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Fantasmas en la videoteca: Female on the Beach por Marcelo Vieguer

Si el Hollywood clásico nos ha dado una increíble cantidad de obras maestras, también nos ha dado un enorme conjunto de grandes obras donde brillan, en muchas de ellas, aspectos relevantes del arte cinematográfico que una atenta lectura nos permiten avizorar. Ponernos a pensar a partir de estos filmes será nuestra intención; por supuesto, quedarán muchos aspectos para reflexionar de una película que, seguramente, ha pasado como una más, del cúmulo de obras estrenadas en la década del 50.

Su director, Joseph Pevney, fue un estadounidense de los que puede considerarse un artesano, un director en la nómina de la Universal cuando filmó esta extraña Female on The Be-

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ach. Comenzó su carrera como director en 1950, y dirigió, hasta 1958, la friolera de 27 filmes, siendo la película que nos ocupa, la décimo novena en su historial. Así que experiencia tenía para ese momento, pero sin grandes filmes realizados hasta entonces, tal es así que en el monumental desglose de directores del libro El

cine norteamericano. Directores y direcciones

1929-1968, Andrew Sarris no lo tuvo en el radar en su famoso texto.

Pero en esta ocasión, se alinearon los planetas y el resultado fue una enorme película. Y eso ocurrió, porque de la película participa la gran Joan Crawford —ya con cincuenta años—, pero con un papel a su edad y a su medida actoral, además de la aparición como guionista de Richard Alan Simmons que supo elevar considerablemente el libro original de Robert Hill: The Besieged Heart, y con la notable fotografía del gran Charles Lang.

La fertilidad de este tipo de filmes indica, sin más, la calidad artística del grueso de los filmes del Hollywood de aquel período.

Comencemos con el relato argumental. Por un lado, la sexagenaria pareja de Osbert y Queenie Sorenson, dedicados a expoliar a cuanta viuda o solterona ronde alguna de las casas de la playa, para lo cual utilizan a Drummond Hall (“Drummy”, el impertérrito Jeff Chandler), joven gigoló de cara y porte engalanador que atrapará a esas mujeres con el fin de vaciarle sus cuentas, o sacarle todo el dinero posible. Un aire angelical y bonachón, hasta casi inocente, bordea a la pareja, mientras que Drummy (tan “hueco” como su nombre) es el ariete, enamorando a las presas de turno. La pareja le da albergue y comida y, como una mascota, Drummy sigue las directivas que le imparten sus mayores.

Además, con su destacada figura, Drummy, ha conquistado a una joven que tiene como amante, Amy Rawlinson —donde ya en el apellido muestra esa doble cara, lino crudo, contraste que se develará hacia el final—, quien se encarga de alquilar la propiedad de la playa del adinerado y potentado hombre de casinos, Ben Markham.

Amy es inteligente, pero algo desbocada por el galán, y a la espera de que éste obtenga algún preciado “botín”, para poder estar definitivamente con su amado.

Luego tenemos a Lynn Markham (Joan Crawford), quien, ante la muerte de su marido un año atrás, llega a la casa de la playa para vender la propiedad lo antes posible. Su lugar de “presa” para los intereses de Drummy fue ocupado anteriormente por Eloise Crandall, última inquilina de la propiedad hasta su caída por los riscos del mar, tras romper las barandas del balcón. La señora Crandall ha caído, sí, ¿pero cómo? ¿Fue un suicidio, ante el despecho de Drummy?, ¿O fue un asesinato, fruto del accionar de su amado?

La situación del accidente queda fuera de campo, y apenas una sombra de su inconfundible figura nos certifica que el gigoló sí estaba en el balcón en momentos de la caída.

Pero volvamos a nuestra protagonista estelar, Lynn, quien en su pasado fue bailarina de variedades, y admite haberse casado por dinero; o sea, fue “comprada” siete años atrás por Ben, de quien tiene el recuerdo de haber sido amada. Su marido era copropietario de un casino y jugador profesional, mientras que la pobreza rodeó la vida de Lynn, justificando así el salto de estatus con el matrimonio.

Al comienzo del filme, Drummy comienza la tarea de seducción, de lo que Lynn se da cuenta rápidamente, y desarticula cada una de sus intenciones. Los Sorenson, mientras maquinan el plan de estafa, mandan a Drummy a tal tarea; es magistral la puesta en escena, donde vemos a la pareja sentada a la sombra, mientras Drummy, a sus pies, como un perro, busca broncearse para

mejorar su presencia; en la acción, e inmediatamente, como escuchando a sus amos, Drummy salta al mar y nada hasta el muelle, invadiendo el espacio de Lynn, donde, torpe y decididamente, masajea con bronceador su pantorrilla, pero ella lo aleja enérgicamente; en un nuevo intento, la abraza fuertemente y es otra vez rechazado, pues Lynn entiende claramente el juego al que la quieren obligar.

Haciendo una analogía con Eloise, Lynn pareciera no prenderse de ninguna fantasía y aparenta un duro escollo para los intereses del perverso trío. Pero el ocio y el aburrimiento, casi el destino al que se somete, hace que Lynn se asome al balcón y vea a Drummy arreglando el barco, y ahora será ella quien, simétricamente, invada el espacio del hombre.

Ya en el interior del navío, la pareja comienza insinuándose, y desde la puesta en escena se nos revelará un plus en sentido simbólico. Drummy tiene sobre una pared fotos de: su “familia”, los Sorenson, de su amigo Pete Gómez y de él mismo; pero también está la foto de Eloise a quien, afirma, jamás amó; esa foto confirma que Eloise ha sido una de las tantas presas que ha cosechado. Pero Lynn, tras avanzar hacia él, lo besa imprevistamente, y el encuadre nos muestra que la fotografía de Eloise, queda detrás de la pareja, en momentos del inesperado beso: ¿Cómo que la occisa ha quedado en el pasado?, o ¿cómo que Lynn ocupará su lugar?

No lo sabemos, y esto se debe a lo que el mismo filme nos entrega. Porque en el pasado de ella, para salir de la pobreza, se ha casado con Ben, por lo que el accionar de Drummy bien puede ser del mismo tenor; por otra parte, Lynn ahora sí se ha dado cuenta de que está enamorada, por lo que es el amor que la guía, pero Drummy no tiene nada, es un don nadie sin trabajo, ni aspiraciones (excepto el dinero), sin cualidad alguna a excepción de su atrayente figura y, peor aún, lo rodea siempre un halo de tinieblas.

Esas zonas opacas, que no dejan traslucir claridad en los intereses y relatos, siempre están presentes en los filmes melodramáticos; se alcanzan al ingresar a ese espacio inmaterial u otredad. Nos explicaremos mejor. Si algo caracteriza al género melodramático, es la incursión y presentación de un desborde, en sentido amplio, que se reflejará en acciones y situaciones, y que pasan por encima de las particularidades de aquello que se presenta como relato. Si ese desborde del melodrama —presente en el cine clásico argentino— , puede llevar a pensar, a espectadores de otras geografías, en la desmesura como elemento constituyente de nuestro mejor cine, reflejada en actuaciones que expresan tal carácter —acaso sea ese pasado latino lo que nos marque en tal expresividad—, en el Hollywood clásico las pasiones parecieran centrarse en viajes interiores, hay algo del tono en mantener la cordura aunque, a todas luces, no hacen más que caer en tales pasiones.

En este filme, y en las primeras escenas, vemos que Eloise Crandall no hace más que beber, pues el alcohol suple el vacío dejado por Drummy, ya a esa altura avergonzado de su accionar. Ella clama a gritos el nombre de su amado, veremos —fuera de campo—, que le vocifera a Drummy en el dormitorio, acusándolo de su mero interés por el dinero y que acudirá a la policía; mientras, el teléfono suena, y Osbert va desenchufando una a una las líneas de la casa, por lo que nos preguntamos: ¿quién está llamando?, pero nunca lo sabremos; Drummy sale de la habitación y va al living donde apura un trago, sale al balcón en dirección de la escalera de la playa cuando, siguiendo el anterior recorrido de Drummy, en el living aparece una desalineada Eloise, tratando inútilmente de corregir su edad avanzada acomodando sus cabellos, con la copa de alcohol en mano, ignorando la presencia de los Sorenson, y dirigiéndose hacia el balcón, hacia su final. Pero la cámara nos muestra algo: Drummy presencia, desde las alturas, la caída. ¿Hay algún grito, llamado o expresión de su parte? No, y esa ausencia de exclamación alguna, no hace más que llenar de dudas respecto de su accionar. Aún no lo sabemos, pero esa cortina de opacidad destellará en sus actos futu-

ros.

Exactamente a mitad del filme, a la manera de cumplimentar el “punto medio” (midpoint) del relato —según Syd Field—, se produce un destacado eje vertical farettiano, aquél cuya presencia provoca un cambio del estatus de un personaje o de una situación.

Lynn ha descubierto el diario secreto de la fallecida Eloise, en la que leemos —con su voz en off—, cómo fue perdiéndose por amor hacia Drummy, mientras los Sorenson la esquilmaban a través del juego y préstamos solicitados. Lynn sabe que está recorriendo el mismo camino, por lo que rechaza enérgicamente a Drummy, tanto que cuando él le aprisiona los brazos, ella se suelta mordiéndole la mano.

Escapa de él tomando el camino en dirección al balcón, donde al comienzo ha perdido la vida Eloise, pero pese a trastabillar y tambalear, logra erguirse huyendo hacia la izquierda del cuadro, mientras Drummy, extrañamente —o no tanto— no reacciona ante la cercanía del peligro de Lynn.

Allí comienza a descender la escalera que da a la playa, seguida raudamente por Drummy, hasta el descanso, donde es alcanzada por él, quien intenta besarla de manera forzada; toda la acción seguida por una grúa en un travelling descendente.

Lynn se libera y continúa bajando la escalera, y hace que este nuevo rechazo haga reaccionar más enérgicamente al insípido galán.

El travelling descendente finaliza, y un paneo a la derecha del encuadre acompaña la carrera de Lynn, pero tropieza con una piedra, y es acometida nuevamente por Drummy.

El desembocado Drummy la levanta, y nuevamente intenta besar, pero Lynn logra separarse, por lo que Drummy toma la parte superior del vestido, rasgándolo hasta dejarla desnuda, sólo

con su corpiño, por lo que Lynn reacciona abofeteándolo haciéndole trastabillar. Ya sin la “armadura”, dejando de lado cualquier tipo de resistencia, se abandona a sus sentimientos, besando y abrazando, ella también a su amado.

A partir de aquí, se consolida la relación en la pareja, presentándose —cuando comienza el tercer acto—, con un pronto casamiento. Si el accionar de Lynn es resultado de un cristalino apasionamiento —como resulta muy propio del género—, el accionar de Drummy siempre está entre tinieblas. Su pasado de pobreza, su pretendido cambio por un supuesto enamoramiento, deja más dudas que certezas con respecto a su accionar, porque pese a liberarlo del desenlace fatal de Eloise, nunca se responde respecto de llevar a su consorte a alta mar con un clima que, como él sabe, es innavegable. Esa zona opaca del personaje, derrama la ambigüedad sobre su carácter y la historia.

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