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Uno seco (Roberta Calderón
from One Stop Marzo 2021
Roberta Calderón
Mitad humana, mitad poesía, nacida un ocho de mayo hace ya un tiempo. Fue criada en la Zona Sur del conurbano bonaerense, cuna de la aviación de esta parte proclamada como Argentina. Lo que falta, lo que no cuenta, son lagunas y profundidades de océano. Hija del aire, poeta dependiente, se encuentra trabajando en la edición de su primer libro de poemas.
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Uno seco
Me mandaron un abrazo helado, desembarazado de aire y de viento. Uno sin posdata, exento de cariño.
Un abrazo inerte, sin sentido. Uno con rencores, lleno de especulaciones. Un abrazo sin olores.
Me mandaron un abrazo intangible, en estado vegetativo, en plena decadencia. Uno sin retorno posible.
Un abrazo vacuo, incierto, en agonía.
Me mandaron un abrazo que falleció en mis brazos y sepulté debajo del cemento.
Ramón Nuñez
Escritor desde hace veinte años, aunque al principio se decantó por la música, la escritura venció y actualmete escribe en varios diarios y revistas culturales internacionales. En 2010 publicó su primer libro La verdad , obteniendo gran reconocimiento en su país, Uruguay.
ANITA
¿Te acuerdas, Anita? ¿Te acuerdas cuando la maestra nos sentó juntos en el primer asiento? A vos, por ser una de las más chiquitas de la clase, y a mí, por ser tan distraído. ¿Te acuerdas? Sí, yo era distraído o más bien desatento, como lo sigo siendo hasta ahora. Siempre me pasó eso de andar como en otro mundo, o viendo cosas que otros no ven. Pero eso no tiene remedio, se nace así y no hay vueltas. Fue cuando pasamos a quinto y yo había venido de afuera, como dicen ustedes a los que no nacimos en Montevideo.
Mi padre fue siempre buscavidas y si conozco bastante fue gracias a él, que nos paseó por el mundo con tal de que no faltara el pan en la mesa. Claro que me acuerdo cuando tú me mirabas
y te reías, al ver la forma con que yo tomaba el lápiz. ¡Cuánto tiempo!
Recuerdo que eras tan inteligente y siempre me llamó la atención tu carita y esa forma de hablar tan diferente a la mía, y tú, con eso de que no me comiera las eses. Me haces reír. Hasta el día de hoy lo sigo haciendo. Cómo no me voy a acordar; cuando tú me invitaste a tu casa y subimos los veinticuatro escalones de aquella casa grande con puertas tan altas que podía pasar sin agacharse la maestra de sexto. Volví varias veces… tú me invitabas a tomar la leche. Tu madre fue una mujer muy generosa, siempre la recuerdo, por eso y por la ternura en sus palabras, virtud que has heredado y siempre lo demuestras. Fue así que nació eso tan bello que de a poco fuimos descubriendo, eso que pasó de ser un juego de niños a un sentimiento que nos mantenía juntos en todo momento.
Recuerdo cuando rocé tu mano por pura casualidad y a mí me dio como una electricidad y me puse rojo de vergüenza, y tú, al no darte cuenta, preguntabas asombrada que me había pasado. Ya tenía doce años, Anita, y tú eras un año menor. Fue desde ese día que me di cuenta que quería estar contigo y sentía fastidio cuando tus compañeras te reclamaban a la hora del recreo y yo te miraba de lejos, sentado debajo del árbol, el ombú que no sé por qué se le dio por nacer ahí y hasta el día de hoy sigue en pie. Fue así, Anita, que comenzamos a querernos, a escribirnos palabras lindas en la última hoja del cuaderno y a tocarnos las manos, a enojarnos para luego volver a querernos con más fuerza.
¿Te acuerdas, Anita?, cuando la maestra te hacía pasar al frente y tú bajabas la vista para no verme y yo me moría de
risa al verte tartamudear cuando no podías conjugar el mismo verbo que me lo habías repetido hasta el cansancio como mil veces. Y después, cuando nos volvimos a encontrar en primero de liceo y yo te invité a mi casa, que no quedaba tan lejos de la tuya, era al final de un corredor largo y oscuro donde nos habíamos mudado nuevamente. Fue ahí que conociste a mi familia y siempre me quedó la impresión de mi madre cuando te vio aquella vez y dijo: “Que carita tan linda tiene esta niña”.
Y seguimos juntos, y lo que fue un deseo pasó a ser una necesidad y fue la necesidad de decirte todo eso que tenía metido aquí adentro y no me dejaba dormir lo que me alivió, cuando te di mi primer beso. No sé si fue un beso o simplemente rocé tus labios, solo sé que desde ese día el mundo se llenó de cosas lindas, tan lindas que yo te veía reflejadas en ellas. Y te seguí queriendo y buscábamos como locos apenas un espacio para vivir lo que en ese entonces era todo un sueño… y nos íbamos caminando sin importarnos nada y nos quedábamos rato por ahí para no llegar a nuestras casas y volver a extrañarnos nuevamente.
Pero después pasó eso que siempre pasa en los que se quieren mucho y muchas veces se quieren de verdad, como nos quisimos nosotros, antes de que a mis padres se les diera por irse para la Argentina como se iban todos en aquellos años. Y nos fuimos una madrugada y no te volví a ver. Pero te llevé conmigo y te hablaba en mis silencios largos al sentir el lamento de los bandoneones… y te lloré mil veces y me fui apagando de a poquito y me sentí el más infeliz del universo, y solo me calmaba Piazzolla, desde lejos, cuando me venía a la mente la triste melodía de “Adiós, Nonino”. Pero viste cómo es la vida, uno debe seguir con
sus penas a cuestas y conocer otras personas, y salir un poco de las tinieblas y así fue como un día me crucé con la que sería mi mujer. Viste cómo es eso. La vi y me causó ese mismo efecto que creía perdido y que me pasó cuando nosotros nos conocimos. Entonces nos casamos, Anita. Sí, nos casamos y la quise mucho, aunque lo nuestro fue diferente. Lo nuestro fue algo así como descubrir el camino que nos conducía al amor. Y como te dije, nos casamos y nació mi primer niño, luego la niña, que yo en un momento quise ponerle tu nombre, pero mi mujer no quiso y ahora mi nieto que me dice: “¿Abuelo, falta mucho para llegar a Montevideo?”, y yo le contesto, “No, mi bandido. ¿Ves aquello que se ve a lo lejos? Ahí es”. Y ya estamos por llegar al puerto y sabes una cosa, Anita, me tiemblan las piernas y estoy tan contento que voy a volver a verte.
Ayer fui a la peluquería, quería estar bien para vos. El peluquero me preguntó: —¿No le gustaría matar un poco esas canas, veterano? —No, déjalas así —le respondí.
Y bueno, Anita, por suerte ahora tenemos eso tan moderno y nos volvimos a encontrar en algo que yo miraba de reojo. Esto que me permitió volver a saber de ti y que abrió esa ventana que nos volvió a la vida y nos matamos de la risa al vernos nuestras caras después de tanto tiempo. Viste las cosas que inventan los gringos. Ahora somos amigos de Facebook y gracias a ese invento estoy naciendo de nuevo. Estoy nervioso, Anita, porque ¿sabes una cosa? Con este invento me di cuenta que a mi mujer la quise siempre, pero a vos te amé y me siento nuevamente como un niño y quiero volver a tocar tu mano para saber si me vuelve a dar electricidad. ¡Mira lo que son las cosas, Anita! Volvernos a encontrar después de tanto tiempo y parece como si hubiese sido ayer.