Dra. María Esther Castillo Moreno/CIP
“El proceso de convertirse en persona” C.R.Rogers, 1992
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FORMULACION PROVISIONAL DE UNA LEY GENERAL DE LAS RELACIONES INTERPERSONALES Hace no mucho tiempo, durante el verano, me dediqué a meditar sobre un problema que me atormentaba: ¿Es posible enunciar en una sola hipótesis los elementos que hacen que una relación facilite o inhiba el desarrollo personal? Escribí un breve trabajo para mí mismo y tuve ocasión de darlo a conocer a un grupo y en una reunión con varios ejecutivos industriales. A todos les pareció interesante pero especialmente a los líderes industriales, quienes discutieron sus ventajas y desventajas en lo que respecta a problemas tales como las relaciones entre supervisor ,y supervisado, obreros y empleadores, la capacitación de ejecutivos y las relaciones entre los miembros del personal superior. En mi opinión se trata de un documento de carácter muy provisional y no estoy del todo seguro de que se ajuste a la realidad. Lo incluyo en el presente libro porque, a juicio de muchas personas, contiene sugerencias valiosas y porque su publicación podría inspirar estudios destinados a verificar su validez. Muchas veces me he preguntado qué aplicación tienen en el ámbito de las relaciones en general los hallazgos procedentes del campo de la psicoterapia. Durante los últimos años he pensado mucho en ese problema y he tratado de enunciar una teoría de las relaciones interpersonales como parte de la estructura más amplia de la teoría de la psicoterapia centrada en el cliente. El presente trabajo se propone encarar uno de los aspectos de esa teoría desde un punto de vista ligeramente diferente del habitual. Deseo referirme a la armonía subyacente que percibo en todas las relaciones humanas, armonía que determinará el desarrollo, el progreso y la apertura de ambos participantes, o bien provocará en ellos la inhibición del crecimiento psicológico, el surgimiento de actitudes defensivas y el bloqueo de ambas partes. El concepto de coherencia El término "coherencia" ocupará un lugar fundamental en mi exposición. Este constructo ha sido elaborado para incluir un grupo de fenómenos que parecen importantes desde el punto de vista de la psicoterapia y las interacciones personales. Intentaré definirlo. Hemos empleado el término coherencia para indicar una exacta adecuación entre vivencia y conciencia, pero su significado puede extenderse para incluir también la correspondencia entre vivencia, conciencia y comunicación. Quizás el ejemplo más sencillo sea la situación del niño recién nacido. Si experimenta hambre en el nivel fisiológico y visceral, su conciencia parece concordar con esta experiencia y su comunicación es coherente con ella. Está hambriento e insatisfecho en todos sus
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niveles; en este momento está integrado o unificado en su hambre. Por otra parte, si está saciado y contento, esto también supone una coherencia integral, que se verifica en todos sus niveles: visceral, consciente y de comunicación. Es una persona unificada en todo sentido. Tal vez una de las razones por las cuales la mayoría de la gente gusta de los niños resida en su comportamiento genuino, integrado o coherente. Si un bebé expresa afecto, rabia, satisfacción o temor, no dudamos de que él es su experiencia en todo sentido. Se muestra temeroso, cariñoso, hambriento, según su necesidad.
Para encontrar un ejemplo de incoherencia debemos buscarlo más allá de la infancia. Un caso muy común es el individuo que se enoja con facilidad al participar en una discusión: se sonroja, su tono de voz revela ira, agita el dedo ante su oponente. En cuanto un amigo dice: "Bueno, no nos enojemos por esto", nuestro hombre, con sinceridad y sorpresa, responde: "¡No estoy enojado! ¡Esto no me inspira ningún sentimiento! Simplemente estaba señalando hechos lógicos." Al escuchar esto, los demás miembros del grupo se echan a reír. ¿Qué es lo que ocurre en este caso? Parece evidente que, en el nivel fisiológico, el individuo experimenta un sentimiento de furia, que no aflora a su conciencia. Conscientemente. no experimenta ni comunica enojo alguno. Hay una verdadera incoherencia entre experiencia y conciencia y entre experiencia y comunicación. También debemos señalar que, en realidad, su mensaje es ambiguo y oscuro. Sus palabras exponen hechos lógicos, pero su tono de voz y los gestos que lo acompañan transmiten un mensaje muy diferente: "Estoy enojado contigo." Pienso que este carácter ambiguo y contradictorio de la comunicación es típico de la persona que intenta comunicarse durante un momento de incoherencia. . El presente ejemplo ilustra además otra faceta del concepto de incoherencia: el individuo mismo no es capaz de juzgar con acierto su propio grado de coherencia; por esa razón, la carcajada del grupo revela la impresión general de que este hombre está experimentando ira, aunque él no lo crea así; lo que el grupo percibe con claridad es invisible a los ojos de este sujeto. En otras palabras, parece que en ese momento el individuo no es capaz de evaluar su grado de coherencia. En cambio, es posible lograr ciertos progresos en lo que respecta a la medición de esta cantidad desde un marco referencial externo; por otra parte, hemos podido extraer importantes enseñanzas a partir de la capacidad de algunas personas para reconocer su propia incoherencia en situaciones pasadas. Por consiguiente, si el hombre de nuestro ejemplo se encontrara bajo tratamiento -protegido por la aceptación que rema en la atmósfera terapéutica- podría recordar este incidente y decir: "Me doy cuenta de que en ese momento estaba terriblemente enojado, aunque creyera lo contrario." En otros
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términos, podría reconocer que, en aquella oportunidad, sus defensas le impidieron advertir la ira que experimentaba. Veamos un ejemplo de otro aspecto de la incoherencia. La señora X, que ha estado ahogando bostezos y observando a hurtadillas su reloj pulsera durante horas, al retirarse de una reunión dice a su anfitriona: ¡He disfrutado tanto de esta velada! Fue una fiesta deliciosa." En este caso, no se trata de incoherencia entre experiencia y conciencia, sino entre experiencia y comunicación. La señora X sabe muy bien que se aburrió. Observemos que cuando hay incoherencia entre la experiencia y el conocimiento consciente de ésta hablamos de defensa o negación a la conciencia, mientras que la incoherencia entre conciencia y comunicación se considera hipocresía o engaño. El constructo de la coherencia tiene un corolario difícil de apreciar; puede anunciarse en los siguientes términos: si en este momento un individuo es enteramente coherente, si su experiencia fisiológica real tiene una representación consciente adecuada y su comunicación es coherente con su apercepción, el mensaje que emite nunca puede referirse a un hecho externo. Si fuera coherente no podría decir: "Esa roca es dura", "El es tonto", "Eres malo", "Ella es inteligente". La causa de esto es que nunca experimentamos esos "hechos". Una apercepción adecuada de la experiencia siempre se expresaría en términos de sentimientos, impresiones, significados correspondientes a puntos de referencia internos. Nunca sé que él es tonto ni que tú eres malo; sólo puedo percibir que
eso es lo que a mí me parece. De la misma manera, en sentido riguroso, no sé que la roca es dura, aunque esté seguro de experimentar su dureza si caigo sobre ella. (Y aun entonces, debo admitir que el físico la percibe como una masa muy permeable de átomos y moléculas de alta velocidad.) Si una persona fuera siempre coherente, todas sus comunicaciones se emitirían en un contexto de percepción personal, lo cual tiene ¡aplicaciones muy importantes. Por otra parte, debemos recordar que el hecho de que una persona hable siempre en un contexto de percepción personal no implica necesariamente coherencia, puesto que cualquier forma de expresión puede utilizarse como defensa. Por consiguiente, si bien en un momento de coherencia la persona comunica sus percepciones y sentimientos como tales y no como hechos referentes a otra persona o al mundo externo, debemos tener presente que tal actitud no siempre constituye un índice de coherencia. Sin embargo, tampoco sostengo lo contrario. Tal vez lo que he dicho baste para poner de manifiesto que el concepto de coherencia es considerablemente complejo y presenta una gran cantidad de características e ¡aplicaciones. No es fácil definirlo en términos operacionales, aunque algunos estudios que se están llevando a cabo en la actualidad -y otros ya
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terminadosproporcionan pruebas operacionales burdas de que lo que el individuo experimenta difiere de su apercepción de esa experiencia. Creo que en el futuro se desarrollarán trabajos de carácter más específico. Para completar nuestra definición de coherencia, podemos decir, en términos más sencillos, que casi todos somos capaces de reconocer la coherencia o incoherencia de las personas a quienes tratamos. En algunos casos advertimos que determinado individuo no sólo dice exactamente lo que siente y piensa, sino que además expresa de manera abierta y franca sus sentimientos más profundos, sean de ira, competencia, afecto o cooperación. Con respecto a esa persona sentimos que "sabemos exactamente dónde está parado". En el caso de otro individuo, en cambio, comprobamos que sus palabras deben ser un disfraz, una máscara; nos preguntamos qué siente en realidad y si sabe lo que está sintiendo, y tendemos a ser cuidadosos y precavidos en nuestra relación con él. Naturalmente, las personas difieren entre sí en lo que respecta a su grado de coherencia; incluso el mismo individu6 varía en diferentes momentos, de acuerdo con lo que vivencie y según su posibilidad de aceptar conscientemente esa experiencia o su necesidad de defenderse de ella. La coherencia y la comunicación en las relaciones personales Tal vez algunos ejemplos referentes a dos individuos imaginarios -Pablo y Juan- nos ayuden a comprender la significación del concepto de coherencia en el ámbito de las relaciones personales. 1. Cualquier mensaje de Pablo a Juan se caracteriza por cierto grado de coherencia; esto resulta obvio a partir de lo dicho anteriormente. 2. Cuanto mayor sea la coherencia entre experiencia, conciencia y comunicación era Pablo, mayores serán las posibilidades de que Juan capte el mensaje con claridad. Pienso que esto ya ha sido suficientemente explicado. Si todos los matices de la palabra, el tono y el gesto de Pablo están, unificados y son coherentes, es poco probable que Juan les asigne un significado ambiguo u oscuro. 3. Cuanto más claro sea el mensaje de Pablo, más lo será también la respuesta de Juan. Es decir, aun cuando Juan pueda ser muy incoherente en su vivencia del tema en discusión, su respuesta será más clara y coherente que si hubiera experimentado el mensaje de Pablo como algo ambiguo. 4. Cuanto más coherente sea Pablo en relación con el tema acerca del cual se están comunicando menor será su necesidad de defenderse y estará en mejores condiciones de prestar atención a la respuesta de Juan. En otras palabras, Pablo expresa lo que verdaderamente siente, y por consiguiente, le resulta más fácil escuchar a su interlocutor. Si no se ve obligado a conservar un disfraz, puede captar mejor el mensaje de Juan.
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5. Por su parte, Juan se siente comprendido empáticamente. Advierte que en todo lo que ha expresado hasta el momento (ya fueran cosas coherentes o no), Pablo lo ha comprendido de una manera que se aproxima bastante al modo en que él mismo se ve y a su propio punto de vista acerca del tema de discusión. 6. Para Juan, sentirse comprendido implica experimentar aprecio hacia Pablo. Sentir que uno es comprendido significa sentir que uno representa algo especial en la experiencia del otro en este caso, Pablo. 7. En la medida en que Juan a) experimenta a Pablo como coherente o integrado en esta relación; b) siente que Pablo experimenta un respeto positivo hacia él, y c) siente que es empáticamente comprensivo, se establecen las condiciones de la relación terapéutica. En otro trabajo he intentado describir las condiciones que, según nuestra experiencia, son necesarias y suficientes para la terapia, y no repetiré ahora esa descripción. 8. En la medida en que Juan experimenta una relación que por sus características se asemeja a la que existe entre terapeuta y cliente, van desapareciendo en él los obstáculos que impedían la comunicación. En consecuencia, tiende a comunicarse tal cual es, es decir, de manera más coherente, y poco a poco su necesidad de defenderse disminuye. 9. Después de haberse comunicado más libremente y de manera menos defensiva, Juan se halla en mejores condiciones de escuchar y recibir el mensaje de Pablo sin imponerle distorsiones que sirvan a propósitos de protección. Esta afirmación repite la formulada en el punto 4, pero ahora se plantea desde el punto de vista de Juan. 10. En la medida en que Juan es capaz de prestar atención, Pablo se siente comprendido empáticamente (como Juan en el punto 5), experimenta el aprecio de Juan hacia él (un hecho equivalente al descripto en el punto 6) y comienza a experimentar la relación como terapéutica (de modo análogo al punto 7). De esta manera tanto Pablo como Juan se han vuelto recíprocamente terapéuticos. 11. Esto significa que en cierta medida se produce en ambos el proceso de la terapia y que los resultados del tratamiento serán los mismos para los dos: un cambio de la personalidad en el sentido de mayor unidad e integración, menos conflicto, más energía utilizable para el logro de una vida satisfactoria y mayor madurez en la conducta. 12. Un factor capaz de interrumpir esta cadena de hechos parece ser la introducción de material amenazador. Por ejemplo, si, en el punto 3, Juan incluye en su respuesta material nuevo que excede los límites de la
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coherencia de Pablo y se relaciona con un ámbito en el que éste es incoherente, es probable que ya no pueda captar el mensaje de Juan, que se defienda contra la comunicación que recibe y que responda con un mensaje ambiguo. De esa manera el proceso comienza a invertirse.
Enunciado provisional de una ley general Considerando todo lo que acabamos de decir, parece posible sintetizar nuestra exposición en un principio general. Procuremos enunciarlo: Si suponemos a) que entre dos personas existe una voluntad mínima de contacto, b) que ambas son capaces de recibir mensajes de la otra aunque su deseo de hacerlo sea mínimo y c) que el contacto se prolonga durante cierto período, postulamos que se verificará la siguiente relación: Cuanto mayor sea la coherencia entre experiencia, conciencia y comunicación por parte de un individuo, mayores serán las posibilidades de que la relación que establece con el otro presente una tendencia a una comunicación recíproca de coherencia cada vez mayor y determine una comprensión mutua más precisa de los mensajes, mejor adaptación y funcionamiento psicológico de ambas partes y más satisfacción mutua en la relación. Recíprocamente, cuando mayor incoherencia haya entre experiencia y apercepción consciente, más factible será que la relación origine ulteriores mensajes también incoherentes y provoque un deterioro de la comprensión, peor adaptación y funcionamiento psicológico en ambos individuos e insatisfacción mutua en la relación. Si quisiéramos lograr mayor precisión formal, podríamos enunciar esta ley general de manera que quede claro que lo fundamental es la percepción por parte del receptor del mensaje. La ley formulada podría expresarse en los siguientes términos (suponiendo, por supuesto, la existencia de las condiciones ya mencionadas): En la medida en que Y experimente 1a comunicación de X como una coherencia entre experiencia, apercepción y comunicación, la relación que surja implicará: (etcétera, tal como se detalló antes). Planteada en estos términos, la "ley" se convierte en una hipótesis susceptible de verificación, ya que no puede ser muy difícil evaluar la percepción de la comunicación de X por parte de Y.
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La elección existencial Aunque a título provisional, quisiera exponer otro aspecto de este problema, pues reviste particular significación en la relación terapéutica y también en relaciones de otro tipo, en las que, sin embargo, no es tan notorio. Tanto el diente como el terapeuta a menudo se enfrentan, en la relación, con una elección existencias: "¿Me animaré a comunicar ,toda la coherencia que siento? ¿Soy capaz de hacer coincidir mi mensaje con mi experiencia y mi apercepción de mi experiencia? ¿Me atrevo a comunicarme tal como soy, o quizá debería restringir o modificar el mensaje?" El carácter conflictivo de este problema reside en que, con frecuencia, el individuo advierte con claridad la posibilidad de ser rechazado o sentirse amenazado si se expresa con absoluta coherencia. Comunicar la apercepción de la experiencia sin retaceo alguno implica arriesgar las relaciones personales. Pienso que de la opción entre correr o eludir ese riesgo depende el hecho de que una relación se vuelva cada vez más terapéutica para ambos participantes o adopte una dirección desintegradora. En otras palabras, no puedo decidir que mi conciencia será coherente con mí experiencia, ya que esto depende de mis necesidades de defensa, que desconozco. Pero hay una opción existencial permanente: la de permitir o impedir que Mi mensaje sea coherente con la conciencia, que sí tengo, de lo que estoy experimentando. De esta elección que se realiza en cada uno de los momentos de una relación depende la dirección del movimiento, en función de la ley enunciada. Carl Rogers