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María de la Luz Soto CUENTOS PARA EDUCAR

Este libro reúne dieciséis relatos, en su mayoría protagonizados por animales que encarnan conductas relacionadas con el afecto, la autoestima, la sociabilización, la responsabilidad y el orden. Estas historias tienen su hilo conductor en los valores esenciales del ser humano, abarcando temas que van desde los comportamientos erráticos hasta el logro de metas simples pero funda-

Cuentos para educar

María de la Luz Soto

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Cuentos para educar

María de la Luz Soto

mentales. María de la Luz Soto nació en Santiago. Cuentos para educar fue su primer libro. Tras él ha publicado una quincena de obras, entre las que destacan Cuentos de la tierra, El cielo y el mar y Viaje al puerto. La mayoría de sus textos han sido declarados material de apoyo pedagógico para la educación chilena.

A PARTIR DE 7 AÑOS

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ISBN: 978-956-264-187-6

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Cuentos para educar MarĂ­a de la Luz Soto


Cuentos para educar Ilustraciones: Isidro Arteaga Dirección literaria: Sergio Tanhnuz P. Edición: Bernardita Bravo P. Dirección de arte: Carmen Gloria Robles S. Diagramación: Mauricio Fresard L. Producción: Andrea Carrasco Z. Primera edición: octubre de 2010 Sexta edición: diciembre de 2011 © Héctor Hidalgo © Ediciones SM Chile S.A. Coyancura 2283, oficina 203, Providencia, Santiago de Chile. www.ediciones-sm.cI chile@ediciones-sm.cI ATENCIÓN AL CLIENTE Teléfono: 600 381 13 12 Registro de edición: 117.581 ISBN: 978-956-264-187-6 Impresión: Editora e Imprenta Maval San José 5862, San Miguel Impreso en Chile / Printed in Chile No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni su transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea digital, electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. A002CH


Dedico este libro a todos los niños de los que aprendí, a lo largo de muchos años de educación, la sensibilidad y el espíritu abierto a lo maravilloso y verdadero del mundo. Fueron ellos los que impulsaron mi pluma para tallar sus rostros, deseos, tristezas y logros en estos sencillos cuentos para educar. Rindo con cada palabra un homenaje a la inocencia y claridad de la infancia que nunca perdemos.



El pollito cantor

E N UNA hermosa granja vivía una familia gallina: mamá gallina, papá gallo y sus hijos, tres pollitos. Junto a varias otras familias de animales, pasaban felices y tranquilos días, cuidados por las amorosas manos de don Pedro, el granjero. Cada mañana, al salir el sol, la familia gallina se levantaba y caminando en fila iban papá, mamá y sus tres hijos hasta la orilla de un pequeño estero donde se lavaban y picaban los granos que iba dejando don Pedro para ellos. Después mamá gallina se dirigía a ordenar el nido mirando desde lejos, siempre atenta, a sus tres pequeñitos. Papá gallo se paseaba orgulloso de su familia, con

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Bondi

S ENTADO a la sombra de unos frondosos árboles estaba Bondi, un elefante enorme, solitario y aburrido, sobre el pasto húmedo. Después de un largo rato decidió pararse, cosa que hizo con toda la dificultad del mundo, ya que pesaba como 600 y tantos kilos. Se fue bordeando el verde lago y cada lento paso que daba era acompañado por una gruesa gota de llanto que caía recorriendo su arrugada piel oscura. ¡Bondi tenía tanta pena! Sabía que era un animal torpe que no podía subir a los árboles; tan grande que no podía jugar a esconderse; ni siquiera podía darse el gusto de chapotear en el lago sin ocasionar destrozos a su paso. 11


Mientras pensaba en su fealdad y torpeza, se encontró con dos bellos mapaches que lo invitaron a jugar a las bolitas. Bondi les dio las gracias y les dijo que tenía tareas que hacer y se marchó lo más rápido que sus grandes pies se lo permitieron. No quería que se burlaran de él. La selva entera parecía una fuente de vida. Los pájaros cantaban a todo pulmón, los chimpancés saltaban de un árbol a otro; todo tipo de insectos revoloteaba entre las flores y hierbas; grandes y feroces animales se movían con libertad por el paisaje verde y caluroso. De pronto el cielo se nubló y una fuerte lluvia empezó a caer copiosamente. Todo fue movimientos rápidos. Cada animalito asustado corrió a protegerse del tremendo chapuzón. Bondi solo se preocupó de estar pisando terreno firme, pues sabía que su gruesa piel soportaría bien el aguacero.

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Entre risas y aplausos, Bondi escuchó el discurso que leyó para él una hermosa ardillita, donde se le decía que era un gran amigo, valiente y bondadoso, cuyo cuerpo grande y fuerte había ayudado a salvar la vida de muchos de sus hermanos animales. Y acabó diciendo: —Debajo de esa gruesa, dura y arrugada piel está la ternura, bondad y generosidad de todo un elefante. Bondi escuchaba conmovido, en medio de la algarabía cuando la ardillita, de un salto, subió a un tronco que alguien había cortado hacía muchos años y desplegó un lienzo en el que se leía: BONDI, TODOS TE QUEREMOS.

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Fiesta en el álamo

D ÍA TRAS DÍA me sentaba a observar un viejo álamo que había frente a la entrada de mi casa. Descubrí, entonces, que en los árboles existe un tipo de vida desconocida y fascinante y fue así como presencié la más hermosa fiesta que jamás pude imaginar. Se trataba de una boda. Dos chinitas enamoradas iban a casarse. Desde los distintos orificios del viejo tronco, se producían los movimientos de los personajes que participaban en el evento. Muy calladas dos arañas viejas y flacas tejían el hermoso velo de la novia. Seis chanchitos oscuros y gordos aseaban el lugar, poniendo todo en orden.

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Cuatro langostas muy verdes, mimetizadas entre el follaje, cortaban hojas para decorar el lugar con sus aserradas mandíbulas. Las hacendosas hormigas iban y venían en filas interminables, trayendo alimentos y preparando deliciosos platos. La torta, que también fabricaron las hormigas, se hizo entera de miel regalada por unas amorosas amigas de la novia: las abejitas Dulce y Exquisita. Abajo, y algo escondidos, dos pololos verdes preparaban el altar para la ceremonia. Muy despacito, como con timidez, cinco grillos ensayaban un coro que animaría tanto la boda como la fiesta. El gran momento se acercaba. Todo estaba dispuesto, el lugar limpio y bien decorado, los deliciosos platos listos, la torta se veía deliciosa y además había sido adornada entera con flores frescas del lugar.

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El ratón Manuelito

M ANUEL ERA un ratón de color grisáceo como todos los ratones comunes y corrientes, pero era un ratón muy simpático y entretenido. Siempre estaba cantando y ustedes podían verlo atravesar el pelado potrero un centenar de veces al día sin ninguna preocupación. Con las manos en la espalda, cruzando sus patitas para dar saltos minúsculos y silbando todo el tiempo, Manuel no iba jamás a ninguna parte. Cuando, al cabo de un rato, se cansaba de saltar, se detenía curioso por el rápido movimiento de unas amarillentas hojas y descubría allí, con sus brillantes y vívidos ojitos, alguna verde y gorda lagartija que atraía su interés.

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cho abrigado y unos restos de papel ayudarían a mantener una temperatura agradable y a tapar las rendijas por donde pudiera colarse el frío y la lluvia. Las mañanas eran cada vez más alegres. Nunca más sintió Manuelito la necesidad de calificarse con palabras que tanto dolían como flojo y holgazán. Era un ratón honesto y trabajador y tenía una bella casa, abrigada, limpia y provista de alimento. Manuel era feliz, sí, era muy feliz. Mañana saldría a buscar a la más linda ratita para ofrecerle su casa y formar con ella un hogar, ¡se lo merecía! Se había convertido en un ratoncito responsable y trabajador.

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La caja de juguetes

E SE DÍA llovía mucho y nos recogimos temprano; cada uno a sus habitaciones a estudiar o a dormir. Pasado un largo rato, cuando toda la casa estaba en silencio, escuché unos suaves ruiditos que venían del primer piso. Dejé mi tejido y bajé despacito las escaleras. En cada escalón me detenía para escuchar y cada vez los ruidos iban siendo un poco más nítidos. Era como si alguien estuviera murmurando. Al llegar me quedé escuchando para ubicar de dónde provenían aquellos misteriosos sonidos. Orientándome por lo que escuchaba, me fui acercando al lugar y cada vez percibía con más claridad las extrañas voces. A tientas, en la oscuridad llegué al

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amigo el globo que ya se ve flotando por el aire fresco y vaporoso de la noche. Todos obedecieron y siguieron las instrucciones con exactitud, pues parecían muy acertadas. Cuando el orden terminó fueron cerrando los ojitos y finalmente, cuando todos dormían, el silencio fue total. Al día siguiente no se imaginan la sorpresa de los niños al ver la caja ordenada. No sabían qué pensar de lo ocurrido. Después de un rato fueron comprendiendo que los juguetes debían cuidarse mejor, mantenerse ordenados y limpios. Todo esto en compensación al cariño y alegría que ellos les daban durante todas las horas del día. Desde entonces nunca más fueron arrojados de cualquier forma dentro de la caja. Cada noche, antes de ir a dormir con mucho cuidado los niños se preocupaban de disponer correctamente los juguetes de la forma adecuada. El orden conseguido con amor era el mejor de todos.

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El día que se durmió el Sol

E RAN CASI LAS siete y media de la mañana y en este lado del mundo ni un gallo cantor había anunciado la llegada del nuevo día. Los relojes despertadores habían sonado como de costumbre y los ciudadanos se preguntaban sorprendidos, casi atónitos, qué había pasado con el amanecer. Sí, la noche aún a esa hora cubría de sombras el lado poniente del mundo. Alguien exclamó: —¡Parece que el Sol se quedó dormido! En el campo, los campesinos algo asustados realizaban sus primeras labores en la semioscuridad.

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En las ciudades, en tanto, los científicos pusieron sus aparatos de precisión a trabajar a fin de darle una explicación a lo sucedido y una respuesta a los habitantes abismados, pues al otro lado del mundo la noche había caído con toda naturalidad. Los ciudadanos de China, India, Australia e Islas mayores y menores se habían retirado al descanso como cada noche. La excepción fueron los japoneses que esa noche celebraban el tercer y último día del Festival de Volantines llamado Hamamatsu. Este festival, uno de los más grandes del Japón, se celebra cada año entre el 3 y 5 de mayo y reúne a miles de visitantes. El cielo de una playa de más de una milla de largo se cubre de variados y hermosos volantines, cuya confección es un arte de antigua tradición japonesa. Los artesanos de estos fascinantes voladores emplean para fabricarlos papel y bambú, poniendo en su confección toda

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la paciencia y delicadeza propia de este pueblo. Asomado a esta fiesta hasta altas horas de la noche estuvo el Sol, viendo ir y venir a los alados portadores de sueños y fantasías. En pleno festejo uno de los volantines se había liberado de su cuerda y había ido a posarse junto al Sol. Sorprendido y feliz el sol se entretuvo jugando con él durante horas. Esta fue, amiguitos, la razón por la que en esta parte de la tierra no amaneció a la hora acostumbrada. El Sol, efectivamente, se había quedado dormido. Cuando por fin el astro rey mostró sus rayos, su rostro tenía un bello color rojizo, de ese tono con que se tiñen nuestras mejillas cuando sentimos vergüenza, sobre todo cuando llegamos atrasados. Es que el encanto de la entretención le había hecho olvidar su responsabilidad.

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La chinita Naty, una historia verdadera

T ODOS HEMOS visto alguna vez una chinita de hermoso color anaranjado con manchas negras que sin miedo alguno se posa en nuestros vestidos, plegando sus pequeñas alitas como membranas. Se pueden tomar sin cuidado entre las manos y corren de un dedo a otro para volar luego sorpresivamente. Lo que no sabemos todos es la historia de Naty, la chinita viajera. Sucedió que en California, en los Estados Unidos de Norteamérica, sobrevino una catástrofe en la agricultura. Una plaga de insectos atacó a los naranjos, perjudicando terriblemente la excelente producción de ese exquisito fruto propio de la zona. 39


determinaron los lugares de trabajo. Y comenzaron la acciรณn. No tardรณ en verse el resultado de la buena idea de traer a Naty, su familia y sus amigos. La plaga del perjudicial insecto desapareciรณ al poco tiempo. Agradecidos, los agricultores de California protegieron para siempre a la chinita viajera y a toda la descendencia de su especie.

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Blanquita

E STA HISTORIA ocurrió hace muchos años. En un hermoso valle alpino vivía un anciano alto y robusto de mejillas enrojecidas por el aire fresco y saludable de las montañas. Sus hijos habían viajado a las ciudades para educarse en colegios de enseñanza superior y solo los veía de vez en cuando. Al morir su esposa, no le quedó más compañía que algunas cabras, un gran San Bernardo, su perro fiel y sus palomas a quienes dedicaba gran parte de su tiempo y cariño. Blanquita y Plomito eran una parejita de hábitos ordenados y muy dulces. Ella, blanca como una nube de verano, él de color azul plomizo.

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rato y luego, emocionado, pensó que había sido enviada por Dios para ser su salvación. Extendió suavemente su mano hacia el ave, la que todavía temerosa dudaba en acercarse. Después de una paciente espera y permaneciendo casi inmóvil, logró que Blanquita se posara en su mano. Cuando lo consiguió la sostuvo contra su pecho y sacando un pequeño papel de su libreta y un lápiz del bolsillo de su camisa escribió una nota de auxilio, colocando con la mayor precisión las coordenadas que daban cuenta del lugar en que el aparato había caído. Lo más difícil fue encontrar algo con qué amarrar la nota en la patita de la paloma. Por fin un pequeño elástico de billetes solucionó el problema. Besando a la tierna Blanquita y confiándole todas sus esperanzas, la echó a volar. En tanto, Plomito se intranquilizaba cada vez más por la demora de su querida esposa. Cuando esta llegó, apenas tuvo tiempo de reponer fuerzas antes de explicar lo que había pasado. Plomito se puso a picotear con ella el elástico. Al 47


asomarse don Enrico por ahí se encontró con la nota y la sorpresa. De más está decirles que corrió presuroso hacia el pueblo a dar cuenta a las autoridades del accidente aéreo y así se pudo actuar con rapidez y salvar la vida del piloto. Desde entonces y por mucho tiempo, los pilotos que hacían servicios de exploración en lugares apartados, llevaban con ellos palomas mensajeras. De ese modo, sin necesidad de regresar a sus bases, podían enviar noticias a distintos puntos, incluso a muchos kilómetros de distancia. Las palomas mensajeras se convirtieron así en un auxiliar de primera necesidad, en estos y otros servicios, por su espléndido sentido de orientación que las lleva a encontrar el lugar de destino con increíble seguridad. Todavía hoy, en el palomar construido por las envejecidas manos de don Enrico, una familia de columbinas vive dichosa ajena al ir y venir de los aviones por el cielo. Su mayor preocupación consiste en brindarse amor, con un suave y tierno arrullo. 48


El lápiz de Pepe

S OY EL LÁPIZ de Pepe y soy de Pepe porque él me fue a comprar a la librería una mañana como a las once. Entró corriendo y pidió un lápiz de mina. La dueña de la librería metió la mano en una cajita donde estábamos más o menos ordenados mis hermanos y yo, algo así como 25 lápices, revolvió un poco la caja y me sacó. Fui entregado a Pepe a cambio de unas monedas. Por el camino Pepe me sacó y guardó en su bolsillo varias veces. Me inspeccionaba con detención. Cuando llegamos a su casa me sentí inmediatamente muy cómodo en ella. Pepe se acercó a una pequeña mesa y me tiró encima.

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tu tiempo, trabajo y juegos! Ahora amigo, lávate bien las manitos, guíame por la blanca hoja de tus tareas de estudiante responsable. Demos paseos curvos o rectos por tu hoja de dibujo o hagamos un tema libre de bellos trazos que vendrán a colorear mis primos, los lápices de colores. Si te gusta dibujar cuando grande podrás conocer a toda mi familia: los primos de cera, los tíos de pasta y de tinta, hasta llegar a mis más lejanos y sofisticados parientes con los que trabajan los dibujantes técnicos, pintores, publicistas y arquitectos.

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El bien de la alegría

E XISTIÓ UNA vez en un lugar muy lejano un pueblo conocido como Pueblo de la Amargura. Las casas eran de color gris con techos negros, no había luz eléctrica, nadie se preocupaba por los árboles, ni siquiera de la limpieza y hasta el cielo era de un azul tan pálido que no tenía ninguna belleza. Por la noche la luna aparecía tan nubosa que apenas se percibía el brillo de las estrellas. Las personas eran muy calladas. Jamás se oía alguna conversación, la risa de un niño o alguna melodía. La gente vestía ropas oscuras y desarregladas. Hasta las flores habían perdido sus colores; las mariposas casi no

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volaron buscando el sol en otras latitudes. Ese día el cielo se vio completamente sombrío. Sin embargo, a medida que pasaban los días, todo parecía volverse brillante y recuperar su color. Las gentes se veían menos serias y más dispuestas. Cuando llegó la época del retorno de las golondrinas a las lagunas aledañas, el paisaje se dibujaba completamente nítido y el cielo se plagó de nubarrones blancos. Cada uno de los amargaditos, que así se les había llamado a los habitantes del pueblo, volvió a tomar una pequeña ave y le contó sus preocupaciones, perdiendo poco a poco el avecita su bello y puro color. Volaron otra vez los pájaros llevándose entre su plumaje las amarguras del pueblo y retornaron blancas en la siguiente estación. Así, en tres migraciones seguidas, pasando del blanco al negro y viceversa, las aves trajeron la luz, la alegría, el

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color y el entusiasmo al pueblo. Cuando todos los habitantes cambiaron su actitud de amargura por entusiasmo, los árboles se vieron verdes y brillantes y la luna fue redonda y nítida, el sol de un amarillo-anaranjado intenso, el azul del cielo fue casi tan intenso como el de las lagunas, donde llegaron a vivir garzas hermosas. Al tiempo que las enredaderas del puente, que estaban a muy mal traer, florecieron para sorpresa de todos. Esa fue la última pincelada de oscuridad que se llevaron las golondrinas. Entonces el Pueblo de la Amargura cambió su nombre por el de Pueblo de la Alegría.

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Un niño solitario

P ABLITO ERA un muchachito de solo nueve años. Vivía en la alta cordillera de la zona central. Una casa de piedra pobre y sombría y una madre tan silenciosa como sencilla era todo lo que Pablito podía llamar "mío". Desde que el sol se levantaba hasta que se acostaba, el niño se dedicaba a cuidar las pocas ovejas y cabras que poseían. Mientras estas pastaban, Pablito vigilante y solitario, se parecía tanto a la tierra, dura, fría, clara, limpia y fresca de su lugar. Parecía que sus días eran todos igualitos; levantarse, vigilar el pastoreo, comer y dormir; pero la verdad era que Pablito poseía todo un mundo conocido solo por él.

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Rurru, la bella paloma, le contó cosas de la ciudad. Del tremendo y molesto ruido que hacían los vehículos, de los graves problemas de salud que tenían los habitantes por haber descuidado el beneficio del aire puro y lo que era peor aún, que las personas no se preocupaban de sus semejantes y que había muchas cosas que corregir para hacer de las ciudades lugares buenos para los niños. Y Pablo, un niño un poco más alto que él y que tocaba la flauta tan bien como Pablito, le conversó de sus sueños y del amor a su madre. Del encanto de esos parajes, algo pedregosos pero donde las cabras y ovejas nunca pasaban hambre; donde su único amigo era el eco, respondiendo a su nombre como nadie, donde el silencio hacía posible oír el encanto de los pajaritos y el susurro del viento, donde el frío era saludable y la lluvia traía cantares de ilusión y donde naturaleza y hombre gozaban juntos, disfrutando ambos la dicha de existir.

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El día de Educación Física

E SA MAÑANA don Mariano, el profesor de Educación Física, llegó como siempre sonriente y lleno de energías a entregarnos su clase de gimnasia tan entretenida y alegre. Estábamos esperándolo desde temprano y bien dispuestos. Al pasar don Mariano por los camarines escuchó una conversación, que más parecía la hiriente burla de un alumno a su compañero de curso. Este era el diálogo: —¡Qué bonito te dejó el buzo tu mamá!, con esos parches que le puso en las roturas, quedaste muy a la moda. —El buzo está muy bien todavía y así, arreglado, puedo usarlo un tiempo todavía. —Claro, claro, ¿no te digo que te

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quedó muy bonito? Vengan a ver el buzo que tiene René, es muy moderno. A René se le pusieron los ojos brillantes, estaba muy herido pero contuvo el llanto. Los demás niños, sin darse cuenta del daño que hacían, se reían a carcajadas; otros aplaudían tal vez para darle más ruido al asunto. Don Mariano muy tranquilo se puso en medio de todos. Traía una bolsa con toallas y sin decir nada especial sobre lo que había escuchado les ordenó quitarse toda la ropa y cubrirse solo con una toalla. Una vez que estuvieron listos se sentó en un taburete en frente de ellos y mirándolos fijamente, les dijo: —Mírense, vean que si se quitan las toallas todos estarán absolutamente iguales en apariencia, serán unos niños desnudos solamente. Ahora bien, quiero que entiendan esto de una vez y para siempre: todo lo que llevan las personas encima no les hace cambiar en nada su interioridad. Se pueden ver mejor o

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peor, pero eso no significa mucho. Lo que realmente vale en las personas está muy adentro. Algunas tienen un fondo de oro y otras hasta llegan a tenerlo feo y tan oscuro como el carbón. Y siguió diciendo: —Lo que las personas valen se puede medir en sus actitudes; según esto ustedes no estarían teniendo un fondo muy valioso. Espero que me hayan entendido y no juzguen jamás las apariencias en una forma tan ligera, ni las buenas ni las malas. Y recuerden, la sencillez de las personas en sus vestimentas debe ser una señal que merece todo nuestro respeto. Ese día la clase tuvo algo muy especial; reímos menos, es cierto, estábamos algo incómodos y nos sentíamos inquietos. Lo que había pasado llegó profundamente a nuestros corazones.

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El chanchito de greda

C UANDO CUMPLÍ ocho años mi abuelita me regaló una alcancía. Era un pequeño chanchito de greda. La verdad es que no me llamó la atención mayormente, a pesar de que mi abuelita me habló del beneficio que significaba ahorrar. Mi mamá ordenó, al día siguiente de mi cumpleaños, mi pieza y mis juguetes y colocó el chanchito sobre mi armario. Pasó bastante tiempo y yo ni siquiera había puesto una moneda en la alcancía. En septiembre mi hermanita enfermó; debió ser llevada al hospital y una vez que salió de allí todavía tuvo que estar mucho tiempo en cama.

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regalaban mis tías o una vecina cuando le hacía unas compritas. Parecía que mi chanchito crecía junto con mi entusiasmo. Yo echaba y echaba y él recibía y recibía. Cuando llegó la tan esperada Nochebuena de ese año, a pesar de la pena de tener que romper mi chanchito, saqué las monedas, las conté y dos milagros tuve en mis manos: la suma era mayor de lo que yo necesitaba y mi chanchito, roto en grandes pedazos, se pudo reparar. El recuerdo de esa Navidad es el mejor que tengo de mi niñez. Todo lo que la abuelita me habló del ahorro como beneficio era cierto; pero ni ella pudo imaginar la dicha en los ojos de mi hermana cuando vio que la muñeca vestida de rosa que tenía en sus brazos, podía abrir y cerrar los suyos.

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El tesoro

L A PRIMERA noticia que tuve del viaje fue lo que oí a mamá contarle a mi abuelita. Yo partiría a la montaña en busca de un tesoro. Desde ese momento todo fue inquietud y entusiasmo. Papá y mamá hablaban mucho del gran suceso. Había tantas cosas que preparar, que comprar. Iba a necesitar una larga lista de materiales y de implementos. En una oportunidad los abuelitos vinieron a visitarme y me trajeron unas hermosas medias deportivas. Al despedirse cada uno con un gran beso me desearon que de principio a fin mi dedicación y esfuerzo fuesen los mismos y que disfrutara profundamente de todo: del descanso, el juego y el deber.

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en mi camino o, más bien, Él nunca me abandonó desde que nos hicimos amigos y fue Él quien consoló mis penas, me fortaleció en los tropiezos y me condujo con su mano hasta el final. Queridos amiguitos, han pasado años desde que llegué con mis padres al pie de la montaña y aún me queda tesoro por recoger. Siempre les agradeceré el haberme dado la oportunidad de iniciar este viaje. ¡Cuánta razón tenía mi padre al decirme que el tesoro no ocuparía lugar en mi equipaje!, puesto que el conocimiento que he adquirido está dentro de mí: tanta riqueza que se obtiene a través de la vida en el contacto con compañeros, profesores y amigos. Sí, empezar a ir al colegio es como ponerse al pie de una montaña y cada día con esfuerzo, perseverancia y alegría caminar hacia lo desconocido como en una maravillosa aventura. Al final del camino cada uno podrá evaluar su tesoro y ojalá que nunca, ningún niño del mundo, se sienta con las manos vacías. 74


La biblioteca del pueblo

S ENTADO EN un pequeño banquito al sol a las tres de la tarde dormitaba don José, un viejecito de pelo blanco y ajado ropaje cuyas pequeñas y arrugadas manos sostenían un hechizo bastón de madera. Don José era muy conocido en su pueblo por su simpatía y bondad, pero sobre todo por ser un hombre de gran saber, como solía comentarse. Pasaba varias horas de la mañana y otras tantas de la tarde sentado frente a una envejecida mesa de roble leyendo textos, documentos y literatura en general. Había leído cuanto llegó a sus manos de la historia de la patria; conocía muy bien la geografía y la hidrografía le apasionaba. Podía decir en cuestión

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El tiempo no había pasado en vano y aquellos estudiosos muchachos llegaron a ser buenos profesionales y una vez que estuvieron en pleno desarrollo de sus actividades, acordándose de lo que don José les había enseñado, decidieron hacer algo por su pueblo. Así fue como se construyó la biblioteca. Don José ayudado de ambos brazos caminó despacito y subió los cuatro escalones de la entrada para llegar directamente al salón principal, donde se celebraba la ceremonia de inauguración. La sencilla biblioteca contaba con todo el material recopilado por el octogenario don José, quien por supuesto fue el principal orador del acto. Sus palabras alcanzaron el corazón de vecinos y visitantes. El viejecito sencillo, curvado por los años, poseía no solo erudición, sino la sabiduría de quien ha sabido reconocer y entregar lo verdaderamente valioso: el saber. En el lado derecho del flamante edificio una brillante placa de bronce inscribía: Biblioteca José Hermosilla Palma.

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El primer volantín

G ABRIEL ESTABA muy agitado, con sus pequeñas mejillas enrojecidas por la emoción. Tanta era la inquietud que llevaba el pelo revuelto sobre la frente de tanto pasarse los dedos entre los cabellos. Su abuelo, mientras tanto, con enorme paciencia y cuidado, ponía cada uno de los finos palillos de madera que iban a dar forma y solidez al primer volantín del pequeño. Gabriel daba vueltas alrededor de la mesa donde el abuelo trabajaba y sus grandes ojitos parecían abrirse aún más. —¿Faltará mucho? —se preguntaba y corría hacia la ventana para ver si todavía corría el viento que había motivado al abuelo a confeccionar el mágico pájaro de papel. 79



Sacando un pequeño papel y un descascarado lápiz que siempre tenía en el bolsillo de su camisa, el anciano escribió: "amigo volantín, tú que estás más cerca del cielo que nosotros, dile al Buen Padre Dios que cuide mucho a mis pequeños nietecitos". La nota fue puesta en el hilo y como por arte de magia empezó a subir hasta tocar la cola del cometa. El viento se había agitado con el atardecer y el volantín danzaba en grandes giros en el aire. A lo lejos, conversando entusiasmados, se ve venir a Gabriel y al abuelo, trayendo en la mano derecha el trofeo de papel y en la mano izquierda su más preciado tesoro: la sonrisa del pequeño. Esa tarde aparecieron en el cielo los más hermosos arreboles que hayan visto los ojos; todas las tonalidades del rosa y el azul teñían el horizonte con belleza infinita.

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Índice El pollito cantor Bondi Fiesta en el álamo El ratón Manuelito La caja de juguetes El día que se durmió el Sol La chinita Naty, una historia verdadera Blanquita El lápiz de Pepe El bien de la alegría Un niño solitario El día de Educación Física El chanchito de greda El tesoro La biblioteca del pueblo El primer volantín

7 11 17 23 29 35 39 43 49 53 59 63 67 71 75 79


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Este libro reúne dieciséis relatos, en su mayoría protagonizados por animales que encarnan conductas relacionadas con el afecto, la autoestima, la sociabilización, la responsabilidad y el orden. Estas historias tienen su hilo conductor en los valores esenciales del ser humano, abarcando temas que van desde los comportamientos erráticos hasta el logro de metas simples pero funda-

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mentales. María de la Luz Soto nació en Santiago. Cuentos para educar fue su primer libro. Tras él ha publicado una quincena de obras, entre las que destacan Cuentos de la tierra, El cielo y el mar y Viaje al puerto. La mayoría de sus textos han sido declarados material de apoyo pedagógico para la educación chilena.

A PARTIR DE 7 AÑOS

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ISBN: 978-956-264-187-6

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