idiopático”) o “multicausal”. En el fondo no se encuentra una explicación dentro del paradigma de la simplicidad de nuestro modelo médico, que sigue la lógica lineal “causa - efecto”. -Dentro de las “causas maternas” se buscan –entre otras– las alteraciones hormonales en la madre, por ejemplo trastornos tiroideos, y sobre todo una posible insuficiencia del cuerpo lúteo o cuerpo amarillo, un conjunto de células del ovario que fabrican progesterona (pro= a favor de; gesta=embarazo; 27


“ona”=hormona) para sostener transitoriamente el embarazo hasta tanto se termine de formar la placenta, que es la que debe asumir esta tarea desde el tercer mes de embarazo. -El embarazo ectópico (es decir, “fuera del lugar adecuado”) generalmente ocurre en una de las trompas de Falopio. Allí, la mórula se queda anidando, en su camino trunco hacia el interior del útero. Por alguna inflamación, cicatriz de inflamaciones anteriores, obstrucción o compresión externa que ha obstaculizado el pasaje hacia el interior de la matriz, el bebino comienza a desarrollarse en este tubo finito, hasta que en su crecimiento lo rompe. El sangrado interno provoca dolor en la madre y anemia aguda y requiere ser operada de urgencia. La emergencia quirúrgica materna nos hace soslayar la muerte prematura del bebé. En la memoria familiar queda el recuerdo de la operación y de la emergencia, más que del bebé que falleció, así como en el cuerpo materno queda la cicatriz de lo que se recuerda como un hecho médico quirúrgico más que existencial. Cuando se “pierde un embarazo” la medicina habla de aborto. Ella reconoce distintos tipos de abortos, además del provocado. Las ecografías y la anatomía patológica permiten llegar a estos diagnósticos. El “aborto” es definido como la pérdida del embarazo antes del tercer mes de gestación. Por ejemplo: 28


- HMR: huevo muerto y retenido. En este caso se formaron las primeras estructuras primitivas pero dejaron de desarrollarse y quedaron como “congeladas”. La panza de la mamá no crece más y los cambios que ella notaba en su cuerpo y su emocionalidad se detienen. En algún momento, más tarde o más temprano, aparecen dolores de tipo menstruales y una pérdida sanguínea que termina en la expulsión completa o incompleta de los tejidos maternos (endometriales) y filiales (huevo). - Embarazo anembrionado o huevo huero. Huero significa “vacío”. En este caso, el óvulo fecundado migró normalmente a través de la trompa de Falopio al interior del útero durante unos 7 días, en los cuales fue multiplicando sus células. Llega al interior uterino como una pelotita de células llamada “mórula” porque parece el fruto de una mora (o una frambuesa o una murra). La mórula se implanta normalmente en el endometrio (tejido interno del útero), horadándolo para formar su nido (esto a veces produce un pequeño sangrado llamado popularmente “la señal”, es decir que indica que el bebé se está instalando). Cuando las células de la mórula deben reacomodarse para dar lugar a la placa embrionaria en el centro de la pelotita (como una península de tejido primitivo rodeado de líquido amniótico encima y de líquido vitelino por abajo), esta placa no se produce. Sólo 29


están las células de la periferia, destinadas a formar la placenta y los tejidos de protección del bebé. Por eso se dice que no hay embrión. Están solamente los tejidos embrionarios que constituyen la cobertura exterior. Tarde o temprano, pero siempre en los primeros 3 meses, ocurre la pérdida como en el caso anterior. - Embarazo molar. Es una circunstancia muy infrecuente. Aquí el tejido exterior destinado a formar la placenta se degenera, desarrollando un material anormal, con bolitas de contenido líquido, llamado también “mola hidatiforme” o “hidatidiforme”. La madre tiene todos los síntomas de un embarazo muy avanzado, con muchas náuseas, y un crecimiento de su vientre exagerado para el tiempo de embarazo, que puede confundirse con un embarazo gemelar. La cuestión se aclara con una ecografía. Puede tener pérdida de este material anómalo. El bebé no se forma. En muy raras ocasiones, esta mola (que de por sí ya es infrecuente) puede degenerar en un “trofoblastoma”, algo así como un cáncer de placenta. Ambas situaciones requieren controles periódicos posteriores, y luego de un tiempo prudencial es posible buscar un nuevo embarazo. En todas estas situaciones, a veces hay complicaciones hemorrágicas o infecciosas que requieren un legrado evacuador y el uso de antibióticos, y que 30


imprimen al recuerdo su aspecto médico (relacionado con la salud materna) más que el existencial (referido al bebino perdido). Fuera de la visión biológica de la medicina oficial, hay miradas que dan cuenta de un mundo para nosotrxs desconocido. David Chamberlain se ha dedicado en los últimos años a investigar las capacidades sorprendentes y maravillosas de lxs bebinxs, desde su especialidad como psicólogo pre y perinatal. Por eso prestamos atención de un modo diferente a los mensajes que vienen desde el interior del vientre materno, un mundo que hemos olvidado, que nos acunó también a nosotrxs, en un fluido tibio, atemporal y cobijadxs de colores rojizos y sonoridades diversas. Los mensajes de lxs bebinxs llegan a través de los sueños de sus madres y –desde el segundo trimestre del embarazo– de los movimientos que ellas perciben desde dentro y sus papás desde fuera. También el crecimiento del bebé nos da indicios de su bienestar. Observando estos tres “idiomas”, y relacionándolos con lo que le pasa sobre todo a la madre, sabemos que hay situaciones que afectan severamente a lxs bebinxs. Hemos reconocido más de 40 “factores de riesgo” aportados por nuestra experiencia2, que 2. Experiencia del trabajo en un centro de salud de Zapala, Neuquén, desde el dispositivo “GIAER”: grupo interdisciplinario de abordaje de embarazadas de alto riesgo psicosocial y sus familias).

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hemos agrupado con la finalidad de tenerlos en cuenta en cada encuentro con una mujer embarazada y su pareja o su familia. Pero todos estos factores de riesgo se resumen en una sola palabra: miedo. Si esto se combina con el amor incondicional que todx hijx siente por su madre (con quien tiene una fusión emocional absoluta y una obvia dependencia biológica total), el resultado es más que lógico: cuando una situación interna propia de la madre o un tema familiar o social tensiona a la mujer embarazada y la atemoriza, el/a bebinx siente que su presencia en el vientre materno es el motivo de tal tensión. Por un amor ciego esx bebinx es capaz de dar la vida para aliviar a su madre de tanto malestar. Ese amor está presente ontológicamente, más allá de que la madre haya deseado o no a esx hijx, más allá de que haya pensado en abortarlx o haya tenido ideas suicidas. El amor de su hijx es absoluto. Ya que él/ella siente “soy parte de ustedes, vengo de ustedes, sin juicios ni intenciones”, es UNX con su mamá. Y la fuerza del vínculo es más potente que el miedo a la muerte. En casos de bebinxs de más de 5 meses de gestación, hemos comprobado que las tensiones maternas afectan el crecimiento (“RCIU=retardo de crecimiento intrauterino”) y la movilidad del/a bebinx –incluso hasta el punto de sospechar “un FM” (“feto muerto”). A veces esta falta de movimientos se combina con una tensión permanente y sostenida del 32


útero (aumento de tono uterino). Cuando al enterarse de que está embarazada, la mujer se debate en la duda de continuar con el embarazo o interrumpirlo, a veces puede ocurrir un aborto espontáneo. Cuando esto no ocurre, hemos observado que esx hijx sufre a lo largo de sus vidas episodios de angustia en fechas aniversario que coinciden con los días en que la madre estaba gestionando la realización de un aborto, es decir, en que su vida estaba en peligro, y esto cede cuando se comprende el origen del malestar (ver Anne Ancelin Schutzenberger). Como parte de sus descubrimientos, Chamberlain ha observado que es posible que la madre que decide provocarse un aborto pueda consensuar con el bebino su retirada. Si la madre puede conectarse profundamente con su hijx y solicitarle que vuelva en un momento más propicio, es posible que ocurra un “aborto espontáneo”. Hemos podido comprobar en la práctica que es posible el “aborto consensuado” con el/la bebé. Otras explicaciones para que un “embarazo se pierda” son de orden no-biológico, llámese existencial o espiritual. Más allá de las creencias o convicciones acerca de la reencarnación, quienes creen en el modelo de pensamiento científico pueden recabar testimonios de personas que bajo hipnosis recuerdan el momento en que ingresaron a la materialidad de un cuerpo en gestación o coincidentemente con el 33


momento preciso de la concepción (ver Chamberlain, Laura Uplinger, Marcy Axness, Helen Wambach). También hay recuerdos de vivencias prenatales de las más variadas. Si un bebinx de cualquier edad prenatal siente que su presencia perturba al ser más amado, que es el que sostiene su vida con su propio cuerpo, si se siente ignoradx por su madre o rechazadx, es capaz de dejarse morir. Cuando la madre no está afectivamente disponible (como en el caso de un duelo) para acoger al bebinx, éstx lo sabe instantáneamente y puede tomar su propia decisión. En los sistemas familiares, podemos encontrar repeticiones tales como que el primer embarazo de todas las mujeres a lo largo de 4 generaciones se perdió precozmente. O que por varias generaciones todas las mujeres perdieron un embarazo a la misma edad materna. Todos los miembros de la familia son leales a este patrón, hasta que alguien lo hace consciente y puede cambiarlo sin tener que sentir que ha traicionado la pauta familiar transgeneracional. También es posible que el destino de un ser que se gesta sea su muerte prenatal, por alguna razón que no podemos comprender desde la ciencia o desde el restringido paradigma de la simplicidad. Si aceptamos nuestras limitaciones de comprensión y percepción, más allá de la posibilidad de “creer” en el karma, estamos más cerca de aceptar el destino de ese hijo/hija que tomó 34


la vida sólo por un rato, que habitó una pequeña fracción de tiempo dentro nuestro y que con ese habitar transitorio y ultracorto nos modificó. Tal vez haya sido esa su misión. O la de sellar la unión de la pareja para transformarla en familia. No lo sabremos. Finalmente, ninguna explicación racional puede ayudarnos a aplacar el dolor de una pérdida. Por eso, lejos de mortificarnos buscando causas que la razón no podrá hallar, o luchar contra lo que nos pasó, lo sanador es aceptar lo que ES, transitar el dolor, del cual se suele salir fortalecidxs, honrar al ser que fue, guardarlo en nuestros corazones sin pretender retenerlo, sin culpabilizar a nadie, simplemente considerando que forma parte para siempre de la larga red de seres que constituyen nuestro linaje, hacerle su lugar en el río de la vida en el que estamos fluyendo, incluyéndolo. Lo sumamos así al gran flujo de la VIDA en consonancia con ella y sus misterios incomprensibles. Integramos lo vivido en lugar de expulsarlo de nuestros recuerdos o negarlo. Integrar lo que ES nos da fuerza. Negarlo nos oprime y reduce. Al integrar, amamos. Al amar, desaparece el miedo y se da lugar para la plenitud del vivir. “…la familia es un árbol mágico en el interior de cada uno”. Alejandro Jodorowsky 35


Segunda Ronda de Reflexión “LOS NIÑXS del AGUA y su ARBOL FAMILIAR” con Adriana Marcus y Elena de la Aldea Los embarazos perdidos, lxs niñxs del agua, ocupan un lugar en nuestra historia personal pero también en nuestro sistema familiar

Nos encontramos el VIERNES 18 de ABRIL A LAS 16hs. en la CAZONA DE FLORES, MORON 2453, barrio de Flores, Ciudad de Buenos Aires Actividad NO arancelada Además estarán, como siempre, los libros de Ediciones de la Bruja y los de Editorial Madreselva


Los talleres De los primeros dos talleres que ofrecimos, y que se organizaron en la Cazona de Flores en Buenos Aires (en conjunto participaron unas 70 personas), el segundo contó con la presencia de una consteladora. En esa oportunidad no hemos realizado anotaciones que podamos incluir en una “estadística” que sirva para comparar o aportar datos precisos. Por eso sólo aportamos los datos registrados en los 7 encuentros fuera de Buenos Aires. En 7 encuentros realizados posteriormente (uno en Puelo, dos en San Martín de los Andes, uno en Esquel, otro en Bolsón, uno en la Escuela de Parteras Comunitarias en la Tradición Awaike de Villa Gral. Belgrano, Córdoba, y otro en Rincón, Santa Fe) nos reunimos con 124 participantes (un promedio de 17,5 participantes por taller), en los que contamos con la presencia de 10 varones en total, la coordinación de Adriana en todos ellos, y la intervención profesional de consteladoras en 4 de ellos. De las 114 mujeres presentes, una era una adolescente de 13 años. La mayoría había gestado (88 de 114 = 77%), la mayoría había perdido uno o más 37


embarazos (95 de 114 = 83%), la mayoría había nacido de parto natural (52 de 64=81%), la mayoría había parido de parto natural (24 de 45 = 53%) aunque 5 con anestesia peridural (20,8%). Entre todas las participantes sumamos 191 hijxs nacidxs y 149 no nacidxs, así como 317 hermanxs nacidos y 156 no nacidxs (en este último caso es probable el subregistro, ya que no todxs sabemos cuántxs hijxs perdieron nuestras madres). Es cierto que no hemos tomado los mismos datos en todos los talleres, por lo que las conclusiones son simplemente una aproximación de lo que ocurre en la realidad, datos que por otra parte serían muy fáciles de recabar. Teníamos previsto organizar y coordinar más talleres, pero finalmente este proyecto no pudo cumplirse. De todos modos, los resultados nos indican una tendencia: que hay casi tantos hijxs nacidxs como no nacidxs, y que éstos en general son olvidadxs, invisibilizadxs, desconsideradxs por los múltiples motivos y mecanismos de los que habla el texto inicial. Esto muestra que es un tema más importante de lo que en general pensamos. Al finalizar los talleres, invitamos a lxs participantes a enviarnos sus reflexiones, relatos, poemas, dibujos u otros aportes que hayan surgido luego de su participación, a fin de enriquecer este volumen, y a las tres consteladoras que nos acompañaron que aportaran un balance de la actividad: Gabriela Gonzalez y 38


Avelina Amati nos enviaron sus reflexiones, mientras que Elena de la Aldea aportó el epílogo del libro. Incluimos aquí esos relatos, poemas y testimonios que aparecieron como onda expansiva de las reflexiones que se movieron durante los encuentros.

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Los aportes de lxs participantes Hijxs del agua

1. Breves palabras de un eterno momento

Sucedieron días largos… de espera, de esperanzar. Pensaba si algo había hecho mal… si el deseo no alcanzó… Entre sueños llegaban mensajes de paz, pero durante el día se encendía la radio de los miedos… “Crecé bebé, la vida te la paso con amor… tomala por favor…”. Finalmente, luego de despedir a mi niñe de agua… sentí el alivio, se mostraba lo que ES. Para caminar el dolor le escribí poesías y cartas, le lloré y agradecí, le cuestioné y le solté… “Y en ese espacio donde estás, parte de mí ya está, y donde yo estoy, te llevo… y acá, dentro mío, nació un hermoso y sagrado lugar de paz, donde sólo nos encontramos vos y yo”. Y en el silencio de la casa, con el corazón atento y la mente apagada, llegó su mensaje: “Hola mamá… estoy bien en penumbras, con vos cerca y no lejos, mamá… también te veo y suspiro y mis manos y mis ojos ahí están. Creo en vos, mamá, y 41


lo que nos pasó, pasó, y aquí estamos y aún estamos juntxs desde siempre, mamá. Antes de nacer, te vi, me dijiste “allá voy” y yo te espero acá. Acá estoy bien y vos también estarás, con todo y con todos. No hay miedo, no existe el miedo, mamá, acá es el centro, el nido del TODO amor. Y no somos grandes ni chiquitos, no hay más que hoy, mamá. Te va a gustar, y sí late mi corazón, mamá, porque en vos estoy vivo y viviré al fin. Es simple mamá, que tus tiempos no te asusten, muy pronto nos volveremos a ver, en el camino hay luz y las ganas te traen… Acá estoy para siempre, juntos y en silencio se escucha mejor tu voz del alma, que es suave, y estoy bien. Vos lo sabés, en vos me ves”. Luego, abrazos, mujeres, rituales, silencios, limpiezas de útero con hermanas plantas, confianza, palabras, silencios, fortaleza, reconciliación, silencios, lágrimas, preguntas, silencios… y volver a confiar. Al fin, creo que confiar es amar. Bernarda, Zapala

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2. Pichikeche

... encarno el arquetipo de la madre; La intención, los ojos del alma miran brazos que dan calor dan amor miran con sonrisa plácida y segura. De pronto las preguntas (también arquetípicas) tropiezan con vos y caen en un vacío tan presentido Ya no hay dudas Sólo el newen de la vida toma para sí la alegría de surgir, de crear eternamente.

Florencia Nobre, San Martín de los Andes

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3. Matthias La muerte de Matthias ocurrió en Alemania. Mi ginecóloga de ese momento me recomendó una clínica que estaba preparada para atender estos casos, y allí fuimos para parir a nuestro hijo muerto. En esa clínica, nos atendieron muy bien, nos dieron folletos y un montón de herramientas para transitar esos momentostan tristes. Todo el personal de esa clínica hizo un curso especial con una Asociación de Padres Huérfanos, que asesoran a médicos, enfermeros, familiares, etc. (Evangelisches Diakoniekrankenhaus, en Freiburg am Main). Ellos también nos recomendaron una casa de sepelios, dirigida por una trabajadora social, que también supieron acompañarnos y aconsejarnos con mucho amor, respeto y de acuerdo a nuestras necesidades. Kiara, mi hija, vivió todo el embarazo cantando y mimando todas las noches a su hermanito, junto con el padre. También vivió todo el proceso de la despedida, sabiendo claramente lo que había pasado y participó de la despedida, construyendo con nosotros el cajón, pintando dibujos, etc. (lo único que no dejamos es que lo viera, ya que venía de la autopsia y además ya tenía 7 días de fallecido en la panza, cuando lo corroboramos con la ecografía. La imagen era muy 44


fuerte, pero existen fotos para que Kiara, si quiere, cuando sea grande pueda verlo). Si bien fue muy triste, creo que nos ayudó a todos a transitar todo de una manera muy sana y como “parte de la vida”. Considero que la muerte es un proceso más que nos toca vivir, y que yo tomé la muerte de Matthias como que esa almita vino a compartir con nosotros esos 8 meses de amor que le dimos, y luego tuvo que partir a continuar su camino quien sabe cómo... Es lo que pude armar en mi cabeza y mi alma, para acompañar mi dolor. Karim, de Trevelin.

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4. Vicente

Querida Adriana, participé del encuentro que hicimos sobre los bebés del agua en Esquel y desde ese entonces he querido mandarte el texto que escribí cuando perdí mi primer embarazo. Se ve que había un costado mío que todavía no estaba listo, porque ya ha pasado un tiempo desde ese encuentro, pero acá estoy. Con ganas de compartir estas palabras. Cuando lo escribí, me hizo bien volver al inicio, recordar lo hermoso también. Espero que sea útil y, fundamentalmente, que pueda servir a otras mujeres que pasan por una situación similar. Te mando un abrazo, Clara

Algún día tenía que empezar a escribirlo, pero ninguno era el indicado. Cada vez que lo pensaba, por una razón u otra desistía. Hoy, en horario de almuerzo, en lugar de prepararlo me siento a volcar en esta hoja todo lo vivido y todo el presente de una mujer que pierde un hijo en gestación – o un bebino (bebé intrauterino). Quizás me venza el “hambre”, pero el puntapié inicial está dado, las primeras palabras, las más difíciles, están pronunciadas. Esta es la historia 46


de mis últimos meses. Hoy estaría embarazada de casi 6, de mi primer hijo, Vicente. ¿Cómo se empieza un relato de pérdida? ¿Se empieza por el final? O tal vez por el principio, por el día en que decidimos tener un hijo, por los meses que nos tomó, por el día que supimos que seríamos tres. Todo ese tiempo fue tiempo de felicidad y expansión, de inquietud y miedos, de incertidumbre, de exaltación. Y el contraste de ese momento con la profunda tristeza que trajo la muerte es lo que hoy me impulsa a escribir. Quizás no sea el contraste, quizás sea la sumatoria de esas emociones: la alegría, el estado de felicidad más grande que sentí nunca y la tristeza más honda, de esas que nos dejan, realmente, sin palabras por algunos días, semanas. Allá por junio sospechábamos, porque tenía un atraso, pero ser una mujer “irregular” tiene esas cosas: el cocktail de ganas e irregularidad me hacían pensar que me estaba haciendo falsas ilusiones. Entonces esperamos un tiempo más antes de hacer el test. Hasta que no aguantamos: lo hicimos la misma noche que lo compramos. Fuimos a tomar mate a lo del vecino y a aguantarse 3 horas, ya que teníamos el instrumento de medición, no podíamos demorar la noticia. Y ahí mismo, en menos de un minuto, supimos que la vida entera nos cambiaba, que estaba cambiando y que íbamos a ser padres. Él y yo, de repente, éramos los adultos responsables. Y ahí sí, exaltación exaltación exaltación. 47


Abrazos y alegría. Pero de repente te baja la presión porque es mucho, es todo: es un hijo que crece adentro tuyo y es una vida que cambia dos vidas. Entonces nos sentamos y lloramos de felicidad y de miedo. Lloramos porque no sabíamos si realmente estábamos listos, pero ¿quién está realmente listo? Nos abrazamos y sabíamos que íbamos a estar bien porque estábamos juntos y porque íbamos a ser tres y no había nada más. Entonces cumplí 31 años y ese era el regalo más lindo. El saber permanentemente que esa vida estaba latiendo y que crecía cada día. Y en las noches leía los libros sobre embarazo y lo veía, sabía exactamente lo que estaba pasando en mi útero, que los ojos estaban listos, que la columna, de a poco el cuello, los brazos y piernas y dedos. Y mi compañero cumplió 35 pocas semanas después y cenamos con amigos del alma y por fin lo contamos por primera vez, y llegaron los abrazos y las lágrimas de nuevo, un nuevo participante de la vida de aventura que llevamos los seis en la Patagonia argentina. Sí que hay mareos, días de mucho malestar, muchísima saliva en la boca permanentemente, ascos y ganas de comer aceitunas. Y las cosas van cambiando, el cuerpo de a poquito, casi imperceptible, pero se lo ve creciendo, se lo siente moviéndose, dando lugar, preparando la casa para los próximos 8 meses. Y en la semana 7 nos hacemos la primera ecografía que nos muestra el corazón galopante de ese bebino 48


y nos dicen que está todo bien, que podemos contar, que todo va para adelante. Y entonces se enteran los abuelos, los tíos, incluso las bisabuelas. Y llegan los consejos, los cuidados. Y ya desde esa semana, la semana 7, empieza a haber un pequeño sangrado. Primero, se cree, son hongos. Luego, el cuello del útero inflamado que pierde sangre. Cada vez más sangre, más óvulos para resolverlo, y nada que detenga la sangre. Hasta que un día, en la semana 11 o 12, hubo más sangre de lo normal. Y yo tenía fiebre. Y la ginecóloga que nos decía que nada tenía que ver con el embarazo, que fuéramos al médico clínico. Nosotros, muertos de miedo, inexpertos, nos sentíamos solos. Pensábamos que esa misma noche perderíamos el embarazo, lloramos toda la noche, dormimos poco, yo hacía días que apenas me levantaba de la cama. No comía y dormía mucho. Al día siguiente del gran sangrado fuimos al médico para que nos hiciera una ecografía. Y el bebé estaba perfecto. La fiebre se me había pasado, era jueves, y lo vimos dando vueltas, parecía que flotaba en el espacio como un astronauta. Lo vimos mover los brazos y las piernas. Fue un alivio inmenso. No podíamos saber que exactamente una semana más tarde ese mismo bebino iba a morir. Todo parecía estar perfecto. Salvo por la sangre, que continuaba, pero que, todos acordaban, no tenía nada que ver con el embarazo. Era algo raro, pero que no afectaba en nada. 49


A los pocos días volvió la fiebre y decidimos viajar a Buenos Aires. Tuvimos que ir a Bariloche, porque el día que queríamos viajar había paro de pilotos de Aerolíneas Argentinas – y en Bariloche habían vuelos de LAN. Viajamos hasta allá, yo iba acostada y lloraba. Ya estábamos rozando la semana 13, y la fantasía de que al cruzar ese umbral nada podía pasar estaba presente, corríamos una carrera. Pero el sangrado se hizo un poco más leve ese día, motivo por el cual tuvimos esperanza de que todo estuviera pasando. Llegamos a Buenos Aires después de las 21, motivo por el cual esperamos hasta el día siguiente para ir al médico. Mi compañero quería ir a una guardia, pero yo estaba cansada de explicar sobre el sangrado, estaba cansada de perder sangre, estaba cansada de tanto manoseo y de las crecientes inquietudes y opiniones. La mañana después, el médico nos dijo que todo parecía estar bien. Me sacó un pedazo de la herida en el cuello del útero para mandar a analizar. Vimos al bebé, nos dijo que estaba bien, y nosotros callamos. Cada uno, en su interior, vio que el bebé no se movía como se había movido 5 días antes. Pero queríamos creer que si el médico decía que todo estaba bien era porque estaba bien. Al día siguiente tenía que hacerme la ecografía de las 12 semanas, porque ya estaba en la semana 13. Fuimos, y después de un rato, la especialista en imágenes nos dijo que no podía hacer las mediciones porque había muy poco líquido en la 50


bolsa. Que el bebé se movía muy poquito. Que a veces pasa, que tenía que descansar y no preocuparme. Volvimos a casa, me metí en la cama, de nuevo. Horizontal era la posición permanente para mí hacía días. Quería ser optimista, quería que se llenara de líquido la bolsa, quería que mi bebé estuviera bien. Esa noche me desperté a las 5am con un dolor punzante en el bajo vientre. Hice pis y regresé a la cama. Por la mañana volvimos al médico para que me siguieran haciendo las curaciones en la herida del cuello del útero (que todavía no sabíamos qué era). Le pedí si podía hacerme una ecografía porque me había quedado preocupada por el poco líquido amniótico. La hizo, ya no había movimiento, no se encontraba el latido, no se veía que hubiera líquido. Fuimos a hacernos una ecografía de emergencia a una clínica y ya todo empezaba a parecer un mal sueño. Ya desde ese momento empecé a sentir que estaba afuera de mi cuerpo, como si me viera a mi misma sentada en el auto, llorando, entendiendo que me estaba pasando lo que pensaba que nunca me pasaría. Porque uno nunca imagina que esto pueda pasarle. Todos dicen “es muy normal”, pero que seamos parte del porcentaje está por fuera de nuestras expectativas. Somos jóvenes, somos sanos, no puede ser. Había un mínimo brillo de esperanza – por algo nos mandaban a la clínica. Necesitaban confirmarlo, o desmentirlo. Pero pronto lo confirmaron y yo dejé de ser madre, y dejé 51


de tener ese sueño y el proyecto de tres que habíamos cuidado tanto por todas esas semanas. Tuve miedo de haber sido negligente, de haber podido hacer más. Me enojé con la naturaleza por hacernos tan efímeros, con todos los que intentaban darle una explicación a algo que para mi simplemente era lo peor que me podía estar pasando y que simplemente era eso, lo indecible, lo incomprensible, lo imposible. Y ahí fue volver al consultorio para empezar a hablar del procedimiento de raspaje. De limpiarme de todo lo muerto que quedaba adentro. Le daríamos unos días para que el cuerpo lo expulsara solo. Mi cuerpo lo hizo, ese domingo por la madrugada. Después de una pérdida enorme, lo que uno cree es que va a tener paz, que va a tener tiempo de procesar solo, con la pareja, en silencio o hablando, pero en paz, sin más preocupaciones que sanar esa herida aun abierta. Pero hay que hacerse estudios, investigar por qué pasó lo que pasó, que no vuelva a repetirse. Y ahí entra la prepaga diciendo que no quiere cubrir algunos estudios, que hace falta un permiso que tarda 72 horas y a mí me quedaban 48. E ir al hematólogo, que me saque sangre (más sangre), me diga que estoy anémica, me pregunte si estuve embarazada, que me haga más estudios. Que al volver me vuelva a preguntar lo mismo: si alguna vez estuve embarazada. Volver a contarle todo y que me diga que perdí el embarazo porque tengo trombofilia. Y 52


no, porque hace unos días habíamos escuchado de anatomía patológica y el embarazo se había detenido porque la placenta se había infectado, la bolsa se había roto y el bebé, finalmente, muerto. Nada que ver con trombofilia. Más estudios, más sangre. Y volver un mes más tarde. Las mismas preguntas ¿estuviste embarazada alguna vez? Y yo con ganas de decirle, “señor, tiene todo escrito, léalo por favor”. Pero no lo digo, le vuelvo a contar todo como corderito manso. Y de nuevo, es que tenés trombofilia. En tu próximo embarazo tenés dos opciones: te inyectás heparina en la panza durante todo el embarazo o probás: si lo perdés, para la siguiente vez, ya sabés. Ah, ok. Después, en la parte de hablar sobre mi anemia me pregunta si tengo diarrea. Y yo ya sé por dónde viene su pregunta y le digo que a veces, como todo el mundo. Y él, “quizás tenés celiaquismo”. Y yo:”señor, ya me estudió eso y dio negativo”. “A ver… Ah, sí.” Bueno, chau, no vuelvo más. Y por esas cosas de la vida uno va a otro hematólogo – la obstetra de Esquel me había recomendado a una gran hematóloga allá en el sur y dije “por qué no”. Fui, llevé mis estudios de trombofilia. Y ella: “este estudio es obsoleto – no determina en lo más mínimo que tenés trombofilia”. Y sigue: “si yo te receto heparina por esto, vos a los tres meses vas a estar podrida de inyectarte y no tiene sentido que te inyectes por algo probable. Andá a la Academia Nacional de Medicina y 53


que ahí te estudien”. Más sangre. Pero me reafirman lo que la segunda hematóloga: los estudios que me había hecho el primer hematólogo no eran concluyentes de nada. Y la hematóloga “jefa” me dice: “la angustia que te generaron por este estudio fue y es totalmente gratuita. Lo más probable es que no tengas nada: tu primer embarazo fue perdido por una causa totalmente ajena a la sangre. Andá a hablar con tu ginecólogo”. Ok. Y sigo dando vueltas como calesita, más contenta, más optimista, pero medio podrida de seguir buscando el mínimo detalle. Como dijo la hematóloga: si uno busca cositas, encuentra. Lo que no hay que hacer es diagnosticar algo mirando sólo un resultado, hay que entender el contexto. Los dos o tres días que viví con un embarazo detenido, esperando que el cuerpo lo expulsara naturalmente, fueron surrealistas. El cuerpo seguía teniendo las formas de ese embarazo incipiente, pero esperábamos. Yo intentaba no pensar mucho en lo que venía porque tenía miedo, vértigo. Juntar todo lo que salía cuando el cuerpo empezara a expulsar para después estudiarlo, el raspaje… ¿habría dolor? ¿Qué tamaño tendría el bebino? ¿lo sentiría al salir? Sí, chiquito, pero sí. Y sentiría mucho, mucho dolor. Como me dijo la médica que me hizo el raspaje: “estás atravesando un mini parto.” Y entre contracción y contracción, pensaba: si una sabe que después de este dolor llega el bebé, se aguanta. Así, no. 54


La cuestión es que mi cuerpo empezó a expulsar un domingo a la madrugada. Hice pis, muy inocentemente, y lo sentí. Algo pasó. Lo llamé a mi compañero y, como habíamos convenido, me senté en el bidet para que, lo que saliera, fuera más fácil de agarrar y guardar en alcohol. La conversación previa había sido que él era impresionable, yo superpoderosa me haría cargo de expulsar todo y agarrarlo y guardarlo. Ningún problema. Salvo la realidad: algo salió, entre mucha sangre. Y yo miré y me empecé a sentir muy mal, me bajó la presión de golpe y se lo dije a él, que me sostuvo hasta que volví. Él dice que me desmayé por un instante. Y en ese instante salió otra cosa, algo que sentí y que Tom supo de inmediato, era el bebino – estaba pegado a un cordoncito. Para ese momento yo estaba sentada en el piso del baño, recuperándome. Estábamos en casa de mis padres, que llegaron de su habitación, trayéndome gaseosa para levantar la presión. (A todo esto, me habían dicho que hiciera un ayuno de 8 horas antes del raspaje – pero me importó muy poco en ese momento). Y entre mamá y Tom vieron que lo que había salido era el bebino y lo guardaron. Y así seguimos un rato, yo en el baño, expulsando, queriendo acostarme en la cama y dormirme; mis padres vistiéndose para acompañarnos a la clínica; mi compañero hablando con la médica que nos dijo que fuéramos yendo a la clínica para hacernos una ecografía y ver si el raspaje era indispensable. 55


Toda la sangre que perdí ese día me parece imposible. Y el dolor físico que sentí. La tristeza que sentí. Fuimos al ecografista y yo chorreaba y le pedía perdón entre lágrimas: le estaba ensuciando todo el piso, la camilla, todo. Había que hacer raspaje porque todavía quedaba mucho adentro: en un embarazo de 3 meses es normal, porque la placenta ya está crecida y muy adherida. Me mandaron a hacer un estudio de sangre – no sé de qué tipo, pero para ese momento ya tenía contracciones muy dolorosas. Y los médicos estaban haciendo rondas por la clínica, había que esperar. Tuve que ir al baño y seguí expulsando y mi compañero siguió juntando. Y así esperamos, hasta que una médica se apiadó de mí, me llevó en silla de ruedas y me acostaron en una camilla de la guardia. La miré a la enfermera que estaba por ponerme suero y no sé qué más, y llorando, atravesando la peor contracción que había sentido hasta el momento, le dije que me dolía. Nunca me voy a olvidar la cara de la enfermera, porque sentí que me entendía, que le hablaba del dolor físico y el profundo que tenía en el alma. Al ratito el dolor fue menguando y con mi compañero queríamos dormir un rato. Cerramos los ojos y llegó la médica que me haría el procedimiento. Rapidito me cambiaron, me saqué todos los aros y fuimos al quirófano. Mi compañero me despidió en la puerta mientras una enfermera grande me retaba por la gaseosa que me había tomado, y la médica que me iba 56


a hacer el raspaje me ponía caras sin que la enferma viera, diciéndome sin hablar: “ignorala a esta vieja loca”. Tom lloraba y yo quería llorar, pero no quería que se quedara con esa imagen de mi, yéndome. Nunca antes había estado en una camilla, nunca antes me habían llevado de un lado a otro así, nunca había estado en un quirófano, con tanta gente circulando. El anestesista me dijo que me iba a dar un relajante mientras me ponían en posición. Los estribos estaban fríos. Miré las luces de arriba y me quedé dormida. Y después fue aclimatarse. El cuerpo volviendo (muy despacio, demasiado despacio) al nuevo estado. Fue volver a dormir boca abajo muy de a poco (en esos tres meses, aunque sin panza, había habido algo en el orden de las náuseas y mareos que me había pedido a gritos que duerma de costado), el pelo se me empezó a caer normalmente de nuevo (no porque se me caiga particularmente, pero durante el embarazo no se me caía ni uno), fue empezar a soltar la idea de embarazo. Me costaba mucho aceptarlo, entenderlo, internalizarlo. Caminaba por la calle y quería estar embarazada. El médico me dijo: tomate tres meses antes de buscar otro bebé. Y yo pensé en lo aleatorio del número. Y también pensé que emocionalmente tal vez me llevaría más que tres. Y durante esos tres meses fue sentirme extrañadísima con mi propio cuerpo, fue sentir mucha tristeza en cada menstruación, como la confirmación de lo que no era más. Fue volver a mi rutina de a poco, 57


salir de la cueva y encontrarme con gente, incluso con los que sabían que estaba embarazada y enfrentarlo, poder decir lo que ya no era. Y a los tres meses, poquito antes de cumplir esos tres meses, fue que sentí que mi cuerpo realmente estaba de vuelta en “su lugar”. Como si tres hubiera sido la cifra mágica, un cálculo perfecto de la naturaleza. A los tres estaba físicamente bien, pero sobre todo, me siento emocionalmente mejor. No sé si lista, pero aceptando y enfrentando todo lo que vivimos, todo lo que perdimos. Y pudiendo apreciar todo lo ganado también. Hay una compañera que hoy está embarazada de casi las mismas semanas que yo. Que temía mucho volver a ver. Ahora la veo más o menos regularmente. No voy a decir que no me afecta en nada: veo su panza e imagino lo que hubiera sido la mía. Pero pude separarme de ese pensamiento y estar contenta por ella. Pude preguntarle por su bebé y tocarle la panza, decirle que estaba hermosa. Y me pone un poco triste pensar que yo podría estar de 7 meses hoy y que no lo estoy. Pero estos 7 meses fueron de alegría y tristeza, aprendizaje de vida y muerte, el develar una nueva faceta en la pareja, descubrirme mucho más fuerte de lo que creía, no caer en el lugar de víctima y tratar de convertir el momento más triste en algo que pueda hacerme crecer. El ejercicio de mantener la vida es difícil, y hoy lo es más que antes. Se moría un arbolito del bosque y 58


era una pena. Hoy siento que se mueren de sed. Que se mueran los gatitos porque la madre no tiene leche me llena de tristeza, y me levanto todas las veces que haga falta para que viva el que queda. Y pensar en tener otro bebé es una gran ilusión, pero da un miedo lleno de vértigo. Un miedo que no me imaginé que tendría porque pensaba: lo peor ya pasó. ¿Qué posibilidades hay de que vuelva a pasar? Las hay, y esa es la peor perspectiva. Puede pasar. Así como se perdió el primero sé que se puede perder el segundo. Sería tener mucha mala suerte de nuevo, lo sé. No hay nada físico, nada genético, nada de nada que aumente las posibilidades de muerte, pero si pasó una vez, podría volver a pasar. No estoy lista, quién estaría listo para algo así. Es dar un salto de fe. Pero concebir a un bebé con tantos miedos no puede ser bueno. ¿Cómo se hace para perder el miedo?, pregunto. Y pasa el tiempo, uno cree que ya está listo, que lo pasado es pasado, que está bien procesado y que empieza un nuevo ciclo. Y entonces se intenta buscar el embarazo y cada mes que llega la menstruación es una tristeza. Y tu compañero que te dice “es una alegría porque es el signo de que podemos quedar embarazados en el futuro”, pero no hay nada que consuele. Y de los primeros pensamientos que se tienen es ese bebé que se perdió. Que ahora estaría en el mes 8. Y después, al mes siguiente, un atraso, mucha emoción, un test de embarazo que da negativo. Y la menstruación 59


que llega con mucha más tristeza, un poco de bronca. Y a los cinco minutos un primo que te cuenta, con mucha alegría, que está esperando su primer hijo, que está de 9 semanas, que van a ser papás. Y te ponés contenta, y te ponés de la cabeza. Y llorás y pensás que en poquitos días te hubiera tocado parir, que por qué vos no y ellos sí. Y después la culpa que te carcome por sentir esa envidia y no sentir SOLAMENTE felicidad por ellos. ¿Por qué es todo autorreferencial cuando se trata de embarazos? Me respondo, tentativamente, que es porque es una búsqueda que empezó hace un año, que fue interrumpida del peor modo, que fue tocar el cielo con las manos y después aterrizar con un golpe brutal. Entonces, todo lo que ronda los embarazos, ronda el embarazo propio que no pudo ser. Quizás. Y después, de a poquito, se acerca esa fecha que te habían dado para el parto, 23 de febrero. Y de nuevo, pensás que estás fuerte, que ya no te pesa, que está todo procesado y curado. Pero el 22 te agarra un tremendo dolor de cabeza y un dolor en la boca del estómago, como un grito que te recuerda que todavía hay un tema SIN digerir. Y el dolor es como un espasmo, un espasmo de diafragma o algo así, que no se te va comiendo ni dejando de comer. Y dura todo el 22 y el 23. Y pensás en lo jodida que es la mente, intentás aceptarlo, hacer la plancha, dejar que pase ese dolor que no es parto y sigue siendo tristeza. Y pasa, como todo, pasa. Y al día siguiente te enterás de que 60


la prima de tu compañero está embarazada y volvés a decir que no querés ser autorreferencial, pero… Y te vuelve un poquito la tristeza. Y tu compañero te dice que ahora no se entiende, pero en el futuro todo tiene una razón, todo es como tiene que ser. Y lo sabés, lo sabés profundamente, pero no podés evitar sentir todo lo otro. Y en chiste le comentás a una amiga que preferirías que nadie más se embarace por tiempo indeterminado. Y como un chiste del universo, el arquitecto que te diseña la casa te cuenta que va a ser papá. Y así sigue, y uno se va poniendo más fuerte porque ya no impacta tanto, porque en el ejercicio uno se da cuenta de que la vida del otro es eso, y de que la vida propia es ésta, con sus altibajos. Intentar mantenerse lúcido y tranquilo. Sostener la convicción de que habrá otro hijo, cuando tenga que llegar. Sin apurar, sin angustiar, sin depositar en él lo que no le corresponde. Intentar descubrir la misma paz que se tuvo en la búsqueda del primer bebé, un año atrás. Clara, Esquel

Hola Adriana, te escribo nuevamente porque me pareció interesante la sincronicidad: en el momento que te mandaba el texto de la pérdida de mi bebé (un año después de perderlo), estaba, sin saberlo, recién embarazada. Ahora estoy de casi 16 semanas y todo parece ir muy 61


bien. Transitando y combatiendo miedos que tienen que ver con el pasado, pero sobre todo viviendo este embarazo de un modo muy distinto al anterior, con más liviandad en relación al embarazo en sí. No sé si se entiende lo que quiero decir... En fin. Espero que el texto te haya servido. Y cualquier cosa con la que te pueda ayudar, bienvenida. Te mando un gran abrazo, Clara

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5. La breve existencia de Pedro

Hola Vero!!! Que lindo recibir tu mensaje!! Gracias por sentir incluirme! Me encantaría poder participar y de alguna forma así transmitir lo que me pasó y ayudar a otras personas que pasan por esa experiencia . El duelo gestacional está siempre… es algo cíclico y ese libro que me pasaste me ayudó mucho… tiene comienzo y creo que nunca acaba. Te cuento que el año pasado me volvió a acontecer, igual. La parte más consoladora es que fue en casa y sin pasar por toda la horrible situación burocrática que vino después para sacar el cuerpito del hospital. Me gustaría contarte un día cómo fue, que fue algo muy especial también. Contá conmigo por entero para este proyecto. Lo que precises preguntar o pedirme que te cuente, aquí estoy para compartir mi historia… o mis historias. Gracias !! Beso enorme. Parí a mi bebito de 16 semanas y días, un día y medio después de romper bolsa. 15 centímetros de puro amor. Todavía respiró un poquito sobre mi mano cuando salió,... no tengo muchas palabras para descifrar lo que siento. Dadas las circunstancias y el 63


pronóstico que había, fue lo más hermoso que nos pasó a los dos. Con la suerte de haber estado sola en el cuarto de la clínica y en la mayor intimidad. Me respetaron, después de que los llamé para venir al cuarto, cuando les dije que no me lo saquen y que me quedaría con él ahí, todavía unido a mi útero a través del cordón, hasta que la placenta saliera sola. Pero no salió y una hora después me hicieron el raspaje. También les dije que no quería que lo descarten, que quería llevármelo para enterrarlo. Si no les cuestionaba eso, mientras me hacían el raspaje, yo anestesiada, lo hubiesen tirado a la basura…, nunca me preguntaron qué quería hacer con él. Así se manejan… Pedro iba a ser su nombre, y todavía lo es. Estaba perfecto, desde la cabecita hasta los pies. Con una fuerza increíble. Con unas ganas de vivir inmensas, y me dio el regalo más lindo que ya tuve. Me cuesta llamar a eso que me sucedió “aborto espontáneo”. Pedro nació, lo tuve en mis manos, suspiró unos segundos, lo vi en persona, la imagen que me queda de mi hijo no es una imagen de ultrasonido, impersonal, la imagen de un “feto” sin señales de vida en una bolsa sin liquido. No. El último recuerdo de Pedro es su cuerpito a medio camino de entrar en este mundo. Por unos segundos, hasta que se enfrió, sentí su calorcito. Tengo grabada en mi mente su imagen perfecta, sus manitos con uñitas, su naricita, cada pedacito de su cuerpo. 64


Ahora estoy muy triste… ahora el vacío es enorme. Y solamente el tiempo es lo que sana todas estas cosas. Estoy en reposo, con algunas pérdidas y un poco de dolor, cólicos… hasta que mi útero vuelva a su tamaño normal. Gracias por haberte preocupado, Melina me dijo que querías ir a la clínica. Y bueno, por eso también quería compartirte lo que me sucedió. Te mando un abrazo grande! Pilar Herrero desde Brasil

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6. Nazarena Hola Adriana, yo participé del Taller “Niños del Agua” en San Martín de los Andes, en mayo de 2015. Soy Mercedes, me siento agradecida de haber compartido el espacio y las vivencias que circularon. Te mando mi aporte, para lo que sirva, de lo que fue mi experiencia con mi primera hija, “Nazarena”. Ocupá mi relato para lo que creas que sirva. Darme hoy la posibilidad de escribir es fabuloso y sanador. Si a alguien le ayuda, sería hermoso. Año 2006, embarazada de mi primer hija, con muchas ganas de recibirla. Junto a su papá recorrimos el camino de un embarazo sin complicaciones, todo hermoso y desconocido… Sentirme capaz de engendrar vida, de presenciar los cambios en mi cuerpo y gozar de la compañía de un ser en mi interior, fue algo maravilloso. Llegando a cumplir las 40 semanas y con la beba ubicada en el canal para nacer… no pasaba nada… Contracciones aisladas, sin dolores. Último control prenatal, ecografía un lunes… una doctora del hospital de mi pueblo me dice: –“esta beba está lista para nacer, tiene muy buen peso, no dejes pasar más tiem66


po. Por mi debería nacer hoy. ¿Cuándo ves al ginecólogo?” Yo respondo que esa misma tarde tenía control. Asisto al control, el ginecólogo nos revisa, me hace tacto del cuello del útero y dice: –“Esto está muy inmaduro… es mejor esperar el proceso natural de tu cuerpo, que esté preparado para el nacimiento. No hay apuro, esperemos una semana más. Si no se desencadena solo el parto, te venís a internar el próximo lunes y lo inducimos.” Salí del control confundida, ¿debe nacer hoy?... ¿mejor esperar?.... Conversamos con el papá y decidimos mejor esperar. Luego de una semana, sin cambios, vamos por guardia a internarnos para inducir el parto. 8 de la mañana, medicación intravenosa…. Comencé a dilatar… sin dolor, sin muchas contracciones. Pasó el día y nada… caminé por todos los pasillos del hospital por recomendación de mi madre y de las enfermeras. Nada. Me rompen la bolsa tipo 23 hs, porque ya mi dilatación era de 8 cm… 00 hs y nada, practiqué un par de pujos,… según el doctor estaba bien hecha la fuerza… nada. De vez en cuando monitoreaban al bebé. 1:30 de la mañana, el mismo doctor decide hacer una cesárea. Entramos a quirófano, y no puedo explicar la sensación de tristeza que sentí en ese momento. Complicaciones para ponerme la anestesia… mis venas no resistían los sueros y me pincharon muuuchas veces…. Sentí frío y desolación. Algo totalmente inesperado presentía. 67


Cesárea hecha, “limpia” dijo el doctor. La bebé nace con Apgar bajo, no me la muestran y la llevan directo a otra sala. Luego me trasladan a una habitación del hospital, me dejan allí con las luces apagadas…. Me dicen que la bebé está en otra sala recibiendo oxígeno… me dan algún sedante. Tengo recuerdos cortados de ese momento, familiares que se paraban cerca de mi cama… sin hablar…. Así transcurre la noche… en silencio, silencio que esconde el dolor de la pérdida. En algún momento se acerca el papá de la bebé, me dice que Nazarena tenía problemas para respirar… que le estaban dando oxígeno. Que me quede tranquila, yo insistía en que quería verla… “no te podés mover”, dijo el doctor. Yo te aviso cualquier cosa. Ya de madrugada escucho muy a lo lejos, como entre sueños, a una mujer pidiendo un vuelo sanitario, que la bebé estaba muy grave, que el avión se pedía por justificadas razones..., con un tono de voz muy fuerte y angustiante. Yo no me percaté que de quien hablaban era de mi hija. Me despiertan a las 8 de la mañana, el doctor sentado al borde de mi cama. Me explica que mi hija falleció hace una hora aproximadamente, que sospechan de una malformación cardíaca. Que necesitan de la autorización de los padres para solicitar una autopsia y así saber qué fue lo que pasó. Autorizamos la autopsia. Me preguntan si quiero ver a mi hija. No puedo explicar la indignación que sentí en ese momento, pensé que era un mal sueño. 68


¡Claro que quiero verla! ¡Estoy esperando desde que me hicieron la cesárea para verla! ….. Me traen a mi pequeña. Mirarla, acariciarla, no comprender nada, desear que fuera un delirio, y un llanto que se convierte en río doloroso durante mucho tiempo. El avión que solicitaron a la madrugada llega a mi pueblo una hora después de la muerte de mi hija. ¡Qué impotencia con el sistema de salud, con la burocracia, con que, como fue hija de un nadie, no tiene los mismos derechos que otra gente más adinerada o conocida! Firmamos los papeles autorizando la autopsia, y nos dicen que se tardaría un mes para saber los resultados. Fue un mes interminable…. De ojos hinchados, calientes. De hemorragias, de pastillas, de fajas para la cesárea y para mis pechos, “llenos de leche”. De dudas…. De incomprensión y de profunda tristeza. Salir del hospital, con un bolso preparado intacto… pañales, ropita… haciendo el camino al revés, hacia casa, pero ahora “VACÍA”…. Sin mi hija, y sin mí. Volví a los 5 días al hospital, para que me controlen la cicatrización de la cesárea. En ese momento, en mi pueblo, pequeño pueblo, el hospital contaba con 3 ginecólogos, con quienes ibas haciendo los controles de rutina. Al momento del parto, te atendía el que estaba de guardia… el oftalmólogo, el pediatra, el traumatólogo, o , si tenías suerte, el ginecólogo. El ginecólogo que me controla la herida, me pregunta: 69


– “¿cómo está la bebé?”... yo no pude articular palabra alguna, el papá de Nazarena balbuceó…_”¿Usted no sabe lo que pasó?” El médico puso cara de “trágame tierra” y salió del consultorio a preguntar efectivamente qué había pasado…. Vuelve a los minutos… con la cara blanca y pidiendo disculpas. ¿Acaso la muerte de un bebé no es tema relevante de comunicarse entre los ginecólogos por lo menos?! Una vergüenza en este aspecto el sistema de salud deshumanizado a este extremo. Puedo asegurar que en mi pueblo, en ese momento, no nacían más de 3 bebés a la semana. No entendíamos por qué, si las ecografías y todos los estudios prenatales habían salido bien, ahora pasaba esto. Viajamos hasta la capital de la provincia a buscar los resultados, que leí apenas crucé y cerré la puerta del instituto. En la vereda, sentada en un nicho de gas, leo los resultados del informe. “Beba normal, de 4,200 kg. Postérmino, estructuras de todos los órganos normal. Muere por sepsis de neumonía, aspiración de líquido meconial como resultado de sufrimiento fetal intrauterino.” Juro que no entendía nada, beba normal, ¿cómo pasó esto? ¿Se podía evitar este final si me hacían la cesárea antes……?¡¡¡ Y yo cómo no me dí cuenta!!! ¡¡¡Cómo no le dije al médico!! ¡Por qué decidí esperar!!! Me invaden millones de preguntas sin respuestas… Después de ese terrible momento, casi al año, me separé del papá de Nazarena, cada uno transitando 70


por momentos distintos, chocando con reclamos… con incomprensiones, sin poder sostener una pareja vinculada con amor, sino llena de enojos. Después recorrí varios consultorios de ginecólogos, con las historias clínicas de mi hija y mía, intentando que alguien me pueda explicar por qué… qué pasó? ¿Qué hice mal? … algunas de estas charlas me fueron útiles, o aplacaron mi conciencia de sentirme responsable por no haber hecho nada… sólo estar postrada en una cama lejos de mi hija cuando ella agonizaba. Fue muy tortuoso, solitario y largo el camino. Hoy, 8 años después, vuelvo a conectarme con la vida y la intuición. Recuerdo que la noche previa de ir al hospital para que me indujeran el parto de Nazarena, yo soñé que mi hija se despedía de mí. La veía nacer, la tomaba en mis manos y sabía que no permanecería en ese cuerpo por mucho tiempo. Me saludaba, me avisaba, me alertaba lo que sucedería en horas. Y así fue. Pero tenía tanto miedo al parto, tanto miedo a no saber qué hacer, sentía que cualquier animal sabe parir a su cría, y yo no iba a saber hacerlo…. Tanto miedo, que ese sueño no se lo comenté a nadie, temiendo que al mencionarlo se cumpliese…. Pero volví a sentir lo mismo al entrar al quirófano… yo lo sabía, lo sabía y no supe escucharme. Hoy puedo dejar ir a mi hija, sin culpas, sin reproches, aceptando que su paso por mi vida era ese, 9 meses de panza y algunas horas lejos de mi cuerpo. 71


Sabiendo que durante ese tiempo fuimos una comunión de amor, que nos nutrimos, que nos cuidamos. Hoy puedo agradecerle que me hizo ser mamá, y que no busco más por qué se fue, sino que acepto. Porque no interesa el por qué, interesa lo que aprendimos, lo que nos regalamos. Si pudiera volver atrás, elijo recorrer el mismo camino, con aciertos y desaciertos, con dolor y con plenitud. Lo que sí cambiaría es el sendero del MIEDO por el del AMOR, que seguramente me hubiera permitido soltar antes… los enojos, los rencores, las preguntas, la culpa, la insatisfacción. Aceptar con Amor que así como fue, fue divino, fue perfecto, para ambas, para su papá y para el resto de la familia. Con amor incondicional te recibí, te albergué en mí y hoy puedo decirte, gracias y buen viaje, hija del alma. Adriana: Gracias por el espacio, la contención, la palabra sanadora, el tiempo para escuchar, para dar y regalar con el corazón toda tu sabiduría y comprensión. Que siga creciendo esta bella acción. ¡¡Abrazos !! Mercedes.

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7. Carta para mi segunda hija

Querida Adriana, trabajando tu texto quise exhumar esta cartita que le escribí a una de mis niñas del agua. Lo escribí en el 2012 y nunca más lo había vuelto a leer. Ahora que lo hice, me doy cuenta de que después de haberle escrito esto, no volví a hacer esta cuenta en agosto. Parece raro, una vez que le di el lugar ¿la olvidé? Bueno, ahí va. A su hermana y a su hermano les escribí relatos de sus nacimientos. Pero hasta que no escuché a otras hablar de sus “hijos no nacidos”, no se me ocurrió escribirles, ni nombrarlos ni dimensionar el lugar que ustedes tienen en mi vida. Para vos, mi segunda hija, no tengo nombre, pero quisiera contarte que la primera que supo que vendrías fue tu hermana mayor. Ella tenía 3 años, un día me tocó la panza y me dijo “¿tenés uno bebé?” Me quedé pensando que estaba gordita... pero una semana después ya no me vino la menstruación y ¡zaz! ahí estaban las dos rayitas. Y lloré, lloré mucho porque no quería que vinieras. Me daba mucho miedo el hospital, otra vez… Con papá no nos poníamos de acuerdo en qué proyecto queríamos para nuestras vidas, militábamos 73


mucho y eso ocupaba mucho espacio en nuestras vidas. Yo no quería renunciar a la militancia para cuidarte. También teníamos miedo, las cosas no estaban nada bien, habían matado a algunos compañeros, estábamos muy sensibles con eso y teníamos miedo, no sabíamos qué tiempos vendrían. Pienso que, de alguna manera, quisimos cuidarte evitando que vengas a nuestras vidas. Y quiero pedirte perdón por eso, pero no me arrepiento. Y te vuelvo a pedir perdón por no arrepentirme. También quiero contarte que te lloré mucho y que todos los agostos hago la cuenta de cuántos años cumplirías. Vero, de Buenos Aires

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8. Una carta para cada unx Querida Adriana: Muchas de las que estuvimos en el taller no nos conocíamos, pero lo que hemos compartido ha significado para mí un momento de fuerte unión y conocimiento mutuo. Lo que te escribo a continuación prefiero que lo des a conocer en forma anónima, si decidís incluirlo. Hace muchos años que padezco insomnio, y las causas puedo decir ahora que son múltiples, y que las voy enfrentando una a una, ya que están adentro mío. El taller me ayudó a clarificar de qué modo mis cuatro hijos perdidos fueron una causa más de insomnio. Me gustó tu sugerencia y les estoy escribiendo a cada uno, y en cada carta me surge un posible aprendizaje para mí tanto desde sus gestaciones como desde sus pérdidas. Agradezco a mis tres niños no nacidos lo que aprendí con cada uno. Me queda todavía una carta por escribir. Tanto después del taller como después de cada carta mi capacidad de descansar y dormir mejora y se sostiene. Esto que te cuento es muy sintético pero todavía lo estoy elaborando y necesito más tiempo para 75


después saber si voy a querer compartir más de estas experiencias o no. Pero te quería contestar y que sepas que fue muy curativo. Abrazo. M.

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9. Ventana a la Vida: Ritos de Pasaje Sentí llegar la vida, sentí llegar la Muerte Nueva I Fui elegida para acompañar tu pasar... ser amado que sabiamente elijes volver... tu valor me conmueve en lo más profundo... la seguridad con la que llegas y te vas... Tu madre, mujer gestadora de vida, se entrega sin límites a los brazos del universo que alzan su ser aliviando la carga... Ahora sé tu nombre, y el por qué de nuestro encuentro... Te ví irte abriendo tus alas de color violeta, atravesando la luz brillante desde los ojos cristalinos de tu madre, y allí viajaste hasta encontrar tu paz... Madre que gestas sin resistencias, recipiente de amor puro que cargas colores y emociones en el centro de tu cuerpo dorado... Isabella, escuché tu llamado cómo Eco del centro de la Tierra irradiando Libertad al Universo 77


II y un día llegaste, lo supe, te estaba esperando y sonreí, reí mucho, me abracé a la magia de la vida respiré, muchas veces profundo... se sentían avalancha de sensaciones, el cansancio estaba allí... un par de semanas, y comencé a ver caer lágrimas... y mi cuerpo pidiendo reposar... me resistí, hasta ya no poder... y escuché tu mensaje, como el día en que anunciaste tu llegada, entonces me abrí, te pedí claridad y me mostraste tu espíritu abriendo sus alas, alzando vuelo, alejándose suave y preciso... ser de agua, de luz y aire... has venido, y te has ido como todo, como todos ser de agua ahora sé tu nombre SYRY MAYI: fluir de estas tierras, semilla de vida amado hijo, gracias por elegirme gracias por mostrarme la ventana de la muerte nueva! Carolina Rosa Gavazza

Gracias a Adri, Vero, en esta experiencia de amor e integración de nuestros seres en dimensión! Rincón – Año 2015 78


10. Mayte

Hola Adriana: ¡Qué generosa! Te cuento que hace unos días finalmente se desencadenó el proceso naturalmente y, ¿sabés?, lo único que me sirvió y me acordé en el momento fue de la ronda con otras mujeres, sobre todo de una, que contó cómo esperó el proceso natural y pudo enterrar a su hijo no nacido. Y en el momento yo también pude tomar el saco, cantar, llorar y cantar una canción que parecía muy antigua, sin letra y cantar desde las entrañas y llorar pero, sobre todo, cantar mientras enterraba el saco en la maceta de una cala que mi hermana me regaló cuando se enteró de que no había progresado el embarazo. Este hijo sí llegó a cumplir con su destino porque me conectó con la humildad, me habló en una carta que escribí y me contó que cuando llegó había muchas cosas, nombre, expectativa de sexo, de mes para nacer, pero también se puso muy profundo porque me dijo que en mi linaje (mi mamá perdió su segundo hijo y mi abuela también) los hijos no nacidos no tenían un lugar como el que yo le di cuando lo miré, lo toqué, lo reconocí y lo nombré. Y no sabe a dónde va a ir, pero sabe que sigue en la búsqueda y que su camino va a ser más liviano gracias a esta experiencia. ¡¡Me agradecía!! No 79


sabés que ternura, lo que lloré cuando escuchaba que el alma estaba agradecida. Y parte de lo bello y poderoso de esta experiencia fue verme que no soy todopoderosa y que hay un orden que es superior a lo que yo pueda imaginar, en parte esto es gracias a esa ronda maravillosa que armaste ese día. Y si yo estaba del lado de las poquitas mujeres que no tenían hijos no nacidos, hoy sé que estaría del otro lado con mucho dolor pero consciente del lugar enorme que tiene esta hija no nacida: Maite, en nuestra vida. Mi compañero también la pudo llorar y lloramos juntos. Yo le hice una canción (la primera que hice en mi vida) y mi hijo también la pudo llorar y la nombra y con 5 años sabe que tiene su hermana que no nació pero que es Maite y la llevamos en nuestro corazón. Gracias por tanto compromiso, entrega y verdad, un fuerte abrazo! Sofía, de Esquel

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11. Un ser con identidad propia Durante todo ese día hubo señales en mi cuerpo de que el proceso avanzaba... Hacía tres semanas que había confirmado en ecografía que mi bebino había dejado de crecer. Luego de tantos chequeos y de llegar a dudar con mi compañero si estábamos embarazados, ¿cómo es posible llegar a ese extremo de duda? Atravesar esa duda, ese vacío, esa falta de humanidad/animalidad en cada paso estipulado de un sistema frío y desanimado que hasta aquí hemos construido y nos cuenta como estándares y estadísticas. Todo ello nos abrió la mirada hacia nosotros mismos y hacia nuestro primer hijo. Él vino a nosotros por casi tres meses en mi vientre, pero para siempre en nuestras vidas y marcando un antes y un después en nuestro cambio de perspectiva. Sólo y nada más y nada menos que darnos cuenta de que lo que nosotros sentíamos tenía y tiene igual valor que la opinión de nuestro médico. Que no hacía más que acompañarnos con su mayor amorosidad y todo su conocimiento en un proceso que era y es nuestro! Y que somos nosotros los responsables de no entregar nuestro poder a otro. En la primera etapa conectamos con nuestro pequeño bebino. Lo hicimos tan hermosamente que 81


también conectamos con la retirada de su ser de mi vientre. Acompañamos con ceremonia de luz durante nueve días y recién después estuvimos preparados para comenzar la despedida de su biología de mi cuerpo, conectando también con mi propia necesidad de amarme y honrarme. Volviendo a celebrar el milagro de la vida desde nuestra propia existencia, volvimos a conectar con nuestra sexualidad, con nuestros cuerpos unidos. Lloramos mucho, tomamos tiempo en silencio y sin hacer nada, como si todo lo que sucedía por esos días ocurriera como en una película, nosotros en perspectiva y desde nuestro cuerpo, con los pies sobre la tierra, invocando a su sabiduría y en completa presencia, sólo por eso fue posible –entiendo– disfrutar lo vivido, estando presentes, pase lo que pase. Luego, la bendición para nosotros en ese momento, de poder elegir cómo realizar el proceso, lo cual es nuestro derecho y nuestra responsabilidad sobre nuestro cuerpo. Y es también la elección de ese ser, más allá de la nuestra, mucho más acá del sistema médico, de las opiniones con miedo desde afuera. Y en ese decidir comenzamos a transitar ese tiempo consciente, bravo y fuerte, ese tiempo intenso, que aumentó la seguridad sobre nosotros mismos y la constitución de nuestra familia como tal. La parte brava es que la sociedad de hoy sólo se fija en los resultados, y si el bebé no nació vivo, no es un hijo… y si el hijo no está en tus brazos, no sos padre/madre… carajo! 82


A pesar y gracias a esto fuimos y seguimos yendo hacia adentro… consolidándonos sabiendo que no hay un sólo modo y que el nuestro, como el de cada uno, es el correcto. Me sentí puérpera, aunque no haya tenido a mi hijo en brazos, claro. Tampoco eso está considerado (o casi no demasiado), el estar duelando. Como si uno hiciera de cuenta que lo deja pasar y pasa, deja de ser. La no existencia también merece ser incluida y tomada como parte. Varios meses llevó a mi cuerpo el proceso de vacío, tanto por la limpia del útero con la toma de té y tinturas sabias de la madre naturaleza y con la misma forma de mis tetas, mi panza, hasta mis caderas. Y mientras me sabía que esa forma hormonal de concepción aún no era la de mi forma de mujer vacía, me supe puérpera, me lo dije, me lo permití y lo comparto porque lo entendí como parte. Primero, comencé a despedir como una pielcita roja amarronada, luego que lo manifesté supe que era el endometrio, las paredes del útero comenzaban a desprenderse. Los días siguientes, vi salir de mí sangre amarronada (que lentamente bajaba, no era nueva), luego unos pedacitos de lo que sería la placenta, como un rojo violáceo... tan pequeña y con tanta presencia, claro. Y siguió saliendo sangre, a medida que avanzaron los días fue viniendo más roja y supe que estaba más cerca. Cuando salía a caminar, sentía que el útero empujaba hacia abajo y prefería volver 83


al nido, y sentirlo. Sentía que se contraía... las primeras contracciones durante estas semanas fueron cada varios días, dudaba... pasaban. Seguía haciendo ho oponopono, meditando, dibujando, leyendo, escuchando música, bailando, viendo videos de referentes del parto respetado, de genealogía, estando, estando en mí, en mi casa. Esperando cada día a mi compañero que se ocupaba del mundo externo, y compartiendo sensaciones, experiencias, dudas, emociones. Sólo salí ese tiempo para encontrarme con mi hermosa y sabia maestra de reiki, mientras desarrollaba la maestría. Un viernes fue el último control previo al desenlace donde sentía que estaba en pleno proceso, y el siguiente lunes, que oficialmente me encontraba de vacaciones –y no es un dato menor, porque también pude con esta experiencia tomar conciencia y sentir en la piel cuánta negación hay hacia nuestra propia naturaleza, a los tiempos reales, cuánto más importa la productividad que dar amor a un niño que deviene ya sin vida a nuestras vidas. Sinceramente no creo que la demanda por saber cuánto faltaba de mi proceso –¡cómo si alguien hubiera podido saberlo!–, el por qué no iba a una intervención quirúrgica y listo!, la demanda porque vuelva a trabajar, y deje de hacer uso del certificado “por tiempo indeterminado por amenaza de aborto” (que no daba lugar a dudas sobre qué me pasaba), que me había propiciado mi médico en un gran acto de respeto y amor... eso no era lo que molestaba! 84


Me pregunto cuánto vacío nos hemos venido tapando las mujeres y hombres en nuestras vidas, cuánto no nos hemos respetado y cuántos niños del agua, del cielo, hijos no nacidos, no son considerados en nuestras familias, no les son dados su lugar real. Supe que además de un hermano nacido y luego fallecido tuve otra hermana más no nacida... hasta esta experiencia, no lo sabía. Esto fue un hecho realmente contundente, claro que sentía aún duelo pendiente, no la reconocía. Entonces también puede entender más el dolor de la no existencia y de lo no dicho. Esto también vino a decirme este hijo y por eso lo escribo, porque siento desde cada rincón de mi cuerpo que ya es tiempo de no callar, es tiempo de hacer lugar al vacío. De soltar la angustia, de aceptar, de reconocer a esos seres como otro que también elige continuar o no viviendo. Ese lunes las sensaciones de contracción de la red muscular uterina comezaron a ser más fuertes y más seguidas. Ya con la caída del sol reconocí que eran ráfagas, como había leído en algún libro. De momentos necesitaba estar sólo sintiendo mi cuerpo, quieta, respetando el propio devenir del movimiento, dando lugar a esa intensa sensación de empuje, de entrada y salida, tensión y distensión, que simplemente estaba siendo. Cenamos. Nos fuimos a dormir. Y de a ratos necesitaba levantarme e ir al baño. Mi compañero fiel y amoroso pilar de ese momento acompañándome, 85


siendo parte, sosteniéndome en presencia, de la mano, en conciencia... Llegado un momento ya no había tiempos de conectar con el proceso y de descanso, sólo había necesidad de estar en completo proceso. Fue impactante ese darme cuenta, me gusta decir que es como cuando uno está de verdad enamorado, ya no hay duda, sólo es lo que está pasando. Entonces necesité quedarme completamente sola, encerrada en el baño... pasaron horas (según el registro de mi amado Pablo), para mí era un tiempo sin tiempo, detenido en ese ahora. Practiqué las respiraciones que había enseñado-aprendido en yoga, estuve la mayoría del tiempo en cuclillas, también a cuatro patas, cantando ho oponopono, cantando el mantra om mani padme hum, dándome reiki, tarareando un “mmmmmmm” que no volví a escuchar, era el sonido creo de ser-no ser viniendo-despidiéndose, llegando en lo físico apagado-encendido. Todo sucedía y yo sólo en mi cuerpo, dejando que sea, contemplando, haciendo desde la conciencia, sintiendo la fuerza en mi de la propia naturaleza, de la mismísima madre tierra. Y entonces simplemente sentí que era el momento, volví desde los cuatro apoyos a cuclillas, con agua debajo para que caiga en su medio, y con contracciones cada vez más intensas, más completas sentidas con todo el cuerpo, y entonces, sucedió. Sentí como una pequeñez descendía por mi canal de parto, mucho 86


más amplio y preparado para dar a luz. Sentí mi cuerpo vivo, sentí que yo no hacía nada, solamente dejaba que suceda y entonces tomé ese pequeño huevo con mis manos, desperté llamando a mi compañero... con él lo reconocimos, lo mimamos, lo besamos y tocamos, miramos dentro y vimos su sombra. Estaba allí su rastro, un precioso milagro de capas de una piel clara poderosa, resistente, sentimos el agua dentro y mucho más que agua... Como expresó nuestro obstetra al escuchar nuestro relato: un ser “con identidad propia”, así se veía, con la potencialidad de la vida misma... Lo devolvimos a la tierra, enterrándolo en nuestro patio, honrándolo y agradeciéndole su venida. Nuestro cuerpo es de tierra y agua y sabe... Nuestro tiempo aquí tiene un propósito, que sólo precisamos dejar que se manifieste. Honro la propia existencia y honro la red en la que tan amorosamente me he sentido cobijada por el amparo en el compartir con otras y otros, reconociéndonos en las vivencias y creciendo en respeto y abrazo colectivo, incluyendo a los que estamos y no en este plano, pero que forman parte y nos edifican y consagran como seres únicos y unidos por la muerte y la vida. Como en cada respiración el proceso completo, la muerte, el renacimiento, la conciencia... la vida... están sucediendo. Gracias, gracias, gracias! María Fornero - Rafaela – Santa Fe 87


12. Inai Huenu y Nehuen Las pienso florecitas silvestres sepan que las pienso.

Cómo les cuento que un día salí a caminar y me perdí entre las piedras que pateaba

Que hasta los ojos llovidos buscan en algún sauce un pájaro una señal… algún gorrión Sepan dulcitas flores que estoy para ustedes entre los demás pajarillos que en un silbido voy al campo verde y me lloro todas las risas juntas, soñadas

que mi poca voz quiere unirse a sus petalitos y que mi alma, mi alma continúa caminos con un nuevo amanecer Las pienso florecitas dulcitas las pienso y amanezco donde el sol me dice que está la vida 88


allí junto al cielo azul allí donde la fuerza se me hace poca allí las pienso con la paz de un nuevo destello con el bastón sagrado de una nueva flor doncella están sus voces también… florezcan, vuelen, regresen, canten. Ariel Manquipan, 13 de junio 2016

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Lxs hermanxs del agua 1. Mi hermano Pablo

Cuando era chica pensaba que los bebés se perdían mientras las madres iban caminando y se les caía por entre las piernas. Era raro, “¿cómo no se dan cuenta?” pensaba yo. Al parecer, esto de “perder un bebé” era algo que circuló en mi familia. Sin mucha conciencia, con cierta intuición y con muchos tabúes. Nunca me animé a preguntar sobre el tema. El embarazo de mi hermana mayor (mayor a mí) comenzó a abrir muchos caminos, posibilidades y preguntas en la familia. Dentro de éstas surgió el “¿cómo nacimos, cómo fue nuestra crianza, tomamos la teta?” y también cuántos embarazos tuvo mi madre. Allí pude conocer esa verdad oculta y entender muchos recuerdos de situaciones familiares incómodas y escenas casi ilusorias, esas que no sabés si lo inventaste o pasó de verdad. Preguntas con pocas respuestas, respuestas fantasiosas elaboradas por mí misma para comprender “eso” que estaba ahí pero nadie lo nombraba. Mi nombre es Lara, soy la menor de tres hermanos. Mi hermana Paula es la que me sigue de abajo para 91


arriba y mi hermano PABLO es un bebé del agua, un ser que decidió no nacer, manteniéndose en el silencio, es mi hermano mayor. Siempre sentí que mi papá tendría que haber tenido un hijo varón para tener su compinche, y siempre sentí que “mi hermana mayor” no era la mayor, ahora sé que es la del medio y la que va por el medio, esquivando roces y tensiones, mediando. Cuando nació mi hijo, tuvimos un trabajo de pre-parto un poco largo, mientras nos afirmábamos en la decisión de parir en casa y aprehender que el parto es nuestro, muchas hermanas nos sostenían y acompañaban. Una de ellas, intuitivamente asumió el rol de guardiana del fuego. Estábamos muy preparados y muy seguros, sentíamos mucho bienestar, sin embargo el parto no se activaba. En un momento de revelación sentí que algo relacionado a mi familia me estaba trabando. Buscamos, sentimos, pensamos y soltamos. A la madrugada el parto se activó con todo y en pocas horas llegó rugiendo un León decidido y poderoso! Fue en este nacimiento que se presentó mi hermano mayor Pablo, se presentó en el fuego primero. La guardiana del fuego, muy perceptiva, intencionando que el parto se desencadenara, pidió las fuerzas de mis ancestros y recordó a este hermano no nacido, lo invocó, pidió su presencia y su energía masculina para ayudarnos a anclar a este bebé. Allí apareció el nombre: “PABLO”. 92


Al día siguiente, luego del nacimiento de León, pude verlo, era un muchachito morocho de rulos, como nosotras, que se asomaba a mi pieza, miraba desde la puerta con una mano apoyada en su cintura y con un gesto de simpatía, muy relajado, me miraba como preguntando... .“ ¿y...? ¿todo bien?” ¡¡¡Fue hermoso!!! Fue maravilloso tener semejante confirmación de la existencia, semejante apoyo y contención, todxs pujando hacia la vida y la libertad. Luego de eso charlé con mi madre, le pregunté si ella había sabido el sexo de este bebé, si le habían puesto nombre y le conté de su aparición. Ella no me dio respuestas a mis preguntas, no sabían el sexo ni le habían puesto nombre. ¡Qué fuerte que después de PABLO vino PAULA! Sólo supe por mis tías que fue un embarazo bastante avanzado, era el primer hijo y nieto en las dos familias. También sé que su recuerdo genera mucho dolor, que aún persiste. Acepto y respeto el camino de mis padres, me alegra saber que tengo un hermano mayor que me guía y me acompaña para toda mi vida! GRACIAS! Lara Ajun, de Eskel.

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2. Lxs hermanxs de Avelina Soy María Avelina Amati (Consteladora Familiar formada y avalada por el CLCF. Dir: Tiiu Bolzmann). Tuve el honor de compartir el taller: “Los niños del agua” con Adriana en San José del Rincón de Santa Fe. Siento compartir algunos puntos de vista que se nutrieron también de aquel tan rico intercambio con ella. Tengo 44 años y tengo dos hijos grandes: Camila de 22 y Julián de 21. Estuve 13 años casada con el padre de mis hijos hasta que un viaje, unos desencuentros y mucho dolor acumulado fueron el comienzo de nuestra separación como pareja. A mis 33 años no sabía de dónde venía tanto dolor acumulado pero reconocerlo fue el pasaporte a una conexión profunda y liviana con la vida y con la muerte. Yo era la hermana del medio de tres hermanos hasta que cumplí 35 años. Ese día mamá nos reunió a los tres y entre llantos y confesiones nos contó que éramos más. Muchos hermanos de los que sólo sobrevivimos tres a la moral imperante. La misma moral que empujó a la muerte a mis hermanos es la que juzgó a mi madre y conspiró con el ocultamiento. Cada uno lleva su parte. De a poco fui tomando conciencia del dolor que esto significó para toda la familia cuando no se le había dado espacio, no se reconocía, 94


no se miraba. Agradezco muchísimo la valentía de mi madre en aquel momento. La valentía que exige la verdad, la valentía que le hace frente a la vergüenza y al dolor. Ese fue uno de sus más grandes legados: el camino, la verdad y la vida. Yo ya estaba en el camino de las Constelaciones Familiares cuando supe de esto y pude tenerme paciencia con respecto a que siempre me había costado mucho sostener la conexión con la vida, y las pérdidas de cualquier índole me derrumbaban. Separarme del padre de mis hijos fue tremendamente doloroso, pero cuando me enteré de la muerte de mis hermanos reconocí un dolor mayor, una impotencia, unas ganas de morir… una culpa por la felicidad que ahora sí tenían sentido. Descubrí que crecí mirando a mis hermanos desde el corazón. A los que viven y a los que se fueron. Y al reconocerlos supe que, como el día y la noche, vida y muerte son parte de la existencia. Me pude abrazar a estos hermanos no nacidos, hablarles, preguntarles y escuchar sus respuestas siempre en algún lugar adentro mío. – ¡Para mí estaba bien si nacían todos! Me repetía y lloraba. Lloraba mucho más de lo que jamás hubiera creído que se podía llorar por la pérdida de un hermano desconocido. El dolor se iba aliviando a medida que iba aprendiendo a asentir, respetando las cosas tal cual fueron. Y cuando sentía que la paz de los vivos influía en la paz de los muertos y al revés, los dejaba ir. 95


De a poco se fueron instalando en mi vida la liviandad, la fluidez y las ganas de vivir… Estar en el taller acompañando a Adriana y escuchar, uno por uno, los relatos de las madres y padres que se iban reconciliando con sus pérdidas y sus dolores me conmovió mucho. Me conmueve mucho el relato de las madres pero mucho más el de los padres, el de los hombres ante las pérdidas.

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3. Paula y Nano comparten un hermano Voy a escribir sobre la hermandad. Eso concluí hoy a la tarde, luego de dar vueltas y vueltas con los sentires, los recuerdos, las vivencias y las palabras. Tengo 3 hijxs: Pau de 28 años, Nano de 23 y el huevito que, de haber nacido, en estos tiempos estaría cumpliendo mayoría de edad. Éramos peques todxs, apenas pasaditos los treinta yo, cuando la noticia de un tercer embarazo sorprendió a la familia. En ese primer mes hubo dudas, incertidumbres, miedos, finalmente aceptación y mucha alegría. Como mujer, decidí vivir naturalmente ese proceso con la menor intervención médica posible, y con examen positivo en mano, asumí que comenzaría los controles recién al final del primer trimestre de embarazo. Así lo hice y luego de más de dos meses fue enorme, frustrante y de mucha decepción la noticia ecográfica de que el embarazo era simplemente un huevo anembrionado. “La situación” se resolvió quirúrgicamente, casi ni me di cuenta. Retomé la vida de madre de dos hijxs, laburante docente, huertera-ama de casa-amiga97


compañera. En mi memoria consciente, todo quedó como un tema de hospital. Pasaron los años y un día me encuentro participando de un taller cuya conversa íntima y confiable, los ejercicios de constelaciones familiares que hicimos, la emoción, la gratitud, las historias, la palabra clara de Adriana, también de otros y otras me hicieron saber que “tengo tres hijxs”. Al volver a casa, muy movilizada, lo cuento a los otrxs dos, quienes con la complicidad que lxs caracteriza dicen frases tales como “a la vieja le cayó la ficha de nuestro hermanito” (sí, en masculino). Y el muchacho me cuenta que desde chiquito conversa y juega con él en su habitación y que siempre es una compañía presente y fuerte en su vida. Ella refiere que sueña reiteradamente que son tres, que hay uno más chico, y que es un pibe. Y yo, a partir de ese día, me zambullo gratamente en esa nueva dimensión de hermandades tan sensibles, tan fuertes… tan hermanas! Gracias!!! Sandra – 51 años San Martín de los Andes

Es notable la forma que tienen algunas verdades para hacerse ver. Siempre sentí una compañía en mi vida cotidiana, sea pagando boletas o comprando facturas, tenía con quién conversar, a quien contarle mis cosas. Sin proponérmelo le di a este interlocutor el apodo 98


de “hermano” o “hermanito”. Cuando quería hablar con alguien a él me dirigía, y así estuve menos solo. Tiempo más tarde me enteré de mi hermano del agua. Fue una sensación muy curiosa, como aprender algo sabido y olvidado. Por supuesto, si llevaba media vida charlando con mi hermano, ¿cómo me iba a sorprender? Sin embargo que mi hermana tuviera una relación con él, semejante a la mía, me causó una poderosa impresión. Hubieras sido genial, hermanito. Los lazos familiares resultan más fuertes que nimiedades como las vidas, las idas y venidas, los partos y partidas. Nano

En la casa de mi niñez (ahora llamada la casa de mi madre) está la habitación que fue mía y de mi hermano a lo largo de nuestra más tierna infancia, tiene un entrepiso pequeño en el que entra un colchón de una plaza y sobra un poco de suelo para apoyar libros y cosas por el estilo, el techo es bajito, sólo se puede estar sentado, y solía estar empapelado con un estampado a cuadritos que si entornabas los ojos parecía que la pared se acercaba, como en esas ilusiones ópticas de los libros del Ojo Mágico. Ese entrepiso fue mi habitación luego de que naciera mi hermano Álvaro, hasta que mi adolescencia se hizo presente y se me otorgó una habitación propia en la planta baja. Ese 99


entrepiso fue para nosotros una pequeña cueva, un refugio en donde podíamos estar tranquilos y ser hermanos. Especialmente cuando yo volvía de vacaciones luego de irme a estudiar, ese entrepiso era el refugio que necesitábamos para reír y contarnos nuestras cosas. Años después, luego de que él se fuera hacia sus propios estudios, cuando volvíamos de visita, las charlas importantes siempre se gestaban ahí arriba. Era el lugar y el momento en que mi madre entendía que no estaba invitada, y era prácticamente el único lugar de la casa en que se nos respetaba la privacidad para estar sin el resto de la familia, al menos por un rato. Ese entrepiso fue también el escenario de algunos sueños importantes. En algunas ocasiones nos soñé ahí arriba. Siempre éramos tres. Había un tercer hermano, menor que nosotros, siendo parte indiscutible de esas charlas y momentos tan conocidos. La situación no me resultaba rara, sólo era. Y lo que más hacíamos durante los sueños era reír: nos matábamos de risa. Tres hermanos refugiados en esa cueva fraternal sencillamente compartiendo el momento, con los ojos chiquitos de tanto reír. Años después mi madre volvió muy movilizada con el taller de los niños del agua, nos sentó y nos dijo con aire solemne que teníamos que empezar a pensar en este hermanito que no nació. Tanto mi hermano como yo le respondimos que siempre lo hicimos, que siempre fue algo que estaba presente en nuestras vidas de forma 100


bastante natural. Él a su manera y yo a la mía, sin siquiera haberlo hablado entre nosotros, ambos sabíamos de él (y lo sentíamos como un “él”). Esa fue la primera vez que lo hablamos entre todos y fue una sorpresa que ambos tuviéramos experiencias similares. Supongo que un niño que no nació es algo que no sólo “le sucede” a los padres, sino que es algo que será parte para siempre de todo el conjunto familiar, para adelante y para atrás. Quizás se puedan transitar estas experiencias de forma natural y amorosa, ya sean voluntarias o involuntarias, quizás el propósito de existencia de ese niño del agua era justamente ese, quizás el aprendizaje de esa situación bastó para ambos. Mi única experiencia en el tema me ha tocado vivirla como hermana, y por lo menos yo nunca lo viví como algo triste, como una pérdida, o como algo que no fue lo que tenía que ser. Siempre lo sentí natural y normal, nunca representó algo negativo. Escribo esto y pienso que tener que poner en palabras algo que no tiene palabras es limitante y modificador, al menos en mi caso no puede ser más que un intento de la verdad. La verbalización de un sentir tan abstracto exige cierta toma de decisiones que modifican el discurso y lo delimitan. Me permito, entonces, sencillamente sentir. Experimentarlo de esa forma espontánea y sin contaminar, sin que me ande estorbando el intelecto entre tanto corazón. Paula 101


4. Los Guillermos Más o menos a mis 3 años nuestro hogar se pobló de niños. Tengo el recuerdo de diez amigos con los que jugaba en la casa familiar, echados en el piso de pino tea y otras veces en el patio de macetas floridas. Todos se llamaban Guillermo y estaban en escalerita, cada cual de un tamaño diferente. No sé cuánto duró esa amistad ni el tiempo de su permanencia en casa. Pero hubo un par de problemitas. En primer lugar, aparentemente lxs demás no los podían ver. Otro era mi reclamo frecuente de que la mesa estaba puesta solamente para las cuatro personas que conformábamos la familia “visible” (mamá, papá, mi hermana mayor y yo), y faltaban sillas, vasos, cubiertos y platos para los diez Guillermos. Un caos. Y por último se generaba un escándalo cuando alguien cerraba una puerta y yo aullaba porque a alguno de los diez se le había quedado un dedo aplastado entre la puerta y su marco. Cuando llegamos a ese punto, fui llevada a un psicólogo, que seguramente consideró que se trataba de “amigos imaginarios”, producto de mi presunta soledad, o de la necesidad de compartir juegos con otrxs amigxs o bien de una exacerbada imaginación, y recomendó mi ingreso a un jardín de infantes. 102


Desde el momento en que me “institucionalicé”, a tan temprana edad, los Guillermos se retiraron de casa. Me los encontré 50 años más tarde en una constelación familiar, rodeándome y agradeciendo cariñosamente que los hubiera visto y jugado con ellos y los haya guardado en mi corazón como mis hermanos y hermanas del agua (dato confirmado luego por la “historia clínica obstétrica” de mi madre). Luego de esa imagen pude reconocer con gratitud que mis diez hermanxs me estuvieron acompañando y cuidando todos estos años y pude dejarlos ir a sus lugares, donde algún día nos iremos a reencontrar. Adriana, Mallín Ahogado

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La pérdida

Cuando yo estaba embarazada de un mes, aparecieron los grandes coágulos de sangre en el vaivén del agua clara y verde del inodoro. De un rojo oscuro como el negro en el agua salada y traslúcida del océano, como formas de vida que emergen, medusas con la perfecta silueta de los hongos. Esa fue la única aparición de aquel niño, las formas toscas y redondeadas que cayeron lentamente. Un mes después concebimos a nuestro hijo, y nunca volví para llorar al que llegó hasta el umbral con su información de que podíamos fallar, tú y yo. Todo envuelto en púrpura flotó a la deriva, como un mensajero condenado a muerte por traer malas noticias. Sharon Olds en La materia de este mundo. Trad. Inés Garland e Ignacio Di Tullio. Buenos Aires: Como Gog y Magog Ediciones, 2015.

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Repensando los talleres Gabriela González

Tanto en los Talleres de Psicogenealogía como en las Constelaciones Familiares se ve claramente que el tema de los niños no nacidos es aún hoy en día un tabú. Cuando una persona dibuja su árbol genealógico y se le pide que anote los abortos, ya sea espontáneos o provocados, en la línea de los hijos e hijas nacidos, ocurre que al ver el dibujo y contabilizar toda la línea de hijos e hijas aflora un dolor profundo y los ojos se llenan de lágrimas. Los duelos por los abortos todavía no tienen el lugar que deberían tener en nuestra sociedad. Muchas veces ocurre que la mujer carga sola con el secreto de haberse hecho un aborto y nadie de su familia lo sabe. La tarea terapéutica en primer lugar consiste en no juzgar lo acontecido, sino por el contrario hacerle lugar al dolor, mirar lo que ocurrió y por sobre todas las cosas ver cómo el resto de la hermandad puede enterarse de que hay uno o más que no llegaron a nacer. Cuando alguien “falta” en la línea de hermanos y hermanas, el resto de las y los que están vivos/as y no tienen esta información suelen presentar distintas 107


sintomatologías. Además hay un orden de llegada a la familia, lo que significa que no es lo mismo ser el primero o la primera que el segundo o la segunda y así sucesivamente. Hace unos años una paciente me contó que su hija mayor no podía encarar su vida de adulta: le costaba estudiar y salir al mundo. Cuando le pregunté si había tenido embarazos que no llegaron a término me contó que con una pareja anterior al padre de sus hijos se había practicado un aborto. Por supuesto nadie lo sabía. Cuando ella pudo hacerle un lugar a ese hijo o hija como el primero o la primera y compartir esa información con su hija, esta última le dijo a la madre que sentía un alivio profundo, como si un peso que llevaba en su espalda se hubiera ido. Al poco tiempo pudo encarar su vida y finalizar sus estudios universitarios. En el marco de los Talleres “Lxs Niñxs del Agua” que coordinamos con Adriana, se dio un fenómeno muy particular, que fue la concurrencia de parejas que habían perdido un embarazo. En los trabajos se observó fuertemente cómo para los varones la pérdida fue muy dolorosa, y lo importante que era que también tuvieran la posibilidad de ser contenidos y acompañados. Es muy gratificante ver cómo en las generaciones más jóvenes tanto el embarazo como la crianza son mucho más compartidos por la pareja que años atrás. Quiero aprovechar la oportunidad para agradecer a Adriana Marcus por invitarme a participar de estos 108


talleres, en los que abordamos esta temรกtica, que es muy controvertida, y poder aportar un granito mรกs de arena para enriquecernos todos y todas de las experiencias vividas.

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Epílogo

Elena de la Aldea Tomo esta tarea en el amor hacia Adriana, en la admiración por su trabajo con los niños de agua, por su tesón y constancia al abordar los temas que hacen a la vida. Y a la vida no hablada, silenciada, oculta y ocultada. En mi solidaridad hacia aquellos y aquello que se adentra en lo misterioso y callado de los corazones que sigue horadando vidas, secando presentes y distorsionando historias. Adentrarse en el tema tabú de los niños no nacidos es un acto transgresor y revolucionario de devolver palabra a tantas mujeres, a todas nosotras, que atravesaron/atravesamos esa pérdida, pérdida que no por deseada, consciente, voluntaria es menos pérdida que aquellas que en apariencia sucedieron en contra de nuestra voluntad. Y en todos los casos tienen la marca de la culpa de no haber sido, no haber podido, no haber alcanzado el lugar asignado socialmente a las mujeres en relación a la creación y la reproducción de la vida. La pérdida del bebé, que es la pérdida de un hijo, como dice Adriana, no es considerada así en todos los grupos. Nos pone ante la pregunta –entre otras– ¿a quién pertenecen los cuerpos? ¿a quién pertenecen los bebinos? ¿son los niños un bien colectivo, individual 111


o familiar? ¿quiénes tienen derecho a opinar sobre su existencia o no…? ¿con qué criterios de normalidad se aceptan en las legislaciones los abortos inducidos y con cuáles no…? ¿son físicas, sociales o individuales las imposibilidades de ese nacimiento? Se abren preguntas cada vez más amplias, filosóficas o espirituales, además de sociales y económicas. Por ejemplo, para el sapiens y el neandertal los niños eran un bien colectivo que garantizaba la sobrevivencia del grupo; ¿cómo lo son hoy, en un mundo donde cinco niños mueren por hora de hambre? ¿Son iguales los niños no nacidos en todas las clases sociales? ¿La sanción para la pérdida voluntaria o involuntaria de un embarazo tiene el mismo peso en los medios pobres que en los medios donde se hace “turismo abortivo” a países con más facilidades legales? ¿Son iguales las condiciones médicas y los cuidados en los centros de salud que en las clínicas, autorizadas y silenciadas por el dinero? ¿Llegan iguales las sanciones a todos los medios económicos? ¿Es lo mismo el aborto en Islandia –con cuidados de salud pública universal– que en Marruecos, con prohibiciones y acusaciones, o en Argentina, donde se tiene presa a una mujer por sospecha de aborto voluntario? No creemos que este trabajo se plantee respuestas a estas preguntas, pero me parece muy útil hacerse las preguntas y abrir los debates desde un pensamiento incluyente, como el de Adriana. Porque, al decir de Galeano, 112


debemos “mirar lo que no se mira pero que merece ser mirado”: ella mira esas sutilezas de las diferencias, de las diversas situaciones y contextos. Y éste nos parece uno de los valores centrales del texto que lleva a reflexiones, a propuestas para realizar múltiples encuentros y generar nuevos textos. Es una invitación a abrir el debate con hombres y mujeres implicadas ¿acaso no lo somos todos, tanto en calidad de hijos como en el rol de padres? Si partimos de lo que Adriana llama “estadísticas populares” –metodología que consiste en preguntar al público sobre sus historias de nacimientos y embarazos no llegados a término, tanto en las familias de origen como en sus propias vidas–, se descubre una frecuencia muy cercana entre los niños nacidos y los no nacidos. Estuve en uno de esos talleres y me impactaron las cifras, mis cifras familiares. Me di cuenta de hasta qué punto el ocultamiento y la negación funcionan. Así como lo hacían en mí. Cada uno se siente un caso único. Hasta que Adriana abre el recuento entre los asistentes y vemos qué nos ha pasado, hemos vivido el hecho todos por igual. Dramático descubrir cómo el silencio silencia, cómo la negación borra lo evidente y sume en un mutismo culposo, o cómplice, o distraído aún a los que allí presentes creíamos ser conscientes del tema. Poder mirar este tema desde diferentes modalidades, intenciones y necesidades personales, viendo cada caso y también el contexto social cultural histórico, nos permite darnos cuenta del fenómeno de lo individual y 113


lo colectivo. Somos al mismo tiempo parte de un todo que nos marca y nos cobija, nos determina y nos libera. Somos una suerte de encarnación única de toda la historia de la humanidad que llevamos impresa en nuestras células, sin que ello nos reste la potencia del decidir, dentro de esos límites de lo social, una acción propia, diferente, autónoma, libertaria. Esto queda registrado en algunos de los testimonios de estas madres. “Lloramos mucho, tomamos tiempo en silencio y sin hacer nada, como si todo lo que sucedía por esos días ocurriera como en una película, nosotros en perspectiva y desde nuestro cuerpo, con los pies sobre la tierra, invocando su sabiduría y en completa presencia, sólo por eso fue posible –entiendo– disfrutar lo vivido, estando presentes pase lo que pase. Luego, la bendición para nosotros en ese momento, de poder elegir cómo realizar el proceso, lo cual es nuestro derecho y nuestra responsabilidad sobre nuestro cuerpo. Y es también la elección de ese ser, más allá de la nuestra, mucho más acá del sistema médico, de las opiniones con miedo desde afuera. Y en ese decidir comenzamos a transitar ese tiempo consciente, bravo y fuerte, ese tiempo intenso, que aumentó la seguridad sobre nosotros mismos y la constitución de nuestra familia como tal. La parte brava es que la sociedad de hoy sólo se fija en los resultados y si el bebé no nació vivo, no es un hijo. Y si el hijo no está en tus brazos, no sos padre/madre... carajo!” 114


Encontramos dentro de la marca de esa poderosa matriz colectiva destellos de lo único, de lo inesperado, de lo nuevo y que –como decía Spinoza– “nadie sabe lo que puede un cuerpo”. Y sobre todo un cuerpo de madre. Es cierto: no lo sabemos hasta que, apretados por la vida, por el deseo, por el dolor, ese cuerpo habla y dice su verdad. Otra de las preguntas que nos despierta el texto son las determinaciones sociales, culturales, históricas sobre la maternidad y lo femenino. Porque el patriarcado le ha impuesto a las mujeres el rol social determinante de ser madres es que, cuando no se cumple, se genera una categoría “inferior” de mujer o transgresora, maldita, que amenaza con su “negativa” el orden mismo de lo social. Por lo que perder un hijo –además de los dolores humanos de una mujer y un hombre, de una pareja, con la forma y duración que ésta tenga, o de las condiciones del encuentro– coloca en el lugar equivocado de lo femenino. Se podrá decir que actualmente, en pleno siglo XXI, las cosas ya no son así. Sin embargo, leyendo los testimonios de los maltratos vividos en la atención médica parece que todavía existen en nuestro inconsciente colectivo fuertes señales de esta historia. Recuerdo haber estudiado en México que los aztecas enterraban a las madres muertas en parto con honores de guerrero muerto en batalla. La categoría madre era superior a muchas otras. Categoría diferente de la de padre, cuyo entierro dependía de su desempeño en el campo de batalla, no de su relación con la dación de 115


vida o la subsistencia de la especie… curioso ¿cómo tendríamos madres si no hubiera padres? En muchos testimonios aparece el lugar privilegiado, muy valorado, del compañero en los momentos de pérdida del bebino, en su recibir los restos que fluyen del cuerpo de su mujer, y en su sostener a la madre en esta circunstancia tan dolorosa para ambos. Se ve también cómo la presencia del compañero en esos momentos difíciles refuerza la pareja: “mi compañero, fiel y amoroso pilar de ese momento, acompañándome, siendo parte, sosteniéndome en presencia, de la mano, en conciencia…”. Y también cómo los duelos no compartidos entre ambos puede romper la pareja. Y también el acompañamiento se presenta en el compartir con la pareja el dolor del padre, el dolor conjunto. En la maternidad aparece la prueba inexorable de la sexualidad y su potencia vital. Muchos niños decían, creían, siguen diciendo, creyendo, que sus padres sólo habían tenido relaciones una vez… cuando se embarazaron, y así la sexualidad y el erotismo de los padres pueden entrar en la familia, ligados al concebir. Eso también ha sido sostenido o permitido en algunas religiones, en las que la pecaminosa sexualidad se santifica con el embarazo…y si éste no prospera ¿será pura lujuria lo que hay? En algunos de los testimonios aparece el erotismo, y también el autoerotismo del sentirse embarazada… un vínculo único con el bebino durante el embarazo y también después de la pérdida. Ese lazo, 116


el de madre-hijo, supera a cualquier otro vínculo. Esto ya lo decía Freud, cuya relación con su madre era de terrible intensidad. ¿El complejo de Edipo no es acaso la relación del hijo con la madre? Los lugares en los linajes familiares. En los casos de pérdida del embarazo podemos apreciar la presencia de múltiples actores sociales e instituciones, cuyas influencias tienen pesos diversos según cada situación y según los diferentes momentos. Estos actores son de un modo evidente la pareja de padres, sus familias de origen, luego amigos, allegados, y los profesionales. De un modo más lejano, a veces casi invisible, los generadores o transmisores de mandatos sociales, scomo son los miembros de iglesias, las autoridades y las leyes de la que son portadores. Vemos su incidencia benéfica o maléfica según sus particulares presencias y pesos relativos en cada situación. Por ello queremos abocarnos ahora a un tema poco tocado, pero que se manifiesta con fuerza en las historias personales: el lugar del nuevo ser llegado a la familia. Y esto desde el momento mismo de la concepción y a veces determinándola… conocemos todos la frecuente frase de los abuelos “¿cuándo nos van a dar un nieto?” Para las monarquías, de hecho, era una pregunta fundamental para la sucesión al trono. Y en su especificidad 117


genérica: sucesores en masculino. Ya que la ley sálica impuesta por los francos en el siglo V, que imperó hasta mediados del siglo XIX en Europa, impedía a las mujeres gobernar. Al ser la realeza heredada genéticamente, de ahí la expectativa con los sexos de los niños por nacer. Así todavía hoy se espera la prolongación del nombre en muchas familias ya que su transmisión es vía los varones. El lugar reservado por el linaje a cada uno de sus miembros es muy importante para procesar las expectativas de los padres, los abuelos y más atrás… Cada nuevo miembro de la familia cumple con algún mandato familiar, nace con roles y tareas asignadas, con lugares que deberá ocupar para el equilibrio del sistema. Mayormente de un modo inconsciente para todos. Estas expectativas no son determinantes, pero van a requerir un trabajo de autonomía, libertad e independencia del nuevo llegado para transitar desde esos roles esperados hacia la realización de su propio destino, que lo incluirá en el linaje. Si bien no lo determinará, sí lo condicionará. Y ello no será sin lucha, cuando no coincida con sus propios deseos y dones. Bert Hellinger dice que “no se crece siendo inocente”. Mi amiga Cecile Rousseau es psiquiatra canadiense, trabaja con los refugiados somalíes en Montreal, y cuenta que para ellos ”el deber de un hijo es realizar los sueños de sus padres, pero no caerse dentro del sueño”. Caerse dentro implicaría creerse que esos sueños son los suyos propios. Esto sería la locura. Su tarea como hijos es darles a los padres lo que aquellos desean, como agrade118


cimiento, sin dejar de lado los propios sueños, cuya realización es su responsabilidad personal ineludible. En los casos de pérdida de un embarazo, la elaboración del duelo, el cierre de ese proceso, es fundamental. También para el niño del agua, que así puede ocupar su propio lugar. Y sobre todo para los niños que nazcan después. Si este doloroso, arduo y lento trabajo no se realiza, los nuevos hijos nacidos serán “niños de reemplazo” del que no vivió, no pudiendo así vivir su propia vida con alegría. Esto se agrava cuando se les pone el mismo nombre, que es el sello, la marca, para el niño que sí vive, pero con una vida ajena, lo que genera una pesada carga. Esos roles atribuidos al bebino antes de su nacimiento por la familia se frustran si no nace. Y muchas veces las mujeres que pierden un hijo también sienten que le están “fallando” a su familia de origen. Otro aspecto de esta diferencia entre lo personal y social: si bien a nivel individual los no nacidos pueden ser no deseados, buscados o bien recibidos, esto puede entrar en contradicción con la visión social del momento histórico. Recordemos canciones de la guerrilla centroamericana de los años 60 que rezaban “a parir guerrilleros, a parir”. Esto produce efectos. Y es que hay mucho puesto, y de diferentes envergaduras, sobre un embarazo, más allá y además del amor de la pareja, de sus proyectos y deseos personales. El primer embarazo lleva a algunas madres a decir “ya somos familia” aunque se haya perdido. Como si 119


una pareja no fuera una familia, parece que no hasta la llegada de los hijos. Son los hijos los que los transforman en familia, pero… ¿acaso no se habla de familias monoparentales? Un embarazo, un nacimiento, son un acto individual y profundamente colectivo. Imágenes en los testimonios de cómo es vivida la pérdida y sus implicancias Asumir al bebino como hijo es lo que prima en los testimonios del libro, a diferencia de la negación frecuente sobre ello. Aparece un vínculo muy fuerte con el bebino, donde éste a veces viene a despedirse, anunciando así su retirada a la madre. Ese vínculo continúa, luego de la pérdida, en sueños, en diálogos, en los silencios, en el hogar. ¿Cómo es volver a casa con la ropita del bebé sin usar, reencontrarse con el propio cuerpo, “sin mi hija sin mí” ahora como un cuerpo vacío, ajeno? Volver poco a poco a la vida diaria, que ya 1no será la misma. Encontrarse con que “el cuerpo vuelve a su lugar, muy lentamente”. La menstruación vivida con tristeza como testimonio innegable de la pérdida. Vivir las fechas de lo que no fue, del nacimiento que no sucedió. La comparación con otras mujeres amigas, colegas con las que se compartía el embarazo. Unas siguieron adelante y 120


ella no. Siguiendo las fechas y contar cuántos meses tendría el bebé si hubiera nacido. En muchos de los testimonios aparece una aceptación y agradecimiento al tiempo que el niño del agua vivió con ellos. Ver ese tiempo como todo el tiempo, ya que fue el 100 % de su vida. “Y que yo tomé la muerte de Matthias como que esta almita vino a compartir con nosotros esos 8 meses de amor que le dimos, y luego tuvo que partir, a continuar su camino quien sabe cómo”. Es fuerte también el miedo de volver a ilusionarse con otro bebé, otro nuevo proyecto de maternidad, y no soportar –o creer que no se soportaría– otra pérdida, hasta que llega un momento en que el miedo disminuye y hay un atreverse otra vez, confiar en que sí será posible, relato éste de una amiga española luego de su primera pérdida. Un tema importante son los descubrimientos familiares sobre niños no nacidos en la propia familia de origen, sobre todo hermanos, es decir de los hijos no nacidos de la madre. La intensidad con que se viven las confesiones de la madre sobre sus pérdidas, y en algunos casos la presencia protectora de esos hermanos no nacidos y tan actuales en el dolor de la madre. Y cómo ello lleva a recolocarse en la fratria3. Se observaron 3. Conjunto que forman los hijos de una pareja de progenitores considerado desde el punto de vista de los hijos. –ej. que da

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vivencias de enojo, y simultáneamente de respeto por la valentía de la madre de contarlo. También se despliega en algunas el enojo contra el destino, “con la naturaleza por hacernos tan efímeros” dirá Karim. María habla “de un antes y un después en su vida” a partir de la pérdida. También la violencia obstétrica puebla los relatos, por momentos sólo en cuanto a la frialdad de la atención médica y en otros con sordos reproches por el descuido, la torpeza, los errores o la falta de vinculación de un servicio con otros. Muchas son también las quejas sobre los innumerables estudios, investigaciones sobre el cuerpo y análisis, todo ello en medio de la experiencia de pérdida. Vivido como protección por el conocimiento sobre futuros embarazos, pero al mismo tiempo como un calvario por el dolor, el cansancio, la tristeza. “Mi compañero quería ir a una guardia, pero yo estaba cansada de explicar sobre el sangrado, estaba cansada de perder sangre, estaba cansada de tanto manoseo, y de las crecientes inquietudes y opiniones”, dice Clara. Estas pérdidas vividas en silencio, o en vergüenza, suelen enquistarse en el cuerpo y en las emociones, hasta por largo tiempo. Queda muchas veces como el diccionario “una fratria numerosa aumenta la posibilidad de ayuda mutua fraterna”

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un duelo suspendido, “duelo congelado” decía Marie Langer, que dura muchos años. “Después de ocho años me he puesto recién a escribir y volver a mirar aquella experiencia… dice Mercedes; … hoy vuelvo a conectarme con la vida y la intuición... Si pudiera volver atrás elijo recorrer el mismo camino, con aciertos y desaciertos, con dolor y con plenitud. Lo que sí cambiaría es el sendero del MIEDO por el del AMOR que seguramente me hubiera permitido soltar antes los enojos, los rencores, las preguntas, la culpa, la insatisfacción. Aceptar con amor”. Otras veces el olvido, o lo que se vive como olvido, se transforma en una nueva exclusión. Así se sostiene la presencia del ausente mucho más allá del tiempo habitual de los duelos, para no generar una nueva pérdida. El no recuerdo constante se siente como otra muerte más. Para los hermanos, los no nacidos también aparecen en sus historias como un peso. Como si estuvieran a cargo de vivir dos vidas, la propia y la del no nacido. Y se fortalece cuando ese duelo no se ha podido abrir, duelar, compartir con ellos. Lo que sirve, lo que cuida, lo que ayuda -la escucha sin critica, tanto de las tristezas como de los dolores físicos; 123


-la presencia suave y amorosa, sostenida, de los compañeros de viaje; -los encuentros grupales con iguales que atravesaron la experiencia, los que entienden; -espacios colectivos para compartir las experiencias silenciadas, o apenas cuchicheadas. También mirar los diferentes procesos de los demás. Karim menciona una Asociación de Padres Huérfanos en Friburg, Alemania. La misma asociación que asesora a médicos, enfermeros y familiares; -las constelaciones familiares, poniendo en un espacio colectivo y visual los procesos transgeneracionales y permitiendo así ser testigos de las experiencias y desolaciones de abuelos, tíos, hermanos, de otros; -salir del lugar de víctima para ser un sujeto activo atravesado por un trozo su propia vida; -ser actor y testigo al mismo tiempo de los movimientos de la vida y de la muerte.”Considero que la muerte es un proceso más que nos toca vivir”; -la poesía y otros modos creativos de construir belleza, desde el dolor y su aceptación; -la comprensión de los procesos corporales y de los procedimientos médicos; -hacer el duelo por la pérdida aporta más riquezas internas y familiares que la culpa y el ocultamiento; -“Reconocer lo que es”, dice Bert Hellinger, como forma superior de sanar heridas. 124


Cierre En este epílogo he querido repasar a vuelo de pájaro el contenido del texto: a. Una explicación sobre los procesos biopsicosociales de una pérdida de embarazo voluntaria o involuntaria. Ésta aporta un notable esclarecimiento a muchos procesos corporales que nos resultan misteriosos. b. Los testimonios de las madres, con su enorme despliegue de delicadezas sutiles e intensas sobre sus vivencias y reflexiones. c. Lo que emergió en los talleres. Lugares de la reflexión, del descubrimiento y el inicio de nuevas miradas. Estos tres momentos muestran el trabajo intenso y profundo, profesional y humano, social e individual, institucional y cultural que realizó y realiza Adriana a lo largo de años. Abriendo espacios para lo silenciado y dándoles una mirada de amoroso cuidado a las madres, a los padres de esos bebés, a los niños del agua, a los hermanos y la familia más amplia, amigos y compañeros; y permitiendo al imaginario social seguir creciendo en reconocimiento y aceptación hacia lo que es. Quiero agradecer también lo que la lectura del texto me produjo como efecto de escritura. Se ve asimismo el proceso de la escucha disponible a través del pedir un testimonio, relato, cartas escritas a los que no se quedaron. Ello generó un espacio para la introspección 125


y la elaboración de cada una de las mujeres, esto es muy visible en los repetidos agradecimientos: “hay alguien para quien es importante lo que me pasó”. Lo escrito tiene la potencia del espacio de encuentro, del salir de la experiencia individual para transformar mi historia en un nutriente social. Soy una con otros, no estoy sola, tengo algo para dar, “que le sirva a otras”: El compartir como riqueza solidaria, sanadora. Deseo compartir al final un texto, un grito, una llamada de atención de María: Me pregunto cuánto vacío nos hemos venido tapando las mujeres y hombres en nuestras vidas, cuánto no nos hemos respetado y cuántos niños del agua, del cielo, hijos no nacidos, no son considerandos en nuestras familias, no les son dados su lugar real. Supe que además de un hermano nacido y luego fallecido, tuve otra hermana más no nacida… hasta esta experiencia no lo sabía. Esto fue un hecho realmente contundente, claro que sentía aun un duelo pendiente, no la reconocía. Entonces pude entender más el dolor de la no existencia, de lo no dicho. Esto también vino a decirme este hijo y por eso lo escribo, porque siento desde cada rincón de mi cuerpo que ya es tiempo de no callar, es tiempo de hacer lugar al vacío. De soltar la angustia, de aceptar, de reconocer a esos seres como otro que también elige, continuar o no, viviendo.”

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INDICE Nota del Editor/a.................................................................................7 Afiche...........................................................................................................11 Introducci贸n........................................................................................ 13 Ilustracion de Manuel Gildengers (Polako)............................17 Cuando se pierde un embarazo ............................................... 19 Afiche ilustraci贸n de Lula Mari.....................................................36 Los talleres........................................................................................... 37 Ilustraci贸n de Marcela Peuckert..................................................40 Los aportes de lxs participantes 1. Breves palabras para un eterno momento..................... 41 2. Pichikeche........................................................................................ 43 3. Matthias............................................................................................ 44 4. Vicente............................................................................................... 46 5. La breve existencia de Pedro................................................. 63 6. Nazarena........................................................................................... 66 7. Carta para mi segunda hija..................................................... 73 8. Una carta para cada unx........................................................... 75 9. Ventana a la Vida. Ritos de pasaje....................................... 77 10. Maite................................................................................................ 79 11. Un ser con identidad propia................................................ 81 12 Inai Huenu y Nehuen............................................................... 88 Ilustracion Ver贸nica Vides...............................................................90 Hermanxs del agua.......................................................................... 91 127


1.Mi hermano Pablo........................................................................ 91 2 Los hermanos de Avelina.......................................................... 94 3 Paula y Nano comparten un hermano............................... 97 4 Los Guillermos............................................................................ 102 Ilustracion de Manuel Gildengers (Polako).........................104 La pérdida, poema de Sharon Olds....................................... 105 Ilustracion de Marcela Peuckert...............................................106 Repensando los talleres, por Gabriela González........... 107 Ilustración de Manuel Gildengers (Polako).........................110 Epilogo, por Elena de la Aldea................................................ 111


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