Cuentos de principes, garzas y manzanas ecat

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TE PRESENTAMOS UNA ANTOLOGÍA DE CUENTOS INFANTILES CON RELATOS DE LOS ESCRITORES ANA MARÍA GÜIRALDES, ALICIA MOREL, MARÍA LUISA SILVA, MAITÉ ALLAMAND, MARÍA EUGENIA COEYMANS, SAÚL SCHKOLNIK, GABRIELA LEZAETA, MARÍA SILVA OSSA, JACQUELINE BALCELLS, MANUEL PEÑA MUÑOZ, CECILIA BEUCHAT, MANUEL GALLEGOS A., VIRGINIA CRUZAT, VÍCTOR CARVAJAL Y LUCÍA GEVERT.

A PARTIR DE 9 AÑOS

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Antología de autores chilenos

Cuentos de príncipes, garzas y manzanas

Antología de autores chilenos

1 Antología de autores chilenos CUENTOS DE PRÍNCIPES, GARZAS Y MANZANAS

Cuentos de príncipes, garzas y manzanas

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EL BARCO

D E VA P O R

Cu e nt os de p r Ă­ nc i p es, g a r za s y ma n za nas AntologĂ­a de autores chilenos


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Dirección editorial: Rodolfo Hidalgo C. Dirección literaria: Sergio Tanhnuz P. Dirección de arte: Carmen Gloria Robles S. Diagramación: Mauricio Fresard L. Producción: Andrea Carrasco Z. Ilustraciones y cubierta: René Moya Primera edición: julio de 1999. Tercera edición: octubre de 2010. © IBBY Chile © Ediciones SM Chile Coyancura 2283, oficina 203, Providencia, Santiago de Chile. www.ediciones-sm.cl chile@ediciones-sm.cl ATENCIÓN AL CLIENTE Teléfono: 600 381 13 12 ISBN: 978-956-264-176-0 Depósito legal: 125.683 Impresión: Salesianos Impresores General Gana 1486, Santiago. Impreso en Chile / Printed in Chile No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni su transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea digital, electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.


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V IOLETA , LA LORA POETA A na María Güiraldes

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ran las 8 de la mañana y Violeta, la lora poeta, tenía una larga jornada de trabajo por delante. Dentro de poco celebrarían el Día del Perejil y ella era la encargada del discurso principal. Por eso, mientras corría hacia el lugar donde todos estaban reunidos, anotó unas ideas en su libretita. A la pasada miro hacia el río, justo cuando el sapo se lanzaba de cabeza. Vio el agua llenarse de espuma y cientos de gorgoritos como guindas trasparentes llenaron la superficie. La inspiración le vino de golpe, y gritó: De un piquero te lanzaste y tus dos patas yo vi largas, verdes, pataleando bajo el agua tipití —Gracias —dijo el sapo, emocionado.

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¡Día y noche, noche y día! ¡No sabe tomar en serio el don de la poesía! La reina dio unos golpecitos con su cetro luminoso en el trono. Realmente, la Inspiración de Violeta se veía muy cansada… —Pero tu lora es una poeta muy buena; hasta aquí me llegan las noticias— dijo, pensativa.

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La Inspiración ahora chilló: ¡Poemas al perejil! ¡Poemitas a Don Sapo! ¡Canto al Jardín Infantil! ¡A l perro, al ratón y al gato! Malgasta la poesía ¡Cómo suela de zapato! La poesía es para el amor Y para cantarle a la vida ¡No para hacerle discursos al primero que los pida… ! La reina escuchaba en silencio. Su cetro de luz seguía golpeando el trono mientras pensaba. Hasta que dictaminó: —Descansa, querida; quédate aquí por un tiempo. Veremos que pasa en el bosque si la lora poeta no escribe ni un poema más. Y, apenas allá arriba en el reino de la poesía la Inspiración de Violeta se acomodaba en una nube, la lora despertaba de un salto en el bosque. —¿Qué me pasó? ¡Ay, si tenía que coronar a la Señorita Primavera! Corrió a toda velocidad con su libreta y su lápiz bajo el ala. Sin embargo, cosa curiosa, no se fijó esta vez en el camino bordado de almendros florecidos ni tampoco aspiró el olor húmedo de la

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LA CA SA ILUMINA DA Alicia Morel

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a Señora Luciérnaga tenía buena situación: vivía en una acogedora casa, en la grieta del tronco de un roble. Era una casa muy iluminada gracias al farol que poseía su dueña. Durante la noche, siempre parecía estar de fiesta; pero con los años y la comodidad, la Luciérnaga se puso egoísta y algo avara. «Debo aprovechar la luz de mi farol — pensaba—. No tienen por qué aprovecharla los que viven afuera. Pondré cortinas en la ventana, así no gastaré su voltaje». Distintos bichos iban a golpearle la puerta, sobre todo en invierno; a través de las cortinas veían brillar un suave resplandor y sentíanse atraídos por el calor que salía de la casa. —Señora Luciérnaga, ¿podría convidarnos una chispa de fuego? –pedían a la desconfiada, que apenas abría una rendija. —¡Imposible, se puede gastar mi farol! Y la Luciérnaga cerraba la puerta en la cara del pedigüeño. 17


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—¡Mi farol!— gimió, sintiendo un desmayo. Abrió la puerta llamando al vagabundo, pero nadie contestó. La profunda oscuridad que la rodeaba le dio terror, entró de nuevo a su casa sin saber que pensar. ¿Quién era y que poder tenía el vagabundo? Por primera vez pasó la noche a oscuras temblando de pena y miedo. —¿Cómo pudo apagarse mi farol?— se preguntaba— su luz debía alumbrarme toda la vida, era un fuego que nacía de mi corazón ¿Cómo podré vivir en la oscuridad? A la mañana siguiente abrió las cortinas de su ventana para que entrara luz. Frente a su casa una multitud de bichos murmuraba: —Fue el Duende del Bosque, el Duende del Bosque apagó tu farol. La Luciérnaga se apresuró a cerrar las cortinas, preguntándose que había hecho para merecer un desastre así. Lo que más le dolía era pensar en lo que dirían sus amigos. —No les abriré— decidió— creerán que me cambié de casa. Cuando el Escarabajo Dorado y la Mariposa Nocturna vinieron a visitarla, nadie les contestó. La Luciérnaga oyó sus comentarios: —Al parecer, se cambió de casa porque no brilla el farol; o se murió sin avisarnos— exclamó el Escarabajo Dorado con indignación. —¡Uf! No valía la pena ser amiga de una 20


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persona tan efímera— chilló la Mariposa Nocturna sacudiendo las alas. El Caracol decidió suprimir a la Luciérnaga de su lista de conocidos. Los tres se alejaron en busca de amistades más nobles y duraderas. La Luciérnaga comenzó a sufrir, encerrada en su casa: era un ser oscuro como todos. Esta situación la obligó a abrir la ventana y hasta la puertas, para poder hacer los quehaceres de la casa. Así pasó el tiempo, que acumula polvo y olvido, poco a poco empezaron a visitarla grillos, gusanos y polillas; no venían por su luz, de eso estaba segura. Conoció la verdadera amistad; su corazón fue cambiando, se le abrieron ventanas y puertas invisibles. Un día anunció a sus amigos que les regalaba la casa; ella quería vivir entre las hierbas para conocer la belleza y la libertad de los que hacen nido en cualquier rama. Se alejó volando un anochecer de primavera, sin llamar la atención. Las antiguas voces del bosque cuentan que la Luciérnaga renació sin más techo que las hojas y las flores. Una noche especialmente cálida y olorosa, cuando más le dolía no tener una luz para comunicar su alegría, su pecho comenzó a iluminarse. Mientras volaba lanzando destellos de felicidad, el Duende del Bosque, escondido entre los ramajes, sonrió, pensando que sería muy difícil apagar el brillo de un corazón generoso. 21


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HISTORIA DE A MOR DE UN MA NZA NO María Luisa Silva

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un desde lo más alto del cerro se les podía ver. Eran dos manzanos verdes, frondosos, enormes, y a pesar de tener uno de ellos sus buenos años, seguían siendo generosos. Cuidaban con paciencia y cariño de manzano que sus flores crecieran y maduraran y luego, al observar las frutas rojas, brillantes y sanas, reían muy fuerte. Aunque, algunas veces, no sólo reían del agrado de ver sus lindas manzanas, sino porque el subir y bajar de los niños por sus troncos les producía cosquillas. Vivían los árboles con paz y felicidad. Un verano, sin embargo, un verano de aquellos que suele haber mucho sol, y los árboles y las flores están más coloridas y perfumadas que nunca, el viejo manzano se enamoró. Y a pesar de que esto no solía suceder entre los árboles, así fue: 23


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de una de las manzanas de su vecino, el árbol se enamoró. Era una hermosa y perfecta manzana que colgaba en la rama más alta. Alejada de las demás frutas por su ubicación, parecía aún más y especial y misteriosa. Y así solitaria en lo alto, el árbol la había visto crecer, la había visto mecerse al compás del viento, y se había llenado de júbilo al verla enrojecer y madurar. Deseaba tanto el árbol que esa manzana fuera perfecta, que aprovechándose de su cercanía

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no dejaba a los pájaros anidar cerca de esa rama, y pasaba pendiente del viento, preocupado de que en cualquier momento una brisa fuerte y descuidada moviera las ramas y la golpeara, o peor aún, la lanzara a tierra. —¡El viejo manzano está loco!— reclamaba el viento,— ¡enseñarme a mí como soplar!— Pero luego, guiñando un ojo cómplice al otro árbol, se deslizaba sin rozarla. Muchas tardes, mientras los pájaros bostezaban antes de irse a dormir, el enamorado sintió ganas de preguntarle a su amada si era feliz allí, si en el fondo de su corazón de manzana


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EL PESEBRE DEL A LBA Maité Allamand

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ue la fiesta de Navidad más linda. Vinieron los abuelos, los padrinos, los tíos, los primos, amigos y vecinos. Todos. Hubo regalos para cada uno, sin envidias ni peleas ¡Fantástico! El concurso de dibujos navideños resultó un éxito, hasta los más chicos tuvieron papel y plumones de colores para realizar sus creaciones. Pintaron al Niño Dios, a la Virgen, a san José, a los Reyes Magos con mucha fantasía, y sus camellos con una cantidad de jorobas. La mamá y los niños habían arreglado el Pesebre en la terraza. Con tanto calor era preferible estar al aire, porque los árboles dan sombra y todo resulta más alegre y entretenido sobre el césped, en medio de las flores. Y tampoco se ensucia el piso de la casa. La tarde pasó volando. La noche demoraba en caer, porque el día de Navidad es uno de los más largos del año, y lo habían aprovechado muy

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—¡Ladrona! ¡Ladrona! —le gritaban, entre píos, chillidos, aletazos y picotones. ¡Devuelve la ovejita! ¡Es del Niño Dios! Avergonzada, la Lechuza no sabía qué hacer. Escondida en su nido, había tratado de probar su presa, que imaginaba deliciosa. Pero…¡qué cosa tan mala y desabrida!, puro yeso y pintura… Eso le pasaba por intrusa, golosa e ignorante. —Lechuza mala— seguían gritando los pájaros—, escucha, te tenemos lástima porque estás tan sola. Si devuelves la oveja al Pesebre, no te diremos ladrona. Has cometido un acto muy feo, pero si te arrepientes, estamos seguros que el Niño Dios te va a perdonar… Con sus grandes ojos amarillos, llenos de lágrimas, la Lechuza bajó con su vuelo blanco y silencioso… y dejó la oveja en el Pesebre. La Luna había llegado a lo más alto del cielo. La casa silenciosa ya, de luces apagadas. —¡Pobrecito, Niño Dios, casi desnudo sobre su lecho de paja! —pensó la Lechuza. Y, llena de ternura, para que le perdonara el Rey de Reyes su mala acción, arrancó de su pecho y de sus flancos mullidos, las plumillas más blancas que tenía, y cubrió con ellas al Niño recién nacido. Y el niño sonrió… La Lechuza se sintió perdonada y feliz. Pasó toda la noche junto al Pesebre. Cuando amanecía, voló a su nido. El 33


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Niño estaba bien abrigado, bajo sus plumas tiernas. Porque en nuestra tierra querida, aún en pleno verano, hace frío de alborada…

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EL PEQUEÑO ZORZA L María Eugenia Coeymans

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amá zorzal y sus tres hijos, nacidos en una asoleada primavera, vivían en un crespón joven. Aún no florecía, pero sus ramas permitían sostener el pequeño nido. Llegado el tiempo, mamá zorzal quiso enseñar a volar, a sus zorzalitos. Al comienzo, de una rama a otra más cercana. Luego, a una más distante. Los pequeños aleteaban con trinos de contento. Uno de ellos, un día, voló más de la cuenta y, ayudado por una corriente de aire, fue a dar a la carbonera de una vieja casa de campo. Al llegar ahí, empezó a asfixiarse por el polvillo que desprendía el carbón en contacto con sus plumas. Como se sentía muy mal, agitaba sus alas, aumentando así el polvillo. En medio de tanto aleteo, por fin salió de allí, convertido en un pajarillo todo negro: pecho, pico, alas, cola y patitas. Voló presuroso a su hogar. Sus hermanos,

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que la rodeaba. Desde lo alto, se veía un pequeño pájaro cuya forma le pareció conocida. Se acercó un poco y vio un cuervo chico echado en la hierba. —¿Qué le has hecho a mi hijo? ¡Respóndeme! ¿Qué le has hecho? No lo encuentro en ninguna parte— gritó, mientras se acercaba un poco más. El zorzalito, al verla, intentó incorporarse y quiso llamar «mamá». —¡Ni mi madre me reconoce!— sollozó—. Estoy perdido. Mientras caían sus lágrimas, zurcos claros se formaron en su plumaje, arrastrando consigo el carbón de su pecho. 38


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Mamá zorzal llegó frente a él, y al ver ese pecho claro, sintió que su corazón se detenía. El pequeño zorzal quiso huir, pero no pudo, no tenía fuerzas. Sólo atinó a dar un trino: —Tuit – tuit… Al oírlo, Mamá zorzal se acercó y lo estrechó con sus alas, mientras lágrimas de emoción caían sobre las plumas de su hijo, aclarándolas más y más.


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TRES BURROS MÁ S CINCO MA NZA NA S Saúl Schkolnik

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stos éranse que se eran… dos duendecillos traviesos y regalones que vivían donde han vivido los duendecillos traviesos y regalones. La duendecita era la señorita Tantán. Tenía la nariz respingada, el pelito castaño y una mirada muy pícara. El señor Quetequete tenía una gran sonrisa, una barba gris y orejas puntiagudas. Un día, mientras estaban sentados en su callampa preferida, el señor Quetequete le preguntó: —Dígame señorita Tantán, ¿cuánto son tres burros más cinco manzanas? —No, no sé— rió la duendecilla—, ¡qué preguntas tan… tan… tan… tontas hace usted, señor; esas cosas no se pueden sumar. Sin embargo, el señor Quetequete era muy porfiado: 41


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—¡Qué tontos son!, cualquiera sabe que tres burros más cinco manzanas es igual a: tres burros más cinco manzanas.

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LA PRINCESA DE LA S CIEN ENA GUA S Gabriela Lezaeta

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i te comes este plato lleno vas a engordar— le repetía su nana todos los días. —Reposa Sibela, y vas a engordar… Pero Sibela seguía tan flaca como una espiga de campo. Así feuchita y sin remedio era, sin embargo, la Princesa Real, hija de Su Majestad el Rey. La Reina se desesperaba cuando veía a las robustas y lindas campesinas al lado de Sibela, que parecía una pálida vela de cera, con su largo vestido blanco colgado igual que de una percha. Para algo sirve ser reina, pensaba ella, por lo menos para cambiar la moda, y se dio maña para inventar una falda que se usara bajo otra y que bautizó con el nombre de enaguas. Sibela aprobó la idea y pronto tuvo una gran colección de todos los colores y géneros imaginables y que daban una gracia desconocida a su desgarbada silueta. La niña era pretencionsilla como todas las de su edad y ante su gran espejo de 45


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Al ver esfumarse a la niña se produjo en los primeros momentos un coro de llantos y gimoteos entre los cortesanos. Algunas damas se desmayaron y otras se dieron a la fuga junto a los príncipes que habían perdido su oportunidad. Luego, con asombro, se descubrió que, aunque no era tanta la pena, puesto que la princesa se veía así mucho más bonita, reluciente como una joya sobre la roja alfombra de terciopelo, bastaba su proximidad para que las lágrimas ca-yeran sin poder detenerse. Sibela fue la primera


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cebolla del mundo. Y tuvo cientos de hijas como ella que hacen llorar a quien las cocina. Se hizo famosa en todas las mesas, entre personas que le aprecian y otros que la detestan. Fue asĂ­ como Sibela era por fin bella y redonda. Y cuando vean la Ăşltima capa crujiente y dorada que envuelve a las cebollas, piensen que esa es la enagua de rayos de sol que eligiĂł entre todas. La obra de Rufus.

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EL HOMBRE CA BEZA DE NIEV E María Silva Ossa

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n ciertas montañas vivía un hombre que por ser tan alto tenía la cabeza cubierta de nieve. Lo único que sus ojos alcanzaban a ver era la luna y la copa de los árboles. Nunca se derretía la nieve de su cabeza, porque el sol no atrevía a tocarla, y, además, el aire era muy frío allá arriba. Para mirar la tierra apartaba las ramas de los árboles y desde su altura lo veía todo muy chiquito; los hombres eran mosquitos que se movían abajo. Cuando sentía sed, abría la boca y se tragaba una nube; y si necesitaba comer, echaba mano a cualquier cabritillo que vagabundeara por los cerros. Casi no caminaba por temor de que sus enormes pies aplastaran a los hombres. En el tiempo de mayor calor se sentaba en un sitio despoblado y se ponía a pensar. Como su cuerpo proyectaba una sombra muy larga, sus pies 51


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que realizaron en coche y a caballo. Algunos comerciantes instalaron tiendas y hosterías junto a sus brazos y piernas, y cuando todos se dieron cuenta de que era un verdadero hombre, lo dibujaron, al fin de no olvidar su extraña forma. Y los periódicos publicaron la noticia. La nieve que cubría sus cabellos se derritió, formando grandes ríos, y hacia el sur los bosques de sus pies se alzaron majestuosos. Todo el mundo gozó de él, pero nadie se acordó de alimentarlo y de proporcionarle alguna alegría. Más, a pesar de estar inmóvil, este hombre era por fin feliz: los animales y los hombres bebieron del agua que manaban de sus cabellos. Con el tiempo, su cuerpo se unió de tal manera a la tierra, que su sangre ahora vive en las raíces y en los frutos, y en sus grandes ojos navegan los barcos.

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EL PRÍNCIPE CHIFLA DO Jaqueline Balcells

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na mañana, Julián el príncipe heredero del reino, se desnudó en el parque ante la mirada atónita de sus compañeros de juegos, se subió a un árbol y allí se quedó, sentado en una rama, meciéndose lentamente. Una hora después el rey, su padre, notó su ausencia y lo mandó a buscar. —¡Majestad!— dijo el Gran Chambelán, unos minutos más tarde—, encontré al príncipe pero no quiere bajar … —¿Bajar?— preguntó el rey, extrañado. —Sí, bajar… del árbol donde está encaramado. No responde a nuestros llamados, salta de rama en rama y nos tira fruta a la cabeza— le contestó el Gran Chambelán. —¿Será posible? ¿Se habrá vuelto loco?—exclamó el monarca. —Es lo que parece…— respondió tímidamente el Gran Chambelán. inclinando la cabeza.

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yo pueda sanar a su hijo... — ¿Te estás bu rlando de mí o q ué? —vociferó el rey, que con la pena se había puesto de un humor terrible. —¿Crees acaso, especie de ardilla, que tú vas a poder hacer algo, donde han fallado todos los sabios de los reinos?— y dirigiéndose a los guardias, les ordenó:— ¡Saquen a esta niña de aquí antes de que pierda la poca paciencia que me queda! Roberta era de carácter decidido y no se iba a dar por vencida por el mal genio de un rey. Además, estaba segura del remedio que se le había ocurrido para sanar a su amigo. Así, esa misma noche, se introdujo en el parque real a través de una grieta en la muralla, cosa que no le costó mucho, pues era muy flaca. A la luz de la luna se puso a buscar al príncipe, examinando árbol tras árbol, hasta que, después de unas tres horas, lo divisó dormido en lo alto de un nogal. Entonces la niña se desnudó, metió la ropa en el hueco de un gran tronco y luego, muerta de frío, trepó muy calladita por el árbol hasta instalarse en una rama cerca del príncipe, donde esperó, tiritando, la mañana. Cuando los primeros rayos del sol iluminaron el follaje, Julián abrió los ojos. Roberta tenía mucho miedo de que él, tan loco como decían que estaba, no la reconociera o intentara 61


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como si no la hubiera visto, lavó y lavó en silencio a su lado durante toda la mañana. Al mediodía se ausentó y, pasado un rato, volvió al lavadero vestido igual que antes, pero con su preciosa corona de príncipe en la cabeza. Y otra vez se puso a lavar ropa junto a Roberta. La joven no pudo contener más su asombro, dejó de refregar y se quedó mirando a Julián con la boca abierta, como si éste se hubiera vuelto loco de nuevo. El príncipe, entonces, levantó la cabeza, miró a Roberta y sonriendo le preguntó: —¿Acaso un lavandero no puede llevar corona? En ese instante entró el viejo rey con toda su Corte a la lavandería. Llevaba una corona de oro y esmeraldas en las manos. Se acercó a Roberta, se la puso en la cabeza y le dio un beso en la frente. Al día siguiente, Julián y Roberta se casaron y con el tiempo llegaron a ser los reyes más sabios y más divertidos que nunca tuvo el reino.

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LA CIUDA DELA DEL PRÍNCIPE Manuel Peña Muñoz

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n tiempos de la reina María Carlota, las familias europeas más adineradas solían encargarle juguetes a Renato Strozzi, quien fabricaba con gusto muñecas de loza que hablaban o caballitos de madera con ojos de cristal y pestañas de mampato. La fama de este juguetero de los Países Bajos se extendió a tal punto que su nombre llegó a oídos del monarca español Felipe III. —¿Quién es ese hombre de apellido Strozzi?— preguntó una tarde de verano mientras paseaba por los Jardines de Aranjuez. —Un conocido fabricante de juguetes, Majestad— le respondió una dama de compañía. —¿De juguetes? —Sí, y también de joyas. Mire— dijo la dama extrayendo algo de su pecho—. Esta mariposa de filigrana que mueve las alas fue 67


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—En principio en la recámara de la reina, que es espaciosa. Pero sólo en un comienzo, ya que está de viaje y aguardamos su retorno. Tres meses más duró la complicada tarea de armar el ejército lilliputiense y de parar los arbolitos, iglesias y surtidores. Cuando estuvo todo listo, el rey con todo su séquito y el pequeño príncipe Felipe entraron a la recámara. De inmediato, Strozzi abrió un grifo y comenzaron a fluir los arroyuelos. Luego bajó sigilosamente una palanca que puso en marcha a los molinos. Los batallones desfilaron, salieron los soldados de las minúsculas tiendas de campaña al son de una banda, se abrieron los balcones y salieron los reyes en miniatura a saludar, hizo reverencias el pueblo, florecieron las pequeñas rosas, repicaron las campanitas de oro en las iglesias de los cientos de pueblos mientras en un estrado, una diminuta orquesta interpretaba la marcha favorita del rey. El aplauso fue unánime y algunas damas 70


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empolvadas hasta enjugaron alguna lágrima. El pequeño príncipe no cabía en sí de contento, pero su alegría no duró demasiado, porque el rey ordenó: —Mañana mismo desmonten la ciudadela. La reina regresa y hay que ordenar su recámara. 71


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... Desde entonces, los trompos siguen alegrando a los niĂąos del mundo, ignorantes por completo de lo que los adultos guardan celosamente en vitrinas de cristal: preciosos juguetes en miniatura firmados por Strozzi que con el tiempo se han convertido en valiosas piezas de colecciĂłn...

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UN AVIÓN EN LA JARDINERA Cecilia Beuchat

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atías dobló la prueba global de matemáticas formando varios pliegues, hasta convertirla en avión. Los números escritos con tinta lo hacían aparecer como un avión de combate camuflado, si no hubiese sido por la nota de color rojo que se destacaba en el ala izquierda. Jugó un rato echándolo a volar en el espacio que conformaba la terraza del edificio donde vivía. La primera vez el avión se elevó por el aire sin problemas, y aterrizó de punta sobre una de las sillas. La segunda vez, descendió en picada justo arriba de la planta que según decían era tan fina, y quedó atascado entre dos hojas. Tomó la prueba–avión y se puso a pensar. No sabía nada más que hacer. En la noche tendría que mostrársela a la mamá y enfrentar su calmada paciencia que a los cinco minutos desembocaba en una fuerte reprimenda. «Ya sé lo que va a decir», pensó, pasando la punta del dedo índice para marcar mejor los

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dobleces del papel: «Sí, que debo estudiar más, que ahora estamos a fin de año, que el profesor dijo que si no subía las notas iba a repetir, que la hago rabiar justo ahora que el papá anda de viaje y no sabe si va a regresar para Navidad... en fin, ¡qué desastre!» Lo peor de todo era que él estudiaba, él se esforzaba, pero nadie le creía, y eso era muy injusto. Observó el avión de papel estacionado sobre la transparente superficie de vidrio de la mesa. Cuando grande él iba a ser piloto y manejaría un avión parecido, sólo que estaría pintado de otro color y no lleno de números como éste, y menos con un


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numero rojo destacado en un círculo. Una vez más tomó la prueba–avión, y la lanzó con fuerza. Esta alcanzó altura, y haciendo una gran curva, fue a parar exactamente en la terraza del departamento del lado. Matías, con gran estupor, tardó algunos segundos en aceptar lo que realmente había ocurrido. Entonces, sin vacilar, se asomó por la baranda para ver dónde había caído. Allí, en medio de un macizo de flores rojas que crecían en la jardinera, había aterrizado la prueba. Su primer impulso fue subirse al


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Matías no se atrevía a mirar para el lado y caminaba con pasitos rápidos al lado de ese tremendo hombre que era don Romelio. Poco antes de llegar a la escuela, divisó al profesor, quien al verlo se acercó y dijo: —Veo que no vino tu mamá... bueno, no importa... ¿Es usted algún familiar del niño? Matías iba a responder, cuando don Romelio dijo con voz muy tranquila: —No, soy simplemente su vecino, y vengo a explicar que el niño no mintió. La prueba, efectivamente, cayó en mi departamento. Cosas de niños... usted sabe. Creo que este jovencito ha aprendido, por fin, que las pruebas no son para volar, ¿verdad? El profesor iba a responder, pero en ese momento sonó la campana. Le hizo una seña a Matías para que entrara, y luego se quedó algunos minutos más conversando con don Romelio. Esa tarde Matías regresó muy contento. El profesor había hablado largamente con él, y ahora él se iba a esmerar más, y cumpliría mejor con todo lo que se le pedía. El resto lo iban a ver con la mamá. Matías sacó un vaso con leche del refrigerador y se fue a la terraza. Se sentó en una de las sillas, y entonces descubrió con asombro que sobre la mesa había un avión de papel. —¡Oh, no!— exclamó tomándolo—. ¡No 88


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más aviones! Y cuál no fue su sorpresa, cuando al extender la hoja de papel plegada vio escrito con tinta color rojo y grande letras de imprenta: «Te espero a las cuatro y media. Repasaremos matemáticas. Firmado: el Ogro».

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LA PRISION DE LA GA RZA Manuel Gallegos A.

S

ebastián y Fabiola no imaginaron esa mañana de domingo encontrarse con lo que sus ojos vieron. Como todos los fines de semana, acompañaron a su padre hasta la Plaza de Armas de San Bernardo, donde acostumbraban esperarlo jugando en el césped, entre los centenarios árboles o en alocadas carreras de bicicletas mientras él hacía las compras de almacén, muy cerca de allí. Sin embargo, ese domingo fue diferente a los anteriores... Desde lejos divisaron el carro de los Bomberos y Sebastián, entusiasmado, exclamó: —¡Mira, los de la Segunda Compañía están haciendo ejercicios! —Y.. ¿cómo sabes tú si no son de otra compañía ...?— le preguntó, dudosa, su hermana pequeña. El niño levantó su menudo índice señalando

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hermana mayor, cuando una tarde fue especialmente a contemplarlas. —¿Quién sabe cuántas hay …?— fue la pregunta del niño, y luego entre los tres contaron más de trescientas garzas. El carrobomba hizo su entrada otra vez a la plaza, interrumpiendo el recuerdo de los niños y, sin embargo, recuperando la esperanza en los menudos ojos que observaban angustiados al ave. Bajaron, presurosos, una nueva escala, de la cual comenzó a nacer otra, alargándose el doble. —Esa es una escala telescópica— comentó Sebastián a su hermana, en un tono doctoral, pero ella no le escuchó, pues su mente estaba concentrada en el ave, intentando comunicarle algo o rezando sólo como los niños saben hacerlo. Los bomberos amarraron a la escala unas cuerdas, enrollando los extremos a sus cinturas, dejándolas tensas como vientos de una tienda de campaña. —¡Ahora sí la salvación! —musitó con fuerza, Sebastián.


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En el acto un bombero joven, con chaqueta de cuero y casco negro, subió por la escala hasta llegar a dos metros de la garza. —¡Otra vez no la alcanzan! ¡Estos bomberos no saben hacer las cosas!— expresó la niña desesperada.


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OPERA CIÓN COCINA Virginia Cruzat

¡U

f! ¡Por fin se fue! La mañosa, la cargante. Macarena resopla al recordar: «Que una niñita como usted se porte así... Que una niñita como usted no sepa que...» ¿Qué le importa que una niñita como ella no sepa hacer huevos chimbos? ¿Qué le importa que no coma, que se pinte, que pololee? ¡Uf! Bueno, ya no la verá más. Macarena se da vueltas en la cama, se estira como un gato, perezosa. Sonríe con delicia: no hay colegio. Los hermanos partieron temprano, a campamento. El papá y la mamá fueron de trajines. —...Y acuérdese de poner la mesa— terminó de recomendar la mamá. ¡No! Nada ritual. Almorzarán en la terraza con ese mantel rojo y verde como una sandía. Los dejará lelos, completamente lelos. Algo rico, rápido, sabroso.

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La imaginación aviva el apetito. Mmmm... Brinca de la cama, pronta a saquear el refrigerador. ¡Qué extraña está la casa! La puerta exhala un chirrido ominoso, de suspenso. El reloj golpea como si triturara el tiempo. La cocina resulta siniestra, tan blanca, tan muerta, aséptica, como una clínica. La Rosa habló de sacarle los ojos a algo ¿A qué? ¿Al pollo, al pescado? ¡Horror! No, cirugía no, por Dios. Cierra el refrigerador. Sólo hay un arroz duro, insípido, y un trozo de carne cruda. A ver... pierna arriba en el piso de la cocina, sin bata, en camisa, piensa, medita... ¿qué podrá pensar esa estatua del Pensador, tan sin ropa? El Pensador no se resfría, es de mármol, pero si a ella la viera la Rosa... No, mejor el libro de cocina. Gran idea. Hojea rápido. Las letras no hablan, no son una vitrina. En la televisión hay un programa de hacerse agua la boca. ¿Por qué no habrá anotado?... 100


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CA SI REINA Víctor Carvajal

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ntes de que existiera la jirafa, vivían los gerenuces en el África oriental. Solitarios o formando grupos muy pequeños, era casi imposible realizar encuentros entre ellos. Difíciles eran, además, la vida en sociedad, las conversaciones, los compromisos y la formación de familias, de las que naturalmente provienen los hijos que han de continuar con la especie. En uno de estos grupos de gerenuces vivía una joven hembra muy enamorada del leopardo. En su grupo tan pequeño todos los machos en edad de casarse estaban ya muy comprometidos y las bodas respectivas no demorarían en celebrarse. Por su parte, el leopardo no sentía atractivo por la suspirante gerenuc, y continuaba correteando por las praderas, persiguiendo gacelas y dándose trompadas con el león, su principal adversario.

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acercarse al joven felino; abrió sus patas delanteras, porque una reina no puede arrodillarse, para besar la frente del soñado príncipe. Y fue tan humillante el desaire que el leopardo le hizo, que desde ese día si ella cae de rodillas ya no puede levantarse y muere de modo inevitable. Y cada vez que se mira al espejo natural de los charcos, cuando se inclina a saciar su sed recuerda aquel triste momento con el joven leopardo. Así, bebe un recuerdo profundo de cristalinas nostalgias. La gerenuc dejó atrás al leopardo, al león y regresó a los acacios. Estaba más sola que nunca en su vacío reino. Había cambiado tanto su figura que ya no podía pensar en un regreso. Ni siquiera podía seguir llamándose como todos los geruneces y bien puesto tenía el nombre de «gimenuc» por sus gemidos y lamentos. Pero como el tiempo todo lo apacigua, sus penas se fueron perdiendo en las alturas que alcanzaron sus sueños. Mejor se llamaba «Gimealta»; y como ya gemidos no había, mas sí visiones altas; y como en las alturas se gira y se gira así, pasó a llamarse Jirafa. Se ha convertido casi en una reina; su cuello es ahora muy largo, sus ojos profundos, bellos y nostálgicos; su caminar es elegante y su cabeza ostenta una corona a medias. Una de esas avecillas que visitan los acacios dijo que un joven generuc la vio pasar una tarde y la siguió hasta su reino. Y como el amor es 113


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sabio, se enamoró de ella; y como su mundo era muy alto, comenzó también el gerenuc a estirar el cuello. Con el tiempo imitó su andar, cambió de pelaje, y de tanto, tanto desearlo, consiguió a su vez la mitad de una corona. De más está decir cómo sus patas delanteras se fueron estirando, no para alcanzar las exquisitas hojas de los árboles, sino los bellos ojos de la que andando el tiempo habría de ser su delicada esposa.

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LA PUNA Lucía Gevert

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oscuras, sin encender la vela, se bajaron de sus camastros y buscaron sus ropas abrigadoras para salir al frío. Casi no habían pegado los ojos en toda la noche. La imaginación les daba vueltas y vueltas ¿Cómo dormir tranquilos si al amanecer emprenderían la marcha hacia las montañas? Se pusieron los chullos (*) que tan amorosamente les había tejido su madre con lana del llamo overo que ellos cuidaban en el corral. A esa hora el viento es cortante en las alturas andinas. Pareciera que se mete por las narices, los oídos y los ojos, rompiendo algo a su paso. Se nubla la vista y el aire llega como con alfileres a los pulmones. Los demás implementos estaban en los bolsos multicolores que habían dejado preparados la tarde anterior. Sintieron un ruido metálico. En la cocina ya estaba saliendo humo y el fogón brillaba, invitándolos a acercarse. ¡Que * Chullo: gorro de lana que cubre los oídos, usado en el altiplano andino.

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vez volaba una familia completa: la pareja y sus tres crías, que se quedaban atrás haciendo figuras en el aire. De pronto sintió una voz desconocida a su lado: —¿Quieres conocer el lugar de adoración al Sol? Miró asombrado y sólo pudo ver una negra tagua gigante que lo contemplaba muy seria. Buscó a Toño a su lado, pero no lo vio. Sólo unas vizcachas corrieron veloces a esconderse entre las piedras. Desolado, levantó la cabeza como implorando al cielo y allá arriba pudo distinguirlo claramente sobre las alas del cóndor. Le hizo señas desesperadas.


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—¿Cómo llegó allí?— musitó asombrado. —Eso no importa— le contestó con parsimonia la tagua gigante. Lo que vale es que Toño quería ascender hasta la cumbre buscando las huellas de sus antepasados y como el camino es muy largo y difícil, nosotros pensamos que los podríamos ayudar. Se demorarían muchas horas en llegar, y después es posible que no tuvieran más fuerza para regresar. Son tantas las personas que ya lo han intentado... pero por un motivo u otro llegan sólo hasta la mitad. —Y tú, ¿conoces arriba? —Pero qué pregunta... nosotros conocemos toda la región palmo a palmo y con mayor motivo la montaña sagrada. —Cuéntame... ¿qué sabes de las historias que corren? —¿Cómo?, ¿crees que son historias? —¿Son de verdad? —¿Es que tú no crees lo que te ha contado el Viejo? —Sí, claro... cómo no voy a creer lo que él me cuenta. —Bueno, lo que pasa es que nadie lo ha comprobado, pero nosotros sabemos que dos veces al año, al comenzar la primavera y el otoño, el cacique llevaba lo mejor que podía ofrecerle al Inti, o dios Sol, como tú lo llamas. Eran unas figuritas de oro, a veces con incrustaciones de 121


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No le hicimos caso al Viejo cuando nos recomendó ir despacio... Por algo lo decía. Esta es zona de puna. —No le vamos a contar a nadie que me apuné. Se reirían de mí. —Sólo contaremos que te caíste... y que no pudimos seguir. Paso a paso y afirmándose uno en el otro, comenzaron a descender la escarpada ladera. Un sentimiento de alivio los fue embargando a medida que se acercaban al camino. ¿Sería verdad que era una montaña sagrada? En todo caso sabía defenderse contra quienes pretendían hallar su cumbre. Quizás les había faltado creer en Inti y por eso él no los dejó avanzar. La próxima vez pondrían más confianza en su empresa.

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ÍNDICE 1. Violeta, la Lora Poeta ................................................ Ana María Güiraldes

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2. La Casa Iluminada..................................................... 17 Alicia Morel 3. Historia de Amor de un Manzano ............................. 23 María Luisa Silva 4. El Pesebre del Alba.................................................... 29 Maité Allamand 5. El Pequeño Zorzal...................................................... 35 María Eugenia Coeymans 6. Tres Burros Más Cinco Manzanas............................. 41 Saúl Schkolnik 7. La Princesa de las Cien Enaguas.............................. 45 Gabriela Lezaeta 8. El Hombre Cabeza de Nieve...................................... 51 María Silva Ossa 9. El Príncipe Chiflado................................................... 57 Jacqueline Balcells 10. La Ciudadela del Príncipe........................................ 67 Manuel Peña Muñoz 11. Un Avión en la Jardinera.......................................... 79 Cecilia Beuchat 12. La Prisión de la Garza............................................. 91 Manuel Gallegos A.

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13. Operación Cocina.................................................... 99 Virginia Cruzat 14. Casi Reina................................................................ 107 Víctor Carvajal 15. La Puna.................................................................... 115 Lucía Gevert

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TE PRESENTAMOS UNA ANTOLOGÍA DE CUENTOS INFANTILES CON RELATOS DE LOS ESCRITORES ANA MARÍA GÜIRALDES, ALICIA MOREL, MARÍA LUISA SILVA, MAITÉ ALLAMAND, MARÍA EUGENIA COEYMANS, SAÚL SCHKOLNIK, GABRIELA LEZAETA, MARÍA SILVA OSSA, JACQUELINE BALCELLS, MANUEL PEÑA MUÑOZ, CECILIA BEUCHAT, MANUEL GALLEGOS A., VIRGINIA CRUZAT, VÍCTOR CARVAJAL Y LUCÍA GEVERT.

A PARTIR DE 9 AÑOS

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Antología de autores chilenos

Cuentos de príncipes, garzas y manzanas

Antología de autores chilenos

1 Antología de autores chilenos CUENTOS DE PRÍNCIPES, GARZAS Y MANZANAS

Cuentos de príncipes, garzas y manzanas

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