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ventanas
P u e r t a sy
Antonio López Ortega
Director- Gerente
Oliva Díaz Granados
Directora Externa
Jonathan Coles
Director Externo
Alejandro Marco
Director
Rafael Silva
Director
Daniel Foggia
Director
Maria Vargas
Director
Rodrigo Busto
Presidente
Junta Directiva
Aquí nos veremos, sin vernos, cuando por un instante escapemos a los trozos de paisaje ofrecidos en el Calendario de la Fundación Bigott. Y gracias a este breve pero significativo gesto, cuando retornemos al resplandor que a mitad de mañana nos exige concentración o, simplemente, al fragor de la cotidianidad que nos modela, habremos salvado un poco más de memoria para cuidarnos de la sed que quizás nos traigan nuestros días por venir.
Una vez más la Fundación Bigott logra motivarnos a mirar y reconocer en el paisaje que habitamos los rasgos de nuestro gentilicio primordial. Una vez más Nelson Garrido nos invita a acompañar su inteligente y cuidadosa mirada de los lugares que recorre, permitiéndonos redescubrir y, en no pocos casos, descubrir la vida que sucede cerca, muy cerca, sin pesar de nuestra ausencia.
Las ventanas y puertas que recibimos en estas fotografías son apenas una excusa para reconocer en nosotros la diversidad de realidades que nos construyen. Son un velado glosario de rostros y paisajes a través de los cuales, Nelson Garrido y la Fundación Bigott, nos brindan un amable relato del país.
Cada una de estas puertas y ventanas conlleva eso que presentimos como unión o unidad; ese algo intangible y, a la vez, tan existente: la identidad esencial que nos funda y nos recrea; esa idea por la que somos y nos realizamos en la voz pronunciada Venezuela.
Este caleidoscopio de objetos y eventos convertidos en lo que, simplemente, nombramos como puertas, ventanas o fachadas, revelan la memoria de una manera criolla de refugiarnos de los torrenciales aguaceros del sur, de los desiertos falconianos, del sol que se hinca en Maracaibo, de los cantos marinos del oriente del país. Porque cada una acontece en algún lugar de nuestra geografía y a esta responden coincidiendo en lo que las une y diferenciándose en aquello que las localiza.
Y eso que somos lo contemplaremos en este calendario que hoy se abre en nuestras manos; cuando nos reconozcamos reflejados, en alguna medida, a través de materiales, técnicas y formas hechas imágenes. Mes a mes observaremos la unión de diferentes materias que evocan nuestro asombro del mundo: tierra, madera, hierro; argamasas, vidrios, colores. Recibiremos el testimonio de distintas técnicas en la fabricación de realidades: bahareque, adobes, frisos; ensambles, soldaduras, trazos; albañilería, carpintería, herrería. Podremos ver, fascinados, la riqueza formal con que se han ordenado tan disímiles recursos materiales y técnicos: fenestraciones compuestas a partir de rectángulos, cuadrados, círculos; terminaciones como aleros, repisas, quitapolvos; cerramientos constituidos en rejas, postigos o romanillas.
Almanaque o calendario, cada vez que detenemos nuestra mirada en alguna de sus hojas es como si detuviéramos nuestro paso en un camino imaginario y mirásemos, a través de alguna ventana o de alguna puerta, el horizonte de lo que nos ha acontecido o de lo que habrá de acontecernos mientras somos.
Para bien o mal el tiempo, eso que pensamos y presentimos al rotar entre auroras y ocasos, quedó representado en un sitio sobre la tierra, en un trozo de papel, en las líneas de nuestras manos. La mensura de esa percepción –o intuición– llega hasta nosotros cada vez que decimos la palabra mes y cada vez que pasamos las hojas de un librillo al que nombramos almanaque –si resuena en nuestra voz la pausa del nómada–, o calendario –si somos, a favor o en contra, el eco de una deuda. Ahí representamos con imágenes y palabras trescientos sesenta y cinco días de nuestras vidas, agrupados y ordenados según el cíclico vaivén de los astros.
En Roma, la eterna, los prestamistas anotaban el nombre de sus deudores y las sumas debidas en un libro que les recordaba en calendae, el primer día de cada mes, que debían recibir el pago acordado.
detenían su paso en el desierto y contemplaban la bóveda celeste, veían el curso de otras caravanas guiadas por el sol que abrevaban en oasis siderales. Admiramos ahora como entonces la presencia de esas formas de la luz que nos acompañan y nos recuerdan que ya hemos estado en algún lugar entre ellas, que nos detenemos ilusoriamente para darle descanso al olvido que nos impone nuestro andar.
Cuando antiguas caravanas beduinas hacían manâh,
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Paraguan谩,
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el cielo sin nubes, esa llana ventana de madera, la blanca y lisa pared iluminada por el sol paraguanero y la sombra de cercanos cardones que, junto al pináculo de la fachada, sugieren elevar la mirada.
La pureza es una sensación que se impone al observar
Casco
hist贸rico de
P e ta r e , C a r a c a s
Carnaval
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Carnaval
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de madera alegra un muro iluminado y verde en una vieja callecita de Petare.
Sobre friso sobado, esta pequeĂąa ventana
En
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Barinas o Tumeremo, una imagen como esta refleja la gracia que otorga el sol cuando alcanza nuestras casas, cuando las troca en colores, formas y texturas de lo que somos.
En algún rincón de Caracas, Maracay,
Maracaibo,
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Zulia
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dirige nuestra mirada al cielo mientras nos recreamos en el ornamento de sus contornos y en la siempre curiosa textura de las tejas holandesas.
La esbeltez de dos puertas y una ventana en Maracaibo
Isla
de
Coche,
e s ta d o
N u e va E s pa rta
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D í a d e l T r a b ajad o r
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resguarda la intimidad de un lugar que busca sol y aire. Azul y rojo, cielo y tierra, en esta ventana de Coche, están imaginariamente unidos por un horizonte blanco que dibuja contornos de navíos, olas y estrellas.
Una romanilla de madera siempre
QuĂbor,
e s ta d o
Lara
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B ata l l a d e Car abobo
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amables y constantes han surgido todas las formas con las que se ha construido este lugar en Quíbor. Según cómo observemos, el ocaso o el amanecer iluminan la serena soledad que esa penumbra tras la puerta abierta y ese solitario banco de madera inspiran.
De una misma tierra y de unas manos
Coro,
e s ta d o
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madera, bloques, láminas y pintura, son base para la simpatía con que reconocemos hecha esta puerta que pudiera estar en Coro, Maturín, Upata o San Carlos.
La austeridad de estos materiales:
Coro,
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Falc贸n
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entre quitapolvos y repisa: pura memoria trazada a sol y calicanto en una pared de Coro.
SeĂąorial ventana de hierro, acotada
Maracaibo,
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Zulia
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marabina continúa reflejando sol y palmeras, mientras las líneas rectas de molduras y reja intentan unir lo antiguo y lo actual.
El desenfadado colorido de una casa
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con una pequeña puerta púrpura, atrae nuestras manos mientras nos recreamos en el atávico contraste de los colores de cielo y tierra, tan cercanos en Quíbor o en Paraguaná.
La fibrosa textura del bahareque horadado
QuĂbor,
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Lara
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sencilla puerta, recortada sobre un desnudo muro de adobones iluminado bajo el sol de QuĂbor.
Manchas de todos colores recrean esta
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–quizás de Coro, quizás de Cumaná– permite reconocer cuántos materiales han de unirse para construir una realidad que procura soportar intemperies y permanecer en el recuerdo.
Aunque destartalada, esta ventana
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Fundación Bigott RIF J-00059662-0
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