Cuentos de la tierra el cielo y el mar ecat

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MarĂ­a de la Luz Soto

Cuentos de la tierra, el cielo y el mar



Cuentos de la tierra, el cielo y el mar MarĂ­a de la Luz Soto


Cuentos de la tierra, el cielo y el mar Ilustraciones: Cristián Lugenstrass Dirección literaria: Sergio Tanhnuz P. Dirección de arte: Carmen Gloria Robles S. Diagramación: Mauricio Fresard L. Producción: Andrea Carrasco Z. Primera edición: mayo de 2004 Quinta edición: diciembre de 2011 © María de la Luz Soto © Ediciones SM Chile S.A. Coyancura 2283, oficina 203 Providencia, Santiago de Chile. www.ediciones-sm.cl chile@ediciones-sm.cl ATENCIÓN AL CLIENTE Teléfono: 600 3811312 Registro de propiedad intelectual: 139.525 ISBN: 978-956-264-233-X Impresión: Worldcolor Chile. Avenida Gladys Marín 6920, Estación Central Impreso en Chile/ Printed in Chile No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni su transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea digital, electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. B003CH


ÍNDICE El jardín

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Las gotas

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La princesa del mar

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El jardín

C UANDO los rayos del sol

calentaban con fuerza la tierra, la mariposa Mapi visitó nuestro jardín. Ahí encontró a las flores jugando alrededor de tres girasoles que cada cierto rato mostraban su cara al sol.

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Todo el jardín tenía los ojos cerrados. A la cuenta de diez, los abrían para sorprender el movimiento de los girasoles, pero nunca lo lograban. A todas las flores esto les causaba risa y el jardín entero era una gran carcajada. Batiendo sus alas de nítidos y brillantes colores, la mariposa se posó sobre la rama de un jazmín que se encontraba lleno de blancas y perfumadas flores.

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—¿Qué tal? —dijo Mapi—. ¡Qué bien perfumas hoy! Todo el ambiente se llena de tu aroma. —Gracias —respondió el jazmín—. El hermano Sol me acaricia de tal manera que mi perfume se vuelve exquisito y penetrante. Mapi voló hacia una dalia rosada muy grande y la saludó.

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—Buenos días, amiga, ¿cómo te encuentras? —Muy bien, muy bien, solo que mi corola ha crecido tanto, que creo que mi tallo va a doblarse en cualquier instante. —¿Y tú, querida Mapi? ¿Qué cuentas? —preguntó educada la dalia. —Yo aquí muy feliz, disfrutando la alegría de vivir, visitándolas a todas —respondió la mariposa. De allí saltó sobre los claveles.

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—Debo ser yo —dijo una bella y altanera rosa moviendo su roja y aterciopelada corola—.Ya sabes que mi perfume es el más exquisito y preferido de todos. —No, no —dijo Mapi—, insisto en que es algo nuevo.

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—Recuerdo lo que sucedió el día del baile de príncipes y princesas —insistió la rosa—: teníamos puestos los antifaces y el viejo arcoíris nos prestó sus nuevos colores para nuestras corolas, así nadie sabría quiénes éramos. Sin embargo, a mí todos me reconocían por mi aroma y no pude participar en el juego de las adivinanzas.

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—Tal vez soy yo —agregó algo avergonzado un jacinto—, mi perfume es suave pero muy agradable. —Sí, es verdad —continuó Mapi—, hueles muy bien, pero no es tu perfume el que huelo hoy. —Vaya, soy yo, ¿quién otra podría ser? Era la margarita que, muy erguida, saturaba el ambiente con su perfume penetrante y algo sofisticado.

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—¿Tú? —se burló la rosa—. Tu olor es muy fuerte. Yo me mareo, me mareo, me mareo —decía bromista la rosa, mientras giraba y giraba su corola a punto de perder la cabeza. Entretanto, Mapi volaba de un lado a otro buscando el nuevo perfume. Otras flores se asomaron como para ser tomadas en cuenta.

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—Sí, es mejor que no sigas buscando —gritó desde el fondo del jardín un heliotropo cuyo fuerte perfume impregnaba el sector donde se encontraba—. Tengo que ser yo. ¡Imagínate, quién otro podría aromatizar tanto! —Tú —comentó la rosa —eres un cargante, yo no te soporto.

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—¿Y si fuese yo? —preguntaba en voz baja un alhelí rosado, estirando su largo tallo. —¿Qué dices? —vociferaron los claveles—. Si casi pasas desapercibido. Tú no eres nada comparado con nosotros: variedad de colores, mezcla de tonos y refinado aroma. —¡No se comparen conmigo! —insistió la rosa—. ¡Eso jamás!

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—Me da mucha risa —exclamó la azucena—. No se han acordado de mí y seguro que es mi perfume el que tiene confundida a Mapi. —Querida azucena, tú eres realmente hermosa, pero tu aroma es muy característico y yo no te confundiría —aclaró Mapi.

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Y cuando ya estaba por decir adiós, sus ojos se fijaron en una flor pequeña, casi escondida, a ras de suelo. Despacio, Mapi se acercó y descubrió a la que perfumaba tan exquisitamente al jardín. Era la violeta que, con la humildad que la caracteriza, enrolló sus finos pétalos para pasar desapercibida.

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Las gotas

L AS GOTAS de agua vivíamos muy juntas y apretadas en las altas cumbres cubriendo las montañas de mantos blancos. Había días en que podíamos jugar mucho, transformándonos en trineos y bajando las laderas en locas carreras.

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Recuerdo que fue en el mes de septiembre, tiempo en que las aguas bajan de las montañas, cuando mamá Nieve nos llamó para decirnos: —Niñas, vengan aquí. Iremos a despedirnos de sus abuelas, las Nieves Eternas. Es el momento de bajar de las montañas.

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Así fue como formamos una gran laguna azul, como si fuéramos un espejo de los cielos. Al día siguiente, algunas gotas se quedaron en la laguna y otras seguimos nuestro camino. En alocadas carreras éramos ríos, y otras veces, más tranquilas, éramos hermosos lagos.

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—¡Qué bien te queda el verde esmeralda, Gota Tranquila! ¡Te ves preciosa! —comentaba Gota Delgada. —No soy yo la que tiene color —respondió Gota Tranquila—, es el verde de los árboles y de toda la vegetación que se mira en nosotras cuando somos ríos.

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—Bueno, niñas, ya no podemos seguir todas juntas. Formaremos varios grupos —dijo Gota Mayor. —Tú, Gota Menor, con tus hermanas y primas irán a regar los campos. —Tú, Gota Delgada, y tu grupo van a ir hasta las represas de centrales eléctricas.

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—Mis compañeras y yo —siguió diciendo Gota Mayor—, nos convertiremos en agua potable. Gota Dulce con sus amigas y parientes se quedarán aquí en el lago. Luego, viajarán a las nubes.

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—¡Las nubes! ¡Las nubes! —La verdad, eso quería yo —dijo Gota Revoltosa—. Deseo irme a las nubes para luego dejarme caer en forma de lluvia sobre la tierra y sorprender a las personas con un buen chaparrón, ¡por algo me llamo así!

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—¡Será fascinante ver desde lo alto los paraguas abiertos como si fuesen parte de un maravilloso jardín! —continuó gritando la Gota Revoltosa. —En cambio yo —dijo la Gota Mayor—, que me tocó ser agua potable, me veré encerrada por un corto tiempo en grandes estanques. Luego, me tocará pasar por unos tubos muy, muy oscuros, tan oscuros como si pertenecieran al Reino de las Sombras.

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—Cuando muchas de nosotras nos reunamos, formaremos un río de gran caudal. Si el lugar por donde pasemos es profundo, ¡el río será navegable! —gritaron a coro otras integrantes de la familia Gotas.

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—No olviden que todos los insectos nocturnos, grillos y luciérnagas, unidos a las ranas y sapos que viven a la orilla del río, nos saludarán con sus conocidos sonidos —gritaron las amigas de las gotas. Al ritmo de esas melodías, las gotas canturreaban y danzaban.

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Al enterarse de este destino, se escuchó una voz a lo lejos: —No, para siempre no, pues yo cumpliré mi sueño de ser nuevamente lluvia— dijo la Gota Revoltosa.

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La princesa del mar

C ALFUCURA sentó sobre la arena tibia y amarilla de la playa a espeSE

rar a su padre Pedro Cayupán, mientras éste iba al pueblo cercano a vender sus ovejas.

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La niña, cuyo nombre en su lengua significa Piedra Azul, pasó mucho rato haciendo y deshaciendo cerros de arena húmeda. Cuando el mar empezó a golpear con la fuerza que caracteriza al Pacífico, la pequeña abandonó el lugar donde se sentaba. Sin embargo, le pareció que las olas querían jugar con ella y corrió hacia la orilla. En un ir y venir, Calfucura se movía avanzando y retrocediendo, tratando de impedir que el agua la alcanzara.

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—¡No me mojarás! —gritaba la niña, cuando vio que el mar había abandonado algo en su recogida: una gran caracola blanca.

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—Calfucura, ¿te gustaría conocer a nuestra princesa? —preguntó la voz. Y continuó: —Ella está muy triste y aburrida y ya no sabemos cómo entretenerla. La idea de conocer a una princesa le encantó a Calfucura y rápidamente preguntó qué debía hacer para verla. —Solo debes cerrar tus ojos, desear ver a la princesa y respirar profundamente en el hueco de la caracola —respondió la voz.

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Así lo hizo la niña de las trenzas negras y, como por encanto, se encontró al pie de una larga escalinata. Dos hermosas niñas la estaban esperando y le señalaron la puerta de entrada a la Gran Ciudad de Nácar.

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—Bueno —dijo Calfucura—, ¿qué te parece si te hablo del lugar en que vivo? —Está bien —respondió Brisa Marina, no muy animada. Calfucura le contó de su pueblo mapuche, la playa, la escuela. Nada parecía motivar a la princesa a sonreír, ni siquiera un poco.

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Otros niños habían visitado el lugar antes que nuestra pequeña e intentaron, igualmente, alegrar a Brisa Marina, contándole casi las mismas cosas. Entonces, al verla sentada en su trono de perlas, tan hermosa y seria como una persona mayor, Calfucura sintió tanta pena que decidió retirarse derrotada.

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De pronto, se le ocurrió una gran idea. Decidida a ayudar preguntó: —Princesa Brisa Marina, ¿te gustaría jugar a algo? —¿Jugar? —repitió la niña del mar sin comprender. —Sí, jugar, yo te enseñaré —dijo Calfucura—. Baja de tu trono.

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La princesa se paró y las dos acompañantes le tomaron el cabello rubio dorado que le caía como un largo velo y le arrastraba por el suelo. —Haremos una ronda —propuso la forastera—, te gustará. Cantó Calfucura varias rondas, mientras que, tomadas de las manos, giraban y reían.

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La corona fue un aro que pasó por entre las pequeñas dando giros ante los ojos de sorpresa de Brisa Marina. ¡Estaban tan alegres y entretenidas! Sólo les faltaba saltar, pero en la Ciudad de Nácar no existían las cuerdas. A Calfucura se le ocurrió trenzar el pelo cortado de la princesa. Era costumbre en su pueblo trenzar los crines de los caballos. La diversión llegó a convertirse en una verdadera algarabía.

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La princesa, las dos acompañantes y Calfucura terminaron tiradas en el suelo. Las risas llenaban el palacio y la ciudad entera. Entonces la niña de la Gran Ciudad de Nácar exclamó: —Jamás volveré a estar aburrida y triste, tampoco lo estará ningún niño de esta ciudad.

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María de la Luz Soto CUENTOS DE LA TIERRA, EL CIELO Y EL MAR

TRES CUENTOS FORMAN ESTA EXITOSA OBRA NACIONAL: “EL JARDÍN”, QUE NARRA LAS AVENTURAS DE LA MARIPOSA MAPI Y LA HUMILDE VIOLETA; “LAS GOTAS”, QUE RELATA LA VIDA DE UNAS GOTAS DE AGUA QUE DEJAN SU HOGAR EN LAS MONTAÑAS, Y “LA PRINCESA DEL MAR”, HISTORIA SOBRE CALFUCURA Y LA GRAN CIUDAD DE NÁCAR. MARÍA DE LA LUZ SOTO NACIÓ EN SANTIAGO. CUENTOS PARA EDUCAR, EDITADO POR EDICIONES SM, FUE SU PRIMER LIBRO. TRAS ÉL HA PUBLICADO UNA QUINCENA DE OBRAS, ENTRE LAS QUE DESTACAN CUENTOS DE LA TIERRA, EL CIELO Y EL MAR Y VIAJE AL PUERTO. LA MAYORÍA DE SUS TEXTOS HAN SIDO DECLARADOS MATERIAL DE APOYO PEDAGÓGICO PARA LA EDUCACIÓN CHILENA.

PRIMEROS LECTORES B003CH

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