CAPÍTULO I
Diego tenía 5 años. Estaba aprendiendo a leer en la escuela, pero todavía no era tan fluido como para hacerlo frente a otras personas. Le encantaba. Era algo que para él tenía mucho significado. Sabía que aprender a leer le permitiría entender muchas cosas que por ser chico la gente veía normal que no entendiera. Diego no era un niño común. Parecía, eso sí, porque pasaba horas jugando con Majine, su gata, se colaba en el cuarto de su hermano mayor para ´registrar experiencias´ y amaba los sábados en la tarde porque su mamá lo llevaba a comer helado de yogur de maracuyá y vainilla con chocolate. Diego tenía una amiga en la escuela. Era un poco mayor que él, pero se entendían muy bien porque ambos parecían disfrutar de las mismas cosas. Anita tenía 6 años. Ya estaba empezando la primaria. Amaba la biología y decía que cuando grande quería ser
veterinaria. Era una niña muy dulce. Tenía mucha imaginación. Le encantaba leer e inventar historias, cada vez que se le ocurría alguna tomaba nota, estaba segura de que más adelante serviría para algo. Anita tenía un perro, un pug negro, se llamaba Softness.
La maestra muchas veces le sugirió a la mamá de Diego que le permitiera subirlo de grado, pero Catalina tenía sus reservas con el tema, para ella era bueno que su hijo quemara cada una de las etapas de su vida. Anita y Diego se conocieron una mañana en el recreo. Ella estaba concentrada leyendo el libro que su madrina le había regalado de cumpleaños ―El pequeño vampiro‖. La historia se refería a un vampiro que empezó a serlo cuando apenas era un niño. Toda su familia lo era también, pero el asunto es que no eran vampiros convencionales por la manera como terminaron siéndolo, lo que permitía tejer una serie de divertidas situaciones alrededor de sus ―vidas‖. Anita quedó prendada con el libro de inmediato y pasaba horas enteras con los ojos puestos en él. Ya iba
por la mitad y el asunto se ponía interesante. Ese día, Diego recibió un volante al entrar a la escuela. Entusiasmado lo tomó con sus dos manos y empezó a leer lo que decía. Pero el timbre sonó y los niños empezaron a correr para no llegar tarde a sus salones. Diego dobló el volante y se lo metió en el bolsillo del uniforme. Lonchera en mano corrió como los demás. La maestra era estricta y esa semana ya había llegado tarde dos veces. A Diego le costaba mucho trabajo madrugar. Su mamá había armado toda una estrategia matutina para lograr que su pequeño de 5 años alcanzara a desayunar o al menos se tomara su leche con sabor a chocolate. Catalina siempre repetía que debía sentirse afortunada de que Diego hubiera sido niño y no niña, porque de no haber sido así, la espera diaria habría sido el doble. Al salir al recreo Diego sacó del bolsillo el volante que había recibido. Siguió caminando mientras intentaba leer el título. Es – cue- la de di-seño. Por-que los ob-je-tos pue-den te-ner vi… En ese momento Diego se estrelló con Anita que estaba sentada junto al árbol de mango que había al lado derecho de la
cancha. Ella había escogido ese sitió por la posibilidad de estar alejada del bullicio de los otros niños, pero nunca pensó que estando allí alguno podría, literalmente, pasarle por la cabeza. Diego cayó al otro lado del árbol. Justo a la derecha de Anita. Se golpeó la cabeza con la lonchera, pero muerto de la pena se incorporó de inmediato, intentando disimular su torpeza, rápidamente recogió el libro del suelo y se lo entregó a Anita. Ella, por su parte, parecía no estar muy contenta. Su rostro estaba rojo de la ira y le dirigió una mirada fulminante a Diego, quien, en medio de una risa nerviosa, ofreció disculpas por lo ocurrido e intentó acomodarle el moño rojo que solía adornar su cabeza, pero que ahora estaba entre el cuello y la oreja de Anita. La niña contó hasta 10, cogió su lonchera y se levantó con rapidez en busca de un nuevo lugar para leer. Pero Diego la detuvo, le pidió que no se fuera y le rogó que le ayudara a leer el volante que había recibido. Tenía unas fotografías hermosas. Asientos, juguetes y bicicletas diferentes.
Anita dudó, pues no se sabe bien si por fortuna o por desgracia, nunca tuvo la posibilidad de durar molesta más de 5 minutos. Además, le pareció dulce la petición de Diego. Se sintió grande al pensar que ella podría ayudarle con su ―problema‖ y de paso explicarle de qué se trataba. ―Escuela de diseño. Porque los objetos pueden tener vida‖. —Es una escuela para adultos. Enseñan a hacer cosas, explicó Anita —¿Cosas como las que están ahí?, juguetes, bicicletas —Algo así, jeje. La idea de poder construir sus propios juguetes fue suficiente para que a Diego se le iluminaran los ojos. —Me acompañas?, le dijo a Anita. —Estás loco?...Es para gente grande. No nos van a dejar entrar. Entre las muchas cualidades que Diego tenía, estaba la
carencia de miedo. En este momento podía ser una ventaja, pero no aplicaba para todo. Diego miró a Anita con una sonrisa de picardía y le dijo que nada podían perder si lo intentaban. El argumento convenció a la pequeña y quedaron en verse a la salida de la escuela para cuadrar la cita del encuentro. Esa tarde, antes de que sus papás llegaran por ellos, se citaron para verse a las 4 en el parque. La academia quedaba a una cuadra de distancia, así que no habría problema. Que un niño de 5 años le diga a su mamá que tiene una cita en el parque, no es algo que suceda todos los días. Así que Catalina decidió acompañarlo, al menos para saber de qué se trataba. Anita llegó puntual, acompañada de su hermano Manuel de 19 años. Manuel y catalina se sentaron a hablar. Catalina le contó sobre su hijo mayor, Sebastián tenía 15 años. La familia de Diego era especial. Su papá vivía en el extranjero. Se había ido varios años atrás a buscar trabajo, y había encontrado uno como guía en un museo. Llamaba constantemente y los tres habían
quedado en ir a visitarlo durante las vacaciones de diciembre. Sebastián estaba en plena adolescencia. Era un joven apuesto, pero muy tímido. Contrario a Diego, que tal vez por la edad, no podía parar de hablar y de inventar situaciones divertidas. A Sebastián le gustaba tocar el piano y no lo hacía nada mal. Su papá le había regalado uno y practicaba tres veces a la semana, cuando le quedaba tiempo después de ir a la escuela. Catalina era una mamá muy estricta, pero también muy consentidora. Después de que su marido se fue, el asunto de ser mamá y papá se había complicado un poco. Los niños estaban creciendo y necesitaban una figura masculina. Pero cuando existen necesidades hay que hacer sacrificios, así que ella a sus 37 años, había asumido esa responsabilidad de la mejor manera posible. Diego y Anita dudaron unos segundos, de pie, frente al taller de diseño. Él se veía nervioso pero entusiasmado, ella sonrió al notarlo, lo tomó de la mano y caminaron rumbo a la recepción.
— ¿Quién es el encargado?, preguntó Anita. Había recordado una frase que su mamá utilizó días atrás cuando fue a hacer un reclamo a la empresa de teléfonos. — ¿Qué necesitas?, Preguntó la recepcionista. Anita se impacientó. Pensó que lo lógico era que respondiera su pregunta, no que le hiciera otra. —Necesito hablar con el encargado, agregó la pequeña. En ese momento, Emiliano apareció, escuchó a Anita y dijo: —El encargado soy yo. Emiliano Giovanco era un apuesto joven de 28 años. Había pasado la mayor parte de su vida en un pueblito cerca de Venecia, Italia, donde nació. Allá estudió diseño. Durante tres años viajó por el mundo conociendo y aprendiendo; intentando averiguar qué era lo que en verdad quería hacer, hasta que llegó a la ciudad, conoció a Fernanda y se enamoró de ella. Ambos decidieron montar un taller de diseño. Ella
había estudiado bellas artes. Anita le sonrió a Emiliano. De entrada le pareció un muchacho atractivo. —Queremos inscribirnos al taller. Emiliano giró la cabeza y le hizo lo que pareció un guiño a su secretaria. — ¿En serio? Y ¿por qué? En ese momento Diego sintió que debía decir algo. Anita ya había hablado bastante y bueno, la idea había sido suya. —Me dieron un volante en la escuela. Había fotos muy bonitas de bicicletas y juguetes. Quiero aprender a hacerlos. Quiero hacer cosas que nadie más tenga. A Emiliano le pareció bastante buena la explicación de Diego. Se quedó pensando durante varios segundos. El taller era para adultos, pero la idea de involucrar niños
y trabajar con ellos no le parecía tan descabellada. — ¿Qué te gustaría hacer? Por ejemplo. Diego acababa de terminar un cuento sobre un grupo de niños que decidió hacer un viaje en bicicleta en busca de una amiga que había sido secuestrada por unos zombies. Así que la bicicleta fue lo primero que se le vino a la cabeza. Emiliano le explicó que empezando tendría que ser algo más sencillo, pero que mientras tanto, podría ir pensando en cómo le gustaría que fuera su bicicleta. Anita se entusiasmó con la idea. Hasta el momento solo había actuado siguiéndole la corriente a Diego, pero el asunto le pareció divertido. Entonces, Emiliano los hizo pasar al taller.
CAPÍTULO II
Catalina seguía conversando con Manuel. Le pareció un muchacho bastante ‗aplomado‘ para su edad. A la mamá de Diego le encantaba utilizar esa palabra. Diego la encontrada divertida y cuando la escuchaba se reía. Manuel era biólogo. Apasionado por los animales. Quería profundizar sus estudios en la vida marina. Era un muchacho serio, pero con gran sentido del humor. Catalina pensó que definitivamente tenía que conocer a Sebastián. A las 5:30 pm empezó a preocuparse. Miró para ambos lados y no vio a los niños por ninguna parte. Se levantó angustiada y le dijo a Manuel que la acompañara a buscarlos. Cuando habían dado 10 pasos Manuel escuchó las carcajadas de Anita, giró la cabeza y ahí estaban los dos. Venían muertos de la risa, haciendo muecas y dibujando figuras invisibles en el aire. Catalina sonrió. Le preguntó a Diego qué era lo que los tenía tan contentos. Diego le echó a Anita una mirada de complicidad y le dijo a su mamá que lo sabría más adelante. —Anita y yo vamos a vernos aquí martes y jueves de 4 a 5. Estamos cerca, puedo venir solo, ¿verdad?
A la mamá de Diego no le sonó mucho la idea. Además no entendió bien la exactitud de la hora y la fecha. Así que finalmente Diego tuvo que explicarle que se trataba de un curso, pero que más adelante le daría más información. Esta última frase la había sacado del noticiero del medio día. Catalina y Manuel se despidieron muy amablemente. Quedaron en que ella le presentaría a Sebastián más adelante. Al llegar a casa sonó el teléfono. Era Gabriel. Diego se emocionó mucho al escuchar la voz de su papá. —Ya casi nos vemos pá. Tengo mucho que contarte, le dijo entusiasmado. Gabriel en cambio se escuchaba algo deprimido. La verdad era que los extrañaba mucho y era difícil para él soportar la soledad. Mamá pasó al teléfono. Sebastián no estaba, no había llegado de su cita con el dentista. Catalina colgó un poco preocupada. No se lo dijo a Diego, pero él se dio cuenta. También le resultaba difícil la situación. Para todos lo era. Gabriel estaba solo, y Diego y Sebastián estaban creciendo sin su papá. Esa noche Diego pensó en todo lo que había pasado ese día. Se sentía entusiasmado por empezar el taller de
diseño, feliz por haber conocido a Anita y un poco nostálgico por haber escuchado a su papá. No era igual. A pesar de que llamaba al menos 5 veces por semana, él quería que estuviera ahí, había tantas cosas que quería preguntarle. Majine se metió entre las sábanas. Había estado todo el día jugando con Mr. Pitt, el gato de la vecina. Ahora solo quería un poco de caricias y ronronear mientras tanto. Diego soñó con Anita. Ambos habían construido una bicicleta que respondía a sus órdenes, que leía su mente, no había necesidad de decirle nada. La bici era roja. Curiosamente los dos cabían cómodamente. Las llantas eran grandes y gruesas y los dos iban muertos de risa por una trocha en medio del campo, en bajada. La bicicleta brincaba con ellos y cada vez que lo hacía diego gritaba —yujuu!! , Anita cerraba los ojos de vez en cuando, pero no podía evitar disfrutarlo también. Llegó el martes y Diego, emocionado, estaba listo a las 3:00pm. Su mamá le recordó que estaban a 10 minutos de distancia, por lo que debía tener paciencia. —No vas a llegar a abrir el salón, le dijo Catalina en tono de burla. Diego sabía que tenía razón, pero la emoción era mucha. No estaba seguro de lo que haría, pero ya tenía
varias ideas en su cabeza. Durante varios días leyó revistas de comics y estaba empezando un cuento sobre un niño que quería viajar a la luna a visitar a su mamá. Curiosamente, también tenía una gata, pero lo que le llamó la atención fue poder construir un cohete a escala, de golpe encontraría la manera de hacerlo volar y ahí entrarían a jugar sus dos muñecos favoritos, spooky y murky A las 3:50 llamó Anita. Al igual que Diego estaba ansiosa. A ella le pareció divertido. De no haber sido por el estrellón con Diego, jamás se le habría ocurrido asistir a una clase como esa. La impaciencia de los niños hizo que Catalina dejara a medias lo que estaba haciendo. Trabajaba por las mañanas dando clases en una academia de cocina. Tenía algunos asuntos pendientes todavía. Anita y Diego llegaron 5 minutos antes. Emiliano acababa de terminar con los alumnos de las 3 y se disponía a organizar el salón. Catalina quiso entrar a conocer el lugar, pero Diego le pidió que esperara un poco más, que después le contaría con calma de qué se trataba. Esa era una de las características de Diego. Lo hacía posiblemente para conservar un espacio que consideraba sólo suyo. No quería que nadie más interviniera, no hasta que él mismo decidiera si era
oportuno contar. Le daba miedo que su mamá pensara que se trataba de un juego de niños, de una tontería. Catalina se resignó. Respetó la decisión de su pequeño de 5 años y se devolvió para su casa. Prometió pasar a recogerlos a las 5 en punto. Ese día Anita y Diego aprendieron muchas cosas. Emiliano intentó manejar la ansiedad de ambos con ejercicios sencillos pero divertidos. Para él era todo un reto trabajar con niños. Era necesario darles varias bases para empezar, pero tenía que evitar que el asunto se volviera aburrido. Fernanda le ayudaba con paciencia. Era una muchacha dulce. Tenía buena energía con los niños. En poco tiempo, los 4 se hicieron grandes amigos. La pareja de artistas les tomó mucho cariño.
Los días pasaban y se acercaba navidad. Diego estaba feliz por ir a visitar a su papá, además, el proyecto que tenía en su taller de diseño marchaba muy bien. Anita por su parte, pasaba mucho tiempo en casa de su amigo. Hacían tareas juntos, a pesar de no asistir al mismo curso. Diego era muy inteligente, adelantado para su edad, como una vez la maestra le dijo a Catalina, así que había cosas que ambos compartían e incluso temas que, luego de analizar un rato, Diego
podía explicarle a su amiga.
Emiliano expuso brevemente a los niños las partes que conforman una bicicleta y la utilidad de cada una de ellas. Para empezar harían una a escala, perfecta para spooky y murky. Diego estaba entusiasmado, durante varias clases habían trabajado en talleres sencillos, conociendo materiales y aprendiendo sobre ellos. Ahora, el asunto de la bicicleta le llamaba la atención porque podría poner en práctica lo que había aprendido y además, todo lo que se le había ocurrido. Era un proyecto interesante. Anita también estaba emocionada. Sus ideas eran algo diferentes a las de Diego, pero precisamente eso era lo que les llamaba más la atención, el hecho de poder construir un juguete propio, original y único. Luna, su muñeca, pronto tendría cómo transportarse a la escuela.
CAPÍTULO III
Diego llegó a su casa esa tarde acompañado de Anita. Mientras esperaban la leche achocolatada de la merienda vespertina, Catalina aprovechó para hacer un anuncio. El viaje para ver a Gabriel se había complicado un poco, los trámites eran costosos y por lo tanto habían decidido aplazarlo unos meses. Diego se quedó en silencio. Sebastián preguntó cuál era el problema en concreto. Catalina explicó las razones. Había varios inconvenientes, pues los papeles de papá no estaban en regla todavía y era casi imposible que los tres pudieran viajar legalmente, tendrían que esperar un tiempo, mientras eso se solucionaba. Diego se molestó. Se levantó del asiento, tomó de la mano a Anita y se fue para su habitación sin decir nada. Majine entró detrás de él como si entendiera que su presencia podría ser necesaria. Y así fue. Anita se quedó callada un rato. No sabía qué decir, sólo pensó en sentarse junto a Diego y compartir su silencio. Majine se metió lentamente entre las piernas de él y empezó a ronronear como queriendo consolar a su pequeño humano. El silencio duró poco, Anita tuvo un arranque loco y empezó a bailar frente a Diego, intentando animarlo.
Se tapó la cara con su cabello y se envolvió en el cuello una bufanda de colores que estaba colgada en la perchera. Mientras se movía al compás de su propia música hacía gestos graciosos. Finalmente consiguió que Diego sonriera. La clase siguiente fue muy divertida. Diego diseñó una bicicleta para dos, tenía una forma bastante especial, muy moderna, las ruedas eran gruesas y en lugar de dos asientos hizo uno grande y muy cómodo. Emiliano estaba bastante sorprendido con las habilidades de su alumno. La verdad era que le estaba quedando muy bonita. Por supuesto, él le ayudaba con las partes difíciles de la construcción, pero la idea era solo de Diego. Anita, a su vez, estaba trabajando en una bicicleta algo extraña. Tenía el asiento cerca del piso y los manubrios arriba, según ella para que Luna alcanzara los pedales sin dificultad. Además, por experiencia propia, siempre tuvo problemas con eso de tocar el suelo, así que el tema del asiento era importante. Emiliano les ayudó a perfeccionar algunos detalles de ingeniería. Anita tenía varios problemas con su diseño, pero finalmente entre los dos lograron adaptarlo. Esa fue quizá una de las clases más productivas, el trabajo iba muy adelantado y los niños estaban felices.
Esa noche Anita llegó a su casa un poco preocupada. A pesar de que la clase había sido buena, pensaba en Diego y en las ganas que tenía de ver a su papá. Había pasado ya mucho tiempo desde que se vieron por última vez y quería encontrar la manera de ayudarlo. Mientras tanto, seguía tomando nota de las historias que pasaban por su cabeza, ahora Diego era parte de ellas. Durante las siguientes dos semanas, los muchachos intensificaron las conversaciones con su papá. Por fin Gabriel había conseguido un computador y aunque todavía le costaba trabajo manejarlo, entre Sebastián y Diego le ayudaban a hacerlo. La navidad estuvo llena de regalos. La bicicleta había quedado tan bonita que Diego decidió guardarla para dársela a su papá cuando lo viera. A Gabriel le gustaban mucho las motos, así que Diego pensó que sería un bonito regalo. Para su mamá y su hermano elaboró unas creativas lámparas, muy sencillas, pero muy funcionales. Emiliano, por supuesto, le ayudó con las partes difíciles, pero seguía sorprendido con el talento de Diego. A Anita le regaló una alcancía en forma de gata, se basó en Majine para su diseño. Ella, por su parte, le regaló un libro titulado ‗Laboratorio de Arte para niños‘ y una
pequeña cajita de herramientas. Las clases del taller de diseño cesaron por vacaciones. Emiliano y Fernanda Viajaron a Trevisso, Italia a visitar a sus familiares. Una tarde de enero, mientras Diego y Anita jugaban a los zombies, tocaron a la puerta. Catalina había salido con Sebastián a comprar los útiles del regreso a clase, así que Diego dudó en abrir. Ya su mamá le había advertido sobre los peligros a los que se enfrenta cuando se está solo en casa. Además, Anita era algo paranoica, por lo que tampoco lo animó a hacerlo. La puerta sonó de nuevo, esta vez de una manera bastante familiar para Diego. Pensó durante un segundo que lo que estaba imaginando no podía ser cierto, pero decidido a comprobarlo, él mismo golpeó la puerta desde adentro, como en clave. La respuesta fue inmediata y el pequeño empezó a brincar sin parar. Uno a uno fue quitando los cerrojos de la puerta, mientras Anita lo miraba confundida y algo nerviosa. —Papá!, grito Diego tan pronto abrió la puerta. Sin decir otra cosa se le colgó al cuello a Gabriel, era increíble, allí estaba su papá.
Anita no pudo evitar sonreír, aunque su rostro todavía reflejaba confusión. Al igual que Diego, estaba sorprendida con la presencia de Gabriel. La visión le empezó a fallar, las lágrimas se habían apoderado de ella. Mientras Diego gritaba y le hacía mil preguntas a su papá, llegaron Catalina y Sebastián, quiénes se unieron a la celebración. Anita se sentía un poco fuera de lugar, no sabía qué hacer. Aunque le parecía mejor que nadie se acordara de que ella estaba ahí, de esa forma tampoco la verían llorar. Minutos después, luego de los abrazos, los besos y las carcajadas Diego se acordó de Anita. La pequeña se encontraba sentada en una esquina, disfrutando de la escena familiar, con la nariz y los ojos rojos. Diego se acercó, la tomó de la mano y se la presentó a su papá. —Ella es Anita, la niña de la que te había hablado. Sin duda Gabriel había oído bastante sobre ella, así que le parecía conocerla desde hacía tiempo. Le sonrió y le agradeció por hacer sonreír a Diego, y seguirle la corriente en sus ideas y travesuras.
CAPÍTULO IV
La visita de Gabriel obedecía a unas cortas vacaciones que le habían dado en el Museo, al parecer, el asunto de los papeles se estaba solucionando, sin embargo debía regresar pronto, por eso quería aprovechar al máximo el tiempo con su familia. Faltaban pocos días para que empezara de nuevo el taller de diseño. Diego estaba entusiasmado porque pensaba que era la hora de empezar a construir su bicicleta. Él y Gabriel compartieron ideas. A su papá le encantó su regalo de navidad y por supuesto, su afición a los vehículos de dos ruedas permitió que le diera algunos datos con relación al tema. Sebastián continuó con sus clases de piano, se sintió más motivado luego de que su papá, después de tanto tiempo, lo escuchó tocar. Le prometió que la próxima vez que se encontraran le ofrecería un concierto exclusivo. Catalina estaba feliz, durante esos días investigó y se inventó los platillos más deliciosos que habían probado en mucho tiempo. Compartía sus recetas con sus alumnos en la academia. Sin duda todos estaban felices. Incluso Anita, a quien invitaban casi todos los días después de la escuela. Martes y jueves hacían tareas y
luego se iban para su taller de diseño. Diego le ayudaba a Anita con sus tareas de matemáticas y ella a él con las de literatura. Diego había mejorado mucho en su lectura, estaba aprendiendo rápidamente. Las vacaciones de Emiliano y Fernanda fueron magníficas. No sólo estuvieron en Italia, también pasaron por las islas griegas y allí decidieron casarse, así que la noticia fue un motivo más de celebración para Anita y Diego. El año había empezado maravillosamente. La visita de Gabriel, el matrimonio de Emiliano y Fernanda y la posibilidad de empezar el proyecto que ansiaba Diego, la bicicleta. En este caso, ambos niños iban a trabajar en la misma bicicleta, ya que era un poco más complicado que la que habían hecho el año pasado. El diseño escogido fue el de Diego, Anita decidió participar del proceso de elaboración y aprender de su amigo y su maestro. Estaba segura de que en ese tema ambos sabían de lo que hablaban. Sin embargo, nunca dejó de opinar y de hacer observaciones, estaba muy interesada en el resultado final. La construcción fue todo un proceso. Desde el primer día de clase Emiliano empezó a hablar de las piezas de
la bicicleta, el marco, las ruedas, la cadena, los piñones, el manubrio y demás elementos indispensables para construirla. Ellos habían hecho una a escala, pero ahora tenía que ver cómo funcionaba en tamaño real. La mayoría de las piezas ya existían, solo que había que empezar a modificarlas a partir del diseño de Diego. Fue un proceso lento, pero bastante entretenido. Los niños aprendieron muchas cosas y de vez en cuando bromeaban; especialmente Anita, que solía darle vida a cada objeto inanimado. Inventaba historias a las tuercas y tornillos, a las ruedas, a las llaves, en fin. Diego estaba muy motivado. Recordó la bicicleta que vio en su sueño, se parecía bastante a la que tenía en mente y pensó que sería perfecta para salir a pasear con Anita. La visita de Gabriel duró dos semanas. Él tuvo que regresar a su trabajo. Los niños quedaron un poco tristes, pero al mismo tiempo estaban felices porque habían podido verlo. Catalina y Gabriel hicieron planes. Pensaban en que se volverían a ver pronto y que si todo salía bien los cuatro estarían juntos definitivamente. Anita le tenía un poco de miedo a eso, la idea de dejar de ver a Diego no le gustaba mucho, pero sabía que tendría que enfrentarlo algún día, si se trataba de su felicidad no podría hacer otra cosa que apoyarlo.
Una tarde Anita no llegó al taller. Tampoco había ido a clase en la mañana, por lo que a Diego se le hizo bastante raro, ella siempre había sido muy puntual. Llamó a su casa para saber qué pasaba y su mamá le contó que estaba enferma. Tenía fiebre y dolor en el cuerpo. Al parecer se trataba de uno de esos virus que a veces llegan. Diego le pidió a su mamá que lo llevara a visitar a Anita. Llegó y la encontró acostada. Estaba pálida, tenía ojeras. Camila, la mamá de Anita, le aseguró a Diego que el médico ya la había visto y que iba a estar bien en unos días, que sólo necesitaba reposo. Ese día Diego conoció a softness, la mascota de Anita. A Diego le pareció la cosa más fea del mundo. El perro ladraba y gruñía como un cerdito. Anita lo veía encantador, se reía y decía que era la cosita más tierna que existía, pero Diego no pensaba lo mismo, no encontraba ningún viso de ternura en el perro, al contrario, le parecía el animal más feo que había visto y encontraba bastante curioso que Anita viera eso en ese pequeño ‗monstruo‘. Anita regresó a clase la semana siguiente. La bicicleta iba bastante adelantada. Habían trabajado mucho en ella. Emiliano se había dedicado bastante a ese proyecto. Tanto, que los demás alumnos empezaron a
verlo con admiración, realmente la bicicleta estaba quedando fantástica. Por supuesto, Emiliano les habló a todos sobre Diego. Nadie podía creer que un niño de 5 años tuviera ideas tan ingeniosas. Un día, mientras Anita y Diego jugaban en el recreo, Catalina llegó, se veía bastante preocupada; tomó a Diego de la mano y se sentó con él en una banca, lo miró a los ojos y le dijo: —Un carro atropelló a Majine. Está herida, ya la llevamos al veterinario. Diego se asustó muchísimo, empezó a llorar, Anita lo abrazó. El pequeño le pidió a su mamá que por favor lo llevara a verla. Ambos niños salieron de la escuela y fueron a ver a Majine. La gata estaba acostada, sedada, así que no se enteró de la visita. Los niños la miraban con ternura y visiblemente asustados. Diego, sobretodo, pensaba qué iba a ser de su vida sin ella. Era su mejor amiga, esa gata sabía todo sobre él y siempre lo consentía en los momentos más oportunos, aparecía cuando él más la necesitaba. El veterinario expuso el caso. El golpe había sido fuerte y comprometía su cadera y uno de sus riñones. Majine necesitaba una cirugía y algunos medicamentos. El asunto era que el médico encargado no estaba especializado en el tema, y entonces recomendó al
Doctor Fernando whiskers, un especialista que tenía su clínica a 4 horas de allí. El doctor whiskers era un hombre muy ocupado, trabajaba en una de las clínicas veterinarias más importantes del país, por lo que resultaba un poco difícil lograr que viniera y llevar a Majine no era muy recomendable, así que el tema puso a pensar a la familia. Catalina se comunicó de inmediato con el médico, pero resultó tal como todos pensaban. Su secretaria le dijo que el doctor whiskers se encontraba en medio de un seminario y que por el momento era imposible pasarlo al teléfono. Catalina insistió más tarde, pero tampoco obtuvo respuesta. Diego empezó a impacientarse. Majine necesitaba atención con urgencia y ese doctor whiskers no aparecía por ninguna parte. Catalina no tenía mucho tiempo para estar pendiente. Había pedido más horas de trabajo en la academia, para mejorar las finanzas de la familia, lo que por el momento no permitía dar una solución rápida al problema de Majine. De otro lado, estaban los costos de la hospitalización de la gatita, algo que también la tenía inquieta.
Diego tomó atenta nota de las indicaciones del médico. Majine tuvo que quedarse esa noche allí y él no tenía permiso de acompañarla. Cuando llegó a la casa Anita y Diego subieron a la habitación. Anita intentó por todos los medios animar a su amigo, hizo gestos, maromas, pero nada de eso dio resultado, Diego estaba muy triste. El pequeño pasó gran parte de la noche en vela intentando hallar una solución. Era necesario que el médico viera a Majine, pero, ¿cómo lograr, al menos, comunicarse con él, llegar a él? Al día siguiente, durante la clase de diseño, mientras trabajaba en su bicicleta, recordó el sueño que tuvo, el viaje que había hecho con Anita. —Claro!, eso es! Diego se acercó a Anita con disimulo y le murmuró al oído su idea. Ella lo escuchó con atención, pero luego lo miró con algo de inquietud. A pesar de que el plan le parecía bastante atractivo, no dejaba de preocuparla, serían dos niños de 5 y 6 años viajando cuatro horas en bicicleta.
Pero por Majine valía la pena el esfuerzo. Anita y Diego convencieron a Emiliano para extender una hora más la clase y poder terminar la bicicleta. Faltaban algunos detalles importantes, pero según él, era posible terminarla ese mismo día. El joven no entendió muy bien la prisa de los niños, pensó que tal vez hacía parte de la ansiedad propia de la situación. Definitivamente era algo poco común que un par de niños de esa edad hubieran diseñado y trabajado en la construcción de una bicicleta. Majine seguía en la clínica. Habían pasado ya tres días desde el accidente, el médico se veía algo intranquilo, no quiso asustar a Diego, pero le dijo a su mamá que era necesario encontrar al doctor whiskers, pues la operación de la gatita era urgente. Catalina no ocultó su frustración. El doctor seguía ocupado, había pedido que no le pasaran llamadas y sin poder hablar con él, era un poco complicado hacerlo venir a ver a Majine. Diego averiguó todos los datos. Anita le ayudó a conseguir la dirección. Era una niña muy recursiva. Llamó a la secretaria y se hizo pasar por la asistente de un colega del médico, el doctor Diego Diemitrio, médico veterinario Italiano, que estaba de visita y necesitaba con urgencia comunicarse con el doctor whiskers. Luego de semejante historia, la secretaria le
facilitĂł no solo el celular, sino la direcciĂłn de la oficina e incluso la de su casa, era un orgullo recibir en su paĂs a una eminencia de la veterinaria como lo era el doctor Diemitrio.
CAPÍTULO V
Anita y Diego programaron el viaje para el viernes. Saldrían temprano. Todo estaba listo. Cada uno había dicho en su casa que había paseo en la escuela. Anita había pedido permiso para quedarse a dormir en casa de Diego, se suponía que Catalina los llevaría ese día. La bicicleta quedó fantástica, tal como Diego la quería. Era roja, muy bonita, las ruedas gruesas y el asiento muy cómodo, eso lo certificó Anita más adelante. Y lo mejor, completamente diferente a cualquier otra bici conocida. Ese día, como cosa realmente extraña, Diego se levantó temprano. La pelea matutina fue reemplazada por el ataque de ansiedad propio de un día de paseo. Antes de las 6:30 ambos estaban listos. Catalina no podía creerlo. Diego le dijo que la hora de llegada a la escuela era un poco más tarde, por lo que Manuel, el hermano de Anita, pasaría por ellos ese día. Catalina entraba a las 7 en punto, no podía esperar. Apenas Diego se cercioró de que su mamá se había ido, sacó su maleta, y varias pitas que le servirían para asegurarla a la bicicleta. Eran pocas cosas, pero de cualquier manera había que estar preparados. Un par de sándwiches, algunas bebidas y algo de dinero (que sacó prestado del cajón de Sebastián).
El viaje empezó sin problemas. Diego había comprado un mapa para seguir la ruta. Por suerte encontró uno de esos que tienen figuras y dibujos, lo que funcionaba perfecto, pues resultó muy fácil de entender. El día estaba hermoso, bastante soleado. Anita se veía nerviosa, pero también muy entusiasmada, nunca pensó en hacer algo parecido, se trataba de toda una aventura. Un poco tensionada abrazó con fuerza la cintura de Diego, quien iba feliz conduciendo su bicicleta. El trayecto se hizo cómodo, pues ambos iban pedaleando. La brisa los despeinaba, y de vez en cuando, algún brinco los hacía reír. El paisaje era precioso, montañas que se veían delante de otras, era una imagen infinita. Las nubes se sentían muy cerca y el viejo walkman que Sebastián le había regalado a Diego funcionaba de maravilla. La música era el complemento ideal para la travesía. Si no fuera porque el viaje tenía tintes serios, habrían podido decir que era el mejor día de sus vidas.
Luego de una hora de camino se detuvieron a descansar. Sentados, a la orilla de la carretera, sacaron los sándwiches y dos cajitas de jugo de mora, empezaron a admirar el paisaje. La vista era imponente, mágica, las aves volaban haciendo piruetas en el aire, a veces parecía una coreografía ensayada durante mucho tiempo. Anita miró la hora, 8:30 am. Es posible que nadie se haya dado cuenta todavía. —Me habría gustado traer a Majine, dijo Diego —y a Softness, ¿te imaginas? En ese momento Diego intentó evitar que Anita viera su cara de desagrado, aunque al mismo tiempo le dio risa. Recordar a la cosa más fea que había visto le resultaba divertido. Pensar en él jugando con Majine le parecía imposible. Anita se echó a la boca el último trozo de sándwich, terminaron de tomarse el jugo y se dispusieron a continuar la travesía. Anita empezó a inventar historias sobre el viaje, de vez
en cuando se burlaba de Diego, le creaba un personaje. Muchas veces fueron cosas sin sentido, a él le parecía divertido y un poco escalofriante, su amiga tenía breves ataques de locura. Durante las próximas dos horas pedalearon y rieron a carcajadas. A las 10 am llamó la directora de la escuela a casa de Anita y Diego. Catalina no estaba, pero Camila sí y apenas se enteró de que su hija de 6 años no había asistido a clase, salió como loca a casa de Diego a averiguar qué había sucedido. Por supuesto nadie respondió allí, Sebastián estaba en clase y Catalina no llegaba hasta las 11:30. Camila recordó que tenía su número de celular. Cuando se comunicó con ella quedó aún más confundida, pues la versión de Catalina era que Manuel pasaría por los niños, pero Manuel estaba de viaje, en un recorrido por el pacífico, estudiando las ballenas. Catalina y Camila quedaron de encontrarse de inmediato. Ninguna de las dos tenía una explicación para la desaparición de sus hijos. Camila estaba muy angustiada, era una mujer muy nerviosa, Anita era una niña, corría peligro donde sea que estuviera. Catalina, por su parte, conservó la calma. En cierta forma conocía los arranques de Diego y sabía que
cualquier cosa podría habérsele ocurrido. Aunque era raro, porque Diego era impulsivo, pero también muy responsable para su edad, así que lo que hubiera sucedido obedecía a algo muy especial. A unos 45 minutos de la ciudad del doctor Whiskers Diego giró el volante con brusquedad, algo en la carretera estuvo a punto de ocasionarles un accidente. Por suerte Anita iba bien asegurada y Diego no perdió el control de la bicicleta. El enorme obstáculo era un cachorrito que se encontraba herido en la carretera, se veía delgado y lloraba mucho. Anita no soportó la angustia. Estacionaron la bicicleta y se acercaron a ver de qué manera podían ayudarlo. Los niños estaban cansados, llevaban varias horas de viaje. Habían pensado en detenerse a descansar un rato, pero luego del hallazgo, los dos coincidieron en que lo mejor era llevar al cachorrito al consultorio del doctor Whiskers lo más pronto posible, de cualquier manera iban para allá. Costó trabajo mover al pequeño perrito, que solo gemía —seguramente producto del dolor que sentía—. Al parecer había sido atropellado, aunque no se podía asegurar qué era lo que había pasado. Con delicadeza, Diego lo levantó, lo envolvió en su chaqueta y se lo pasó a Anita para que se acomodara con él en la bicicleta.
El doctor Whiskers estaba por terminar su primera jornada académica de ese día. El Seminario terminaba esa noche y después de eso habría una fiesta de clausura. Le pidió a su secretaria que le reservara dos boletos a Hawai para salir con su esposa tan pronto terminaran las conferencias. No pensaba quedarse a la celebración, estaba cansado y quería tomarse el fin de semana libre. Anita y Diego demoraron poco más de una hora en llegar a la ciudad. Las enormes autopistas, los puentes elevados, los miles y miles de vehículos lograron asustar un poco a Anita, quien se aferró con la mano derecha a la cintura de Diego, mientras con la otra sostenía con fuerza al cachorrito. Diego se veía tenso, pero no se dejó intimidar por el tamaño de la ciudad. Al contrario, disfrutó observando la longitud de sus edificios, lo diferentes que eran unos de otros, la diversidad de carros, camiones y motocicletas, la cantidad de gente que caminaba con rapidez y como si nadie más existiera. Fue necesario detenerse en el primer semáforo para volver a mirar el mapa. Esta vez, el otro mapa que Diego había comprado y que los ubicaba dentro de la ciudad. Éste no pudo conseguirlo con figuritas, así que no lograban entender nada.
Anita estaba preocupada por el cachorro que no dejaba de llorar, así que sin pensarlo dos veces abordó a una señora que pasaba por allí y que se veía menos apurada que las otras. —Disculpe, ¿puede ayudarnos? Buscamos al doctor Fernando Whiskers, trabaja en la Clínica Veterinaria Pets Rescue, ¿sabe cómo podemos llegar allí? La señora no pudo evitar su asombro al ver dos pequeños de esa edad transportándose en una bicicleta en medio de la ciudad. — ¿Sus papás saben que están aquí? Anita respiro profundo y recordó esa odiosa costumbre de los adultos de responder a sus preguntas con otra, así que con paciencia le dijo de nuevo: —En verdad es urgente encontrar al Doctor Whiskers, hay una gata que necesita atención pronto y este perrito se encuentra muy mal herido, ¿puede ayudarnos?
CAPITULO VI
Camila y Catalina buscaron a los niños por todas partes, cada una especulaba a dónde podrían haber ido, finalmente las dos pensaron en Majine. La gatita se encontraba dormida. Catalina le preguntó al doctor si los niños habían estado allí. El doctor solo le dijo que los había visto el día anterior, tomando atenta nota sobre la manera de ubicar al doctor whiskers, fue ahí cuando Catalina dedujo lo que pasaba. La angustia fue peor cuando recordó la bicicleta roja. Diego le contó que la habían hecho en clase de diseño, pero jamás se imaginó que podía ser utilizada para que dos niños de 5 y 6 años viajaran solos durante 4 horas. El asunto se puso peor cuando Catalina le contó a Camila su sospecha. La mamá de Anita tuvo que sentarse y fue necesario conseguirle una agüita de cidrón para que se tranquilizara. Catalina no sabía qué hacer. Solo se le ocurrió llamar de nuevo al doctor whiskers para saber si tenía información sobre los niños. Mientras tanto,
solucionaba los asuntos pendientes para poder ir a buscarlos. Como era de esperarse, el doctor whiskers no contestó la llamada. La secretaria insistía en el tema del seminario. Sólo hasta que Catalina le contó la historia, Myriam entendió la gravedad del asunto. Entonces ató cabos y supuso que el doctor Diemitrio no podía ser otro que Diego y que su asistente, probablemente era Anita. Myriam le aseguró a Catalina que estaría pendiente. Anita y Diego estaban a punto de perder la paciencia. La señora seguía interesada en saber qué hacían dos niños solos en bicicleta por la ciudad. Finalmente, Diego no aguantó más. —Señora, es urgente. Si quiere después puede anotar nuestros datos y hasta los nombres de nuestras mascotas. Por ahora necesitamos encontrar al doctor whiskers. Mi gata está muy grave y ¿es que acaso no se da cuenta de lo mal que está el perrito? En ese preciso momento en el semáforo se detuvo Alejandro y al escuchar el nombre del doctor whiskers se incluyó en la conversación.
—Escuché que necesitan localizar al doctor whiskers? Es mi papá, yo voy para allá. La camioneta tenía el logo de la clínica veterinaria, por lo que Anita y Diego no dudaron en subirse. Guardaron la bicicleta en la parte trasera del vehículo y dejaron hablando sola a la señora, quien seguía repitiendo que era imposible que dos niños anduvieran solos en bicicleta por la ciudad. Alejandro estaba haciendo su práctica veterinaria. Tenía 20 años. Trabajaba ayudando a su papá en la Clínica. Quería especializarse en felinos. Durante el trayecto, Anita y Diego le contaron la historia del accidente de Majine, la necesidad de que el doctor whiskers fuera a verla. También pensaban en el pequeño cachorrito que habían encontrado en la carretera y que, aún con algunos quejidos, parecía dormir tranquilo en las piernas de Anita. Alejandro le pidió al conductor que acelerara la marcha, pues examinando al cachorrito se dio cuenta de que necesitaba atención rápida y especializada. Su temperatura corporal era baja, al igual que su ritmo
cardíaco. El seminario se estaba llevando a cabo en el auditorio de Pet Rescue. Así que al llegar al lugar, Anita y Diego se bajaron con prisa de la camioneta. Alejandro, por su parte, salió corriendo para urgencias con el perrito. Les pidió que lo esperaran, pero los niños estaban ansiosos por hablar con el veterinario. Corrieron por el pasillo, se toparon con varios médicos y enfermeras, al parecer estaban en un receso porque al llegar al auditorio todos estaban en la entrada, charlando y tomando café. ¿Cómo encontrar al veterinario entre tantas personas? —Doctor whiskers!! El grito de Anita dejó en silencio la sala. Asombrados, todos voltearon a ver de quién se trataba. Anita sintió cómo alguien, bruscamente, le halaba el brazo derecho, como intentando sacarla del lugar, Diego seguía gritando, doctor whiskers, doctor whiskers! Finalmente, antes de que los niños fueran sacados del lugar, el doctor whiskers apareció. Secando sus manos en los pantalones —al parecer estaba en el baño—,
pidió que dejaran hablar a los niños. Diego le explicó lo sucedido. Le habló del accidente de Majine, de la urgencia de que él fuera a verla. El doctor escuchó con atención, la historia de los niños viajando en bicicleta y los ojos húmedos de Diego fueron suficientes para que accediera a acompañarlos. El doctor whiskers llamó a la clínica donde estaba Majine para conocer el estado real de la gatita. Mientras tanto, su secretaria se comunicó con Catalina, quien estaba a punto de viajar en busca de los niños. Alejandro apareció minutos después con la buena noticia de que Turista se había salvado. — ¿Turista?, preguntó Anita. —Sí, teníamos que ponerle un nombre y ese me pareció apropiado. Los niños estuvieron de acuerdo. Antes de viajar de vuelta fueron a visitar a Turista. El cahorrito se veía muy bien y eso los tranquilizó mucho. Diego preguntó qué sería de la vida de Turista cuando saliera de allí, Anita no había pensado en eso y los
invadió la preocupación. Pensaron en llevarlo de regreso con ellos, pero Turista debía quedarse unos días más y ninguno de los niños sabía si les darían permiso de adoptarlo. Alejandro decidió entonces quedarse con él. No tenía mascota en casa y pensó que sería divertido, además, el pequeño cachorro iba a necesitar cuidados y merecía una familia que lo hiciera feliz. El doctor whiskers no se opuso y el asunto se resolvió así. Después de almuerzo Anita, Diego y Fernando whiskers emprendieron el camino de regreso. Diego ofreció disculpas por no poder transportarlo en su bicicleta, pero solo había espacio para dos. Al doctor le pareció mejor que los tres viajaran en avión, pues era necesario, debido a la urgencia. La bicicleta fue envuelta y enviada como parte del equipaje. Al ver a sus hijos Camila y Catalina los llenaron de besos y abrazos. La alegría fue momentánea, pues inmediatamente vinieron los reproches y los regaños.
Anita y Diego explicaron las razones que los llevaron a semejante aventura. Además, hablaron del cielo azul, de las aves haciendo piruetas, el aire en la cara y el paisaje infinito, nada de eso fue suficiente para evitar el castigo. Dos semanas sin salir a jugar ni poder asistir al taller de diseño. Esto último fue lo que más los afectó, pues les encantaban las clases, ya estaban pensando en el siguiente proyecto. Sin embargo, todo valió la pena cuando Majine estuvo bien de nuevo. La recuperación tardó cerca de dos semanas, el tiempo perfecto del castigo para dedicárselo a su mejor amiga. Diego estaba feliz por tenerla de vuelta. La llenó de mimos, la consintió con comida especial y jugó con ella todo el tiempo que pudo. Anita, de vez en cuando, iba y los acompañaba. Su castigo incluía cero visitas a Diego, pero logró convencer a su mamá para que le redujera esa penitencia a una sola semana.
CAPÍTULO VII
El tiempo pasó y Diego y Anita crecieron. Luego de varios años en el taller de diseño, los niños recibieron un reconocimiento especial. Muchas cosas habían salido de allí, muchas ideas y muchos sueños. Muchos proyectos también. Emiliano estaba feliz con el resultado. Hacía dos años que había creado una academia exclusiva para niños, Anita y Diego lo habían inspirado. Eran ellos ahora sus asistentes y colaboradores y de paso le ayudaban a encaminar a Juliana y Pablo, sus mellizos de 3 años. El tiempo y la distancia consiguieron que Catalina y Gabriel terminaran por separarse. La pareja se divorció en muy buenos términos por lo que Diego y Sebastián veían con frecuencia a su papá. Diego Había decidido quedarse a terminar la escuela. Sebastián pensó en viajar a hacer una especialización en composición musical.
Un día de junio, llegó a manos de Emiliano la convocatoria para un concurso de Arte Joven. El ganador obtendría una beca para viajar a Italia y estudiar diseño. Emiliano no dudó un segundo y se comunicó con Diego. El joven tenía solo 15 años, pero le entusiasmó muchísimo la idea. Mucho más si iba a estar asesorado por su maestro y amigo. La alegría de Diego contagió a toda la familia, incluyendo a Majine que ya tenía varios años encima y aun así conservaba la misma agilidad de antes. Como si supiera que se trataba de algo muy bueno, celebró junto a Diego haciendo piruetas y sacando las garritas buscando congraciarse. Diego se comunicó con Anita y le habló del proyecto. Esta vez estaban pensando en algo grande, algo atractivo e interesante. Anita, se emocionó mucho y se ofreció a acompañarlo a hablar con Emiliano. El plan era ahora una motocicleta. La experiencia de la bicicleta lo había dejado entusiasmado con el tema. Durante varios años estuvo investigando y estudiando con Emiliano, había llegado el momento de poner ese asunto en práctica. De otra parte, Anita estaba terminando de juntar las memorias de todas esas historias extrañas que inventó
cuando era niña. Había descubierto en la literatura una manera maravillosa de expresar lo que sentía. La hacía feliz escribir, por lo que quería terminar la escuela y empezar a estudiar en forma ese tema. Emiliano esperaba ansioso a Diego. Estaba tan emocionado que parecía que iba a ser él el que participaría en el concurso. Y en parte así sería, sin su ayuda sería muy difícil que Diego lo lograra. El plan de trabajo empezó enseguida. Anita sirvió de asistente —como alguna vez lo fue para el Doctor Diemitrio—. Las ideas de ambos lograron compaginar de una magnifica manera. La experiencia de Emiliano y la frescura de Diego fueron suficientes para que el diseño resultara realmente interesante. La primera parte del concurso consistía en entregar el diseño y todas las especificaciones técnicas. Superada esa etapa, pasaron a la siguiente que involucraba la construcción del objeto como tal. Fueron meses de mucho trabajo. Catalina estaba preocupada por las calificaciones de Diego, pues además de trabajar en el tema de la motocicleta, debía concentrarse en los exámenes de fin de curso. Anita estaba segura de que ambos lo lograrían. Puso mucha fe en eso y el resultado fue increíble.
La final del concurso se llevaría a cabo en Turín, al norte de Italia. Solamente diez finalistas tendrían la oportunidad de viajar, por lo que Diego y Emiliano esperaban ansiosos la notificación como merecedores de esa posibilidad. Durante esos días, en la espera de una respuesta, Softness enfermó. A pesar de todo, Diego había madurado y se había dado cuenta de que no era tan feo como decía. Anita no quiso preocuparlo, pues andaba enredado con el asunto de la motocicleta y el concurso, sin embargo, Diego la notó triste y pensativa. Cuando le preguntó de qué se trataba ella prefirió no decir nada, así que la noticia de la muerte del viejo Pug negro lo tomó por sorpresa. Envuelta en lágrimas, Anita llamó a Diego y le contó lo sucedido. Diego corrió a su casa y compartió con ella su tristeza, no podía hacer otra cosa que abrazarla y consolarla, Softness, al igual que lo era Majine para él, había sido el mejor amigo de Anita. Cinco días más tarde llegó la carta que Emiliano y Diego habían estado esperando. Clasificaron entre los diez finalistas. La celebración fue bastante curiosa, pues durante varios minutos se quedaron estáticos, sin decir nada. Anita brincaba, saltaba, hacía muecas como cuando era niña y no lograba transformar la cara de
shock de los protagonistas de la buena noticia. Finalmente, Emiliano fue el primero en abrazar a Fernanda y empezar a corretear a Juliana, mientras Pablo reía y los perseguía también. Diego seguía sentado, sin decir nada. Anita no aguantó las ganas y lo abrazó, Diego le correspondió a ese abrazo y todos terminaron riendo a carcajadas. Esa noche Anita recordó cómo había empezado todo. Esa mañana que conoció a Diego, cuando se le fue encima y le dañó el peinado, el bonito moño de color rojo que su mamá le había hecho. Recordó el volante y las ganas de Diego por saber qué decía. Recordó su ‗madurez‘ al advertirle que eso no era para niños, pero lo que más le gustó fue haber estado equivocada. Emiliano y Diego debían viajar en dos semanas. No hubo mucho tiempo para planear el viaje. El 1 de octubre estarían rumbo a Turín. Anita sabía que pasaría mucho tiempo antes de que volviera a ver a Diego. No se había ido y ya lo extrañaba. Pero se sentía tan feliz por él, que sólo esperaba que la llamara para decirle que había ganado, y que su sueño estaba por cumplirse.
El 12 de octubre sonó el celular. Eran las 5 de la mañana. Anita contestó medio dormida y no escuchó nada. Cinco segundos después una risa nerviosa le confirmó lo que pensaba.