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El cine: un problema filosófico por Hernán Aliani

El cine: un problema filosófico

Por Hernán Aliani

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Si bien puede datarse el nacimiento del cine con la aparición del cinematógrafo de los Lumière en 1895, es 1915 el año que nos interesa aquí resaltar. Porque en dicho año se produce el estreno de El nacimiento de una nación de D. W.

Griffith y es el momento en que el cine comienza a ser pensado de otra manera. El divertimento de feria pasa a ser un objeto cultural y artístico de masas y, más allá éxito comercial, se pone en evidencia el cine como fenómeno político. Nace la crítica de cine también allí, en tanto sacude a la opinión pública. Todos querían opinar sobre el film, a favor o en contra. Si bien muchos periodistas y escritores se pronunciaban

ya sobre las capacidades revolucionarias del asombroso invento, no es hasta esta fecha que se considera un fenómeno que trasciende el ámbito del espectáculo. El cine comienza a ser un símbolo de época donde se montan los artistas y teóricos vanguardistas. Conjunción de arte y ciencia, manifestación última de los imaginarios futuristas que promovían la unión hombre-máquina. Y es también en este momento cuando los movimientos

políticos, desde el fascismo al bolchevismo, deciden aprovechar al máximo sus posibilidades. Mientras tanto, la filosofía en las primeras décadas del siglo se permite ignorar profundamente este fenómeno; y es quizás Henri Bergson el único que lo evoca, pero sólo para ilustrar un problema puramente gnoseológico, despreciando la importancia del cine en el espíritu de épo-

ca.

El Nacimiento de una Nación —y de la misma manera el cine— obtiene su notoriedad, no a partir de la unánime celebración sino desde sus muchas contradicciones. Aquello que era un divertimento osa ser una obra de arte, aquello que era poco más que teatro filmado osa ser una forma de relato con un lenguaje propio, aquel goce estético reservado a las aristocracias osa ser llevado a las masas, aquella historia que pretendía ser un vehículo de valores nobles termina

siendo un foco de controversia moral, aquel proyecto de genuinas ambiciones artísticas termina siendo un negocio sin precedentes. Y así podríamos continuar enumerando diferentes revoluciones en montaje, duración, puesta en escena, etc. Puede gustarnos o no, pero nadie puede ser indiferente al cine y sus efectos. ¿Y cuál es el problema filosófico que suscita? En realidad son muchos y hasta sería fatigoso enumerarlos a todos; pero podríamos, al menos, distinguir dos grandes grupos como injusta simplificación: los que se entusiasman con la novedad y los que no. Es así que aparecen aquellos que ven el nacimiento de un nuevo lenguaje y otros que ven la degradación de todos los lenguajes ya disponibles; unos que se maravillan por esta nueva prótesis que nos muestra el mundo como nunca lo habíamos visto, y otros que la consideran una deformación y una degradación de lo real. Todos los inventos que traían los problemas de la “reproductividad técnica” (que planteara Walter Benjamin en los 30) ya eran conocidos hace muchos años. El “hecho maldito” que se produce en 1915 con el film de Griffith es la popularización del fenómeno para masas recientemente empoderadas, y es allí donde las imágenes pueden poner en evidencia su carácter universal. La aparición del daguerrotipo y las primeras fotografías en el siglo XIX no trajo consigo a pensadores que planteen la “ontología de la imagen”. Está claro que siempre ha habido imágenes para el hombre. En tanto animal simbóli-

co o animal con lenguaje, siempre ha producido imágenes y palabras representando lo que ve o vivencia. La imagen y la palabra son hermanas pero también rivales; muchas veces la una ha salido al auxilio de la otra en tanto ilustración, recurso retórico, explicación, delimitación, etcétera. Sin embargo, muchas veces la palabra ―como una nota al pie― puede sacarle el característico poder ambiguo a la imagen y de la misma manera una imagen puede socavar la claridad conceptual de un texto. Baudelaire mismo (1859), en tanto artesano de la palabra ambigua y artística, estaba escandalizado con la aparición de la fotografía usurpando el ámbito de la representación. “El arte se pierde el respeto a sí cuando pinta lo que ve y no lo que sueña”. Lo que Baudelaire asociaba con la fotografía era la pretensión positivista de que la técnica y la ciencia finalmente nos revelaran las cosas como

realmente son; es decir, discriminara en el hombre lo que “sueña” a través de sus facultades sensibles deformantes. Con esto, podemos inferir que la fotografía aún no podía ser considerada una imagen, como sí lo era un cuadro o una escultura. Asociar la fotografía con la objetividad es posible en un contexto de revoluciones industriales y tecnológicas. Ya en el siglo XX ―tomando o no la aparición del film de Griffith―, la imagen no es más inocente. La sociedad de masas reclama un lenguaje no ilustrado y lo encuentra en la imagen cinematográfica. La imagen, finalmente, le ha ganado la batalla a la palabra (ilustrada) y por consiguiente al concepto. A lo largo del siglo XX “los filósofos del cine”, ya sean Jean Epstein, Sergei Eisenstein, Siegfried Kracauer, André Bazin, Jean-Luc Godard o el mismísimo Gilles Deleuze, aspiran a mostrarlo como una forma de escritura con su

particular gramática, es decir como un pensamiento sin conceptos. El cine realmente fue en el siglo pasado la forma de aparecer del mundo; las películas abrían imaginarios y configuraban futuros, llegando incluso en los 60 a pensarse como el vehículo de una fuerza social transfor-

madora. El exceso de romantización produjo luego un gran desencanto, que llevó a algo parecido a la muerte del cine, pero no de las imáge-

nes.

Hoy nos encontramos con un desborde y proliferación de imágenes donde claramente el cine juega un rol secundario. Estas nuevas imágenes se encuentran deshistorizadas, apartándonos de lo real en tanto político y metiéndonos en la dimensión de lo que ahora suelen llamar hiperreal o virtual. La pregunta, filosófica, por el cine cobra sentido para intentar historizar y explicar la peculiar mirada del mundo que tenemos en la actualidad. No es una pregunta melancólica, es una pregunta sobre el destino del lenguaje y del pensamiento. La respuesta nos podrá hablar de una evolución o una decadencia, pero seguramente, no nos dejará indiferentes.

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