Javiera y lobito ecat

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Felipe Alliende

Javiera y Lobito con las aventuras de Sebastiรกn y el amigo Zorro



Javiera y Lobito con las aventuras de Sebastiรกn y el amigo Zorro Felipe Alliende


DirecciĂłn editorial: Rodolfo Hidalgo C. DirecciĂłn literaria: Sergio Tanhnuz P. DirecciĂłn de arte: Carmen Gloria Robles S. DiagramaciĂłn: Mauricio Fresard L. ProducciĂłn: Andrea Carrasco Z. Ilustraciones y cubierta: Isabel Hojas Primera ediciĂłn: septiembre de 2002. Tercera ediciĂłn: octubre de 2010. Š Felipe Alliende Š Ediciones SM Chile S.A. &R\DQFXUD RÂżFLQD Providencia, Santiago de Chile. www.ediciones-sm.cl chile@ediciones-sm.cl ATENCIĂ“N AL CLIENTE TelĂŠfono: 600 381 13 12 ISBN: 978-956-264-201-9 DepĂłsito legal: 82.958 ImpresiĂłn: Salesianos Impresores General Gana 1486, Santiago. Impreso en Chile / Printed in Chile

No estĂĄ permitida la reproducciĂłn total o parcial de este libro, ni su tratamiento informĂĄtico, ni su transmisiĂłn de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea digital, electrĂłnico, mecĂĄnico, por fotocopia, por registro u otros mĂŠtodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. A004CH




A Javiera le gusta

A JAVIERA le gusta que la entretengan de cualquier modo, siempre que sea contándole cuentos. A Javiera le gusta que le cuenten cuentos, siempre que en ellos aparezcan lobos. A Javiera le gustan los cuentos en que aparecen lobos, siempre que éstos sean chicos, buenos y simpáticos.

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Primera parte En el campamento junto al Pollanco


Historia del zorro que se transformó en Lobito

H ABÍA UNA vez una familia que estaba acampando a la orilla de un estero llamado Pollanco. La familia estaba formada por el papá, la mamá, un niño llamado Sebastián, y una niñita llamada Javiera. A veces durante los fines de semana llegaban al campamento el tata Roberto y la Nené. Durante las mañanas, Sebastián y Javiera se bañaban en el estero y jugaban con otros niños que acampaban cerca. A medio día, todos gozaban con las ricas comidas hechas por la mamá. En las tardes salían a pasear con sus padres. Recorrían el estero o seguían caminos por los cerros. Al anochecer, el papá o el tata Roberto, cuando estaba, les contaban cuentos alrededor de la fogata que

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¡Qué pena! No pude jugar con ellas. —Menos mal que se fueron —suspiró Lobito, sacando sus patas de la punta de su nariz. —Esta vez no pudieron picarme. —Por ahí debe haber miel —dijo el Amigo Zorro, apareciendo entre los matorrales.— A falta de perdices, buenos son los panales de miel.

Truenos Ese día el sol dejó de brillar y el cielo se puso oscuro, casi negro. De repente un ruido grande, muy grande, llegó desde el cielo y retumbó entre los cerros. Sebastián se tapó los oídos. Javiera sintió mucho susto. Lobito se afirmó en


sus cuatro patas, levantó su hocico hacia el cielo y ladró de un modo raro, muy raro. —Fue un monstruo enorme que pasó muy enojado por el cielo —afirmó muy seguro Sebastián—. Voy a desplegar mi escudo mágico para que ese perverso monstruo no destruya al planeta Tierra. En ese instante, se oyó otra vez el espantoso ruido que venía del cielo. Lobito volvió a afirmarse en sus cuatro


—A mí tampoco me gusta verme fea —agregó Javiera. Y Lobito y Javiera se refugiaron en la carpa de la cocina. —A mí la lluvia jamás me vencerá —anunció Sebastián—. Soy un guerrero extraterrestre al servicio de las fuerzas del bien. —Entonces, guerrero extraterrestre, ayuda a guardar las cosas que se están mojando —dijo el papá—. Lleva la ropa que se estaba secando a la carpa de nosotros. En un dos por tres, el papá, la



mamá y Sebastián guardaron todas las cosas y corrieron a refugiarse en la carpa de la cocina. —Siento un olor raro —dijo la mamá—. Además, alguien está usando la cocina. —Yo y Lobito estamos haciendo sopaipillas, mamá —dijo Javiera. —Como no había zapallo, yo molí un lápiz de cera amarillo. —Como no había chancaca, las estamos haciendo con una salsa de tierra. —Como tú no nos dejas usar el aceite de la mesa —continuó Javiera—, estamos usando aceite de auto. Es casi lo mismo. —No es lo mismo— interrumpió el papá—. Nadie me toca el aceite de la camioneta. Lo necesitamos para la vuelta. —Y por ningún motivo se les ocurra comerse esas porquerías —advirtió la mamá. —No son porquerías —replicó

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Javiera—. Son sopaipillas de tierra. —¡Qué pena! —se quejó Lobito—. A lo mejor estaban ricas. Otro día las vamos a hacer de nuevo. —Dejó de llover —anunció Sebastián—. Voy a ir al estero en mi nave galáctica a ver si capturo una enormidad de peces. —Yo te acompaño —dijo el Amigo Zorro, saliendo de entre unas matas—. Me fue mal con la cabra y los cabritos. Los tenían encerrados. Pero, para la próxima lluvia, las cosas serán totalmente distintas. Vamos, Sebastián. Vamos a pescar.

En la cumbre de los cerros —Los invito a todos a caminar por los cerros —propuso el tata Roberto, que estaba de visita. Todos aceptaron felices. Guardaron las cosas y cerraron bien las carpas. Dos horas después, estaban cerca de la cumbre de un cerro. 25


buena vista. —Allá abajo se ve el estero —replicó el Amigo Zorro—. A mí me interesan los cabritos. Desde aquí domino el panorama. ¿Ves? Allá está la cabra con sus dos chivitos. Están alejados y distraídos. Adiós, Sebastián. Tengo mucho que hacer. Y el Amigo Zorro empezó a bajar como una sombra entre las piedras.— —Es una vista maravillosa —dijo la Nené. —Se ve todo el valle —dijo la mamá. —Allá está el campamento —dijo el papá—. A mí esto me recuerda el lugar donde están las ruinas de Mixco Viejo —dijo el tata Roberto. —¿Y quién es Mixco? —preguntó Javiera—. ¿Es un viejito como tú? —Yo no soy viejo, Javiera, y Mixco no es una persona. Es un lugar muy antiguo. Era una gran ciudad construida en lo alto de una montaña como una fortaleza.

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—A los extraterrestres les gusta fundar ciudades en las cumbres de las montañas —aseguró Sebastián. —Esa ciudad la fundaron los mayas —informó el tata Roberto. —¿Y de qué planeta son los mayas? —preguntó Sebastián. —Del planeta Tierra, niño. Los mayas son unos antiguos habitantes de América. Eran grandes sabios, astrónomos, matemáticos, ingenieros y arquitectos. Mixco Viejo llegó a ser una ciudad grande y hermosa, con pirámides, templos, palacios y plazas. También había un lugar donde se practicaba el juego de la pelota. —¿Y vendían bebidas? —preguntó Javiera—. Tengo mucha sed. —En la cantimplora térmica hay jugo de naranjas bien helado —informó la mamá—. La Nené lo hizo con agua del Pollanco. —Lo malo es que a mí no me gusta el jugo de naranjas —se quejó Lobito. —Pero a mí sí —dijo Javiera—.

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Dame un poco de jugo, mamá. —En el cerro del frente estoy viendo unas ruinas intragalácticas enormes —dijo Sebastián. —¿Y hay pirámides, templos y campos para el juego de la pelota, como en Mixco Viejo? —le preguntó el tata Roberto. —Hay un estadio para un millón de personas, un cohetódromo para que aterricen diez mil cohetes y muchos edificios de cientos de pisos. —Yo veo puros cerros —dijo Lobito. —Y yo también —dijo Javiera. —Algún día vas a ir a Mixco Viejo, Sebastián. Estoy seguro de que te va a gustar. —Empecemos a bajar —dijo la Nené—. Se nos está haciendo un poco tarde.

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El lago Pocos días después, toda la familia subió al cerro de enfrente. El primero en llegar a la cumbre fue Sebastián. Detrás venía Javiera a espaldas de su papá y sujetada por su mamá. Más atrás venía el tata Roberto y la Nené caminando con mucho cuidado. Por último venía Lobito, muerto de


completamente despierto. —Alcanza para todos —los tranquilizó la mamá, empezando a repartir los panes. —¿Y tú no habías ido a ver eso de las ovejas y sus corderitos? —le preguntó Sebastián al Amigo Zorro. —Las ovejas están muy lejos, y este queso de cabra estaba por aquí cerca. No hay por dónde perderse. —Cuando terminen de comer, empezaremos a bajar —dijo la mamá, mirando el cielo que ya estaba tomando los colores de la tarde.

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Javiera pide un cuento especial

¿R ECUERDAS JAVIERA que un día los fui a visitar al Pollanco y me quedé a dormir con ustedes? Cuando ya empezaba a caer la noche sobre el Pollanco, tú, Javiera, me pediste que te contara el cuento de Caperucita Roja. —¿Quieres que te cuente la historia de Caperucita, Javiera? —Sí, tata Roberto. Pero tiene que ser con Lobito y no con el lobo grande y malo. Y dime una cosa, tata. ¿Caperucita tenía papá? —Por supuesto, Javiera. Caperucita tenía un papá muy bueno que la quería mucho. —Y dime otras cosa, tata.

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duermas. —Bueno, pero un día me vas a contar El Lobo y los siete cabritos con papá y Lobito, no con el lobo grande y malo. —Así lo haré, Javiera.

Los siete cabritos y el lobo Había una vez una familia de cabritos que vivía entre los cerros de la cordillera en una casita blanca con ventanas azules y techo rojo. La familia tenía siete hijos: cuatro cabritos y tres cabritas. Papá Cabro partía todos los días a trabajar entre los cerros, y Mamá Cabra se quedaba en la casa para cuidar a sus hijos. Un día Mamá Cabra tuvo que ir de compras al supermercado, porque ya casi no quedaban cosas en la casa. —Cabritos míos —les dijo—. Los voy a dejar solos. Tengan mucho cuidado. Si viene el lobo y consigue entrar, se los comerá a todos. —¡Mamita, qué miedo! —dijeron 44


los cabritos—. ¿Cómo sabremos que es el lobo para no abrirle la puerta? —¡Hum! —contestó la mamá—. El lobo es muy astuto. A veces se disfraza de bueno. Pero tiene una voz ronca, pezuñas negras y es más grande que todos ustedes. Así lo podrán reconocer. ¡Tengan mucho cuidado, cabritos míos! Mamá Cabra tomó su cartera y partió camino del supermercado. Los cabritos se encerraron en la casa y se pusieron a jugar y trabajar. Al poco rato, alguien golpeó la puerta y dijo: —Ábranme. Quiero jugar con ustedes. Era una voz suave y simpática. —¡Cuidado! Puede ser el lobo que está hablando con voz dulce y suave para engañarnos —advirtió el cabrito mayor. —Muéstranos tus patas —se le ocurrió decir a una de las cabritas. Era una pata negra y peluda, pero muy pequeña. —Parece pata de lobo, pero es muy

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chica —observó uno de los cabritos. —Voy a mirar por la ventana para ver quién es —anunció el cabrito mayor. Y el cabrito mayor se subió a una silla y miró por la ventana. —Parece un lobo —dijo—. Pero es muy pequeño. —Entonces es Lobito —dijo una de las cabritas, que se llamaba Javiera—. Es mi amigo. Lo conocí junto al estero. Es muy simpático. —Pero es un lobo —murmuró muerta de miedo otra de las cabritas. —No es un lobo —respondió


Javiera—. Es Lobito, mi amigo. Voy a abrir la puerta. Y antes de que los otros cabritos se lo impidieran, la cabrita Javiera abrió de par en par la puerta de la casa. Y al lado afuera estaba Lobito, muerto de ganas de jugar con los cabritos. Al ver que era un lobito chico con cara de bueno, los cabritos lo dejaron entrar sin miedo a la casa. Al poco rato, Lobito y sus nuevos amigos estaban jugando de lo más entretenidos. Corrían por todas partes, bai-



El burrito Fermín

U NA MAÑANA Javiera y Lobito vieron que un pequeño burro se había instalado a comer pasto cerca del campamento. Lobito lanzó el mejor de sus gruñidos y trató de espantar al intruso. Pero el pequeño burro siguió comiendo pasto como si nada hubiera pasado. —Se llama Fermín —dijo Javiera—. Y se va a quedar con nosotros. —Es porfiado como un burro — aseguró Lobito, cansado de gruñir y de mordisquear las patas de Fermín. —Hay que peinarlo —dijo Javiera—. Voy a buscar el cepillo del pelo de mi mamá. —Pero antes habría que bañarlo —

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a lustrarle tan bien las patas a este burro, que ni un lustrador las deja mejor. Y con mucha energía, Lobito lustró cada una de las patas de Fermín con cera de auto y les pasó escobilla y paño, mientras el burrito seguía comiendo pasto con si nada hubiera pasado.



—Ahora hay que peinarlo —dijo Javiera—. Tú le pasas el cepillo y yo le voy a hacer un moño en la cabeza. —Mejor le ponemos un sombrero, porque es un burro hombre y no mujer. Yo creo que no le gustaría mucho que le hiciéramos un moño. Sebastián cepilló cuidadosamente el pelo de Fermín y Javiera le colocó sobre la cabeza el sombrero de pesca del tata Roberto, pero el burrito no se movió y siguió comiendo pasto como si nada hubiera pasado. —Le hace falta un collar —pensó Javiera—. La mamá tiene un collar de semillas, que le va a quedar muy bien. —Le hace falta algo para el cuello —pensó Sebastián—. El papá tiene una bufanda que puede servir. Para no pelear, Javiera y Sebastián dejaron el collar y la bufanda en el cuello de Fermín, pero el burrito no se movió y siguió comiendo pasto como si nada hubiera ocurrido. —¿Dónde está mi cepillo? —pre-

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guntó la mamá. —¿Dónde está mi bufanda? —preguntó el papá. —¿Dónde está mi sombrero de pesca? — preguntó el tata Roberto. —¿Dónde está mi shampoo? — preguntó la Nené. —No se preocupen —dijeron Sebastián y Javiera—. Los tenemos nosotros y tuvimos que usarlos para bañar y vestir a Fermín. —¿Y quién es Fermín? —preguntó la mamá. —Es un burrito buena persona — respondió Sebastián—. Es bien tranquilo. Lo bañamos y lo peinamos y Lobito le lustró las patas y lo único que hace es comer pasto. Sólo cuando vieron a Fermín bañado y peinado, con el sombrero de pesca, la bufanda y el collar, se les pasó el enojo a todos y les vino la risa. —Lástima que sea tan grande y tan duro —se quejó el Amigo Zorro, saliendo de entre los matorrales—. Si hu-

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biera sido un poco más chico y mucho más blando, no habría estado mal para mi almuerzo. Javiera tuvo que lavar la toalla. Sebastián tuvo que limpiar el cepillo. Lobito tuvo que guardar la cera, el paño y las escobillas, pero el burrito Fermín siguió comiendo pasto como si nada hubiera pasado.


El matrimonio de la tía Elena

U N FIN de semana, la tía Elena fue a visitar a la familia en su campamento a orillas del Pollanco. Javiera y Sebastián estaban felices porque querían mucho a su tía y porque ella siempre llegaba con regalos. —Oye, tía Elena, ¿tú tienes un papá? —le preguntó esta vez Javiera. —Por supuesto, Javiera. Mi papá es el tata Roberto. —No. Yo no digo eso, tía Elena. Te pregunto si tienes un papá para vivir con él. —Ah, ya. Me preguntas si tengo un marido. No, Javiera. No tengo marido porque todavía no me he casado. —Entonces te vamos a casar nosotros. 59


fanda y sombrero y seguía comiendo pasto como si no pasara nada. Sobre la mesa del comedor, cubierta con un mantel de plástico, se veía un queque hecho por la Nené con dos grandes velas encendidas. —Ahora, todos a cantar —dijo Javiera. Y todos, Javiera y Sebastián, Lobito y el Amigo Zorro, el papá y la mamá, el tata Roberto y la Nené cantaron: Matrimonio feliz, te deseamos a ti, matrimonio tía Elena, que lo tengas feliz. La tía Elena apagó las dos velas de un soplido y todos aplaudieron con mucho entusiasmo y corrieron a abrazarla. —Ya estás casada, tía Elena —dijo Javiera—. Ahora sí que vas a encontrar un novio. Es lo único que te falta. —También falta el banquete — agregó el Amigo Zorro—. Yo esperaba

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unos buenos platos de carne mechada y unos pollos arvejados. Pero no se ve nada de eso. Protesto, éste no es un matrimonio como corresponde. —A falta de banquete, comámonos el queque —propuso Lobito. Y todos comieron queque y brindaron por la tía Elena con leche chocolatada, menos el Amigo Zorro, que partió a ver si por alguna parte encontraba algo más apetitoso.


Fermín desaparece Sebastián, Javiera y Lobito decidieron enseñarle buenos modales a Fermín. —Tiene que aprender a comer con cuchillo y tenedor —dijo Javiera. —Y a limpiarse la boca con servilleta —agregó Lobito. —Y tiene que dormir con pijama —dijo Sebastián—. A mí no me dejan dormir vestido. —Además, hay que enseñarle a saludar —opinó Javiera. —También debería lavarse los dientes —dijo Lobito—. Los tiene muy grandes. Yo se los puedo lavar con un escobillón. —Mañana empezamos —dijo Javiera—. Nos levantamos bien temprano y comenzamos por lavarle los dientes. —Y después le traemos desayuno en taza. —No es así —dijo Sebastián—. Primero toma desayuno y después le la64


vamos los dientes. —Está bien. Así lo haremos. Fermín escuchó todo lo que decían nuestros amigos y siguió comiendo pasto como si nada hubiera pasado. A la mañana siguiente, todos se levantaron muy temprano para comenzar la educación de Fermín. Esperaban encontrarlo como siempre, cerca del campamento comiendo tranquilamente su pasto, pero... esa mañana no había ningún burrito cerca del campamento. —Debe estar por ahí cerca —dijo Javiera. —Yo creo que no le gustó eso de lavarse los dientes. —Ni eso de tomar desayuno en taza. —Ni eso de limpiarse la boca con servilleta. —Ni eso de tener que dormir con pijama. —Ni eso de tener que andar saludando a la gente. —Parece que le gusta ser burro y

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—Vi un perrito en el agua —dijo el papá—. Creo que se estaba ahogando. —¡El Amigo Zorro! —dijo Sebastián, desesperado. —Parecía un perrito —aseguró el papá. —Pero no era Lobito —dijo Javiera—. Lobito sabe y no se ahoga. —Era el Amigo Zorro. Era el Amigo Zorro —repetía Sebastián muerto de pena. —Todos arriba —dijo el papá, y la camioneta siguió su viaje. No había nadie en el parachoques delantero. Para Sebastián era como si la camioneta viajara vacía. Javiera, en cambio, iba de los más feliz. Debajo de sus pies sentía el lomo de Lobito, que en ningún momento se había bajado de la camioneta. —Lobito sabe —repitió Javiera rascando cariñosamente el lomo de su amigo. Tres cuadras más abajo apareció el Amigo Zorro. Chorreaba agua por todos lados y apenas podía caminar. —Esa agua estaba muy húmeda — le dijo indignado a Sebastián—. Tu famoso río Maipo no sabe tratar a la gente. Casi

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me mata con los empujones que me dio y con esas piedras tan grandes que tiene por todos lados. Y ahora, pásame la toalla brasileña, porque estoy muerto de frío. Y el Amigo Zorro se envolvió en la toalla y se tendió a los pies de Sebastián. Y cuando la camioneta continuó su viaje, Sebastián le rascaba el lomo al Amigo Zorro con sus zapatillas Pluna, mientras el pobre tiritaba y no terminaba nunca de sacarse toda el agua que traía enredada entre los pelos de su piel. Lobito, mientras tanto, dormía en el mejor de los mundos como si nada hubiera pasado.


Segunda parte En Santiago


Sebastián cuenta la llegada

A PENAS LLEGAMOS a nuestra casa de Santiago, el Amigo Zorro se puso a explorarlo todo. —Carne de gallina huelo por aquí —fue lo primero que dijo, y partió como un rayo en busca de las gallinas. Pero sólo encontró un viejo gallinero, sin gallinas, sin gallos y sin pollitos. —Se acabaron los gallineros en Ñuñoa—le expliqué al Amigo Zorro—. Ya no sale a cuenta criar gallinas. Salen más baratas en el supermercado. —Entonces, me llevas al supermercado de inmediato —se apresuró a decir el Amigo Zorro. —Calma, calma, señor —le respondí—. Primero tenemos que instalarnos en la casa. 73


quiere para llevar? —siguió preguntando el mozo. —No, señor. Para servírmelos aquí. —Bien, señor. Voy a buscar una bandeja. —Nada de bandejas. Me los deja en el suelito; y otra cosa, me los trae crudos. —Imposible, señor, aquí sólo vendemos pollos asados. Esta no es una carnicería. —¡Qué mal atienden aquí! —dijo el Amigo Zorro, saliendo de debajo de la camioneta.— Aquí no saben darle gusto a los clientes. Mejor me voy a una carnicería. —A esta hora, las carnicerías están cerradas —le dije al Amigo Zorro. —Me están dando ganas de volverme al Pollanco —gruñó el Amigo Zorro.— Aquí siempre me dejan sin comida. Pero no importa. Mejor me quedo, respirando este olor a pollo asado. Es realmente exquisito.

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Lobito juega a las muñecas Javiera estaba jugando a las muñecas. Al poco rato llegó Lobito. —Juguemos a las muñecas, Lobito —dijo Javiera. —Está bien. ¿Qué tengo que hacer? —Les vamos a preparar comida y se la vamos a servir con estas bandejas y estos platitos que yo tengo. Tú vas a ser el cocinero. —Me parece bien. ¿Y dónde está la comida?

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—Aquí —respondió Javiera.— La hacemos con tierra, con hojas y con palitos. —¡Eso sí que no! —exclamó Lobito.— Así yo no juego. Tiene que ser comida verdadera para que yo la pueda probar. —Las muñecas no comen comida verdadera —le explicó Javiera. —Pero yo sí —respondió Lobito y tomó un muñeca entre sus dientes y salió corriendo. Javiera estaba desesperada. —Espera, Lobito. Espera. Así no se juega a las muñecas.


guera y acarreó la vieja colchoneta. Cuando todo estuvo guardado, Javiera y Lobito se fueron a mirar televisión. Al poco rato llegó la mamá. —¡Qué bueno que barrieron el jardín!—dijo. ¿Pero por qué tienes tu ropa tan sucia, Javiera? Anda a cambiarte rápidamente; pero antes tienen que darte un buen baño. —Menos mal que yo no uso ropa —pensó Lobito. —Pero un día de éstos te voy a bañar —le anunció Javiera mientras, de muy mala gana, iba a cambiarse de ropa.

Lobito quiere volver a casa —Quiero volver a mi casa—dijo Lobito. —¿Pero por qué? —preguntó Javiera muy preocupada. —Echo de menos a mi mamá, a mis hermanos y a los lobos de la manada. Cuando tú no juegas conmigo, me aburro. —Pero tienes los bosques, valles y quebradas que hicimos. Son muy lindos. —Sí, Javiera. Pero cuando no estás, yo me siento muy solo. 86


—Hagamos una cosa, Lobito. Digámosle a tu mamá, a tus hermanos y a los lobos de la manada que se vengan para acá. Aquí tienen de todo. Pero tiene que ser un secreto. Nadie de la casa tiene que saberlo. —Me gusta esa idea —dijo Lobito.— Los voy a llamar. Dicho y hecho. En un dos por tres, la mamá, los hermanos y los lobos de la manada se instalaron en el valle de las hojas secas. Nadie los vio. Nadie los sintió. Pero ahora Lobito no se aburre cuando no está jugando con Javiera. El valle de las hojas secas está lleno de carreras y juegos. Mamá Loba duerme feliz rodeada de todos sus cachorros. En las noches de luna, los lobos de la manada se sientan sobre las rocas del valle y aúllan durante largo rato, pero nadie los siente y no molestan a nadie. Javiera está feliz porque Lobito está feliz. Y cuando nadie la ve, se asoma con mucho cuidado al valle de las hojas secas y observa a Lobito que juega con sus hermanos y mira a los otros lobos que corretean entre matorrales y cerros. 87


Tercera Parte El amigo Zorro en la escuela

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El amigo zorro viaja en bus

A YER COMENZARON las clases. Al momento de partir vi al Amigo Zorro de bolsón y uniforme. Me acompañó hasta el bus y se subió junto conmigo. —Escolar —dijo al subir. —¿Dónde está el pase? —preguntó el chofer. —Soy escolar porque voy a la escuela. Y eso basta —respondió el Amigo Zorro y corrió a sentarse en el último asiento. —Lo voy a hacer descender del vehículo —advirtió el chofer muy enojado y se levantó de su asiento en dirección al Amigo Zorro. En ese momento, empezó a salir humo del piso del bus.

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—Esto es terrible —gritó el chofer.— Nos estamos incendiando. Nos vamos a ahogar todos con el humo. —¡Pero aquí está el Amigo Zorro que los va a salvar a todos! —gritó una voz desconocida. Y de un salto, el buen Amigo Zorro se tendió sobre la parte del piso por donde salía el humo. Yo que estaba en el primer asiento, fui el primero en salir del bus. Toda la gente empezó a bajar muy asustada.


—Apúrense, apúrense —gritaba el Amigo Zorro.— Miren que me estoy quemando la panza y que mi cola se está chamuscando. —Atrasito hay espacio, atrasito hay espacio —advertía el chofer a la gente que se apelotonaba por la puerta de adelante. Cuando toda la gente logró salir, el Amigo Zorro se bajó de un salto. En un segundo, el bus se llenó de humo. Yo corrí a ver qué le pasaba al Amigo Zorro. Tenía la cola chamuscada y echaba humo por todo sus pelos. Sin pensarlo dos veces, empezó a revolcarse por el suelo.


El amigo zorro enseña literatura El profesor de Castellano está enfermo —anunció el tío Marcelino, el inspector general de la escuela. —Yo puedo hacerme cargo del curso —dijo el Amigo Zorro con toda seriedad. —¿Y quién es usted? —preguntó

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el tío Marcelino sumamente asombrado. —Soy un experto en cuentos y fábulas de zorros. —¿Conoce usted la fábula de la zorra y las uvas? —Por supuesto. Es una enorme estupidez. Las uvas no me gustan. Prefiero las perdices. Esa fábula debería llamarse: El Zorro y la Perdiz. —Está bien. Después le pediré que me la cuente. Pero, dígame ahora, ¿conoce la fábula del zorro y el cuervo? —Claro que la conozco, pero en el Pollanco no hay cuervos y, por lo demás, no hay pájaros tontos; primero se tragan las cosas que han pillado y después hablan con uno. Esa fábula debería llamarse El Zorro y la Huiña . Luego se la voy a contar. —¿Conoce usted el cuento de los siete cabritos y el zorro? —preguntó un niño del curso. —Yo sólo conozco el cuento de los siete cabritos y el lobo. Es el disparate más grande que se puede contar. Ese

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cuento debería llamarse El Zorro y los dos cabritos. —Me parece muy bien —dijo el tío Marcelino.— Esta será una clase muy entretenida. Comience usted contándonos el cuento del zorro y la perdiz.

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El Zorro y la Perdiz

H ABÍA UNA vez un zorro que tenía mucha hambre. De pronto, vio una hermosa perdiz escondida entre unas matas. —Para un zorro con hambre no hay cosa mejor que una perdiz grande y gorda —se dijo el zorro. Se agazapó sobre la tierra y, sin hacer el menor ruido, empezó a arrastrarse hacia la escondida perdiz. Pero ésta no estaba distraída. Miraba hacia todos lados y se fijaba en todo lo que pasaba. De repente vio unas ramitas que se movían. —Eso es un zorro que se acerca — se dijo la perdiz. 101


Cuarta Parte Los dos cabritos y el zorro

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Mamá Cabra se defiende

U NA VEZ, en uno de los cerros de Pollanco, una cabra grande y peleadora tuvo dos cabritos. Apenas nacieron los chivitos, un zorro que vivía en esos cerros se preparó para capturarlos. —Esos cabritos serán míos, cueste lo que cueste —se dijo el zorro. Día y noche el zorro vigilaba a la cabra y a sus hijos, esperando pillarlos distraídos. Pero esa Mamá Cabra tenía mucha experiencia: nunca se distraía; no dejaba que sus cabritos se alejaran y siempre se colocaba en los mejores lugares estratégicos. Cuando el zorro empezaba a acercarse sin hacer el menor ruido, arrastran-

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do su panza por el suelo, mamá cabra estaba atenta y pronto lo descubría. —Acércate, sinvergüenza, y sabrás lo que es un topetazo de una cabra enojada. Tengo unas ganas de ver a un zorro volando por los aires con todas las costillas rotas.



El zorro cambia de táctica y se lleva una sorpresa Entonces el zorro cambió de táctica. Se tendió de espaldas con las patas al aire y se quedó quieto, muy quieto, como si estuviera completamente muerto. —Te conozco, te conozco —le dijo la cabra.— Te estás haciendo el muerto; pero ese viejo truco conmigo no resulta. —Paciencia —dijo el zorro y se levantó de un salto. Luego empezó a dar vueltas alrededor de la cabra y sus cabritos.


Mamá Cabra empezó a seguirlo con la vista sin apartar los ojos del peligroso animal. Y así estuvieron un buen rato. El zorro, vuelta y vuelta, cada vez más cerca. La cabra, mira y mira, cada vez más mareada. —¡Ahora! —dijo el zorro y partió a la carrera a capturar al cabrito que tenía más cerca.


—Lo malo es que no puedo esconderme entre los matorrales, porque soy muy grande, y tampoco sé volar y nunca he aprendido a chillar. —Entonces pregúntale a la roca — respondió la perdiz.— Ella te puede aconsejar. Mamá Cabra se despidió de la perdiz y partió a buscar a la roca. Al poco rato la encontró durmiendo tranquilamente en la falda de un cerro. —Roca, roca, tú que eres tan sabia, ¿me podrías decir qué tengo que hacer para que el zorro no se coma a mis cabritos? —Muy sencillo —le dijo la roca.— Cuando veas al zorro, te quedas completamente quieta y te pones dura, dura, lo que se llama dura y haces lo mismo con tus cabritos. Así el zorro nunca los podrá devorar. —Lo malo es que yo no me puedo quedar quieta ni ponerme dura, y menos mis cabritos, que son hiperquinéticos, blandos y tiernos. Por eso le

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gustan tanto al zorro. —Entonces pregúntale al hombre —respondió la roca.— El te puede aconsejar. Mamá Cabra se despidió de la roca y partió a buscar al hombre. Al poco rato encontró a don Benito que estaba plantando unas lechugas. —Don Benito, don Benito, usted que es tan sabio, ¿me podría decir qué tengo que hacer para que el zorro no se coma a mis cabritos? —Muy sencillo —le dijo don Benito.— Deja que te los cuide yo con mi perro el Corbata. Sólo conmigo estarán seguros. —No me queda más remedio — dijo Mamá Cabra.— Usted es casi tan malo como el zorro. Siempre termina por quitarme los cabritos y nunca sé qué les pasó. —Te prometo cuidarlos hasta que tengas otros dos. Y todas las noches podrías dormir bien abrigada en mi corral y tus cabritos podrán mamar lo que les

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quede con tranquilidad. —¿Lo que les quede? —preguntó Mamá Cabra. ¿De modo que le va a robar la leche a mis cabritos? —Nada de robos —respondió don Benito.— Tú tienes dos cabritos, y yo tengo cinco hijos a los que les gusta muchísimo la leche y el queso de cabra. —No me queda más remedio — suspiró Mamá Cabra, y le entregó sus hijos a don Benito, que inmediatamente los encerró en su corral.


—Por lo menos voy a estar tranquila por un tiempo —dijo Mamá Cabra y partió a buscar un lugar donde comer mucho pasto para así tener leche para sus cabritos y también para los glotones hijos de don Benito. Al poco rato, apareció el zorro. Los cabritos no se veían por ninguna parte. —Trampa —gritó el zorro.— Alguien se robó mis cabritos.


ñando con huiñas, cabras, perdices y cabritos.

Lobito aprende a leer Llegó el sábado. Sebastián, Javiera y sus padres fueron a pasar la tarde a la casa del tata Roberto y de la Nené. Después de almuerzo, la Nené se tendió en la cama para dormir una tranquila siesta. Apenas había cerrado sus ojos, apareció Javiera con un libro en la mano. —Quiero que me lo leas —dijo la niña. —Bueno, Javiera. Te voy a leer. La Nené tomó el libro, y Javiera se acostó a su lado para escuchar la lectura. —Tengo, tengo, tengo tú no tienes... —empezó a leer la Nené, mientras Javiera miraba el libro. —...nada —continuó Javiera. —Tengo tres ovejas... —Son ricas —dijo una voz al otro 122


lado de la Nené. Era Lobito. —Tú no estás leyendo, Lobito — protestó Javiera.— Tienes que decir: “...en una cabaña”. Además no me gusta que te gusten las ovejas. Eso está bueno para los lobos grandotes y comilones, y tú no eres ni grandote ni comilón. —Seré chico, pero no mañoso. Si es comida, me la como. —Una me da leche... —continuó la Nené. —A mí me gusta la leche chocolatada — interrumpió Lobito. —Tú sigues sin leer —protestó Javiera—. Tienes que decir: “otra me da lana”. —A mí no me importa la lana. No se come —afirmó Lobito con cara de asco. —Otra mantequilla... —leyó Nené. —¡Hum, hum! —se relamió Lobito.— ¡Qué ganas de comer un pan con mantequilla toda la semana! —...para la semana,... Lobito, tie-

123


Sebastián muy enojado.— Ya, Amigo Zorro, ya Lobito, digámosle a papá que nos lleve de paseo al Pollanco a ver si pescamos unas cuantas truchas. —Vamos —dijo Lobito. —Pero la primera trucha que pesquen tiene que ser para mí —dijo el Amigo Zorro—. Hace mucho tiempo que no como un buen guiso de pescado.


La despedida Y así fue como Lobito y el Amigo Zorro se despidieron de Sebastián y Javiera. Claire, así se llamaba la niña que había aparecido en la casa, se quedó a vivir con la familia. Así fue como Javiera



ÍNDICE A Javiera le gusta

5

Sebastián y el amigo Zorro

6

La llave

7

Primera parte: En el Campamento junto al Pollanco

8

Historia del Zorro que se transformó en Lobito 9 Javiera pide un cuento especial

35

El Burrito Fermín

51

El matrimonio de la Tía Elena

59

Segunda parte: Santiago

72

Sebastián cuenta la llegada

73

Tercera parte: El Amigo Zorro en la escuela 88 El Amigo Zorro viaja en bus

89

El Zorro y la Perdiz

101

Cuarta parte: Los dos Cabritos y el Zorro

104

Mamá cabra se defiende

105

135




Javiera y Lobito con las aventuras de Sebastián y el Amigo Zorro

4 Ch

JAVIERA Y SEBASTIÁN SON DOS NIÑOS QUE JUNTO A SUS MASCOTAS, LOBITO

Y

ZORRO,

PROTAGONIZAN

UNA ENTRETENIDA HISTORIA. SUS PE-

Felipe Alliende JAVIERA Y LOBITO CON LAS AVENTURAS DE SEBASTIÁN Y EL AMIGO ZORRO

RIPECIAS EN VACACIONES, LOS CAMBIOS DE ESCENARIOS DE ACUERDO AL VIAJE, LAS SITUACIONES PROPIAS DE UNA TEMPORADA ESTIVAL Y LAS AVENTURAS EN QUE PARTICIPAN CON SU FAMILIA, ENTRETIENEN, ENSEÑAN Y HACEN REFLEXIONAR SOBRE LAS PE-

Javiera y Lobito con las aventuras de Sebastián y el amigo Zorro

QUEÑAS GRANDES COSAS DE LA VIDA.

Felipe Alliende

4

Felipe Alliende

FELIPE ALLIENDE NACIÓ EN SANTIAGO Y ES PROFESOR DE LENGUAJE. SUS PRIMEROS TRABAJOS LITERARIOS LOS REALIZÓ ENTRE 1958 Y 1964. EN 1986 OBTUVO EL PREMIO MARCELA PAZ Y EL PREMIO DE LA ACADEMIA CHILENA DE LA LENGUA POR SU NOVELA MI AMIGO, EL NEGRO.

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A PARTIR DE 7 AÑOS

portada javiera y el lobito.indd 1

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